Escatología y demonio en el
discurso religioso de la Guadalajara decimonónica
Eschatology and the Devil
in the Religious Discourse of 19th-Century Guadalajara
Roberto Aceves Ávila1
1El Colegio de Jalisco, México, orcid: 0000-0002-5002-1817 racevesa@hotmail.com
Resumen: Este artículo analiza el caso de las devociones
religiosas y el discurso acerca de los últimos tiempos y la presencia del
demonio entre los fieles católicos en Guadalajara, capital del estado de
Jalisco, México. Mediante el análisis de fuentes primarias de archivo y
secundarias impresas de la época se muestra cómo en el contexto de la
secularización promovida por el Estado muchas de las devociones religiosas no
sólo mantuvieron vigente su continuidad, sino que incluso en varios casos
aumentaron su popularidad y sus expresiones durante el siglo xix. Se propone que la continuidad y el fortalecimiento
de las creencias en dicho periodo pueden ser explicados, entre otras razones,
por la presencia creciente de un discurso escatológico promovido por la Iglesia
católica que fomentó la devoción en los creyentes y su acercamiento a la
religión, alentando la participación de los laicos dentro de las actividades de
la Iglesia.
Palabras clave: escatología;
demonio; Guadalajara; catolicismo; siglo xix.
Abstract: This article analyzes the case of religious devotions and discourse about recent times and the presence of the devil among the
Catholic faithful in
Guadalajara, the capital of the
State of Jalisco, Mexico. The analysis of printed primary archival and secondary sources of the time shows how, in the context
of secularization promoted by the state,
many religious devotions not only
maintained their continuity, but in some cases actually increased their popularity and expressions during the 19th century. The continuity
and strengthening of beliefs
throughout the 19th century can be explained, among other reasons,
by the growing
presence of an eschatological discourse promoted by the
Catholic Church that fostered believers’
devotion and their approach to religion, encouraging the participation of lay persons in the Church’s activities.
Key words: eschatology;
the Devil; Guadalajara; catholicism; 19th century.
Fecha de recepción: 2 de marzo de 2016
Fecha de aceptación: 29 de junio de 2016
Uno de los aspectos más
fascinantes que plantea el estudio de las creencias y devociones religiosas,
tanto en México como en el resto del mundo, en el periodo que va desde fines
del siglo xviii hasta principios del xx, es el tratar de entender la manera en que estas se
transformaron y se mantuvieron vivas, en constante tensión entre la continuidad
y el cambio, dentro de un entorno caracterizado por el anticlericalismo, la
secularidad y la laicidad, en especial a partir de la segunda mitad del siglo xix.1 Por
lo general, al analizar la evolución de las creencias religiosas durante dicho
periodo, la historiografía tradicional se centra en el discurso del cambio y la
transformación, es decir, la manera en que dichas devociones y creencias
tuvieron que adaptarse, transformarse o incluso desaparecer dentro del nuevo
entorno político, económico y social que se generó al amparo de las discusiones
sobre la modernidad.2 Sin embargo, dicha visión no
presta suficiente atención al hecho de que muchas de las devociones religiosas,
incluyendo aquellas consideradas como retrógradas o supersticiosas, no sólo
mantuvieron vigente su continuidad, sino que incluso en muchos casos aumentaron
su popularidad y sus expresiones. Tampoco trata de explicar las causas por las
que se observó dicho fenómeno.
William B.
Taylor (2010) ha señalado el hecho de que en el siglo xix
en México, tanto la Iglesia como la espiritualidad católica no desaparecen,
sino que en muchos casos su papel parece fortalecerse, tanto en el ámbito
político y social como en la devoción de los creyentes. Taylor ha señalado cómo,
aun en épocas en las que predominan las ideas de secularización y laicidad, el
fervor de los creyentes parece crecer, manifestándose en un mayor número de
santuarios y devociones. A pesar de la creciente secularización de la sociedad,
la fe pareció no disminuir, e incluso creció en intensidad emocional (Taylor,
2010, pp. 165-168). ¿Cómo explicar esta permanencia, continuidad e incluso
fortalecimiento de las creencias y devociones a lo largo de un periodo
tradicionalmente visto como secularizador?
Una de las
explicaciones más utilizadas para ilustrar el fenómeno de la permanencia y
continuidad de las creencias a lo largo del tiempo es el argumento del miedo.
En momentos de necesidad los fieles suelen recurrir a diversas prácticas y
devociones religiosas con el fin de ayudarse a sobrellevar las crisis. Esta
solicitud de intervención divina en la vida de los fieles se orienta, por una
parte, a evitar los peligros que atentan contra la salvación personal. Jean Delumeau (1997, pp. 24-26) ha señalado cómo nuestros
antepasados recurrieron con frecuencia al uso de reliquias para luchar contra
los peligros que amenazaban la vida de los individuos y las bestias, así como
para apartar las amenazas de las potencias maléficas, y que a partir del siglo xvi tanto la Iglesia católica como la protestante se
esforzaron por orientar cada vez más los rezos y las súplicas de los fieles
hacia la preocupación por la salvación eterna, adicionalmente haciendo uso de
las indulgencias como respuesta al temor suscitado en los católicos por el
purgatorio.
Por otra parte,
la intervención divina también fue, y aún es vista, como necesaria para
asegurar el bienestar material y la seguridad personal de los creyentes. Anne Staples (2009) nos recuerda además que en México el
miedo generado entre la población a consecuencia de los procesos de
secularización de la sociedad entre 1821 y 1859 fue uno de los motores
importantes del imaginario de la población a lo largo del siglo xix.
La devoción como forma de
enfrentar los miedos: el caso de Guadalajara, México
Al analizar el
caso de Guadalajara, capital del estado de Jalisco en México, Jaime Olveda (1997) señala que cada
época tiene sus propios miedos y angustias dentro de su imaginario colectivo, y
las devociones religiosas fueron una manera común de enfrentarlos: “En la época
colonial, la sociedad recurrió a muchos ritos apaciguadores, al empleo de
reliquias y al culto de muchos santos para combatir el miedo, o para protegerse
de los accidentes de las enfermedades y de otros peligros individuales y colectivos”
(p. 14). Guadalajara adoptó varios patronos a lo largo del tiempo que la
protegieran frente a diversas calamidades, como la elección de san Miguel
Arcángel como defensor de la ciudad en septiembre de 1541, de san Clemente como
patrono contra los rayos en agosto de 1591, de san Martín como patrono contra
las hormigas en octubre de 1713, de la Virgen de Zapopan como patrona y abogada
contra los rayos, epidemias y enfermedades en noviembre de 1734, de Nuestra
Señora de la Soledad como patrona contra los terremotos en agosto de 1771, y
nuevamente de la Virgen de Zapopan como patrona y generala de armas de la Nueva
Galicia en agosto de 1821 (Martínez, 1992, p. 186).
Más adelante, a
lo largo del siglo xix la Iglesia y los fieles de
Guadalajara continuaron recurriendo a la religión para enfrentar una serie de
males episódicos que se percibían como ocasionales y pasajeros, y que podían
ser resueltos mediantes rogativas casuísticas a Dios o a sus santos. Por
ejemplo, en 1847 el obispo Diego Aranda y Carpinteiro
dirige una carta al prior del convento de San Agustín, en la que señala que la
invasión estadunidense a México es castigo de Dios, y por ello pide celebrar a
todos los párrocos un triduo a María Santísima de Guadalupe para remedio de
este mal, cosa que también se debería hacer en todos los conventos.3
Por su parte el mismo obispo en el mismo año recibe peticiones de varias
religiosas solicitando realizar diversas acciones, como festejos solemnes a
santa María de Guadalupe “para implorar su intercesión por las necesidades de
la patria”4 o bien solicitando al convento
de Jesús María que “la imagen del Divino Preso sea llevada a Catedral y luego
en procesión pública con plática para aplacar la ira de Nuestro Señor”.5
Para la epidemia de cólera morbo de 1850 en San Juan de los Lagos y Tepatitlán
los fieles dirigen varias cartas al obispo Diego Aranda y Carpinteiro
solicitando que salga en procesión la imagen de la Virgen, pues señalan que
“Creemos como tabla única de salvación es nuestra Divina Señora […]. La Divina
Señora expuesta en las calles purificará el ambiente”6 y
que “el pueblo está conmovido. Ansía que llegue el momento para que salga
Nuestra Señora. Su Santuario está todo el día lleno de gente, pidiéndole que
nos socorra en el trance, que de un momento a otro todos esperamos, que es la
muerte […] que interceda ante su Hijo para que calme semejante epidemia.”7
Unos días después el obispo autoriza la procesión, y en respuesta se señala que
“Ayer por la tarde salió la Sma. Virgen en procesión
pública y desde aquello ha sido notable la calma y disminución de enfermos”.8
En la última
mitad del siglo xix el arzobispo Pedro Loza
también emitió diversas circulares y cartas como la del 22 de julio de 1875, en
la que se solicitaba a los fieles “rezar la oración Pro
témpore terremotus, para pedir que cese esa
calamidad que azota a Guadalajara desde hace 5 meses”;9 la
del 23 de julio de 1875 en la que se anunciaba la “celebración del triduo a
Nuestra Señora de la Soledad como patrona contra los terremotos”; la misa
cantada, o al menos la oración Pro témpore terremotus en el Sagrario, el Santuario, la iglesia
de Jesús, Analco y Mexicalcingo;10
y la del 29 de agosto de 1877 en la que se anunciaba un triduo en catedral para
que Dios “aparte la calamidad de la sequía y la pérdida de cultivos”.11
La configuración del discurso
escatológico de la Iglesia católica en el siglo XIX
El recurrir al
auxilio de la religión católica y de sus santos fue un recurso habitual de los
tapatíos para enfrentar sus miedos y solucionar las crisis periódicas que
asolaban a la región y al país. Pero esta no fue la única manera en que la
religión intervino en el imaginario de los habitantes. Desde fines del siglo xviii la Iglesia católica configuró un discurso de orden
escatológico en el que el diablo tuvo una participación importante, y que ayudó
a introducir en la mentalidad de los fieles la idea de que la condición de
crisis que enfrentaban tanto la sociedad como la Iglesia católica no era una
situación local, episódica y temporal, sino que era universal y permanente,
producto de las crecientes condiciones de secularización y laicización que
enfrentaba la sociedad y de una mayor presencia real del demonio en la
historia. Consideramos que la continuidad e incluso el fortalecimiento en
muchos casos de las creencias a lo largo del siglo xix
puede ser explicado, entre otras razones, por la
presencia creciente de este discurso religioso escatológico que fomentó la
devoción en los creyentes y su acercamiento a la religión. Dicho discurso no
sólo alentó y fomentó la participación de los laicos dentro de las actividades
de la Iglesia, sino que también ayudó a configurar en ellos una “espiritualidad
política”, es decir, una forma de vivir la práctica de su religión dentro de la
sociedad y que tuvo consecuencias tanto políticas como sociales.
