10.18234/secuencia.v0i104.1369
Artículos
Conflictos y armonías de la modernización cultural en un espacio local. La
profesionalización del periodismo durante las primeras décadas del siglo XX en Bahía Blanca (Argentina)
Conflicts and Harmonies of Cultural Modernization
in a Local Space. The Professionalization
of Journalism During the Early Decades
of the 20th Century in Bahía Blanca (Argentina)
María de las
Nieves Agesta1, https://orcid.org/0000-0002-0586-1008
1CONICET-Universidad Nacional del Sur. Centro de Estudios Regionales “Prof.
Félix Weinberg”, Argentina, nievesagesta@uns.edu.ar
Resumen:
El presente artículo analiza el proceso de
profesionalización del periodismo en Bahía Blanca, una ciudad intermedia del
interior de la Argentina, a partir de la reconstrucción de las experiencias de
organización que congregaron a los trabajadores de la prensa durante las tres
primeras décadas del siglo XX. El fracaso de los
sucesivos proyectos y su efímera existencia, permiten sostener que estos
intentos de institucionalización estuvieron atravesados por múltiples
contradicciones propias de las condiciones impuestas por la lejanía geográfica
y las dimensiones de un campo cultural acotado e incipiente. Así, las tensiones
entre las representaciones modernas y aristocráticas del ejercicio escriturario
y entre las posibilidades reales del mercado cultural local y el horizonte de
expectativas construido por los escritores, conspiraron contra la consolidación
de una organización gremial estable que articulara las demandas de los
periodistas.
Palabras clave: prensa; profesionalización; asociaciones; modernización; Bahía Blanca.
Abstract:
This article analyzes the process of professionalizing
journalism in Bahía Blanca, a medium-sized Argentinian city, based on the
reconstruction of the organizational experiences of press workers during the
first three decades of the 20th century. The
failure of successive projects and their short-lived existence shows that these
institutionalization attempts were marked by several
contradictions relating to the conditions imposed by the geographical distance
and the dimensions of a constrained and incipient cultural field. Thus,
tensions between the modern and aristocratic representations of the writing
exercise, and the real possibilities of the local cultural market and the
horizon of expectations defined by authors, conspired against the consolidation
of a stable guild organization that would express journalists’ demands.
Key words: press;
professionalization; associations;
modernizations; Bahía Blanca.
Fecha de recepción: Fecha
de aceptación:
18 de abril de 2016 24
de noviembre de 2016
Dichos inconvenientes no eran prerrogativa de los países
latinoamericanos ya que, como sostiene Pierre Bourdieu (1995), quienes
reivindicaban la profesión de escritor “demasiado a menudo, sólo puede asumir
la función que ellos consideran principal a condición de tener una profesión
secundaria de la que sacan sus ingresos principales” (p. 336). La autonomización de la escritura, sin embargo, parece haber
encontrado límites más estrechos en América Latina, donde la posición de los
escritores se ubicó siempre en la tensión entre la autonomía relativa que le
otorgaba la posesión de un saber específico y de sus propios mecanismos de
consagración y legitimación, y la dependencia respecto de las fuerzas políticas
y económicas. En efecto, las relaciones con el Estado y con el mercado
permearon, a decir de Julio Ramos (2003) y Ángel Rama (2004), el accionar y las
representaciones de los intelectuales de la región desde sus orígenes dando
lugar a un proceso de modernización desigual en el
cual convivían la voluntad de autonomización con “las
condiciones de imposibilidad de su
institucionalización” (Ramos, 2003, p. 12. Cursivas del original). En Buenos
Aires, la vocación autonómica y la conciencia profesional se concretaron en
vísperas del centenario de la Revolución de Mayo en reclamos corporativos, como
los formulados por Roberto J. Payró,[2] que se
materializaron con la aprobación de la Ley de Propiedad Intelectual (1910) y
con la fundación de las primeras organizaciones de escritores.[3] Para
entonces, los periodistas ya habían realizado sus primeras tentativas de
asociación gremial –bajo la figura del “círculo”– y, poco después, ensayarían
la redacción de un primer proyecto de estatuto profesional (1926).[4]
Lejos del mayor centro de realización y consumo cultural
del país, los productores intelectuales del interior se veían sometidos a otras
limitaciones impuestas por las condiciones de los –mucho más reducidos–
mercados locales y regionales. Si bien el periodismo constituía también en la
capital un ámbito de intervención y una fuente de ingresos privilegiados para
los escritores, en ciudades como Bahía Blanca este era prácticamente el único
medio posible para quienes pretendieran subsistir del ejercicio de la
escritura. La brecha temporal que en Buenos Aires había separado la
institucionalización de ambas esferas, se veía en este contexto ampliada de
manera considerable a la par que se acentuaban las tensiones entre la dimensión
de las representaciones y las de las prácticas. Aunque existieran grupos que,
guiados por el ideal de autonomía, se definieran como “poetas” y se
diferenciaran de los periodistas,[5] fueron
estos últimos quienes concretaron los primeros –y únicos en el periodo
considerado– ensayos de asociación gremial de la labor intelectual.[6] El
presente artículo se propone abordar estas experiencias de organización que
congregaron a los trabajadores de la prensa en Bahía Blanca durante las tres
primeras décadas del siglo XX y analizar su
fracaso como factores exclusivos de nucleamiento de
los primeros profesionales de la pluma en este periodo. En una ciudad intermedia[7] del
sudoeste de la provincia de Buenos Aires como la que nos ocupa, dicho proceso
de institucionalización estuvo, a su vez, atravesado por múltiples
contradicciones originadas en la convivencia de concepciones modernas y
aristocráticas del ejercicio escriturario y, sobre todo, por el desfase entre
el horizonte de expectativas que los escritores habían construido a partir de
su contacto con intelectuales y centros de cultura nacionales e
internacionales, y la realidad impuesta por un campo cultural acotado e
incipiente.[8] De esta
manera, el tratamiento de problemas generales en un ámbito provinciano permite
revisar las hipótesis formuladas para dar cuenta del devenir capitalino. Frente
a la abundante producción historiográfica que se ha ocupado del fenómeno en el
escenario porteño, los estudios referidos a la profesionalización de los
intelectuales del interior del país son todavía escasos o, incluso en casos
como el de Bahía Blanca durante el periodo considerado, prácticamente
inexistentes.[9] En ese
sentido, se procura contribuir a la construcción de una historia cultural más
plural y compleja que tome en cuenta la diversidad del territorio nacional y
relativice los relatos homogeneizadores propuestos desde los centros. Más que
un intento por abordar el devenir sindical del sector, este trabajo pretende
recuperar las experiencias de asociativismo
ocupacional que fortalecieron la cohesión de los periodistas bahienses mediante
la definición paulatina de una identidad y de intereses compartidos. En este
sentido, y debido a la concepción misma de la tarea de escritura, la historia
gremial se articula con la cuestión de la sociabilidad intelectual en tanto la
organización laboral supuso el reconocimiento mutuo a partir del ejercicio de
una práctica ligada a la distinción social y cultural que brindaba la
vinculación con el mundo letrado.
Periodismo y periodistas en Bahía Blanca a principios del siglo XX
Fundada como fortaleza en 1828,
Bahía Blanca se estaba convirtiendo a principios del siglo XX en un centro regional para el sur de la provincia de
Buenos Aires y para la zona norte de la Patagonia. Su constitución como nodo ferroportuario[10] en la
década de 1880 había impulsado el crecimiento exponencial de la población
–ligado a la gran afluencia inmigratoria–[11] y la
economía locales en tanto implicaba su inserción exitosa en el modelo
agroexportador encabezado a nivel nacional por la denominada Generación del 80.[12] El
progreso, tal como era entendido entonces, requería sin embargo del concurso,
no sólo de factores materiales, sino igualmente de otros de orden social e
intelectual que ocuparon la atención de hombres y mujeres de la época (Cernadas
de Bulnes, 1995, pp. 35-62). En los aspectos educativos y culturales, la expansión
fue notable y se centró en la multiplicación de instituciones, formaciones y
agentes. Los profesionistas liberales llegados a principios del siglo a partir
de la instalación de los tribunales federales (1902) y de los tribunales
provinciales Costa Sud (1905), activaron prácticas culturales, asociaciones y
proyectos modernos acordes con su voluntad de recusar la representación de
“ciudad fenicia” atribuida a la ciudad. La ocupación de posiciones directivas
en entidades ya prestigiosas como la Asociación Bernardino Rivadavia (1882) acompañó, entonces, la fundación de otras nuevas
como la Asociación Cultural (1919) y la
revitalización de la actividad teatral, artística y literaria de la ciudad.
En este marco, el periodismo local se presentó como signo,
marca y agente del progreso. La proliferación y diversificación de los medios
impresos formaron parte activa del programa modernizador que llevaron adelante
los grupos letrados, en el cual confluyeron factores tecnológicos, económicos,
estéticos y sociales. En efecto, a pesar de las dificultades que suponían la
lejanía geográfica, la existencia de un mercado aún acotado y la dependencia
respecto de los recursos tecnológicos y editores de la capital, en el periodo
comprendido entre 1900 y 1930 se imprimieron más de un centenar de
publicaciones.[13]
Bahía Blanca se convirtió, en función de ello, en un
centro impresor[14] de
importancia dentro del territorio bonaerense, asumiendo una posición rectora en
la zona sur de la provincia junto a Tandil, Tres Arroyos, Patagones y Olavarría
y manteniendo una estrecha relación con el resto de los nodos emisores de la
región.
Si las publicaciones periódicas se multiplicaron, no
sucedió lo mismo con la edición de libros. Recién en 1912 se publicó la primera
obra de factura local titulada La Senda de la Vida de
Francisco Pablo de Salvo, a la que seguirían seis títulos aparecidos en los
siguientes años (de la década de 1910), y dieciséis en el decenio siguiente (Paglialunga de Tuma, Bermejo Hurtado y Blanco de Anta,
1982, pp. 151-175).[15] Estas
cantidades, si bien demuestran un lento crecimiento, dan cuenta también de la
imposibilidad de que los escritores hicieran de la literatura su medio de vida:
la inserción en la burocracia estatal, en los ámbitos educativos, en el
periodismo o en todos a la vez, se volvió para ellos una condición de
subsistencia. Así lo confirmaba Arturo Igoillo Dantiacq (1928) cuando, luego de hacer un recuento del
material editado en la ciudad desde 1900, afirmaba: “No pregunte el lector cual
ha sido la acogida dispensada por el público a estos libros. En un ambiente
metalizado como el nuestro, esas especulaciones del espíritu se cotizan poco o
nada. Autores han habido que no han podido vender –¡óigase bien!–
diez libros. Y podemos afirmar, sin temor a ser desmentidos, que ninguno
alcanzó a cubrir con la venta el importe de la edición”.
