Candidato a maestro en Historia
Instituto de Investigaciones Históricas
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
El artículo analiza cómo desde la revolución armada de 1910 y durante la construcción del Estado revolucionario las distintas facciones y gobiernos recurrieron al festejo de la independencia y el culto por Miguel Hidalgo, “Padre de la Patria”, como elementos empleados para justificar sus aspiraciones y acceso al poder político. Mostraré que las distintas características y procesos iniciados con la revolución determinaron las nuevas interpretaciones y usos de la historia nacional dirigidos a obtener una legitimidad política desde el ámbito simbólico para justificar la autoridad de los nuevos grupos de poder que ocuparon el lugar de la desplazada clase política porfiriana.
This article therefore analyzes how, since the armed revolution of 1910 and during the construction of the revolutionary state, the various factions and governments resorted to the celebration of Independence and the worship of Miguel Hidalgo, “The Father of the Nation” as grounds for justifying his aspirations and access to political power. The author show that the various features and processes begun with the revolution determined the new interpretations and uses of national history designed to obtain political legitimacy from the symbolic level to justify the authority of the new power groups that took the place of the displaced Porfirian political class.
Fecha de recepción: 20 enero de 2014 Fecha de aceptación: 7 de mayo de 2014
Desde tiempos remotos y en distintas latitudes, los representantes del poder político han empleado la historia como medio de legitimación. Este uso del discurso histórico y de la retórica nacionalista estuvo íntimamente ligado a los gobiernos mexicanos de la primera mitad del siglo xx. Esto ya ha sido objeto de estudio, sin embargo, no se ha profundizado en el uso de la memoria histórica y sus fiestas durante la revolución armada iniciada en 1910 y su continuidad en la consolidación del Estado revolucionario.
Atendiendo a la manipulación del discurso histórico nacionalista que pervive hasta nuestros días y a ese vacío historiográfico antes señalados, este artículo analiza los usos políticos que se hicieron sobre la celebración[1] de la independencia mexicana y la figura de Miguel Hidalgo en un periodo que abarca desde la revolución de 1910 hasta los distintos procesos de construcción del Estado revolucionario (1921-1940). Es verdad que “ninguna revolución puede realizarse sin producir un imaginario que encontraría en el pasado los elementos de su coherencia” (citado en Rojas, 2011, p. 88), por ello nuestra hipótesis planteada demuestra que el festejo de la independencia y el culto al héroe “Padre de la Patria” (Hidalgo), fueron reactualizados a partir de las aspiraciones e intereses de los distintos grupos de poder, dando como resultado diferentes interpretaciones y apropiaciones del discurso histórico nacionalista empleadas como elementos simbólicos que dotaron de legitimidad tanto a las facciones que se disputaron el triunfo durante la revolución, como a los gobiernos que formaron el Estado revolucionario que surgió durante la primera mitad del siglo xx. Este proceso marcó rupturas y continuidades con la manipulación del relato de nación y las celebraciones que anteriormente había promovido la administración de Porfirio Díaz –régimen que más había destacado en el uso del discurso nacionalista.
Hablar de fiestas y héroes nacionales es referirse a dos elementos que surgieron desde el siglo xix en el proceso de invención de la “nación mexicana” después de que ésta se consolidó como sujeto de soberanía y fuente de legitimidad del Estado moderno. A partir de dicho momento surgieron las historias “nacionales” que en realidad son discursos ideológicamente constituidos para generar efectos de verdad que producen y reproducen la hegemonía de los grupos de poder (Alonso, 1988, pp. 33-57).[2] Estas historias se reafirman con las celebraciones patrióticas entendidas como “tradiciones inventadas” que dotan de identidad a una colectividad y justifican relaciones de autoridad (la existencia de determinados gobiernos) a través del uso del pasado y la constante repetición para instaurar ciertos valores y normas para el presente. La conmemoración de distintas fechas es un acto deliberado, tanto en su selección como en su omisión. Cuando los miembros de una colectividad celebran juntos una fecha y se identifican con unos héroes que supuestamente son ejemplares, están haciendo suyo ese pasado conmemorado y logran sentirse parte de una misma comunidad. Esto provoca la confirmación de una identidad en común y la fidelidad hacia determinado grupo de poder que se abandera como el representante de ese pasado compartido y directriz del compromiso que tiene la comunidad con el presente.[3]
La fiesta cívica y el culto por el héroe suelen estar relacionados, ya que ambos comparten los mismos objetivos, siendo la figura heroica una imagen mítica que se crea alrededor de algún personaje bajo intereses políticos. Estos héroes son una invención moderna surgida cuando la revolución francesa marcó el paso del héroe de antiguo régimen (el rey) al héroe popular o el ciudadano en armas. Suelen aparecer en crisis políticas, de valores o de identidad, y se difunden como modelo de virtudes, inteligencia, patriotismo o dirección. Los gobiernos impulsan el culto a los héroes, en cuanto que representan la ideología política del momento, lo cual los convierte en un eficaz instrumento de pedagogía cívica y legitimidad.[4]
En cuanto al desarrollo de nuestra investigación, analizamos la forma en que se fue construyendo el Estado mexicano después de la Revolución de 1910[5] centrándonos en lo que Pierre Bourdieu[6] denominó como capital de tipo simbólico, es decir, enfocamos el estudio en las distintas valoraciones y usos políticos del discurso histórico y sus celebraciones. Nos hemos situado también en la perspectiva sobre los procesos de formación del Estado de los que habla Philip Abrams (1988, pp. 58-89). Esto nos permite superar la “cosificación del Estado” al no estudiarlo como si se tratara de un sujeto autónomo. En lugar de ello, nos centramos en el análisis de grupos heterogéneos que manipulan el discurso histórico en un campo de constante pugna por alcanzar y mantener el poder político y económico. Compartimos la idea de Ana María Alonso (1988, pp. 47-48), quien señala que la hegemonía ideológica de los grupos de poder no es monolítica, ni estática, al contrario, se encuentra en constante negociación. Así, el uso de la celebración de independencia y el culto por Miguel Hidalgo estuvieron determinados por cada uno de estos procesos de formación del Estado, en otras palabras, cada régimen, cada grupo de poder y cada elite cultural le imprimió su propio signo ideológico a la fiesta y al héroe.
Aunque la construcción del Estado no es una imposición, sino una negociación con los grupos subalternos, en este estudio nos hemos enfocado únicamente al discurso empleado por los grupos de poder.[7] Estudiamos las formas y significados de la conmemoración de independencia, así como los discursos oficiales emitidos durante su ejecución. Consideramos la fiesta como un “documento histórico”[8] que al ser interrogado nos brinda información sobre los intereses políticos de aquellos que dirigen las conmemoraciones como una estrategia para imponer su visión sobre el pasado y delinear un imaginario nacional que confluya con los principios de sus respectivos gobiernos.
Culto a Hidalgo en el fin del porfiriato y los albores de la revolución
El año de 1910 en México quedó marcado por las fastuosas conmemoraciones del centenario de la independencia y el estallido de la primera revolución del siglo xx. El primero de estos fenómenos llegó en medio de un clima político en el cual el presidente don Porfirio era cuestionado por su dilatada estancia en el poder, aunado a su avanzada edad, que apoyaba la idea de su pronto relevo político. Pero era también un periodo en que se reflejaba la estabilidad política y económica lograda durante su administración –guardando las debidas consideraciones que conlleva reconocer dichos logros sin caer en una justificación del porfiriato. En dicho contexto el centenario se desarrolló como la magna fiesta planeada para exhibir las muestras de paz y progreso de las que se jactaba el régimen. Era también el momento cumbre para concretar la creación e imposición de una historia nacional para México (Pérez, 2010, p. 10), un discurso oficial en el cual la independencia era el mito fundacional de mayor importancia y donde Hidalgo se entronizaba como el “Padre de la Patria” (Brenes, 2004, pp.107-121; Pérez, 2012, pp. 159-190).
En este uso de la fiesta de independencia y la imagen de Hidalgo los asesores de don Porfirio demostraron ser los mejores propagandistas del poder. Ya en 1879 un orador de la fiesta septembrina había proclamado que Porfirio Díaz debía ser llamado el “segundo Hidalgo, por su participación en la guerra de intervención francesa” (Citado en Brenes, 2004, p. 118). Misma idea que persistió hasta el centenario, cuando otro orador pronunció que Díaz, al igual que los insurgentes, era un patriota, característica que lo convertía en digno “hijo de Hidalgo” (Guedea, 2010, p. 66). Esta manipulación del pasado mostraba a don Porfirio como el héroe que había trasformado la obra de la independencia y de la Reforma en un México pacífico y moderno. Un discurso apoyado por un amplio repertorio visual que trataba de hermanar a Hidalgo, “Padre de la Patria” con Porfirio Díaz, el “genio de la paz” (Esparza, 2007, p. 140). Un uso de imágenes en el cual el presidente también solía aparecer en una triada completada por Hidalgo y Benito Juárez, siendo Díaz interpretado como el héroe del progreso.
