El objetivo principal de este volumen es conmemorar el centenario del natalicio de Edmundo O'Gorman (1906–1995). La meta original era tenerlo listo para su distribución y venta en 2006, de modo que las fechas coincidieran; sin embargo, por alguna razón editorial o de otra índole fue preciso esperar tres años el anuncio de su aparición.
Está dividido en dos partes: un estudio preliminar titulado "El oficio de historiar" (seguido de los "criterios de selección") y un grupo de 27 escritos fechados entre 1932 y 1991, denominados en conjunto "El legado". La muestra en la parte segunda se compone mayormente de trabajos sobre historiografía, crítica textual y filosofía de la historia, pero también incluye significativos ejemplares de las incursiones de O'Gorman en la prosa de ficción y el debate periodístico. De hecho, la pieza inaugural es un cuento, "El caballo blanco" (1932). "El caso México" (1944) fue publicado en seis entregas por el diario Excélsior; lleno de alegatos punzantes y marcado por un tono intempestivo, es una denuncia de las injustas condiciones de los "hombres de cultura" en nuestro país al promediar la década de 1940. Las estrategias argumentales del ensayo "La historia como búsqueda del bienestar: un estudio acerca del sentido y el alcance de la tecnología" (1974) manifiestan la capacidad que siempre tuvo O'Gorman al tratar los asuntos más diversos para traer a colación, parafrasear y hacer valer como premisas de virtual poder axiomático ciertas tesis de otros pensadores para él dilectos, en este caso José Ortega y Gasset —probablemente su máximo héroe filosófico. Casi treinta años antes había elegido a Martin Heidegger como su rector filosófico–espiritual y teórico–metodológico para redactar Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947), esa magnífica mezcla de tratado polémico contra una visión burda del positivismo científico y de manifiesto vitalista–historicista (o como lo haya concebido), si bien toda la gala estilística, por supuesto, fue responsabilidad exclusiva suya. De esta gran obra y de La invención de América, Fundamentos de la historia de América y Destierro de sombras, para citar sólo cuatro entre las gemas principales de su amplísimo legado, se extraña siquiera un fragmento en Imprevisibles historias. Esto se debió, supongo, a unas particulares definiciones de "legado" y "antología" que la editora dio por válidas para esta ocasión, estimando como lo más cauto reunir textos completos únicamente, previniendo así que un erudito demasiado quisquilloso se indignase al no ver algún parágrafo "fundamental", a su juicio, entre los extractos de las monografías y tratados. Desde el punto de vista material, sin embargo, resultó saludable poner un alto a la selección donde se hizo, pues de otra manera la extensión (958 páginas) se habría desmesurado aún más, al punto de volver imposible hojear el libro con un mínimo de comodidad.
La ausencia de extractos de Crisis y porvenir..., en particular, está compensada por la inclusión de otros escritos magistrales acerca de la idea de una historia "cientificista", el método histórico y la filosofía de la historia en general, como son "El engaño de la historiografía" (1946), un desahogo tempranero en clave heideggeriana contra lo que asumía como la típica postura positivista en la investigación histórica, según la veía representada en y fomentada por Silvio Zavala; "La historia: apocalipsis y evangelio. Meditación sobre la tarea y responsabilidad del historiador" (1976), su alocución de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, y "Fantasmas en la narrativa historiográfica" (1991), leído al recibir el doctorado honoris causa en humanidades por la Universidad Iberoamericana —y cuyo pasaje final sugirió el título Imprevisibles historias. Muchas ideas expresadas en "El engaño de la historiografía" reaparecen sustancialmente en los dos textos posteriores, y si bien los tres carecen del vigor analítico, la fuerza de imaginación especulativa y la insidia retórica, muy convincente a primera vista, que despliega el impresionante ensayo "Historia y vida" (1956; no incluido en esta colección), revelan tanto como el último ciertas inconsistencias o simplificaciones típicas en el sistema argumental y el razonamiento lógico de O'Gorman para tratar esa clase de temas.