Mientras sus producciones poéticas y prosísticas eran
publicadas eminentemente en las páginas de las revistas literarias o
ilustradas, los libros, de existir, eran editados en imprentas porteñas que
podían asumir los riesgos económicos de tales empresas. La inexistencia de un
mercado editorial constituido para los autores locales[16] fue
entonces la causa de que aquellos que pretendieran vivir de la escritura se
nuclearan en torno a la tarea periodística.
A pesar de que la literatura y el periodismo se
presentaban como actividades cada vez más diferenciadas a nivel de las
representaciones (Agesta, 2013a), no sucedía lo mismo cuando se trataba de
defender los intereses laborales de los trabajadores intelectuales. Al igual
que sucedía en Buenos Aires en torno a los grandes diarios (Rivera, 1998), la
labor del periodista comenzó a profesionalizarse y, por ende, a organizarse
nuevos espacios corporativos y de legitimación social que, como en el caso de
los gremios de obreros gráficos, precedieron en muchos años a las asociaciones
de escritores.[17] La
producción informativa fue adquiriendo un carácter industrial donde los
diferentes engranajes del sistema editorial cumplían funciones cada vez más
especializadas a cambio de un salario. La tarea de los periodistas comenzó a
percibirse como un trabajo que requería de condiciones laborales dignas y de
una remuneración adecuada.[18]
En concordancia con ello, durante las dos primeras
décadas del siglo fueron habituales los artículos que los diarios, periódicos y
revistas dedicaron a exaltar la misión de la prensa y a lamentar las
condiciones de vida de los periodistas. Los bajos salarios, los problemas de
salud provocados por el esfuerzo intelectual y, sobre todo, las urgencias a las
que los sometía la lógica comercial de los medios, constituyeron tópicos
frecuentes de la autorrepresentación discursiva que
construyeron estos escritores desde antes de 1900. Habría que esperar hasta
1919 para que estas protestas genéricas y circunstanciales se articularan en
incipientes demandas laborales que ese mismo año se concretarían en la primera
agrupación de autodenominado carácter “gremial”. Hasta entonces, la relativa
escasez de trabajadores que vivían del ejercicio profesional de la escritura en
la ciudad se sumó al principio paradójico de “desinterés” que atravesaba al
proceso de conformación del campo intelectual en distintas latitudes para
desalentar los intentos de nucleamiento profesional
(Bourdieu, 1995). Aún durante la década de 1920 ambos obstáculos persistieron
en el ambiente periodístico local confabulando contra la continuidad y el
alcance efectivo de estas organizaciones. Las páginas de la prensa obrera, a
pesar de su continua lucha por el reconocimiento de los derechos de los
trabajadores, estuvieron igualmente permeadas por estas contradicciones. Así,
en 1922 mientras el periódico socialista Nuevos Tiempos afirmaba
su desconfianza frente a la “prostitución mental y moral” de la “plumas
mercenarias” de los hombres “que utilizan como medio de vida la profesión
periodística”,[19] El Proletario reclamaba por la falta de conciencia de
clase del sector que le impedía unirse en pos de defender su estatuto
profesional.[20]
Lo cierto es que, a pesar de estas acusaciones y
pruritos, los periodistas bahienses habían ensayado ya por entonces varios
proyectos de asociación bajo la figura del “círculo” que, sin embargo,
fracasaron por su carácter interclasista, por la escasez numérica del sector
y/o por la creencia en el valor simbólico de las actividades intelectuales que
distinguían a los escritores de la prensa de sus pares obreros.
Las experiencias asociativas gremiales y corporativas
La primera asociación: del círculo al club social
Contradiciendo el clásico libro
de C. Galván Moreno (1944, p. 309), El periodismo
argentino, que sitúa la primera asociación bahiense de esta índole en
1938,[21] hacia
principios del siglo XX ya pueden encontrarse
experiencias pioneras en este sentido que equiparan los procesos locales con
los ocurridos en otras ciudades del país. En Buenos Aires, los intentos de
organización de los trabajadores de la prensa habían comenzado unos años antes
de 1890. En 1891 estas iniciativas se concretaron con la fundación del Círculo
de Cronistas presidido por José Varas que un lustro más tarde se convertiría en
el Círculo de Prensa. Los fines de la agrupación
eran principalmente mutualistas y estaban orientados a proteger los intereses
materiales, morales e intelectuales del gremio (Parcero,
2010). Con similares características se conformaron durante este periodo los
círculos de Rosario (1894, 1900, 1910, 1920), de la Provincia de Buenos Aires
(1908) y de los Territorios Nacionales (1917). En Bahía Blanca, las demandas
corporativas se canalizaron tempranamente dado que en 1904 se creó la primera
organización encargada de agrupar a los “obreros de la palabra” que, de acuerdo
con el modelo porteño, recibió el nombre de Círculo de la Prensa de Bahía
Blanca. A pesar de que sus funciones se orientaban principalmente a la defensa
de la libertad de expresión, sus estatutos contemplaban cierta protección mutual
que daba cuenta de la existencia de una incipiente identidad profesional.
La iniciativa surgió motivada por la visita de los
periodistas italianos Salvatore Eracleto y Ettore Cauli quienes, en calidad
de corresponsales viajeros de Il Corriere del Sud, Il Paese e Il Mattino, arribaron
a la ciudad en el mes de marzo de 1904. Tal como informó oportunamente La Nueva Provincia, el
propósito de ambos era conocer uno de los centros productivos y defensivos
estratégicos de la Argentina a fin de completar los apuntes que integrarían su
libro de próxima publicación América del Sud. Evolución
social. Colegas de reconocida trayectoria en el ambiente local, como
Enrique Julio, Juan Nicola (El Amigo Fritz), Salvador Dufaur
y Antonio Infante, recibieron y homenajearon a los recién llegados organizando,
entre otras cosas, una velada literario-musical benéfica que, más allá de la
impresión que hubiere causado sobre Eracleto y Cauli –quienes partieron poco después–, resultó
especialmente reveladora para los periodistas locales ya que, en palabras de El Comercio, “demostró la existencia de una fuerza útil y
eficiente, de una energía hasta ese día desconocida ó
desapercibida para muchos”: “la del gremio de los que en Bahía Blanca,
participan habitual ó accidentalmente de las tareas
del periodismo”.[22] Esta
conciencia de unidad en torno al trabajo periodístico y a la existencia de una
misión social, cultural y hasta económica compartida, fue el móvil inicial que
culminó en la constitución del Círculo de la Prensa.
A pesar de lo enunciado en la hoja de Joaquín Perelló y en los mismos estatutos del Círculo, la nómina de
sus fundadores[23] y de la
primera Comisión Directiva evidenciaban que la nueva entidad no incluía a todos
los que participaban de “las tareas del periodismo”, sino tan sólo a aquellos
que conducían las empresas periodísticas, se desempeñaban como colaboradores
habituales de la prensa local o actuaban como corresponsales de los grandes
diarios de Buenos Aires. En efecto, para el ejercicio de 1904 la junta
directiva estaba compuesta por Octavio Córdoba en calidad de presidente; el
corresponsal de La Prensa, Aquiles San Romerio Bianchi, como vicepresidente; Gaspar A. Hortado como tesorero; Marcelino P. Garaña
como periodista de El Comercio; en carácter de secretario-bibliotecario Enrique Julio,
director de La Nueva Provincia, y como vocales: Eduardo Bambill,
agente de La Nación, Luis J. Casterás
en representación de El Diario, Joaquín Perelló, director de El Comercio,
Andrés Cavallo del Diario del Comercio, Jesús C.
Carrera de El País, Francisco C. Cordero y Urquiza
de la Revista Comercial y Rodolfo Lazotti de la Patria degli Italiani.[24]A
diferencia de lo que iba a suceder en 1919, la mayoría de ellos –excepto Julio
y Cordero y Urquiza–, si bien ejercían el periodismo, no se definían
profesionalmente a partir de dicha práctica: Octavio Córdoba, por ejemplo,
abogado de formación, se desempeñaba como director de la Escuela Superior de
Comercio de la ciudad; San Romerio Bianchi había
llegado a Bahía Blanca como miembro de las guardias nacionales e integraba a
comienzos del siglo la Comandancia militar; Bambill
era abogado; Hortado, escribano, y Perelló maestro, los tres eran docentes de la mencionada
escuela. Lo cierto es que la comisión incluía en partes iguales a periodistas,
profesionales y demás miembros de la minoría ilustrada bahiense. Antes que una
delegación gremial, el Círculo representaba a los sectores letrados interesados
en el desarrollo y la protección de la cultura escrita y de sus principales
exponentes.
Difícilmente puede sostenerse, entonces, a partir de tal
composición, el carácter interclasista que la agrupación preconizaba en su
reglamento y que la presentaba como una asociación meramente profesional y de
mutuo socorro. Sus objetivos de fomentar y sostener la unión y los intereses
morales y materiales de quienes participaban en la actividad periodística, de
aunar voluntades en el apoyo de iniciativas benéficas para la región, y de
ejercer la protección mutua entre sus asociados parecían contradecir este
carácter. Sobre todo si consideramos que se preveía la
creación de una caja de socorros y subsidios para resguardar a sus miembros
ante posibles arbitrariedades y se contemplaban mecanismos para asistir a los
socios que se encontraran sin trabajo, asegurándoles así la continuidad en el
desempeño profesional (Estatutos y reglamentos,
1904). No obstante, al comparar los estatutos con los de su análogo porteño,
pueden descubrirse algunas diferencias que asimilaban la entidad bahiense a un
círculo social de elite más que a una sociedad de índole gremial. En primer
lugar, el organismo bonaerense excluía deliberadamente la instauración del
sistema de pensiones que su par de Buenos Aires preveía en el artículo 10 del Estatuto. A cambio de la pensión vitalicia que el Círculo
porteño ofrecía a los trabajadores inhabilitados para el trabajo y a sus viudas
e hijos en caso de fallecimiento, la agrupación local instituía un subsidio
temporario no mayor de tres pesos por día y una cuota única de 100 pesos para
las respectivas situaciones. En segundo término, esta institución establecía
mecanismos de admisión –el blackballing–
que provenían de la tradición de los clubes sociales ingleses y que se
practicaban ya en otras asociaciones exclusivas bahienses como el Club Argentino
(Marcilese y Tedesco, 2006,
pp. 29-30). Como señalan José Marcilese y Marcelo Tedesco a propósito de este último, el rechazo suponía un
descrédito social que afectaba la reputación del candidato. A los criterios
establecidos en el artículo 1 –ser miembro del periodismo, poseer reconocida
honorabilidad y ser presentado por dos integrantes del Círculo– se añadía,
entonces, la aceptación de la Comisión Directiva en su totalidad. Este
organismo consolidaba, de este modo, su posición interna dentro de la
institución y, por extensión, dentro del medio periodístico local al reservarse
el derecho de incluir y excluir a sus miembros según la voluntad de sus
representantes más conspicuos.
