10.18234/secuencia.v0i108.1830
Dossier
Por una nueva solidaridad:
El Corno Emplumado y la conformación de
una red de fraternidad intelectual (1962-1969)
For a New Solidarity: El
Corno Emplumado and the Formation of a Network of Intellectual Brotherhood (1962-1969)
Grethel Domenech Hernández1 *,
https://orcid.org/0000-0002-1259-9992
1Universidad Iberoamericana, México, domenech221b@gmail.com
Resumen:
El presente trabajo busca analizar el proyecto de
solidaridad intelectual que articuló la revista mexicana El
Corno Emplumado (1962-1969), el cual formó parte de una amplia red
intelectual de solidaridad que se estableció a nivel continental y con un
carácter transnacional. En los estudios sobre la intelectualidad de los
sesenta, las revistas de corte contracultural como El
Corno Emplumado y los proyectos de solidaridad de tipo intelectual no
han sido los tópicos más revisados, de ahí el alto valor de acercarnos a esta
temática desde otros enfoques y actores. Como se verá en las siguientes
páginas, el desarrollo de un proyecto de solidaridad a través de una red
intelectual representó una novedosa y diferente forma de establecer relaciones
intelectuales para la época y produjo importantes momentos como el Movimiento
de Nueva Solidaridad y el Primer Encuentro de Poetas.
Palabras clave: solidaridad; redes intelectuales; El Corno Emplumado.
Abstract:
This paper seeks to analyze
the intellectual solidarity project articulated by the Mexican magazine El Corno Emplumado
(1962-1969), which formed part of a broad intellectual solidarity network
established at the continental level, with a transnational nature. In studies
on the intellectuality of the 1960s, countercultural magazines such as El Corno Emplumado
and intellectual solidarity projects have not usually been the focus of
inquiry, hence the value of addressing this issue from other approaches and
actors. As will be seen in the following pages, the development of a solidarity
project through an intellectual network represented a new, different way of
establishing intellectual relationships for the time and produced important
moments such as the New Solidarity Movement and the First Poets’ Meeting.
Keywords: solidarity; intellectual networks; El Corno Emplumado.
Recibido: 29 de febrero de 2020 Aceptado: 20 de julio de
2020
Publicado: 30 de octubre de 2020
Presentación
La mayoría de los autores1
que se han acercado al mundo intelectual latinoamericano de la década del
sesenta coinciden en destacar la urgente revisión de conceptos y temas que
asumieron los intelectuales de entonces y la fuerte emergencia de publicaciones
que sirvieron de plataforma a debates culturales y políticos. La década de los
sesenta fue la de la descolonización de África, la visita de Sartre a La
Habana, el aumento de los debates sobre el tercer mundo, del movimiento hippie y de la liberación sexual. Los convulsos años,
además de iniciarse con el triunfo de la revolución cubana, fueron testigos del
alzamiento de guerrillas en Colombia, Bolivia, Uruguay y México, por sólo
mencionar algunos ejemplos, y de una amplia ola de violencia política que
incluyó golpes de Estados como los del Perú en 1962 y 1968, el de Argentina en
1966 o el de Brasil en 1964. El continente también se vio inserto en las
dinámicas de la guerra fría, contienda ideológica y geopolítica que sin dudas
fue más que una mera confrontación entre la URSS y Estados Unidos.
Este contexto de posibilidades creó las condiciones para
que la solidaridad estuviera en el centro de los proyectos políticos, sociales
y culturales del continente e incluso fuera de este. La revolución cubana
activó también ciertos afectos, ilusiones, peregrinajes intelectuales, lecturas
teóricas y posturas ideológicas que se esparcieron por todo el continente.
Definiciones como solidaridad, intelectual, cultura política e izquierda
comenzaron a cargarse de nuevos significados y posibilidades. El término
solidaridad, asociado a la disposición y acción de ayudar a otros
desinteresadamente o a ejercer la bondad y a los lazos sociales que unen a
determinados grupos humanos, comenzó a tener un papel considerable en los
discursos de la época. Con un marcado cariz político, su presencia en los
discursos políticos e intelectuales fue cada vez más amplia.
Congresos, encuentros e instituciones asumieron la
solidaridad como uno de sus ejes de discusión y acción. Los más conocidos
fueron la Conferencia Tricontinental de los pueblos de África, Asia y América
Latina, del 3 al 15 de enero de 1966, la cual daría paso a la creación de la
Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL). A lo largo del continente se desarrollaron jornadas
de solidaridad con Guatemala, el día de la
solidaridad con el Congo o semanas de solidaridad en contra de la guerra de
Vietnam. En todos se debatieron ideas como el imperialismo, el colonialismo, la
guerrilla o los movimientos de liberación. La figura central que se tomó como
paradigma sin duda alguna fue la de Ernesto “Che” Guevara. Por sólo citar un
ejemplo al respecto, el mensaje del Che a la Tricontinental, una vez hecho
público y distribuido a diversos países, fue reproducido en folletos y revistas
por diferentes organizaciones que lo imprimieron en otros idiomas como el
italiano, el árabe y el japonés. Como bien expresa Aldo Marchesi (2019), estos
eventos fueron “fundamentales para la construcción de la noción de cercanía
subjetiva en el mapa de la revolución latinoamericana” (p. 72).
Pero, a pesar de ser esta solidaridad revolucionaria en
torno a movimientos guerrilleros y de izquierda la más conocida y estudiada,
hubo otros proyectos que la tomaron como eje desde enfoques más relacionados
con el universo intelectual. Es importante por ello retomar la amplia
circulación del término en los sesenta y las distintas acepciones que
coexistieron en una misma época. Bien señala Kristina Pirker
(2017-2018) que en cualquier análisis al respecto no se debe perder de vista lo
que ella ha llamado dos planos: “[…] tanto la función del internacionalismo y
de la solidaridad dentro de los mismos proyectos revolucionarios de Cuba y
Centroamérica, respectivamente, como la recepción, apropiación e incluso
resignificación de estos valores y representaciones por los y las activistas de
la solidaridad transnacional inmersos en sus propios contextos políticos e
historias nacionales” (p. 123).
En los últimos años, varias aproximaciones desde la
Historia insisten en recuperar una mirada transnacional que reflexione en torno
a la complejidad de procesos políticos y socioculturales que se esparcieron por
todo el continente y así profundizar en conceptos y categorías (guerra fría,
nueva izquierda, guerrilla, juventudes o solidaridad) que permitan un mayor
alcance investigativo en torno a los fenómenos que se desplegaron y catalizaron
tras 1959 en el continente. Más allá de la importancia de las organizaciones y
encuentros de solidaridad mencionados anteriormente, me interesa aquí analizar
el proyecto de solidaridad intelectual que articuló la revista mexicana El Corno Emplumado (1962-1969) el cual formó parte de una
amplia red intelectual de solidaridad que se estableció a nivel continental y
con un carácter transnacional.
Su idea de solidaridad de inmediato entró en consonancia
con proyectos como el de la revista argentina Eco
Contemporáneo y la mexicana Pájaro Cascabel,
y durante sus primeros años contribuyó a conformar una importante red que dio
lugar a sucesos como el movimiento Nueva Solidaridad o el Primer Encuentro de
Poetas. Como se verán en las siguientes páginas, el desarrollo de un proyecto
de solidaridad a través de una red intelectual representó una novedosa y
diferente forma de establecer relaciones intelectuales para la época.
Antes de pasar a conocer el proyecto de solidaridad de El Corno Emplumado es importante ubicarnos en el campo
intelectual mexicano en el que esta publicación ve la luz. En el México de los
años sesenta del pasado siglo XX la joven
generación intelectual enfocaba su proyección en grupos culturales y revistas
literarias. Algunas de las más importantes fueron “La cultura
en México”, suplemento del semanario Siempre!, la Revista Mexicana de Literatura;
Pájaro Cascabel, y La Palabra y el Hombre, de la
Universidad Veracruzana, que había comenzado a circular en 1957 bajo la
dirección de Sergio Galindo. Todas ellas fueron eco de la renovación literaria
e intelectual que vivía el continente.