Esta visión
escatológica de la sociedad, promovida por la Iglesia católica, principalmente
a partir de la segunda mitad del siglo xix, es una
de las razones que nos permiten comprender por qué los fieles de Guadalajara no
sólo conservaron muchas de las prácticas y devociones heredadas desde el
periodo colonial aun en tiempos de anticlericalismo, secularización y laicidad,
a pesar de los esfuerzos normativos de la Iglesia, el Estado y diversos
sectores de la intelectualidad tapatía por configurar un creyente y una
práctica religiosa más ilustrada. Los fieles no sólo conservaron sus viejas
devociones, sino que además adoptaron otras nuevas de carácter más universal,
como el culto a san José, y aumentaron su participación en la Vela perpetua y
la Hora Santa, organizaciones dedicadas a la adoración del Sacramento.
Proponemos que el temor y la incertidumbre generados por esta visión
escatológica generaron en los fieles la necesidad de recurrir a y conservar sus
prácticas religiosas tradicionales, como forma de enfrentar la incertidumbre y
el temor ante lo que percibían como la inminente destrucción del orden social.
Si la Iglesia mostró que el cambio social basado exclusivamente en el
materialismo, el progreso y la razón llevaba a la ruina, los fieles decidieron
aferrarse a la forma tradicional de practicar su religión, como una forma de
enfrentar estas adversidades. Los fieles no trataron de sustituir sus viejas
prácticas y devociones con nuevas ideas sobre ciencia y progreso, sino que en
muchos casos todas estas ideas se complementaron en su visión del mundo, pues
les resultaban útiles para enfrentar el miedo y la incertidumbre. Mantener sus
prácticas tradicionales de culto y devoción fue lo que les permitió enfrentar
sus temores y oponerse, de algún modo, al avance de las tendencias
secularizadoras en la sociedad.
Mircea Eliade (1978) resume a grandes rasgos las características
generales de los discursos milenaristas y escatológicos dentro del cristianismo
señalando que bajo esta concepción
este mundo de aquí –el Mundo de la Historia–
es injusto, abominable, demoníaco; felizmente ya está descomponiéndose, las
catástrofes han comenzado, este viejo mundo se resquebraja por todos lados; en
muy breve plazo será destruido, las fuerzas de las tinieblas serán vencidas
definitivamente y “los buenos” triunfarán, el Paraíso será recobrado. Todos los
movimientos milenaristas y escatológicos dan prueba de optimismo. Reaccionan
frente al terror de la historia con una fuerza que sólo puede suscitar la
extrema desesperación (p. 74).
Gabriel Cid
(2014) ha señalado la importancia del discurso escatológico en la literatura
religiosa producida en Iberoamérica a lo largo del siglo xix:
La celeridad de los cambios políticos,
sociales y culturales que produjo en el mundo hispánico la era de las
revoluciones descolocó a muchos observadores católicos, quienes encontraron una
fuente de explicación de estos fenómenos en un lente apocalíptico que permitía reconstruir
la lógica y dinámica de estos procesos, puesto que, como sabemos, la
escatología se caracteriza particularmente por su riqueza en la generación de
significado. […] Desde esta óptica de análisis, la lectura escatológica de los
procesos de secularización y laicización poseía un valor fundamental para el
mundo católico. Si, en efecto, el presente era sombrío y el futuro inmediato
parecía tener al Anticristo como líder global de su imperio pagano, inmoral e
irreligioso, la perspectiva escatológica cristiana permitía dotar a este
presente adverso de un futuro glorioso, puesto que todos los textos coincidían
que, a pesar que el signo de los tiempos era anticristiano, el final de la
historia providencial era la parusía y la victoria final de la religión
verdadera, que obviamente para ellos, era sólo la católica (pp. 200-2019).
Dentro de esta
visión escatológica dos son los grandes protagonistas del discurso. En primer
lugar, la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción. La
presencia de la Virgen María como participante activa en la historia de la
defensa de la Iglesia se refuerza en 1854, cuando el papa Pío IX declaró a la
Inmaculada Concepción como un dogma de fe. Unos cuantos años después, ocurren
las apariciones y el llamado “Mensaje de Lourdes”, o sea los gestos y las
palabras que intercambiaron la Virgen y la vidente Bernardita Soubirous en la gruta de Massabielle,
Francia, durante las 18 apariciones que ocurrieron del 11 de febrero al 16 de
julio de 1858. Durante dichas apariciones la Virgen se identificó diciendo:
“Soy Era Immaculada Councepciou”
(Soy la Inmaculada Concepción), quien el 24 de febrero le había comunicado a
Bernardita el mensaje: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios
por los pecadores! ¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”12
Esta irrupción
de la visión de la Virgen como actriz central dentro del desarrollo de la
historia moderna pone de relieve el ambiente escatológico en que se mueve la
Iglesia católica en dicha época. Las apariciones de la Virgen son una señal de
que Dios no ha dejado sola a su Iglesia para enfrentar los ataques de que es
objeto. Después de las revoluciones de 1789 y de 1848, Europa entró en un
periodo de convulsión política que puso en entredicho el orden político y
social establecido en Francia, Prusia, Países Bajos, Rusia y los reinos de la
península itálica. Las monarquías tradicionales y el papado fueron
cuestionados, y las elites gobernantes junto con la Iglesia comenzaron a
sentirse bajo ataque permanente, no sólo de fuerzas materiales y sociales, sino
también de fuerzas sobrenaturales que trataban de destruir al catolicismo y
socavar el orden social establecido. Este es un elemento muy importante que se
debe entender al analizar las devociones religiosas de la época, pues el miedo
y la visión milenarista que de él emanan nos explican por una parte las razones
por las que la Iglesia patrocinó ciertos cultos y devociones, y por otra la
forma en que los fieles las entendieron y adoptaron.
En el caso de
Guadalajara, la promoción de los cultos marianos, especialmente los
relacionados con la Inmaculada Concepción, también se fortalecerá a partir de
la segunda mitad del siglo xix. El obispo Pedro
Espinosa y Dávalos, a quien tocó celebrar en 1855 en Guadalajara la declaración
dogmática de la Inmaculada Concepción, promovió y defendió el culto a la Virgen
de Zapopan (cuya advocación original era precisamente el de la Inmaculada
Concepción), junto con sus manifestaciones públicas, quizá como una forma de
oponerse a las restricciones impuestas por las Leyes de Reforma, mientras que
el arzobispo Pedro Loza manifestó una abierta predilección por el culto a la
Virgen de Guadalupe, otra advocación de la Inmaculada, relacionada con la
visión nacionalista opuesta al protestantismo que defendía la Iglesia de la
época. Asimismo promovió también la devoción franciscana a la Virgen del
Refugio, así como la práctica del rezo del rosario y la devoción a la virgen
del mismo nombre.
Además de la
Virgen, el otro gran protagonista de la visión escatológica de los fieles del
siglo xix es el Diablo. Jacques Lafaye (2013) ha señalado con gran perspicacia la
importancia del demonio en las concepciones de la historia universal dentro de
la tradición cristiana. Menciona que “Los altibajos de la imagen del Diablo en
la historia del Occidente cristiano son un barómetro de la conciencia
colectiva, cuando menos desde la muerte de Jesucristo hasta el nacimiento de
Nietzsche, o mejor dicho de su ensayo Más allá del bien y
del mal, de 1886, esto es cerca de dos milenios” (p. 59). Jean Delumeau (2012) plantea que contrariamente a lo que muchos
creyeron, fue al principio de los tiempos modernos y no en la Edad Media cuando
“el infierno, sus habitantes y sus secuaces acapararon más la imaginación de
los hombres de Occidente” (p. 301). En efecto, en el caso de Occidente, en el
siglo xix el demonio reaparece con fuerza en
muchas explicaciones históricas,13
ante la percepción colectiva de que las instituciones políticas y religiosas se
encuentran bajo su ataque. Ya desde 1797 el pensador Joseph de Maistre, una de las figuras centrales del pensamiento de la
reacción en Occidente, había expuesto en su ensayo Considérations Sur la France
la influencia del Diablo en la revolución francesa. Maistre
(2003) hacía notar esta presencia diabólica en el surgimiento de planteamientos
antirreligiosos que dejan de reconocer a Dios como elemento central de todo
gobierno, idea que sirvió de modelo a análisis posteriores que se hicieron de
otras revoluciones:
Lo que distingue a la Revolución Francesa
y la hace un evento único en la historia es que es radicalmente mala. No hay un
elemento de bien que distraiga el ojo del observador; es el más alto grado de
corrupción jamás conocido; es la pura impureza. […] En particular, si consideramos
los actos de la Asamblea Nacional, es difícil encontrar algo que aprobar.