El perfil aristocrático de la asociación bahiense se
tornaba aún más evidente en la programación de sus actividades recreativas y
culturales. La biblioteca constituía, por supuesto, un elemento fundamental en
este sentido. En Buenos Aires como en Bahía Blanca, así como en la mayor parte
de los círculos de sociabilidad modernos, la lectura de la prensa o de
literatura constituyó un mecanismo de distinción sociocultural estrechamente
asociado al desarrollo de estos espacios de reunión (Agulhon,
2009). Sin embargo, junto a la inauguración de la biblioteca y del centro de
recreo, el Círculo de la Prensa bahiense proyectó
la instalación de una sala de gimnasia y esgrima que, a cargo del profesor
Carlos E. Gómez designado por la Comisión, se encontraba a disposición de los
socios y de los no socios que contaran con el acuerdo previo de dicha junta. La
esgrima constituía una práctica diferenciadora vinculada a la formación
cultural y estética de los “caballeros honorables” que componían las clases
altas en la Argentina (Gayol, 2008). La inauguración
de un espacio destinado a este deporte en el Círculo de la Prensa evidenciaba,
por lo tanto, la aspiración de refinamiento de sus integrantes y lo equiparaba
a otros espacios reconocidos de la sociabilidad distinguida como el Jockey Club
o el Club de Armas.[25] Prueba
de ello eran las notas que la prensa publicaba periódicamente dando cuenta de
los adelantos del alumnado así como las exhibiciones de espada, sable o florete
que el profesor y los estudiantes ponían en escena durante las funciones benéficas
teatrales organizadas por la institución.
Así como el hábito de la lectura y la destreza en el
manejo de las armas demostraban la distinción de los asociados, la
independencia política del Círculo, enunciada de modo explícito en el
reglamento, reproducía y reforzaba la escisión entre la alta sociabilidad y la
política que caracterizaba a la modernización de la sociabilidad en las
ciudades del país.[26] El
inmediato ofrecimiento de la presidencia honoraria a conservadores de distintas
banderías como Bartolomé Mitre, Estanislao Zeballos,
José Posse,[27] aun
cuando algunos de sus miembros más conspicuos –como Enrique Julio– eran
reconocidos militantes radicales, pretendía demostrar que los fines culturales
y solidarios de la agrupación se hallaban por encima de las luchas partidarias.
Leandro Losada (2006, pp. 547-572) sostiene, en este sentido, que la
construcción de una clase distinguida y “civilizada” en Buenos Aires entre 1880
y 1916 requirió del desplazamiento de la política como factor convocante de la
vida social. Los enfrentamientos partidarios y las tensiones políticas fueron
relegadas de la sociabilidad a fin de reforzar la cohesión de la elite y
consolidar el proceso civilizatorio a la par que la política se
profesionalizaba y se diversificaba la pertenencia social de sus protagonistas.
Esta convivencia entre principios modernos y pautas sociales tradicionales
situaba al Círculo en una posición intermedia entre la asociación profesional y
el club social, dando cuenta, entonces, de los rasgos particulares que adquiría
el proceso de modernización del campo periodístico en Bahía Blanca.
Efectivamente, así como el número de socios impedía sostener un sistema de pensiones
y un grupo de notables se reservaba el derecho de admisión y la toma de
decisiones dentro de la entidad, el carácter incipiente de la
profesionalización dificultaba la identificación de sus potenciales
integrantes. Antes que reunir a todos los que formaban parte del oficio, el
Círculo cumplía una función configuradora del mismo en tanto desde el Estatuto
se establecía que se consideraba “miembro del periodismo” a quien hubiera
ejercido la profesión por lo menos un año o se encontrara ejerciéndola en el
momento, fuera colaborador habitual en los diarios locales, con declaración
expresa de sus respectivas redacciones, desempeñara el cargo de corresponsal
efectivo de los principales diarios de la capital federal o ejerciera como
publicista (Estatutos y reglamentos, 1904, p. 6).
El hecho de que decidieran añadir estas aclaraciones a un
reglamento que había sido en su mayor parte copiado del Círculo porteño,
revelaba que los fundadores del organismo local percibían cierta
indeterminación en la definición de los “trabajadores de prensa” que
consideraban necesario esclarecer. La pertenencia quedaba reducida, de este
modo, al ejercicio de la escritura o a la vinculación con el mundo empresarial
del periodismo; los obreros gráficos y los demás agentes del proceso productivo
eran exceptuados de la membresía y conformaron sus propias asociaciones
profesionales, muchas veces en franco conflicto con los patrones que nucleaba
el Círculo.
La condición elitista de la institución era percibida
también por sus contemporáneos y fue, en gran medida, la causa de su
disolución. Su función de defensa del periodismo quedó desplazada en favor de
las actividades sociales y de la agenda política y cultural del momento. La
labor del Círculo se reducía, de hecho, a la organización de fiestas y
espectáculos teatrales y al patrocinio de causas, como la creación del Colegio
Nacional en 1906 (González Coll et al., 1981) y de
los Tribunales Costa Sud en 1905, que involUCRaban a
sus miembros aunque poco tuvieran que ver con los
intereses periodísticos específicos. Únicamente ante la detención del
vicepresidente de la institución y corresponsal de La
Prensa Aquiles San Romerio Bianchi por parte
del comisario Hilario R. Soiza durante una función en
el Teatro Politeama, el organismo decidió accionar
denunciando ante las autoridades provinciales y el Círculo de la Prensa de
Buenos Aires el acontecimiento que había provocado “dolorosa indignación en el
seno de nuestra sociabilidad” y destacando la “actitud moderada y caballeresca”
del afectado.[28] Dado
que en ningún momento, ni en las cartas ni en la prensa, se especificaron las
causas que habían motivado el arresto, y considerando que San Romerio Bianchi se desempeñaba como corresponsal de un
periódico porteño pero no dirigía ya ningún medio de prensa local, podemos
suponer que el conflicto se desencadenó por motivos personales o, inclusive,
políticos[29] que no
afectaban directamente el derecho de libertad de prensa. Por otra parte, los
términos en que se formularon las notas remitían más a una reivindicación del
honor frente a la ofensa social que a valores propiamente periodísticos y
modernos como la libre expresión.
Finalmente, en 1908 un nuevo incidente puso en evidencia
la naturaleza de la institución precipitando su disolución. En efecto, la
actitud asumida por el Círculo en apoyo del juez Bambill
contra Adam Giménez, director del periódico socialista Hoja
del Pueblo, generó la oposición de parte del periodismo local. Así lo
expresó Hoja del Pueblo cuya
opinión, aunque condicionada por su participación en la situación, condensaba
la de muchos de sus colegas:
El Círculo de la Prensa, fundado hace algunos años por
periodistas de valer, fue creado á los fines de
prestar solidaridad á los del gremio.
El
alto espíritu solidario desarrollado poderosamente en otras épocas á ido poco á poco, desapareciendo hasta el punto de verse aquella
grandiosa institución reducida á un vulgar centro recreativo. […]
El
círculo, con su actitud, pone á los periodistas de la
república en la picota, amordaza á la prensa y da
margen para que cualquier funcionario atacado lleve ante la justicia á periodistas, más aún, silencia una enormidad judicial
pronta á repetirse. […] En síntesis. El círculo
permite que se fusile á un inocente para luego
protestarla. Bien, muy bien piensan algunos periodistas bonaerenses ¿verdad?[30]
El episodio suscitó el enfrentamiento entre los medios de
la localidad en tanto un grupo de periodistas bahienses decidió dirigirse al
Círculo porteño para informarle sobre lo ocurrido y solicitar su intervención
en el conflicto.[31] La Revista Comercial –dirigida por Ricardo Ducós– manifestó entonces su disconformidad respecto de
esta apelación diciendo que “la solidaridad [entre los miembros del periodismo]
no obliga á una intervención continua que llegue á abarcar todos los casos, porque si así fuera importaría
un tutelaje imposible para la existencia individual”.[32] Ducós, ligado al gobierno comunal del Comité Popular,[33] no dudó
en apoyar el accionar del juez Bambill y del
comisario Félix Lavié, responsable de la denuncia de
injurias que había originado el proceso contra Giménez. Hoja
del Pueblo, por el contrario, se fundó en su origen socialista para,
sustentado en los principios de libertad de prensa y solidaridad gremial,
encabezar el reclamo en favor de su director.
El ensayo “gremial”
Más allá de los intereses
particulares, lo cierto es que este incidente catalizó la disconformidad de
parte de los trabajadores del periodismo para con la entidad. En efecto, entre
1908 y 1919 no encontramos ninguna otra mención al Círculo ni en la prensa ni
en las guías comerciales, lo cual nos permite conjeturar que, luego de lo
sucedido, el desprestigio de la entidad y su falta de representatividad llevó a
su definitiva desaparición. En 1919, sin embargo, un segundo intento de
institucionalización tuvo lugar cuando el personal de redacción de los diarios
locales reunido en la sede del periódico de los empleados de comercio, Evolución, decidió organizar “una sociedad de
periodistas, tendentes a velar por los intereses del gremio y, a dignificar la
profesión”.[34] Ricardo
Redondo como presidente, Pedro Pitiot Álvarez como
secretario. Eladio Andino Ortiz y Oscar Fuentes Urios
conformaron entonces una comisión provisoria encargada de convocar una asamblea
y constituir definitivamente la asociación mediante la redacción de sus
estatutos. Todos ellos, a diferencia de los que habían actuado en 1904, se
definían eminentemente como periodistas y, al menos en el caso de Pitiot y Fuentes Urios, contaban
con experiencias gremiales previas en su España natal vinculadas a la
militancia en las filas republicanas.[35] Así,
convocado por estos hombres, el 8 de junio de 1919, en la Secretaría de la Liga
del Sud, se creó el Círculo de Periodistas de Bahía Blanca
con la asistencia de los miembros de la mencionada comisión a los que se
sumaron Alberto Pidemunt, José Cimadamore,
Francisco Loge, Manuel Cobián, Samuel Morales y José Posso Ardizzi.[36] Si bien
el término “círculo” parecía seguir remitiendo a una entidad de perfil
eminentemente social, ciertas modificaciones enfatizaban su carácter gremial
distanciándolo de su antecesor. Ya no se hablaba de “la prensa” en un sentido
genérico que acentuaba su misión moral y cultural en la sociedad; por el
contrario, su nombre aludía a los trabajadores mismos, a los “periodistas”
cuyos derechos pretendían defender. La utilización de otros términos como
“clase” y “gremio”, ausentes en el reglamento del Círculo de la Prensa de 1904, denotaban la creciente conciencia corporativa.
