“hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria”.
Hablo de la ciudad, Octavio Paz
Al ver un título como el de Historia política de la Ciudad de México, que en apariencia es sencillo y contundente, surgen al menos un par de preguntas: ¿qué es lo político?, ¿qué es la ciudad? ‒más aún, ¿qué es esta ciudad? Para responder a lo primero, consciente de la complejidad de definir “lo político” y sus alcances, el editor Ariel Rodríguez Kuri aclara desde las primeras páginas el enfoque y los ejes que articulan a esta obra colectiva.
Esta historia no pretende ser una relación de las acciones de los gobernantes de la ciudad. En efecto los gobernantes hacen acto de presencia, pero lo político no se agota en lo que ellos hicieron (o dejaron de hacer). Implica todo un entramado de negociaciones, contrapesos, conflicto y concordia entre diversos actores: ciudadanos, autoridades, funcionarios, representantes, partidos. A decir de Rodríguez Kuri, “lo político es la condición de posibilidad para que el complejo sociocultural y civilizatorio [...] se mantenga unido, articulado y en funcionamiento” (p. 11), en tanto que “la política” sería un concepto “mucho más acotado” y con raíces fácilmente identificables en el tiempo (siglo xviii).
La obra se divide en ocho capítulos, cada uno de ellos dedicado a un periodo temporal distinto, desde la fundación de la ciudad hasta el año 2000. Los cortes cronológicos se hicieron en función de los acontecimientos que han marcado hitos en la vida política de la capital. En varios casos, estos cortes coinciden con los que emplean comúnmente las historias generales del país; sin embargo, hay otros que obedecen a dinámicas propias de la ciudad.
El primer capítulo abarca desde la fundación de México Tenochtitlan hasta la conquista española. Los autores, Pablo Escalante y Alejandro Alcántara, exponen cómo fue que un pequeño territorio poblado por migrantes logró convertirse, mediante una serie de alianzas y enfrentamientos intermitentes con los pueblos vecinos, en una ciudad imperial. Dadas la ubicación y las circunstancias geográficas de México Tenochtitlan, el manejo del agua se convirtió desde sus inicios en un problema fundamental para la ciudad, como se puede observar en otras secciones del libro.
En el segundo capítulo, Gabriel Torres Puga habla de la ciudad virreinal, desde la conquista hasta las postrimerías del movimiento independiente. Es en este periodo cuando surge una institución que desempeñaría un papel de suma importancia en la vida política de la capital, durante casi 400 años: el Ayuntamiento de México. Temblores, inundaciones, hundimientos y novedades arquitectónicas provocaron que la ciudad modificara su fisonomía con cierta frecuencia, mientras que la constante movilidad de personas fue un factor que determinó la expansión de la traza original.
En el tercer capítulo, Juan Ortiz Escamilla examina los acontecimientos ocurridos en el primer cuarto del siglo xix y las notables transformaciones que experimentó la ciudad durante la guerra de Independencia, pues si bien en su interior no se desarrollaron hechos militares, los años finales del gobierno virreinal y la transición a la república federal determinaron en buena medida el curso de la vida política de la capital durante todo un siglo.
Sonia Pérez Toledo, en el capítulo cuarto, da cuenta de la creación del Distrito Federal y de la complejidad que conllevaba ser la sede de los poderes de la Unión, al tiempo que diversos actores políticos citadinos, como el Ayuntamiento, pugnaban por conservar cierto grado de autonomía. Asimismo, los vaivenes de los gobiernos federales y centralistas repercutieron en el estatus político de la ciudad.
Las tres últimas décadas del siglo xix son el tema del quinto capítulo, escrito por Fausta Gantús, quien hace un completo análisis de los integrantes del Ayuntamiento entre 1867 y 1902, mostrando cómo ciertas familias tuvieron un papel prominente dentro del Cabildo a lo largo de varias generaciones, situación que les redituó beneficios políticos y económicos, además de examinar las prácticas electorales y las estrategias ‒en ocasiones fraudulentas‒ que determinaban la conformación del Ayuntamiento.
El año de 1903 marca un punto importante en la vida política de la ciudad al promulgarse la Ley de Organización Política, a través de la cual se buscó delegar la mayor parte de las funciones del Ayuntamiento en la figura del gobernador del Distrito, nombrado por el presidente, de modo que el poder ejecutivo gozara de mayor control sobre la capital; a partir de entonces y hasta 1929 la organización político-administrativa de la ciudad experimentó notables turbulencias, como lo muestra Mario Barbosa en el sexto capítulo.