Cuando recuerdo su reunión, me siento transportado […] a un mundo imaginario;
veo al enemigo de la humanidad […] convocando a cada espíritu maligno a este
nuevo pandemónium; […] Hay una cualidad satánica en la Revolución Francesa que
la distingue de todo lo que hemos visto o de todo lo que posiblemente veremos
en el futuro. […] Todo esto va más allá del círculo ordinario del crimen y
parece pertenecer a otro mundo. […] La mera omisión (ya no digamos rechazo) del
gran Ser de toda empresa humana la marca con un irrevocable anatema (Maistre, 2003, pp. 38-41).
Estas ideas
fueron retomadas por varios escritores católicos, quienes vieron todas estos
eventos (laicización del Estado y sus instituciones, culto a la razón,
replanteamiento del papel de la Iglesia en la sociedad civil, entre otras) como
señales inequívocas del fin de los tiempos.
Este discurso
escatológico del que venimos hablando tiene dos vertientes: una personal, en la
que se busca combatir al demonio como generador de tentaciones y causante de la
condenación individual de los fieles. Esta vertiente es la que se ve reflejada
en diversos discursos y sermones de la época que tratan esencialmente de la
reforma de las costumbres y la moral para lograr la salvación de los creyentes
y combatir a los tradicionales enemigos del alma que señala el catecismo:
mundo, demonio y carne. Pero existe además otra vertiente, la social, en la que
el demonio es el causante de la decadencia de la sociedad a través de su
influencia mediante organizaciones como la masonería y otras sectas, que
promueven la irreligiosidad, la impiedad, la demagogia y con ello la pérdida
del respeto a la autoridad establecida. Esta visión tiene importantes
implicaciones políticas, pues invita al creyente a adoptar, mediante el
ejercicio de su creencia, una posición de combate y resistencia frente a
aquellas posturas ideológicas que minan la viabilidad del orden social. En
México, el realizar acciones concretas, como el pertenecer a obras pías
vinculadas a devociones universales, como la Vela Perpetua para mujeres
(dedicada al culto del Sacramento), o ayudar a los frailes exclaustrados a raíz
de la reforma, debió ser visto por muchos católicos como una forma de oposición
a una postura política anticlerical que se consideraba errónea. Esta vertiente
del discurso escatológico fue promovida por diversas autoridades eclesiásticas
y fue compartida por diversos sectores conservadores, tanto laicos como
religiosos. En este sentido es interesante consultar el folleto Crímenes de la demagogia. El Colegio Apostólico en Zacatecas,
impreso en Guadalajara en 1859 y reimpreso varias veces en México los
siguientes años. Apareció bajo el seudónimo de “Un Católico”, que corresponde
al coronel y posteriormente general conservador Remigio Tovar. En dicho folleto
se contiene una descripción somera de la forma en que los habitantes de
Zacatecas veían a su convento de Guadalupe y a sus moradores antes de la
expropiación del mismo como consecuencia en 1859 de la emisión de la Ley de
Nacionalización de los Bienes del Clero Secular y Regular por el gobierno
liberal. Dicho folleto nos muestra un ejemplo concreto de cómo el lenguaje
escatológico permea en la visión de un conservador, que ve en el ataque a los
institutos monásticos y en la desaparición de esta comunidad un indicio del fin
de la sociedad civilizada, gracias a la demagogia liberal. El autor del folleto
(Tovar, 1859) señala:
He aquí la demagojia
[sic] de nuestros días. Allá en otra época, a pretesto [sic] de una idea
grande, se inoculó un germen de disolución en nuestra sociedad; […] En cuanto a
los hombres; en cuanto a los héroes propagandistas de ese sistema de ideas
infernales, poco nos cuidamos de ellos, son demasiado pequeños, para que se les
haga el honor de juzgarles capaces de una gran cosa, ni aun en el mal. Ogazón y Rocha, Rojas y Juárez, Iniestra
y Pueblita, son espumas impuras que se han levantado a la superficie del
Océano, conmovido por los furores del oraje: […] pero no son ellos la
enfermedad misma, sino síntomas de una infición
general en todo el sistema; infición anterior, y que
se ha esplicado [sic] por
tales o cuales asquerosos fenómenos. Estos son los hombres de la demagojia [sic] actual” (pp.
64-65).
Este es tan sólo
un ejemplo de cómo en México la visión escatológica de la sociedad se vio
alentada no sólo desde la perspectiva institucional de la Iglesia, sino también
desde la óptica individual de los fieles. Un elemento importante dentro del
imaginario social religioso del siglo xix en
México y en Jalisco fueron también las llamadas profecías de la llamada Madre Matiana, que como señala Wright-Rios
(2014, p. 9) fue una sirvienta iletrada del convento de San Jerónimo de la
ciudad de México que vivó entre mediados del siglo xviii
y la primera mitad del xix, y cuyo nombre era Matiana del Espíritu Santo. Nunca profesó como monja. Sin
embargo, durante el gobierno del arzobispo Alonso Núñez de Peralta (1772-1800)
comenzó a experimentar momentos de rapto espiritual en los que la Virgen María
le permitió a Matiana tener visiones sobre una
conspiración satánica destinada a destruir la cristiandad católica.14
Edward Wright-Rios (2014, p. 228) ha señalado la
importancia de este tipo de escritos para el estudio de la religiosidad
femenina en México, y señala que el legado de Matiana
fue una influencia importante en el imaginario religioso de la población en
México. De hecho, en Jalisco esta influencia se extendió hasta el siglo xx, cuando Agustín Yáñez hizo de Matiana
un personaje de una de sus novelas jaliscienses, Las
tierras flacas, de 1962. Las visiones de Matiana
publicadas en el Calendario nigromántico para el año 1858 (1857) incluyen un componente fuertemente escatológico en el
que el demonio desempeña un papel central:
Vio también un conciliábulo en el
Infierno, y el tormento que padecían los demonios por la paz, la copia [sic] que reina en los cristianos en su tiempo,
principalmente en el de Lucifer. Entraron ellos en congreso, y entre todos
hicieron la constitución y el código, y que Lucifer mandó a los demonios estendieran [sic] estas
constituciones por todo el mundo, para pervertir a todos y que se vació el
infierno para guerrear con los cristianos, y que aun en los animales se metían:
embistiendo a los buenos y no a los malos (pp. 36-37).
Matiana predijo
entre otros eventos la secularización de los conventos, junto con otras
múltiples persecuciones para la Iglesia y desgracias para la sociedad. A partir
de la exclaustración ordenada por las Leyes de Reforma muchos religiosos de
Guadalajara, en especial los franciscanos expulsados de los conventos de
Propaganda Fide de Zapopan y de Guadalupe de Zacatecas, encontraron apoyo y
resguardo en las sociedades locales. Es probable que los fieles hayan visto en
la exclaustración una confirmación de las predicciones escatológicas del fin de
los tiempos, preconizadas por las visiones de la Madre Matiana
y el discurso milenarista de la Iglesia.
Los embates del
racionalismo contra la ideología religiosa, la laicización de los Estados, la
secularización de la sociedad, la proliferación de “sociedades secretas” como
la masonería e ideologías como el socialismo, el surgimiento de nuevas herejías
junto con el avance del protestantismo, y la pérdida del poder temporal e
influencia de la Iglesia seguramente fueron vistos como aspectos de un mismo
fenómeno: el ataque, por parte de las fuerzas del mal y específicamente del
demonio, en contra de la Iglesia y del orden social establecidos por Dios. Por
ello la Iglesia requirió confirmar su posición ideológica y su postura frente a
los ataques de que era objeto, y convocó en 1867 a la celebración del Concilio
Vaticano I, en el que se definieron la institución del primado en Pedro, la
perpetuidad del primado de Pedro en el romano pontífice, la naturaleza de dicho
primado, así como el dogma de la infalibilidad papal en materia de magisterio
doctrinal, mediante la bula Pastor Aeternus.
En el proemio de
la constitución dogmática Pastor Aeternus
del 18 de julio de 1870, cuyo texto puede consultarse en Collantes
(2009), se señala expresamente la acción del demonio en contra de la Iglesia, y
la necesidad de fortalecer la doctrina de la primacía del papado como forma de
combatir dicha influencia:
Y como la potencia del infierno se levanta
por todas partes con odio creciente contra el fundamento divino de la Iglesia,
para derribarla si pudieran, Nos juzgamos ser necesario para la defensa, incolumidad
y aumento de la grey católica, con la aprobación del santo concilio, proponer a
todos los fieles la doctrina que deben creer y mantener firmemente acerca de la
institución, perpetuidad y naturaleza del primado de la santa Sede Apostólica,
sobre el que descansa la fuerza y solidez de toda la Iglesia, […] y a la vez
proscribir y condenar los errores contrarios, tan perniciosos para el rebaño
del Señor (p. 471).
