Hasta hace poco tiempo, la historiografía en casi todo el mundo había desconocido prácticamente el valor de la imagen como fuente de estudio, aprovechada seriamente y a partir de métodos adecuados de análisis. El libroImágenes del olvido 1914–1994. Discurso visual, manipulación y conmemoraciones de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, de Luciano Ramírez Hurtado, es ante todo una historia de las imágenes o, más bien, una historia amplia de los usos de las imágenes de un episodio histórico fundamental en la historia mexicana: la Convención Revolucionaria; de su producción, primero —todas con una carga ideológica evidente que el autor va desentrañando—, de su circulación —con fines propagandísticos, informativos o desinformativos—, y de su aprovechamiento como recurso para la reconstrucción del pasado, para la celebración, unas veces, u otras para la imposición de ideas a la memoria pública.
Por extensión, es un trabajo de historia política —del uso de la historia desde y para el poder—, de historia de la prensa, de la fotografía y el cartón político en México, principalmente en los años 1914 y 1915. Se trata de un esfuerzo por deconstruir la historia de la Convención, una exploración detrás del escenario en el que se montaron sus imágenes, a través de lo cual se evidencian sus usos y abusos, se descubren los juegos entre lo que en diferentes momentos se quería recordar y lo que se pretendía que se olvidara.
A lo largo de este libro está presente la tensión constante entre los excesos de memoria y de olvido, en ese juego que se establece con el pasado como lo explica Paul Ricoeur.1 En 1914, por ejemplo, Carranza abusaba de la historia pretendiendo hacer creer que la idea de organizar una Convención había sido suya; cuando dejó de convenir a sus intereses, esto es, cuando se dio cuenta de que no le daría legitimidad, la desconoció y se empeñó en ocultarla o denostarla en la prensa. Más tarde, derrotado el villismo y el zapatismo, el episodio central de la revolución durante 1914 y 1915 fue condenado por el carrancismo triunfador al olvido. Pasada la tormenta, ya en los años cuarenta, fue la propia revolución institucionalizada la que recuperó la Convención, integrándola a su historia, insertándola en el discurso de unidad, olvidando que 30 años atrás había perdido su conexión.
Aún más, en los años sesenta y luego en los noventa, el viejo y excesivo olvido mutó en una nueva y también excesiva memoria: en Aguascalientes se la recordó como un medio de enganchar su historia a la nacional, mientras —consciente o inconscientemente— se desvanecían de la memoria los otros sitios donde se desarrolló (ciudad de México en tres momentos, Toluca y Cuernavaca). El autor, buscando esa intercesión entre memoria y olvido rescata la Convención, descubre los usos y abusos de su imagen, sus olvidos y sus resignificaciones.
Producto de una investigación amplia, larga y compleja desarrollada como parte de sus estudios de doctorado en Historia del Arte de la Universidad Nacional Autónoma de México, la composición de Imágenes del olvido, en una introducción y ocho capítulos, puede ser mejor entendida si se divide en dos grandes bloques. Del primero al cuarto capítulos la narración se ubica entre 1914 y 1915, siguiendo diacrónicamente el desenvolvimiento de la Convención que sesionó por primera vez en la ciudad de México del 1 al 5 de octubre de 1914, se trasladó del 10 de octubre al 10 de noviembre del mismo año a Aguascalientes, y siguió un périplo diverso hasta su disolución en octubre de 1915. Se trata en este bloque de analizar la representación de la Convención en la prensa de las diferentes facciones, la forma en que durante sus días la retrataron los fotógrafos y la dibujaron los cartonistas. En contraste, el segundo bloque (capítulos quinto a octavo) analiza la forma en que la misma Convención fue recordada y celebrada a lo largo de 50 años (1945–1994), después de casi tres décadas en que se olvidó.
Tres condiciones existentes en el México de 1914 hicieron de la prensa una trinchera particular para quienes ese año vieron en la Convención una oportunidad de dirimir las diferencias políticas en que estaba atrapada la revolución. De ellas parte el primer capítulo: de la infraestructura y trayectoria de la prensa en México, particularmente en la capital del país, cuyo mejor exponente había sido el diario El Imparcial desde 1896; de la "sólida tradición fotográfica" que también existía y que hizo poco a poco mancuerna con los periódicos; y de la conciencia que personajes como Venustiano Carranza tenían sobre el poder propagandístico de la prensa escrita. Sabía, dice el autor, "que debía controlarla lo más pronto posible", y se rodeó para tal efecto de intelectuales, periodistas y personajes que supieron dirigir estos propósitos.
