Antonio García de León, Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, FCE, México, 2011.1519–1821

Miradas al Mediterrané mexicano desde la costa veracruzana: sus espacios marítimo–mercantiles, pueblos, villas, españoles, ingleses, criollos, mestizos y castas

Para la historiografía mexicana, el reciente libro de Antonio García de León, Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519–1821, resulta ser una obra imprescindible. Está enmarcada en los estudios históricos de larga duración y propone renovados estilos metodológicos para el quehacer de la historia económica, social, de la vida cotidiana y política. Y todo a partir de un interesante estudio de una región y un puerto tan trascendentes en la sociedad y cultura novohispana. El texto, en su factura, recurre a varios aspectos que en lo posible logre investigar la totalidad histórica de la principal garganta de mar y del litoral veracruzano de lo que fue el reino de Nueva España.

Centramos la reseña de este texto, fundamentalmente, en aspectos que versan sobre espacio regional; el progreso portuario jarocho; las redes y los circuitos de intercambio que tuvieron cabida en el mundo Atlántico y en el Golfo de México; en aquella oligarquía marítimo–mercantil nativa y extranjera que se asentó en Veracruz, y, por último, en su refugio citadino a partir de lo que fueron las ferias mercantiles que tuvieron lugar en la villa de Xalapa.

En la parte intitulada mar en fuera, la investigación partió —para la realización de su planteamiento histórico económico y su sustento empírico— de un metódico análisis de fuentes primarias que se desprenden de una diversidad de acervos. Sobre los archivos extranjeros el lector podrá constatar una catarata de referencias documentales.1 Respecto a la reconstrucción histórica de lo que el autor denomina tierra adentro, el arsenal que nos ofrece es, sin duda cabe, vasto y jugoso, pues incluye el estudio al propio puerto de Veracruz y, particularmente, al litoral de Sotavento y, de manera destacada, las redes comerciales en caminos reales e hidráulicos.2 Hay que subrayar que la obra en cuestión tuvo, para hacer posible su trama, la cotidiana consulta de tres bibliotecas mexicanas fundamentales para el historiador y que en sus colecciones especiales brindan al lector no solamente materiales bibliohemerográficos, sino documentos excepcionales.3

La formación doctoral en la Sorbona de París y el conocimiento de la escuela francesa de los Annales, permitió a García de León darnos una renovada interpretación de lo sucedido en la vida social y cultural en lo que puede argumentar como el Mediterrané mexicano, el seno mexicano, o el Golfo de México. De manera precisa argumenta cómo se constituyeron aquellas redes de comercio para el mercadeo de esclavos, telas, licores, armas y enseres domésticos; de la salida de productos americanos y caribeños como cueros, azúcar, tasajo, tabaco, añil y grana. Da a conocer la lógica comercial que siguieron las partidas de plata y oro desde el puerto de Veracruz primero a Sevilla y luego a Cádiz. No obstante, en este libro se nos detalla que las remesas de plata amonedada y barras de metales preciosos para fines del siglo XVIII y principios del XIX tenían circuitos mercantiles que alcanzaban otras tantas plazas comerciales fuera de los circuitos del control del imperio español y que se localizaban en los puertos de Liverpool, Bristol, Glasgow, Nantes y Amsterdam.

En la obra de García de León se rescata lo que llegó a ser la funcionalidad y organicidad del movimiento marítimo–mercantil que se verificó en la parte norte del Atlántico americano y que, por cierto, no se había abordado históricamente a profundidad y detalle por la escuela de Sevilla ni por la reciente historiografía mexicana. El autor detalla lo que fue la activa presencia inglesa en el Caribe y en Nueva España en los siglos XVII y XVIII. Además se desentraña el activo movimiento mercantil de la Compañía de Guinea, en el llamado asiento inglés, y en la presencia de reindeiros judio–portugueses en Veracruz, ya sea por caminos legales e ilegales.

