Una historia de vencedores y vencidos –de territorios conquistados y regiones perdidas– la Guerra del Pacífico se ha convertido en uno de los acontecimientos más seductores para la pluma del historiador. Esta última visión, la de un país triunfante y la de otros dos derrotados, recorrió largamente los libros de historiadores chilenos durante el siglo xix y parte del xx. Desde Vicuña Mackenna o Barros Arana hasta Gonzalo Bulnes, el conflicto bélico mencionado sirvió de escenario para el desarrollo de una narrativa nacionalista que estimuló a toda una población y que ha dejado su huella hasta los días presentes. El libro publicado por la historiadora peruana Carmen McEvoy, Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, viene a renovar las perspectivas que se han construido sobre el acontecimiento en particular a partir de la utilización de un amplísimo repertorio de fuentes documentales, con las cuales McEvoy reconstruye los avatares de la guerra iniciada hacia 1879 y que terminaría por reordenar el mapa geopolítico de los países sudamericanos.
Guerreros civilizadores, obra académica producto de una larga investigación y reflexión sobre las construcciones culturales en torno a la guerra, posee un mérito importante de rescatar: se sitúa al margen de las interpretaciones tradicionales que se han escrito sobre la Guerra del Pacífico en Chile. En relación con esto último, la historiografía chilena –también la peruana y la boliviana– han remarcado el carácter eminentemente político y técnico de la Guerra del Pacífico al centrarse en aspectos tales como las relaciones diplomáticas, composición de los ejércitos y la descripción de batallas marinas y terrestres. A diferencia de lo anterior, McEvoy sitúa el problema de la guerra abordándolo desde la perspectiva de las construcciones sociales y culturales, además de sus conexiones intrínsecas con la fabricación de las identidades nacionales.
El título de la obra permite al lector ordenar mentalmente el trabajo realizado por su autora. Si bien en cada uno de sus capítulos los aspectos sociales, culturales y políticos se encuentran interrelacionados, es posible distinguir algunas ideas bastante sugerentes en relación con cada campo analítico desarrollado por McEvoy. Cabe señalar que el concepto que integra o sirve de hilo conductor para la lectura de los aspectos descritos en el libro es el de “civilización”, ya que como señala la historiadora, “la Guerra del Pacífico se peleó en clave civilizadora” (p. 24), y por ser dicho concepto polisémico en sus significaciones, permitiría afrontar el problema de las “variaciones que surgen en torno al gran tema de Chile decimonónico” (p. 24).
Así, a modo de ejemplo, en el primer capítulo, titulado “Chile viejo y Chile nuevo”, la autora se pregunta si Chile estaba en condiciones de afrontar un conflicto internacional como el que viviría en 1879. Según McEvoy, el país desarrolló una serie de herramientas prácticas que permitieron materializar una serie de objetivos planteados como nacionales. Dentro de esta “pragmática guerrera” la autora menciona la capacidad de desdoblamiento del presidente, quien habría delegado funciones administrativas en el territorio de batalla y el soporte de un núcleo administrativo y de operadores capacitados para enfrentar política y pragmáticamente el conflicto bélico desatado (p. 32). De acuerdo con lo anterior, la autora revisa la acción fundamental de personajes de la política nacional como Antonio Varas, Rafael Sotomayor o Alberto Blest Gana para demostrar la capacidad de “descentralización” que fue adquiriendo el Estado chileno “mediante el traslado de las vanguardias estatales a los márgenes” (p. 36). Esto último adquiere importancia al percatarse, como lo hace la autora, que en vísperas de la Guerra del Pacífico la sociedad chilena “sufría los excesos de una fragmentación política, económica y social” (p. 49). En última instancia, la “pragmática guerrera” no sólo se presentó como una necesidad que el Estado chileno debía resolver para hacer frente a sus adversarios, sino también para consolidar ciertos grados modernos de administración burocrática: ejercicio monopólico de la violencia, descentralización administrativa, modernización del ejército.
Otro de los aspectos interesantes revisados por Carmen McEvoy se refiere a la expansión, dentro del espacio
público, de la “guerra cívica” –así
llamada por la autora–. En este punto, la prensa periódica
habría tenido un papel fundamental al haber “acercado la
noción de guerra cívica a millares de hogares chilenos” (p.
90). Cabe señalar que la Guerra del Pacífico fue un
conflagración que se desarrolló fuera de las fronteras de Chile,
por esta razón, la prensa –tanto santiaguina como de
regiones– fue un importante canal de comunicación, no sólo
para informar sobre los diversos acontecimientos sino también para la justificación
pública de la misma guerra. Mc-
Evoy utiliza, de manera acertada, gran cantidad de
fuentes periodísticas para reconstruir los distintos discursos
legitimadores e ideológicos con los que se rodeó al conflicto
bélico. Uno de estos tópicos, describe la investigadora, fue la
“democracia de los pueblos”, que habría encontrado su
fundamento ideológico en “el discurso de la guerra cívica
en manos del ciudadano armado” (p. 93). Al respecto, es posible vincular
dicha discursiva, siguiendo el análisis de McEvoy,
a una narrativa mayor como es la tradición del republicanismo y, dentro
de ella, a la definición de la ciudadanía como un deber que se
tiene para con la patria; deber que “obligaba” a la defensa armada
del país. Esta fundamentación republicana habría hecho
resurgir una “cultura de la movilización”, en otras
palabras, habría instalado en el imaginario de la población
chilena un sentimiento patriótico que sintetizaría en la
organización de diversas expresiones culturales y asociaciones civiles.