La misma visión
escatológica de la situación social vuelve a aparecer más adelante en la segunda
encíclica emitida por el papa León XIII, Quod Apostolici
Muneris del 28 de diciembre de 1878 (Colección, 1879, pp. 249-260). Dicha encíclica constituye
un ataque contra el socialismo, el comunismo, el nihilismo, la masonería y
otros errores, con un lenguaje que prefigura con claridad la lucha entre el
bien y el mal. En dicha encíclica no sólo se denuncian estas doctrinas, sino
que también se proponen remedios contra ellas. De hecho, la encíclica fue
traducida al español y publicada en Guadalajara en 1879 “por disposición de la
Superioridad Eclesiástica” y, como veremos más adelante, influyó en las
decisiones de impulsar varias devociones para combatir los males que propagaban
estas ideas.
Desde nuestro advenimiento al Pontificado
[…] no hemos cesado en las Letras Encíclicas que os hemos dirigido […] de
mostrar la peste mortal que se inocula en los miembros íntimos de la sociedad
humana, poniéndola en el más inminente de los peligros. […] aludimos a esta
secta de hombres, que bajo nombres diversos y casi bárbaros, se denominan
socialistas; comunistas o nihilistas, y que esparcidos en el mundo entero, y
estrechamente ligados entre sí por, un vínculo de iniquidad; ya no se recatan
al abrigo de las tinieblas de conciliábulos secretos, sino que se muestran llenos
de confianza a toda luz, y se esfuerzan en llevar a término el designio formado
desde hace largo tiempo de trastornar los fundamentos de toda sociedad civil (Colección, 1879, p. 249).
León XIII pone
de relieve el hecho de que estas doctrinas malignas ponen en riesgo al orden
político y social establecido, pues al no reconocer la autoridad pública como
fuente a Dios, se corre el riesgo de que los dirigentes se sientan libres de la
sanción divina y no se sometan a más leyes que las civiles. Con ello aparece un
nuevo riesgo derivado de una mayor libertad de pensamiento y acción: el que las
masas proletarias se rebelen y busquen trastocar el orden establecido de la
sociedad:
Difundidas ampliamente estas doctrinas por
donde quiera, e introducidas en todas partes esta exagerada licencia de
pensamiento y acción, no debe sorprender que los hombres de condición más
ínfima, cansados de la pobreza y del encierro en su estrecho taller, ardan en
deseos de invadir los palacios y la fortuna de los ricos, tampoco debe sorprender
que vaya desapareciendo la tranquilidad de la vida pública y privada, ni que el
género humano casi toque el borde del abismo. […] Y como se buscan, sobre todo,
sectarios del socialismo en la clase de los que ejercen oficios mecánicos, o
que viven, del salario por su trabajo, y que cansados de la condición de
obreros, son fáciles de seducir con la esperanza de la riqueza y las promesas
de la fortuna, parece oportuno sostener a las sociedades de artesanos y de
trabajadores, que fundadas bajo la tutela de la Religión, enseñan a todos los
asociados a contentarse con su suerte a sobrellevar el trabajo con paciencia, y
les persuaden a vivir en calma y tranquilidad (Colección,
1879, pp. 251 y 260).
En el último
párrafo citado se destaca una de las soluciones propuestas contra los males de
estas doctrinas perniciosas: la promoción de sociedades de artesanos y
trabajadores junto con las devociones a ellas asociadas, de carácter universal,
como serán las asociaciones josefinas, dedicadas al culto perpetuo de san José,
patrono universal de la Iglesia y de los obreros. La encíclica cierra invocando
la protección de la Inmaculada Virgen María, de san José su esposo, y de san
Pedro y san Pablo, todos ellos protectores de la Iglesia universal.
Unos años más
tarde, en la encíclica Humanum genus del 20 de abril de 1884
en contra de la masonería y otras sectas, que también fue reimpresa en
Guadalajara (Colección, 1886, pp. 301-335), vuelve
a aparecer con más claridad y fuerza la visión escatológica de la historia, en
la que el mundo está dividido en dos bandos contrapuestos que luchan entre sí,
en uno de los cuales participan los masones liderados por el demonio. Así, León
XIII comienza dicha encíclica diciendo:
El humano linaje, después que, por envidia
del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y
dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y
adversos: uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro
por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El uno es el reino de
Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo, a la cual
quien quisiere estar adherido de corazón y según conviene para la salvación,
necesita servir a Dios y a su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda
su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se
encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de
nuestros primeros padres, rehúsan obedecer a la ley divina y eterna, y obran
sin cesar o como si Dios no existiera o positivamente contra Dios. […] En
nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y
pelear con la mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que
llaman de los Masones […] (Colección,
1886, pp. 301-302).
Que el Diablo
está detrás de los masones e incluso presida sus reuniones es una idea que ya
estaba presente en el imaginario de la Iglesia de Guadalajara y que se expresa
de manera abierta en una nota publicada en dos partes el 8 y el 22 de diciembre
de 1880 en el tomo iii de la Colección
de documentos eclesiásticos publicada por la Arquidiócesis de Guadalajara.
Dicha nota, publicada en 1880 por Un Amigo de la Verdad (1882, pp. 107-108)
intitulada “El Diablo y los masones”, reproduce un artículo publicado en la Semaine Religieuse de Grenoble,15 va
precedida de una breve introducción que señala que este “tiene todos los
caracteres de autenticidad” y que prueba con datos que “la influencia diabólica
es hoy frecuente en el mundo corrompido, que sólo a ella pueden atribuirse esas
sacrílegas profanaciones de los templos cuando no tienen un objeto práctico” y
que “sólo por esta influencia satánica puede explicarse la horrenda ingratitud
del hombre” contra sacerdotes, monjas y hermanas de la caridad. En la nota se
relata el caso del padre dominico Jandel que a la
salida de la catedral es abordado por un individuo misterioso que lo cuestiona
sobre la validez de sus creencias y lo invita a participar en una reunión de
francmasones presidida por el demonio con el fin de comprobar si la señal de la
cruz es efectiva contra él. Después de consultarlo con su obispo, monseñor
Bonald, el padre Jandel asiste a dicha reunión, y al
hacer la señal de la cruz el demonio que preside la reunión desaparece entre
humo y confusión, y el masón que hizo la invitación acaba por convertirse a la
verdadera religión (Un Amigo de la Verdad, 1882, pp. 117-118).
A partir de
finales de la década de 1870, en especial después de que se publican estas
encíclicas Quod apostolici muneris
de 1878 contra la masonería y el socialismo, y la Humanum genus
de 1884 en contra de la masonería y otras sectas, la Iglesia reforzó su idea de
una visión escatológica de la historia en la que esta y los creyentes se enfrentan
con las fuerzas del mal, ahora encarnadas en las sectas masónicas y el
socialismo. Si bien desde principios del siglo xix
(marzo de 1825) el papa León XII había publicado una bula que prohibía las
sociedades secretas, entre ellas la francmasonería, y que se reimprimió en
México unos años más tarde (León XII, 1839), es a partir de dichas encíclicas,
y en especial de la Humanum genus, que la Iglesia plantea
una propuesta de acción espiritual y social mediante la cual la sociedad pueda
combatir a dichas fuerzas malignas a través de la realización de tres acciones:
el fomento a la educación religiosa, el fortalecimiento de la orden de terceros
franciscanos (que incluye a laicos dentro de su organización), y la mayor
vinculación de la Iglesia con organizaciones religiosas de beneficencia laicas,
como las Conferencias de San Vicente de Paul, que se encarguen de llevar a cabo
obras pías y misericordiosas asociadas con devociones religiosas universales
que sirvan de freno a los embates de la masonería y el socialismo y combatan de
manera práctica y efectiva los males sociales (como la pobreza, la enfermedad y
el desamparo de los más necesitados) que las organizaciones sin asociación
religiosa pretenden corregir sin el auxilio de la fe y de la misericordia. Así,
en estas encíclicas, la Iglesia reconoce de manera implícita que no puede
combatir de manera efectiva los ataques del pensamiento liberal sin el apoyo
activo de las instituciones laicas, y establece estrategias concretas para
interactuar con dichas organizaciones. En especial, la encíclica Humanum genus (Colección, 1886,
p. 327) precisa la solución que en opinión del papado se requiere para mejorar
la sociedad y combatir a las sectas, señalando que la mejor y más firme
esperanza de remedio está puesta en la virtud de la religión divina, “tanto más
odiada por los Masones cuanto más temida, consiste la mejor y más fundada
esperanza de eficaz remedio”.
El ataque a los
principios morales y religiosos del catolicismo así como el promover el
abandono de los deberes religiosos del Estado, junto con los principios de
igualdad absoluta de los individuos y los de revolución contra la autoridad
establecida tiene, de acuerdo con estas encíclicas, implicaciones políticas,
pues con estas acciones se socava la gobernabilidad de la sociedad civil. Por
ello se requiere combatir a las sectas promoviendo la piedad y la caridad a
través de organizaciones laicas de orientación religiosa, y así lograr la
salvación de los individuos y de la sociedad.
Discurso escatológico y religiosidad
tapatía en la segunda mitad del siglo XIX
Es en este
contexto inmerso en una visión escatológica de la historia que se debe analizar
el crecimiento en Guadalajara a lo largo del siglo xix
de sociedades como la de la Vela Perpetua (organización laica para mujeres
dedicada al culto del Sacramento) a partir de la década de 1840, las
Conferencias de San Vicente de Paul (organización benéfica que llegó a
Guadalajara en 1853) y las asociaciones al culto perpetuo del Señor San José
(patrono universal de la Iglesia) a partir de 1890. Posteriormente, el mismo
León XIII promulgó el 25 de mayo de 1899 la encíclica Annum
Sacrum, en la que recomienda la práctica de la
devoción al Sagrado Corazón como una forma de luchar contra la impiedad.