Por otro lado, existían aquellas publicaciones que
funcionaban como órganos de difusión de instituciones gubernamentales o
académicas. En este grupo se encontraban Cuadernos de
Bellas Artes y Revista de Bellas Artes (apoyadas
por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Educación
Pública), Diálogos (editada por El Colegio de
México), y la Revista de la Universidad de México (publicada
por la Universidad Nacional Autónoma de México) (Silva, 2017, p. 96). Además de
El Espectador –revista política con miembros
simpatizantes de la izquierda como Víctor Flores Olea, Enrique Gonzales
Pedrero, Carlos Fuentes, Francisco López Cámara y Luis Villoro– creada en 1959,
y la revista Política, la
cual duró de 1961 hasta 1967. Este listado
demuestra la importante relación que se dio entre diferentes comunidades
intelectuales y revistas.
El Corno Emplumado se insertó en este amplio campo y desde un inicio demostró su originalidad
y presencia. La revista bilingüe creada por Margaret Randall y Sergio Mondragón
en 1962 nació con una intención transnacional de establecer vínculos con poetas
de todo el continente. Según Mondragón, la publicación surgió con la idea de
dar a conocer la poesía de las dos grandes lenguas del continente. Difundió
traducciones de poesía en portugués y fue la primera en dar a conocer la poesía
beat en los países de habla hispana (Pereira,
Albarrán, Rosado y Tornero, 2018).
En la Enciclopedia de la Literatura en México El Corno Emplumado es definida como una
[r]evista bilingüe en español y
en inglés, desligada en sus inicios, de todo vínculo ideológico o político y
que a menudo habla de los problemas espirituales de nuestra época. La
concepción y el material gráfico de la revista revelan la influencia de
corrientes como el surrealismo. Según Sergio Mondragón, la publicación surgió
con la idea central de dar a conocer la poesía de las dos grandes lenguas del
continente. La revista difundió traducciones de poesía en portugués y fue la
primera en dar a conocer la poesía beat en los
países de habla hispana (Pereira et al., 2018).
Quienes conformaron El Corno Emplumado
pertenecieron a una joven generación que comenzó a intervenir en el espacio
público latinoamericano con inquietudes literarias y políticas. Margaret
Randall (2015) emigró de Estados Unidos a tierras aztecas y trajo consigo sus
propios referentes políticos: “También experimentaba un despertar de la
conciencia política común a muchas personas de mi edad, jóvenes que sentían un
inquieto inconformismo sofocado por el manto del periodo marcartista,
aunque habíamos nacido demasiado tarde para ser víctimas directas del asedio
represivo” (p. 100).
La posición de la revista en la dinámica intelectual
mexicana como una publicación autónoma y con fuerte influencia de la Generación
Beat ha llevado a considerarla una revista underground; no obstante, Randall (2015) nos
menciona al respecto:
¿Era El Corno Emplumado una
revista underground en la honorable tradición de tantas publicaciones de
izquierda? No, porque se enviaba por correo, se vendía en librerías de muchas
partes del mundo y las ideas políticas explícitas solo eran una parte de su
contenido. La poesía era nuestro plato fuerte, y nuestro objetivo era llegar a
la mayor cantidad posible de lectores. Aun así, como señalara Merton, tenía
algo del espíritu underground
si con eso nos referimos a la falta de ortodoxia, de reserva, de
justificaciones. Lo que decidíamos imprimir a menudo procedía de underground literarios que se abrían espacio en todos los
continentes (p. 108).
En la configuración discursiva de la revista, la poesía
ocupó un lugar central, era el género por excelencia para plantear las
inquietudes y compromisos de El Corno. La selección
de poetas estableció una constelación de autores para los que la poesía fue, más
que un medio de comunicación, una forma de vida. Cada número abría con una nota
editorial que recogía el espíritu del ejemplar. También se publicaron ensayos,
cuentos, entrevistas y reseñas. El Corno fue, en
esencia, una revista de poesía, pero en sus notas editoriales, en la sección de
correspondencia, y en algunos de los ensayos publicados podemos rastrear su
idea de solidaridad intelectual tal como veremos más adelante.
La voluntad de El Corno de
convertirse en un puente cultural e intelectual fue una de las principales
motivaciones para realizar una revista bilingüe que tuvo como uno de sus
objetivos fundamentales la traducción de textos “del norte hacia el sur y
viceversa”. Como bien diría Randall (2015), “Nos tomábamos muy en serio la idea
de que éramos un puente entre culturas, ideologías, generaciones, usos del
lenguaje y modos de construir un poema” (p. 111). El Corno
fue una revista cosmopolita en muchos sentidos, no sólo porque Margaret Randall
provenía de Estados Unidos, sino también a través de Mondragón y su gusto por
las filosofías orientales. Se puede detectar en sus páginas un especial
espíritu utópico en un sentido amplio. La referencia y elogio a culturas
indígenas, al budismo, a la filosofía new age y un retorno a lo sagrado como prisma para
entender la vida son muy propios de su discurso y la diferenció de otras
revistas de los años sesenta en América Latina.
Redes y revistas
Al aproximarnos a relaciones
transnacionales tanto intelectuales como de otro tipo es imprescindible el uso
de la categoría de redes. Ella permite entender relaciones de tipo regional o
global que se tejen mediante conexiones y se van estableciendo entre grupos o
sujetos que confeccionan un entramado común en cuanto a discursos, metas e
ideas. Como ya demostró el libro Redes intelectuales
transnacionales en América Latina durante la entreguerra,
compilado por Alexandra Pita (2016), pensar las redes en clave transnacional es
fundamental. Tener en cuenta estas relaciones no significa un simple
entendimiento de quién le escribía a quién, o quién se comunicaba con quién,
sino analizar formas de relaciones culturales, personales o políticas que se
establecen en determinadas condiciones.
El enfoque de redes también ha cobrado gran importancia
en la historia de los intelectuales, pues permite acercarnos a ellos como
sujetos que ejercen sus discursos y acción en una comunidad y en un espacio
público. Los estudios apuntan la importancia que ha tenido para los
intelectuales la conformación de redes pues, a través de ellas, logran
establecer complejos espacios de organización, creación de revistas,
encuentros, instituciones y difusión de publicaciones.2
Isabel de León Olivares (2017) señala que “la red intelectual funciona como una
categoría dinámica, porosa y elástica que, entre otras cosas, podría reemplazar
nociones como la de influencia y la de generación, dos pilares que durante
mucho tiempo asistieron a la historiografía literaria latinoamericana” (p.
179).
En este entramado de redes y revistas, vale recalcar las
propuestas de Alexandra Pita (2016), Regina Crespo (2010) y Fernanda Beigel (2003) y sus miradas a los estudios de publicaciones
en América Latina. Por otro lado, la investigadora Claudia Gilman
(2003) que, aunque no se encuentra propiamente en esta línea de redes
intelectuales, es imprescindible para pensar desde una óptica transnacional
términos como solidaridad, intelectual o compromisos. Su libro Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor
latinoamericano es un punto de partida necesario a partir de su
categoría de familia intelectual latinoamericana, la cual entra en estrecho
diálogo con la de redes intelectuales.
Las revistas resultan fuentes privilegiadas para la
reconstrucción de redes intelectuales, además de ser fuentes esenciales de la
historia de los intelectuales, sus propias cualidades de medios y plataformas
de expresión grupal y en la mayoría de las veces transnacional permiten el
intercambio y la conformación de espacios que aglutinan voces y discursos.
Funcionan “como nodos de redes, capaces de revelar los encuentros,
intercambios, conexiones y relaciones entre las figuras del mundo intelectual
que hicieron posible su existencia” (León, 2017, p. 184). Dichas publicaciones
periódicas son releídas como espacios textuales de sociabilidad intelectual:
lugares que, al posibilitar el encuentro de editores, publicistas, escritores,
críticos, traductores y otros agentes culturales, se trasmutaron en puntos de
reunión virtual, donde los miembros de un movimiento o una red podían darse
cita “sin atender [a] las edades, lugares, posiciones sociales, y a veces ni
jerarquías” (León, 2017, pp. 184-185). Asimismo, son complejos y diversos
textos en constante revitalización por el público que las lee.