Una de las tesis centrales de García de León es mostrar en el texto que la debilidad comercial del imperio español con sus colonias de ultramar se gestó por la activa operatividad mercantil que alcanzaron ingleses y judio–portugueses en la principal boca atlántica del reino de la Nueva España. El autor lo constata debido al control inglés desde Jamaica y Curazao, y del activo contrabando que tuvo cabida en los distintos embarcaderos del seno mexicano y, particularmente, en los del Sotavento veracruzano: Cosamaloapan, los Tuxtlas, Acayucan y Tabasco. Y esto fuese por la vía del saqueo, las patentes de corso, la constante piratería, el contrabando, las acciones filibusteras, y las ocasionales actividades de los bucaneros. Y todo lo anterior fracturando el control del imperio español en sus colonias ultramarinas, pues como bien dice el autor:

El comercio legal de la Carrera, desde Sevilla a las Indias, estaba ya controlado por franceses, ingleses, holandeses, genoveses y alemanes en la misma ciudad andaluza. Dos terceras partes del comercio en la América española eran de contrabando [...] y otro negocio lucrativo como la trata negrera en gran escala (p. 669).

En Tierra adentro, mar en fuera se reconstruye la trama del último cuarto del siglo XVIII; este control comercial inglés se verificó en Cádiz pues las casas mercantiles asentadas en este puerto (las francesas, italianas, irlandesas y holandesas) lograron gran presencia en la reexportación de manufacturas a Nueva España y en la comercialización de materias primas y plata a París, Londres y Amsterdam.4

Al mismo tiempo encontramos un aporte sustantivo en el libro de García de León cuando estudia la Real Compañía de Inglaterra, 1713–1748, y luego la Compañía de los Mares del Sur. A través de las actividades de estas se nos explica la esencia misma de lo que fue el comercio triangular y que tenía varios destinos como Bristol, Liverpool y Londres, y en áfrica en Costa de Oro, Angola, Madagascar y Senegambia, y desde luego en Jamaica y Veracruz, así como la penetración inglesa al mercado de las Indias españolas. Remarca el autor que todo este proceso histórico no es más que la antigua globalización del planeta. Y todo ello, a partir de la introducción organizada de contingentes de esclavos de origen africano a Nueva España, así como la introducción del llamado navío de permisión que podía cargar 600 toneladas en mercaderías inglesas y que se realizaba comercialmente en la Feria Mercantil de Jalapa. Esto también desde Veracruz con desembarques de plata y oro novohispanos con destino a Inglaterra, y en las operaciones de tratantes ingleses a través de las realizaciones del crédito y transacciones financieras que ofrecían casas inglesas a los comerciantes peninsulares y gaditanos. Distingue el autor las especificidades de la red comercial del comercio de esclavos que se introducían de contrabando y que:

generalmente los ofrecía más baratos, y el crecimiento de un mercado de esclavos en varios puntos del interior y el Altiplano novohispano, vendidos a agricultores o a los mineros de las costas o de las Provincias Internas del Norte por propietarios de Puebla, Atlixco, Toluca o Cuernavaca (p. 698).

La trascendencia de este estudio histórico la encontramos también en un planteamiento básico que rompe con la supuesta concepción de la hegemonía y control del mercado novohispano por parte del imperio español. Así, se nos advierte que entre las décadas de 1720 a 1770 los agentes ingleses, muchos de ellos aliados a los comerciantes de la tierra novohispana, además de establecerse e incidir en el funcionamiento de las ferias de Jalapa, también obtuvieron beneficios del comercio indirecto por medio de Cádiz, en donde controlaron varias compañías y sociedades de crédito, y el comercio en el que España terminó por utilizar los metales preciosos americanos para saldar su déficit en la balanza de pagos con los ingleses.

En consecuencia, en el apartado intitulado "XV. Truenos y relámpagos", en un párrafo muy sugerente y una conclusión renovadora en el análisis histórico, García de León nos dice que:

A fin de cuentas, los extranjeros seguían dominando el comercio con las Indias, con 50% de las exportaciones y 75% del transporte, mientras los comerciantes españoles terminaron siendo simples comisionistas mercantiles. En estas condiciones acumulaban beneficios y capital y participaban de las ganancias de los extranjeros sobre las exportaciones de las manufacturas hacia América. Todos parecían ganar, aun la corona, por lo que siempre existía la tentación de dejar las cosas como estaban (p. 713).