Aunque, al igual que antes, los estatutos proclamaban la independencia política
y religiosa, la definición de los asociados y las principales finalidades de la
agrupación se diferenciaban sustancialmente de las anteriores:
Artículo 1°- Bajo la denominación: “Círculo de
Periodistas de Bahía Blanca”, queda constituida en esta ciudad una entidad,
cuyos propósitos se especifican en los subsiguientes apartes:
a)
Procurar las más francas relaciones entre aquellos que ejercen el periodismo
como profesión y los empleados de las administraciones de los diarios.
b) Propender al mejoramiento moral y material de la clase.
c)
Velar por la moralidad del gremio.
d)
Establecer la ayuda mutua para lo cual se
arbitrarán recursos de la forma que la comisión directiva crea conveniente. En
caso de enfermedad de un asociado (a excepción de las llamadas secretas), se le
facilitará asistencia médica y medicamentos y si falleciese, se abonarán los
gastos de sepelio. Además, se le entregará a la viuda una asamblea general, al
año de constituida la sociedad, en cuya fecha empezará a regir la ayuda mutua.
Si el fallecido no dejara viuda, pero si padres e hijos de corta edad, que
careciesen unos y otros de medios para su sostenimiento, les será entregado el
socorro.
Los socios
Art. 2°- Habrá tres clases de socios; efectivos,
honorarios y protectores. Podrán ser socios efectivos
todos los periodistas en activo y los que temporariamente dejen de estarlo,
quedando al criterio de la asamblea la clasificación de estos últimos;
los segundos aquellos que por su cultura y
merecimientos, sean designados en reunión general y los terceros los que
quieran contribuir al sostenimiento de la sociedad.
Art. 3°- No podrán pertenecer en
carácter de socios activos, al “Círculo de Periodistas de Bahía Blanca”, los
directores de diario, que a la vez sean propietarios o copropietarios del mismo.[37]
Como se indica en el artículo 2, para pertenecer al
círculo se requería de cierta continuidad en la profesión ya que sólo se
contemplaba una suspensión temporaria de la actividad. De esta manera, el
reglamento resultaba mucho más restrictivo que el de 1904, donde únicamente se
exigía haber ejercido el periodismo durante un año y se incluían otras figuras
como los corresponsales y los publicistas. La existencia de un grupo
reconocible y relativamente estable de “trabajadores de la pluma”, ya en franco
proceso de profesionalización, posibilitaba el surgimiento de esta entidad y el
sostenimiento de un sistema de ayuda mutua (art. 1, inc. d). Por otra parte, la
asociación adquiría cierto carácter clasista al excluir explícitamente a los
propietarios de los diarios y al enunciar entre sus objetivos la lucha por las
condiciones materiales de sus miembros. Este perfil, ausente en los proyectos
anteriores –incluso posteriores–, hasta la formación de la filial local del
Sindicato Argentino de Prensa, suponía reconocer a los periodistas como obreros
insertos en empresas comerciales. La agrupación recibió primeramente el apoyo
de varios periodistas locales entre los que se encontraron, además de los antes
mencionados, Ismael López Camelo, Domingo Solano, José Franzetti,
Francisco Pablo de Salvo y Blas Fanelli.
La propuesta no se presentaba de manera aislada sino que lo hacía en consonancia con otros puntos
del país. Como señala James Cane (2007, pp. 32-33),
ese mismo año en Buenos Aires Octavio Palazzolo y
José Gabriel de La Prensa intentaron
infructuosamente formar un sindicato de periodistas cuestionando las nociones
románticas del periodismo vigentes hasta entonces.[38] En
efecto, el ejemplo porteño había sido destacado por la prensa bahiense que, a
pesar de reconocer las limitaciones a las que se hallaba sometido el sector en
el interior del país, consideraba necesario la formación en la ciudad de
instituciones análogas autónomas o dependientes de la central que fortalecieran
la solidaridad profesional y garantizaran el futuro de los trabajadores: “El
ejemplo de los periodistas porteños debiera ser imitado en el resto del país.
[…] En Bahía Blanca, como en muchas otras ciudades del país, si el exiguo número de periodistas no permite formar entidades
autónomas, se puede por lo menos formar secciones dependientes de la
Asociación que se cree en la capital, adhiriéndose como allí a los gráficos
locales.”[39]
Tal como había previsto El Censor
y al igual que en la capital, aunque de manera menos conflictiva, en Bahía
Blanca la tentativa no prosperó ya que, a pesar de su aparente éxito inicial,
la falta de apoyo de la sociedad local, el reducido número[40] y el
escaso compromiso de algunos de sus integrantes implicaron, finalmente, su
desaparición. A medida que se suceden las páginas de libro de actas se percibe
una disminución de la asistencia de la misma Comisión directiva a las reuniones
acordadas: de los cinco miembros originales, cuatro asistieron al encuentro del
27 de junio, dos al del 4 de agosto y tres al del 18 de octubre. Para entonces,
Ricardo Redondo había manifestado su voluntad de retirarse del Círculo y del
periodismo y Pidemunt, el tesorero, había trasladado
su residencia a Coronel Pringles, debiendo también
abandonar su cargo. Si bien los integrantes restantes decidieron convocar para
la presidencia al reconocido periodista y docente Julio García Hugony y flexibilizar las condiciones de admisión a fin de
aceptar como socios a los colegas que no estuvieran en activo y a los
corresponsales de los diarios de Buenos Aires, la ausencia de un interés
genuino por contar con una organización de este tipo en Bahía Blanca terminó
con su existencia.[41] La
breve vida del Círculo daba cuenta de algunos de los obstáculos que encontró el
periodismo bahiense en su proceso de agremiación: la excesiva movilidad
espacial de los agentes culturales que conspiraba contra la continuidad de los
proyectos y la escasez de periodistas profesionales que, sin ser empresarios de
la prensa, pudieran asumir la defensa de sus derechos.
La vuelta al Círculo bajo la tutela platense
En 1904 el Círculo había tomado
como modelo y referencia a su par porteño cuyo reconocimiento oficial de parte
del Círculo de Buenos Aires se había apresurado a solicitar (art. 32,
inc. p) y había establecido de inmediato vínculos con figuras del
periodismo de alcance nacional como Bartolomé Mitre, José Posse
y Estanislao Zeballos, invitándolos a integrarse a la
entidad en calidad de miembros honorarios. Inclusive, ante circunstancias
conflictivas era al Círculo de Buenos Aires al que
se recurría en busca de mediación o de legitimación de una de las partes.[42] En 1919
fue igualmente el nuevo sindicato capitalino el ejemplo recogido por los
periodistas locales. Hacia 1921, sin embargo, esta situación varió como
consecuencia de la conformación del Círculo de Periodistas de la Provincia de
Buenos Aires, en 1908, cuya jurisdicción se
extendía sobre la ciudad. La Plata, antigua rival de Bahía Blanca, adquiría
entonces injerencia directa sobre los asuntos locales.[43]
Fue así como, en 1921, frente a un incidente que enfrentó
a la policía bahiense con el diario El Atlántico,
los periodistas locales se dirigieron a la institución de La Plata solicitando
su intervención mediante el envío de una comisión formada por los señores
Rodolfo César, Rodolfo Almada y Ubaldo López Cristóbal, en defensa de la
libertad de expresión. Una vez cumplida su tarea, los delegados platenses
propusieron a sus colegas locales la creación de una filial del Círculo de
Periodistas. La idea encontró una buena acogida por
parte de los intelectuales bahienses que inmediatamente se reunieron en la
Biblioteca Bernardino Rivadavia para constituir una
comisión directiva y redactar los estatutos correspondientes. En palabras del
diario El Siglo, se dieron cita en la biblioteca
“todos los directores de diarios y la mayor parte de los redactores y réporters, como así mismo varios caballeros que hacen
periodismo de vacaciones”.[44] La
composición de la asistencia revelaba, por un lado, la heterogeneidad del mundo
periodístico de la época que reunía a profesionales y aficionados de la
escritura y, por el otro, la naturaleza más ecléctica de la organización
respecto de su predecesora. A diferencia de ella, los directores de los medios participaron
en su totalidad de la nueva institución tal como quedó evidenciado ya en la
comisión designada para estudiar los estatutos en la que se encontraban Enrique
Julio de La Nueva Provincia, Edmundo Calcagno de El Atlántico,
Eusebio Heredero Clar de El
Orden, Federico Wortelboer de El Censor, Antonio Infante de El
Siglo, Carlos Verzura en representación de los
corresponsales y Rogelio Estévez Cambra como
colaborador no enrolado administrativamente en las redacciones. Si bien una vez
que los periodistas platenses hubieron partido no se encuentran muchas
menciones a la filial local –excepto en las coyunturas que involUCRaban
a sus miembros–, consideramos que su importancia radicó fundamentalmente en la
dimensión regional del proyecto que pretendía unificar al periodismo de la
provincia de Buenos Aires bajo la dirección de la asociación platense. De esta
manera, y a pesar de los reclamos contra el gobierno provincial por el descuido
en que tenía a la “Liverpool Argentina”, como se denominaba a Bahía Blanca, los
periodistas locales se reconocían como parte subordinada, aunque imprescindible
de la central capitalina.
Un último intento de nucleamiento
bajo la figura del Círculo se realizó, como indica Galván Moreno, en 1938 y
recibió por nombre el de Círculo de la Prensa del Sur (Marcilese,
2013, pp. 191-223). Como lo sugería su denominación, una de las principales
diferencias que lo distinguían de sus predecesores era su extensión
territorial, dado que pretendía reunir en una única entidad la representación de
los periodistas de la jurisdicción de los tribunales de Costa Sur, Territorios
Nacionales, Pampa Central, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del
Fuego. Como en los casos anteriores –excepto en 1919– su carácter era
fundamentalmente ecléctico y su masa societaria se componía tanto de
propietarios y personal jerárquico como de periodistas y empleados de la
prensa. No obstante ello, José Marcilese
señala que hacia mediados de la década de los cuarenta y en consonancia con el
Estatuto del Periodista aprobado en 1944 (decreto-ley 7618/46) y la Ley 12.908
que lo ratificó en 1946, dicha composición se fue inclinando paulatinamente en
favor de los trabajadores y la institución adquirió así un perfil sindical más
marcado que se acentuaría en los años posteriores. Finalmente, y como
consecuencia de sus transformaciones, la organización se desarticuló y parte de
sus asociados se incorporaron al Sindicato de Prensa del Sur fundado en 1951
como filial local del Sindicato Argentino de Prensa (López Pascual, 2012).
