Doctora en Historia. Investigadora superior del Conicet. Docteur honoris causa de la Université de Pau et Pays de l’Adour (Francia), octubre de 2007. Premio Bernardo Houssay Trayectoria 2011, mención Ciencias Humanas, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mincyt). Resolución 130/2012. Actualmente labora en el Centro de Estudios de la Argentina Rural (cear)–Universidad Nacional de Quilmes–Conicet. Especialista en la Argentina rural del siglo xx: espacios regionales, sujetos sociales y políticas públicas. Sus publicaciones más recientes son: Vivir en los márgenes. Estado, políticas públicas y conflictos sociales. El Gran Chaco argentino en la primera mitad del siglo xx, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011; “état, savoir, pouvoir et bureaucratie: le déséquilibre régional agraire argentin 1880–1960”, économies et sociétés, vol. xlv, t. 44, núm. 9, septiembre de 2011, París, Ismèa Les Presses; “La historia regional argentina y los desafío del Bicentenario (1810–2010)” en Noemí Girbal–Blacha y Beatriz Moreyra, Producción de conocimiento y transferencia en las Ciencias Sociales, Imago Mundi, Buenos Aires, 2011.
PhD in History. Senior researcher at Conicet. Honorary Doctorate from the Université de Pau et Pays de l’Adour (France), October 2007. Bernardo Houssay Award for Academic Achievement 2011, mention in Human Sciences, awarded by the Ministry of Science, Technology and Productive Innovation (Mincyt). Resolution 130/2012. Currently attached to the Center for Studies on Rural Argentina (cear)–National University of Quilmes–Conicet. Specialist in 20th Century Rural Argentina: regional spaces, social subjects and public policies. Her latest publications include: Vivir en los márgenes. Estado, políticas públicas y conflictos sociales. El Gran Chaco argentino en la primera mitad del siglo xx, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011; “état, savoir, pouvoir et bureaucratie: le déséquilibre régional agraire argentin 1880–1960”, économies et sociétés, vol. xlv, t. 44, no. 9, September 2011, Paris, Ismèa Les Presses; “La historia regional argentina y los desafío del Bicentenario (1810–2010)” in Noemí Girbal–Blacha and Beatriz Moreyra, Producción de conocimiento y transferencia en las Ciencias Sociales, Imago Mundi, Buenos Aires, 2011
El propósito de este estudio es conocer la valoración cotidiana que se hace de una materia prima regional típica (el algodón), en una región marginal –la del Gran Chaco argentino– donde se advierten la ausencia de una burguesía local consolidada y una estrecha dependencia del poder central, cuando de plantear políticas se trata y sabiendo que en los Territorios Nacionales la presencia de población nativa y el recorte de la ciudadanía explican parcialmente dicha característica, no siempre asociada al aislamiento. El objetivo de este trabajo es caracterizar estas condiciones y sus efectos a través de algunas revistas especializadas (Oro Blanco, La Gaceta Algodonera y La Gaceta Textil) que responden a intereses corporativos, con sus lenguajes informativos y valorativos habituales, pero también ponderando el discurso que sostienen, las omisiones de los perfiles más críticos de la realidad y los mensajes que transmiten, más allá de su perfil técnico y de asesoramiento a los productores algodoneros.
The purpose of this study is to find out about the everyday evaluation of a typical, regional raw material (cotton) in a marginalized area –el Gran Chaco– where there is a lack of a consolidated local bourgeoisie and heavy dependence on central power when policies must be implemented and an awareness that in National Territories, the presence of the native population and the reduction of citizenship partly explain this characteristic, which is not always associated with isolation. The purpose of this study is to describe these conditions and their effects through certain specialized journals (Oro Blanco, La Gaceta Algodonera and La Gaceta Textil) which are tailored to corporate interests, with their customary informational and evaluation language. It also seeks to assess the discourse they propose, the omission of the most critical profiles of reality and the messages they transmit, beyond their technical profile and the consultancy services they provide for cotton producers.
Desde los tiempos de la primera posguerra y los inicios de la segunda conflagración mundial, se producen en el mundo occidental importantes cambios que llevan a fortalecer el papel del Estado. En Argentina, el modelo agroexportador instrumentado desde las últimas décadas del siglo xix muestra sus limitaciones hacia 1912, cuando se llega al fin de la expansión horizontal agraria, la inversión externa sufre altibajos, el flujo inmigratorio retrocede y, poco después, en 1916, el gobierno deja de estar en manos de la oligarquía, liberal en lo económico y conservadora en lo político, para ser ejercido por representantes de los sectores medios liderados por la Unión Cívica Radical que preside Hipólito Yrigoyen.[1]
La cuestión social –en tanto conflicto– deja de ser un fenómeno urbano para transformarse en un problema urbano rural que preocupa tanto al oficialismo como a la elite dirigente, que sin ejercer el gobierno detenta el poder desde corporaciones que trascienden las filiaciones políticas. Así es como en 1916 y frente a los desafíos que plantea al país la primera guerra mundial –ante la cual Argentina se posiciona como neutral– se constituye la cacip (Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción) como una corporación de corporaciones que concentra las entidades y empresas más importantes del país (Sociedad Rural Argentina, Bolsa de Comercio, Bolsa de Cereales, Unión Industrial Argentina, Centro Azucarero Argentino, Centro Vitivinícola Nacional, etc.). En 1918 y como corolario de los efectos de la revolución rusa de 1917, se organiza la Asociación Nacional del Trabajo presidida por el financista y empresario Joaquín S. de Anchorena; una entidad empresarial que pretende ejercer el control social ante las huelgas obreras –en frigoríficos, ferrocarriles, puertos y municipios– amparándose en “la libertad de trabajo” y para contrarrestar “la perniciosa influencia maximalista”. Un año más tarde, en 1919, y como resultado de los sucesos de la “semana trágica” que en enero lleva a una dura represión policial ante la huelga de trabajadores en los Talleres Metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos, en el conurbano bonaerense, se crea la Liga Patriótica Argentina. La preside el nacionalista doctrinario Manuel Carlés, quien enarbola sus principios constitutivos bajo el lema “Orden y Patria”.[2]
En los años de 1920, la reorganización económica y social impondrá en Argentina la progresiva intervención del Estado, tanto en la represión de los movimientos huelguísticos mencionados (a los que se suma el de la Patagonia rebelde en 1921), como en el arbitraje que el gobierno radical desplegaría entre trabajadores y empresarios, con resultados diversos, sin poner en discusión las bases del modelo agroexportador y –mucho menos– las causas que provocan esas tensiones y que merecen distintas respuestas oficiales.
Las acciones del gobierno radical serán precisas, en cambio, a la hora de respaldar la producción agropecuaria. Lo manifestará entre 1921 y 1923 cuando se produzca la crisis ganadera de posguerra y el gobierno procure respaldar –con cuatro leyes específicas– a los criadores e invernadores que sustentan la exportación de carnes argentinas con destino al mercado de Smithfield (Inglaterra). Los frigoríficos de capitales estadunidenses e ingleses obligarían al gobierno a revocar una de esas leyes; la que dispone precios mínimos para la compra de carne con destino a exportación y precios máximos para el consumo interno.[3]
Entre 1927 y 1928 nuevamente el gobierno nacional –a cargo del radical antipersonalista Marcelo T. de Alvear– sale a respaldar al agro; esta vez a los productores agroindustriales, específicamente a los azucareros tucumanos. Lo hace mediante las cláusulas del llamado “Laudo Alvear”, evitando la pérdida de la zafra y dirimiendo un “precio equitativo” para la compra de caña a los cañeros independientes por parte de los dueños de ingenios.[4]
Son estos sólo algunos anticipos del papel que el Estado empieza a ocupar en la economía y para zanjar o no los conflictos sociales, en una Argentina que auspicia el liberalismo económico y aunque practica la democracia política, debe luchar por rescatar los instrumentos de ejercicio del “control social” sin la interferencia de quienes tienen en sus manos una alta cuota de poder y la ejercen con esa finalidad.
En los años treinta la cultura de la depresión heredada del crac financiero neoyorkino de 1929 y la ruptura del orden institucional argentino en septiembre de 1930 enmarca sus perfiles más característicos entre la vanguardia y la tradición. Así lo recuerdan los escritos de Roberto Arlt, de Raúl Scalabrini Ortiz, de Arturo Jauretche, de Ezequiel Martínez Estrada, como una forma de advertir las múltiples connotaciones de esta crisis estructural y orgánica, tanto como las variadas interpretaciones que el lenguaje y el discurso registran. Se desarrolla una literatura social realista, descriptiva, que refleja la cotidianeidad de la gente, sus modos de vida y también la conducta poco comprometida que suele desplegar la dirigencia política argentina, más allá de los instrumentos que utiliza para ejercer el control social.
El poder simbólico se construye a partir de las palabras; es un poder que consagra y revela hechos que no son sólo conocidos sino reconocidos como tales. Es que el lenguaje hace posible la transferencia, los intercambios.[5] Así, cada campo tiene un patrón, un modelo discursivo que se reitera. Credibilidad y poder político constituyen una relación–tensión capaz de crear ese poder simbólico. El discurso cobra sentido y permite conocer esas acciones.[6] Se genera una relación causa efecto entre el acontecimiento y el lenguaje, donde el receptor tiene un papel significativo cuando intenta convertir su experiencia personal en una de carácter colectivo.[7] La aceptación de lo que se dice es determinante y contribuye a determinar la producción del discurso.
En este contexto, los medios de comunicación son importantes porque tienen la misión de informar, de orientar y también de conducir al conjunto social para conformar la opinión pública. Suelen hacerlo con perspectivas y lenguajes diferentes. Conocer algunos de esos mensajes, aproximarse a sus perfiles, es importante y necesario para evaluar el comportamiento de quienes informan y de sus receptores. Las revistas referidas a los temas agrarios son numerosas; desde las privadas y de frecuencia mensual, como La Chacra –que, aparecida en 1930, aún se edita–, hasta las que como boletines mensuales, anuales y cartillas emanan del Ministerio de Agricultura o de sus diversas direcciones, de las Juntas Reguladoras de la Producción, de las facultades de Agronomía de las universidades nacionales y aquellas que responden a los intereses corporativos agrarios (La Tierra, de la Federación Agraria Argentina; la Revista Azucarera; los Anales de la Sociedad Rural Argentina; la Revista Vitivinícola; La Cooperación, editada por la Asociación de Cooperativas Argentinas, entre otras).
En este estudio el propósito es conocer la valoración cotidiana que se hace de una materia prima regional típica (el algodón) en una región marginal –la del Gran Chaco argentino– donde se advierten la ausencia de una burguesía local consolidada y una estrecha dependencia del poder central cuando de plantear políticas se trata, y sabiendo que en los Territorios Nacionales la presencia de población nativa y el recorte de la ciudadanía, explican parcialmente dicha característica, no siempre asociada al aislamiento. El objetivo de este trabajo es caracterizar estas condiciones y sus efectos a través de algunas revistas especializadas que responden a intereses corporativos, con sus lenguajes informativos y valorativos habituales, pero también ponderando el discurso que sostienen, las omisiones de los perfiles más críticos de la realidad y los mensajes que transmiten.