Pasada la euforia del centenario, el 20 de noviembre Francisco I. Madero, quien fuera el último rival político de Díaz para la presidencia, después de sufrir un fraude electoral decidió hacer un llamado a las armas para revocar al dictador en respuesta al autoritarismo que lo había mantenido en el poder por más de treinta años. De esta manera quedó establecido lo que sería considerado como el inicio de la Revolución[9] mexicana.
Los regímenes políticos que surgieron de la revolución construyeron un renovado imaginario nacional que los dotó de legitimidad para gobernar el país. Pero no sólo las elites revolucionarias que triunfaron en la guerra crearon un discurso histórico acorde a sus intereses, en realidad las manipulaciones de la historia nacional estuvieron a la orden del día entre los opositores del régimen de Díaz desde antes, y durante la lucha de 1910.
Entre la sociedad hubo quienes miraban al pasado para criticar lo corrompido que se había tornado el presente porfiriano. En dichas opiniones, Hidalgo y Juárez eran evocados como figuras de respeto y “Padres de la patria” que estaban facultados para criticar al México de Díaz. Así, un allegado a Ricardo Flores Magón escribió a este que “si Hidalgo y Juárez se levantaran de sus tumbas y contemplaran la ominosa esclavitud en que sus hijos yacen volverían a sus sepulcros llenos de indignación” (Knight, 2010, pp. 111-112). Hidalgo y Juárez, los mismos héroes que Porfirio Díaz utilizaba para legitimarse, eran retomados por sus opositores como elementos de protesta y crítica al régimen.
El mismo Madero se valió del discurso histórico para fundamentar su movimiento político. En 1908 abrió su obra La sucesión presidencial con una dedicación a “los héroes que con su sangre, conquistaron la independencia de nuestra patria” (Madero, 1999, p. 1), hizo una extensa rememoración de la historia nacional y se interpretó a sí mismo como un continuador de las luchas “nacionales” iniciadas desde 1810 por Hidalgo; quiso construirse una imagen como el iniciador de un nuevo ciclo histórico que rompiera con el México corrompido que había formado Porfirio Díaz (Madero, 1999, pp. 1-37). La historia nacional estaba sufriendo una nueva manipulación para rechazar y condenar al porfiriato y abrigar a los actores de la revolución como los nuevos héroes patrios. En ese nuevo discurso surgía otro uso político sobre el festejo de la independencia y la figura de Hidalgo.
Los llamados “maderistas”, grupos de apoyo a la candidatura de Francisco Madero, vieron en los festejos de la independencia un espacio idóneo para hacer actos de propaganda política en favor de su candidato. En 1909, en la ciudad de Puebla, los simpatizantes de Madero usaron la fiesta del “Grito” para aclamar a su candidato junto con el vitoreo a los héroes insurgentes. Un año después, para los festejos del centenario, Aquiles Serdán, líder del maderismo poblano, buscó que la facción antirreeleccionista tuviera un lugar en el desfile del día 16 de septiembre.[10] A este tipo de fenómenos se refiere Christian Demange (2004) cuando señala que durante una celebración oficial el público conmemorante también puede aprovechar la ocasión “para adoptar posiciones y marcar su pertenencia a ciertos grupos sociales o políticos […] Para los que se niegan a conmemorar es la oportunidad también de distanciarse de los demás y de afirmar otro tipo de valores” (p. 132). Aquí los maderistas no rechazaron la celebración, pero sí emplearon la fiesta oficial para abanderar una contramemoria[11] en la que mezclaban el discurso histórico con sus anhelos de democracia y el rechazo al poder establecido.
Ante el agitado clima político que se vivía con la oposición al régimen algunos políticos vislumbraron los conflictos y la violencia que podía surgir ante un posible fraude electoral o un cambio presidencial que sacudiera de raíz las estructuras económicas, políticas y sociales que el gobierno de Díaz había mantenido. De esta forma, en 1909, un año antes del inicio de la revolución, un orador del festejo de la independencia hizo una evocación del “Padre de la Patria” para detener la fractura interna que se extendía en la sociedad porfiriana:
Hidalgo, noble anciano […] no permitas, oh padre, que tus hijos agitados por las pasiones innobles de los partidos, vayan a manchar este suelo con sangre de tus hermanos. Aparta de esta tierra bendita el rayo de discordia que presagia destrucción y ruina (citado en Martínez, 2010, p. 72).
En 1910, otro orador del 16 de septiembre primero justificó al régimen de Díaz, pero previendo su ocaso y el momento de trascender, habló de la necesidad de instaurar una democracia y alcanzar la justicia social pero sin caer en la violencia. Se inclinaba por mantener la paz e impulsar la educación como único medio para lograr un crecimiento en conjunto donde el alma nacional se pudiera conformar con una unión de sentimientos y aspiraciones.[12]
Vemos que tanto los maderistas como los representantes del porfiriato recurrieron al uso político de la fiesta cívica y del mito del “Padre de la Patria”, ya sea para incitar al cambio o para mantener el orden establecido. Así, entre la fiesta del centenario legitimando el gobierno de Díaz por un lado, y la pujante popularidad de Madero por el otro, se fraguaron las primeras rupturas en el uso de la fiesta patriótica y el discurso sobre Hidalgo.
Culto a Hidalgo entre rebeldes populares de la revolución
Iniciada la lucha los rebeldes revolucionarios también recurrieron a la figura de Miguel Hidalgo. Está el caso de un grupo de maderistas que en mayo de 1911 tomó Atlacomulco. Con la rendición de la población procedieron a leer el Plan de San Luis e hicieron acto de toma del pueblo; enarbolando un pabellón nacional y haciéndose acompañar de una banda de música marcharon por las calles cantando himnos patrióticos y lanzando vivas a Madero y la libertad. El retrato de don Porfirio fue retirado del Ayuntamiento y todo finalizó con discursos al pie de un monumento dedicado a Hidalgo (Knight, 2010, p. 333). Con estos actos los maderistas derrocaban –de manera simbólica– a Porfirio Díaz mientras proclamaban su nueva autoridad cobijados por el “Padre de la Patria”.
Alan Knight (2010) ha señalado que muchas de las rebeliones populares iniciadas en 1910 “mostraron un legado similar de ideas liberales y patrióticas: se remontaron a los conceptos de Morelos, Hidalgo y Juárez”. Los rebeldes victoriosos desfilaban en la plaza, rendían homenaje al pie de monumentos a Hidalgo o Juárez” (pp. 240-241). Entender estos fenómenos como producto de un patriotismo nos lleva a revalorar el éxito que tuvo el imaginario nacional consolidado por el porfiriato (un logro alcanzado gracias a las condiciones políticas y económicas y los eficientes medios empleados para difundir una única memoria colectiva). Pero Knight hace énfasis en que esa admiración por Hidalgo y Juárez no sólo era producto de un patriotismo, también evidencia que los rebeldes bebieron de la ideología liberal del siglo xix, lo cual demuestra que no siempre existe una concordancia pura entre la clase y la ideología. En este caso el liberalismo fue sumamente atractivo para campesinos, trabajadores, clases medias y elites (Knight, 2010, p. 241). Y no extrañe que Hidalgo apareciera dentro de esa admiración por el liberalismo pues, acorde al discurso histórico heredado de la Reforma y consolidado en el porfiriato, Hidalgo era considerado como un revolucionario liberal, un precursor del liberalismo en México.[13]
También existen varios documentos oficiales del ejército villista que fueron impresos con una serie de imágenes patrióticas en la parte superior: el águila del escudo nacional tocada por un gorro frigio, imagen rematada por la leyenda “República Mexicana”, mientras que en la parte inferior se encontraban dos medallones: uno a la izquierda con la imagen de Hidalgo y otro a la derecha con el retrato de Benito Juárez. Los documentos refieren el otorgamiento de grados militares para villistas,[14] cuestión irrelevante para nuestro estudio, no obstante, nos resulta significativo que desde su creación en imprenta estos documentos hayan incluido las imágenes de Hidalgo y Juárez como iconos que representaban dos luchas nacionales de gran importancia con las cuales los revolucionarios buscaron vincularse. Así, no sólo las denuncias de injusticia y desigualdad social sirvieron para justificar la revolución, es claro que los rebeldes también recurrieron al repertorio de héroes y luchas del discurso histórico nacionalista como fuente de legitimidad para la guerra que habían sostenido.