Si bien es cierto que las experiencias de los años
treinta y cuarenta escapan a nuestro marco temporal, resulta interesante
destacar que habría que esperar aún varias décadas para que se conformaran
asociaciones profesionales duraderas que representaran a los trabajadores del
periodismo y sus intereses gremiales. En los primeros 30 años del siglo XX en Bahía Blanca, al
igual que en otros lugares del país, la proliferación de medios periodísticos y
la relativa autonomización de la escritura impulsaron
la constitución de agrupaciones profesionales que congregaran y protegieran a
los periodistas. Ahora bien, ¿cómo explicar el sucesivo fracaso de todas ellas?
Ciudades de desarrollo acelerado como la que nos ocupa sufrieron también
procesos análogos. Vale citar al respecto el caso de Rosario donde, hasta su
definitiva conformación en 1920, varios círculos de la prensa surgieron para
desaparecer inmediatamente.
Podemos aventurar que el rápido crecimiento económico,
demográfico y cultural de la localidad suponía también una modernización de las
formas asociativas y de organización. Siguiendo el modelo de las grandes urbes,
los periodistas bahienses se agruparon entonces en sociedades profesionales que
les otorgaban identidad y visibilidad institucional legitimando su existencia y
su intervención corporativa en los asuntos locales. Esta voluntad asociativa se
fundaba, asimismo, sobre la propia experiencia profesional y política que
muchos de estos periodistas traían de sus naciones de origen. Sin embargo, la autonomización de la escritura en Bahía Blanca era aun
sumamente incompleta y operaba más a nivel de las representaciones que de las
prácticas: muy pocos periodistas o escritores hacían de esta su actividad
principal. Excepto para los propietarios de las empresas periodísticas más
importantes, la colaboración en los medios de prensa era una tarea
complementaria de sus ocupaciones rentadas. De esta manera, se producía una
tensión entre cierta concepción aristocrática de la escritura y una industria
gráfica en plena modernización tecnológica y económica.
Intervenciones, opiniones y omisiones
Además de evidenciarse en las
dificultades que experimentaron las asociaciones bahienses de periodistas,
estas contradicciones atravesaron también los debates en torno a la profesión y
a la misión de la prensa. El diferente peso relativo que dichos temas tuvieron
en las hojas periódicas dio cuenta de una agenda desigual de preocupaciones que
priorizaba problemáticas de orden general y principista frente a otras de
carácter gremial o laboral. En este sentido, resulta interesante recuperar la
recepción que tuvieron en la localidad acontecimientos como la organización del
primer Congreso de la Prensa Argentina, realizado en Buenos Aires en 1901, y
los proyectos legislativos relativos a la propiedad intelectual, la jubilación
de los periodistas y su estatuto profesional frente a la amplia cobertura
brindada a otro tipo de problemáticas asociadas a la violación de la libertad
de imprenta.
El Primer Congreso de la Prensa Argentina se realizó por
iniciativa del Círculo de la Prensa porteño y tuvo como asunto principal, a
decir de Juan Rómulo Fernández (1943), la misión del periodismo. El programa, redactado por la Comisión directiva del
Círculo y publicado en los diarios bahienses, no se limitaba, sin embargo, a
cuestiones morales y abstractas sino que incluía igualmente tópicos referidos a
las relaciones del periodista con las autoridades, instituciones y “cuerpos
morales”, los vínculos entre las empresas de diarios y los periodistas, la
propiedad literaria, las instituciones protectoras y cooperativas entre
periodistas, las tarifas de transporte, correos y telégrafos junto con otros
centrados en la definición de la profesión y el trabajo de mujeres y niños en
el sector.[45] Aun
así, y a pesar de que el evento se organizó en tres secciones dedicadas
respectivamente a “Cuestiones morales y legislativas”, “Cuestiones económicas y
sociales” y “Cuestiones profesionales”,[46] López
Cepeda no dudó en afirmar, con motivo de la realización del congreso de
periodistas de 1938, que se había tratado de
una expresión de las patronales periodísticas de la época
en la que se estudiaron cosas relativas a las mismas, generalidades sobre
prácticas y ética de la prensa, aspiraciones inconcretas, para resultar
puramente accidentales y sin mayor fortuna los problemas de genuino interés
gremial, algunos de los cuales, al ser insinuados, produjeron verdadero revuelo
y llegaron a concretarse muy atenuadamente.[47] (Gaceta de la Federación Argentina de Prensa, 1970, p. 12,
citada en Parcero, 2010, p. 24).
Más allá de las razones coyunturales que le dieron
origen, esta interpretación parece reafirmarse a partir de la confrontación con
las fuentes locales. Los diarios La Nueva Provincia y
El Porteño –los más destacados en el ámbito
bahiense– decidieron responder a la convocatoria de la Comisión Directiva y
hacer acto de presencia en el Congreso mediante la designación de delegados
escogidos de entre los miembros de la prensa y del círculo de Buenos Aires.[48] Tanto
la hoja de Enrique Julio como El Heraldo de Adam
Giménez y en menor medida El Porteño de Mariano Reynal, brindaron una vasta cobertura al acontecimiento,
enfatizando, en todos los casos, el tratamiento de cuestiones referidas a la
libertad de expresión, la moralidad de la noticia y la confraternidad entre
periodistas que contribuían a consolidar “el orden y la civilización”
nacionales.[49] A pesar
de esta coincidencia, algunos matices diferenciaron el discurso de los tres
periódicos. Así, La Nueva Provincia, responsable de
introducir los principios de la prensa moderna e independiente en la ciudad (Llull, 2005), recalcó la dimensión ética del periodismo
–“el más grave problema del diarismo contemporáneo”– al transcribir de forma
completa –en ediciones sucesivas– el libro de Alejandro Ghigliani
La moralidad de la noticia, presentado
en el marco del Congreso, pero también, y sobre todo, se preocupó por dejar en
claro su lugar en el concierto de la prensa argentina como representante del
sur del país.[50] El Heraldo, por su parte, rescató de los
debates aquellas problemáticas relativas a la práctica del periodismo en las
provincias y a la restricción de la libertad de imprenta que lo atañían
especialmente, ya que durante el mes de junio, ofendido por las críticas
vertidas en las páginas del periódico, el comisario Ibarra había encarcelado a
su director Adam Giménez sin siquiera someterlo a un proceso judicial. El Porteño, finalmente, se limitó a señalar resoluciones
puntuales como la de supresión de los avisos de duelos y suicidios en los
diarios y la creación de una escuela de periodistas. En ningún caso las
cuestiones laborales enunciadas en el temario ocuparon la atención de los
medios bahienses. Las dificultades a las que se veían sometidos ellos mismos
como consecuencia de la censura –la persecución policial y las presiones de las
facciones políticas– orientaron la selección de los asuntos a comentar al igual
que la inexistencia de un cuerpo de periodistas profesionales[51] de
relevancia socavó el interés por tales tópicos. La realización del Congreso
era, por lo tanto, valorada como instancia de reflexión y de unión de quienes
se consideraban abanderados del progreso y, en este sentido, las publicaciones
bahienses procuraron hallarse representadas, aunque más no fuera por delegados
no locales.
En este marco, y no obstante el tiempo transcurrido, es
que puede comprenderse la escasa atención que prestaron los impresos a los
diversos proyectos de ley dirigidos a proteger los derechos intelectuales y
laborales de los periodistas que fueron presentados ante la Cámara de Diputados
de la nación durante las décadas de 1910 y 1920. La necesidad de un sistema
jurídico de defensa de la propiedad intelectual en la Argentina se manifestó
desde comienzos del siglo XX y se concretó luego
de la visita de Georges Clemenceau, en 1910, con la
sanción de la Ley 7092 y sus posteriores ampliaciones y modificaciones. Hasta
entonces los conflictos vinculados a la autoría se habían resuelto mediante la
apelación al Código Civil y del artículo 17 de la Constitución nacional. La
nueva legislación, si bien establecía la facultad del autor de disponer de su
obra y de iniciar acciones civiles por daños y perjuicios a quienes la
reprodujeran sin su consentimiento (Ley 7092, 1910, art. 3 y 9), no preveía
sanciones penales para sus potenciales violaciones, razón por la cual su
aplicación no solucionó los problemas de plagio, de traducción y de uso no
autorizado que continuaban denunciándose con frecuencia.
En Bahía Blanca, de hecho, las acusaciones en este
sentido afectaron fundamentalmente a las empresas teatrales y también, en menor
medida, a la impresión de obras literarias. La prensa local, sin embargo, no
prestó especial consideración a este asunto y se limitó a publicar unos pocos
artículos de carácter general en 1910 y 1922 y una breve nota informativa en
1926, cuando el diputado nacional Leopoldo Bard
presentó su proyecto de reforma de la legislación vigente. No sorprende que en
el año del centenario de la Revolución de Mayo haya sido, una vez más, el
periódico socialista Hoja del Pueblo quien asumiera
la representación de la protección del trabajo intelectual. Con motivo de una
editorial aparecida en el diario porteño La Prensa,
el periódico bahiense expresó mediante una réplica enérgica la necesidad de
proteger los “productos del ingenio” como parte de un programa de fomento del
“progreso científico y literario” de la nación. Así, su reclamo focalizaba
sobre lo imperioso de desarrollar una suerte de proteccionismo intelectual que
favoreciera lo argentino frente a lo importado:
Si la nación argentina está ávida de producciones científicas
y artísticas europeas, que las utilice; pero que las pague: de esta manera se
encarecerá lo extranjero y se establecerá el estímulo para la producción
nacional. […] Aquí donde no se cultivan las letras, la propiedad literaria dará
valor á la producción nacional; así como los derechos
de importación es quien permite que se fabrique y expenda á
buen precio el azúcar argentino.
En
lo que toca al teatro ya se palpan los resultados de esa protección al robo.
Las empresas teatrales toman lo extranjero que no les obliga a ningún pago de derecho de autor y solo en casos excepcionales lleva á escena obras nacionales hay para ellos una conveniencia
que se traduce en una deserción total por parte de nuestros escritores
reducidos á cero por la competencia de lo escrito en
otros países…[52]
A pesar de que más adelante se mencionaba el derecho de
los hombres a “vivir de su trabajo”, lo cierto es que el artículo no enfatizaba
la dimensión laboral de la cuestión sino que se
enfocaba sobre la creación de las condiciones de posibilidad para el desarrollo
de una “industria” literaria nacional equiparable a otras, como la del azúcar.
Subsidiariamente, la fundamentación recurría de nuevo a argumentos de índole
moral que se sostenían sobre la demanda de jerarquización y de reconocimiento
de la dignidad de la labor intelectual.