Las revistas que se dirigen a un receptor y un tema específicos con pretensiones de llegar –como en este caso– a un público de productores algodoneros, despliegan un papel significativo a la hora de orientar la opinión pública, en tanto los lectores o consumidores de la información que brindan –además de productores– son habitantes y ciudadanos con necesidades y gustos heterogéneos, a veces con poca instrucción y, por lo tanto, proclives a aceptar tal como vienen las noticias, los comentarios e instructivos recibidos. La importancia de los datos y consejos aumenta desde las primeras décadas del siglo xx, cuando los recursos técnicos van transformando el Estado con su elenco de funcionarios, pero también la vida social; y cuando es evidente el crecimiento del volumen y la variedad de publicaciones de este tipo, así como la conformación de un público diverso, con niveles cada vez mayores de alfabetización, con gusto por la lectura, sin desconocer el impacto de estas revistas en la cultura, como producto de los intereses y las visiones de los sectores hegemónicos. En 1932 unos 20 000 obreros trabajaban en unos 2 000 talleres de impresión citadinos en Buenos Aires.[8]
Las revistas que aquí se estudian ofrecen un interesante escenario para analizar el mensaje que transmiten a sus lectores, tanto en sus notas como a través de la publicidad, los auspiciantes, los avisos y consejos técnicos, esencialmente porque permiten al lector “una lectura distendida”.[9] Las revistas[10] resultan una fuente legítima para el análisis histórico, tanto por su significado social y político como por el económico. Estos asuntos no pasan inadvertidos para quienes son actores –voluntarios o no– de dicho proceso. Estas publicaciones dedicadas a cuestiones particulares y destinatarios específicos, que a simple vista parecen orientadas al asesoramiento técnico–productivo agrario, son generadoras o transmisoras de cambios significativos en la esfera pública y, especialmente, si al “control social” se hace referencia.
Asumen relieve “como historia y como texto”.[11] Registran continuidades, a veces poco perceptibles para el cuerpo social, y hasta trascienden los cambios derivados del ámbito político institucional. Son caja de resonancia y tribuna legítima de los debates propios de este complejo y heterogéneo periodo de la historia argentina, entre 1920 y 1940, aunque su relato asuma –a veces– posiciones unilaterales y parcialicen la realidad a la cual aluden; cuando
a una época de catástrofes, que se extiende desde 1914 hasta el fin de la segunda guerra mundial, siguió un periodo de 20 o 30 años de extraordinario crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó la sociedad humana más profundamente que cualquier otro periodo de tradición similar.[12]
Un lenguaje especializado pero sencillo, un repertorio de valores a transmitir, un estilo amigable para el lector, pautas de conductas sociales, instrucciones técnicas y de comportamiento, modelos culturales y referencias estéticas e intelectuales propias de un espacio de socialización, son algunas de las ofertas de estas publicaciones. Por sus objetivos, por el tipo de información que analizan, por sus propuestas y el alcance que tienen, las revistas destinadas a un tema específico –como en este caso es el de la producción algodonera– desempeñan una función propia, no sólo para el público al que están dirigidas, sino en el conjunto de la sociedad;[13] por su condición de medio gráfico, considerado idóneo y particularmente importante para explorar la intersección entre la producción agrícola y los temas sobresalientes del quehacer nacional. Constituyen una empresa cultural en sí mismas; aun en el caso de aquellas que suelen ser expresión de corporaciones e instituciones; como emprendimiento editorial destinado a captar un sector de la sociedad, en tanto público consumidor de ese bien puesto en circulación y que pretende transmitir mensajes capaces de influir directa o indirectamente sobre sus lectores.[14] Ocupan, en consecuencia, un espacio singular, tienen códigos propios, una sensibilidad específica y se habla de “un campo de las revistas”.[15] Podría decirse –en sentido amplio– que son el resultado de un “complot”,[16] en tanto ambiciosos emprendimientos ligados a grupos y a movimientos de ideas.[17]
Las publicaciones periódicas seleccionadas para este trabajo de perfil histórico –Oro Blanco, La Gaceta Algodonera y La Gaceta Textil– tienen una peculiar manera de intervenir en los asuntos públicos a través de la palabra escrita publicada regularmente, sin indicar el nombre de sus colaboradores, ni mantener secciones fijas más allá de las referidas a la legislación vigente, consejos técnicos o recomendaciones para el desarrollo exitoso de los cultivos. Están concebidas para lectores a quienes se intenta informar e influir, más allá de su mayor o menor perdurabilidad en el tiempo en que se editaron y como expresiones institucionales corporativas. La Gaceta Algodonera, editada entre 1924 y 1960, es decir, más allá de las rupturas institucionales, se promociona –desde sus propias páginas– diciendo que distribuye mensualmente unos 5 000 ejemplares entre los cultivadores de algodón en Chaco, Formosa, Misiones, Santiago del Estero y Tucumán, aunque sus auspiciantes en publicidad sean grandes consignatarios y empresas como Goodyear; sociedades anónimas de maquinaria agrícola como Agar Cross y Cía., Ashworth y Cía. o Edgard T. Robertson and Co.; proveedores de desmotadoras como Bromberg y Cía. o Lummus Cotton Gin Coy, Bolsalona S. A. Industrial y Comercial, Compañía General Fabril Financiera, Singer Sewing Machina Co., Compañía Italo–Argentina de Materias Textiles, S. A., entre otras. Una situación similar ocurre con La Gaceta Textil, revista mensual que se editó de 1934 a 1946, con un tiraje de menor envergadura –no explicitado numéricamente– que expresa intereses corporativos definidos, con el auspicio de importantes empresas textiles como Campomar S. A. o las de origen estatal como la Corporación Argentina de Tejeduría Doméstica o bien la Fábrica Nacional de Envases Textiles. Mientras tanto, Oro Blanco, que se edita durante un corto periodo al promediar los años de 1930, reconoce –como publicación de divulgación y gratuita– un tiraje mucho mayor para poder llegar a las escuelas rurales y a los agricultores, con su mensaje estrechamente ligado a las políticas oficiales.
En todos los casos, para lograr sus objetivos el debate de ideas aparece velado, porque creen que este es el mejor combate que pueden librar si pretenden ejercer un magisterio en la vida cotidiana de los productores algodoneros, en sus organizaciones y en los consumidores. La opinión es su modo de sumarse a la acción y combatir con matices singulares, directos y ejemplificadores el “deber ser” de los argentinos.[18] El estilo y la intensidad con que exponen sus principios varían; pero en todas ellas, junto a la información técnica y económica, el control social para desarticular y contrarrestar los conflictos está presente e integrado a sus estrategias editoriales. Sólo tangencialmente alguna de estas revistas –que aquí se analizan– hace mención a los duros conflictos que tienen como protagonista la mano de obra rural chaqueña de los años 1934–1936; también omiten referirse –por ejemplo– a los motivos y consecuencias de la huelga de los obreros de desmotadoras de Charata en 1934, reclamando mejores salarios y jornada de ocho horas. Una huelga que en 1936 se extendió a Sáenz Peña y Villa Angela, dos localidades donde el movimiento de las Juntas de Defensa de la Producción estaba desarrollado, así como en Quitilipi, Presidencia de la Plaza y Machagai, donde el movimiento agrario fue reducido, pero que también comprendía a los obreros de las fábricas de las grandes empresas.[19] Esta y otras omisiones similares forman parte del mensaje de estas publicaciones especializadas, que optan por afianzar los consejos técnicos silenciando las necesidades socioeconómicas locales –como si estas no existieran– para priorizar una visión de arraigo rural de espaldas al conflicto y las carencias.[20] Estudiar la compleja articulación que estas revistas procuran mantener entre la información y el control de la “cuestión social”, es el propósito último de este estudio.[21]
El cultivo del algodón está ligado a los inicios de la ocupación hispánica del nordeste del territorio, pero su extensión decrece con la llegada del ferrocarril, la organización del mercado interno y los vínculos del consumo argentino con las manufacturas y capitales internacionales en el siglo xix.[22] En esa región con varios Territorios Nacionales (Chaco, Formosa, Misiones) con numerosa población indígena y en consecuencia sin una fuerte burguesía local arraigada, alejada del eje metropolitano y ante la necesidad de formar parte del Estado y el mercado nacional, que se estructuran hacia 1880, la explotación forestal del quebracho taninero que puebla los bosques del nordeste argentino (nea), se convierte en la alternativa no competitiva con los productos (cereales y ganadería de alta mestización) de otras regiones más cercanas al puerto de Buenos Aires, que el modelo económico se propone consolidar. El propósito esencial de quienes gobiernan el territorio es formar parte de la Argentina agroexportadora impulsada por la llamada Generación del 80, como expresión del positivismo y “el progreso indefinido”.
Conforme a las variables ecológicas es posible distinguir en tierras del Gran Chaco argentino tres áreas bastante bien definidas. Una franja húmeda cercana a los ríos, con tendencia a la diversificación, que se articula con los campos altos y albardones del este; en el centro, la planicie semiárida consagrada al monocultivo, y, por último, en el oeste árido el área de riego de los ríos Dulce y Salado donde en medio de la diversificación tiende a consolidarse el minifundio.[23]
El algodón sustenta, como materia prima, un complejo industrial disociado. El desmotado –proceso por el cual se separa la fibra de la semilla– es la primera fase de un procedimiento más complejo que industrializa por un lado la semilla como base de la industria aceitera, y por otro la fibra, que procesan las hilanderías y tejedurías. El desmotado y la obtención de aceite de la semilla se practica en la misma región productora, en tanto el proceso textil suele concentrarse en el eje metropolitano y el Gran Buenos Aires, que circunda a la Capital Federal. Por esta razón el precio del transporte tiene un alto significado, y en las décadas de 1920–1930 representa entre 5.2 y 7.3 % del valor de la materia prima en bruto. Esta situación explica la conveniencia –varias veces expuesta pero pocas veces efectivizada– de que las desmotadoras, aceiteras y compresoras de algodón se instalen cerca de los centros productores de algodón.[24]
No obstante esta definición de la economía del Gran Chaco argentino (Chaco, Formosa, Santiago del Estero, norte de Santa Fe y este de Tucumán y Salta), hasta los tiempos del centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, no son pocos los estímulos oficiales y privados para impulsar allí el cultivo del algodón. Iniciativas que no tienen el eco esperado, ya que la expansión algodonera no depende sólo de buenos precios o de condiciones climáticas y ecológicas favorables. Se necesita tener acceso a la tierra fértil, contar con los medios para el cuidado del cultivo, recibir inversiones para su industrialización y disponer de mano de obra suficiente y barata, que al mismo tiempo no genere conflictos.[25]
Algunos intentos particulares aislados del Ministerio de Agricultura de la Nación se producen hacia 1904, con la distribución gratuita de semillas y folletería explicativa, pero con escasos resultados. El socialista Juan Bialet Massé es contratado entonces para estudiar las posibilidades que podía ofrecer el cultivo algodonero, mientras el ingeniero agrónomo Carlos D. Girola –con funciones en dicho Ministerio– se dirige a Estados Unidos y México para conocer las características y adelantos de este cultivo. En 1909–1910 la superficie cultivada con algodón sólo alcanza 1 738 hectáreas, radicadas mayoritariamente en las colonias orientales del Chaco. La extracción de tanino y aun el azúcar son actividades económicas más rentables por entonces y hacia allí se dirigen la mano de obra y el interés inversor.[26]
Es durante la primera guerra mundial cuando, con el aumento en los precios –hacia 1916– y la habilitación de los ferrocarriles desde la ribera Paraguay–Paraná al oeste, resulta factible –según los principios de la ley 5559 referida a los Territorios Nacionales de 1908– la puesta en producción de las tierras vírgenes fiscales. Se suma a esta situación la disponibilidad de mano de obra que hacia 1920–1921 queda desalojada por el obraje, así como la disminución de la producción estadunidense afectada por la plaga del “picudo” algodonero en 1922. Son factores que revalorizan la importancia del algodón como alternativa económica para la región chaqueña. Se inaugura –poco después– un proceso de ocupación de tierras fiscales y la articulación del espacio regional, producido por este “cultivo que exige más del hombre que de la naturaleza”.[27] El algodón se convierte en una opción para superar la pertenencia a los márgenes del modelo agroexportador de esta región del nordeste argentino.
