Hace 100 años, igual que durante 2010, el gobierno de México, entonces encabezado por Porfirio Díaz, impulsó los festejos del Centenario de la Independencia apoyado en un amplio programa de actividades que incluía elocuentes discursos, ceremonias conmemorativas a los héroes de la independencia, inauguraciones de monumentos, parques, obras, edificios de beneficencia pública, colocación de primeras piedras, exposiciones científicas y artísticas, obras de ampliación, concursos y conferencias. Para las fiestas del Centenario, don Porfirio "echó la casa por la ventana" en aras de mostrar al mundo la imagen de un país culto y civilizado, moderno, similar a aquellas naciones consideradas como las más avanzadas en el entorno internacional.
A diferencia de hace 100 años, ahora los grupos involucrados en los festejos son numerosos. No sólo se trata del presidente y de la clase dirigente, sino de artistas, intelectuales, activistas, gobiernos estatales, universidades, entre otros. Asimismo, los objetivos han cambiado, muestra de ello es la Historia de México,coordinada por Gisela von Wobeser y publicada por la Presidencia de la República, la Secretaría de Educación Pública y el Fondo de Cultura Económica, cuyos fines tienen que ver, por un lado, con la función que tiene la historia para la clase dirigente (el uso político y hasta demagógico que el Estado le da a la historia nacional, la historia romántica, gloriosa, de las grandes proezas) y, por otro, con el quehacer de los historiadores profesionales en México a través de la Academia Mexicana de la Historia.
La clase dirigente, en voz del presidente, propone que la celebración del Bicentenario y del Centenario sirva para impulsar el desarrollo sustentable al que aspira el país a través de la difusión del conocimiento de la historia, de la reflexión histórica y de la historia épica, de gloria. De ahí la razón de ser de esta publicación dirigida, según el presidente, "a todos los mexicanos con el ideal de acercarlos al pasado, para entender el presente y construir un mejor futuro", es decir, aplicar la vieja fórmula idealista que los historiadores pregonamos sobre la utilidad de nuestra ciencia.
A diferencia de Porfirio Díaz, quien con las celebraciones del Centenario quiso mostrar al mundo la imagen de un país culto, civilizado, moderno, en la introducción de la Historia de México, Felipe Calderón hace hincapié en los deseos de un mejor futuro para el país: una nación más justa y próspera, con más oportunidades de educación, salud, servicios públicos para todos los mexicanos; con crecimiento económico, justicia; que compita y gane en una economía global, un país más seguro, donde impere el Estado de derecho; con más libertad e independencia, donde sus habitantes tengan una vida digna y democrática, con una sociedad plural en donde la política sea una democracia efectiva. Un México con una presencia sólida en el mundo; más limpio, con desarrollo armónico con el medio ambiente.
El discurso político de la celebración de la hazaña independentista y revolucionaria muestra los grandes retos y problemas que el país enfrenta hoy día (los cuales hace 100 años don Porfirio hábilmente ocultó), pero al igual que en la época de Díaz, aún estamos esperando impulsar la economía y la competitividad para estar a la altura de los países más desarrollados del mundo.
Otros aspectos que el discurso presidencial subraya en la introducción de esta obra son la patria y el orgullo de ser mexicanos. La alocución, el eslogan, está plagado de expresiones tendentes a exaltar el amor a la patria, a hacer una patria más libre, ¡3! celebrar el año de la Patria (a elogiar a nuestro país, a nuestra gente). Se llama a celebrar 200 años de ser "orgullosamente mexicanos". Es un discurso oficial que apela a la unidad, en que se reitera que todos somos mexicanos y debemos unirnos en torno a nuestra nación. También se recurre al "uso público de la historia", que coloca a la nación y al nacionalismo como centro de interés preferente para la cultura ciudadana y para el sistema educativo. Se utiliza el pasado, ciertos símbolos y fechas, para exaltar la unidad de todos los pobladores del territorio nacional y así encontrar una identidad común. Al igual que en la mayoría de los países del mundo, determinados hechos históricos son usados como símbolos del nacionalismo mexicano, un nacionalismo moderno constituido históricamente, en el que cada Estado nación trata de desarrollar una síntesis de historia, cultura y tradiciones.