Fue a través de la crítica documental y los ejercicios de atribución autoral donde O'Gorman probó ser dueño de una excepcional destreza para formular hipótesis explicativas de problemas legítimos en casos historiográficos bien establecidos. En verdad, la crítica de la historiografía colonial mexicana, y la historia de esa crítica, deben mucho a la pericia de O'Gorman para enfrentar las dificultades o los enigmas en ciertas obras de Toribio de Benavente "Motolinía", Bartolomé de las Casas, Pedro Mártir de Anglería, Joseph de Acosta y Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros. Un conocimiento adecuado de estos autores y sus respectivos libros, mejor organizado y calificado desde el punto de vista lógico, es accesible actualmente gracias a los excelentes estudios preliminares, introducciones, anexos, cronologías y otros auxiliares con que O'Gorman los enriqueció al editarlos para diversas editoriales. Debemos felicitarnos porque Imprevisibles historias reúne, completos, once ejemplares de la maestría ogormaniana como intérprete textual y razonador a partir de un limitado cúmulo de evidencias. (Durante la transcripción de varios, lamentablemente, se cometieron fallas por omisión, exceso y confusión; ejemplo de exceso: copiar al calce notas que tienen sentido en la fuente de donde provienen, mas no en la presente edición; así, las notas 1 y 2 en la página 193 remiten a "apéndices" inexistentes, y la nota 4 en la página 534 propone ver el "documento 1" en un "apéndice documental" cuya búsqueda no deja de ser infructuosa.)
Es tiempo de abordar la composición prologal de la editora. De hecho, mi motivación principal para escribir esta reseña fue decir algunas cosas a propósito de tal composición. Logra su meta elemental: presentar una semblanza de la vida y la carrera intelectual de O'Gorman. Marginando las repeticiones, los giros marcados de nostálgica emoción y el rosario de notas al pie, absolutamente innecesario,1 llama la atención su elevada falta de originalidad. Así es desde el título, "El oficio de historiar"; esta noción autocomplaciente de que "historiar" califica, básicamente, como una especie de oficio, delata una costumbre de evasión a reflexionar minuciosa y comparativamente sobre la historiografía entendida como un tipo de conocimiento, y justo por ello me parece un despropósito utilizarla para etiquetar una labor historiográfica, filosófica y lógica tan concienzudamente sistemática —valga la expresión— como la de O'Gorman. En cuanto al desarrollo, se articula en amplia medida por una sucesión de los mismos lugares comunes que suelen repetirse (en homenajes, números conmemorativos de revistas, cátedras, congresos, entrevistas a ex alumnos) para exaltar características dignas de encomio en la producción de O'Gorman, asumiendo que el inventario está completo y fue levantado con las debidas agudeza y penetración críticas. En efecto, aquí volvemos a leer las evocaciones canónicas de la genialidad de este "historiador filósofo", los laudos y los esquemas interpretativos de siempre, aunque la fraseología varíe un poco: que O'Gorman desafiaba la "historia positivista" y "asumió con valor la incapacidad del historiador de alcanzar la objetividad" (p. 18); que su método, precisión y erudición eran admirables, de ahí la espléndida calidad hermenéutica y heurística de sus prólogos (p. 21); que, atribuyendo a la historia "una propiedad más artística que científica" (p. 25), se orientó "hacia la defensa y peculiaridad del conocimiento histórico, liberado del empeño de la cientificidad que acosa y limita el trabajo propiamente histórico" (p. 23); que su historicismo revela su "muy particular teoría de la historia" (p. 29), tendente hacia una "historia filosófica" preocupada por la ontología (p. 30); que tenía una "enorme capacidad dialéctica" (p. 41); que sus polémicas con ciertos historiadores fueron instancias de una "confrontación entre dos tendencias: la científica positivista y la historicista" (p. 34); que, en fin, "redondeó un legado singular en la manera de pensar y elaborar sus muy particulares construcciones históricas", las cuales "mezclaban siempre las argumentaciones jurídicas y las filosóficas, dándole un originalísimo matiz a sus escritos" (p. 36).
Dictámenes y enunciados impresionistas de esta clase rebosan en el catálogo de las cosas que aún hoy se dicen comúnmente sobre O'Gorman, particularmente por quienes fueron sus alumnos y actualmente laboran en instituciones prestigiadas. Tal y como se los expone, son aceptablemente acertados, al menos proporcionan un vocabulario estandarizado para redactar elogios fugaces a su memoria, condimentar anécdotas del maestro en un aula o, en fin, bosquejar su semblanza biográfica–intelectual. No son, sin embargo, tan comprensivos, profundos y radicalmente originales como lo serían si la costumbre fuera observar detenidamente sus planteamientos, escrutar la configuración específica de sus aserciones, anatomizar sus razonamientos, en una palabra, si fuera investigar la obra de O'Gorman en lugar de satisfacerse con un puñado de proposiciones gastadas y más o menos apresuradas a su respecto. Contamos, es verdad, con estudios iluminadores de esa obra, sin embargo, todavía está por hacerse un esfuerzo para sondearla con todo el rigor analítico y lógico que decididamente puede soportar, pues en su construcción participaron unos métodos de definición conceptual, tratamiento lógico de la evidencia y argumentación teórica explícitos, por tanto, directamente accesibles a la evaluación lógica–crítica de vasto alcance.
