El género epistolar tiene que ver con la distancia que existe entre dos personas y la necesidad imperiosa de comunicarse. De ahí que la carta sea el producto de una soledad que busca reducir, o acaso eliminar, la distancia. Una vieja canción popular sintetiza esta situación de manera poética: "Si fuera papel volara / si fuera tinta escribiera / quisiera ser estampilla / y en ese sobre me fuera."
En el libro de Gladys Lizama, titulado Correspondencia de Francisco Martínez Negrete Alba. Guadalajara, México, 19031904, se recuperan y transcriben 319 cartas, acompañadas por un estudio preliminar de la correspondencia y del autor de dichas cartas; además, trata de explicarnos la relación que Martínez Negrete tenía con sus familiares y amigos a través de su correspondencia. A partir de ella se observa la mentalidad, los sentimientos, la vida privada y familiar, la cotidianidad y los negocios que este empresario tapatío tenía a principios del siglo XX.
Como bien dice Gladys Lizama, el género epistolar tiene un origen muy remoto, es casi tan antiguo como la misma escritura. Así pues, la carta es un escrito que se dirige a alguien para comunicarle lo que no se quiere o no se puede decir oralmente. Por lo tanto, y antes que nada, la carta es un texto, o sea, un discurso fijado por la escritura. El texto en su definición más general es un tejido, una textura, estructura o disposición de las partes de una obra, enunciado o conjunto coherente de enunciados escritos. Si bien el discurso pudo haber sido pronunciado por el autor o remitente, este decide ponerlo por escrito y enviarlo en un sobre a un lector o destinatario.
Cuando dos personas dialogan hay un intercambio de preguntas y respuestas, y por tanto dos discursos que se interrelacionan, los polos de hablante (locutor) y oyente (interlocutor) se intercambian de forma secuencial, ambos coinciden en el tiempo (aunque no necesariamente en el espacio, con las técnicas y los medios de comunicación actuales); de esta forma, la relación dialógica vincula de forma inmediata la voz de uno al oído del otro.
Por el contrario, en la escritura hay una separación temporal y espacial entre los polos de la comunicación. Desde el momento en que se opta por fijar el discurso por escrito se presupone que este va a ser leído por alguien en otro momento, ya sea en el mismo lugar o en otro muy distante. Entonces, el lector sustituye al interlocutor, y la escritura sustituye al locutor. El intercambio de textos que se da en la correspondencia no es un diálogo en estricto sentido. El lector se encuentra ausente al momento de la escritura, y el escritor al momento de la lectura. Por tanto, el texto de la carta produce una doble ocultación: la del lector, por un lado, y la del escritor, por otro.
Sin embargo, cuando el remitente está escribiendo su discurso en la carta, presupone que esta va a ser leída por alguien, de tal manera que hay un lector implicado: la carta va dirigida a ese alguien, hay una intencionalidad y una dirección en el hecho de escribir. El escribiente intenta verse a sí mismo o lo que describe con sus propios ojos y a la vez los del receptor, cuya reacción imagina. Por otra parte, cuando el lector lee la carta está implícito el autor, pues la carta fue hecha por alguien; en este momento, el lector tiene que interpretar y comprender lo que el escritor le quiso decir.
Cuando dos o más personas hablan entre sí, se ponen en juego intersubjetividades que están presentes en el momento y en el espacio, se habla del mundo y de las personas, los hablantes comparten la situación, el ambiente y .el medio circunstancial, comparten también un horizonte referencia] más o menos común. De tal manera que se entienden mutuamente, y no hay necesidad de hacer un gran esfuerzo para explicar lo que cada quien quiso decir. La referencia a la realidad, en última instancia, remite a aquella realidad que puede ser mostrada "alrededor" de los hablantes.
Esto no sucede cuando el texto sustituye al habla. El movimiento de la referencia hacia la acción de demostrar se ve interrumpido cuando el texto sustituye al diálogo. El texto de una carta no carece de referencia, pero el sistema referencial sólo puede ser entendido por aquel a quien está dirigida la carta, a través de la lectura, mediante un proceso complejo de interpretación, comprensión, explicación y de hermenéutica. La comprensión consiste en trasladarse a un psiquismo ajeno, o sea, conocer y entender lo que el otro piensa y trata de comunicar mediante signos. La interpretación, por lo tanto, es el arte de comprender los testimonios y los documentos cuya característica distintiva es la escritura. La hermenéutica, por su parte, es el arte de interpretar los textos y especialmente los textos sagrados.