Como parte de los efectos de la posguerra los precios internacionales del producto se elevan desde 1923. El ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón, aprovecha rápidamente la coyuntura y logra atraer el interés de la Sociedad Rural Argentina –que otorga premios a la calidad del algodón–, al cual se suman los comentarios favorables de la Review of the River Plate.[28] En 1924–1925 las facilidades que el gobierno acuerda para colonizar el Chaco, incrementan la superficie algodonera, que entonces supera las 110 000 hectáreas. El Ministerio del ramo persiste en mejorar la calidad del producto y contrata una vez más a reconocidos técnicos y expertos estadunidenses.[29] Es este un periodo en que las ganancias por hectárea de cultivo se estiman en 68 pesos para el maíz, 170 pesos para la caña de azúcar y 299 pesos para el algodón.[30] Mientras tanto, sobre la base de las recomendaciones de los técnicos estadunidenses contratados, se insiste en la importancia de la maquinaria para desmotar el algodón, se brindan consejos prácticos para el cultivador y se alienta el desarrollo del cooperativismo algodonero, de los cuales las revistas especializadas se harán eco.[31]
La relación entre el cultivo del algodón y la industria de hilados y tejidos nacionales es otro de los asuntos que comienza a tomar envergadura en la década de 1920. En mayo de 1924 el presidente de Manufactura Algodonera Argentina –constituida con fábricas en Rosario, Buenos Aires y Resistencia y que por entonces registra una inversión superior a los m$n 5 millones– espera acrecentar los negocios, reclamando para conseguirlo la protección estatal a través de aforos que protejan a la industria textil de la competencia externa. No es la única empresa que hace este reclamo. El cultivo del algodón y su industrialización se torna importante para otras industrias radicadas en el norte. El Ingenio Las Palmas (en el Chaco) y la Compañía Azucarera Tucumana (en Tucumán), entre otros, son expresiones de esa experiencia por diversificar la inversión y aumentar ganancias, minimizando los riesgos, apostando a este producto textil.[32]
A partir de 1926, cuando se crea la Cámara Algodonera de Buenos Aires, desde el gobierno se insiste en considerar a Santiago del Estero como una zona inmejorable para el cultivo del algodón y proliferan los esfuerzos que se hacen para intensificarlo y promover sus buenos rendimientos. El ingeniero agrónomo Hugo Miatello, en nombre del Ministerio de Agricultura de la Nación, se ocupa de esta promoción, que se difunde en diversos medios de comunicación escrita.
Los efectos de la crisis de 1930 se dejan sentir particularmente en el empleo y el Estado nacional es consciente de la situación. Se moviliza entonces –desde 1932– para llevar adelante un censo de desocupados que le permita aproximarse a un diagnóstico –aunque sea parcial– de la cuestión y crear la Junta Nacional para Combatir la Desocupación; un organismo que desde 1935 emprende la tarea de redistribuir a los desempleados y clasificarlos, entendiendo –como parte de sus funciones atentas a ejercer el control social– que en Argentina no hay realmente desocupación sino mala distribución de los trabajadores, especialmente en el campo, y hacia allí dirige su acción, con resultados ambiguos y diversos.[33]
Durante el decenio de 1930 el cultivo del algodón genera un intenso movimiento poblacional hacia la planicie centro chaqueña. Más que el fomento oficial, la recolección manual del algodón hace su aporte a esta concentración humana y esa mano de obra permanece allí en las colonias más tiempo que en el caso de otros cultivos.[34] La radicación de un alto porcentaje de esos braceros contribuye a explicar el aumento –hacia 1935– en el número de chacras algodoneras y de la superficie cultivada. Por entonces, de los 12 559 agricultores algodoneros registrados en el Chaco, sólo 729 tienen título definitivo, 976 con título provisorio, 2 400 ocupan campo ajeno y 8 454 campo fiscal.[35] La calidad de “intrusos” en tierras fiscales –como se los califica– hace depender al agricultor algodonero del préstamo generalmente usurario del comerciante local, pues no puede acceder a los créditos oficiales que exigen garantía prendaria. La consecuencia es un monocultivo con escasa mecanización y menor tecnificación de esta actividad rural. No obstante, las hilanderías nacionales: Compañía General de Fósforos, Manufactura Algodonera Argentina, R. y N. del Sel Ltda. y Fábrica Argentina de Alpargatas, continúan consolidando su prosperidad económico–financiera y ampliando sus instalaciones y maquinarias, que suelen publicitar en las revistas especializadas.
Cuadro 1. Número de chacras y superficie cultivada con algodón (ha). Año 1935
Cuadro 2. Número de desmotadoras de algodón, 1923–1960
El 30 de octubre de 1935 el Banco de la Nación Argentina dispone –conforme a las pautas del Estado intervencionista– límites especiales de crédito para cooperativas con socios dedicados al cultivo algodonero. El monto máximo se fija en 1 500 pesos para cada chacra y no más de 30 pesos por hectárea cultivada, en tanto el interés anual es de 5% (la cooperativa no puede exigir al colono más de 6 por ciento).[36]
Es en el Territorio Nacional del Chaco, y para amparar a los productores algodoneros, que se constituye en 1934 la Unión de Cooperativas Agrícolas Chaqueñas; una entidad de segundo grado que agrupa originariamente a doce cooperativas de primer grado y que tiene como objetivo principal colocar el producto directamente en la Capital Federal, evitando que el productor se enfrente a la dura competencia a que lo someten los intermediarios que comercializan el algodón. Diez años más tarde son 31 las sociedades cooperativas algodoneras existentes en el país (24 de ellas en el Chaco), que agrupan a 8 313 socios, cuentan con un capital de 4 186 315 pesos y realizan operaciones por 37 637 500 pesos.[37] Algodón y cooperativismo marchan en paralelo desde muy temprano.
A mediados de la década de los cuarenta, con una superficie sembrada de 381 914 hectáreas, la República Argentina figura entre los diez primeros países productores de algodón, aunque con apenas 1% de la producción internacional. 64% de esa producción (unas 56 000 de las 72 350 ton anuales) es empleado en la industria nacional de hilados y tejidos de algodón.[38] Un nuevo convenio entre los hilanderos de algodón del país pretende, una vez más,
defender y proteger los intereses de los productores de algodón del país, impedidos de poder colocar normalmente su producción como consecuencia de la difícil situación creada por las condiciones resultantes del conflicto bélico al cerrar los tradicionales mercados del exterior.[39]
El acuerdo es suscrito por las principales empresas textiles de Argentina y con el sobreprecio pagado se pretende consolidar un fondo especial existente en una cuenta del Banco de la Nación para financiar los gastos y erogaciones que se generen de tal situación y que serían administrados por una comisión especial. Es la antesala del ascenso del peronismo al poder y con él la presencia de un Estado nacionalista, popular, dirigista y planificador, que –basándose en la redistribución del ingreso– procurará alentar el consumo interno de productos de las pequeñas y medianas empresas nacionales que hacen uso de materias primas nativas como ocurre con el caso del algodón.[40]
Apenas iniciada la década de los veinte, la Revista de Economía Argentina –que, a diferencia de las que aquí se proponen analizar, es expresión de jóvenes intelectuales universitarios– está liderada desde 1918 por Alejandro Bunge. En sus páginas también se refiere a la economía del algodón, pero lo hace desde otra perspectiva y recoge la opinión del representante del Ministerio de Comercio de Estados Unidos –agregado a la embajada en la República Argentina– George S. Brady sobre las perspectivas alentadoras que aguardan al cultivo algodonero en nuestro país. Después de describir los orígenes de las plantaciones de algodón en el país durante el siglo xviii en las misiones jesuíticas a lo largo del río Bermejo y en Misiones, destaca el estancamiento de esta economía y cómo resurge en la década de 1920 con precios interesantes. El Gran Chaco argentino (Chaco, Formosa y parte de Santa Fe, Santiago del Estero y Salta) es el más importante centro productor de algodón argentino, sostiene el representante estadunidense. Va más allá en sus consideraciones y afirma que se han ensayado en el país varios tipos de algodón. La variedad que se cultiva hacia 1920 es la conocida como “Chaco”, originaria de Luisiana y parecida a la del algodón americano Upland. A pesar de la langosta, los rendimientos en el distrito chaqueño han sido muy elevados. “La langosta constituye la peor peste”, especialmente porque el algodón argentino está libre de parásitos con excepción de la esporádica aparición del gusano del tallo rosado, afirma Brady, mientras esta revista guarda registro de su opinión experta en sus páginas y hace público el informe.
Sus comentarios merecen ser transcritos, en sus párrafos fundamentales, por la trascendencia que alcanzarían en la prensa y entre los economistas y técnicos locales, pero además, por la situación casi idílica que presenta del nea y el recién expandido cultivo algodonero y sus productores:
En los últimos años ha habido una actividad febril en los intereses algodoneros en la Argentina, y lo que podría llamarse un alza del algodón ha progresado últimamente en el país. Las cotizaciones del algodón crudo en los mercados se han elevado a una altura sin precedentes, mientras que la producción de algodón americano ha descendido en más de tres millones de balas de la cantidad normal. Estos movimientos han provocado comentarios sin fin en la prensa local, y la actividad se ha extendido hasta las regiones del norte de la República […]
Algunos agricultores aseguran que se puede producir algodón a tan bajo costo como 170 pesos por tonelada en tierras fiscales donde no se pagan arrendamientos. Pero un cálculo más conservador de la producción actual coloca la cifra a 250 pesos por tonelada de semilla de algodón. Fuera de las reservas del Estado, las tierras del Gran Chaco convenientes para el cultivo del algodón varían de precio de 10 a 300 pesos la hectárea según ubicación. Los arrendatarios han vendido directamente a los desmotadores, variando los precios corrientes en la fábrica durante la presente estación de 480 a 520 pesos la tonelada. De estas cifras se deduce que el inmigrante agricultor con una pequeña granja de 30 hectáreas ha podido obtener un rendimiento neto de 7 500 pesos por su trabajo de una estación. Se ha calculado que la mitad de los agricultores del Chaco plantaron menos de 30 hectáreas este año y solamente muy pocos plantaron más de 100 hectáreas. Sin embargo algunos agricultores fueron afortunados en plantar más de 400 hectáreas y la mayoría de los pequeños agricultores que han acumulado algún capital proyectan aumentar sus fincas el año próximo. El peón indígena ha sido muy útil y se le encuentra apto para la cosecha del algodón. El precio corriente pagado por la cosecha es de 80 centavos por cada 10 kilos, o sea un poco más de un centavo la libra. Los peones indígenas construyen sus chozas de cañas cerca de las plantaciones y se proporcionan su alimento […]
En la actualidad hay en el territorio del Chaco 18 establecimientos desmotadores y varios otros en proyecto. Estos establecimientos constituyen una garantía para la estabilidad y el progreso de la industria en esta región. La Argentina consume grandes cantidades de hilaza de algodón que hasta hace poco se importaba. Un establecimiento solo consume 270 000 libras de hilaza por mes. Al presente hay seis fábricas en Buenos Aires activamente ocupadas en hilar algodón del país, habiendo construido una de ellas 10 000 husos y otra 9 000 […]
Los centenares de alemanes y otros inmigrantes europeos que se están congregando actualmente en las regiones algodoneras del Chaco, llevan en su espíritu el propósito de triunfar, y su futuro éxito individual significa la producción en gran escala de un valioso producto de esta gran nación agrícola.[41]
Es también esta la visión de los jóvenes intelectuales que acompañan al economista Alejandro Bunge desde esta prestigiosa revista, destacando tempranamente la importancia del mercado interno y de gran parte de las producciones agroindustriales regionales del país.