En cuanto al quehacer de los historiadores profesionales, la Historia de México muestra que el gremio contribuye, a través de su trabajo, a fortalecer la identidad y la unidad nacionales. Como señala el destacado historiador David Brading, los historiadores
han participado en la búsqueda de símbolos, mitos y conceptos para definir la identidad de patria y nación que comenzó con los intelectuales mexicanos a partir de las primeras décadas del siglo diecisiete, y este afán prosigue hasta hoy en día.
Actualmente, con nuestras investigaciones, algunos historiadores profesionales favorecemos que nuestra materia se convierta en instrumento de persuasión nacionalista, función legitimadora de la construcción y existencia de los Estados nacionales.
Uno de los propósitos de la Academia Mexicana de la Historia es la divulgación de la historia a través de obras como la Historia de México. En ella participan trece reconocidos historiadores que nos explican, a través de los pasajes más importantes de la historia nacional, quiénes somos los mexicanos; nuestro origen y las principales características raciales, sociales, culturales, religiosas y políticas que hemos adquirido a través de los siglos. El trabajo comienza con un ensayo de Manuel Ceballos Ramírez el cual resalta que una de las características de nuestro país son los regionalismos, es decir, las peculiaridades y diferencias geográficas, demográficas y productivas de cada región que conforma la nación, regionalismos que se han formado a lo largo de la historia y son elementos de los cuales se debe partir para impulsar nuevos proyectos para el futuro de la sociedad mexicana.
Miguel León Portilla señala que sólo entendiendo nuestras raíces prehispánicas podemos comprender el México y a los mexicanos de hoy; de ahí la relevancia de la historia de los primeros pobladores (olmecas, zapotecas, mayas, mexicas o aztecas) que ese establecieron en lo que se conoce como Mesoamérica. El virreinato de Nueva España es explicado en tres diferentes apartados, cada uno de los cuales abarca un siglo, en que se destacan los procesos más importantes. En el siglo XVI, José María Muriá destaca el encuentro de dos mundos (indígena y español) que dio lugar a la conquista y a la colonización; la llegada de los españoles a territorio mesoamericano y la manera en que esto provocó que todo cambiara: la naturaleza, la población, las estructuras políticas, la sociedad y la economía. La paulatina incorporación de la lengua castellana, el sistema jurídico español, la religión católica, la escritura occidental, la economía de mercado, el pensamiento y las costumbres hispanas, entre otros elementos. Esto se construyó sobre la pacificación y la unificación de los antiguos señoríos, el mestizaje facial y cultural, la reconfiguración del paisaje, temas abordados por Gisela von Wobeser.
Del siglo XVII Alberro Manrique destaca el momento extraordinario que vivieron la cultura, el arte y las letras. Del XVIII Ernesto de la Torre Villar brinda un panorama general de la población, la organización social, política y cultural. El siglo XIX se divide en tres grandes capítulos. El primero, dedicado a la independencia (1808—1821), en el cual Virginia Guedea explica el proceso por el que Nueva España se convirtió en el México independiente, y el inicio de la formación del Estado nacional mexicano. El segundo, que abarca de 1821 a 1848, es decir, del establecimiento del México independiente a mediados del siglo, es abordado por Josefina Zoraida Vázquez, quien destaca las crisis políticas recurrentes: el imperio mexicano, la primera república federal, el federalismo, la guerra con Estados Unidos, la bancarrota y el estancamiento de la economía. El tercero, analizado por Andrés Lira, trata sobre la consolidación nacional (1853—1887), periodo que se caracterizó por cierta estabilidad política, el paso al orden constitucional, en medio de lo cual el país vivió una guerra civil (la guerra de Reforma), una intervención extranjera encabezada por Francia y el establecimiento de un segundo imperio. Fue el proceso, la lucha para establecer al gobierno en plena vigencia de la Construcción y con ello el orden republicano que finalmente derivó en el liberalismo conservador.
El porfiriato, es decir, el periodo que va de finales del siglo XIX a principios del XX, en donde el protagonista principal fue Porfirio Díaz, merece un apartado especial de este libro. Allí, Javier Garciadiego narra el ascenso y consolidación en el poder, la característica central del régimen: "poca política y mucha, administración", su decadencia y caída. álvaro Matute analiza la etapa titulada "Los años revolucionarios 1910—1934", centra su atención en lucha armada, el movimiento constitucionalista, la constitución de 1917 y la aparición de los caudillos (álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles). Posteriormente, Jean Meyer desarrolla el periodo de 1934 a 1988, tomando como ejes temporales y explicativos los principales acontecimientos en los periodos presidenciales de Lázaro Cárdenas, ávila Camacho, Miguel Alemán, Ruiz Cortines y Gustavo Díaz Ordaz (en donde se subraya la matanza del 2 de octubre de 1968). La participación de Meyer cierra señalando los problemas económicos y la crisis económica a partir de 1982.