Los caudillos también recurrieron al ritual cívico y al recuerdo del “Padre de la Patria”. De Madero a Carranza
Madero también vinculó la lucha con las dos prestigiosas revoluciones que la antecedieron; afirmó que la primera revolución fue iniciada por Hidalgo para romper con el yugo español, mientras que la segunda, la de Ayutla, reivindicó los derechos del pueblo y los ciudadanos para consignarlos en la Constitución de 1857 y, finalmente, su revolución, la de 1910, había “proclamado como principios […] el Sufragio Efectivo y la No Reelección” (Benjamin, 2003, p. 68). De esta forma, los líderes y seguidores de la revolución inauguraban otro discurso: rompieron con la idea porfiriana que marcaba que la lucha de Hidalgo y de la Reforma tuvieron una feliz continuación en la pax porfiriana. En vez de mantener dicha visión se instauraba la idea de que ambas revoluciones del xix no podían tener otra consecución que no fuera la revolución de 1910, que nacía para enmendar los males originados en el México del porfiriato. Una interpretación propia de quienes buscan legitimarse a partir de la historia nacional creando un nuevo discurso histórico de carácter teleológico que justifica el presente y dota a la colectividad de un destino heredado que está por concretarse (Manzano, 2000, p. 35).[15]
Sabemos que la inclusión de la revolución mexicana en el imaginario nacional y la vinculación de esta lucha con las revoluciones del siglo xix fue un proceso que maduró con los gobiernos que ostentaron el discurso revolucionario durante buena parte del siglo xx, sin embargo, vemos que esta interpretación inició desde el mismo momento de la guerra.
Estando en la presidencia, Madero continuó con las celebraciones de la independencia, las cuales en adelante legitimarían a los nuevos regímenes que emanaron de la lucha revolucionaria. Como parte del festejo de 1912 se llevó a cabo el tradicional desfile del 16 de septiembre. El acto lo encabezó el presidente Madero, se leyeron composiciones dedicadas a los insurgentes, se cantó el himno nacional y alrededor de mil niños de escuelas fueron invitados a cantar un himno dedicado a Hidalgo.[16] Sobre esto último es importante mencionar que la información hemerográfica de las siguientes décadas menciona que año tras año contingentes de niños eran llevados a los actos oficiales para tomar parte de los mismos, ya sea cantando himnos, hondeando banderas, o simplemente como observadores. Esta fue una práctica común durante la dictadura de Díaz, rescatada por Madero y desarrollada por los nuevos regímenes como parte de la pedagogía cívica que se dirigía a las generaciones más jóvenes para formarlas en los valores nacionalistas.
Después del golpe dado al gobierno de Madero y bajo la nueva presidencia de Victoriano Huerta, los festejos septembrinos tuvieron un nuevo uso político en medio del contexto de guerra. La prensa de la época consideró el desfile militar del 16 de septiembre de 1913 como la mayor muestra pública de fuerzas armadas, lo cual destacó más que la ceremonia cívica, calificada como carente de suntuosidad.[17] Era claro que ante la oposición armada a la que se enfrentaba Huerta, este aprovechó el festejo de la independencia para hacer un despliegue público de su brazo armado como acto de intimidación para sus adversarios. Una muestra del empleo de la fiesta patriótica como símbolo de poder.
Las referencias a Miguel Hidalgo dentro de la lucha revolucionaria nos llevan a mencionar un telegrama que Vicente Ramírez dirigió a Venustiano Carranza en 1914. Se trata de una exhortación para que Carranza dejara la lucha y no se enemistara con Villa. Ramírez le advierte que él y sus allegados están hundiendo a la patria y lo mejor es que deponga las armas. Para reforzar sus argumentos hizo uso del recuerdo de Hidalgo para incidir en Carranza: “decline la primera jefatura en quien los jefes militares la hagan recaer. Recuerde que Hidalgo fue depuesto del mando de Generalísimo y no por eso deja de ser la estrella más grande del Cielo de nuestra Patria”.[18] El llamado “Padre de la Patria” era símbolo de culto entre varios revolucionarios, y la manipulación de su recuerdo se convertía en estrategia para incidir en personajes de la lucha.
Finalmente Carranza no depuso las armas, y para 1915 se posicionó como el triunfador de la lucha de facciones. A finales de dicho año los carrancistas ya casi habían derrotado por completo a villistas y zapatistas y se veía próximo el reconocimiento que Estados Unidos le daría a Carranza como gobierno legítimo. Ante este panorama favorable, el llamado “Primer Jefe” emprendió una gira por estados del norte y centro del país con el objetivo de consolidar su triunfo (Arenas, 1990, pp. 1304-1305). El itinerario incluyó una parada en Dolores, Guanajuato, en diciembre de 1915. En su estadía en esta ciudad Carranza visitó la antigua casa de Miguel Hidalgo. Tal como lo habían hecho en su momento Juárez y Maximiliano, Carranza también acudió a la vieja morada del “Padre de la Patria”, en un claro acto que buscaba hacer suyo el “legado” del antiguo cura de Dolores.
Las fotografías de dicho suceso muestran la asistencia de la población y algunos músicos de banda que amenizaron el acto. Es evidente que el acto de visita se hizo público para que la población acudiera a ver al revolucionario visitando la casa del “Padre de la Patria”.[19] Se trató de una estrategia propagandística donde Carranza buscó consenso para sus aspiraciones políticas gracias a la venia de Hidalgo. Inclusive el “Primer Jefe” no perdió oportunidad de hacerse fotografiar mientras escribía en el libro de visitas del museo la siguiente frase: “La Patria que Tú creaste sabremos conservarla independiente”.[20] Con ese acto y las palabras escritas Carranza unía su causa a la de Hidalgo y se autoimponía la tarea de ser continuador de la lucha del “Padre de la Patria”. Como triunfador de la lucha revolucionaria tenía ahora la posibilidad de alinear el discurso histórico a sus intereses.
Ya estando Carranza en la presidencia, una serie de fotografías de 1919 evidencian la ceremonia que presidió en la Columna de la Independencia para conmemorar el inicio de la gesta independentista.[21] De igual manera, a partir de la prensa sabemos que los siguientes gobiernos celebraron la fiesta septembrina en dicho monumento, convirtiéndolo en el recinto público donde se podía observar cómo la nueva clase política rendía culto a la independencia y al héroe de Dolores, con lo cual los revolucionarios reforzaban el puente histórico que habían tendido para vincularse con la lucha de 1810.
Los que no se fueron a “la bola” también celebraban la independencia y a Hidalgo
Existe una carta que un ciudadano dirigió al presidente Carranza para sugerirle la creación de una villa con el nombre de “La cuna de Hidalgo.” La persona no solicitaba ninguna retribución económica, sólo esperaba que su petición tuviera eco y se realizara para engrandecer “el nombre de nuestro gran padre”.[22] Esto nos da idea de cómo Hidalgo seguía presente en el imaginario de quienes sólo veían en él al más grande héroe de la nación de la cual se sentían parte, un reflejo del éxito logrado en la consolidación del imaginario nacional, un logro en el cual el porfiriato se lleva la mayor parte del mérito.
En otra carta también dirigida a Carranza, un profesor lo invitaba a su escuela para que encabezara la celebración escolar de la independencia el día 16 de septiembre.[23] La fuente también hace alusión a la pobreza y escasez de elementos con los que contaba la escuela para la celebración, no obstante, el deseo de llevarla a cabo pese a estas limitantes, es herencia del vínculo entre el ritual cívico y la enseñanza patriótica que había impulsado el porfiriato y que pervivía aún después de dicho régimen.
Usos políticos de la fiesta de independencia y la figura de Miguel Hidalgo, 1921-1940
Era de esperarse que después de la guerra de 1910 se instituyera una nueva fiesta cívica para conmemorarla. La fecha elegida fue el 20 de noviembre con una serie de celebraciones que, según Thomas Benjamin, significaban la autorización, justificación y legitimidad al “partido oficial, al régimen en el poder y al Estado posrevolucionario” (Benjamin, 2003, pp. 149 y 157). La nueva conmemoración no opacó la fiesta septembrina, al contrario, ambas coexistieron como celebraciones de las dos gestas heroicas de mayor importancia en el país. Finalizada la guerra los gobiernos que conformaron el llamado Estado revolucionario continuaron reactualizando la fiesta de independencia y el culto por Hidalgo a partir de rituales políticos “transformatorios”, es decir, aquellos que destacaron como actos persuasivos llenos de una eficacia simbólica y teatralidad que los dotó de legitimidad para sus intereses (Díaz, 2005, p. 106).