En este trabajo se van a entender como un universo
conformado por las posturas de los escritores que en ellas se expresaron,
teniendo en cuenta, fundamentalmente, el tipo de revistas que son. La
publicación seleccionada no se inserta en la percepción común y actual de
revistas intelectuales o académicas en las que se proponen textos de opinión y
la redacción no se responsabiliza de estos. Es una revista pensada como un
hogar de familia, más que como una plataforma de divulgación. Hay un vínculo
generacional, ideológico, de intereses, de posiciones, literario y a veces
hasta sentimental entre sus colaboradores.3
Como bien nos explica Inés de León,
[p]ara autoras como Alexandra Pita, Regina Crespo, Susana
Zanetti, las revistas constituyen “documentos de cultura” que permiten
visualizar tanto los nombres de aquellos que participaban en una determinada
red, como la dinámica de sus vinculaciones: las ideas, los discursos y las
preocupaciones compartidas; las aspiraciones y los proyectos comunes; el mapa
de lecturas que suministraban tópicos discursivos; sus lugares de enunciación y
enlace; las posiciones y/o tensiones que guardaban tanto al interior como al
exterior de los campos intelectuales a los que pertenecían o pretendían
pertenecer (León, 2017, p. 185).
El nacimiento o la sustantivación del intelectual estuvo
estrechamente ligado a la prensa y su desarrollo en la modernidad: prensa, vida
moderna y ámbito de lo público eran fenómenos tan imbricados que resultaba
imposible pensarlos por separado (Santos, 2002). Durante el siglo XIX la prensa se convirtió en una aliada esencial de la
vida intelectual y asistió a su surgimiento, siendo su primer y principal
instrumento de hacer valer su condición. Las revistas fueron además el
principal medio de expresión de los grupos y actores intelectuales que cobraron
fuerza en los sesenta latinoamericanos del siglo XX.
Bien lo deja expresado Claudia Gilman (2003): “[…]
analizar una revista de los sesenta/setenta implica la necesidad de desplazarse
por la gigantesca red de las revistas latinoamericanas del periodo.
Seguramente, de allí derivan los límites del estudio de una revista en
particular para determinar la lógica de constitución de campos de actores, que
excede con mucho el límite de la revista” (pp. 22-23).
Fernanda Beigel (2003), en el
ensayo Las revistas culturales como documentos de la
historia latinoamericana, argumenta el papel
de estas en la expresión pública intelectual latinoamericana al decir “nos
conectan de modo ejemplar, no sólo con las principales discusiones del campo
intelectual de una época, sino también con los modos de legitimación de nuevas
prácticas políticas y culturales” (p. 7), lo cual las convierte en una fuente
histórica significativa y necesaria a la hora de abordar los principales
conflictos de los años a estudiar. En la década del sesenta las revistas se
convirtieron en un instrumento de transformación y participación en la realidad.
La importancia de estudiarlas para la historia de los intelectuales en ese
momento radica justamente en que fueron el medio que utilizaron los
intelectuales, conscientes o no, para ser intelectuales.
En este sentido, y relacionado con los vínculos entre
revistas y redes, parto de una de las principales premisas del texto Redes intelectuales transnacionales en América Latina:
[…] las publicaciones periódicas no fueron solo un
soporte de red, es decir, un mero reflejo de su actividad, sino que –siguiendo
la idea de Pierre Bourdieu para estudiar el concepto de habitus– son “estructura estructurada y
estructurante”. Esto implica entender que las revistas son el soporte material
de una estructura en sí misma, que se genera a través de la estructuración implícita
en las prácticas culturales, y que es factible analizar el espacio de una red
intelectual como el aspecto estructurante que nace de esta interacción (Pita,
2016, p. 6).
Otra de las propuestas más significativas y desarrolladas
para el estudio de redes ha sido enfocar “el análisis en los bienes simbólicos
–textos, ideas, discursos, objetos, imágenes– que, precisamente, circulan y se
distribuyen gracias al funcionamiento de las redes forjadas entre autores o
entre campos intelectuales diversos y distantes” (León, 2017, p. 181).
Para el caso del estudio de la solidaridad intelectual
que promovió y articuló El Corno valdría la pena
preguntarse si es posible pensar la solidaridad como un bien simbólico de las
redes intelectuales que estableció y, ¿en qué sentido puede ser la solidaridad
en los años sesenta del pasado siglo un bien simbólico? La definición de bien
simbólico viene, principalmente, de los trabajos del sociólogo John B. Thompson
(2002) en especial su libro Ideología y cultura moderna.
Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, donde nos
dice:
En este sentido, los fenómenos culturales pueden
considerarse como formas simbólicas en contextos
estructurados; y el análisis cultural puede concebirse como el estudio
de la constitución significativa y la contextualización social de las formas
simbólicas. […] La contextualización social de las formas simbólicas también
implica que éstas pueden transformarse en objetos de complejos procesos de
valoración, evaluación y conflicto (p. XXIV).
La idea de solidaridad adquirió una importante presencia
en los discursos políticos, culturales e intelectuales a partir de los sesenta.
La mayoría de los proyectos que se enfocaron en cambios sociales de corte de
izquierda o que tomaron la revolución cubana como referente utilizaron a la
solidaridad como una de sus principales formas de relacionarse y a la vez
expandir la idea de la revolución.
Así, la solidaridad se convirtió en un bien simbólico de
los sesenta que ensalzaba a sus portadores y los dotaba de pertenencia a un
discurso transnacional. En el caso de las revistas generó un estatus
intelectual, hablar de solidaridad con movimientos revolucionarios, con
guerrilleros, con las marchas de protesta en Estados Unidos y con la revolución
cubana significaba formar parte de una lucha latinoamericana y poseer una
conciencia histórica de la época. La solidaridad reafirmó discursos de corte
contraculturales o incluso de izquierda, era una cualidad que los sectores
reaccionarios no poseían a los ojos de este contexto; de ahí que manifestarla y
articularla era una reafirmación de pertenencia. Además, fue un capital
relacional que permitió entablar diálogos y formar redes con otros grupos o
personas que manejaban ese mismo lenguaje. A partir de la solidaridad intelectual,
El Corno se relacionó con los nadaístas
en Colombia, participó en la organización del Primer Encuentro de Poetas o
fomentó la lectura en distintas latitudes de los miembros de su red
intelectual.
Hoy, que varios trabajos se aproximan al universo
intelectual de la segunda mitad del siglo XX desde
nuevas categorías: redes intelectuales, compromisos o familia intelectual
latinoamericana, me gustaría añadir a esta lista la de solidaridad. Las
anteriores y esta ayudan a comprender nuevas dimensiones de ese convulso mundo
que se gestó en revistas, polémicas, encuentros y discursos a partir de 1959 en
América Latina. Todas estas categorías están entrelazadas entre sí y el estudio
de una lleva indudablemente a otra. En este trabajo, a pesar de centrarnos en
la solidaridad intelectual, estableceremos conexiones con los otros nodos de la
red intelectual que tejió El Corno, siendo ello de
gran importancia para un mayor entendimiento de su proyecto de solidaridad.
A partir de la propuesta del estudio de redes me interesa
analizar cómo El Corno Emplumado articula, teje y
posibilita una red intelectual de solidaridad: leer la solidaridad en clave de
red a través de El Corno Emplumado. Para ello
primero hay que tener en cuenta qué ideas o preceptos tenía El Corno sobre la solidaridad, qué tipo de solidaridad va
a articular y con qué objetivos, y, segundo, cómo se despliega esta a través de una red intelectual. El criterio de
selección de esta revista como eje de análisis responde al papel destacado que
tuvo en la conformación de una red intelectual entre distintos grupos y
revistas del continente y su intensa reflexión y acción por un movimiento de
solidaridad intelectual.