De modo más específico el tema sería abordado por la flamante “publicación defensora de plantadores e industriales de algodón”: La Gaceta Algodonera, cuyo número 1 aparece en febrero de 1924, editada por socios y ex socios de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y más tarde también por los fundadores de la Cámara Algodonera de Buenos Aires y socios del Mercado del Algodón de Buenos Aires, quienes subrayan la importancia de los consejos al productor que brindan los agrónomos regionales y la necesidad de intensificar el cultivo del algodón en el Gran Chaco argentino. Más allá de los propósitos declarados por la revista, los anuncios que aparecen en sus páginas aluden a importantes estancias como San Cristóbal, Las Chuñas, Santa Catalina, La Playosa, La Oriental, La Barrancosa, El Aljibe, La Constancia, La Aurora y Las Gamas, al tiempo que ofertan a los colonos “tierras en buenas condiciones”. También están presentes –como se señalara– los avisos de La Forestal, de Agar Cross y Co. Lda. dedicada a la venta de maquinarias, de diversas sociedades anónimas comerciales y agencias, empresas de insumos y envases, consignatarios y algunos recuadros destacan el valor del cooperativismo para organizar institucionalmente a los cultivadores de algodón, como expresión del “orden” y el “control social”.
A un año de su aparición, la revista recuerda que
habíamos contraído un deber ineludible en auspiciar, propagar y difundir, en todo sentido, la campaña intensificadora en pro del cultivo del algodonero en la República, y que tan patrióticamente había iniciado el gobierno nacional, es decir, el actual ministro de Agricultura, doctor Tomás Le Bretón.[42]
Declara la dirección que la propaganda no llega sólo al país sino a varias Bolsas Algodoneras del exterior y que los concursos algodoneros que se promueven desde La Gaceta operan como incentivos al productor. Apela así a un nacionalismo activo y a “la conveniencia” de la vida en el campo mediante una visión idílica del mismo, tal como se sostuviera en otras publicaciones corporativas de la cerealera–ganadera región pampeana; como los Anales de la Sociedad Rural Argentina o el Boletín del Mercado a Término de Cereales de Buenos Aires, por ejemplo.
La publicación se convierte así en un agente activo para promover el accionar del Ministerio de Agricultura y de las instituciones de agricultura práctica, al mismo tiempo que busca el reconocimiento y aval externo para nuestra agricultura norteña. Dice en varias oportunidades:
La Escuela de Agricultura de Tucumán, el Vivero de La Banda (S. del Estero) y campos agrícolas cooperativos en distintas provincias, se muestran dispuestos a secundar las iniciativas ministeriales. Empresarios y viajeros ingleses también han recorrido nuestras zonas algodoneras y han dado sus opiniones.[43]
En 1925 los agrónomos regionales señalan –desde las páginas de La Gaceta Algodonera– que la riqueza de Corrientes, el Chaco y Formosa “depende de esos capullos blancos como la nieve inmaculada de los Andes”, y hasta el Ferrocarril Nordeste Argentino decide recabar la opinión de la British Cotton Association para valorar la calidad del producto de origen nacional.[44] Una pintura local que invita al arraigo de la mano de obra y el productor, destacando “virtudes” e ignorando las penurias propias de la vida del cultivador algodonero.
El auxilio del Estado es reclamado con insistencia. La Gaceta Algodonera –atenta a los intereses particulares que representa– se hace eco del que formula la Compañía General de Fósforos S. A. con fábrica instalada en Resistencia (Chaco) “para independizar a la empresa de la importación de todos aquellos productos susceptibles de ser elaborados y producidos en el país, para lo cual se entregó de lleno a la producción de algodón”, tanto para el desmote de la fibra como para preparar el aceite de la semilla de algodón. Es esta una empresa que complementa sus actividades con su planta de Bernal (provincia de Buenos Aires) donde hila el algodón y fabrica el pabilo destinado a los fósforos (hoy funciona en este predio la Universidad Nacional de Quilmes).[45]
La Gaceta cabalga también entre los reclamos de los empresarios y de los grandes productores vinculados al algodón, haciendo de sus pedidos una cuestión política casi oficial y una expresión del “ser nacional”; al mismo tiempo destaca que:
Uno de los problemas que preocupan a los cultivadores de algodón en el Chaco, es la falta de brazos para la recolección de los capullos de algodón. [...] Son varias las asociaciones y entidades comerciales que se ocupan en obtener de los poderes públicos, pasajes gratis para trasladar peones de los diversos puntos del territorio hacia las zonas algodoneras.[46]
Por estas razones –especifica La Gaceta Algodonera– la Sociedad Rural del Chaco se dirigía con la debida anticipación al Ministerio de Agricultura, pidiendo colaboración para atraer braceros a la cosecha de algodón. Al pie de esta nota aparece un aviso recuadrado que dice:
Ministerio de Agricultura de la Nación.
En el Ministerio de Agricultura se han recibido los primeros productos de la actual cosecha algodonera. Al mismo tiempo, diversas comunicaciones enviadas desde las regiones productoras del Chaco ponen de manifiesto el ancho campo que se ofrece para las personas que quisieran dedicar sus esfuerzos a la recolección del producto, dado que se prevé la falta de brazos para tal objeto. Es esta una oportunidad para los que necesiten trabajo, el que por otra parte se reduce a una tarea fácil, lo que hace que sea accesible a toda persona, sin mayores requisitos ni conocimientos.[47]
La atracción de mano de obra, “de correntinos y santiagueños que alimentaron un movimiento de tijeras, desde Resistencia hacia Sáenz Peña y desde Gancedo hacia Avia Terai con dos frentes que salpicaron la planicie central con las manchas blancas del algodón”, no se hace esperar.[48] Desde el Ministerio de Agricultura ya se había promovido desde 1924 el ingreso de inmigrantes alemanes, como lo destacara la Revista de Economía Argentina, ya citada. De todos modos hay tiempos de “falta de brazos para la recolección del algodón” en el Chaco, señala La Gaceta, mientras sigue alentando la pequeña industria del hilado y del tejido en el hogar, considerándose que “la manualidad en el hogar es altamente moral”.[49] Una propuesta que auspicia el papel de la mujer asociado a la responsabilidad familiar, como esposa y madre, así como la protagonista de un trabajo que resulta invisible.
Hacia 1935 unos 276 000 pobladores chaqueños proceden de provincias vecinas. A ellos se suma la llegada del extranjero promovida por el Estado nacional; una corriente que entre 1923 y 1936 radica en la planicie centro–chaqueña, unos 20 000 inmigrantes. Pintura del paisaje y la sociedad local que procura atraer mano de obra para los cultivos de algodón por fuera de la población nativa. Los avisos de la revista siguen pregonando y colaborando con los productores que reclaman mano de obra, aun más allá de las zonas aptas para el cultivo de este textil.
Colonos de todas las zonas del país
Podéis ensayar completamente gratis un pequeño cultivo de algodón y observar su rendimiento.
La Dirección de gaceta algodonera
distribuirá por correo gratuitamente al colono que nos solicite, semilla de algodón desinfectada y de cultivos que fueron premiados sus fibras en concursos algodoneros.
El cultivo de algodón
es adaptable en nuestro país y sus rendimientos son mayores que otros cultivos.
No deje pues de solicitar por carta al señor director indicándonos pueblo, colonia, provincia en que usted desea recibirlo.[50]
Mientras tanto, alerta desde sus páginas acerca de la especulación que puede castigar a los trabajadores, bregando por federar a las cooperativas para contrarrestar sus efectos más perniciosos que se enlazan a los precios de la materia prima.
Como un hito más en la consolidación de la economía algodonera, el 3 de febrero de 1926 se constituye en la Bolsa de Comercio de la Capital Federal, la corporativa Cámara Algodonera de Buenos Aires.[51] La conducción está a cargo de dos poderosos empresarios radicados en el país: Henry Mayer (Comercial Belgo Argentina) como presidente, el ingeniero Francisco Prati (Cía. Gral. de Fósforos), como vicepresidente. El objeto de esta asociación es, según su estatuto: unir esfuerzos para mejorar las condiciones del negocio del algodón y defender los intereses de los productores, industriales y comerciantes de esta oleaginosa y los intereses generales, tomando las medidas “que hagan eficaz el beneficio de la colectividad para el mayor desarrollo de los negocios”. Promover la unión de los distintos centros de comerciantes, industriales y productores, adoptando el arbitraje para zanjar diferencias entre las partes; crear cámaras de arbitraje, “en pro de la solidaridad entre los gremios y en general entre los obreros y patronos”; presentar a las autoridades peticiones en beneficio de los gremios; estudiar y poner en práctica medidas que eviten las huelgas; procurar la entente entre las asociaciones en beneficio de todos, y prestar ayuda moral y material a las autoridades y asociaciones en las iniciativas y actos encaminados a la protección y progreso del trabajo, de la industria y del comercio.
Integran la Cámara los siguientes sectores vinculados al algodón: agricultores, acopiadores, comerciantes, transportadores, almacenadores, corredores, comisionistas, consignatarios, hilanderos, fabricantes de aceite y de tortas, y exportadores. Los socios –que pagan una cuota trimestral– se obligan a comprar o vender fibra únicamente sobre la base del arbitraje por la Cámara Algodonera de Buenos Aires, y según las condiciones del boleto de compraventa, esta quedará facultada para establecer oportunamente la admisión del arbitraje en otros centros del país. Una modificación que sólo podrá llevarse a cabo por mayoría de tres cuartos de los votos presentes en una asamblea a la que concurran las tres cuartas partes de los socios de la Cámara.[52] A pesar de las mejoras en la comercialización, no faltan las quejas que acusan a los acopiadores de no pagar precios reales por el algodón a los colonos de Formosa y el Chaco.[53] La Gaceta Algodonera –directamente vinculada a los socios de la Cámara– registra en sus páginas la situación, dando muestras de sus vínculos con los sectores más influyentes de esta economía regional del nea y de la economía nacional del momento.