Hidalgo y la celebración de independencia en el obregonato
A partir del gobierno de Venustiano Carranza y la creación de la Constitución de 1917 apareció un nuevo proceso de formación del Estado durante el cual la vieja aristocracia porfiriana fue sustituida por los grupos de poder que resultaron triunfantes de la guerra y pasaron a protagonizar la escena política. Esto fue seguido por el “grupo Sonora”, que ascendió al poder iniciando la década de los veinte. El primero de ellos, Álvaro Obregón, se esforzó por frenar los conflictos armados y apaciguar al país institucionalizándolo y solucionando algunas demandas de los grupos sociales que habían participado en la guerra. Quedaba atrás la fase “destructiva de la revolución” y comenzaba la reconstrucción del país. Se impulsó la cultura y las artes como esfuerzo por forjar una sola identidad y lograr la unidad nacional.
La fase reconstructiva también necesitó de rituales políticos que pudieran justificar el poder de esta nueva clase política y aglutinar amplios sectores para crear una estrecha comunión entre el nuevo régimen y el pueblo. La oportunidad se presentó para Obregón con la celebración de un segundo centenario: el de la consumación de la independencia, que aunque no fue idea original del presidente, este la adoptó de inmediato. Las principales celebraciones fueron acordadas para el 27 de septiembre en recuerdo de la entrada del Ejército Trigarante. Para dicho día destacaron dos ceremonias: la primera se llevó a cabo en la Columna de la Independencia, donde el presidente Obregón llevó una ofrenda floral dedicada al soldado insurgente. Como segundo acto, dio inicio el desfile militar que recordaba al Ejército Trigarante comandado por Iturbide en su entrada triunfal en la ciudad de México aunque, paradójicamente, Vicente Guerrero fue quien recibió el título oficial de “consumador de la independencia” (Martínez, 2005, pp. 99-111).[24]
El centenario de 1921, a diferencia del de 1910, no se trató de una apoteosis triunfal de un gobierno que pensaba tener asegurado el futuro, por ello en el discurso oficial se le declaró como una contracelebración de carácter “nacional” y “popular” que iba en contra del sentido aristocrático que tuvo el de 1910. Tampoco se planeó como un festejo a Iturbide –lo cual quedó claro en los festejos– sino “al triunfo del mismo pueblo”. El gobierno puso un cierto acento en festejar el regreso de la paz –como éxito logrado por Obregón– y se recurrió a personajes históricos de los cuales se podía hacer énfasis en sus orígenes mestizos o indígenas y con ello subrayar un discurso social (Lempérière, 1995, pp. 346-347).
Para el 16 de septiembre se programó un homenaje a los héroes de la independencia en el cual se notó una mayor exaltación por el cura de Dolores. Las asociaciones obreras y patrióticas llevaron ofrendas florales al espacio de la catedral donde estaban depositados sus restos. El sepulcro fue referido por los cronistas de la época como “el lugar sagrado […] de aquel hombre-símbolo, que supo enfrentarse, contra todos los prejuicios de su época, para lanzarse en busca de la sublime admiración de todo hombre: la libertad de su suelo y de su raza” (citado en Martínez, 2005, p. 106). Obregón también asistió al evento y depositó su respectiva ofrenda –una corona de oro imitando las hojas de laurel– con una inscripción que simbolizaba el poder del gobernante al adjudicarse el papel de portador de la voz de la nación: “El ciudadano presidente de la República, general Álvaro Obregón, en nombre de la nación mexicana, a los héroes de la Independencia” (citado en Martínez, 2005, p. 107).
A partir de una fotografía tomada en un teatro durante un concierto que formó parte de los festejos del centenario en la ciudad de México podemos observar cómo el gobierno de Obregón recurrió a la misma estrategia visual de Porfirio Díaz para igualar su imagen con la del “Padre de la Patria”. La foto muestra a los músicos de pie, mientras que en la pared de fondo se encuentra un arreglo floral flanqueado por la imagen de Hidalgo en el lado izquierdo y un retrato de Álvaro Obregón en el derecho (Galeana, 1996, p. 161). Un “juego de imágenes” que vinculaba al mandatario con Hidalgo contribuyendo así al culto por la figura presidencial.
Celebración de la independencia y la figura de Hidalgo en el callismo y el maximato
Después de Obregón, la presidencia de Plutarco Elías Calles (1924-1928) dio continuidad a la institucionalización del país, se estrecharon relaciones con las principales centrales obreras como la Confederación Regional Obrero Mexicana y a la Iglesia se le enfrentó en la lucha por el control educativo, social y político durante la “guerra cristera” (Garciadiego, 2004, pp. 258-261). En la cuestión de reformas políticas un paso de gran relevancia fue la creación del Partido Nacional Revolucionario (pnr). La trascendencia del partido fue tal que pudo aglutinar a distintos líderes armados y controlar la política del país. De esta forma, Calles concretó tres importantes logros para la construcción del Estado después de la lucha armada: se consolidó el gobierno de la facción triunfante de la revolución, se mantuvo “a raya” a la Iglesia, y la nueva clase gobernante se unió bajo una misma bandera institucional representada por el pnr.
Con los subsecuentes gobiernos de Portes Gil (1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) y Abelardo Rodríguez (1932-1934) surgió el denominado “maximato”, que debe su nombre al control de Plutarco Elías Calles, “jefe máximo de la revolución”, sobre los presidentes en turno. Según Adolfo Gilly, este periodo se distinguió por el freno al reparto agrario, el control sindical que obtuvo Morones gracias a pistoleros y asesinos, continuó el enriquecimiento de la burguesía a costa del aparato estatal y los vínculos con viejos terratenientes, se estrecharon relaciones con el creciente imperialismo y continuó la represión a grupos comunistas (citado en Maldonado, 2006, pp. 129-130). Sin embargo, en el discurso oficial el gobierno se consideraba representante de “la Revolución” y el pnr se adueñó de la vida política del país, con un creciente control sobre los sectores sociales.
Del periodo “callista” resaltamos la ceremonia oficial del 16 de septiembre de 1925 dedicada trasladar los restos de los héroes de la independencia de la catedral a las criptas de la Columna de la Independencia. Destacaron los elogios dirigidos a Hidalgo como los que pronunció el senador Juan de Dios Robledo, quien mencionó que el cura de Dolores había sido un “sublime quijote de la libertad” que había buscado hacer una revolución con “el apoyo del pueblo para beneficiar al pueblo mismo”, y eso lo convertía en un “patriota por excelencia” y un “revolucionario”, y por ello “México, democrático y generoso en sus leyes [rendía] a su padre augusto [ese] solemne homenaje”.[25] Era claro que el senador miraba al pasado con los ojos del presente para “descubrir” en Hidalgo y la independencia un pasado glorioso y revolucionario que pudiera ser vinculado con el gobierno de Calles, que se proclamaba como representante de la última revolución regeneradora país.
Para dicha celebración y, a diferencia de Obregón que sí había entrado a la catedral para homenajear a los insurgentes en 1921, Calles, por su laicismo y sus diferencias con la Iglesia, evitó poner un pie en dicho recinto y prefirió llegar directamente a la ceremonia en la Columna de la Independencia. En cuanto al programa de la celebración, este no incluyó los restos de Iturbide, los cuales permanecieron en la catedral, donde continúan hasta hoy en día. Ernest Gruening relató que durante el traslado de los héroes el presidente Calles le mencionó que había dejado a Iturbide en la catedral, “entre los de su clase, a donde pertenece” (Martínez, 2005, p. 117). Estos hechos nos llevan a pensar que el presidente no sólo ejecutó el traslado como teatralidad para legitimarse mediante el culto al pasado “heroico”; podemos interpretar la ceremonia de traslado como un acto de secularización de Hidalgo y demás héroes nacionales, lo cual venía bien con el ya mencionado laicismo del gobierno callista y la guerra cristera que estaba por desatarse. El presidente dejaba a Iturbide, el “villano”, con “los de su clase”; con los traidores y enemigos de la nación, entre los que contaba a los representantes de la Iglesia, mientras tanto los restos de Hidalgo y demás héroes admitidos en la historia oficial sí merecían un sepulcro que era laico, y por ello, era patriótico y digno de sus huéspedes.