La solidaridad intelectual de El
Corno
En la nota editorial con la que
abría su primer número, El Corno Emplumado
expresaba cuáles eran sus intenciones y el carril que deseaban que la revista
tomara:
EL CORNO EMPLUMADO-THE PLUMED CORN es una revista de poesía, prosa, cartas y arte del Continente […] editada
en español e inglés y publicada en la Ciudad de México […] ésta es una revista
cuyas páginas están dedicadas a servir a la palabra y con las cuales se
pretende crear la publicación que hace falta... hoy día, cuando las relaciones
entre los países de América son peores que nunca, esperamos que EL CORNO EMPLUMADO sea la mejor prueba (no política) de que TODOS SOMOS
HERMANOS […] Deseamos que nuestra revista sea el principio de un plan
para establecer una casa editorial y después, más tarde, MUCHO
MAS QUE ESO.4
En clara declaración de propósitos, típico de las
primeras notas editoriales en una revista, El Corno
establecía su carácter solidario, su intención de unidad intelectual y su
compromiso con la palabra para transformar la vida. Estos contenidos fueron
esenciales a lo largo de toda su existencia. Respecto a su trasfondo
ideológico, El Corno mantenía sus puertas abiertas
a toda presencia que reverenciara una libertad de la expresión, una actitud
crítica y una búsqueda de la transformación de la vida y la sociedad. Uno de
los mayores paradigmas que siguió El Corno fue la
Generación Beat, sobre todo a partir de la presencia de Margaret Randall como
una de sus directoras.
Desde un inicio podemos ver el llamado que hacían sus
editores a estrechar vínculos entre los escritores de América, en todo su
sentido continental. Una perspectiva transnacional que respondió a la propia
idea de solidaridad y que es insoslayable de la connotación que cobró el propio
término en la época. Para El Corno era fundamental
ser punto de encuentro de nuevas voces, punto de hermandad de los poetas y
punto de convergencia de la comunidad intelectual:
From a Catholic seminay in the jungles of
Colombia, a Buddhist monestary
in Kyoto, from a carpenter in Nicaragua, a student
of physics in New Mexico, a poet prophet wandering through the Himalayas, Trappist monk in Kentucky,
profesor of German in a college
in upstate New York, bookseller
in San Francisco, poets in London, Buenos Aires,
Maine, Montevideo, Oslo, Cuba, New Jersey… comes the
new poetry.5
Un concepto esencial para comprender la idea de
solidaridad de El Corno es el de hombre nuevo. Este
entra en constante diálogo con la visión de la revista sobre la labor del
intelectual, el escritor o el hombre nuevo. En el proyecto intelectual de El Corno, la solidaridad, la revolución espiritual y el
hombre nuevo eran indisolubles. Para sus colaboradores no se trataba solamente
de un nuevo intelectual miliciano o un nuevo político de la sociedad
revolucionaria, sino un hombre total que comprendía el cambio de paradigmas en
el ser intelectual que la nueva época inspiraba:
Vivimos en una nueva era, la Era del Hombre. Es nueva
porque así lo han determinado los procesos cósmicos, pero lo es también porque
un hombre nuevo ha aparecido –y está apareciendo– en nosotros. Y los poetas,
que son la voz de la tribu cantan a este hombre nuevo; o mejor: desde este
hombre nuevo […] EL CORNO EMPLUMADO es un
instrumento para transmitir la nueva palabra, que es
decir, el nuevo espíritu.6
En la tesis Texto, contexto e
índices de El Corno Emplumado (1962-1969), de Gabriela Silva (2017), la
autora nos expone que los primeros años de El Corno
Emplumado están regidos por una idea central: el hombre contemporáneo es
capaz de tomar consciencia plena de sí y de transformarse en un ser superior en
un sentido espiritual. La encarnación de estos principios fue la noción del
hombre nuevo que en El Corno
Emplumado alcanzó una intención no sólo revolucionaria en un sentido de
movimientos políticos, sino también una connotación espiritual (p. 145). La
concepción del hombre nuevo fue muy popular en la década y sería retomada
posteriormente por Ernesto “Che” Guevara en su trabajo “El socialismo y el
hombre nuevo en Cuba”.
Otra de las ideas centrales de El
Corno y la cual entró en diálogo directo con la de solidaridad fue la de
“época”. Para la revista, la época (un espacio y un tiempo) no era sólo un
lugar, sino también, la causa de un nuevo movimiento intelectual, una nueva
etapa de vida. La frase “nuestro tiempo” común en los proyectos intelectuales
desde mediados de siglo,7 hacía alusión a una
gran responsabilidad intelectual y justo una de las responsabilidades
principales que se adjudicó El Corno fue establecer
esta hermandad o fraternidad entre escritores y artistas del continente. En El Corno la condición intelectual significaba una unión
de fuerzas continentales, una solidaridad que aunara con la época que vivía el
hombre latinoamericano:
Es necesario que la expresión de nuestro tiempo sea vista
de la misma manera. Nuestra época Cuba, África, Chessman,
la bomba atómica, protestas colectivas, expresionismo abstracto, música
electrónica, un millón de niños nacidos diariamente-reduce nuestra acción a una
locura que fractura la luz en que nos movemos. Las respuestas que buscamos se
nos ocultan tras la maquinaria del dogma, los viejos odios y el funcionalismo
de la sociedad. EL CORNO EMPLUMADO continuará sobre la base de que más allá de esas categorías
estamos unidos por una fraternidad llamada arte.8
En su segundo número, la revista hacía un llamado directo
a la solidaridad, el lenguaje utilizado resonaba en un horizonte de fraternidad
y hermandad que emergía en los sesenta con especial fortaleza:
Nuestro órgano de difusión EL CORNO
EMPLUMADO necesita de la ayuda de todos nosotros hermanos de la hora
presente en la que se escuchan voces tan contradictorias y en la que los
vientos presagian tormentas y tropiezos. Las máscaras están cayendo con
sorprendente rapidez, los acontecimientos angustian, estamos en una paradoja,
la dolorosa condición del hombre se agudiza. Una cosa precisa el mundo: nuestra
sinceridad y desprendimiento interior. Ello es la fraternidad. El Corno Emplumado esta así abierto a todas las voces y
todas las congojas.9
La condición solidaria y esta intención de cultivar una
red intelectual convirtieron las páginas de El Corno
en una plataforma de divulgación de otros movimientos o autores que partían de
los mismos principios que la revista mexicana. Uno de los casos más
significativos fue el de los nadaístas de Colombia.
Con un discurso contracultural y una visión escéptica y a la vez vitalista, el
nadaísmo se mostraba como un hermano literario de El Corno.
En el número 7 la publicación se hacía eco del movimiento y publicaba un
Manifiesto Nadaista que enarbolaba al hombre como
centro de la revolución:
[…] todo lo que tenemos que ofrecerle a la juventud es la
locura, pues es necesario enloquecernos antes de que llegue la guerra atómica
[…] Y más allá del horizonte de la locura cuál es realmente el fin del
nadaísmo? Y yo les diré: El Nadaísmo no tiene fin, porque es infinito. Nosotros
nos contentamos con progresar devotamente hacia la locura y el suicidio.