La nota publicada por El Atlántico en
1922 –en respuesta, en este caso, a La Nación–,
aunque también pretendía legitimar el trabajo de los “intelectuales” y la poca
consideración que les prodigaba la sociedad bahiense, se inscribía en la
tradición de un discurso romántico que, desde fines del siglo anterior,
denunciaba en las páginas de los periódicos y revistas el “materialismo” local
y la incomprensión endémica que afectaba la relación de los artistas con su
público. La falta de una remuneración justa era presentada aquí no como un
derecho laboral vulnerado sino como un mal intrínseco a la misión intelectual,
desactivando, de este modo, todo proyecto transformador con carices gremiales.
La aprobación de la Ley de jubilaciones 11289 y sus
repercusiones sobre los periodistas y los gráficos tuvo, a diferencia de la
anterior, una considerable resonancia en los medios locales. Si bien tanto la
prensa comercial –El Atlántico, El Siglo y La Nueva Provincia– como la socialista –Nuevos Tiempos–, se interesaron en las implicancias de la
nueva legislación, su actitud frente a la extensión de los beneficios
jubilatorios a los obreros del periodismo fue sustancialmente diversa. Mientras
parte de la primera señaló la importancia del reconocimiento profesional que
suponía el artículo 1 de la norma al establecer la creación de una caja de
previsión social específica para el sector, la segunda adhirió al discurso de
Juan B. Justo y denunció que “es una ley de favor y corrupción en la que ha
tenido mucha arte el gremio de los periodistas de gran influencia en las
esferas gubernativas”.[53] Justo
proponía una aplicación parcial que incorporara sólo a los “trabajadores que no
pueden ganarse el sustento en su vejez y tienen que recurrir a la caridad
pública”. Los periodistas, por el carácter intelectual de su labor y por sus
vínculos con el poder, eran así implícitamente distinguidos de los obreros
manuales y se cuestionaba su inclusión en las categorías definidas por la
legislación.
Distinta fue la posición asumida por los demás diarios:
mientras, sin ocuparse en demasía de lo relativo al periodismo, El Siglo asumía la protección de las ganancias y la
“libertad de contratación” de las patronales y La Nueva
Provincia se centraba en las polémicas referidas a la aplicabilidad y la
constitucionalidad de la ley, El Atlántico le
dedicaba varios artículos a la jubilación de los periodistas y a la actitud
asumida por el Círculo de la Prensa. Con la ley quedaban “satisfechas, en la
parte, las aspiraciones legítimas” de los trabajadores de la prensa para
quienes la jubilación “no era una concesión graciosa del estado, sino el
reconocimiento expreso de los deberes del cuerpo social para los individuos
que, cumplida la labor activa, llegan por el desgaste orgánico, a un periodo en
que no les es posible continuar cooperando como factores positivos, en la lucha
por el mejoramiento común”.[54]
Así, resulta comprensible que, en oposición a la huelga
general que las agrupaciones obreras declararon en protesta contra la
implementación de la norma, los círculos de la prensa porteño, platense y local
manifestaran rápidamente su adhesión y se aprestaran a encabezar el registro de
periodistas para ofrecerlo a la Caja de Previsiones. También se explica el
interés sostenido de El Atlántico por las nuevas
disposiciones legales si tenemos en cuenta que, para ese momento, en sus filas
se encontraban periodistas como Aurelio Arturo Oliveros, Francisco Rosito y Pedro Pitiot, que hacían
de la escritura su medio de vida, que habían intervenido activamente –en el
caso de los dos últimos– en la conformación del Círculo de 1919 y que se
sumaron en 1924 al Círculo de periodistas en funciones.
Las opiniones vertidas a propósito del conflicto
jubilatorio permiten entender también los posicionamientos y las omisiones
referidas al anteproyecto de estatuto profesional presentado por el diputado
radical personalista[55] Víctor
Juan Guillot en 1926. A decir de Daniel Parcero, a pesar de que no llegó a ser sancionado, el texto
del legislador entrerriano ya contenía los puntos fundamentales de la
reglamentación que sería finalmente aprobada en 1944, dado que proponía un
régimen de protección legal por el cual se establecían sueldos mínimos para los
periodistas y se les otorgaba estabilidad laboral regulando las causas y las
condiciones de los despidos. Es elocuente que en Bahía Blanca el proyecto de Guillot no suscitara más comentarios que los de su
correligionaria, La Nueva Provincia; los otros
medios guardaron un significativo silencio, aun cuando la transcripción
periódica de las sesiones de la Cámara de Diputados de la nación en sus páginas
permite conjeturar que estaban al tanto del acontecer parlamentario. En este
sentido, puede inferirse que la posición crítica de El
Siglo y El Atlántico respecto del accionar
del radicalismo yrigoyenista durante los últimos
comicios (Llull, 2005) y la franca oposición de Nuevos Tiempos como representante del socialismo,
impidieron que se ocuparan seriamente del estatuto, llevándolos a privilegiar,
por el contrario, el tratamiento de los conflictos entre los miembros de la
Cámara y la postergación de los inicios del año legislativo. La Nueva Provincia, en cambio, transcribió los términos
del anteproyecto y expresó de forma explícita su apoyo a través de un artículo
en que se resaltaba el “alto espíritu de justicia y de solidaridad social” que
animaba al autor.[56]Recurriendo
a los tradicionales argumentos que sostenían el carácter laboral de las tareas
intelectuales, agregaba que la nueva ley favorecería también a las empresas
informativas ya que “no sólo mejorará la situación económica de los
periodistas, sino que favorecerá el cumplimiento de un proceso selectivo en el
seno de este importante gremio”.[57]
Como hemos visto hasta aquí, los obstáculos que
impidieron la formación de una organización gremial representativa de los
periodistas y escritores se hicieron evidentes en la limitada atención que se
prestó durante el periodo a los avances y propuestas legislativas destinados a
proteger y reglamentar el ejercicio profesional de la labor intelectual. La
preeminencia de una visión romántica que concebía el periodismo como una
“misión” y al escritor como un mártir del pensamiento, y las dimensiones
reducidas del mercado que restringían su autonomía laboral, confabularon contra
la estabilidad de las entidades y atenuaron el interés por la defensa de los
derechos corporativos. Si bien la cobertura que los debates al respecto
tuvieron en los medios dependió en gran medida de la composición del staff periodístico o de la filiación
ideológico-partidaria de cada uno de ellos, lo cierto es que, en la mayoría de
los casos, la atención que les prestaron fue sumamente reducida –cuando no
inexistente– en comparación con el interés suscitado por temáticas más
abstractas o principistas.
La preocupación por la libertad de expresión y el
“apostolado” de la prensa fue, de hecho, permanente y puede rastrearse desde
fines del siglo XIX y hasta la última etapa de
nuestro periodo. En 1926, por ejemplo, mientras Guillot
presentaba su proyecto en la Cámara baja, el incendio de la redacción de un
periódico de General Villegas (provincia de Buenos Aires), supuestamente
iniciado por la policía, suscitó la indignación de El
Atlántico y de Nuevos Tiempos. Lejos de ser
un caso aislado, todos los años se recogían en la prensa bahiense violaciones
análogas a este derecho constitucional perpetradas, por lo general, en el
interior del país, en localidades como Santa Rosa, Azul, Chajarí,
entre muchas otras. Este problema, antes que los relativos a la condición
laboral de los periodistas, constituía el eje de las preocupaciones en el
territorio de las provincias donde las autoridades políticas y policiales
continuaban ejerciendo la censura, incluso violenta, sobre los medios de prensa
opositores. El proyecto de regulación de la libertad de imprenta presentado por
el diputado Tomás Jofré a la Cámara legislativa
bonaerense que provocó la protesta generalizada de los diarios y periódicos
locales, constituyó una evidencia indiscutible del alcance y de la pervivencia
de estas prácticas en el espacio provincial.[58] Con
motivo de los “excesos de ciertos diarios de la campaña”,[59] Jofré proponía reglamentar los delitos de calumnias,
injurias y ofensas a la moralidad pública estableciendo condenas que incluían
desde multas hasta penas de prisión. A diferencia de lo sucedido a propósito de
los proyectos mencionados en párrafos anteriores, la reprobación de la
propuesta fue general en el periodismo local y provincial y en sus respectivos
círculos: las opiniones referidas al respeto de los principios del liberalismo
en materia intelectual no variaban en función de las posiciones políticas y su
transgresión bastaba para movilizar conjuntamente al sector.
Conclusiones
Analizar el proceso de
profesionalización de la escritura, y en especial del periodismo, en Bahía
Blanca a principios de siglo, supone reconsiderar las temporalidades a la luz
de la especificidad de la dimensión local y de las particularidades que
distinguían a una ciudad intermedia y en crecimiento de las grandes urbes
nacionales e internacionales. Lo que Ramos definió para el caso latinoamericano
como una modernización desigual, adquirió nuevos sentidos en regiones alejadas
de la capital donde la posibilidad de sustentarse económicamente por parte de
los productores intelectuales disminuía frente a un mercado editorial débil y
un público escaso. En otras ocasiones, hemos explorado los modos en que se fue
construyendo la imagen del intelectual como colectivo y los mecanismos
representacionales de diferenciación interna entre poetas y periodistas. En el
presente artículo examinamos de qué manera la emergencia de esta identidad
propia se concretó en la formación de las primeras organizaciones profesionales
que pretendieron aglutinar a los trabajadores de la pluma bajo la figura del
periodismo, convirtiéndose en nuevos espacios de sociabilidad donde la defensa
de los intereses laborales se combinó, en ocasiones, con cierto espíritu de
distinción que inició la unión de sus miembros sobre la convicción de la
excepcionalidad de la actividad letrada. Si bien la aparición de dichas
asociaciones supuso un rasgo moderno al reconocer el carácter laboral de las
actividades intelectuales, lo cierto fue que también en este aspecto el proceso
mostró rápidamente sus limitaciones. La heterogeneidad interclasista que
implicaba la coexistencia –no siempre armónica– entre empresarios y redactores
y la inclusión de profesionales de otras áreas que ejercitaban la escritura por
afición, dificultó la acción conjunta de las sociedades en la defensa de los
derechos laborales y les otorgó, en ocasiones, un perfil aristocrático y una
vida efímera.