Asimismo, frente a todas estas amenazas del demonio consideradas como
permanentes, y no sólo como ocasionales, la Iglesia propuso también otras
medidas, entre las que se encontraban la promoción de diversas devociones
universales, en especial las relacionadas con el Sagrado Corazón de Jesús y el
culto a la Virgen María en sus diversas advocaciones.
La devoción del
rosario fue otro importante instrumento universal de fomento a la piedad
católica que se vio favorecida por la predilección que sentía León XIII por la
misma. Esta devoción tenía varias ventajas, pues remitía dicha práctica al
ámbito de los templos y los hogares, con lo que se evitaban muestras excesivas
y públicas de piedad, ajustándose a los criterios de una religión ilustrada que
procuraban tanto los liberales católicos como los conservadores progresistas en
el entorno de la prohibición de las manifestaciones públicas del culto
ordenadas por las Leyes de Reforma. Por otra parte, dicha devoción aprovechaba
las posibilidades de instrucción religiosa y fomento de la piedad que se podían
generar desde el interior de las familias, permitiéndole a la Iglesia
intervenir aunque fuera de manera indirecta en el ámbito privado de la práctica
religiosa.
En agosto de
1885, ante la situación política que enfrenta el papa (este se encuentra
discutiendo con varios Estados europeos la firma de un nuevo Concordato) y ante
la percepción de persecución que en general vive la Iglesia, León XIII ordena y
decreta que desde el primero de octubre hasta el 2 de noviembre de cada año se
recen todos los días al menos cinco dieces o misterios del rosario con las
letanías lauretanas en todos los templos parroquiales del orbe católico, en
todos los oratorios públicos dedicados a la Virgen y en aquellos templos que
designe el ordinario, procurando que se realice la exposición del Santísimo.
Señala que lo anterior debe perdurar “mientras dure este tristísimo estado de
cosas, tanto para la Iglesia como para la sociedad civil, y mientras no sea
concedido a la misma Iglesia el dar las gracias a Dios por el restablecimiento
de la libertad plena para el Romano Pontífice”.16
También desea que las asociaciones o congregaciones del Santísimo Rosario
celebren con magnificencia religiosa las solemnidades públicas donde las leyes
lo permitan. Para ello se conceden indulgencias de siete años y siete
cuarentenas a aquellos fieles que asistan en los días determinados al rezo
público.
En julio de
1886, mediante pastoral del 29 de junio del mismo año, el arzobispo de
Guadalajara, Pedro Loza, anuncia el jubileo extraordinario universal convocado
por el papa y que durará hasta diciembre del mismo año, señalando que “no cabe
duda que la oración es la misteriosa arma que el señor ha puesto en manos de su
santa Iglesia y de los cristianos todos para librarse de las asechanzas del
enemigo común, para extirpar el error, para vencer el poder de Satanás, y para
alcanzar del cielo las divinas gracias”.17
Para celebrar el jubileo se pide a los fieles confesarse, comulgar, realizar
dos días de ayuno con abstinencia de carnes, dar una limosna, y visitar seis
veces El Sagrario, así como las iglesias de Nuestra Señora de Guadalupe y
Nuestra Señora de la Merced, haciendo oración por las intenciones del papa.18
El 21 de
septiembre de 1888 Loza emite una nueva circular en la que, una vez más, se
confirman las disposiciones relativas a la solemnidad del rosario durante el
mes de octubre que se habían establecido en 1883 y 1884, y se exhorta a los
fieles a rezarlo diariamente. Asimismo, nuevamente vuelve a aparecer el
lenguaje escatológico en dicha circular, asociado con el culto a la Virgen:
Desgarrador es el espectáculo que en la
actualidad presentan las sociedades, hundiéndose como están en el abismo de la
iniquidad, debido al formidable esfuerzo con que los malos, como instrumentos
de Satanás, procuran derribar, si fuera posible, la Iglesia, y destruir y
aniquilar todo orden y todo bien. Pidamos pues, mucho a Ntro. Señor el remedio
de tantos y tan graves males, uniendo nuestras oraciones a las de la Santa
Iglesia, sujetándonos a la forma que ella misma prescribe; […].19
El 14 de
septiembre de 1889 Loza pide a los sacerdotes que de nuevo den a conocer a los
fieles todas las disposiciones e indulgencias relacionadas con la celebración
del mes del Santísimo Rosario, establecidas en 1883 y 1884, y termina diciendo
que “lo mismo que se practicó en 83, se practicará en el presente año y en lo
sucesivo, mientras no se disponga otra cosa”.20
Estas disposiciones se mantuvieron vigentes durante el arzobispado de Pedro
Loza. Unos días después Loza lanza la que quizá es la última disposición
importante que sobre este tema emitió durante su gobierno. El 20 de septiembre
de 1889 confirma las disposiciones de la circular del pasado día 14, pero
además, gracias a una encíclica de León XIII, se prescribe que se implore el
auxilio de san José en los años siguientes. Por ello Loza dispone que después
del rosario se diga dicha oración a san José, no solamente por el mes de
octubre de este año, sino también en lo sucesivo.21
La oración a San Miguel Arcángel
y las visiones infernales de León XIII
Para apreciar el
significado de estas devociones es necesario comprender que desde la perspectiva de la Iglesia los males sociales no tienen
únicamente una raíz material, sino también metafísica, y por lo tanto también
deben ser combatidos con medios sobrenaturales. A partir de la segunda mitad
del siglo xix la estrategia de la Iglesia no
consiste sólo en recuperar su papel dominante dentro de la sociedad, o en
configurar un feligrés moderno e ilustrado, acorde con los tiempos modernos.
También promueve nuevas devociones de carácter social y universal encaminadas a
promover el acercamiento de la clase obrera a la religión y combatir la
impiedad y el avance de las fuerzas del mal en la sociedad a través de la
educación y la dedicación a nuevas devociones. Este cambio en la estrategia de
la Iglesia se ve acompañado por una serie de visiones y revelaciones
sobrenaturales que hacen que a partir de la segunda mitad del siglo xix se empiecen a rezar oraciones especiales por las
grandes intenciones de la Iglesia, en las que debe participar también el
pueblo, y que se rezan con los fieles en su propia lengua.
En 1886 León
XIII introdujo una nueva fórmula de exorcismo y la invocación de san Miguel
arcángel contra la amenaza del demonio, como consecuencia de una revelación
sobrenatural. Hasta antes de las reformas del Concilio Vaticano II, por
disposición de León XIII, el sacerdote y los fieles se arrodillaban al final de
cada misa y dedicaban a san Miguel y a la Virgen la siguiente oración: “San
Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha; contra la maldad e insidias del
demonio sé nuestra ayuda. Te rogamos suplicantes; ¡que el Señor ejerza sobre él
su poder! Y tú, príncipe de la milicia celeste, con la fuerza que Dios te ha
conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que
vagan por el mundo para perdición de las almas.”
Gabriel Amorth (1993), uno de los exorcistas más conspicuos de la
Iglesia en la actualidad narra la tradición que explica los orígenes de esta
oración y la forma del exorcismo utilizado por la Iglesia hasta mediados del
siglo xx:
¿Cómo nació esta oración? Transcribo lo
que publicó la revista Ephemerides Liturgicae, en 1955, págs.
58-59. El P. Domenico Pachenino
escribe: “No recuerdo el año preciso. Una mañana el gran Pontífice León XIII
había celebrado la S. Misa y estaba ayudando a otra, de acción de gracias, como
de costumbre. De repente se le vio enderezar enérgicamente la cabeza, y fijar
la vista intensamente en algo, encima de la cabeza del celebrante. Miraba
fijamente, sin pestañear, pero con terror a la vez que maravillado, y cambiando
de color y su fisonomía. Algo extraño le estaba ocurriendo. Finalmente, como
volviendo en sí, dando un ligero pero enérgico golpe con la mano, se levanta.
Se le ve dirigirse a su estudio privado. Sus familiares lo siguieron
rápidamente y preocupados. Sumisamente le preguntan, Santo Padre, ¿se siente
mal? ¿Necesita algo? Responde: Nada, nada. Después de media hora hizo llamar al
Secretario de la Congregación de los Ritos y, dándole una hoja le ordena
hacerla imprimir y hacerla llegar a todos los Obispos Ordinarios del mundo.
¿Qué contenía? La oración que recitamos al final de la Misa con el pueblo, con
nuestra súplica a María y la invocación al Príncipe de las milicias
celestiales, implorando a Dios que arroje al infierno a Satanás.”
En este escrito se ordenaba también rezar
tales plegarias de rodillas. Lo anterior, que había sido publicado también por
el periódico La Semana del Clero, el 30 de marzo de
1947, no cita por cuáles fuentes obtuvo la noticia. Pero resulta insólita la
forma como fue ordenado para recitar la oración que se envió a los Obispos
Ordinarios en 1886. Como confirmación a cuanto escribe el P. Pechenino, tenemos el autorizado testimonio del Cardenal Nasalli Rocca quien, en su Carta
Pastoral para la cuaresma, emanada [sic] en Bologna en 1946, escribe: “León XIII escribió él mismo esta
plegaria. La frase (los demonios) que vagan por el mundo para la perdición de
las almas tiene una explicación histórica, que nos fue comentada por su
secretario particular, Mons. Rinaldo Angeli. León en verdad tuvo la visión de los espíritus
infernales que pululaban sobre la ciudad eterna (Roma); y a partir de esta
experiencia nació la oración que quiere que toda la Iglesia recite. Él decía
esta oración con voz vibrante y potente; la oímos muchas veces en la Basílica
vaticana. Además, escribió de su propia mano un exorcismo especial que aparece
en el Ritual Romano […]. Recomendaba estos exorcismos a los obispos y
sacerdotes para que los rezaran continuamente en sus diócesis y parroquias. Él
decía la oración varias veces durante el día” (Amorth,
1993, pp. 25-26).