Hacemos el mal porque el bien no sienta a nuestro heroísmo.10
En su afán por establecer la solidaridad intelectual
entre los escritores del continente, El Corno se
convirtió en plataforma de redes, encuentros y divulgación de escritores y
artistas alineados a estas mismas intenciones. Esta red se estableció tanto
hacia el sur, como hacia el norte. El reclamo de solidaridad era un lenguaje
común incluso en diferentes idiomas. En el número 9 publicaban la carta que desde Washington, D.C. les envío Alex Rode, subdirector de OUTCKY11
en la que decía:
Amigos de los países americanos: La revolución poética,
la revolución del espíritu que todos los de nuestra generación ya sienten en lo
que leen y en lo que escriben, ahora nos confronta con una decisión. Nos
quedaremos segregados y relativamente ineficaces o podremos unirnos (sin rendir
el poder de la voz solitaria) en un coro artístico de tanta fuerza que las
barreras de los carniceros de la vida se caigan en todas partes del continente.12
Para Rode, Margaret Randall y
Sergio Mondragón en México eran el “contacto más importante para los escritores
de ambas américas” [sic], de ahí el interés en
trazar líneas de trabajo desde ambas latitudes en función de empoderar la red
de poetas. Con este fin le proponía a El Corno las
siguientes tareas:
1. Cambiar con Uds. copias de cada número de nuestras
propias revistas. 2. Cambiar anuncios. 3. Recibir de su país manuscritos de los
mejores escritores jóvenes para traducirlos al inglés y publicarlos en OUTCKY y en otras revistas de mismo tipo en
Norteamérica. 4. Enviar a Uds. manuscritos en inglés de nuestros nuevos
escritores, para que se traduzcan y publiquen en su país. Lo único que importa
es que estamos unidos en estos principios: contra los poderes antivitales, antisexuales y
antipoéticos; aliados a las fuerzas para la paz, la libertad y el
individualismo. Diferencias estéticas no importan. Diferencias políticas son
preocupaciones de la generación pasada. Deferencias nacionales ya no tienen
ningún sentido.13
Además de la recepción y circulación de El Corno por Estados Unidos lo cual permitió tejer esta
red intelectual de solidaridad a ambos hemisferios, hacia el sur se
establecieron importantes lazos que dieron valiosos momentos de solidaridad en
los sesenta. El mapa de esta red, que tuvo uno de sus principales anclajes en El Corno, contó también con Eco
Contemporáneo desde Buenos Aires, El pez y la
serpiente en Nicaragua, el grupo artístico literario El techo de la ballena (Edmundo Aray y Juan Calzadilla)
en Venezuela, los Nadaístas en Colombia y Pájaro Cascabel,14
homóloga de El Corno en la Ciudad de México. A
partir de ellas podemos trazar la cartografía transnacional en la que se
movieron sus escritores y artistas que tuvo como centro de su discurso el arte
y la literatura como formas de transformar la vida y llevar a cabo una
revolución espiritual y la solidaridad intelectual. Todos partían de “un
despertar de conciencia”, ese era la gran clave que los unía.
De estas revistas, El Corno
fue la más estructurada, mantuvo su publicación cuatrimestral durante sus años
de existencia logrando así una regularidad y un espacio legítimo como
publicación literaria. Además, como bien expresa Valeria Manzano (2017),
“Aunque su impacto dentro del campo literario mexicano haya sido menos
significativo que el del Nadaísmo y los balleneros en Colombia y Venezuela, El Corno Emplumado fue, de todas las iniciativas aquí
analizadas, la que más aportó a la ‘interamericanidad’
de las variantes contraculturales” (p. 10).
Esta idea es central para entender por qué articular el
análisis de esta red desde El Corno. De cierta
forma la revista mexicana fue la que posibilitó el contacto con los otros
puntos de anclaje tanto hacia el norte como hacia el sur.
Para delinear el itinerario de esta red debemos fijarnos
atentamente en Miguel Grinberg, poeta argentino que en 1961 creó la revista Eco Contemporáneo junto con Antonio Dal
Masetto, la cual, desde su primer número, se definía
como una revista “interamericana”. Este primer número incluía un ensayo sobre
Poesía Brasileña, un texto sobre los nadaístas en
Colombia, el poema America
de Allen Ginsberg, selección de poesía de Perú y el texto vivencial de LeRoi Jones,15
“Cuba 1960”. Además de esto, Grinberg era un gran seguidor de la Generación
Beat, lo cual lo emparentaría aún más con la revista mexicana. Grinberg sería
un habitual de El Corno, tanto en las páginas
centrales como en la sección de cartas. Su contacto con Thomas Merton y su
viaje a Estados Unidos, para el cual contó con el apoyo de Margaret Randall,
afianzaría más sus lazos. La red se iría tejiendo así cada vez más. Para El Corno, Miguel Grinberg o Ernesto Cardenal,
representaban la mejor versión de la unidad entre los poetas y eran
referenciados como actores centrales de esta solidaridad:
Y Miguel Grinberg, un poeta de Argentina, acaba de fundar
la liga internacional de poetas (cuyo presidente ya aceptó ser Henry Miller), y
Ernesto Cardenal en su monasterio de Colombia sigue diciendo que la verdadera
Unión Panamericana es la de los Poetas, y nosotros le creemos, y al final de
este Corno va una lista de revistas que sin ponerse de acuerdo entre sí
transmiten la luz y quieren la paz y creen en el hombre.16
Después de crear Eco Contemporáneo,
Grinberg comenzó a gestar la Liga Internacional de Poetas, de la cual Henry
Miller y Thomas Merton aceptaron ser presidentes honorarios. Referente a esa
misma Liga, en una carta Miguel Grinberg les decía a Margaret y Sergio que la
función y el objetivo de la Liga debería ser:
[…] algo que deberá fundamentar la real y legítima unión
de las naciones, poetas hay en todo sitio, en cada resquicio del planeta hay
cantos disgregados, a nosotros nos toca crear el nexo, restituirnos al sitio
que nos corresponde, reinstaurar la fraternidad, detener la maquinaria de la
guerra, anular al megatón, empiezo a despachar cartas a los poetas de América y
Europa, te pido me contestes tu opinión sobre esto que te digo...! [sic].17
Líneas después, Grinberg les decía que ya había comenzado
a gestionar el primer congreso de la Liga y que podía ser en Río de Janeiro “donde no serían tildados de comunistas”.
Movimiento de Nueva Solidaridad
Las conversaciones para gestar un
encuentro se concretaron y para 1962 se dio a conocer el movimiento Nueva
Solidaridad, bajo la tutela de Grinberg pero al que
tributaban El Corno, los nadaístas de Colombia y “El Techo de la Ballena” en
Venezuela. La alianza de poetas continuó gestando momentos y trabajando en la
fraternidad y hermandad defendida por El Corno, y después de labores organizativas por parte de
Grinberg, El Corno, Thelma Nava y las demás
revistas implicadas, en 1964 tuvo lugar el Primer Encuentro Americano de Poetas.18 El encuentro, a pesar
de que se había pensado hacer en Brasil, finalmente tuvo lugar en la Ciudad de
México. Este cambio respondió primero a cuestiones de logística y, segundo, a
las facilidades que podían brindar las conexiones de El
Corno Emplumado y Pájaro Cascabel en
territorio mexicano.
La dinámica del suceso fue al estilo de sus
participantes: poética, reflexiva y vital. Como bien recordaría El Corno: “Hubo allí de todo: micrófonos, reporteros,
fotógrafos, saboteadores, gritos, malentendidos, y en más de una ocasión las
sesiones se convirtieron en mítines políticos”.19
Los espacios del encuentro fueron el Círculo de Periodistas Mexicanos y picnics
en el Bosque de Chapultepec, participaron poetas de aproximadamente quince
países de América Latina. En el número 10, de abril de 1964, El Corno resumía
detalladamente lo sucedido en el encuentro:
Estas personas, misteriosamente conectadas entre sí en
los últimos dos años por una red de cartas y revistas de poesías, vendieron sus
libros y máquinas de escribir, aprovechando el plan de “vuelve ahora y pague
después”, y llegaron a esta ciudad durante la primer semana
de febrero. Aquí durmieron en hoteles baratos, sobre petates o camas extras en
las casas de los poetas mexicanos, y compartieron arroz y frijoles diariamente
con nosotros.20
La nota redactada por El Corno
sobre el encuentro nos habla de cómo entendían la transformación y el ser
intelectual a través de una revolución interior:
Lo mejor de este ENCUENTRO
no sucedió en las sesiones del Club de Periodistas. Sucedió en el bosque de
Chapultepec, en las ruinas de Malinalco, en las calles y parques, en las casas
de los poetas, en caminatas nocturnas. Fue allí donde se intercambiaron
palabras e ideas. Donde se hicieron confesiones y preguntas. Donde comprobamos
que estamos en el centro de una revolución espiritual que los poetas, por
supuesto, son los primeros en redactar y descifrar. Fue así, casi de boca a
oídos, como se dijo que el mundo exterior no es otra cosa que fiel reflejo de
nuestra situación interna, que en nuestras manos está nuestro destino, que
debemos hacer nacer un hombre nuevo en nuestro interior.21
En el mismo número, El Corno
publicó una especie de declaración de principios del movimiento de Nueva
Solidaridad:
Este Primer Encuentro deja como saldo valiosísimo el
hecho de que todos los que nos habíamos comunicado por carta, nos hemos dado la
mano, nos hemos conocido, hemos dialogado, y lo más importante. Hemos resuelto
dejar de lado todos los aspectos formales y superficiales que aparentemente nos
distanciaban, para unirnos en torno a nuestras coincidencias y hacer que tal
diálogo sea permanente, a fin de que en futuros encuentros se consolide esta
amistad y fraternidad constructivas.22
En esta declaración de Nueva Solidaridad, que no es
casual que publique El Corno, salen a relucir
importantes nociones que defendió la revista en torno a su idea de solidaridad
intelectual. La que más destaca en primer lugar es la necesidad de una
solidaridad intelectual que partiera de una toma de conciencia. La intención
que los había unido en el movimiento y el encuentro formaba parte de una
necesidad de superar la incomunicación entre los intelectuales del continente y
las visiones nacionalistas de la cultura.
