Elsistema político mexicano ha experimentado una serie de transformacionesdurante los últimos 30 años, consecuencia de la llamada transición democrática,que ha obligado a replantear cuestiones como las bases del presidencialismo, elequilibrio entre los poderes, la función de los partidos políticos, lascondiciones necesarias para la gobernabilidad y demás elementos que atañen acualquier régimen democrático moderno. Si centramos la atención en los partidospolíticos, es imposible ignorar la crisis de representatividad por la queatraviesan, y la percepción que se tiene de ellos, entre importantes sectoresde la opinión pública, como representantes de intereses particulares. El cambioha sido extremo: hemos pasado de un partido oficial hegemónico, subordinado ala voluntad presidencial, a un sistema de partidos en el que las diferenciasideológicas pueden constituir un verdadero obstáculo para la gobernabilidad. Lapartidización del sistema ha planteado la necesidad de dialogar y llegar aacuerdos entre grupos antagónicos —es decir, de actuar democráticamente.
Noobstante, el régimen priista de la segunda mitad del siglo XX, que concretó launidad de la familia revolucionaria e impuso el consenso a través de ladisciplina de partido, no debe hacernos olvidar que el problema de los partidospolíticos, lejos de constituir una novedad, es tan antiguo como la naciónmisma. Así lo demuestra el libro coordinado por Alfredo Ávila y AliciaSalmerón, Partidos, facciones y otras calamidades. Debates y propuestasacerca de los partidos políticos en México, siglo XIX, una obra queviene a enriquecer, desde una perspectiva histórica, el análisis de laproblemática actual de los partidos, colocándolos como actores de primer ordenen la construcción nacional, los cuales, más allá de los juicios de valor quepuedan generar, no pueden ser subestimados, pues fueron protagonistas de unproceso dialéctico que marcó la historia política mexicana del siglo XIX, conrepercusiones todavía latentes.1
Loscoordinadores afirman en su presentación que, después de la independencia, lospartidos políticos fueron considerados "verdaderas calamidades".2Dividir a la sociedad, "partirla", se pensaba, iba contra losintereses de la patria. Esta temprana animadversión hacia las divisionespolíticas generó la idea de que el progreso del país sólo podría lograrse conla unidad, posición profundamente antidemocrática y con plena vigencia en laactualidad (nostalgia ingenua del orden colonial, de la paxporfiriana o del corporativismo priista). Sin embargo, hacia finales delsiglo XIX y las primeras décadas del XX, el reconocimiento de los partidospolíticos ya era percibido como una necesidad impostergable, debido a la grancantidad de sectores sociales que reclamaban espacios de participación políticaen la vida institucional. ¿Cómo se produjo este cambio? Las historias que nos cuenta Partidos, facciones y otras calamidades,entendidas no de manera aislada sino como parte de una obra integral,contribuyen a generar una respuesta para dicha interrogante.
Laactitud hacia los partidos políticos a lo largo del siglo XIX, fue un ir yvenir entre el franco rechazo y la aceptación crítica. Lejos de representar unremedio para todos los males, los partidos políticos fueron percibidos como unmal necesario. Desde el principio hubo voces que alabaron las virtudes cívicasde los partidos, así como pregoneros de los peligros que representaban para elinterés nacional cuando su participación en la vida política era irreversible.
Unode los primeros grupos que se definió como partido político estuvo ligado a laslogias masónicas del rito de York, según demuestra el capítulo inicial deAlfredo Ávila y María Eugenia Vázquez, "El orden republicano y el debatepor los partidos, 1825-1828". Se presenta una interesante genealogía delas facciones, que arranca con la distinción entre serviles y liberales(1821-1823), que se convierte, en 1824, en la oposición borbonistas/centralistase iturbidistas/federalistas, rivalidad que dará paso—advirtiendo la simplificación— a la lucha entre las logias masónicas del ritoescocés y del yorkino durante la primera repúblicafederal. El gobierno de Guadalupe Victoria reconoció de facto la existencia deestas facciones, pero se cuidó de no fomentarlas con su "política deamalgamación".
Ladivisión esquemática entre escoceses-centralistas y yorkinos-federalistasse complicó con la aparición del grupo de "Los Imparciales", quienesdesde El Águila Mexicana afirmaron no ser una facción, y se proclamaronpor la conciliación de los intereses de los diversos grupos en pos de launidad. Los yorkinos respondieron identificándosecomo "la voz de la nación", y tacharon de antipatriota a cualquieraque no perteneciera a su partido. Las elecciones presidenciales de 1828 fueronel escenario de la lucha entre los distintos partidos. Luego del triunfo deGómez Pedraza (apoyado por escoceses e "imparciales"), y eldesconocimiento del resultado por parte de Santa Anna (simpatizante yorkino), el Congreso decretó la prohibición de lassociedades secretas, rechazando el primer sistema de partidos que se habíacreado después de la independencia, pues las logias y su "espíritu decuerpo" actuaban sobreponiéndose a la ley y al gobierno.