Aun cuando esta
anécdota no puede ser comprobada, pues no existen testimonios directos de León
XIII al respecto y la fuente de la misma (la carta pastoral para la cuaresma de
1946 del cardenal y arzobispo de Bolonia Giovanni Battista
Nasalli Rocca di Corneliano) es tardía, es significativo el hecho de su
supervivencia en el imaginario de muchos fieles católicos y de exorcistas como Amorth incluso hasta la actualidad. El hecho es que en
1886, por disposición de León XIII, la oración a san Miguel arcángel fue
enviada a todas las iglesias del mundo. El arzobispado de Guadalajara, mediante
circular del 19 de octubre de 1886 dirigida a los curas párrocos de la
diócesis, difundió las citadas preces para que llegaran “a noticia de todos los
sacerdotes y fieles y se recen estas después de cada misa privada” remitiendo
suficiente número de ejemplares con la indicación de que hubiera una en el
altar de cada una de las iglesias. El texto de la circular señalaba la
concesión por parte de León XIII de un jubileo extraordinario universal, así
como la disposición de que “los sacerdotes de todo el mundo recitasen con el
pueblo una deprecación que S.S. mismo ordenó, se ha servido últimamente
modificar esta deprecación” y señala:
No cabe duda que la oración es la
misteriosa arma que el Señor ha puesto en manos de su santa Iglesia y de los
cristianos todos para librarse de las asechanzas del enemigo común, para
extirpar el error, para vencer el poder de Satanás y para alcanzar del cielo
las divinas gracias. […] Al recitar como está mandado que lo hagáis las preces
indicadas, por las cuales se ha servido S. S. conceder 300 días de
indulgencias, os recomiendo que vuestro corazón se halle lleno de fe; que
tengáis fija vuestra confianza en el Señor de los ejércitos y de las Potestades.22
Pedro Loza
continuó promoviendo la difusión de esta oración en distintas ocasiones. El 21
de noviembre de 1890 Loza hizo una nueva edición del texto de las preces y el
exorcismo recomendados por León XIII, y por su parte recomendó de una manera
especial su recitación frecuente a los sacerdotes diocesanos, mandando que se
rezase “al terminar la misa privada por el Sacerdote celebrante y por el pueblo
fiel que hubiere asistido al augusto Sacrificio, pidiéndose en una de esas
oraciones, de manera especial, la protección y defensa del arcángel San Miguel,
para que con su poderosa mano reprima y encadene a los espíritus malignos que
vagan por el mundo, procurando la perdición de las almas” (Colección, 1891, pp. 393-396).
El 29 de
septiembre de 1893 Loza publica una nueva circular (Colección,
1894, pp. 366-367) en la que vuelve a recomendar el rezo de dicha fórmula por
parte de los sacerdotes de la diócesis, y es más explícito en las razones que
lo mueven a ello:
En efecto, el Santo Padre, cuyo
sapientísimo gobierno y extraordinaria piedad asombran al mundo, sabe, pues así
lo da a entender, que en la época presente se verifica más que nunca lo que
dice el Apóstol San Pedro: que el demonio anda como león
rugiente en rededor de los hombres buscando a quien devorar. Sabe su
Santidad que el espíritu del mal recrudece los ataques contra la humanidad y
que legiones de ángeles malos vagan por el mundo, asedian la tierra, no en
busca de otra cosa que de almas a quien perder para siempre en los infiernos.
El influjo del demonio en el mundo, al presente, es muy marcado, y su táctica
el día de hoy parece ser más familiar con los hombres (p. 366)
Las preces a San
Miguel Arcángel y el exorcismo que en 1886 mandó publicar León XIII fueron
ampliamente difundidos en su época en Guadalajara. Debido a que estas oraciones
y el exorcismo fueron dados a conocer localmente a fines de dicho año, no
alcanzaron a ser incluidos por el arzobispo Loza en su edición del Manual de Párrocos preparada por Luis R. Barbosa para los
sacerdotes de su diócesis, que había sido impreso antes en Guadalajara en el
mismo año. Sin embargo, sí fueron incluidas en el Manual
para el uso del clero tapatío elaborado por Lauro Díaz Morales (1900) y
aprobado por el arzobispo Jacinto Romo, sucesor de Pedro Loza, después que este
muriera en noviembre de 1898. En una circular del 19 de julio de 1900 Jacinto
Romo señalaba que dicho manual no sustituía al aprobado por Pedro Loza y que
debía tenerse y conservarse un ejemplar de este en todos los templos
habilitados de la arquidiócesis.23
Entre otras novedades, este nuevo manual sí incluía la oración a San Miguel
Arcángel, acompañando a la última fórmula aprobada de exorcismo.
Es necesario
detenerse en el análisis del Manual de Párrocos de
1886, pues el tratamiento que le da a los exorcismos es muy significativo.
Desde el siglo xvi los sacerdotes de Guadalajara
hicieron uso de diversos manuales para sacerdotes que compendiaban las fórmulas
y ritos de mayor uso aprobados por la Sagrada Congregación de Ritos en el
Ritual Romano.24 Existió una gran variedad de
manuales, impresos en diversas ciudades del mundo católico, que iban desde los
dedicados a los encargados de atender comunidades indígenas, hasta los
orientados a los sacerdotes ubicados en centros urbanos. Los ministros podían
hacer uso de ellos siempre y cuando estuviesen aprobados en su respectiva
diócesis. Para la diócesis tapatía el obispo Juan Ruiz de Cabañas (quien la
gobernó de 1796 a 1824) se encargó de autorizar el uso de la obra del jesuita
poblano Manuel Venegas (1680-1764), el Manual de Párrocos.
Para Administrar Los Santos Sacramentos, y Las Demás
Sagradas Funciones de su Ministerio, cuya primera edición fue impresa en
México en 1731, y la segunda en Puebla, en 1783.25
Hasta 1886 no
existió un manual de párrocos o de sacerdotes propio de la arquidiócesis de
Guadalajara, por lo que los sacerdotes tenían que hacer uso de otros manuales
además del de Venegas, impresos en diversos sitios, y en ocasiones debían
contar con dos o más de ellos para poder cubrir sus necesidades locales. Por
ello, y con el fin de ordenar y unificar los usos litúrgicos en la
arquidiócesis, Pedro Loza encargó al profesor de las cátedras de teología moral
y ritos del Seminario Conciliar y cura de El Sagrario, don Luis R. Barbosa,26
que preparase un manual de párrocos acorde con las necesidades del arzobispado
y conforme con las últimas disposiciones en materia de liturgia de la Sagrada
Congregación de Ritos. El 12 de julio de 1886 Pedro Loza publicó una circular
que se adjuntó como introducción a dicho manual en la que se prevenía a los
párrocos y demás sacerdotes de la arquidiócesis que no usaren en lo sucesivo de
otro manual en la administración de los sacramentos y demás funciones sagradas,
debiendo por lo mismo tenerse y conservarse un ejemplar en todas y cada una de
las Iglesias del arzobispado (Barbosa, 1886, p. 3). Este manual es, en lo
esencial, una nueva versión del manual de Venegas, actualizada y cuidadosamente
expurgada de varios comentarios innecesarios.
Las partes
específicas más extensas del manual de Barbosa (1886) son las dedicadas a las
Bendiciones (Título xi, pp. 326-390), a las
Procesiones (Título xii, pp. 391-443), a los
Exorcismos de los obsesos por el demonio (Título xiii,
pp.443-477), así como el Apéndice (pp. 487-629) correspondiente a la
instrucción sobre los recién convertidos a la fe y otras bendiciones no
contenidas en el Ritual Romano. Estas últimas resultan particularmente
interesantes, pues son una muestra de algunas bendiciones utilizadas en la
diócesis de acuerdo con los usos locales, como las bendiciones de las vías
férreas, instalaciones del telégrafo, edificios, estandartes procesionales,
entre otras.
Es importante
entender que este manual no contiene fórmulas exclusivas para la región. Se
trata de una compilación de fórmulas y ritos contenidos en el Ritual Romano o
aprobados por la Sagrada Congregación de Ritos para uso universal de la
Iglesia, como el ya mencionado de Venegas. Las fórmulas de exorcismo que
contiene ya estaban incluidas en otros manuales impresos de la época. Lo que sí
es propio de este manual es la selección específica de contenidos de acuerdo
con las necesidades locales o regionales, así como los comentarios explicativos
que acompañan al texto y que buscan ordenar y normar las conductas, tanto de
los sacerdotes como de los fieles.