El gobierno de Calles también hizo uso de los adelantos tecnológicos durante el ceremonial cívico: en 1925 se emplearon aparatos radiofónicos con lo cual el “Grito” presidencial dejaría de reducirse al ámbito capitalino y se transmitiría al resto de la república.[26] Un acto que encaja en lo que Ana María Alonso (1988, pp. 41-42) señala como el uso de las nuevas tecnologías de comunicación para articular las imágenes históricas oficiales que conllevan a la transformación del terreno local y la autonomía regional a partir del dominio de lo “nacional” y lo homogéneo, un fenómeno en el que la historia oficial permite que la presencia del Estado sea palpable. Así, el discurso oficialista sobre el significado de la fiesta y la historia llegaba y se imponía a un público más amplio a lo largo del país; se difundía un único pasado colectivo que propiciaba la homogeneización de la población bajo una sola identidad en una sola comunidad: la nación.
Siguiendo los pasos de Calles, Emilio Portes Gil no se olvidó de la Columna de la Independencia ni de los héroes que ahí reposaban. En 1929 ordenó establecer una guardia de honor en dicho lugar, pues se declaraba que era “una de las obligaciones del Departamento del Distrito Federal estimular y mantener vivo el sentimiento patriótico”. El decreto se dio a conocer el primero de abril del mismo año, y mencionaba que “la Columna de la Independencia se ha convertido en un altar a la patria”, y para hacer más solemne la guardia de honor, se ordenó que se instalara una lámpara que debía arder constantemente.” Es significativo mencionar que aunque el nicho de la lámpara no se construyó por debajo de la escultura de Hidalgo, el arquitecto encargado explicó que el lugar elegido “debía estar junto a la urna que resguardaba los restos de don Miguel Hidalgo y Costilla, el Padre de la Patria” (Martínez, 2005, pp. 127 y 129). Un gesto con el cual se reafirmaba el culto que le debían los revolucionarios a Hidalgo al considerarse ellos mismos como sus herederos.
Las políticas del cardenismo reactualizaron la celebración de independencia y el culto a Hidalgo
Con Lázaro Cárdenas en la presidencia (1934-1940) inició otro proceso de formación del Estado que se distinguió por el rompimiento con el maximato y por su política dirigida a crear un nuevo pacto entre el poder político y los grupos subalternos. El corporativismo fue uno de los medios para crear un nuevo consenso entre la sociedad y el gobierno. Para lograr esto el partido oficial fue renovado y convertido en el Partido de la Revolución Mexicana (prm) que, a diferencia de su antecesor, el pnr, que había aglutinado a caudillos y caciques, éste fue concebido como un organismo político de amplia inclusión social, llegando a aglutinar a sectores obreros, campesinos, burócratas, trabajadores, profesionistas y parte del ejército. Todos ellos se convirtieron en la base social del gobierno cardenista (Florescano, 2006, pp. 396-397). En la política exterior de Cárdenas resaltó su aceptación a exiliados como León Trotsky y los refugiados de la guerra civil española, acciones con las cuales se difundía una imagen humanitaria de los regímenes revolucionarios. Las reformas como el plan de educación socialista, pero sobre todo, la nacionalización del petróleo y llevar a cabo el más grande reparto agrario, fueron sin duda alguna los mayores logros del régimen, aunque, como bien ha señalado Álvaro Matute (2010, p. 247), buena parte de ese reparto de tierras se hizo con sentido político para que el gobierno mantuviera un control sobre el campesinado.
En este periodo se implementaron nuevas iniciativas para la fiesta de independencia. Quedaron prohibidos los repiques de campanas de la catedral y el uso de cohetes durante el tiempo en que el presidente estaba dando el “Grito”, con esto se buscaba facilitar que sus palabras fueran escuchadas sin distracción alguna.[27] Una medida dirigida a mantener un mayor control sobre la celebración para utilizarla como espacio donde desplegar un simbolismo político y elementos discursivos favorables al gobierno; se trataba de consolidar el protagonismo que debía tener el presidente, remarcando que por encima del regocijo popular y el ambiente festivo, lo que importaba era el mensaje que daba el representante del poder político.
De manera general, en este periodo identificamos un nuevo uso político para el ritual cívico y la figura de Hidalgo, quien fue reinterpretado bajo tres de los ideales y acciones políticos que destacaron en el cardenismo: reforma agraria, socialismo y nacionalización del petróleo. De igual manera, el contexto internacional influyó en cómo se utilizó la ceremonia cívica y su discurso.
En 1938 el agrarismo, una de las banderas políticas de Cárdenas, fue vinculado a Hidalgo y a la independencia como parte de una estrategia retórica que defendía el reparto agrario que se efectuaba. El 16 de septiembre, durante la ceremonia en la Columna de Independencia, Amalia González Caballero Ledón, de la Dirección General de Acción Cívica, mencionó que “sería antipatriótico e injusto hablar de agrarismo sin recordar a Hidalgo”.[28] Dos años después, el mismo Cárdenas, durante el aniversario de la independencia, recurrió a la misma estrategia:
Este anhelo de justicia social que informó el Programa del Padre de la Independencia, don Miguel Hidalgo, en su más legítimo aspecto de reivindicación de la tierra […] es estrictamente, el nervio de la epopeya […] de nuestra Revolución Mexicana de 1910 […] y del actual programa de gobierno (Palabras, 1978, p. 442).
Recordemos que Hidalgo durante su movimiento había estipulado la devolución de tierras a algunos pueblos de indios. Ahora bien, la historia oficial, como señala Georges Balandier (1994), es “construida y reconstruida según las necesidades y al servicio del poder actual. Un poder que administra y garantiza sus privilegios mediante la puesta en escena de una herencia” (p. 19). De igual forma, el gobierno cardenista ponía en escena una herencia legitimadora que era reclamada a partir de revivir el pasaje sobre la restitución de tierras ordenada por Hidalgo. Con ello se buscaba justificar el plan agrario de Cárdenas, mostrándolo como una política heredera de los anhelos del héroe de Dolores, mientras que el mismo presidente se interpretaba como el ejecutor de la obra que había proyectado el “Padre de la Patria”.
Por otra parte, después del decreto de expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938, el suceso se convirtió en el elemento más representativo del nacionalismo económico del régimen. No obstante, dicha política enfrentó oposición dentro y fuera del país, por lo cual se le tuvo que defender por todos los medios posibles. Así, el 17 de septiembre de 1938 se llevó a cabo una manifestación como muestra de solidaridad con el presidente. Durante el evento se colgó de la fachada principal de la catedral una lona de gran tamaño con paisajes campestres y fabriles de donde surgían, de un lado, la imagen de Hidalgo, y del otro la de Cárdenas. Una de las crónicas refiere que la imagen del cura de Dolores simbolizaba la emancipación política, mientras que la del presidente representaba la emancipación económica.[29] El discurso visual volvía al ritual político para ligar a los mandatarios con los héroes, tal como lo había hecho Porfirio Díaz.
Es obvio que esta nueva vinculación visual del gobernante con el héroe respondía a un acto propagandístico del poder político que empleaba las imágenes como instrumentos de persuasión[30] con el objetivo de legitimar a Cárdenas en un momento crucial de su sexenio. Pero ¿cómo se pretendía que funcionara en el público espectador este uso retórico de la imagen? Es prácticamente imposible saber qué pensaban las personas al estar frente a las figuras de Hidalgo y Cárdenas unidas. Podemos lanzar como hipótesis que el objetivo era que el público viera en ellas a un Hidalgo avalando al actual mandatario y a un presidente que ostentaba una “ascendencia política” que se remontaba al mismísimo “Padre de la Patria”. Un ejercicio mental donde la asociación de imágenes transmitía las características del personaje histórico al personaje vivo. Así, el discurso proyectado hablaba de una bondad y un espíritu revolucionario y libertario que eran transmitidos desde el primer libertador al nuevo caudillo que abanderaba la causa de la nueva independencia: la económica”. En lo que respecta al fondo con los paisajes campestres y fabriles, se trataba de una referencia directa a la política agraria y el apoyo a la industria y al obrero nacional.
El mismo mensaje de las imágenes puestas en el Palacio Nacional fue reproducido en un anuncio que Petróleos Mexicanos y Distribuidora de Petróleos Mexicanos difundió en la prensa con motivo del aniversario de la independencia. Dicho anuncio resalta las fechas 16 de septiembre de 1810 y 18 de marzo de 1938; a la primera la identifica como la “Fecha en que México inicia su independencia política” y a la segunda como la “Fecha en que México inicia su independencia económica”.[31] Se vinculaba así la causa del petróleo con la rebelión de 1810, difundiéndose el mensaje de las dos independencias y un Cárdenas como presidente heredero y fiel seguidor de las obras del “Padre de la Patria”.