En 1928 es la S. A. Bunge y Born –fuerte exportadora algodonera y también de cereales de la rica región pampeana– la que anuncia la instalación de nuevas usinas desmotadoras de algodón en el territorio chaqueño.[54] No es la única empresa ligada a los grandes negocios de la exportación cerealera que instala desmotadoras algodoneras para consolidar su posición en este negocio. Un año más tarde, la S. A. Louis Dreyfus Lda. hace lo propio instalando cuatro desmotadoras en Charata (Chaco), para dejar en claro la prosperidad del negocio algodonero. Promediando 1929 una delegación de industriales vinculados al sector se entrevista con el presidente de la república y le solicita ayuda oficial para limitar la competencia extranjera y alentar el consumo interno. Propuestas que las revistas especializadas recogen en sus páginas y pregonan como parte de sus objetivos editoriales.
Por entonces, la Asociación Fomento y Defensa del Chaco realiza gestiones ante el Ministerio de Agricultura y presenta un Memorial –que La Gaceta Algodonera reproduce– para contribuir al éxito de la colonización oficial en el Chaco y acercar las sugerencias de una comisión especial dedicada a la cuestión del cultivo algodonero. Solicitan conferencias de especialistas para asesorar a los colonos, promover la urgente selección de semillas, que se ejerza un verdadero control sobre los pesticidas utilizados por el productor y que se amplíe la construcción de ferrocarriles secundarios para intercomunicar las zonas productoras con las consumidoras y de transporte. Propone, al mismo tiempo, mejorar la situación humanitaria del indígena; es decir, sostiene con total discrecionalidad el control social, proponiendo
resolver las medidas conducentes a incorporar al indígena a la vida civilizada, haciendo de él un elemento útil en las cosechas de algodón, etc., estabilizándolo, esto es, acordándoles reservas de modo que puedan abandonar la vida nómada (Ley de Tierras 4167, art. 170), otorgándoles a los capacitados, tierras para cultivos, como lo han solicitado en persona, hace 3 años, el Cacique Chará y otros al Excmo. Señor Presidente de la República y al señor Director de Tierras, sin que hasta hoy se vean colmados los sanos propósitos de esos meritorios indígenas.
Se afirma en este documento que el bracero en la cosecha de algodón ha llegado a ser un grave problema para el Chaco, sin analizar las causas que generan dicha ausencia. Se habla de una falta de 10 000 braceros en la cosecha y de ahí deriva el interés por la incorporación del indio en las condiciones que la revista señala con precisión.[55]
Desde fines de la década de 1920 se edita El Chaco, una publicación periódica dirigida por J. Reynaldo Perrotto, que actúa como órgano oficial de la Asociación de Fomento de los Territorios de Chaco y Formosa, creada en 1922 y presidida por quien fuera gobernador del Territorio, Juan S. Mc Lean, hasta noviembre de 1941. También en las páginas de esta publicación se registran los asuntos algodoneros y la necesidad de resguardar la mano de obra en tierra chaqueña. Es una expresión editorial de los intereses económicos y políticos más importantes de la región.
Apenas iniciado el año 1930, el Banco de la Nación Argentina, a través de sus sucursales en Resistencia, Roque Sáenz Peña y Villa ángela del Chaco, accede al pedido de préstamos a los cultivadores de algodón, cuando colonos e instituciones agrarias peticionan tierras para cultivar y familias de agricultores se dirigen a zonas algodoneras chaqueñas.[56] Se arraiga con fuerza la constitución de cooperativas que procuran beneficiar el trabajo del colono, con el propósito no sólo de “venderles la producción, sino también en adquirirle y entregarles los artículos de primera necesidad, es decir, alimentos y vestidos, máquinas de labranza, etc.”.[57] Por entonces, el gerente de la empresa estadunidense Firestone Tire and Rubber Company anuncia la instalación en el país (Lavallol, provincia de Buenos Aires) de una gran fábrica de cubiertas de goma que consumirá más de 4 000 toneladas de fibra de algodón al año. En tiempos de crisis y desempleo, la industria algodonera es vista como una oportunidad laboral para más de 50 000 obreros, y la dirigencia ve en el trabajo otro de los instrumentos capaces de contener y desactivar “la cuestión social” que la prensa periódica y las revistas especializadas difunden rápida y sostenidamente.[58]
Desde 1934 La Gaceta Textil, en tanto órgano publicitario de la Asociación Textil Argentina, cuya Comisión Directiva encabeza el empresario Ernesto F. J. Plaut (Plaut y Cía), auspicia la defensa de la actividad textil y de tejeduría como parte de las tareas de la mujer para colaborar en el sustento del hogar. La Corporación Argentina de la Tejeduría Doméstica donde funcionarían las Escuelas Fábricas Textiles, será desde los años de 1940 uno de los asuntos que se promuevan con más fuerza desde las páginas de esta revista especializada y que responde a intereses corporativos.[59]
En 1935 se crea la Junta Nacional del Algodón –como producto del intervencionismo del Estado–, concentrando bajo su esfera de acción los aspectos inherentes a la producción, el comercio y el fomento de esta especie agrotextil y oleaginosa. Se consolida su posición en el mercado interno, del cual dependerá en gran medida. Crece la tarea de divulgación e información para el colono y productor algodonero. La colección del Boletín Mensual que se edita quincenalmente desde 1935 es una expresión acabada de esta tarea que desde marzo de 1936 se complementa con la transmisión radiofónica de las cotizaciones del algodón, la divulgación de los resultados del censo algodonero de 1935–1936, la aparición de Oro Blanco, en agosto de 1937, como una revista mensual de economía, vulgarización y tecnicismo dedicada al cultivo e industrialización del algodón que promueve los nexos entre los productores, los industriales y el gobierno, así como una encuesta periódica que se hace a las hilanderías y tejedurías de algodón para evaluar la situación del consumo.
Es el propio ministro de Agricultura de la Nación –el estanciero cordobés Miguel ángel Cárcano–[60] quien, el 7 de junio de 1937, al inaugurar la primera desmotadora instalada en Catamarca, pregona la “múltiple acción del Estado” y su efecto multiplicador frente al avance de la economía algodonera en el norte del país.[61] Una situación que se difunde en las páginas de las revistas especializadas como parte de su mensaje para radicar población en el campo. El Anuario Algodonero de 1938, por su parte, se suma a estas publicaciones periódicas con un lenguaje estadístico–técnico, tiene otra factura y otros objetivos; así, registra una superficie sembrada con algodón para 1935–1936 de 368 000 hectáreas y una producción de 80 957 toneladas de fibra con un precio promedio en Buenos Aires de 985 pesos; 78.8% de los cultivos se radican en el Chaco y es hacia allí a donde apuntan sus objetivos estas publicaciones, tratando de justificar parcial y subjetivamente la importancia de permanecer y vivir en los márgenes del territorio argentino, sin conflictos, alejados de las tensiones urbanas y con trabajo.
La aparición de Oro Blanco como revista mensual del algodón –por su parte– está vinculada a LR 6 Radio Mitre. En su primer número, cuya tapa ilustra un retrato del ministro de Agricultura de la nación Miguel Angel Cárcano, “conocedor a fondo de los problemas agrarios”, la revista deja constancia ante sus lectores de que
no se trata de un órgano político, sino que aspira a demostrar cómo evoluciona la grandeza argentina en sus distintas ramas. El Ministerio de Agricultura de la Nación, importantes empresas industriales, la prensa en general y los hombres más eminentes del país la auspician sin ambages, porque entienden que la finalidad perseguida por Oro Blanco, no es otra que la de aunar esfuerzos y voluntades para bien de la colectividad.[62]
Como las anteriores, esta revista tampoco registra artículos firmados ni da cuenta de sus colaboradores.
No obstante, a poco de editada, sus páginas se convierten en caja de resonancia de las ideas del ministro Cárcano. Lo hace reproduciendo gran parte del discurso que este diera en Catamarca –el 7 de junio de 1937– al inaugurarse la primera desmotadora de algodón en la ciudad capital de la provincia cordillerana. Una vez más se auspicia el intervencionismo estatal y se difunde la Cartilla para el cultivo del algodonero; vale decir las instrucciones para el agricultor, como parte de la acción desplegada por la Junta Nacional del Algodón.[63]
La acción del Estado que antes se desarrollaba aisladamente y se circunscribía al proceso de la producción, hoy se ve secundada por la actividad privada que organiza los complejos canales del comercio.
En el mercado mundial, el algodón argentino es una mercadería de primera calidad, que como el trigo y la carne, vincula capitales, concentra intereses y atrae al comerciante internacional, que ve en él una nueva fuente de actividades y provecho [...]
La rápida expansión de este cultivo ha superado todas las previsiones [...]
Campos de orientación y experimentación, equipos de análisis de suelo, creación de agronomías regionales especializadas, organización minuciosa de un servicio contra las plagas, estadísticas minuciosas y siempre al día, defensa del productor y su organización en cooperativa, estudio atento y observación permanente del régimen del comercio internacional, distribución de las mejores semillas y difusión de los “standards” comerciales, control y discusión de la obra realizada y del programa a seguir por todos los gremios interesados, es la enorme tarea que se ha trazado el Ministerio de Agricultura, y que efectúa directamente la Junta Nacional del Algodón. Con esta múltiple acción del Estado, que coopera con la iniciativa privada, ha sido posible la notable expansión de los cultivos en los últimos años, reconquistando las zonas perdidas por la incomprensión y tomando otras nuevas […][64]
No sólo sus notas editoriales, sino sus avisos, fotografías y consejos al productor y al trabajador del campo buscan hacer llegar el “control social” a la región de la producción algodonera, con epicentro en el nea. Es que para esta revista “la industria algodonera necesita del apoyo de todos los argentinos”, reitera en casi todos sus números y como parte de su emblema editorial: “lea oro blanco, defiende los intereses del país”;[65] mientras aconseja “productor: no haga política, trabaje y espere”,[66] haciendo referencia a una perspectiva de alza en los precios mundiales del algodón y a la necesidad de desactivar los conflictos que impidan la prosperidad de los más altos intereses de los empresarios algodoneros y obstruyan el accionar del gobierno.
Junto a esta defensa “patriótica” de la producción nacional, la revista aconseja a los productores como parte de su campaña a favor de la siembra de algodón, y lo hace rescatando, nuevamente, las funciones del Ministerio de Agricultura y de la Junta Nacional del Algodón a través de sus técnicos zonales. La información y la propaganda política van de la mano, para poner de relieve la valiosa intervención del Estado liderado por Agustín Justo. Hasta un aviso de Grafa (Grandes Fábricas Argentinas S. A.) incluye una fotografía con un sugestivo título “una escena repetida”, que muestra al presidente Agustín P. Justo recibiendo saludos de una multitud en una manifestación popular. Se agrega: “No se notan distinciones sociales, todos lo aplauden y saludan, lo que es sin duda un buen síntoma político.”[67] Es que, además, en casi todos los números de la revista figura un aviso del Ministerio de Agricultura, de la Dirección de Propaganda y Publicaciones, anunciando ediciones gratuitas para “propulsar, orientar y proteger la producción, la industria y el comercio del país”. Opinar desde sus páginas es más que informar para esta revista que pretende influir y debatir acerca de las acciones a seguir por parte de los productores y trabajadores del algodón, sin renunciar a una militancia política oficialista no declarada.