Si bien el
manual de 1886 de Barbosa sigue en lo esencial la estructura y contenidos del
manual de Venegas (1811), presenta algunas diferencias importantes. Una de las
más notables es la parte referente a los exorcismos, y a la manera de
visualizar la intervención del demonio en la sociedad. Los dos manuales, el de
Venegas y el de Barbosa, dedican amplios apartados a describir el ritual de
exorcismo; sin embargo, Venegas, un ilustrado del siglo xviii,
no consideraba que la presencia del demonio fuese un problema, como lo señala
en los siguientes párrafos que son la introducción al ritual de exorcismo, y
que fueron eliminados en la versión de Barbosa (1886):
Desde que se conquistó este Reyno [sic], y apareció en él
la Portentosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, no se ha visto jamás en él
algún endemoniado, lo que en otras partes suele ser muy frequente
[sic]. Sin embargo, porque nada de lo contenido en
el Ritual Romano falte en este Manual, y para que sus Rúbricas puedan servir de
dirección para formar un juicio prudente, siempre que se sospechare de alguno,
que ha incurrido en semejante desgracia, se ha tenido por bien no omitir el
modo de exorcizar los obsesos.
Por los muchos escándalos que cada día se
originaban de la ignorancia de los Exorcistas, han quitado los Obispos a todos
los Eclesiásticos la Jurisdicción, y facultad de exercitar
[sic] su potestad, sin examen, aprobación, y
licencia dada por ellos mismos, o por sus Vicarios in scriptis. […] Limitase en esta fórmula la licencia
de exorcizar a seis meses, que son los que corren desde primero de Noviembre de
un año, a primero de Mayo del año siguiente, porque la experiencia ha enterado,
que los demonios, irritados con su expulsión de los cuerpos por los Exorcismos,
han conmovido los vientos, y levantado tempestades de granizo, i piedra, con
que han arruinado los campos, que por mayo reverdecen, y florecen, y hasta
primero de Noviembre están pendientes muchos de sus frutos.[…] Aunque este
ministerio puede exercerlo [sic]
el Exorcista legítimamente ordenado, pero la común práctica de la Iglesia, es,
que lo exerza [sic] el
Sacerdote, cuya eminente dignidad le eleva sobre los Ángeles, y sobre los
demonios, y el solo es conveniente que haga las muchas bendiciones, que además
de los Exorcismos, deben hacerse en esta función, si no es que tal vez sea
menester preferirle otro de inferior orden por su acreditada pericia, y
destreza en el ministerio (Venegas, 1811, pp. 598-599).
Venegas adopta
una posición ilustrada desde la que no encuentra motivos para aplicar el
exorcismo en tierras de Nueva España. Como él mismo lo indica, se incluye el
rito del exorcismo sólo por motivos ilustrativos, y señala que sólo los
exorcistas acreditados pueden realizar el ritual. En el manual de Barbosa
(1886), en cambio, la actitud ante la presencia del demonio es diferente, pues
de entrada se elimina esta introducción sin mayor explicación. De hecho,
tampoco se incluye la advertencia puesta por Venegas (1811) de que los
exorcistas requieren de una autorización especial del obispo para poder ejercer
como tales, lo que abre la puerta a que muchos sacerdotes puedan realizar el
rito cuando lo consideren pertinente, sin necesidad de recurrir en todos los
casos al permiso del obispo. Las páginas dedicadas al exorcismo por Barbosa
compilan todas las notas esenciales concernientes al rito que pone Venegas a lo
largo de las distintas partes del ritual; sin embargo, Barbosa elimina las
notas y comentarios racionalistas que Venegas incluye a lo largo del texto.
Tómense como ejemplo los siguientes párrafos dedicados a la expulsión de
objetos del cuerpo del obseso, y la forma en que es tratado un mismo problema
por ambos autores:
Manual de Venegas (1811, p. 609) Manual de Barbosa (1886, p. 446)
Mande al demonio [se refiere al exorcista] que le
declare si le detiene en el cuerpo del obseso alguna operación mágica, o
algunos signos o instrumentos maléficos; y que si el obseso los hubiere tomado
por la boca, los vomite; y que si están en otra parte, descubra dónde están: y
hallados quémense. Mande al demonio [se
refiere al exorcista] que le declare si le detiene en el cuerpo del obseso
alguna operación mágica, o algunos signos o instrumentos maléficos; y que si el
obseso los hubiere tomado por la boca, los vomite; y que si están en otra
parte, descubra dónde están: y hallados quémense.
Aunque ha habido mugeres
[sic] tan diestras, que haviéndose [sic] fingido
maleficiadas, se han dado maña para vomitar, después de los Exorcismos, cosas
muy extrañas, para hacer creíble su maleficio, y lograr sus depravados fines,
sin embargo la Rubrica insiste, en que hay maleficios verdaderos, o
instrumentos externos, en que se afianza el pacto que hace el hechicero con el
demonio, para que mientras duraren, esté obligado el maligno espíritu a hacer
mal: y una vez destruidos, cese la obligación, o desista de hacerlo. Estos
instrumentos, o signos, unas veces son solamente aparentes, o unas meras
ilusiones, pues acabados los exorcismos, y expelido [Eliminado]
el demonio, los que parecían ser cuchillos, agujas,
herraduras, clavos, valas [sic], marañas de cabellos,
etc. no eran más que salivas, y humores flemáticos, y pituitosos del estómago,
arrojados por la boca: otras veces son verdaderos traídos prontamente de otra
parte, y presentados a los ojos como sí en la realidad los vomitase el obseso:
otras se los introduce verdaderamente en el cuerpo, y realmente los vomita: y
otras en fin los esconde, y guarda el hechicero. Vomítense, pues, ó hállense en alguna parte estos signos, o instrumentos, en
que consiste el maleficio deben quemarse, y de ninguna manera es lícito hacer
de ellos otro uso. […].
Amoneste también el Exorcista al obseso, que le
manifieste todas sus tentaciones.
A manera de conclusión
Como se ha visto
en este trabajo, a lo largo del siglo xix la
Iglesia católica desarrolló un discurso escatológico en el que el demonio
adquirió un papel central como explicación de las condiciones permanentes de
crisis de la sociedad que enfrentaron la Iglesia y los creyentes en la época.
Guadalajara fue un campo propicio para la recepción de este discurso, no sólo
porque desde la época colonial existía una fuerte religiosidad basada en la
confianza en Dios y sus santos, sino porque el apego a la tradición católica
configuró un habitus27
dentro del campo religioso de Guadalajara, retroalimentado por un ambiente
familiar en el que se fomentaba la piedad junto con otras virtudes cívicas, y
que predispuso a los fieles a apegarse a la práctica de sus devociones
religiosas. Este habitus,
que se reforzó con la presencia de este discurso escatológico, podría ser
identificado, grosso modo, con lo que Agustín Yáñez
(1945, p. 169) llamó “el clima espiritual de Jalisco”, y que caracterizó el
ambiente religioso en que vivieron inmersos los fieles de Guadalajara, quienes
percibían un ambiente de constante ataque contra la Iglesia y la sociedad que
sólo podía ser combatido de manera eficaz mediante el ejercicio de la piedad.
En suma, consideramos que este discurso escatológico es uno de los factores que
explican la permanencia y continuidad de la devoción religiosa en una época
caracterizada por el laicismo, la secularización y el anticlericalismo. Así, la
devoción fue una forma de dar respuesta a los miedos que planteaba la amenaza
permanente del demonio a la sociedad.
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Otras fuentes
ahag Archivo
Histórico del Arzobispado de Guadalajara, México.
1 Con frecuencia, el siglo xix en su conjunto suele caracterizarse por el laicismo,
la secularización y el anticlericalismo. Sin embargo, es necesario matizar esta
afirmación y no abarcar todo el siglo con estas calificaciones. Trabajos
recientes de autores como Jaime Olveda Legaspi (2016) y David Carbajal López (2014) plantean para
México una visión distinta del periodo previo a la reforma, y Brian Connaughton (1992) señala que en Guadalajara hasta antes de
la reforma “La Iglesia aun representaba un conducto clave en la continuidad
ideológica de la sociedad mexicana de aquella época” (p. 42). Ciertamente
existieron algunas voces que clamaban en contra de la religión, pero antes de
la reforma no parecen haber logrado predominar. Había más alarma por el
“jansenismo” y por el surgimiento de posibles herejías que por el ateísmo, y no
menor era el temor al “regalismo”, entendido como la mano reformista de un
Estado confesional católico (que México continuó siendo hasta 1857) interesado
en intervenir en la situación administrativa de la Iglesia. El autor de este
artículo agradece al dictaminador anónimo del mismo por sus ideas y
observaciones en este sentido.
2 Entendemos a la modernidad como un
conjunto de ideas y procesos que constituyeron el entorno ideológico dentro del
cual tuvieron que desenvolverse y definir su papel los diferentes actores
sociales principalmente desde finales del siglo xviii
y hasta principios del siglo xx. Al describir el
fenómeno de la modernidad en relación con los procesos de independencia en
Latinoamérica, François-Xavier Guerra (1992) caracteriza a este como “un
conjunto de mutaciones múltiples en el campo de las ideas, del imaginario, de
los valores, de los comportamientos en parte comunes y en parte diferentes a las
que llevaba consigo el absolutismo” y propone que la modernidad se distingue
sobre todo por el individualismo, por el proceso mediante el cual el individuo
es configurado, y se convierte en el “sujeto normativo de las instituciones”
(p. 85). En este sentido, consideramos que la modernidad no es en estricto
sentido un concepto científico bien definido, sino más bien un “indicador
epistemológico” como los designa Foucault (1981, p. 152) en su debate con N.
Chomsky, es decir, un concepto utilizado en diversas ciencias con funciones
clasificadoras, delimitantes, que permite articular y situar a su alrededor un
discurso y una serie de discusiones científicas, con el fin de generar nuevos
conocimientos.