A lo largo del capítulo se siguen los primeros días de la Convención, la decisión que se tomó para trasladarla a un punto neutral, Aguascalientes, y la forma en que se fueron cargando de carbón, tinta, plata y bromuro las armas con las que se combatiría en la trinchera de papel. Con anticipación, varios medios de la capital enviaron a sus fotógrafos y reporteros para calentar el ambiente en la prensa, para mostrar el escenario y a los protagonistas.
El capítulo segundo está dedicado de forma exclusiva al mes en que la Convención sesionó en Aguascalientes. En un primer momento, las fotografías en la prensa dieron cuenta del arribo de trenes que transportaban a los delegados, la instalación de la junta, la llegada de Francisco Villa y el ambiente de tensión que se fue generando. En vista de las circunstancias, la prensa subsidiada por Carranza comenzó a dar golpes mediáticos: los titulares, las notas, pero también las fotografías (aunque en este momento un tanto tímidamente) generaron ideas adversas a Villa. En letras de molde se leía, que si "Aguascalientes está amagada por tropas de la División del Norte", que si "Aguascalientes no es neutral", mientras las fotografías en La Ilustración Semanalmostraban a Villa posando con no menos de 60 de sus "Dorados", buscando un impacto visual de fuerza y presencia que desdecía la neutralidad de la plaza y mostraba la presión que podía ejercer este ejército en la deliberación de los delegados.
Con otros especialistas, Ramírez sostiene que la Convención tuvo más bien pobres resultados durante las reuniones de Aguascalientes. Dos semanas después de que se decidió cambiar de sede —en noviembre—, el periódico La Guacamaya (víctima de los vaivenes de su director, que de huertista había devenido en carrancista) publicó la caricatura "La revolución ha parido cuates" que ilustra la portada de este libro, y fue acompañada con un simpático texto que en conjunto eran una interpretación sensata de la realidad. La señora revolución había tenido dos hijos, uno, el presidente convencionista Eulalio Gutiérrez, cuidado por su matrona, la Convención, y otro, el presidente Carranza, "un muchacho serio" y el preferido de su mamá:
pero el Pueblo, que es su padre / que a su mujer fomentó / creyendo que ella podría / hacer algo de favor / se encuentra tan en la chilla, / y es su estado tan atroz / que ya el pobre no recuerda / de qué forma es un tostón / y para su gasto diario / no le queda ni un cartón; / al mirar que han sido cuates / exclama lleno de horror: / "Si ya con uno no puedo / ¿dónde voy a dar con dos?" (pp. 134-135).
Los capítulos III y IV son posiblemente los de mayor fortaleza argumentativa y los que muestran de cuerpo entero el funcionamiento de la prensa revolucionaria en los momentos en que fiie sin ambages un terreno de batalla. En diciembre de 1914, dice Ramírez, "sólo quedaba un camino: la lucha armada". La escisión entre Carranza, Villa y Zapata era total, y simultáneamente a la guerra en el campo "se desarrollaría otro tipo de guerra, menos estruendosa y dramática, pero no menos efectiva: el de la propaganda ideológica, a través de la prensa escrita y las imágenes publicadas en ella". Carranza, adelanta al inicio del capítulo tercero que titula "La guerra de imágenes", "saldría triunfador en ambas estrategias, pues a pesar de las profundas divergencias entre sus integrantes, esta facción mostraría a la opinión pública coherencia y unidad en sus medios propagandísticos de legitimidad política" (p. 139).
Mediante un cuidadoso análisis, el autor logró exhibir bien estas diferencias en las publicaciones de cada bando: en el convencionista El Monitor, por ejemplo, que funcionó entre diciembre de 1914 y junio de 1915 en las instalaciones y con el equipo que había sido del simpatizante porfirista El Imparcial y del carrancista El Liberal,nunca se logró un cuidado editorial, y por tibieza, desunión, descuido, pobres recursos técnicos, humanos, financieros, o falta total de pericia, no se logró transmitir nunca un mensaje favorable a la causa que supuestamente defendía. El momento culminante del convencionismo, cuando entró a la ciudad de México triunfalmente el 6 de diciembre de 1914, fue mostrado al día siguiente en El Monitor con un buen titular (en letras más bien pequeñas) que rezaba: "Más de 50 000 hombres desfilaron ayer en columna por la urbe resonante", mientras dos fotos, divorciadas por completo de la nota y carentes de la fuerza que requerían, ilustran —en un ángulo cerrado— una decena de personas "que marchan en desorden, mirando hacia distintos lados o con un gesto de cansancio" (pp. 142-145).