El libro cierra con la participación de Enrique Krause, quien hace una reseña de los sucesos más significativos del "México contemporáneo": la transición a la democracia (en medio del juego político de Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox), los conflictos entre Andrés Manuel López Obrador y Vicente Fox, la apertura al libre comercio como pieza principal del engranaje para inducir el crecimiento económico y la estabilidad, la rebelión zapatista (1 de enero de 1994), la migración a Estados Unidos, la participación ciudadana, la guerra al narcotráfico y el reconocimiento de dos mexicanos sobresalientes, uno en el ámbito de la cultura, Octavio Paz, y el otro, Mario Molina, mexicano universal.
La Historia de México, publicada por la Academia Mexicana de la Historia y el gobierno federal, es una obra de divulgación, por lo que el lector no debe esperar grandes novedades teóricas ni interpretativas. Es fundamentalmente un texto, realizado por connotados especialistas, que presenta la síntesis de las etapas más importantes de la historia de nuestro país desde la etapa prehispánica hasta 2008. Cada periodo comprende, por lo menos, 50 años, narrados en diez cuartillas o menos, lo cual debió ser un gran reto intelectual para los participantes. Asimismo, es una obra clásica en varios sentidos. Desde los historiadores que participan en ella, considerados unos clásicos en sus áreas, hasta la manera en que cada etapa histórica se desarrolla, principalmente se destacan eventos sociales, políticos y económicos, los ejes tradicionales con que se ha analizado la historia.
Una limitante de esta obra es que carece de una conclusión general sobre todo el proceso histórico que México ha vivido a lo largo de los siglos, el cual se desarrolla a lo largo del trabajo. Es decir, no hay un balance final de nuestra historia. Tampoco hay una reflexión final sobre lo que significan la independencia y la revolución en términos de identidad, de consolidación de país, de consolidación del Estado mexicano, que es parte del objetivo central por el cual fue realizada esta obra. Asimismo, a pesar de ser una obra de difusión (que quiso ser una obra equilibrada: no tan pequeña como la Historia mínima de El Colegio de México, de 100 páginas, o la Historia general de México, de vatios tomos) no es tan corta en sus dimensiones: 277 páginas en letra pequeña, lo cual, en un país de pocos lectores, no parece ser una obra muy atractiva para el público en general.
Una crítica que merece este libro es que describe una historia centralista, es decir, vista desde la ciudad de México, sobre todo para los siglos XIX y XX. Ciertamente muchos de los procesos de nuestra historia tienen como eje la ciudad de México. El centralismo es una característica de nuestro pasado y presente, pero la historia de nuestro país se ha construido también afuera de la ciudad de México, en los estados, con otras características a las del centro, con otros tiempos, otras dinámicas, con otros actores que aparecen muy poco en esta obra. De hecho la propuesta inicial del texto, los regionalismos, se va perdiendo a lo largo del trabajo. El centralismo también se manifiesta en los historiadores que participan. Salvo un caso, Manuel Ceballos, todos los demás son profesores—investigadores de instituciones de la ciudad de México (UNAM o El Colegio de México). El peso de ambas instituciones así como las contribuciones al conocimiento de la historia de México de cada uno de los académicos que aquí participa es innegable, pero también es indudable que hay destacados historiadores en diversos estados de la república que en los últimos años han hecho contribuciones igualmente relevantes para comprender y entender" mejor la histeria de nuestro país, por lo que hay un hueco significativo en la participación de estudiosos del pasado que viven y ejercen su profesión fuera de la ciudad de México.