En el número 3, de septiembre de 1937, Oro Blanco publica el facsímil de una carta del ministro del ramo, Miguel ángel Cárcano. Está dirigida:
A los productores e industriales de algodón argentino, envío este mensaje de colaboración recíproca entre el gobierno y los trabajadores, por intermedio de la revista “Oro Blanco”. Reclamo como privilegio imprescindible para encarar los problemas que afectan al comercio y a la industria del algodón, una mutua exteriorización y contacto entre el Ministerio y los agricultores del país.
Según sostiene el funcionario en agosto de ese año y la publicación así lo difunde.[68]
La revista edita el contenido del llamado Diario Telefónico, que se emite de 8 a 9 h por LR 10 Radio Cultura auspiciado por la Cámara Gremial de Cereales, la Cámara Gremial de Molineros y la Cámara del Algodón; una emisión radial con noticias para el “servicio del agricultor, del hacendado, del industrial y del comerciante del interior del país”.[69] Para quienes escriben en Oro Blanco –nunca identificados personalmente– proteger la industria algodonera es un deber y, seguramente por esa razón, reclaman colaboración a los lectores: para que se suscriban los agricultores, avisen los industriales y lean los maestros, anuncian sus páginas reiteradamente. La invitación se extiende a “chacareros, técnicos, financistas y patriotas de verdad”, quienes encontrarán “en nuestras columnas amplio campo de acción donde exponer sus puntos de vista respecto al movimiento del algodón en la República Argentina”.[70]
La tapa del número 4 está ilustrada con el retrato del director de la Junta Nacional del Algodón, ingeniero agrónomo Rafael García Mata, coordinador de “un vasto plan de trabajos científicos”, dice el epígrafe, tendente a difundir la importancia del algodón en el territorio argentino. La nota editorial –por su parte– procura rescatar los lazos entre la política y el trabajo como una forma de “mejorar la calidad de vida de las personas y ordenarla”.[71] Para reforzar esta prédica, en la sección “¿Qué opina usted del algodón?” el espacio queda reservado a la opinión de un personaje popular como es la señora Niní Marshall, “inimitable actriz que acapara la atención de los oyentes de Radio El Mundo”. En sus palabras se exponen los siguientes comentarios con sencillez, editados por la revista que no descuida ningún perfil para llegar a sus lectores:
El algodón, es a mi juicio uno de los productos agrícolas de más alta significación en el agro mundial; recién entre nosotros comienza a trabajarse con firmeza, y no debe sorprendernos que antes de lo que se espera sobrepase los cálculos más optimistas.
El agricultor tiene un nuevo gran medio de defensa económica si cumple a conciencia con lo que exige la planta; los industriales elaborarán una riqueza formidable; el comercio contará con otro elemento importante de trabajo, y por fin, la nación una segura llave para poblar inmensas tierras ubérrimas.
De sus derivados asomarán pequeñas y grandes industrias, que sumarán otros capitales a los existentes.[72]
En abril de 1940, cuando se considera “una medida de buen gobierno en economía política y social, defender los precios de los productos de algodón” evitando la especulación que finalmente deteriora esos fines,[73] se constituye la Comisión de Adquisición de Fibra para las hilanderías de algodón como un paso más para la organización de la economía algodonera que le permita obtener un ventajoso apoyo crediticio del Banco de la Nación Argentina; cuando se realizan los trabajos que, en enero de 1941, permiten organizar la Primera Gran Exposición del Chaco en el predio rural de Palermo, avanza el movimiento cooperativo en la zona algodonera y se promueve la difusión de los telares a mano entre la “población pobre” para crear así “un valioso estímulo para el trabajo manual de la juventud femenina”.[74] Conceptos que recoge y difunde La Gaceta Algodonera como parte de las instrucciones que hace públicas la Junta Nacional del Algodón y que la elite pretende imponer aun como parte de la nueva burocracia estatal.
Mientras tanto, El Chaco, como publicación oficial de la Asociación de Fomento de los Territorios de Chaco y Formosa, recaba desde sus páginas, en junio de 1941 y haciéndose eco de los reclamos cooperativistas del ramo, “medidas de emergencia para ayudar a los productores algodoneros que perdieron sus cosechas”.[75] Al mismo tiempo, la instalación de la Fábrica Nacional de Envases del Algodón es otro argumento que la publicación difunde como una iniciativa que “abre nuevos horizontes para la economía general del mismo y resuelve uno de los más graves problemas de la producción nacional”. Apoyan así la declaración de la Cámara de Comercio e Industria, tanto como la de los miembros de la Asociación de Fomento de los Territorios Chaco y Formosa, quienes proponen a los diputados agregar las siguientes sugerencias a ese proyecto fabril:
1. Que por razones de higiene se declare obligatorio el uso del envase de algodón nacional para los productos industrializados con destino al consumo interno: harina, yerba mate, azúcar y fideos.
2. Que se establezca la obligatoriedad del uso de bolsas de tejido o malla de algodón nacional para frutas, papas y verduras secas.
3. Que el Ministerio de Agricultura fije el plazo de transición accesorio para la exclusión de los envases de yute actualmente en uso para envasar los productos precedentemente nombrados.
4. Que se faculte al Ministerio de Agricultura para establecer el precio de los envases de algodón nacional, debiendo reducirse el derecho de aduana a los tejidos de algodón extranjero para envase cuando el precio de plaza sea superior al fijado.[76]
Cuadro 3. Evolución industrial del Chaco. Nuevos índices de su potencialidad
Año |
Núm. establecimientos |
Personal |
Capital m$n |
Fuerza motriz (HP) |
Valor prod. m$n |
1908 |
134 |
3 170 |
5 000 000 |
1 450 |
6 300 000 |
1913 |
186 |
4 890 |
9 500 000 |
4 500 |
24 200 000 |
1920 |
137 |
4 370 |
14 900 000 |
4 900 |
7 500 000 |
1935 |
456 |
6 370 |
47 900 000 |
28 000 |
56 200 000 |
1939 |
634 |
8 973 |
51 162 000 |
36 630 |
87 834 000 |
Fuente: El Chaco, enero de 1942, año xv, núm. 156, pp.5–6.
El control social sigue siendo un objetivo irrenunciable a la hora de atemperar los conflictos, y El Chaco –que habrá de mantener una amplia colaboración con los coroneles que llevan a cabo el golpe de Estado del 4 de junio de 1943– así lo entiende cuando publica un artículo acerca de “la tejeduría doméstica algodonera como método terapéutico”; una especie de “laborterapia”, como la denomina quien donara un telar con fines de inducir a la actividad de tejeduría. Dice la nota:
Acaba de producirse la donación de un telar de tipo usual para tejeduría doméstica algodonera que puede llegar a constituir el comienzo de actividades de beneficiosa influencia médico–social.
Nos referimos al obsequio que don Luis Rossi de Fazio hizo hace poco al Hospital de las Mercedes en nombre de su señora madre, doña Concepción de Fazio de Rosi, con destino a los internados en condiciones de ocuparse de trabajos textiles.[77]
En octubre de 1941 el poder ejecutivo nacional anuncia que, por intermedio de la Junta Nacional del Algodón, proyecta la creación, en el territorio Nacional del Chaco, de la Fábrica Nacional de Envases de Algodón.[78] La Gaceta Algodonera se adhiere y alienta la iniciativa en casi todos sus números a partir de entonces. En diciembre el ministro de Agricultura visita varias localidades chaqueñas con el objeto de interiorizarse de la situación de la economía algodonera y el 17 de ese mes se crea la Corporación Argentina de la Tejeduría Doméstica con el propósito de canalizar por su intermedio los créditos especiales del Banco de la Nación destinados a promover la fabricación doméstica de tejidos, cuando la Junta Nacional del Algodón propone –desde su Boletín Mensual– sustituir el yute por el algodón en la fabricación de envases para artículos de producción nacional.
Estima muy importante la repercusión económicosocial de esta iniciativa porque tal como expresan los considerandos del decreto de creación de la corporación:
la tejeduría doméstica, al desarrollarse en los propios hogares rurales, robustece la unidad económica familiar permitiendo la colaboración de todos los miembros de la misma y constituye un tipo muy ventajoso de industria para ser fomentada en esas zonas ya que no daría lugar a la despoblación de la campaña ni a la aglomeración urbana, ni exigiría grandes desembolsos de capital en maquinarias e instalaciones.[79]
Se contempla, así, la necesidad de proveer a las familias de los elementos necesarios para esta actividad y al año siguiente se dispone adjudicar unos 600 telares caseros. Por decreto del 29 de diciembre de 1942 tiene a su cargo la creación de Escuelas Fábricas Textiles, la redacción de sus planes de estudio y la organización de estos establecimientos, que dependen directamente de la Corporación.[80]
La Fábrica Nacional de Envases de Algodón –creada por decreto 108.828 del 18 de diciembre de 1941– sigue el modelo estadunidense y es vista por el Boletín Mensual de la Junta como “una avanzada de la industria textil en el norte del país”. El propósito es que esta fábrica pueda ser entregada a los productores agrupados en cooperativas o en sociedad mixta con el Estado; dedicándose sólo a la producción de telas para envases como una forma de “no interferir ni lesionar la iniciativa privada”.[81] Una declaración que afirma, desde este otro perfil, la intervención estatal en la economía.
Al mismo tiempo, La Gaceta Textil también daría cabida en sus páginas a la creación de la División de Envases Textiles de la Dirección de Abastecimiento, Industria y Comercio del Ministerio de Agricultura, en reemplazo de la Comisión Nacional del ramo. La nueva dependencia está dirigida por el ingeniero agrónomo Andrés Ringuelet, “actual segundo jefe de estadística agrícola”, dice la revista, destacando la importancia de la tecnología en el agro. La opinión de la publicación va más allá y señala que por las características que reviste la situación
se requiere una atención permanente y especializada del problema, a cuyo efecto conviene centralizar esta actividad en un organismo dedicado a tal fin, que además estudie y determine costos de la arpillera y de la bolsa fabricada; inspeccione y verifique el peso, medida y calidad de la arpillera o del envase; fiscalice su destino y organice el abastecimiento de bolsas para el envase de las cosechas.[82]
El 21 de julio de 1942, el ejecutivo nacional vuelve a intervenir en la economía y declara sujeto a expropiación hasta 30% de la producción de hilados y tejidos de algodón y de mezcla de algodón, de todas las fábricas del país, pagando como indemnización la suma que resulte del margen de fabricación más el precio de adquisición de la fibra en cada caso.[83] Motiva la medida las graves dificultades por que atraviesa el abastecimiento de telas para envases a causa de la conflagración mundial. La noticia se publica en casi toda la prensa periódica y revistas especializadas en este sector productivo.