Definitivamente, las cartas que escribió Francisco Martínez Negrete entre 1903 y 1904 no estaban dirigidas a nosotros, lectores del siglo XXI, sino a sus contemporáneos más allegados, a su familia y a sus amigos, con quienes compartía un mismo lenguaje, un mismo horizonte cultural y temporal, y quienes, posiblemente lo podían interpretar y comprender mejor que nosotros. Pero al plasmar sus discursos en papel, Martínez Negrete abrió la posibilidad de que los lectores del siglo XXI pudiéramos leer sus cartas, pero para ello dichas epístolas tuvieron que pasar por un proceso complejo mediante el cual sus escritos se convirtieron en documentos históricos, guardados, conservados, ordenados, clasificados y a disposición de los lectores e investigadores, en función de una cultura historiográfica que establece determinadas políticas institucionales y particulares para la conservación, consulta y difusión de estos documentos en los archivos históricos.
Interpretar y comprender cabalmente a Francisco Martínez Negrete a través de su correspondencia no es una tarea fácil o sencilla, pues el mundo, el horizonte cultural y el horizonte referencial al que perteneció ya no existe. Se necesita cierta preparación y ciertos conocimientos, y un método que los lectores de hoy, y más específicamente los historiadores, utilizamos para comprender, explicar e interpretar tanto el mundo al que perteneció el autor de las cartas, como su discurso y su pensamiento.
Como todo documento histórico, las cartas son huellas dejadas por alguien en el pasado, son vestigios que sobrevivieron a un mundo que ya no existe, pero que contienen muchas referencias a dicho mundo y a las personas que lo habitaron. Por tanto, las cartas, como huellas, son indicios de ese pasado. El lector de hoy, sólo puede entender, comprender e imaginar ese mundo al que perteneció Francisco Martínez Negrete, después de que se ha llevado a cabo una compleja operación historiográfica que consiste en investigar en los acervos documentales, interpretar, comprender y explicar lo que dicen dichos documentos, y elaborar un discurso narrativo por medio del cual se representan las acciones y los pensamientos de los personajes implicados en esta historia, al mismo tiempo que se describe el mundo en el que vivieron.
Las cartas en sí mismas contienen el discurso o los discursos de Martínez Negrete, lo cual constituye una visión muy particular del mundo y de la sociedad en la que vivió. Y al mismo tiempo una visión de su propia vida. Esta visión no está libre de cierto sesgo estereotipado, vehículo de estrategias políticas, culturales, sociales y, naturalmente, afectivas. Por consiguiente, es un punto de vista muy subjetivo de los acontecimientos a los que hace referencia, lo cual es natural y no puede ser de otra manera. Por lo tanto, su testimonio o su mirada no es un fiel reflejo de la realidad.
En las cartas siempre se transmite la vivencia de un self–in–history (yo en la historia), que no se puede apreciar completamente sin el contexto y es la base fiable de la historia. La voz en primera persona siempre da testimonio de una conciencia histórica. Es una visión interior, por una parte, y una visión exterior de la sociedad, por otra. El escritor de las cartas casi siempre articula sus pensamientos con cierta intención y establece estrategias para conseguir su fin. La actitud y la intención del escritor se reflejan en su modo de expresión. El estilo cambia según el grado de familiaridad entre los corresponsales y este puede variar en el tiempo. Toda carta representa un intento, consciente o inconsciente, de construcción del yo, incluso cuando se escribe para construir al otro. En este proceso de construcción del yo hay mucho de narcisismo, las personas se autorrrepresentan de la manera más favorable ante las personas que quieren agradar. En este sentido, Martínez Negrete se representa a sí mismo como un ferviente católico, un amante esposo y padre cariñoso, un empresario caído injustamente en desgracia económica, pero con las relaciones y vínculos suficientes para seguir siendo el centro de una amplia red social, un amigo y pariente leal, agradecido, solidario, honrado y honesto.
Algo parecido de lo que acontece con las cartas sucede con los retratos. Las personas solían ponerse sus mejores galas para posar ante la cámara, su mejor actitud imaginable, la postura más elegante, y en esto se ponía en juego toda una serie de convenciones, signos y símbolos en función de los gustos y códigos de la época. A Martínez Negrete le gustaba enviar y recibir fotografías suyas y de sus parientes y amigos. Con relación a los retratos el mismo Martínez Negrete dice que "salió con muchas canas" o "que salió bien", lo cual evidencia la gran preocupación que tenía por su imagen, pero no sólo eso, sino que se los envía a sus familiares y amigos para que lo vieran y lo tuvieran presente. El retrato de la portada del libro es un ejemplo de ello, en él aparece Francisco Martínez Negrete posando para la cámara, con la mirada puesta en un punto indefinido del horizonte, con un rostro iluminado dándole un aspecto de santidad o de pureza, una mirada serena, poco expresiva, no hay ninguna arruga en su cara, ni el ceño fruncido, ni severidad en su mirada. Sus patillas y barba son larguísimas, lo cual le da el aspecto de ser el patriarca de la familia. Su traje negro, sobrio y austero es el símbolo de la mentalidad burguesa decimonónica que renunció a la ostentación del lujo y la suntuosidad, por un estilo más sencillo y recatado, más acorde con los ideales del ahorro y la racionalidad económica capitalista en el consumo y en la inversión productivos.