Sabemos que tiempo después el suceso de la nacionalización del petróleo fue incluido en el calendario cívico como una de las fechas más importantes para la nación (celebración del 18 de marzo), pero lo curioso es que para consolidar la expropiación primero se tuvo que hacer uso de otra fecha conmemorativa y de otro héroe del repertorio nacionalista. Claro ejemplo de que el discurso histórico, las celebraciones patrióticas y la imagen del héroe seguían presentes como elementos retóricos que justificaban los grandes procesos políticos que se impulsaron en el siglo xx. El “Padre de la Patria” se convertía en un mito que no perdía vigencia, por el contrario, su reactualización estaba a la orden del día, determinada por los cambios implementados por los regímenes en turno.
Cabe mencionar que si durante el porfiriato la celebración de independencia se utilizó para inaugurar obras urbanas y de comunicaciones como un reflejo de la modernidad a la que el gobierno decía haber llegado, en el cardenismo la misma celebración se empleaba para validar el discurso de justicia social que se promovía como una de las principales banderas de la Revolución. El nuevo poder político no se legitimó inaugurando obras materiales en cada festejo, sino hablando de justicia social, de reparto agrario o de nacionalismo económico; un discurso que se vinculaba y defendía a partir de la historia nacional y su celebración.
El agitado contexto político internacional también influyó en la manera en que el cardenismo utilizó el ritual de celebración de la gesta independentista. Lázaro Cárdenas declaró en un acto celebrado en la Columna de la Independencia que la lucha de Hidalgo era de las pocas que se justifica “ante los tribunales de la historia”, buscando contrastarla con el inminente conflicto militar en Europa –el estallido de la segunda guerra mundial. La fiesta servía para alertar de la situación internacional, reafirmar la unión nacional y hacer un llamado a la unión latinoamericana. En el marco de las mismas celebraciones, el presidente Cárdenas fue equiparado con Hidalgo, Morelos, Juárez y Madero, señalándose que con su amparo la “negrura del fascismo no llegará a México”.[32] Así como la propaganda política del porfiriato había igualado a Díaz con Hidalgo, lo mismo hacían ya los promotores de Cárdenas al incluirlo, aun en vida, en el repertorio heroico nacional.
El último “Grito” que encabezó Cárdenas fue celebrado en la emblemática población de Dolores, Hidalgo, un acto que tampoco estuvo exento del marcado uso político. A través de la conmemoración el presidente apoyó y legitimó a su candidato oficial, Manuel Ávila Camacho, para sucederlo en la presidencia. En el estrado construido para la ceremonia se podían ver tres grandes retratos, uno de Hidalgo, otro de Cárdenas y el tercero de Ávila Camacho. Sobre el primero estaba la leyenda: “Iniciador de la independencia política de México”; sobre el de Cárdenas se leía: “Iniciador de la independencia económica de México”, y en el tercero se escribió: “Continuador de la obra del general Cárdenas”.[33] Una vez más se repetía el discurso –visual y escrito– que Porfirio Díaz había consolidado y que ahora Cárdenas nuevamente retomaba para vincularse y forjarse la imagen de ser él el continuador del proyecto emancipador del “Padre de la Patria”. Pero en esta ocasión, Ávila Camacho era incluido en el discurso y en la teatralidad política de la conmemoración con el objetivo de que el presidente, haciendo uso del simbolismo que representaba la celebración, el lugar y el recuerdo de Hidalgo, “ungiera” a su candidato como su legítimo sucesor.
Porfirio Díaz había consolidado el culto a los héroes como estrategia legitimadora de su poder, sin embargo, hemos visto cómo desde antes de que comenzara la revolución de 1910 los grupos de oposición recurrieron a los mismos personajes para utilizarlos como elementos retóricos para criticar al régimen. Los primeros revolucionarios y el mismo Madero evocaron a Hidalgo para crear lazos de unión entre la lucha maderista y la guerra de 1810. Una contramemoria que contrariaba a la historia oficial para desafiar al poder establecido. De esta manera, la reactualización del uso de la fiesta patriótica y del mito del “Padre de la Patria” y la nueva carga política que adquirieron fue un proceso que inició desde que se gestaba la lucha armada de la Revolución. En consecuencia, podemos también afirmar que, aunque el discurso oficial de los sucesivos gobiernos consolidó la idea de la Revolución mexicana como continuadora de la lucha de 1810 y de Reforma, en realidad dicha interpretación teleológica comenzó a moldearse desde los primeros momentos de la lucha revolucionaria.
Enfocado el estudio en los procesos de formación del Estado que delinearon el llamado “Estado revolucionario”, hemos visto que aunque la Revolución fue incluida en el calendario cívico, el festejo por la independencia y el culto a Hidalgo no perdieron fuerza, por el contrario, siguieron empleándose como elementos legitimadores del poder político, incluso recurriendo a las mismas estrategias que habían legitimado a Porfirio Díaz. De esta forma, se mantuvieron prácticas como la vinculación del mandatario en turno con el “Padre de la Patria” a partir de discursos escritos, orales o visuales. También se mantuvo el uso de la fiesta cívica para hacer propaganda de los logros obtenidos por cada gobierno, aunque a diferencia del porfiriato, el énfasis no estuvo en la inauguración de obras materiales y de infraestructura, sino en la creación y divulgación de políticas sociales y económicas, contribuyendo así al discurso de justicia social que caracterizó a estos regímenes.
Pero más allá de las continuidades en cuanto a estrategias legitimadoras, queremos enfatizar la manera en que cada régimen le imprimió su sello particular al significado de la fiesta cívica y de los héroes celebrados. Así, el recuerdo de la gesta independentista y la figura de Hidalgo fueron manipulados para legitimar a las distintas facciones revolucionarias: para reforzar el gobierno de Álvaro Obregón como legítimo gobernante y pacificador del país, para reafirmar el laicismo de Calles a partir de la ejecución de lo que consideramos como un acto de “secularización” de los héroes, o para promover el reparto agrario y la expropiación petrolera y demás políticas del gobierno de Lázaro Cárdenas. Esto es lo que consideramos una justificación simbólica de los distintos procesos de formación del Estado en los cuales cada uno de ellos crea su propia visión del pasado, lo cual convierte a la historia patria en un discurso inacabado, pues se encuentra en constante transformación conforme se mueven los intereses de los distintos grupos de poder.
De manera general podemos concluir que la fiesta patriótica y el culto al héroe son “tradiciones inventadas” que aparecieron desde el siglo xix, aunque su uso y significado constantemente adquieren nuevos usos y significados determinados por las aspiraciones de cada grupo hegemónico. El ritual cívico y el culto a los héroes es dedicado a personajes y sucesos pretéritos, pero su uso responde a las necesidades contemporáneas de aquellos que los celebran. En este caso el culto por Hidalgo no era dirigido a un héroe del pasado, sino a uno “contemporáneo”, es decir, el héroe se caracteriza por un anacronismo marcado por ser un personaje del pasado al que se le adjudican determinados elementos ideológicos del presente para convertirlo en instrumento legitimador del poder político en turno.
Abrams, P. (1988). Notes on the difficulty of studying the State. Journal of Historical Sociology, i(1), 58-89.
Alonso, A. M. (1988). The effects of truth: Re-presentations of the past and the imagining of community. Journal of Historical Sociology, i(1), 33-57.
Arenas Guzmán, D. (1990). Crónica ilustrada. Revolución mexicana (t. 6). México: Ediamer S.A.
Balandier, G. (1994). El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación. Barcelona: Paidós.
Barrón, L. (2010). Historias de la revolución mexicana. México: fce/Centro de Investigación y Docencia Económica.
Beezley H. W. y Lorey D. E. (2001). Introduction: the functions of patriotic ceremony in Mexico. En W. H. Beezley y D. E. Lorey (eds.). ¡Viva México! ¡Viva la independencia! Celebrations of septiembre 16 (pp. ix-xviii).Wilmington, Delaware: Scholary Resources.
Benjamin, T. (2003). La revolución mexicana. Memoria, mito e historia. México: Taurus.
Brenes Tencio, G. (2004). Héroes y liturgias del poder: la ceremonia de apoteosis. México, 6 de octubre de 1910. Revista de Ciencias Sociales, iv(106), 107-121.
Bourdieu, P. (1994). Raisons pratiques sur la théorie de l’action. París: Éditions de Seuil.
Crespo, J. A. (2010). Contra la historia oficial, México: Debolsillo.