CatherineAndrews advierte que con la prohibición de las logias y el creciente rechazo alas divisiones partidarias se produjo una paradoja: dado que ninguna agrupaciónpolítica se reconocía como partido, asumían que sus opiniones eran las de todala nación. En su trabajo "La actitud de la administración de AnastasioBustamante hacia los partidos y la oposición política (1830-1832)",sostiene que para el gobierno bustamantino el fin dela sociedad política era el bien común —rasgo distintivo del republicanismoclásico—, concepción enemiga de los partidos que, lejos de respetar eseprincipio, atendían al bien particular.
Sinembargo, el rechazo a los partidos no equivalía a la eliminación de laoposición política. Por el contrario, como se desprende del estudio de la prensabustamantina, se consideraba que la oposición erafructífera, además de legal, y que debía ser fomentada por el gobierno. Lacuestión fundamental consistía en alejar al pueblo llano del debate público,foro reservado para la "gente decente", aquellos más aptos paraopinar: los ciudadanos virtuosos, educados y sin afiliación partidista. Por lotanto, la autora sostiene que el rechazo del gobierno de Bustamante hacia lospartidos no lo diferenciaba sustancialmente del resto de los gobiernos de laprimera república federal, contrario a ciertas visiones historiográficas que serefieren a su administración como dictadura.
Haciafinales de la década de 1840, después de la guerra contra Estados Unidos, sepercibe un cambio de actitud respecto a la necesidad de la organizaciónpolítica, de la lucha partidista y de cierta pluralidad. Así se constituyó, en1848, un grupo político que se asumía como el "partido conservador".Érika Pani analiza los avatares de esta organización,la cual no quiso o no pudo disponer de los instrumentos para intervenir conéxito en la política competitiva y popular del siglo XIX mexicano. En sucapítulo titulado "Entre la espada y la pared: el partido conservador(1848-1853)", la autora señala que si bien los conservadores acertaron en eldiagnóstico de uno de los males del cuerpo político, fueron incapaces deadministrarle remedio.
El"exclusivismo político" fue considerado como uno de los problemas másimportantes que aquejaron a la política mexicana durante el siglo XIX, sobretodo a partir de la época de la reforma. Por exclusivismo se entiende la maníade un solo partido por acaparar el poder y los puestos públicos, según ladefinición que ofrece Frédéric Johansson en suestudio "El imposible pluralismo político: del exclusivismo y otros viciosde los partidos políticos en el México de la reforma". Tanto losliberales, que proponían un pluripartidismo pacífico, como los conservadores,que delineaban un cierto pluralismo que no los excluyera de la participaciónpolítica —sobre todo al encontrarse en la oposición—, contradecían en lapráctica su discurso. Al encontrarse en el poder la política de ambos eranetamente excluyen-te. Se trataba de relegar al adversario de manerasistemática para beneficiar a su propia clientela política, lo cual explica lasconstantes revoluciones y cambios de gobierno.
Noobstante, más allá de esta contradicción, se había operado un cambio en eldiscurso político con respecto a los partidos, pues las elites mexicanascoincidían en la necesidad de ampliar la participación y permitir el debatepolítico con el fin de abatir el vicio exclusivista y sus efectos, como laempleomanía, aunque permaneciera la concepción tradicional de la soberanía y elEstado, que exigía una unidad inquebrantable del conjunto social paralegitimarse.
Haciafinales del siglo XIX convivían dos acepciones de partido: una tradicional(grupo personalista que antepone su interés particular al colectivo), y otramoderna (movimiento político y de opinión atento a principios ideológicos). Elestudio de Alicia Salmerón, "Partidos personalistas y de principios; deequilibrios y contrapesos. La idea de partido en Justo Sierra y FranciscoBulnes", ilustra pertinentemente dicha oposición entre la nueva y la viejaconcepción de partido.