Como puede comprobarlo quien lea buena parte de su "legado", O'Gorman generó muchas de sus páginas más memorables procurando, ante todo, definir las cualidades lógicas y filosóficas en los libros o manuscritos que abordó, casos de las crónicas de Indias y una cantidad respetable de tratados o ensayos de filosofía de la historia, para examinarlas después ordenadamente. Procedía del mismo modo para calibrar sus tácticas al entrar en liza con un polemista. En un intento de explicar esto, el estudioso tradicional de O'Gorman responde algo como: "Se debía a su entrenamiento filosófico y sus habilidades dialécticas, adquiridas y cultivadas mientras practicó la abogacía." La editora de Imprevisibles historias, como lo delata el último fragmento citado arriba de su estudio preliminar, suscribiría tal contestación. Como sea, el hecho es que semejante lugar común ha sido ya sumamente trillado; se trata de una noción precipitada y simplista cuya modificación es deseable. O'Gorman, ciertamente, no argumentaba y razonaba como lo hacía por su faceta de litigante, tampoco por verbalizar ágil y persuasivamente la sustancia doctrinal de algunos movimientos filosóficos; lo hacía por tener una conciencia muy alerta del valor epistemológico y la conveniencia general de aplicar los métodos de la lógica y servirse de su léxico para tratar documentos, orientar inquisiciones teoréticas y desmontar objeciones, como lo hizo, por ejemplo, con las de Lewis Hanke, Javier O. Aragón, Lino Gómez Canedo y otros eruditos en célebres polémicas a propósito de Las Casas y Motolinía. En este sentido, pienso que la suprema contribución de O'Gorman reside, justamente, en haber demostrado la injerencia normal del razonamiento lógico–científico tanto en la crítica como en la elaboración historiográfica. Esto no implica, sin embargo, que su intelección de este fenómeno haya sido invariablemente tan apropiada, controlada y flexible como lo exigían los pormenores analíticos de varias investigaciones, situando a la cabeza las que dedicó a Motolinía.
Creo, sin embargo, que para describir, analizar y entender de manera más completa y fecunda los elementos fundamentales en la historiografía de O'Gorman, de modo que podamos juzgar comprensivamente la variedad y calidad de sus aportes, hace falta caracterizar detalladamente sus ideas en torno a siete puntos preliminares: 1) el concepto de ciencia, en especial de ciencia natural —es necesario determinar hasta qué punto su visión del conocimiento científico estuvo interferida por prejuicios graves en relación con la objetividad, el positivismo y cuestiones relacionadas—; 2) el nivel de su familiaridad con la historia de las ciencias; 3) el concepto de inferencia lógica; 4) el significado lógico–crítico de las hipótesis y su función en la investigación de documentos y testimonios; 5) el papel de las probabilidades y alguna clase de experimentación para estimar las consecuencias deducibles de una hipótesis; 6) el concepto de "economía de la hipótesis" —de suprema importancia en sus pesquisas acerca de Motolinía—, y 7) el concepto de interpretación histórica —en "Historia y vida" lo enunció con singular nitidez, basándose, ahora sí, en su experiencia jurídica para fines de discriminación conceptual.2
Afirmo, en fin, que valdría la pena realizar este programa de investigación, refinándolo a través de discusiones colectivas. Sería una forma de homenajear al maestro con una clase de gratitud pertinente, supuesto nuestro deseo de llamarnos honradamente sus discípulos. El punto uno es del mayor interés, pues al esclarecer cabalmente las posturas de O'Gorman acerca de la "cientificidad", mediando un análisis inmanente y comparativo de su peculiar terminología técnica y sus procedimientos efectivos, concretos de indagación y razonamiento (hablemos así en lugar de aludir académicamente a "perspectivas teóricas y metodológicas", como se lee todavía en una monografía reciente),3 obtendremos unas premisas mejor informadas para inferir la génesis y el significado de su filosofía de la historia.
1 Son 127 notas en 41 páginas. Esa cantidad se habría reducido convenientemente trasladando las fichas bibliográficas de O'Gorman —sólo en la página 22 hay trece distintas— a un anexo y enlistarlas temática o cronológicamente, como lo hizo álvaro Matute en la antología Historiología: teoría y práctica, Coordinación de Humanidades–UNAM, México, 2007 (Biblioteca del Estudiante Universitario, 130).
2 En una consideración relativa a sus ideas sobre la "constitucionalidad" del hecho histórico, la intencionalidad y los criterios de prueba, véase álvaro Matute, La teoría de la historia en México (1940–1973), Sepsetentas, México, 1974, pp. 131–133.
3 Conrado Hernández López, Edmundo O'Gorman. Idea de la historia, ética y política, El Colegio de Michoacán, México, 2006, p. 195.