El rescate de la tradición republicana y su contribución a la construcción de simbolismo y significado a la contienda militar resulta fundamental en la argumentación de Guerreros civilizadores. El desarrollo del espacio público, aspecto esperable teniendo presente la magnitud de la Guerra del Pacífico, logró articular una retórica nacionalista legitimadora con base en ciertos conceptos presentes durante el periodo y que terminaría por fundamentar el uso de la violencia. Habría que acotar que dichos conceptos se constituyeron como parte de un repertorio conceptual propio del “pensamiento operante” de la época. Así, junto a “civilización” y “barbarie”, nociones como “guerra justa” se transformaron en ideas núcleo dentro de la defensa discursiva chilena. En cuanto a la noción de “guerra justa”, McEvoy realiza una importante aportación en relación con el componente religioso del nacionalismo chileno durante la guerra contra Perú y Bolivia. Apoyándose en bibliografía que trata el problema de la religión en la ideología nacionalista –Hastings, Marx, Tuveson–, la autora reconstruye la discursiva religiosa chilena, esta última transitada desde la noción de “guerra justa” hacia una “guerra santa”. Asimismo, en una interpretación bastante pertinente, la autora sitúa dicha discursiva en la labor que impulsaría la Iglesia católica como parte de un “plan” de defensa de una “preeminencia cultural seriamente amenazada por otros actores políticos” (p. 161). La investigación desarrollada por McEvoy, específicamente sobre el dispositivo espiritual y religioso del nacionalismo chileno, viene a cubrir un vacío historiográfico sobre la participación y la función de los sectores eclesiásticos en la defensa discursiva de la patria.
La recuperación de la memoria histórica de los que lucharon durante la Guerra del Pacífico viene a ampliar el debate en torno a las construcciones de las identidades nacionales. Al respecto, en el capítulo cuatro, titulado “La guerra en tiempo heterogéneo”, Carmen McEvoy reconstruye –a partir de información proveniente de diarios, memorias, cartas– las diversas vivencias de los actores involucrados en el conflicto. Siguiendo a Partha Chatterjee, la historiadora peruana problematiza en torno a la idea de “experiencia” como parte de una vivencia con ritmos diferentes presentes en cada uno de los protagonistas. Conceptos como “identidad nacional” o la misma “nación” han sido comprendidos, como lo hizo Benedict Anderson, a partir de una “escenificación” homogénea del tiempo histórico, en otras palabras, aparentemente se habrían constituido bajo una concepción lineal de la vida moderna. Al contrario, si bien la “guerra vivida en tiempo heterogéneo tiene que ver con un tiempo lineal”, esta se ve tremendamente trastocada “en la medida que el soldado confronta una naturaleza agreste y un futuro incierto” (p. 234). En tal sentido, McEvoy reconstruyó el bricolage –concepto de Roger Bastide– como parte del flujo de la memoria de los combatientes, memoria en constante “movimiento” debido a las “relaciones cambiantes que ocurren entre los miembros del grupo que recuerda” (p. 234). Dentro de este bricolage, la autora analiza ciertos tropos narrativos presentes en la memoria de la guerra: “la guerra como viaje al territorio de alteridad”; “la guerra como ritual de pasaje en el que conviven el horror y la muerte con la creatividad”; “la fantasía y la discusión política”; “la guerra como desgarramiento personal, como culpa y como celebración de la superioridad cultural y racial chilena”. Lo interesante de tales tropos es que muestran cómo, a partir de las experiencias individuales, ingresaron y se internalizaron en la imaginación de los actores los procesos políticos, culturales y sociales desarrollados en el país durante la coyuntura bélica.
Un último punto que quisiéramos desarrollar en relación con Guerreros civilizadores es la concepción de la Guerra del Pacífico como un “laboratorio” en donde las elites políticas chilenas pusieron a prueba la “tolerancia” ideológica. Precisamente, la autora nos habla de un momento de “desideologización”, en cuanto a que el liberalismo chileno habría integrado en su seno a personajes que antiguamente se posicionaron como adversarios ideológicos del gobierno liberal –como en el caso de los monttvaristas–. El liberalismo chileno, entonces, logró altos grados de acuerdos políticos con fines totalmente pragmáticos a la hora de enfrentar una guerra internacional como la Guerra del Pacífico. La ausencia de radicalismo en el liberalismo chileno, finalmente, fue un elemento trascendental para la organización administrativa del Estado, no sólo en cuanto a la reunión de personajes con diferencias ideológicas, sino también a partir de la fundación de una burocracia estatal acorde a los intereses del país en los territorios fronterizos recién conquistados –aspecto analizado por la autora en el capítulo quinto.
La obra de Carmen McEvoy, con más de un millar de citas, representa un enorme esfuerzo por reconstruir los diferentes planos culturales, sociales y políticos de la Guerra del Pacífico. A través de una gran cantidad de fuentes primarias y poco atendidos por historiadores chilenos, la autora analiza el conflicto desde una mirada renovadora, poniendo atención en el nivel interno del conflicto bélico, en otras palabras, resaltando vivencias y experiencias que la tradicional historiografía de la guerra había desatendido. En otro sentido, hubiera sido interesante insertar y conectar los distintos discursos civilizadores y nacionalistas chilenos con los desarrollos del pensamiento latinoamericano de la época; conceptos como “raza” o la misma “civilización” fueron resignificados en América Latina mediante las construcciones discursivas y su apropiación de la realidad continental a partir de numerosas obras de letrados de la región. Con todo, Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, aparece como una obra historiográfica de gran valor e imprescindible para comprender los avatares de la guerra en estrecha relación con los procesos de formación del Estado y la nación en Chile y América Latina durante el siglo xix.
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Becario Conacyt 2012-2014