Los historiadores que participan en este libro sin duda han hecho grandes aportaciones al conocimiento del pasado de México con sus investigaciones y reflexiones. La mayoría, si no todos, han divulgado su conocimiento en universidades e instituciones de posgrado especializadas en el estudio de la historia. Es decir, han difundido su ilustración sobre todo a un círculo selecto y en determinadas instituciones a las cuales sólo un grupo limitado tiene acceso. Por su formación, trayectoria y desarrollo profesional, la manera de escribir, sus ideas y los planteamientos de estos historiadores están pensados para un determinado sector de la sociedad mexicana, con interés en la historia, con cierto nivel de comprensión, con cierto bagaje cultural. Es decir, hay una distancia muy importante entre el conocimiento histórico, las grandes investigaciones de los destacados pensadores mexicanos y un contingente más amplio de la sociedad mexicana. El punto central para acercar a ambos polos (historiadores profesionales y sociedad en general) está en la manera de trasmitir, enseñar y mostrar de manera accesible, sencilla, los procesos históricos y los nuevos descubrimientos que cada día el gremio de los historiadores va realizando. Aspecto nada sencillo y que poco interesa a mis colegas, ya que se asumen como profesionales que se dedican a formar investigadores y no a la difusión de la historia. Son fundamentalmente investigadores—historiadores de licenciatura y, sobre todo, de posgrado.
La Historia de México es una de las maneras en que el círculo de historiadores profesionales difunde el pasado de nuestro país. Sin embargo, deberíamos dar un paso más allá, es decir, aprender de los educadores, de los pedagogos, para presentar trabajos de difusión de la historia más imaginativos y creativos cuyo fin sea llegar a círculos más amplios de la sociedad mexicana, que rompan el esquema tradicional y hasta anticuado de difundir la historia. Por ejemplo, se puede promover la realización de juegos de mesa (una lotería, un turista, un rompecabezas) sobre la historia de México y sus procesos más importantes asesorados por los distinguidos historiadores. Otra opción serían las historietas, un cómic e incluso un video—juego. Estos instrumentos didácticos además de ser divertidos, amenos, llevarían el conocimiento histórico a grupos más grandes de mexicanos. Estas propuestas podrían parecer alejadas del quehacer de los "grandes historiadores". Alguien podría decir que eso es para maestros de educación básica. Esta postura se debe a la falta de conocimiento de las técnicas básicas de la didáctica y la pedagogía (que son muy poco conocidas y aplicadas entre el gremio) y también a cierto desprecio a los métodos de enseñanza que, por otro lado, nos ayudarían a transmitir mejor el conocimiento histórico y, sobre todo, a tener una mayor cercanía con la sociedad mexicana en sus diversos niveles, es decir, hacer más accesible y comprensible lo que hacemos para un sector más amplio de la población. Ello justificaría aún más nuestro trabajo, sobre todo en una sociedad que en términos generales está alejada del conocimiento histórico debido, en parte, a la manera en que se enseña esta materia en los niveles básicos.
Si hacemos un examen crítico, podemos llegar a la conclusión de que al grueso de la sociedad mexicana le interesa poco el significado que tiene para el país festejar el Bicentenario y el Centenario y, sobre todo, muestra también que los historiadores profesionales no hemos sabido transmitir con claridad la relevancia de estos acontecimientos para la vida nacional. Un ejemplo de ello es una discusión que se dio en Internet acerca del tema. En opinión de una serie de jóvenes, los discursos y "sermones" que se avienta el presidente son un claro ejemplo de demagogia y simple discurso (simple oratoria sin ningún contenido, sin ideas de fondo).
El Bicentenario y el Centenario son emblemas que han ayudado a la construcción de nuestro país y nuestra identidad como mexicanos apoyados en el discurso del Estado y respaldados por la historia oficial, de ahí la relevancia y la justificación de hacer grandes festejos (desde un torneo de fútbol [Bicentenario], un partido de fútbol contra la selección de España en el estadio azteca, hasta monumentos como la torre Bicentenario en la ciudad de México). Por otro lado, y ubicándonos en otro contexto, está la misión de los historiadores profesionales, aquellos que nos dedicamos a analizar el pasado. Nuestro objetivo es examinar de manera crítica ambos acontecimientos. En ese sentido la importancia de conmemorar el Bicentenario y el Centenario radica, entre otras cosas, en la posibilidad de divulgar el conocimiento histórico, es decir, dar a conocer una visión crítica y reflexiva de lo que son estas conmemoraciones. Por lo que toca a los historiadores, hacer congresos, revistas, mesas de debate, presentaciones de libros, representa abrir un debate y reflexión en torno a nuestras conmemoraciones y, al mismo tiempo, estar presente en esta gran fiesta nacional.