Varios meses después, en mayo de 1915, cuando el escenario se invirtió y pesaron sobre los convencionistas derrotas tan contundentes como la infligida por Obregón a Villa en Celaya, el diario El Norte pretendió practicar las tácticas carrancistas: ocultó la información que le era adversa a su causa, inventó triunfos, falseó hechos, pero ya era tarde.
El cuarto capítulo, "Bajo la metralla de la prensa ilustrada carrancista", muestra el contraste de la prensa adicta a Venustiano Carranza: ordenada de principio a fin, falseadora cuando le era necesario, pero principalmente, inteligentemente creadora de imágenes narradas y visuales para desgastar al enemigo, exhibirlo, generar miedo de sus alcances, en el estilo carrancista que usó otras múltiples estrategias alternas para posicionar su imagen, lo mismo entre el pueblo que en el exterior del país.
En el terreno visual que descubre el autor, el propio Carranza se encargó de construir modelos de gran impacto: el suyo era un modelo de estadista, de hombre sereno, inteligente y de acción, respetuoso de la ley; el de sus oponentes era el modelo del bárbaro, sintetizado magistralmente en el cartón "La evolución de la dictadura", publicado en La Prensa en febrero de 1915: en este marcha al frente un cupido panzón que lanza dardos envenenados, es Antonio López de Santa Anna; detrás, un poco más grande, con medio cuerpo de tigre, el anciano Porfirio Díaz, con una espada gigante, "La matona"; aturdido, como un monstruo peludo, con escapulario, botella de coñac y un puñal, Victoriano Huerta; y al final, el gran engendro, una especie de dragón que fuma mariguana y carga una bomba: Pancho Villa.
Después de la tormenta —asienta Luciano Ramírez—, de la guerra de las imágenes y de papel, triunfante Carranza, "la Convención se convirtió en tabú", "se procuró por todos los medios posibles desvanecer ese hecho histórico". El tema resurgió hasta los años cuarenta, en medio del régimen priista que gradualmente y desde distintas vías la reinterpretó y aprovechó con una intención no menos ideológica y política. De sus diferentes expresiones y modos se ocupa justamente el libro en su segunda parte, de los capítulos quinto al octavo.
La reaparición de la Convención en imágenes y en un contexto favorable -o al menos que quitó de ella su carga negativa— fue en 1947 con un grabado que, en medio de otros 84, se publicó en el álbum Estampas de la revolución mexicana. 85 grabados de los artistas del Taller de Gráfica Popular. Como un testimonio suelto, el autor logró aprovecharlo inteligentemente. El grabador, Alberto Beltrán, y el Taller de Gráfica Popular, donde se realizó, estaban preocupados por los "impugnadores y detractores de la revolución mexicana y sus conquistas". Sus integrantes habían colaborado en la propaganda electoral del entonces presidente Miguel Alemán, a quien dedicaron el álbum. Siguiendo escrupulosamente el método de análisis iconográfico, Luciano identifica las influencias literarias y fotográficas que tuvo Beltrán para ejecutar el grabado, describe su composición, discute su título, identifica la escena representada, la contrasta con diferentes testimonios, la explica integralmente. Además, siguió su proceso de circulación múltiple localizando periódicos, cuadernos de grabados, exposiciones, libros, carteles e invitaciones en las que se reprodujo para, subraya, apoyar la historia y la iconografía oficialista.
El descubrimiento del grabado y la interpretación de su mensaje están lejos de ser accesorios: sitúan un momento clave hasta ahora no considerado (junto a varios más, bien identificados en la historiografía) en la formación del discurso histórico de la revolución construido desde el poder, siguiendo el derrotero marcado por Obregón y Calles en los años veinte para conciliar antiguas rivalidades, para formar una sola y gran familia revolucionaria, un pasado de unidad, una versión legitimadora de la historia nacional.
El capítulo sexto y los primeros apartados del séptimo rompen con el hilo conductor del texto. Tratando de seguir tan puntualmente las expresiones visuales y el abuso de la historia en las conmemoraciones cívicas del contexto priista, el texto se desvía momentáneamente de su ruta y se ocupa en estas páginas de ubicar el régimen de Adolfo López Mateos, el movimiento ferrocarrilero y su represión entre 1958 y 1959, lo que aterriza en la realización del mural has cárceles y el impulso revolucionario, importante por haber sido la primera pintura mural en Aguascalientes, pero poco relevante para el libro como conjunto en virtud de que ni la obra hace alusión a la Convención ni su realización fue en el marco de una conmemoración de esta, sino del 50 aniversario del inicio del movimiento revolucionario. Leído en su particularidad, el capítulo es una contribución significativa a la historia del arte en Aguascalientes, siguiendo una muestra que por lo demás exhibe como anacrónica y, en sintonía con todo su análisis, como un acto de "megalomanía y demagogia revolucionaria".