Estas tensiones entre las incipientes aspiraciones
profesionales y el carácter meramente social que adquirieron las entidades,
permearon también a nivel local los debates en torno a la profesión y a la
misión de la prensa que tuvieron lugar durante el periodo. La escasa cobertura
informativa que tuvieron en las hojas periódicas bahienses los proyectos
legislativos abocados a la promoción de la jubilación de los trabajadores de la
prensa (1924), la protección de la propiedad literaria (1926) y, sobre todo, el
Estatuto del Periodista (1926), dio cuenta de una agenda desigual de
preocupaciones que priorizaba problemáticas de orden general y principista
–como la moralidad de la noticia o la defensa de la libertad de imprenta–
frente a otras de tipo gremial. Por supuesto, la imposibilidad de consolidar
sociedades representativas y duraderas durante las primeras décadas del siglo
no era síntoma de inmovilidad y estancamiento. Por el contrario, la mera
existencia de las experiencias aquí descritas evidenciaba la transformación de
las condiciones y la manera de concebir las tareas intelectuales, así como la
presencia de grupos que se reconocían a sí mismos principalmente como
periodistas. Asimismo, el devenir de los distintos círculos y las discrepancias
entre ellos traslucían una paulatina diferenciación interna del sector fundada
en los intereses diversos que separaban cada vez más a los trabajadores de la
escritura de los propietarios de los medios periodísticos. No obstante ello, la creencia en una misión histórica
compartida y la convicción de formar parte de una elite de hombres-espíritu –en palabras de Estanislao Zeballos– que los distinguía cualitativamente de los
obreros manuales, impidió, junto a las limitadas condiciones materiales del
mundo cultural local, la materialización de esta naciente conciencia
profesional en una experiencia asociativa perdurable que lograra articular las
demandas de los escritores de la prensa.
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[1] Si bien no pretendemos ahondar en los extensos debates
que se han planteado en torno a los conceptos de modernización y de modernidad
tal como hemos hecho en otras ocasiones (Agesta, 2016), cabe señalar que
retomamos aquí la propuesta de Renato Ortiz (2000) que considera la modernidad,
además de como un tipo de organización social, como una narrativa, “una
concepción del mundo que se articula con la presencia real o idealizada de
elementos diversos: urbanización, tecnología, ciencia, industrialización,
etc.”, que configuró un conjunto de patrones y referencias que orientaron las
conductas y las aspiraciones de los individuos. De esta manera, lo moderno se
presenta como un horizonte de expectativas, siempre inacabado, que anudó
proyecto y trayectoria en determinados contextos situados y que no debe
confundirse con una de sus realizaciones históricas, la europea, tampoco
uniforme y monolítica. De acuerdo con ello, se compusieron los programas de
modernización que dieron origen a la “vorágine de la vida moderna” alimentada,
como sostiene Marshall Berman (2006), por los grandes descubrimientos de las
ciencias físicas, la industrialización de la producción, las alteraciones
demográficas, los sistemas de comunicación de masas, los movimientos sociales
masivos de personas y pueblos, y la inserción y el mantenimiento de todas las
personas e instituciones en “un mercado capitalista mundial siempre en
expansión y drásticamente fluctuante”. Dichos programas, más allá de sus
limitaciones y contradicciones, se sostuvieron sobre una concepción del tiempo
lineal y evolutiva fundada en la idea de progreso que incluía dimensiones
materiales, sociales y culturales. Parte de este proceso fue la especialización
y autonomización de las distintas esferas de lo real
a partir de la consolidación de criterios, pautas y prácticas diferenciadas. En
la Argentina, al igual que en el resto de los países latinoamericanos, la
modernización se produjo en el marco de su incorporación como naciones
exportadoras de productos primarios al mercado capitalista internacional en
condiciones sumamente distintas respecto de aquellas de los estados
industriales que estudia Berman. Por esta razón, las formas que asumieron estos
procesos requieren de un análisis específico que no adhiera de manera
irreflexiva a los postulados teóricos generados en las sociedades “centrales”,
tal como hicieron desde la sociología José J. Brunner (1986) y Néstor García Canclini (2005) y desde las letras, Ángel Rama (2004) y
Julio Ramos (2003). Igualmente interesantes resultan
trabajos como el de Waldo Ansaldi (1996-1997) donde,
a propósito de la provincia de Córdoba, se plantea el problema de la modernidad
y sus limitaciones en los espacios provincianos de la Argentina.
[2] El programa de Payró se centraba en la defensa de las editoriales
nacionales, de los derechos de autor y del periodista, en la fundación de una
sociedad de escritores, etc. (Altamirano y Sarlo,
1997).
[3] En 1906 se creó la primera Sociedad de Escritores presidida por Roberto
Payró (cuya segunda fundación en 1928 dio origen a la Sociedad Argentina de
Escritores); un año después se inauguró la Sociedad de Autores Dramáticos y
Líricos y en 1910 se inició la Sociedad de Autores Dramáticos. De esta última
agrupación se desprendió más tarde el Círculo Argentino de Autores y se
conformó en 1934 la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) (Rivera, 1998, pp. 52-53).
[4] Dicho estatuto se concretaría recién en 1946 con la
aprobación de la Ley 12.908 (Galván Moreno, 1944).
[5] Sobre las representaciones y autorrepresentaciones
de los intelectuales locales, véase Agesta (2013a, pp. 310-335).
[6] Como señala Alejandra Laera
(2008, pp. 495-522), al analizar el proceso de profesionalización de la
escritura se ha equiparado la actividad periodística y la literaria. Sin
embargo, y sobre todo a partir del centenario de la creciente especialización
dentro del periodismo y las diferencias en los modos de acceso, las formas de
agrupación y los vínculos con el mercado conllevarían una progresiva distinción
entre ambas tareas.
[7] Utilizamos el concepto de ciudad intermedia tal como lo define Josep M. Llop Tomé (1999) para referirnos, no únicamente al número
de habitantes, sino al papel y la función que la localidad cumple “en su
territorio más o menos inmediato, la influencia y relación que ejerce y
mantiene en este y los flujos y relaciones que genera hacia el exterior” (pp.
43-44).
[8] El presente trabajo se inserta en un proyecto más amplio centrado en el
estudio de las revistas culturales editadas en Bahía Blanca entre 1902 y 1927.
En tanto agentes y productos activos del proceso de modernización cultural que
tuvo lugar en la ciudad desde las últimas décadas del siglo XIX, estas publicaciones contribuyeron a configurar un
campo periodístico complejo participando en el proceso de profesionalización de
los trabajadores gráficos y literarios, en la conformación de grupos y modos de
acción cultural y en la construcción de valores e instancias de legitimación
específicos (Agesta, 2016).
[9] Entre ellos, pueden mencionarse los trabajos compilados
por Paula Laguarda y Flavia Fiorucci
(2012), por Flavia Fiorucci (2013) y por Ana Clarisa
Agüero y Diego García (2010), así como las contribuciones de Ana Teresa
Martínez (2013) a propósito de Santiago del Estero, de Ricardo Pasolini (2006) sobre la localidad de Tandil, de Soledad
Martínez Zuccardi (2012) sobre Tucumán, y de Ezequiel
Grisendi (2014) respecto de la ciudad de Córdoba.
[10] La extensión de las vías férreas de la empresa del Ferrocarril Sud hasta
Bahía Blanca en 1884 y la apertura del puerto de aguas profundas en sus inmediaciones
permitieron la incorporación de la ciudad a la economía nacional como nodo
comercial orientado a la exportación de productos agropecuarios. Durante los
años subsiguientes se establecieron también otras compañías ferroviarias, como
la del Ferrocarril Bahía Blanca al Noroeste (1887) y la del Ferrocarril
Rosario-Puerto Belgrano (1923), y se instalaron nuevos puertos, como Galván en
1905, Arroyo Pareja en 1908 y el Militar en 1901. El movimiento económico
generado a partir de la ubicación estratégica de la localidad y de esta
ampliación infraestructural, impulsó un desarrollo simbiótico entre el hinterland rural y el núcleo urbano. La ciudad fue
conformando, de este modo, una estructura comercial, industrial, financiera y
de servicios en expansión que constituyó un factor de atracción poblacional y
el fundamento de sus aspiraciones de centralidad regional y de crecimiento
futuro (Silva, 1988, pp. 229-243).
[11] De acuerdo con los censos nacionales, la población del partido de Bahía
Blanca pasó de tener 1 472 hab. en 1869 a 14 238 hab. en 1895 y 70 269 hab. en
1914, hasta llegar a 115 148 hab. en 1938 (Weinberg,
1988, p. 260). En esas fechas el porcentaje de extranjeros, por su parte,
ascendió de 30 a 45% para alcanzar su punto máximo hacia 1914 con 49% y
descender nuevamente hasta 21% a mediados del siglo.
[12] Con la denominación de “Generación del 80” se reconoce en la historia
argentina a la clase dirigente que acompañó el proceso de modernización que se
produjo en el país a partir de las últimas dos décadas del siglo XIX y hasta el advenimiento del radicalismo a mediados
de la década de 1910. Este grupo, a pesar de sostenerse en un régimen de democracia
restringida, compartía su adhesión al positivismo y al liberalismo, confiando
en que el progreso se alcanzaría mediante el libre juego de las fuerzas
económicas, el respeto a las libertades individuales, y la europeización de la
población y las costumbres.
[13] Para un estudio descriptivo de las revistas del periodo véase López Pascual
y Agesta (2013, pp. 47-63).
[14] De acuerdo con Néstor Auza
(2000, pp. 101-128), estos centros emisores surgieron en aquellas zonas donde
confluían una serie de factores que contribuían a la producción, al consumo y a
la circulación de estos medios como la concentración de autoridades políticas y
administrativas, el incremento de la población urbana, la existencia de
sectores ilustrados con elevados índices de alfabetización, la presencia de
grupos vinculados a la vida cultural, y el desarrollo agrícola-ganadero
asociado a la extensión de los medios de comunicación. Todas ellas se cumplían
en la Bahía Blanca de principios de siglo. Sobre Bahía Blanca como centro
emisor de la provincia y como nodo de irradiación regional, véase Agesta
(2013b, pp. 67-93).
[15] Cabe destacar que varias de las obras registradas por las
autoras formaron parte, en realidad, de colecciones de novelas semanales
publicadas en la ciudad entre 1921 y 1923. Arturo Igoillo
Dantiacq (1928), en el número aniversario de la
revista Arte y Trabajo remontó hasta 1902 el origen
de la edición en Bahía Blanca. Su enumeración, sin embargo, incluía obras de
carácter escolar, científico y jurídico, además de literario.
[16] En efecto, como hemos explorado en otras ocasiones, existía en la ciudad un
público lector que solicitaba y adquiría material bibliográfico de otras partes
del país y del exterior. Probablemente, dicho mercado no era suficiente o no se
hallaba interesado en las producciones locales. Agradezco a Juliana López
Pascual por señalarme estos matices interpretativos.
[17] La primera asociación de escritores de la que tenemos noticias data de
1952.
[18] El Capitán Espingarda, “¡Oremus!”, Bahía Blanca,
11 de julio de 1909, p. 4.
[19] “¿El periodismo es la profesión de los fracasados?”,
Nuevos Tiempos, 7 de octubre de 1922, p. 4.
[20] “El gremio de periodistas”, El Proletario, 10
de julio de 1922, p. 1.