En el estudio preliminar, Gladys Lizama nos narra brevemente cómo fue la vida de Francisco Martínez Negrete y cómo fue el mundo y la sociedad en la que vivió. Con este relato Lizama nos ayuda a entender el mundo, el horizonte cultural y referencial en el que desarrolló sus actividades Martínez Negrete; es decir, Lizama pone en relación las cartas como documentos con la historia del personaje. Lo anterior dota de sentido a las cartas, pues estas, por sí solas, no tienen un sentido explícito. Para muchas personas, lectores de hoy, a quienes no les interesa la historia del siglo XIX, ni de las élites, ni de los empresarios jaliscienses porfirianos, las cartas no dejan de ser sólo viejos papeles.
De esta manera, para Gladys Lizama, el epistolario de Francisco Martínez Negrete resultó ser un excelente testimonio de la memoria histórica heredada de un individuo que escribía a sus parientes, amigos y conocidos a comienzos del siglo XX. Para la autora, a través de esta correspondencia se puede observar la vida cotidiana de la familia, sus sentimientos y vivencias frente a una serie de sucesos relevantes como el hecho de habitar una ciudad, la muerte, la enfermedad, las costumbres culinarias, las diversiones a las que acudía frecuentemente, la religiosidad y los pocos negocios que pudo hacer tras la lamentable quiebra que experimentó.
Gladys nos dice que estas cartas son representativas tanto del ámbito privado como del público de un miembro de la élite tapatía venido a menos. Las redes sociales que tejió durante su vida conformaron un capital social que fue efectivo mientras sus negocios y su fortuna iban por buen camino, pero que se derrumbó cuando la quiebra de sus empresas lo arruinó. Lo que le quedó fue una reducida red familiar que lo mantuvo a flote después de su ocaso económico, la cual usufructuó cuantas veces estimó necesario.
Las cartas de Francisco Martínez Negrete están escritas en un lenguaje sencillo, más bien básico, limitado y poco expresivo, hay claridad en las palabras, no hay faltas ortográficas, pero tampoco hay frases elegantes ni literarias en las que predominen estructuras complejas, es decir, no tenía pretensiones literarias. Los formulismos de entrada y de salida muestran pocas variaciones y son más bien cortos pero amables y cariñosos. Las cartas traen escasa información, pues realmente son poco extensas y se refieren, como dice la autora, a la vida cotidiana y privada de la familia Martínez Negrete. Por la forma, el estilo y el contenido de las mismas se puede concluir que Martínez Negrete no era un hombre "culto", si por "culto" nos referimos a una persona con estudios profesionales, a un escritor, artista, filósofo o a un científico. Gladys Lizama no nos dice cuál era el nivel de estudios que tenía este personaje. Sabemos que al momento de escribir las cartas contaba con 56 años, estaba casado con Rosario Morfín, tenía varios hijos y nietos y era un devoto cristiano. Pero no sabemos a qué escuelas fue, cuáles estudios profesionales realizó, ni quiénes fueron sus compañeros. Gladys nos dice que Martínez Negrete fue un empresario muy connotado de Guadalajara durante la segunda mitad del siglo XIX, y que se arruinó al iniciar el siglo XX. Que asistía frecuentemente al teatro, a la ópera, a los conciertos y al circo, pero que leía poco.
De lo anterior se puede deducir que Martínez Negrete definitivamente no era un literato y la prosa que practicaba era la de un empresario atento a sus libros contables, a sus contratos y a sus negocios. Tampoco trataba en su correspondencia temas complejos y profundos de filosofía, política o religión. Lo que mencionaba en sus cartas Martínez Negrete eran las cosas menudas de la vida: el amor al terruño, el envío de chocolate por tren a la ciudad de México, las heridas de su cuñado cuando un caballo le cayó encima, y el nacimiento de perritos, entre otras cosas. También trataba sobre las molestas chinches y pulgas, producto de las plagas que sufría continuamente la ciudad de Guadalajara, debido al clima y a la falta de higiene, que afectaban democráticamente a toda la sociedad tapatía. El amor a su familia, los negocios, las diversiones, la enfermedad y la muerte son temas recurrentes en la correspondencia de Martínez Negrete. En fin, escribía sobre "aquellas pequeñas cosas" de las que nos habla Joan Manuel Serrat en una de sus canciones, esas que no borran el tiempo ni la ausencia, y que se pueden guardar en "un rincón, en un papel o en un cajón".