En el séptimo capítulo Luciano se ocupa del mural Aguascalientes en la historia, de su factura en el palacio de gobierno de la ciudad en 1961, de la forma en que en él se trató el tema de la Convención y de una serie de testimonios que paralelamente se construyeron. Pero fue la celebración del cincuentenario, en 1964, la que se redondeó con una reinvención, desde lo local, de la etapa convencionista de la revolución: el 16 de octubre, el presidente López Mateos acompañó al gobernador Enrique Olivares Santana en un recorrido por el teatro Morelos (el viejo escenario de las reuniones), reconstruido casi en su totalidad para la ocasión. Se trató de un gran momento para la historia: la reinauguración del teatro y la formación en su interior de un museo de sitio, donde además se pintó un nuevo mural. Con todo ello, Aguascalientes se quería hacer un lugar en la historia de la revolución.
En el octavo y último capítulo el autor busca cerrar un círculo simbólico que habría sido iniciado con la revolución y terminaría hacia 1994, cuando las versiones de esta y la posición política de sus herederos entraron en franca crisis. Veinticinco años después de haber sido definitivamente rescatada desde lo local, Ramírez muestra cómo la Convención fue tomada desde lo nacional, usada en momentos difíciles para la administración priista del presidente Carlos Salinas (en 1989 con el pretexto del 75 aniversario y en 1993 al reunir en Aguascalientes a la Asamblea Nacional del PRI), y aprovechada, a través de distintas actividades, discursos, conferencias y eventos, para tratar de atar una imagen de unidad de la Convención y renovar el discurso apegado al nacionalismo revolucionario.
Una reflexión final del autor, desde su justo lugar de producción, se pregunta por el tono de las conmemoraciones siguientes, la de 2010, del centenario de la revolución, y la de 2014, de los primeros 100 años de la Convención de Aguascalientes. "No quisiera seguir escuchando y leyendo más discursos retóricos de los políticos ni ver el uso sesgado de las imágenes alusivas a esos mismos acontecimientos", concluye optimista (p. 380).
Ahora bien, conviene referir brevemente un asunto en torno al papel de la prensa de la época, el testimonio que está presente a todo lo largo del libro y que es fuente vertebral en su primera parte. Tal vez influenciado por algunas interpretaciones de entonces, Luciano considera que la lucha en el campo periodístico desempeñó un papel importante en el rumbo que tomaron los acontecimientos. Gerardo Murillo, quien estuvo al frente de un diario constitucionalista (en el que también participaron Luis Castillo Ledón, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco) desde el cual estaba convencido del poder de los medios, sostenía que
la mitad de la obra revolucionaria debe ser la propaganda, desgraciadamente harto descuidada, porque se da absoluta preeminencia a la cuestión militar, que decide triunfos materiales, pero no obtiene los del convencimiento.
Y agregaba en la declaración de principios de La Vanguardia: "Nuestra prensa debe [...] caer en el campo enemigo con la misma fuerza y con la misma violencia con que estallan las granadas de nuestros cañones" (p. 206).
Como siguiendo a Murillo, Ramírez Hurtado parece transitar, por momentos, de su interés por mostrarnos la forma en que se manipulaba la información y se construían mensajes visuales para apoyar a personajes o a facciones, a evaluar el impacto que tuvieron esas mismas letras e imágenes sobre el destino de la Convención. Lo primero es sumamente revelador, lo otro es sugerente pero sale de su órbita de intereses y es difícil demostrar. Aunque a la postre Carranza obtuvo el triunfo militar y en el terreno de la palabra escrita, no habría que empatarlos automáticamente, ni exagerar una influencia en la opinión, en la formación de criterio, seguramente limitada a estrechos círculos.
En última instancia, el libro proporciona una importante referencia para los estudios de la Convención, del poder, el uso ideológico de la historia, la memoria y el olvido, de la prensa de la segunda década del siglo XX (fundamental pero menos estudiada que la de otros momentos), y sobre todo, recuerda que la historia hoy no se escribe sólo desde los documentos escritos, que la historia con imágenes es una riquísima veta para la reconstrucción del pasado.
Instituto Mora
1 Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2003.