Es decir, para ese entonces la malla de intereses ingleses ya anunciaba precisamente el proceso de hegemonización de Inglaterra en el escenario mundial. Sin embargo, también se nos dice que todo ello se fue logrando gracias al sistema de corrupción y complicidades, y el famoso cochino o "cochinero".

En Tierra adentro, mar en fuera aprendemos más sobre la complejidad y operatividad de los circuitos de intercambio y redes mercantiles. Advierte el autor que en el intercambio de mercaderías y productos deben considerarse siempre a los pueblos, a las comarcas interiores y/o vecinas y tener en cuenta a sus sujetos actuantes no tan sólo a comerciantes peninsulares, criollos o ingleses, sino también, a los indios, mestizos, negros y mulatos libres. Se indica que en el estudio sobre las cuencas del Papaloapan y del Coatzacoalcos hay que tener muy en cuenta tanto los aspectos geográficos como las actividades productivas. En el caso del Papaloapan se van conformando los pueblos en los embarcaderos de Alvarado y Tlacotalpan, región en la que ya desde el siglo XVII se producía loza de barro, muebles de madera y se construían pequeñas embarcaciones (chatas, chalupas, embarcaciones y bongos). Se hace referencia que las dos cuencas estuvieron interconecta–das por los caminos hídricos desde Coatzacoalcos y su cabecera en el pueblo de Acayucan, y que fue preciso retomar el río San Juan para llegar a Tlacotalpan.

Una de las indagaciones que nos presenta García de León y que el lector se deleita al constatarlo, es cómo nos muestra la conformación de las subregiones y caminos comerciales en tierra adentro a través de la navegación de los ríos. El autor nos introduce en los caminos hídricos en las grandes cuencas del sur de Veracruz como es el caso de Coatzacoalcos. Nos da cuenta del porqué del proyecto fallido de la fábrica real de navíos en Coatzacoalcos —que terminó en un astillero menor en el paso de la garita en 1730—, y de las bonanzas que dio la extracción de madera de cedro, pinzapo, jabí y quiebrahacha. Se argumenta, al mismo tiempo, cómo los agentes ingleses, oficializados por el llamado asiento establecieron incluso redes y almacenes de depósito con ventas a plazo y créditos (pp. 699–700).

Resulta necesario remitirse a lo que el autor denomina "El gran mercado vera–cruzano" y que fue el proceso mismo que llevó a que Veracruz, en la segunda mitad del siglo XVIII, se convirtiera por su crecimiento en una comunidad mercantil que tuvo significativos montos de los capitales precisamente por el tráfico mar en fuera. Es la época del pleno comercio libre y de la desregulación definitiva del comercio novohispano y del Consulado de Veracruz.

Para lograr lo anterior, García de León hizo un balance de lo que realmente fue el contrabando y constata que el mismo no solamente se hacía en las baterías y fortalezas del litoral —Mocambo, Antón Lizardo, Alvarado, Tuxtla y la barra de Coatzacoalcos—, sino que lo practicaban los llamados cochinos de Veracruz y compañías inglesas, holandesas y francesas, que lo concretizaban los mulatos milicianos y que lo solaparon funcionarios y militares del virreinato de la Nueva España (p. 782).