Demange, C. (2004). El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Díaz Cruz, R. (2005). El persuasivo espectáculo del poder. Rituales políticos y ritualización de la política. En P. Castro Domingo (coord.). Cultura política. Participación y relaciones de poder (pp. 97-117). México: El Colegio Mexiquense/Conacyt/unam.
Esparza Liberal, M. J. (2007). Memoria del Centenario: una serie de tarjetas postales sobre la independencia de México. Millars. Espai i História, 30, 139-155.
Florescano, E. (2006). Imágenes de la patria a través de los siglos. México: Taurus.
Furió, V. (2000). Sociología del arte. Madrid: Ediciones Cátedra.
Galeana, P. (1996). México: independencia y soberanía. México: Archivo General de la Nación/Secretaría de Gobernación.
Garciadiego, J. (2012). La política de la historia: las conmemoraciones del 2010. En E. Pani y A. Rodríguez Kuri (coords.). Centenarios. Conmemoraciones e historia oficial (pp. 333-369). México: El Colegio de México.
Garciadiego, J. (2004). La revolución. En Nueva historia mínima de México (pp. 225-261). México: Colmex.
Garrido Asperó, M. J. (2006). Fiestas cívicas históricas en la ciudad de México, 1765-1823. México: Instituto Mora.
Garrido, E. (2004). Evolución y manejo de la imagen de Miguel Hidalgo y Costilla en la pintura mexicana (1828-1960). En M. Terán (coord.). Miguel Hidalgo. Ensayos sobre el mito y el hombre (1953-2003) (pp. 127-132). México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Guedea, V. (2010). Los discursos del Centenario de la independencia. México: unam.
Guzmán Pérez, M. (2007). Adiós a Pelayo. La invención del héroe americano y la ruptura con la identidad hispana. En A. Sánchez Andrés, et al. (coords.). Imágenes e imaginarios sobre España en México, siglos xix y xx (pp. 63-97). México: Conacyt/Porrúa/Instituto de Investigaciones Históricas-umsnh.
Hobsbawm, E. (2002). Introducción: la invención de la tradición. En E. Hobsbawm y T. Ranger. La invención de la tradición (pp. 7-21). Barcelona: Crítica.
Knight, A. (2009). El gen vivo de un cuerpo muerto. Nexos, 1 de noviembre del 2009. Recuperado de <http://www.nexos.com.mx/?p=13368>.
Knight, A. (2010). La revolución mexicana. México: fce.
Lempérière, A. (1995). Los dos centenarios de la independencia mexicana (1910-1921): de la historia patria a la antropología cultural. Historia Mexicana, xlv(2), 317-352.
Madero F. I. (1999). La sucesión presidencial [edición facsimilar]. México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México.
Maldonado Gallardo, A. et al. (2006). Revoluciones latinoamericanas del siglo xx. México: Facultad de Historia-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Manzano Moreno, E. (2000). La construcción histórica del pasado nacional. En J. S. Pérez Garzón, et al. La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder (pp. 33-63). Barcelona: Crítica.
Martínez Assad, C. (2005). La patria en el paseo de la Reforma. México: unam/fce.
Martínez Villa, J. (2010). Fiesta cívica en Morelia 1890-1910. Morelia: Archivo General Histórico y Museo de la Ciudad de Morelia.
Matute, A. (2010). Los años revolucionarios (1910-1934). En G. Von Wobeser (coord.), Historia de México (pp. 227-247). México: fce.
Mínguez, V. (2003). Prólogo. En I. Rodríguez Moya. La mirada del virrey. Iconografía y poder en la Nueva España (pp. 9-12). Castellón de la Plana: Universitat Jaume I.
Palabras y documentos públicos de Lázaro Cárdenas, 1928-1970 (t. I) (1978). México: Siglo XXI.
Pérez Vejo, T. (2012). Dos padres para una nación: Hidalgo e Iturbide en el arte oficial mexicano del primer siglo de vida independiente. En E. Pani y A. Rodríguez Kuri (coords.), Centenarios. Conmemoraciones e historia oficial (pp. 159-190). México: El Colegio de México.
Pérez Vejo, T. (2007). Hidalgo contra Iturbide: la polémica sobre el significado de la guerra de independencia en el México anterior a la República Restaurada. En M. Guzmán Pérez (coord.). Guerra e imaginarios políticos en la época de las independencias (pp. 193-223). Morelia: iih-umsnh.
Pérez Vejo, T. (2010). Los centenarios en Hispanoamérica: la historia como representación. Historia Mexicana, lx (1), 7-29.
Pérez Vejo, T. (1999). Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas. Oviedo: Ediciones Nobel.
Ríos Gordillo, C. A. (2013). La memoria asediada. La disputa por el presente en la conmemoración del bicentenario. Secuencia, 87, 177-204.
Rojas R. (2011). Venezuela: fiesta, imaginario político y nación. Caracas: Universidad Nacional Experimental del Yaracuy.
Santos, A. (2012). El 50 aniversario de la revolución mexicana: entre la continuidad y el agotamiento del discurso de la revolución permanente. En E. Pani y A. Rodríguez Kuri (coords.), Centenarios. Conmemoraciones e historia oficial (pp. 51-76). México: El Colegio de México.
Vaughan, M. K. (1999). The construction of the patriotic festival in Tecamachalco, Puebla, 1900-1946. En W. H. Beezley y D. E. Lorey (eds.). ¡Viva México! ¡Viva la independencia! Celebrations of septiembre 16 (pp. 213-245).Wilmington, Delaware: Scholary Resources.
Volvelle, M. (2003). La revolución francesa: ¿matriz de la heroización moderna? En M. Chust y V. Mínguez (eds.). La construcción del héroe en España y México (1789-1847) (pp. 19-29). Valencia: Universitat de Valencia.
Zárate Toscano, V. (2007). Las pervivencias de Iturbide en el México de hoy. Millars. Espai i História, 30, 105-122.
Otras fuentes
Archivo
cehm Archivo del Centro de Estudios Históricos de México-carso, México
Periódicos
El Imparcial, 1913.
El País, 1912.
El Universal, 1939-1940.
Excélsior, 1925, 1938, 1939.
Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo, 1910.
* Este artículo es un avance de mi investigación de tesis de maestría titulada: “El mito de Miguel Hidalgo en el relato de nación mexicano. Del patriotismo criollo al nacionalismo posrevolucionario”.
[1] Según Javier Garciadiego (2012) la palabra celebrar “implica cierta solemnidad y está relacionado con ceremonias cívicas o religiosas”, conmemorar se refiere a “recordar juntos” y festejar conlleva “un carácter lúdico” (p. 333), sin embargo, y siguiendo el ejemplo de dicho autor, aclaramos que utilizamos de manera indistinta los tres conceptos para referirnos a lo mismo: la celebración de la independencia de México.
[2] Con la revolución francesa sobrevino un proceso histórico que terminó con la legitimidad dinástico-divina del antiguo régimen y posicionó a la nación como sujeto de soberanía. Los Estados modernos necesitaron de la nación para justificarse, y para dar vida a dicha nación fue necesario construir una “historia sagrada” que diera cuenta de su existencia. En palabras de Tomás Pérez Vejo (1999), “la historia nacional es para la nación una necesidad ontológica” (p. 124). Para una lectura pormenorizada sobre el uso de la historia en el proceso de invención de las naciones, véase Pérez (1999, pp. 113-128).
[3] Sobre la definición de la fiesta patriótica, véanse Beezley y Lorey (2001, pp. ix-xviii); Demange (2004, p. 132); Garrido (2006, p. 18); Hobsbawm (2002, pp. 7-21); Santos (2012, p. 52).
[4] Sobre el héroe y sus usos, véanse Crespo (2010, p. 5); Guzmán (2007, p. 65); Volvelle (2003, pp. 19-23).
[5] Pese a que abordamos la construcción del Estado después de la revolución, compartimos la opinión de Alan Knight (2010, p. 1323) acerca de que el Estado no fue ni todopoderoso, tampoco el único elemento, ni el más importante que surgió de la complejidad de la Revolución mexicana.
[6] Bourdieu (1994, pp. 107-109) señalaba que el Estado es el final de un proceso de concentración de diferentes tipos de capital: capital de fuerza física o de instrumentos de coerción (ejército, policía), capital económico, capital cultural, de información, o capital simbólico. Una concentración que lo constituye en poseedor de un metacapital que le otorga un poder sobre los otros tipos de capital y sus detentores. Así, las únicas fuerzas válidas son aquellas que enarbolan los representes estatales, incluso hasta llegar al punto en que el Estado ejerce un tipo de violencia simbólica que crea estructuras sociales y estructuras mentales, estas últimas adaptadas a las primeras. Es así que las estructuras, instituciones, actores y prácticas que conforman el Estado llegan a interpretarse como naturales e incuestionables.