La revolución de El Corno y
de esta red de solidaridad no era socialista o marxista, no tenía banderas
ideológicas sino banderas de la responsabilidad humanas: “[…] Nueva Solidaridad
no es un partido político captador del voto y la voluntad de mentalidades
desorientadas, sino una alianza de seres responsables. Se es solidario por
convicción propia y sin duda muchos cerrarán sus ojos a la evidencia. No se
está proponiendo una medicina masiva, sino que dentro
de la propia capacidad humana, se intenta contribuir a la paz, la comprensión y
la justicia humanas”.23
La declaración también dejó claro de que el movimiento
Nueva Solidaridad no respondía a ninguna consigna, partido, o afiliación
política. El único compromiso que expresaban lo miembros del movimiento era el
logro de la paz a través del arte. A pesar de ello dejaron claro que no estaban
ajenos a un contexto que los atravesaba:
Es importante decir que esta revolución es algo más que
literaria: incluye la lucha de los negros estadounidenses por la igualdad de
derechos, la lucha de pueblos sometidos a centenarias cadenas coloniales por su
libertad, la lucha de todos los pacifistas del mundo por una justicia social y
el desarme, los nuevos descubrimientos en el área de la sicología, y la lucha
de marxistas, católicos, estudiantes y seres humanos de diverso origen y edad
frente a una sociedad cuyas presiones son más y más mecánicas, y cuyas demandas
más y más deshumanizantes.24
La libertad de creación del artista, aquella que sería
tan debatida por otras redes intelectuales,25
fue otros de los signos más claros de El Corno y de
la propuesta de Nueva Solidaridad. De esta forma remarcaban la creación
literaria o artística sin ataduras ideológicas y la plena autonomía del autor
para seleccionar las formas que considerara oportunas y trascedentes.
Los objetivos inmediatos que se empezaron a trazar tras
el encuentro fueron la edición de la revista NS, de carácter continental, la
cual sería editada por los puntos principales de esta red en el siguiente
orden: Buenos Aires, México, Washington, Caracas y Managua. Una revista que por
su carácter continental no radicaría en un solo país y haría mucho más efectiva
la acción de las revistas ya existentes y la de sus miembros. La publicación
nunca llegó a ver la luz pública pero indudablemente nos demuestra el alcance
transnacional al que aspiraron los participantes de esta nueva solidaridad.
Finalmente, la declaración terminaba con el aforismo “Paz a través del arte” y
fue firmado por Eco Contemporáneo, El Corno, Pájaro Cascabel, El
Rehilete, Outcry, Gonzalo
Arando Alberto Hoysos en Colombia y El techo de la ballena de Venezuela.
Esta red, nombrada por la investigadora argentina Valeria
Manzano como contracultural, no ha tenido mucha presencia en los estudios sobre
redes intelectuales en los sesenta. Ellos se han centrado principalmente en la
red intelectual que se nutrió alrededor de la revolución cubana con revistas
como Casa de las Américas, Marcha
y Mundo Nuevo, las cuales fueron activas en torno a
los debates sobre el intelectual y la revolución. Valdría la pena preguntarse
por qué no se ha estudiado más. Una suposición pudiera ser que uno de los rasgos
fundamentales de los sesenta fue la politización de la vida cultural, del mundo
estudiantil, intelectual y artístico. A pesar de su activa participación
pública, esta red de nueva solidaridad se mantuvo al margen de cierta
politización de la vida cultural relacionada con términos como revolución
cubana, izquierda, etc. Aunque en el caso de El Corno,
progresivamente, y a partir del año 1966 iría mostrando cada vez más su apoyo
al gobierno revolucionario, no se salió de su carril poético y contracultural, a
la vez que abrió espacios para posturas críticas con el proyecto cubano.
La idea de revolución que circuló en esta red fue bien
distinta a la que se irradiaba desde La Habana, como bien dejara claro El Corno:
Se habló, o quizás sólo se sugirió, la existencia de un
hombre nuevo, se mencionó la nueva era, y se dijo que paralelamente a la
reforma agraria era inaplazable una reforma agraria del espíritu. [sic] Transformar la sociedad? Por supuesto. Pero sobre la
base de un profundo cambio en la naturaleza del hombre. Es decir, propusimos un
método a la inversa de toda lógica: cambiándonos a nosotros mismos
transformaremos el mundo en que vivimos.26
En los debates más conocidos de la época las alusiones a
esta red de solidaridad y sus participantes o promotores fueron mínimas. Los
únicos registros primarios son una antología de El techo
de la ballena que preparó Ángel Rama y la cual no fue publicada hasta
1987,27 y algunas menciones
aisladas en Casa de las Américas sobre El Corno Emplumado. Miguel Grinberg fue invitado a ser
jurado del premio literario de Casa de las Américas en 1965, pero este es un episodio
censurado de la historia de la literatura cubana, pues a ese mismo jurado fue
invitado Allen Ginsberg, el cual terminó siendo expulsado del país por sus
comentarios críticos a la figura de Fidel Castro y sus relaciones con un grupo
de escritores underground,
en su mayoría homosexuales y negros que se reunían alrededor de la editorial El Puente.
Aunque Valeria Manzano ha adelantado un importante camino
en historiar esa red contracultural de revistas y movimiento de solidaridad en
los sesenta, aún queda mucho por hacer al respecto, la primacía la han tenido
las revistas vinculadas a la red intelectual que se nutrió alrededor de Cuba.
Los estudios sobre los sesenta se han concentrado en la red intelectual
“hegemónica” que se articuló desde revistas vinculadas al proceso cubano como Casa de las Américas, Marcha
y en las que entraron en polémicas con ellas, Mundo Nuevo
o Libre. Este vacío historiográfico responde al
protagonismo de estas últimas y a una herencia que concentra su mirada a los
sesenta en torno al paradigma revolucionario que fomentó la revolución cubana.
La correspondencia solidaria
La sección de correspondencia fue
una de las más llamativas y polémicas de la revista. En ella se publicaron las
misivas que escritores o artistas les enviaban al Corno
y la de los lectores más frecuentes, lo cual permite acceder a la recepción de
la revista y su impacto en la intelectualidad latinoamericana. La sección
pretendía ser “un lugar donde los poetas podían expresar criterios divergentes
y defender sus ideas sobre el arte y la sociedad. Esas ideas a veces eran
discrepantes, y alentábamos esos desacuerdos planteados por uno u otro”
(Randall, 2015, p. 105). Esta característica fue recurrente en la publicación
que utilizó la sección como un medio de convertir a la revista en un espacio de
diálogo intelectual. El hecho que publicaran cartas que pudieran considerarse
privadas nos habla de la intencionalidad de la revista de mostrar los afectos
que se generaron alrededor de la conformación de esta comunidad intelectual,
sus diálogos, discusiones e incluso sus formas de vida.