La preocupación se hace extensiva a los miembros de la Asociación de Fomento de los Territorios Nacionales del Chaco y Formosa y a su expresión editorial, El Chaco, que en esta oportunidad se hace eco de las manifestaciones de un grupo de desmotadores –liderados por Francisco J. Carrió–, quienes entregan al presidente de la república ambos memoriales “con el fin de gestionar el apoyo del poder ejecutivo para solucionar algunos problemas relacionados con la economía del Chaco”. Solicitan el paso del ramal económico Quijano –de fundamental importancia para la zona algodonera de El Zapallar– a los Ferrocarriles del Estado y que “se dicte un decreto por el cual se considere el desmote del algodón como una faena agrícola de temporada”.[84]
Para la Asociación como para el gobierno y las revistas –tanto la propia como las ajenas– que divulgan el quehacer algodonero,
la tejeduría doméstica, al desarrollarse en los propios hogares rurales, robustece la unidad económica familiar, permitiendo la colaboración de todos los miembros de la misma, y constituye un tipo muy ventajoso de industria para ser fomentada en esas zonas, ya que no dará lugar a la despoblación de la campaña ni a la aglomeración urbana, ni exigirá desembolsos de capital en gran cantidad para maquinarias e instalaciones.[85]
El salario estimado que reciben mujeres y niñas por esta actividad contribuiría así al sostén del hogar y a evitar el conflicto que tanto preocupa a la dirigencia política y económica provincial, regional y nacional.[86]
La Gaceta Textil alentaba por entonces la confección de envases como un medio para dar cuenta de la importancia del desarrollo de la industria textil nacional. Se hace eco hacia 1943 de la información emanada de la Comisión de Propaganda y Estudios Económicos de la Unión Industrial Argentina y da a conocer un informe al respecto. A partir de esos registros la revista destaca que la industria textil nacional ya abastece 66% del total de las necesidades del país, contra 8% de unos quince años antes, y alienta el significado del emprendimiento como generador de trabajo genuino.
Cuadro 4. Consumo argentino de textiles
Años |
Algodón |
Lana |
Seda |
Hilo |
Total |
Kg por habitante al año |
1927–1930 |
59 988 |
9 403 |
1 870 |
1 723 |
72 984 |
6.6 |
1931–1934 |
50 909 |
9 032 |
2 913 |
1 035 |
63 889 |
5.4 |
1935–1938 |
66 036 |
14 815 |
5 094 |
1 119 |
87 064 |
6.9 |
1939–1942 |
69 605 |
15 924 |
5 366 |
547 |
91 442 |
6.8 |
Fuente: La Gaceta Textil, año ix, núm. 106, diciembre de 1943, p.12.
Durante 1931 –en pleno coletazo de la crisis mundial de 1929– La Gaceta Algodonera propone desde sus páginas “romper de una vez los intereses creados y pensar en los millares de obreros desocupados que tenemos, con un poco más de nacionalismo; las fábricas en marcha dan vida a los pueblos”; mientras promueve entre los cultivadores de algodón la acción cooperativa, porque son “las Asociaciones [las] que defienden los intereses mutuos de cada asociado, y ellas deben existir en toda zona que se cultive algodón para contener el avance de la especulación, que comienza ya a arraigarse en el Chaco”. Al año siguiente el mensaje se diversifica y además se profundiza. Está dirigido a los colonos del Chaco y les propone: organizarse para vender la producción, exigir “la entrega de títulos definitivos a los ocupantes y que trabajen el lote fiscal otorgado”, así como “orientar el trabajo de la Chacra hacia el cultivo de hortalizas y productos de la granja para evitar gastos de alimentación”; es decir, toda una propuesta para enfrentar la crisis sin conflictos sociales agudos, pero que poco se aparta de las conocidas y sugeridas para las dos décadas previas con fines similares: radicar población sin reformar el sistema de tenencia de la tierra y evitando la expropiación. La revista, de especificidad técnica, asume una función política directa y debate al tiempo que propone desde sus páginas, una acción concreta y corporativa para mantener el control social.
Por entonces, en un aviso dirigido al gobierno, la revista sostiene con énfasis:
Proteger, las industrias derivadas del algodón, es cimentar con bases sólidas el arraigo del cultivo del algodón en el país y contribuir a aumentar cada año la riqueza de la nación.
Protéjase entonces, con leyes de emergencia si es necesario, a las industrias que utilizan algodón nacional, puesto que así se pagará por este textil, precios suficientes remunerados al cultivador y dará margen a que se dediquen con entusiasmo, resolviéndose como consecuencia el problema de la colonización de vastas zonas del norte argentino.
Negar la protección, es atentar contra el progreso de la patria y cerrar las puertas de establecimientos en que se ocupan millares de obreros.
Es que para La Gaceta Algodonera –durante los años treinta, al menos– la cuestión no es sólo asesoramiento técnico a los productores; “es obra nacionalista, independizarnos de la importación de artículos manufacturados de algodón, siendo que nuestro país produce suficiente materia prima en cantidad y calidad para suplantarla eficientemente”, dice. Desde 1933 suma a su prédica los avisos destinados a los maestros de escuela, “con el propósito de extender en todo lo posible el conocimiento del cultivo del algodón y su desarrollo en el país”. Para conseguir su objetivo la revista ofrece entonces entregar gratuitamente, a los docentes que lo soliciten, “cualquier información o detalles sobre la producción algodonera argentina en sus múltiples y distintos aspectos”. Así lo reitera en varios de sus números y como expresión de los más altos intereses empresarios algodoneros.
A mediados del decenio de 1930 el mensaje para radicar población e incentivar el cultivo del algodón apela incluso a las comparaciones con los productos agrarios de la zona más rica del país (la región pampeana). Un aviso se publica por entonces, destacando que “los cereales han disminuido su exportación”, mientras –de modo muy optimista y alejado de la realidad– se sostiene que el algodón: “organizando su cultivo y comercio puede reemplazar favorablemente esa falta de exportación para el país.”
En la segunda mitad de esta década, la prédica se orienta a destacar el accionar de la Junta Nacional del Algodón, mientras invita a los productores del Gran Chaco argentino a sembrar esta oleaginosa de aplicación textil porque “es riqueza”, y para lograrlo la entidad cuenta, dice, “con ingenieros agrónomos destacados en todas las zonas del norte” del país. Hacia 1940, la revista sigue considerando que la siembra de algodón forma parte de “una verdadera obra patriótica”. Lo recuerda, por entonces, la edición sucesiva de este aviso de la propia editorial de La Gaceta Algodonera:
¡Fábricas! ¡Fábricas! y más Fábricas!... ¡Necesita el pueblo argentino para conjurar la crisis de trabajo! ¿Quiénes deben preocuparse para que ellas surjan y se desarrollen con prosperidad?
la industria algodonera en la argentina puede fácilmente dar trabajo a más de 50 000 obreros e incorporar a más de 200 millones de pesos a la economía de la nación.
Mientras tanto, la revista –como parte de sus intereses empresarios– compromete al Banco de la Nación Argentina a la hora de ayudar con sus créditos a los productores de algodón, y destaca que “la subdivisión de la tierra es necesaria para radicar colonos y fomentar la colonización agrícola”, ya que “con latifundios y tierras no cultivadas no hay progreso”. Esa “es obra de buen gobierno” y una acción concreta para “proteger a los productores del campo, sostener la riqueza y la colonización”, expresa con letras de gran tamaño esta publicación periódica en varios de sus números aparecidos a lo largo de 1941.
Desde agosto de 1937, Oro Blanco –asociada a la radiodifusión que en los años treinta ocupa un espacio importante entre los medios de comunicación–es como revista mensual de economía, vulgarización y tecnicismo dedicada al cultivo e industrialización del algodón, una expresión editorial más circunscrita en sus temas y cuyo objetivo esencial es promover los nexos entre los productores, los industriales y el gobierno. Se distingue así de las otras expresiones periódicas aquí analizadas. Desde una perspectiva complementaria, Oro Blanco será la que se proponga llevar a cabo una encuesta periódica en las hilanderías y tejedurías de algodón con el objeto de evaluar la situación del consumo. Con otro tipo de información esta revista también apela a reforzar la estadística algodonera, pero sin descuidar el atractivo que la misma pueda ofrecer para radicarse en el medio rural, como una forma concreta de ejercer el control social.
Ya producido el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, el nacionalismo que lo alienta cobra fuerza y también se expresa en las decisiones del flamante “gobierno de los coroneles”, que algunas revistas dedicadas a la actividad algodonera y textil registran. Es el caso de la conformación de la Comisión Asesora de las Fuerzas Vivas de la Economía Nacional, creada por decreto del 30 de junio de 1943 e integrada por importantes empresarios de la producción, el comercio y las finanzas. La presencia del presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, doctor Ernesto Aguirre, y los representantes de la Sociedad Rural Argentina, ingeniero José María Bustillo; del Centro de Consignatarios de Productos del País, doctor Eustaquio Méndez Delfino; de la Unión Industrial Argentina, Luis Colombo; de la Asociación de Propietarios de Bienes Raíces, Otto E. Frederking, y de la carbap (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa), Nemesio Olariaga y Ernesto Mignaquy, refieren al perfil de la institución y los intereses a los cuales pretende servir directamente La Gaceta Textil.[87]
A mediados de la década de 1940, la tejeduría doméstica es un asunto que sigue formando parte de las inquietudes que manifiesta la elite dirigente y se registra en las páginas de las revistas estudiadas. En La Gaceta Textil, por ejemplo, se insiste en la proyección de la Corporación Argentina, que representa a esa actividad y sus posibilidades a futuro, aunque registra el hecho sin ponderarlo desde el cambio posible que implica. La revista no duda en destacar que la misma
fue creada con el objeto de aprovechar la capacidad tradicional de la mujer del noroeste argentino en la confección de tejidos, orientándose esta actitud en el sentido de elaborar tipos de tela apropiadas para la confección de envases requeridos por la producción agrícola–industrial del país,[88]
siendo que desde 1942 el problema de los envases se deriva de una crisis aguda, emergente del ingreso de los tejidos de yute desde la India, pero sin advertir que el tipo de tejido a telar que practican las mujeres del norte del país dista mucho de la confección textil de envases para productos agrícolas. En los comentarios que se escriben en estas páginas sólo parece cobrar importancia el trabajo femenino en el hogar y “la misión” que las mujeres tienen a la hora de preservar la familia y evitar los conflictos dentro del hogar para que estos no se manifiesten fuera de él y afecten el control social.
Las revistas son caja de resonancia de la situación económica, política y social de la realidad argentina, más allá de su especificidad temática y de su orientación específica hacia los productores y trabajadores rurales, de ser expresiones de intereses corporativos o voceras del gobierno, como ocurre con las seleccionadas para estudiar en este trabajo. El control social se expresa en ellas de modo indirecto o a través de avisos, consejos y sugerencias a los productores, colonos y trabajadores rurales. Aplicar la racionalidad técnica para referirse a complejos problemas sociales es una forma de ignorar o explicar parcialmente el conflicto de los pobladores del territorio. El caso del algodón, que se arraiga y crece en la región marginal del nordeste argentino, es un buen ejemplo para ponderar su alto grado de politización y –al mismo tiempo– demostrar la significación que adquieren los medios de comunicación a partir de mediados de los años veinte, no sólo como instrumento informativo sino –especialmente– como gestor de los perfiles de sociabilidad y como expresión contundente de una de las tantas manifestaciones del control social, al cual no renuncian y esperan conducir como parte de los intereses que representan, y que suelen trascender el desarrollo regional.