Advierte el autor que en lo que fuera la intendencia de Veracruz no funcionó un núcleo urbano que dominara el desarrollo regional, y subraya que hubo en este espacio económico una ausencia de la relación polo–hinterland,a diferencia de lo sucedido en las ciudades de México, Puebla, Oaxaca y/o Guadalajara. Para García de León la actividad económica de Vera–cruz se desarrollaba de manera desigual y asimétrica en varios polos radiales interconectados: un complejo central Orizaba–Córdoba–Jalapa–Veracruz; otros mercados aledaños en la costa de Barlovento productoras de vainilla (Papantla, Misantla, Jalicingo, Nautla); la del camino de Veracruz a Jalapa (La Rinconada, Puente Real, Coatepec); el tercero de Veracruz a Córdoba y Orizaba, y el del camino a Sotavento o de tierra caliente a Medellín, Alvarado, Tlacotalpan, siguiendo por la cuenca del Papaloapan y sus afluentes los Tuxtlas, Acayucan y el vecino norte de Oaxaca Tutila y Villa Alta.

Interesante aquí son los denominados círculos con la presencia económica de pueblos indios y mulatos productores de maíz, de granjas lecheras y productos artesanales, y de los llamados anillos con una actividad agrícola comercial con sus producciones de granos, frutas, legumbres, puercos y aves de corral (pp. 844–846), así como aguardiente, aceitunas, algodón, mantas y todo para el avituallamiento de los navíos de mar en fuera.

Finalmente, es indispensable centrarse en el análisis de los comerciantes que mercadeaban en el recinto amurallado. Esto es, aquella comunidad articulada por la lonja del puerto y el Consulado de Veracruz. García de León nos dice que a partir de 1770 la élite comercial se componía de vascos y montañeses vinculados al comercio andaluz de textiles y vinos, y otros adinerados casados con mujeres ricas de la tierra jarocha. Sobresale la genealogía de la casa–mercantil y financiera Gordon & Murphy con sus redes financieras–mercantiles y, después, simplemente lo que llegó a ser el gran consorcio Murphy en las ciudades de Londres, Cádiz, Málaga, ámsterdam, Boston, Nueva York y Veracruz (pp. 856–857). En el análisis historiográfico quedará pendiente profundizar aún más cómo este mismo consorcio actuaba en la primera globalización de la economía mundial e inclusive prestarles atención en su entramado histórico a otras tantas casas mercantiles que actuaban en Cádiz, en Jalapa y el puerto de Veracruz y que se imbricaron otras redes de comercio. Algunas de ellas se convirtieron, en la década de 1830, en bancos o sociedades financieras antes de las quiebras masivas y todo recurriendo al valioso legado que nos deja Tierra adentro, mar en fuera.

 

Mario Trujillo Bolio

CIESAS/FCPyS–UNAM.

 

Notas

1 Las mismas fueron obtenidas del Archivo General de Indias y particularmente de sus ramos Cuba, México, Santo Domingo, Audiencia de México y Ultramar. También de los datos que brindan el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla, el Archivo General de Simancas, el Archivo Histórico del Museo Naval y, a su vez, el Archivo Histórico Nacional en Madrid.

2 En este sentido, el análisis histórico está elaborado y tejido a través de los testimonios existentes en el valioso Archivo Histórico de la Ciudad de Veracruz; de los archivos municipales de Tlacotalpan y Acayucan; del repositorio de la Caja Real de Veracruz; y de los archivos notariales de Jalapa y Orizaba. Cabe decir también, que la labor de historiar partió a su vez de la consulta del Archivo General de la Nación con su riqueza documental extraordinaria que se verifica a lo largo de los distintos capítulos y cuyos datos se desprenden de los acervos Alcabalas, Alhóndigas, Consulados, Industria y Comercio, Diezmos, Mercados, Real Caja, Real Hacienda, Ríos y Acequias y Tabaco.

3 Aquí nos referimos a las consultadas por García de León: Biblioteca Daniel Cosío Villegas de El Colegio de México, Biblioteca Nacional de México en las colecciones Lafragua y Oficiales Reales de Veracruz, y Biblioteca del Museo Nacional de Antropología. En tanto que las bibliotecas extranjeras, las trabajadas por el autor fueron la Nacional de España, en Madrid, y la del British Museum, en Londres.

4 Véase al respecto en Mario Trujillo Bolio, El péndulo marítimo mercantil en el Atlántico mexicano 1798–1825,CIESAS/Universidad de Cádiz, México, 2009.