Las cartas se convirtieron en una suerte de espacio
íntimo de la revista y de sus lectores. Al hacer público lo que puede pensarse
como privado se hizo latente la red de solidaridad intelectual que tejió El Corno. En misiva de Ernesto Cardenal a Sergio
Mondragón, el poeta nicaragüense le comentaba:
Te diré: ustedes están creando la verdadera Unión
Panamericana. La Unión Panamericana es la de los poetas, no la de esos que se
sientan en los banquetes y “devoran a mi pueblo como si fuera pan” como dice el
Salmo. Los poetas son los que se entienden, a pesar de las barreras del idioma,
porque ellos son los que tienen los órganos de comunicación, son la voz de la
tribu. Si los poetas no realizan el Panamericanismo nadie más lo hará. Y lo
están haciendo. Y por primera vez en la historia se comenzarán a entender el
pueblo norteamericano y el hispanoamericano, en un verdadero entendimiento de
pueblos, porque se entienden sus poetas.28
A través de este espacio también podemos rastrear las
discusiones de esta red y cómo sus vínculos se estrechaban cada vez más. La
correspondencia fue fundamental para articular este movimiento de solidaridad y
es posiblemente la fuente más tangible de cómo se articuló esta red y qué
objetivos persiguió. En ella encontramos las cartas de Grinberg a El Corno sobre los preparativos del I Encuentro de
Poetas, o los comentarios de los nadaístas sobre el
movimiento de Nueva Solidaridad. A la vez permite rastrear los recorridos
individuales de las figuras que conformaron la red.
El uso de la correspondencia para trazar esos lazos de
fraternidad fue fundamental en El Corno. Ella fue
un medio de vínculo y diálogo entre las diferentes latitudes de esta red, a la
vez la solidaridad se expresó muchas veces en las cartas que se publicaban.
Además de las cartas de los lectores, en las que narraban no sólo sus
impresiones sobre El Corno, sino también sus
últimas hazañas: la lectura de un ejemplar o la participación en una
manifestación, se publicaba la correspondencia entre los propios colaboradores
en la que se expresaban de forma muy personal. Fueron habituales las cartas
entre Mondragón, Arango, Grinberg y también del ballenero Edmundo Aray, el
poeta ecuatoriano Ulises Estrella, y los más consagrados Ernesto Cardenal y
Roque Dalton.
Después de El Primer Encuentro de Poetas, con el apoyo de
Margaret Randall, Miguel Grinberg se dirigió a Estados Unidos para entablar
contacto con miembros de la Generación Beat y en su primera misiva publicada en
El Corno le comentaba:
Los revolucionarios políticos nos seguirán acometiendo,
pues de alguna manera se dan cuenta que quedaron rezagados. Nuestra firmeza,
nuestra unión y nuestras realizaciones futuras serán el argumento que les haga
no temer la reforma agraria del espíritu de que hablamos. Y debemos seguir
creando, uniendo la acción a la palabra, tanto en el hogar como en la calle,
tanto en la meditación solitaria como en el diálogo con los demás.29
La recepción del viaje de Grinberg a Estados Unidos no se
haría esperar y en 1964 Thomas Merton le escribía a Margaret y Sergio:
It was great to have Miguel [Grinberg] come through Kentucky. Ron brought him down in cataracts
of rain and it was so dark you
could hardly see anything but
we took some
dark pictures and spoke of the
Encuentro and the New Man. The
idea of the New Solidarity is impressive
and real. There can be no renewal
of life and intelligence until poets and artists have restored… freedom and unpredictability wich have been
destroyed by the politicians.30
A modo de cierre
A partir de 1964 la red
intelectual alrededor de El Corno se fue
resquebrajando y el proyecto de Nueva Solidaridad se disgregó de acuerdo con
los distintos caminos intelectuales de sus miembros. En una carta publicada en
julio de 1965, Grinberg manifestaba su inconformidad con los reclamos políticos
que se percibían en los discursos de los escritores de la época, a la vez que
manifestaba cierta decepción de su viaje por Estados Unidos y disconformidad
con muchos de los preceptos que se venían manejando en el círculo intelectual a
su alrededor:
La nueva solidaridad nunca deberá ser una bandera. Deberá
ser un sentimiento silencioso. Discutir y negar al prójimo es convertirse en
embajador de la muerte. […] Hay mucho fanatismo y sordera en todas partes. Sí,
una vez LeRoi Jones me escribió que el Corno
necesitaba “a stronger editorial hand”.
Sí, se lo escribí a Ernesto. Sí, no te lo escribí a vos. Tanto el Corno como el
Eco han publicado cosas malas, no es novedad. No tengo nada que criticarte. Es
muy fácil opinar cuando el que se rompe el lomo sacando una revista es otro. Le
comenté eso a Cardenal antes de conocer personalmente a un montón de gente.
Pero después de 100 días con los poetas de Nueva York, después de estar con los
poetas nicaragüenses y de mucho más [...] vengo dándome cuenta que en muchos
casos la poesía es un buen pretexto para encubrir la pereza espiritual y la
pobreza psíquica. Muchos que parecían ser maravillosos humanistas por carta,
personalmente resultaron vacíos, resentidos y destructivos. El verdadero poeta
lo es sin necesidad de pregonarlo. El verdadero revolucionario lo es sin
publicitario.31
No obstante, el diálogo entre una parte de esta red
continuaría, al igual que Grinberg, Gonzalo Arango desde Colombia se mantuvo
presente en la sección de “Cartas” y a la altura de 1966 les decía:
A mí, personalmente, el Corno me ha hecho sentir más
americano, ligado a una nueva dimensión espiritual de poeta y de hombre, pues
la fraternidad que no ha logrado la oea
entre nuestros pueblos, la he sentido palpitar en la insumisión y la belleza de
esas oleadas de poesía que nos trae el Corno cada vez, y que nos pone ante el
espejo de nuestra realidad neta, brutal, insobornable, conquistando nuestro
destino en el arte y en la vida, como poetas maravillosos y como maravillosos
pueblos.32
En enero de 1965, en su nota editorial, la revista
festejaba su alcance y pronunciaba la dicha de lo logrado, para El Corno, la verdadera victoria era haber establecido una
comunicación tan variada y prolífera entre la poesía de América:
[…] la labor que en un principio parecía imposible para
una pequeña revista literaria independiente, ha sido felizmente realizada: tres
años ininterrumpidos de trabajo, 13 números de El Corno Emplumado puntualmente
aparecidos y convencionalmente distribuidos en los distintos países del
continente, y lo que es más interesante: la comunicación que este hecho ha
propiciado entre los diversos poetas y movimientos poéticos de América, lo que
solo es una pequeña parte del fenómeno humano más importante de los últimos
2,000 años: la revolución espiritual de la conciencia contemporánea.33
Aunque el proyecto de solidaridad de El Corno estuvo mayormente ligado a la red intelectual que
se gestó en torno a Nueva Solidaridad, iría mutando a otros presupuestos en
consonancia con la evolución misma de la idea de solidaridad en la época.
Recordemos que a partir de 1965 se comienzan a gestar con más fuerzas
encuentros como la Conferencia Tricontinental o la Organización de Solidaridad
de los Pueblos de África, Asia y América Latina que reforzaron una idea de
solidaridad vinculada a la revolución cubana. En próximas notas editoriales, la
voz solidaria de El Corno giraría a condenar la
expulsión de Cuba de la oea
o la guerra en Vietnam. Los nombres del Che o Regis Debray comenzarían a ser
los nuevos paradigmas intelectuales, y el número 18, en abril de 1966, estaría
dedicado al asesinato del cura guerrillero Camilo Torres.
Uno de los factores que influyó en esta resignificación
de la noción de solidaridad fue el creciente apoyo de El
Corno a la revolución cubana. Para mediados de la década cada vez se
hacía más difícil construir un espacio intelectual que no estuviera plagado por
el tema “Cuba”. Uno de los más emblemáticos posicionamientos al respecto fue la
publicación de un número entero dedicado a la poesía cubana. Aunque era
habitual que El Corno
ofreciera números consagrados a la literatura de varias naciones, el dedicado a
Cuba, desde su portada,34 su nota editorial o
la configuración del índice, demostraba una clara toma de postura a favor del
proceso revolucionario. En la nota editorial expresaban: “el corno emplumado
ofrece desde México este número como su homenaje al 26 de julio, y en un
modesto intento de romper el bloqueo cultural que, paralelo al económico, han
impuesto a Cuba los gobiernos del continente americano, como medida desesperada
ante su propia impotencia, […] vamos a dejar a la poesía cubana hablar por sí
misma”.35
El ejemplar incluyó una amplia selección de poetas
cubanos, la crónica “Cuba: impressions eight years from
triumph”, de Margaret Randall, una declaración del
consejo de colaboración de la revista Casa de las Américas
condenando el militarismo de la OEA y acciones de
la Alianza para el Progreso en América Latina y las reseñas de los libros ¿Revolución en la revolución?, de Regis Debray, y Paradiso, de José Lezama Lima. Sobre este, Margaret
Randall recuerda:
Este número de El Corno tiene
una historia interesante. Habíamos publicado escritores cubanos anteriormente,
y también había vendido 500 suscripciones a la revista a la Unión Panamericana,
el brazo cultural de la Organización de Estados Americanos (OEA). La Unión se opuso a que ofreciéramos un foro a los
escritores cubanos, y amenazó con cancelar sus suscripciones si continuamos
publicándolos. No nos comprarían y cancelaron sus suscripciones. La revista
continuó su camino independiente (Mondragón y Randall, 2020).