Archivos
abna Archivo del Banco de la Nación Argentina.
Hemerografía
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La Gaceta Algodonera, Publicación defensora de plantadores e industriales de algodón, 1924–1945, Buenos Aires.
La Gaceta Textil, Publicación oficial de la Asociación Textil Argentina, 1941, Buenos Aires.
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[1] Ferrer, Economía, 2008.
[2] Mc Gee Deutsch, Contrarrevolución, 2003; Ospital, “Organizaciones”, 1998, y Barbero y Devoto, Nacionalistas, 1983.
[3] Smith, Carne, 1983.
[4] Girbal–Blacha, “Azúcar”, 1994, pp. 107–122.
[5] Arendt, “Lenguaje”, 2002, p. 132.
[6] Berger, Campos, 1998, pp. 9–18.
[7] Acerca del lenguaje y sus distintas expresiones puede consultarse Sartori, Política, 2002.
[8] García, Desarrollo, 1965, pp. 78 y 132.
[9] Ibid., p. 98, y Eujanian, Historia, 1999, p. 31.
[10] Así lo expresaba un prospecto destinado a difundir esa revista decana y paradigmática que fue la Revue des Deux Mondes desde 1831. Texto atribuido a Sainte–Beuve. Jeune, “Revues”, 1998, t. 3 p. 455, y Chartier y Martin, Histoire, 1991, pp. 352–360.
[11] King, Estudio, 1989, p. 12.
[12] Hobsbawm, Historia, 1995, p. 15.
[13] Jeune, “Revues”, 1998, t. 3, p. 45, y Roussellier, “Revues”, 1995, pp. 127–146.
[14] Pluet–Despatin, “Contribution”, 1992, pp. 125–136.
[15] Ibid., p. 129, y Girbal–Blacha y Quattrocchi–Woisson, Cuando, 1999.
[16] Corpet, “Revues”, 1990, pp. 1035–1036.
[17] Prólogo de Place y Vasseur, Bibliographie, 1973–1977.
[18] Antecedentes en Cavalaro, Revistas, 1996.
[19] Iñigo y Podestá, Movimiento, 1991, y Moglia, “Conflicto”, 2011.
[20] Para ampliar la situación del conflicto rural y la cuestión social, véanse Roze, Conflictos, 1992; Moreyra, Cuestión, 2009, y Ascolani, Sindicalismo, 2009.
[21] Girbal–Blacha, Vivir, 2011.
[22] Guy, “Rey”, 2000.
[23] Bruniard, “Gran”, 1975–1978, p. 70.
[24] Jones, “Reestructuración”, 1965.
[25] Faucher, Geografía, 1953, p. 295.
[26] Girola, Algodonero, 1910, p. 36–39; Maciel, Investigación, 1904, pp. 36–37, y Bialet, Informe, 1906.
[27] Schleh, Industria, 1923, y Bruniard, “Gran”, 1975–1978, pp. 62–65.
[28] Kaplan de Drimer y Kaplan, Cooperativas, 1975, p. 519.
[29] Guy, “Rey”, 2000.
[30] Muello, Geografía, s. a., p. 63.
[31] Más datos en Guy, “Rey”, 2000, y Girbal–Blacha, “Algodón”, 2005, pp. 91–120.
[32] Guy, “Rey”, 2000. Las dificultades por las que pasa la economía algodonera argentina, no resultan preocupantes sólo para quienes viven de ella, sino también para los técnicos estadunidenses que prestaran su asesoramiento para radicar el cultivo del algodón en el Chaco. Nathaniel Winters y Ernest L. Tutt así lo expresan –en más de una oportunidad– ante los miembros de la Cámara de Comercio estadunidense.
[33] Departamento, Desocupación, 1933, y Junta, Memoria, 1936.
[34] Junta, Memoria de 1935, 1936.
[35] Bruniard, “Gran”, 1975–1978, p. 69.
[36] Banco, Memoria, 1935, pp. 47–61, y Calvo, Oro, s. a., pp. 93–101 y 105–117.
[37] Cavallone, Cooperativismo, 1947, pp. 119–126. En 1949 el Banco de la Nación Argentina forma una comisión especial para estudiar los requerimientos de los pequeños productores algodoneros del Chaco agrupados en 24 cooperativas agrícolas. El estudio realizado permite conocer en cifras las necesidades locales más urgentes, que están referidas a viviendas rurales y mecanización. En 1950 la entidad bancaria propone la formación de “núcleos agrarios pre–cooperativos”, que pretende aprovechar el nucleamiento existente de los colonos de escasa o ninguna responsabilidad, situados en parajes aislados, para congregarlos en esas entidades societarias. Archivo del Banco de la Nación Argentina (en adelante abna), Sección Carpetas especiales, Comisión Mixta para elaborar un plan de créditos y organización de pre–cooperativa, carpeta especial 313.
[38] Cavallone, Cooperativismo, 1947, pp. 109–114.
[39] Ministerio, Boletín, núm. 117–118, enero–febrero de 1945, p. 25.
[40] Girbal–Blacha, Vivir, 2011.
[41] Brady, “Halagüeñas”, 1924, t. 12, pp. 261–268.
[42] La Gaceta Algodonera, defensora de plantadores e industriales de algodón, año 1, núm. 12, enero 31 de 1925, pp. 1–2.
[43] Ibid., pp. 17–18.
[44] Ibid., año 1, núm. 1, febrero 29 de 1924, pp. 1–15, y año 1, núm. 10, noviembre 30 de 1924, pp. 1–2.
[45] Ibid., año 1, núm. 4, mayo 31 de 1924, pp. 1–4, 12 y 15–16, y año 2, núm. 37, febrero 28 de 1927, pp. 25–30 y 40–42.
[46] Ibid., año 2, núm. 13, febrero 28 de 1925, p. 7.
[47] Ibid.
[48] Bruniard, “Gran”, 1975–1978, p. 67.
[49] La Gaceta Algodonera, año 2, núm. 42, julio 31 de 1927, pp. 22–29.
[50] Ibid., año 2, núm. 15, abril 31 de 1925, p. sin núm.
[51] Miembros fundadores de la Cámara: Bunge y Born Lda., Louis Dreyfus y Cía., Cía. Gral. de Fósforos, Fábrica Argentina de Alpargatas, Bonifacio López, Bally Ltda., J. V. Castaran, Valverde Lyon, B. F. Avery y Sons, director de Gaceta Algodonera, Agar Cross y Cía., Möring y Cía., Cía. Algodonera del Río de la Plata, R. De Pamphilis, Armiño Ambrosetti, Herminio Cantú, Vicente Lambies, Lanata Hnos., Comercial Belgo Argentina, E. Pollackiek Cía., M. Comero Cía., Heriot y Cía., Niegel Bohom y Cía., Campomar y Soulas, R. N. del Sel Lda., Brach y Cía. Ind. del Quebracho, Lahusen y Cía. Lda., Santiago Scotto, Piccaluga y Ferrando. Comisión directiva: presidente Henry Mayer (Comercial Belgo Argentina), vicepresidente ingeniero F. Prati (Cía. Gral. de Fósforos), secretario Bonifacio López y tesorero Augusto Moring.
[52] La Gaceta Algodonera, año 2, núm. 25, febrero 28 de 1926, pp. 1–7.
[53] Ibid., año 2, núm. 28, mayo 31 de 1926, p. 11.
[54] Ibid., año 5, núm. 56, septiembre 30 de 1928, p. 8.
[55] Ibid., año 2, núm. 31, agosto 31 de 1926, pp. 24–25.
[56] Ibid., año 6, núm. 72, enero 31 de 1930, p. 9, y año 7, núm. 78, julio 31 de 1930, pp. 13–14.
[57] Ibid., año 7, núm. 79, agosto 31 de 1930, pp. 9–10.
[58] Ibid., año 7, núm. 82, noviembre 30 de 1930, pp. 5–7; año 7, núm. 84, enero 31 de 1931, pp. 7–9, y año 8, núm. 86, marzo 31 de 1931, p. 10.
[59] La Gaceta Textil, Publicación oficial de la Asociación Textil Argentina, año vii, núm. 82, diciembre de 1941, pp. 14–16, y año vii, núm. 76, junio de 1941, p. 20.
[60] Blacha, “Cárcano”, 2006, pp. 63–86.
[61] Oro Blanco. Economía, Vulgarización y Tecnicismo, Revista mensual del algodón, año 1, núm. 3, septiembre de 1937, pp. 5 y 14.
[62] Ibid., año 1, núm. 2, agosto de 1937, p. 1.
[63] Ibid., año 1, núm. 3, septiembre de 1937, pp.40–42.
[64] Ibid., p. 14.
[65] Ibid., p. 35.
[66] Ibid., p. 11.
[67] Ibid., p. 17.
[68] Ibid., p. 5.
[69] Ibid., p. 44.
[70] Ibid., p. 45.
[71] Oro Blanco, año 1, núm. 4, octubre de 1937, p. 20.
[72] Ibid.
[73] La Gaceta Algodonera, núm. 194, marzo 31 de 1940, p. 1.
[74] Ministerio, Boletín, núm. 62, junio de 1940, pp. 254–256; núm. 64, agosto de 1940, pp. 364–374; núm. 68, diciembre de 1940, pp. 590–591; núm. 69, p. 9 enero de 1941, y núm. 74, junio de 1941, pp. 449–450, y La Gaceta Algodonera, año 17, núm. 201, octubre 31 de 1940, p. 6.
[75] El Chaco, año xiv, núm.149, junio de 1941, p. 21.
[76] Ibid., pp. 30–31.
[77] El Chaco, año xv, núm. 159, abril de 1942, p. 22.
[78] La Gaceta Algodonera, año 18, núm. 209, junio 30 de 1941, pp. 3–5; año 18, núm. 211, agosto 31 de 1941, pp. 1–2; año 18, núm. 212, septiembre 30 de 1941, p. 2, y año 18, núm. 215, diciembre 31 de 1941, pp. 1–2.
[79] Ministerio, Boletín, núm. 81–82, enero–febrero de 1942, pp. 5–7.
[80] Ibid., núm. 93, enero de 1943, pp. 45–46.
[81] Ibid., núm. 89–90, septiembre–octubre de 1942, pp. 275–282.
[82] La Gaceta Textil, año vii, núm. 76, junio de 1941, p. 20.
[83] La Gaceta Algodonera, núm. 87–88, julio–agosto de 1942, pp. 230–231.
[84] Ibid., núm. 91–92, noviembre–diciembre de 1942, p. 372.
[85] Ibid., núm. 95, marzo de 1943, p. 143.
[86] Ibid., núm. 111–112, julio–agosto de 1944, pp. 307–318.
[87] La Gaceta Textil, año ix, núm. 101, julio de 1943, pp. 14–15.
[88] Ibid., año xi, núm. 123, mayo de 1945, Buenos Aires, p. 20.