TantoBulnes como Sierra, connotados políticos porfiristas, coincidían en su rechazoa los partidos, pues se debía mantener la unidad —así se tratara de un gobiernoautoritario— para garantizar el progreso económico. Sin embargo, el problema dela sucesión presidencial los llevó a plantear algunos mecanismos de solución.Sierra aspiraba a un partido nacional y único, que fuera más allá de lacombatividad del partido liberal y se convirtiera en un verdadero partido degobierno. Bulnes, en cambio, admitió la posibilidad de un multipartidismo —alestilo anglosajón— pero restringido a los partidos apoyados por las clasesdominantes, excluyendo a "socialistas" y "populistas".Salmerón advierte que, hacia 1911, el temor al triunfo maderista reafirmó elpluralismo político que Bulnes proponía como un intento desesperado para salvaral régimen.
Comoes sabido, Porfirio Díaz saludó la organización de partidos políticos en lafamosa entrevista con Creelman de marzo de 1908. Ese mismo año, Francisco i.Madero afirmó en su libro, La sucesión presidencial, que México estabaapto para la democracia, y convocó a organizar un partido "nacionaldemocrático", que respetara el orden constitucional e instaurara elprincipio de la no reelección. Pedro Salmerón explica los avatares de lo que seríael Partido Nacional Antirreeleccionista en suanálisis titulado "¡Sufragio efectivo, no reelección! Un partido políticocontra el poder absoluto".
Lacreación del Centro Antirreeleccionista de México, enmayo de 1909, y la organización de más de 100 clubes antirreeleccionistaspor todo el país, fueron los antecedentes para la fundación del PartidoNacional Antirreeleccionista, en abril de 1910, elcual lanzaría a Madero como su candidato presidencial. Si bien el PNA fracasóelectoralmente en 1910 y se convirtió en un grupo clandestino, su importanciahistórica es fundamental como el primer intento significativo, a escalanacional, de crear un partido político moderno basado en principios ideológicosy no en intereses personalistas. Su derrota legitimó la lucha armada como laúnica vía posible para el cambio político y social.
Caside manera simultánea a la experiencia antirreeleccionista,pero atendiendo a sus propios intereses, se sentaron las bases para laconstitución de un partido católico, según nos cuenta Laura O'Doghertyen el capítulo final, "El Partido Católico Nacional. Las institucionesliberales al servicio de la restauración católica". Luego de la renunciade Porfirio Díaz, los católicos mexicanos convocaron a formar el PartidoCatólico Nacional, según el modelo del Partido Católico Belga, propuesta que seconcretó en mayo de 1911, postulando a Francisco i. Madero para la presidencia.Para mediados de 1912 sus dirigentes contaban con 692 centros regionales, perono pudieron convertirlo en un partido moderno, ya que en su concepcióntradicional de sociedad orgánica no había espacio ni para el individuo ni parael disenso.
ElPCN estableció relaciones con el régimen golpista de Victoriano Huerta, por loque fue calificado de enemigo de la revolución; de hecho, este apoyo generó unaprofunda división entre los militantes del partido (simpatizantes de ladictadura y críticos del militarismo). El régimen aprovechó la debilidad delpartido para reprimir a los dirigentes detractores y clausurar la prensacatólica. A principios de 1914, el PCN prácticamente había desaparecido. Así,después de la revolución, la iglesia mexicana abandonó la vía partidista parala defensa de sus intereses.
Obrascomo Partidos, facciones y otras calamidades demuestran la importanciade abordar la política decimonónica desde nuevas perspectivas. Los partidospolíticos importan, y el hecho de que los pronunciamientos militarestrastocaran a menudo el curso de la política institucional no demerita suanálisis; por el contrario, explicar su evolución a lo largo del siglo XIXdemuestra que el camino hacia un sistema político institucional está plagado degrandes dificultades.
1 El estudio de los partidos políticos forma parte deun esfuerzo académico por derribar los lugares comunes y visiones tradicionalessobre la política mexicana del siglo XIX, que la muestran como una épocadominada por los pronunciamientos militares, en la que la vida políticainstitucional era, o bien inexistente o francamente irrelevante. Como parte deeste esfuerzo es importante mencionar el seminario Hacia una Historia de lasPrácticas Electorales en México, siglo XIX, coordinado por Fausta Gantús y Alicia Salmerón en el Instituto Mora.
2 En esta obra se define al "partidopolítico" como el conglomerado de afinidades ideológicas y relacionalesque dividen a las elites para luchar por el poder, algo que no implica laexistencia de una institución partidaria estructurada, como se entiendeactualmente. Esta es una precisión fundamental, pues los conceptos sondinámicos y cambian con el transcurrir del tiempo. Los partidos políticos delsiglo XIX son sustancialmente distintos a los del siglo XX y XXI, en sulegitimidad, forma y funcionamiento.
Colegio de Estudios Latinoamericanos, FFyL-UNAM.