El número se conformó tras la visita de Randall a La
Habana en enero de 1967 para asistir a una reunión de poetas y críticos
literarios en homenaje al aniversario del nacimiento de Rubén Darío. El
ejemplar aparecería en julio en honor a la fecha revolucionaria cubana del 26
de julio. La poeta regresaría a Cuba en 1968 para el Congreso Cultural de La
Habana y en 1969 volvería tras el cierre de El Corno
llegando a vivir casi toda la década del setenta en la isla.
El proyecto de solidaridad de la revista, aunque más
cohesionado en sus primeros cuatro años, intentó unificar la revolución
espiritual con la comunicación y la fraternidad entre escritores y artistas.
Como “verdaderos embajadores de solidaridad continental” se trazaron una misión
que superó las expectativas de sus mismos propósitos y logró nuclear a una
vasta red intelectual que terminó imponiendo algunas de las características más
importantes del universo intelectual latinoamericano de los sesenta del siglo XX. En 1969, El Corno Emplumado
llegó a su fin, principalmente por la censura política. Tras haber apoyado el
movimiento estudiantil del 68 perdió casi todo su financiamiento y la mayoría
de las imprentas se negaron a imprimir la revista. Los tiempos cambiaban y los
sucesos del año anterior impondrían nuevas dinámicas al campo intelectual y sus
redes.
Lista de referencias
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latinoamericana. Utopía y Praxis Latinoamericana, 8(20), 105-115. Recuperado de
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Thompson, J. (2002). Ideología y
cultura moderna. Teoría Crítica social en la era de la comunicación de masas.
México: Universidad Autónoma Metropolitana.
1 Por sólo mencionar algunos: Claudia Gilman,
Rafael Rojas, Leonardo Candiano, Silvia Sigal, Beatriz Sarlo, Juan Carlos
Quintero Herencia y Jorge Volpi.
2 Al respecto, además de los trabajos de Alexandra Pita e Isabel de León, los
libros Redes intelectuales en América Latina. Hacia la
constitución de una comunidad intelectual, de Eduardo Devés-Valdés (2007) y Revistas en
América Latina: proyectos literarios, políticos y culturales, coordinado
por Regina Crespo (2010), resultan fundamentales para el estudio de redes
intelectuales.
3 Margaret Randall y Sergio Mondragón, los fundadores de El Corno Emplumado, estuvieron casados durante casi toda
la existencia de la revista.
4 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 1, 1962, p. 5.
5 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 6, 1963, p. 6.
6 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 6, 1963, p. 6.
7 Pensemos en Les Temps Modernes, primer gran paradigma de revistas
comprometidas o en la revista cubana Nuestro Tiempo,
creada en 1948 por varios de los que después del triunfo de la revolución
serían colaboradores de Lunes de Revolución y Casa de las Américas.
8 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 3, 1962, p. 5. Las cursivas son del texto original.
9 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 2, 1962, p. 5.
10 Gonzalo Arango, “Manifiesto Nadaísta”, El Corno Emplumado, núm. 7, 1963, p. 92.
11 Outcry fue una de las revistas más activas del mundo contracultural estadunidense
en los años sesenta.
12 Alex Rode, “Carta”, El Corno
Emplumado, núm. 9, 1964, p. 141.
13 Alex Rode, “Carta”, El Corno
Emplumado, núm. 9, 1964, pp. 149-150.
14 Revista fundada en 1962 por Thelma Nava y el crítico literario Luis Mario
Schneider. Junto con El Corno Emplumado,
Cuadernos del Viento y El
Rehilete, formó parte de las revistas poéticas de los sesenta que se
alzaban como plataforma de una joven generación de escritores. En 1967 llegó a
su último número, pues después del apoyo al movimiento estudiantil del 68 no le
fue posible lanzar nuevos ejemplares. Entre sus principales colaboradores se
encontraban Juan Bañuelos Jaime Sabines, Homero Aridjis, Ernesto Mejía Sánchez,
Marco Antonio Montes de Oca, Efraín Huerta y Salvador Novo.
15 Nombre de nacimiento del poeta afroamericano Amiri
Baraka. Autor del poemario Preface to a Twenty-Volume
Suicide Note (1961) y de los ensayos de crítica musical Blues People (1963) y Black Music. Visitó Cuba en julio de 1960 y escribió el ensayo
“Cuba Libre” publicado en la revista Evergreen Review en diciembre de 1960.
16 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 7, 1963, p. 5.
17 Miguel Grinberg, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 7, 1963, pp. 173-174.
18 Antes del encuentro de los poetas en la Ciudad de México podemos rastrear
otras iniciativas similares que, aunque gestadas fuera de esta red, nos remiten
a un ambiente de época y a cómo están pensando los intelectuales sus formas de
vincularse. En este sentido podemos mencionar el Primer Encuentro de Escritores
Americanos, convocado en enero de 1960 por el poeta chileno Gonzalo Rojas en la
Universidad de Concepción y el Congreso de Intelectuales de Concepción en 1962,
organizado también por Gonzalo Rojas.
19 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 10, 1964, p. 5.
20 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 10, 1964, p. 5.
21 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 10, 1964, p. 5.
22 “Primer encuentro americano de poetas. Movimiento NS (Nueva Solidaridad).
Declaración de México”, El Corno Emplumado, núm.
10, 1964, p. 112.
23 “Primer encuentro americano de poetas. Movimiento NS (Nueva Solidaridad).
Declaración de México”, El Corno Emplumado, núm.
10, 1964, p. 113.
24 “Primer encuentro americano de poetas. Movimiento NS (Nueva Solidaridad).
Declaración de México”, El Corno Emplumado, núm.
10, 1964, pp. 112.
25 La revista Lunes de Revolución (1959-1961)
promovió en Cuba un amplio debate sobre la libertad de creación y los límites
del compromiso intelectual. Casa de las Américas,
también desde Cuba, publicó varios trabajos al respecto.
26 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 10, 1964, p. 5.
27 Ángel Rama había seleccionado los escritos desde 1974, y al no encontrar un
editor para el volumen, publicó solamente un texto sobre los balleneros (como
comúnmente se les decía) que llamó “Prólogo”. Finalmente, el proyecto no
fructificaría y la antología no sería publicada hasta 1987, después de su
muerte.
28 Ernesto Cardenal, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 5, 1962, p. 146.
29 Miguel Grinberg, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 10, 1964, p. 118.
30 Thomas Merton, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 11, 1964, p. 154.
31 Miguel Grinberg, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 15, 1965, pp. 147-148.
32 Gonzalo Arango, “Carta”, El Corno Emplumado,
núm. 18, 1966, p. 232.
33 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 13, 1965, p. 5.
34 La portada del número estuvo a cargo de Felipe Ehrenberg y con llamativos
colores mostraba una bandera cubana junto a unos hombres barbudos en clara
alusión metafórica a “lo revolucionario”.
35 “Nota de los editores”, El Corno Emplumado,
núm. 23, 1967, p. 5.
* Maestra
en Historia por la Universidad Iberoamericana. Estudiante del doctorado en
Historia, Universidad Iberoamericana. Líneas de investigación: historia de los
intelectuales e historia del tiempo presente.