Ariel Rodríguez Kuri examina el periodo comprendido entre 1930 y 1970, años que se caracterizaron por un acelerado crecimiento demográfico, así como por la desaparición de los municipios en el Distrito Federal, que conllevó la creación de una nueva forma de gobierno. Destaca el hecho de que, sin poder ejercer una ciudadanía plena, los habitantes de la capital lograron mantener cierto margen de negociación para sus demandas de habitación, espacio y servicios.
Finalmente, Ignacio Marván se ocupa en el último capítulo del proceso por el que fue posible subsanar el “déficit democrático” en el gobierno y la administración de la ciudad, culminando en las elecciones de 1997. Marván destaca la formación de grupos vecinales como una vía para expresar descontento, exigir soluciones e incluso adquirir una mayor capacidad de coordinación política, de manera más acentuada a partir del sismo de 1985.
Si bien cada autor privilegió uno o varios temas en su capítulo ‒urbanismo, elecciones‒ en virtud de las problemáticas particulares de los diversos periodos analizados, existen varios ejes que dan unidad a la obra en conjunto. Uno de los temas que ha marcado el sino de la ciudad es el del agua, su exceso o su falta. La ubicación geográfica del islote en que se fundó Tenochtitlan hizo de las inundaciones uno de los eternos problemas a resolver en la capital, preocupación que se advierte sobre todo en los primeros capítulos del libro y se diluye un tanto en los últimos. De manera paradójica, en el siglo xx y hasta ahora, uno de los desafíos más notables ha sido proporcionar agua a los millones de habitantes del Distrito Federal. Por tal motivo, el manejo de las obras hidráulicas ha constituido un importante capital político para las autoridades.
Sin duda, uno de las líneas temáticas de mayor importancia en el libro es la relación ‒casi siempre tensa‒ entre poder local y otras autoridades como el virrey o, posteriormente, el poder ejecutivo, pues ha definido en gran medida la dinámica del gobierno y de la administración de los recursos, bienes y servicios. A la fecha todavía está fresco el recuerdo de las pugnas entre gobernantes del Distrito Federal y presidentes de la república.
Historia política de la Ciudad de México es un libro escrito con claridad y rigor académico. Se aprecia el uso inteligente de una vasta bibliografía junto con material documental del Archivo Histórico del Distrito Federal (con excepción de los dos últimos capítulos correspondientes a los años de 1930 a 2000, en virtud de que el fondo Departamento del Distrito Federal aún no está catalogado) y del Archivo General de la Nación. Asimismo la mayoría de los autores incluyó tablas y gráficas que complementan y permiten una mejor comprensión de los textos. En el aspecto formal, son escasas las erratas que pueden advertirse, aunque llama la atención que a lo largo del texto se hable de manera uniforme de la “ciudad de México” y en la portada aparezca como “Ciudad de México”.[1]
Su aparición, a principios del año 2013, se dio en un momento en el que el tema de la reforma política de la capital tomaba cada vez mayor relevancia, después de varios intentos infructuosos. De tal modo, no extraña el interés de las autoridades capitalinas por apoyar la investigación y la redacción del libro. Al momento de escribir estas líneas, poco más de un año después, se había instituido la Unidad para la Reforma Política del Distrito Federal, cuya principal encomienda es la de organizar el programa que habrá de llevarse a cabo para la consecución de diversos objetivos, entre ellos, avanzar en la “democratización” de la ciudad y redactar una Constitución local.
El libro es de lectura imprescindible para los estudiosos de la ciudad de México, no sólo historiadores, sino también investigadores de otras disciplinas y personas interesadas en el momento político que vive la capital en el presente, pues si bien no logra responder del todo a la compleja pregunta de qué es esta ciudad ‒que tiene probablemente mil respuestas y ninguna‒ ofrece un vasto (y bien logrado) recorrido a través de su historia y de las vicisitudes que han configurado su situación actual.
Doctorado en Historia
unam
[1] El asunto ha provocado cierto debate, no obstante en la página electrónica de la Academia Mexicana de la Lengua se asienta que la forma correcta es “ciudad de México”: http://espin.org.mx/p/document.php?ndf=5136. Los autores se cuidan de diferenciar el Distrito Federal y la ciudad de México, ya que en diversos momentos históricos ambas circunscripciones no han coincidido en cuanto a jurisdicción territorial.