[7] Nos basamos en las celebraciones capitalinas encabezadas por la figura presidencial. En cuanto a la perspectiva regional, Mary Kay Vaughan (1999, pp. 213-245) ha estudiado cómo entre 1900 y 1946 la celebración de independencia fue utilizada para promover la formación del Estado y la nación, legitimando las estructuras locales de poder y promoviendo la cohesión social. Objetivos para los cuales los profesores fueron pieza fundamental.
[8] Esta idea ha sido tomada de un estudio de Pérez Vejo (2010, pp. 25-26), quien propone estudiar los festejos del centenario como documentos históricos con el potencial de ser interpretados como muestra de la historia oficial que el Estado crea en su tarea de imaginar la nación en la que descansa su legitimidad política.
[9] Marco una diferencia entre “revolución” y “Revolución”, entendiendo por la primera el periodo de guerra, mientras que la segunda se refiere a un periodo más amplio caracterizado por cambios políticos, económicos, sociales y culturales. La Revolución culminó después de la presidencia de Cárdenas, momento en que inició un periodo contrarrevolucionario con presidentes que sólo fueron “revolucionarios” en discurso (citado en Barrón, 2010, pp. 18-20), pues siguieron ostentando a “la Revolución” como simple ideología oficial que los dotaba de legitimidad. Alan Knight (2009) sostiene que la Revolución llegó hasta la expropiación y el reparto agrario de Cárdenas, mientras que los mandatarios que le siguieron al cardenismo representaron la apertura de una brecha entre la retórica revolucionaria y la práctica de los gobiernos: “El pri se veía más institucional y menos revolucionario”. El relevo generacional después de Lázaro Cárdenas abanderó “un proyecto más conservador, civil, empresarial y americanófilo”. Sobre la invención y uso del mito de la Revolución mexicana como discurso legitimador de los gobiernos del siglo xx, véase Benjamin (2003).
[10] Las dos últimas fiestas patrias de la dictadura en Puebla. (17 de septiembre de 1939). Suplemento dominical de Excélsior, p. 3.
[11] Una contramemoria o contrahistoria es defendida por los grupos “de abajo” quienes, en un acto de resistencia y protesta, hacen suya una conmemoración –entre otras estrategias más– para resignificar el pasado y proponer un futuro alternativo, desafiando así las relaciones de dominación (Ríos, 2013, pp. 197-198).
[12] Discurso pronunciado por el Sr. Lic. Enrique Domenzáin en la solemnidad cívica del 16 de septiembre de 1910. (29 de septiembre de 1910). Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo.
[13] Sobre la visión de Hidalgo y la independencia que formaron los círculos liberales decimonónicos, véase Pérez (2007, pp. 193-223).
[14] En el Centro de Estudios de Historia de México, carso, hemos localizado varios ejemplares de este tipo de documentos. Como ejemplo véase Castellanos, A. (20 de septiembre de 1917). [Le expide nombramiento de teniente coronel con autorización y por orden de Francisco Villa. Oficio mecanografiado]. Fondo de Manuscritos del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920 (leg. 13239, carpeta 116, doc. 1). Centro de Estudios de Historia de México (cehm), México.
[15] Cabe mencionar que esta nueva interpretación de la historia nacional también se explica por la visión evolucionista propia del positivismo, en el cual se formaron Madero y su generación.
[16] Se celebró con júbilo el desfile militar y el acto cívico de ayer. (17 de septiembre de 1912). El País, pp. 2-3.
[17] Ruidosas se inician las fiestas de la patria. (16 de septiembre de 1913). El Imparcial, pp. 1 y 7; Nunca ha presenciado México un desfile militar como el de ayer. (17 de septiembre de 1913). El Imparcial, pp. 1, 3 y 5.
[18] Ramírez, V. (30 de junio sin especificar año). Telegrama dirigido a Venustiano Carranza [Exhorta a suprimir de su lado a los politiqueros, vividores, convenencieros y traidores que lo rodean, a ser el gran amigo de Francisco Villa, que es quien tiene mayor representación y elementos para sostener la revolución. Recuerda que Miguel Hidalgo fue depuesto del mando de generalísimo]. Fondo Archivo Federico González Garza (1889-1920) (leg. 3379, carpeta 34, doc. 1, f. 2.). cehm, México.
[19] Siete fotografías de la visita de Carranza a la casa de Hidalgo en 1915 fueron consultadas en: [Fotografías de José Mendoza]. (diciembre de 1915). Venustiano Carranza en Dolores, Hidalgo (538, 540, 541, 542, 545, 546 y 547). Fondo Fotografías del periodo constitucional. Colección José Mendoza. Carpeta 4. cehm, México.
[20] [Fotografía de José Mendoza]. (diciembre de 1915). Venustiano Carranza en Dolores, Hidalgo (545). Fondo Fotografías del periodo constitucional. Colección José Mendoza. Carpeta 4. cehm, México.
[21] [Fotografías de José Mendoza]. (septiembre de 1919). Venustiano Carranza en la Columna de Independencia (449, 450, 451, 452, 453, 454). Fondo Fotografías del periodo constitucional. Colección José Mendoza. Carpeta 3. cehm, México.
[22] Ramírez, V. M. (no especifica fecha). Memorial manuscrito [propone la fundación de una población a fin de honrar la memoria de Miguel Hidalgo y Josefa Ortiz de Domínguez. Señala la forma en que deberá ser construida. Solicita que el Gobierno le proporcione una imprenta a fin de hacer un tiro de dos millones de ejemplares de La Cuna de Hidalgo] Fondo Manuscritos del primer jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920 (leg. 17187, carpeta 151, doc. 1). cehm, México.
[23] Hernández Evangelina, J. A., (5 de septiembre de 1916). Carta manuscrita [Los profesores y alumnos de la Escuela Ignacio M. Altamirano invitan a Venustiano Carranza al acto cívico-literario-musical que llevarán a cabo en honor de Miguel Hidalgo]. Fondo Manuscritos del primer jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920 (leg. 10554, carpeta 93, doc. 1). cehm, México.
[24] Sobre el lugar que ocupa Iturbide en la historia nacional, Verónica Zárate Toscano (2007, pp. 105-122) ha estudiado cómo hasta la actualidad existe un pobre culto por este personaje, en el cual sólo intervienen la Iglesia y algunos gobiernos conservadores. Enfatiza en que aún no se le otorgan las mismas dimensiones que alcanzan otros héroes, tampoco se ha logrado su total aceptación dentro del panteón heroico nacional.
[25] Las cenizas de los próceres de la independencia han sido trasladadas a la cripta de Reforma. (17 de septiembre de 1925). Excélsior, pp. 1 y 4.
[26] El sonido del legendario bronce de Dolores se escuchó anoche en toda la nación. (16 de septiembre de 1925). Excélsior.
[27] Por primera vez se pudo oír el Grito. (18 de septiembre de 1938). Excélsior, pp. 1 y 4; Jubilosamente celebróse el Aniversario Nacional. (16 de septiembre de 1938). Excélsior, p. 1.
[28] Abolió la esclavitud de la mujer, el general Cárdenas. En su discurso pronunciado con motivo de las fiestas patrias, se hizo referencia al Derecho de Ciudadanía recientemente concedido, (18 de septiembre de 1938). Excélsior, p. 11.
[29] Manifestación de solidaridad al presidente de la República. (18 de septiembre de 1939). El Universal, p. 1; La mejor manera de servir a la patria en estos momentos es impulsando la producción. (18 de septiembre de 1939). Excélsior, p. 1.
[30] Las imágenes visuales –sean o no obras de arte– desde siglos atrás han sido uno de los medios más empleados para despertar sentimientos, difundir ideologías o incitar a ciertas formas de actuar. Los detentadores del poder político recurren a ellas como medios de control social; en este uso político de las imágenes se suelen plasmar las cualidades –aun siendo falsas– de los gobernantes para ser admiradas por la sociedad y reafirmar su autoridad (Furió, 2000, pp. 99-107; Mínguez, 2003, p. 10). Para un estudio de los usos de la imagen de Hidalgo, véase Garrido, 2004, pp. 127-132.
[31] Excélsior, (16 de septiembre de 1939). p. 13.
[32] La mejor manera de servir a la patria en estos momentos es impulsando la producción. (18 de septiembre de 1939). Excélsior, pp. 1 y 3.
[33] Resonó anoche en Dolores el famoso “Grito”. (16 de septiembre de 1940). El Universal, pp. 1 y 13.