3 Carta del obispo Diego Aranda y Carpinteiro al Reverendo padre prior del convento de San
Agustín. 17 de abril de 1847. Por un error de clasificación, dicha carta se
incluye en Sección Gobierno. Serie Secretaría General. Cólera Morbus. Caja 1, 1833-1850. Archivo Histórico del
Arzobispado de Guadalajara (en adelante ahag), Guadalajara, México.
4 Carta de sor Ma. Guadalupe de la Santa
Cruz al obispo Diego Aranda y Carpinteiro. 21 de
abril de 1847. Sección Gobierno. Serie Secretaría. Religiosos de Santo Domingo.
Convento de Santa María de Gracia. Caja 15, años 1845-1854. ahag, Guadalajara,
México.
5 Carta de sor Ma. Simona de San Agustín al
obispo Diego Aranda y Carpinteiro. 21 de septiembre
de 1847. Sección Gobierno. Serie Secretaría. Religiosos de Santo Domingo.
Convento de Santa María de Gracia. Caja 15, años 1845-1854. ahag, Guadalajara,
México.
6 Carta de Felipe Zermeño, cura de San Juan
de los Lagos a Diego Aranda y Carpinteiro. 2 de enero
de 1850. Sección Gobierno. Serie Secretaría General. Cólera Morbus.
Caja 1, años 1833-1850. ahag, Guadalajara, México.
7 Carta de Juan Nepomuceno Márques a Diego Aranda y Carpinteiro.
9 de enero de 1850. Sección Gobierno. Serie Secretaría General. Cólera Morbus. Caja 1, años 1833-1850. ahag, Guadalajara,
México.
8 Carta de Felipe Zermeño, cura de San Juan
de los Lagos a Diego Aranda y Carpinteiro. 14 de
enero de 1850. Sección Gobierno. Serie Secretaría General. Cólera Morbus. Caja 1, años 1833-1850. ahag, Guadalajara,
México.
9 Circular del arzobispo Pedro Loza sobre la
oración pro tempore terremotus.
22 de julio de 1875. Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales. Edictos y
circulares. Caja 9, años 1859-1883, exp. 91, ficha
598. ahag,
Guadalajara, México.
10 Carta del arzobispo Pedro Loza a los curas
de la arquidiócesis sobre la celebración de diversos actos piadosos para pedir
contra los terremotos. 23 de julio de 1875. Sección Gobierno. Serie Cartas
pastorales, edictos y circulares. Caja 9, años 1859-1883, exp.
91, ficha 598A. ahag,
Guadalajara, México.
11 Circular del arzobispo Pedro Loza a los
curas de la arquidiócesis sobre la celebración de un triduo en Catedral contra
la sequía y pérdida de cultivos. 29 de agosto de 1877. Sección Gobierno. Serie
Cartas pastorales, edictos y circulares. Caja 9, años 1859-1883, exp. 99, ficha 606. ahag, Guadalajara, México.
12 Para una descripción más detallada de los
mensajes y las apariciones véase la página web oficial del sitio del santuario
de Nuestra Señora de Lourdes, http://es.lourdes-france.org/ Debe recalcarse que
el concepto de la Inmaculada Concepción como protectora frente al demonio se
inspira en la idea de que la Inmaculada es una representación de la mujer joven
embarazada, vestida de sol, con la luna a sus pies y coronada de estrellas, que
vence al dragón, y que aparece en el Apocalipsis 12:1-17.
13 Delumeau (2012) señala por ejemplo que desde el
siglo xvi no sólo la Iglesia católica, sino
también Martín Lutero habían asociado a los turcos y a los judíos con el
diablo, y Lutero incluso los asocia con el papado, unidos en una “alianza
objetiva entre unos y otros –complot satánico que ataca al mundo cristiano
debilitado y pecador a la vez […]” (p. 337). Asimismo Lutero llama a los judíos
“hijos del diablo”, y a Satán “inspirador del papa y general de los turcos” (p.
354).
14 Para una historia de Matiana,
sus visiones y la manera en que estas fueron rescatadas y publicadas, véase
Velasco Toro (2007). Las visiones de Matiana se
publicaron por vez primera en México en calendarios populares, primero en 1847,
y posteriormente en 1857 en el Calendario nigromántico
para 1858 y en 1866 en el Calendario de la Madre Matiana para el año de 1867. En 1889, en la ciudad
de México Luis G. Duarte publicó una versión comentada de las mismas, con el
título Profecías de Matiana
acerca del triunfo de la iglesia expurgadas, defendidas y corroboradas con
respetabilísimos y muy notables vaticinios de santos, de personas canónicamente
beatificadas y de otras que han muerto en olor de santidad. Dicha obra
se publicó con las debidas licencias eclesiásticas y fue dedicada al arzobispo
de México Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. En
1914, en la ciudad de México se publicó un nuevo folleto anunciándolo como Las verdaderas profecías de Matiana
comparadas y coordinadas con otras profecías semejantes de este y del antiguo
continente acerca del triunfo final de la iglesia y del fin del mundo (Velasco
Toro, 2007, pp. 41-42).
15 Se trata de la publicación La Semaine Religieuse
du Diocèse de Grenoble,
órgano oficial regular de la diócesis del mismo nombre, fundado por el obispo
Jacques Ginoulhiac en 1868.
16 Circular de Pedro Loza a los curas del
arzobispado sobre la necesidad de rezar el Santo Rosario por las necesidades de
la Iglesia. 24 de octubre de 1885. Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales,
edictos y circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp.
12, ficha 649. ahag,
Guadalajara, México.
17 Circular de Pedro Loza a los curas del
arzobispado sobre el Jubileo extraordinario de 1886. 19 de octubre de 1886.
Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales, edictos y circulares. Circulares,
años 1884-1903, caja 10, exp. 15, ficha 659. ahag,
Guadalajara, México.
18 Circular de Pedro Loza sobre advertencias
interesantes a los fieles acerca del Jubileo del presente año. 29 de junio de
1886. Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales, edictos y circulares.
Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp. 17, ficha
654. ahag,
Guadalajara, México.
19 Circular de Pedro Loza a los curas del
arzobispado sobre la renovación de las disposiciones sobre la celebración del
Santo Rosario. 21 de septiembre de 1888. Sección Gobierno. Serie Cartas
pastorales, edictos y circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp. 30, ficha 667. ahag, Guadalajara, México.
20 Circular de Pedro Loza a los curas del
arzobispado sobre la necesidad de dar a conocer a los fieles las indulgencias y
disposiciones sobre la celebración del mes del Santo Rosario, instituida en
1883 y 1884. 14 de septiembre de 1889. Sección Gobierno. Serie Cartas
pastorales, edictos y circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp. 40, ficha 676. ahag, Guadalajara, México.
21 Circular de Pedro Loza a los curas del
arzobispado sobre la necesidad de rezar la oración a San José junto con el
Santo Rosario. 20 de septiembre de 1889. Sección Gobierno. Serie Cartas
pastorales, edictos y circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp. 41, ficha 677. ahag, Guadalajara, México.
22 Carta circular del Gobierno Eclesiástico
del Arzobispado de Guadalajara sobre la recitación de preces a San Miguel
Arcángel. 19 de octubre de 1886. Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales,
edictos y circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp.
15 ficha 652. ahag,
Guadalajara, México.
23 Circular del arzobispo Jacinto López y
Romo a los sacerdotes de la arquidiócesis sobre el nuevo manual de párrocos. 19
de julio de 1900. Sección Gobierno. Serie Cartas pastorales, edictos y
circulares. Circulares, años 1884-1903, caja 10, exp.
95, ficha 734. ahag,
Guadalajara, México.
24 Uno de los elementos más importantes de la
liturgia de la Iglesia católica romana son los libros que contienen sus ritos,
fórmulas, cantos y ceremonias, y cuyos contenidos son aprobados por la Sagrada
Congregación de Ritos. En la antigüedad y en la Edad Media cada iglesia
regional contaba con sus propios libros litúrgicos, pero entre el siglo ix y el Concilio de Trento en el siglo xvi, los contenidos se unifican y ordenan en seis
libros: el Misal, el Breviario, el Ritual, el Pontifical, el Ceremonial de los
Obispos y el Martirologio. Se permite que las iglesias locales hagan extractos,
adaptaciones y resúmenes de los mismos de acuerdo con las costumbres y
religiosidad locales. En especial, el Ritual Romano contiene las fórmulas
oficiales, preces y ritos para la administración de los sacramentos, para las
bendiciones, procesiones y exorcismos de la Iglesia. Fue impreso por primera
vez en 1614 por el papa Paulo V, y lo corrigieron y adicionaron Benedicto XIV
en 1752, León XIII en 1884, Pío XI en 1925, y más recientemente Juan Pablo II
en 1998.
25 Posteriormente la segunda edición fue
reimpresa y añadida en México en 1811 (Venegas, 1811) por el también jesuita
Juan Francisco López, y más tarde se reimprimió en México, en 1851.
26 Fray Ángel Tiscareño
(1909, p. 260) señala que Luis del Refugio Barbosa fue originalmente un
religioso francisano y ex guardián del convento y cronista del Colegio de
Propaganda Fide de Zapopan, quien ante la exclaustración tuvo que
secularizarse, y fue después cura de El Sagrario Metropolitano de Guadalajara y
teólogo consultor del Ilmo. Sr. Loza.
27 Bourdieu (2007) señala que los
condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia
producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas
y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras
estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su
meta sin suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso
de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente “reguladas” y
“regulares” sin ser para nada el producto de la obediencia a determinadas
reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la
acción organizadora de un director de orquesta (p. 86).