[21] El autor se refiere al Círculo de la Prensa del Sur fundado el 19 de junio
de ese año. Más allá de este estudio precursor, la bibliografía referida a la
organización profesional de los periodistas en la Argentina se centra en el
devenir de la Capital, identificando en gran medida los orígenes del movimiento
gremial con el de las primeras iniciativas porteñas. Véase, por ejemplo, Miguel
A. de Marco (2006) o Daniel Parcero (2010). Las
referencias a las agrupaciones bahienses son asistemáticas y se encuentran casi
exclusivamente en los listados de las delegaciones presentes en los congresos
periodísticos nacionales o regionales.
[22] “Acertado proyecto. Círculo de prensa”, El Comercio,
26 de abril de 1904, p. 1.
[23] Entre los miembros fundadores se encontraba Aquiles San Romerio
Bianchi, Marcelino P. Garaña, Gaspar A. Hortado, Enrique Julio, Antonio Infante, Eduardo Mata,
Salvador Dufaur, Joaquín Perelló,
Ricardo G. Ducós, Luis J. Casterás,
Antonio S. Cartolano, Jesús C. Carrera, Octaviano Marambio Catán, Andrés Cavallo, Octavio Córdoba, Eduardo B.
Bambill, Francisco Cordero y Urquiza, y Julio
Salgado.
[24] Como podemos ver, el círculo reunía representantes de medios de Bahía
Blanca (El Comercio, La Nueva
Provincia y la Revista Comercial) y de
Buenos Aires (La Nación, La Prensa, El Diario, Diario del Comercio,
La Patria degli Italiani y El País).
[25] El éxito de la esgrima y la importancia social que se le asignaba en la
formación del carácter de los jóvenes caballeros fue explícitamente enunciado
por La Nueva Provincia a propósito de la iniciativa
del Círculo. “Círculo de Prensa. Sala de Esgrima”, La
Nueva Provincia, 30 de septiembre de 1904, p. 1.
[26] “El Círculo de Prensa, es ageno
á todo debate político ó religioso. Cualquier acto ó manifestación de tal naturaleza, es nulo o de ningún
valor y no puede comprometer a la institución” (Estatutos
y reglamentos, 1904, p. 13).
[27] Marcela Vignoli (2015, p. 30) señala que esta
voluntad de vincularse con figuras reconocidas del poder político nacional era
frecuente entre las asociaciones de fines del siglo XIX
y principios del XX. La autora sostiene que, de
este modo, estas entidades establecían un diálogo fluido con las instancias de
poder, sabiendo que su supervivencia dependía en gran medida de la obtención de
recursos y de reconocimiento para sus fines.
[28] El episodio quedó registrado en la prensa local y también en la memoria del
Círculo porteño el cual, a pesar de manifestar su pesar, evitó pronunciarse
ante lo ocurrido alegando que en ningún momento se le informaban de las causas
y los pormenores de la detención. “Círculo de la Prensa. Publicación oficial”, La Nueva Provincia, 5 de noviembre de 1904, p. 1; Círculo
de la Prensa. Memoria de los Trabajos realizados durante el ejercicio de
1904-1905, 1905, pp. 30-33.
[29] Podemos conjeturar que existía una rivalidad política en tanto Aquiles San Romerio Bianchi había sido el fundador de El Deber, diario radical, mientras el comisario era un
representante del gobierno conservador provincial, responsable de su
nombramiento.
[30] Círculo de la Prensa. Faltando a su principio. Negando su intervención”, Hoja del Pueblo, 24 de junio de 1908, p. 1. Cursivas
mías.
[31] De acuerdo con las memorias del Círculo de la Prensa de Buenos Aires, era
frecuente que los círculos del interior recurrieran al de la capital para que
mediara en cuestiones relativas a la defensa de los periodistas y de la
libertad de prensa. La intervención, en estos casos, consistía en la
manifestación explícita de la solidaridad gremial. Cabe señalar que en los
estatutos del Círculo porteño de 1902 no se definía claramente su alcance
territorial, aunque es posible vislumbrar a través de las disposiciones generales
que su tutela podía extenderse sobre todo el país: “La Comisión Directiva podrá
promover la fundación de asociaciones dependientes de esta, en otras ciudades
de la República y las relaciones entre ellas y la Central, serán regidas por un
reglamento que dictará la misma Comisión” (Estatutos y
reglamentos, 1902, pp. 22-23).
[32] ¿Por qué disentimos? Revista Comercial, 16 de mayo de 1908, p. 14.
[33] El Comité Popular era una agrupación local formada con fines electorales
que nucleaba miembros de distintos orígenes partidarios. Bajo esta
denominación, los radicales bahienses pudieron sortear la política de
abstencionismo de la UCR y, en alianza con algunos
conservadores, acceder al gobierno comunal (Laurent, 1997).
[34] “Reunión de periodistas”, Bahía Blanca, 6 de
mayo de 1919, p. 4.
[35] Pedro Pitiot Álvarez (Gijón, 1878-Buenos Aires,
1937), por su parte, se dedicó al ejercicio del periodismo y a la militancia en
el Partido Republicano Federal desde su juventud en España. Allí dirigió varios
periódicos y en 1909 participó en la constitución de la Asociación de Prensa de
Gijón. Debido a sus conflictos con los sectores monárquicos, fue condenado al
destierro y se instaló en Bahía Blanca entre 1911 y 1912. Oscar Fuentes Urios (Alicante, 1891-Bahía Blanca, 1946) fue docente,
periodista y escritor. Llegó a la ciudad en 1918 y, como liberal y demócrata,
combinó el magisterio con las tareas de periodista. Formó parte de las
redacciones de El Atlántico, La Nueva Provincia y El Censor y publicó ensayos educativos y relatos (Freinkel, 1993, p. 46; Libro Genealógico,
2011; Heredero Clar y Abad Martínez, 1928).
[36] Libro de Actas del Círculo de
Periodistas de Bahía Blanca, 8 de junio de 1919, f. 2. Archivo Familiar Pitiot, Bahía Blanca. Agradezco a Juan Carlos Pitiot por haberme permitido acceder a este documento.
[37] Libro de Actas del Círculo de Periodistas de Bahía Blanca, 8 de junio de 1919, fs. 3-5. Archivo Familiar Pitiot,
Bahía Blanca. Cursivas mías.
[38] De acuerdo con la hipótesis de Cane, durante la
década de los veinte estos conflictos se produjeron como consecuencia de un
triple desencuentro: entre las concepciones normativas del periodismo, la
jurisprudencia al respecto y el funcionamiento de la industria periodística.
[39] “El gremio de periodistas. Un buen ejemplo”, El Censor,
20 de marzo de 1919, p. 4. Cursivas mías.
[40] Si bien carecemos de información estadística al respecto, la exploración de
la prensa local permite afirmar que el número de periodistas creció de manera
mucho más limitada que el de las publicaciones. Tal como hemos analizado en
otras ocasiones (Agesta, 2016), era un grupo reducido de personas la que
escribía en los distintos medios de comunicación e, incluso, llevaba adelante
varios proyectos editoriales.
[41] Libro de Actas del Círculo de Periodistas de Bahía Blanca, 20 de
octubre de 1919, f. 11. Archivo Familiar Pitiot,
Bahía Blanca.
[42] Círculo de la Prensa. Memoria de los trabajos
realizados durante el ejercicio de 1904-1905. Buenos Aires, 1905, pp.
30-33.
[43] La rivalidad entre Bahía Blanca y La Plata se remontaba a las últimas
décadas del siglo XIX cuando, frente a las
aspiraciones de la primera de convertirse en capital de la provincia de Buenos
Aires, se decidió la fundación de la segunda como centro
político-administrativo próximo a la capital. Durante las primeras décadas del
nuevo siglo, el encono hacia los “pantanos de Tolosa” continuaría vigente a
partir de las críticas que los medios bahienses realizarían con frecuencia a la
política platense, su subordinación a Buenos Aires, su descuido de las
localidades bonaerenses y sus excesivos gastos administrativos (Ribas, 2008).
[44] “Círculo de Periodistas”, El Siglo,
8 de marzo de 1921, p. 6.
[45] Puede consultarse el programa completo del Congreso en “Congreso
periodístico argentino”, La Nueva Provincia, 19 de
marzo de 1901, p. 1; o “El Congreso periodístico”, El
Heraldo, 23 de mayo de 1901, p. 1.
[46] 1º Congreso de la Prensa
Argentina (1901).
[47] Gaceta de la Federación Argentina de Prensa, 1970, p. 12, citada en Parcero (2010, p. 24).
[48] La Nueva Provincia designó a Manuel María Oliver, integrante de la redacción del diario
metropolitano El Tiempo para representarla, mientras que El Porteño tuvo
como vocero a Fernando Maldonado, prosecretario de la Comisión Directiva del
Círculo porteño y secretario de la Comisión Organizadora del Congreso. “Primer
Congreso de la prensa argentina. Su clausura”, La Nueva
Provincia, 1 de junio de 1901, p. 1, y 1º Congreso
de la prensa argentina (1901).
[49] “El Congreso Periodístico”, La Nueva Provincia,
29 de mayo de 1901, p. 1.
[50] Entre fines de mayo y principios de junio, el diario reiteró afirmaciones
como las que siguen: “LA NUEVAPROVINCIA ha
designado sus delegados después de haberse inscripto como uno de los primeros
adherentes y hoy cumple el grato deber de enviar su saludos á
los señores Delegados”, “LA NUEVAPROVINCIA no
faltó a la hora de la cita”, “Después de este primer llamado á que acudimos presurosos, esperamos desde nuestro modesto
puesto en el grueso del ejército del periodismo, el triunfo definitivo de sus
elevados propósitos”. También reprodujo el intercambio de telegramas que su
redacción mantuvo con el presidente del congreso, Estanislao Zeballos, quien, por su parte, se hallaba en contacto con
Bahía Blanca a partir de sus viajes por la Patagonia. Véase Cernadas (1994).
[51] Vale la pena recordar, como señalamos más arriba, que el primer círculo
local fue creado tres años después, en 1904. La representación bahiense en el
Congreso fue de carácter individual y no gremial, como sucedió en los casos de
Mendoza o Corrientes.
[52] “Propiedad intelectual”, Hoja de Pueblo, 2 de
julio de 1910, p. 2.
[53] “La ley de jubilaciones parciales. Lo que opina el Dr.
Justo”, Nuevos Tiempos, 13 de febrero de 1924, p.
3.
[54] “Jubilación de periodistas. Hacia el seguro social”, El
Atlántico, 12 de enero de 1924, p. 1.
[55] La escisión entre personalistas y antipersonalista
al interior de la UCR, partido gobernante desde
1916, se consumó en la asamblea partidaria realizada en 1924 en el teatro
Coliseo. Mientras los primeros se nuclearon en torno a Hipólito Yrigoyen y su liderazgo indiscutido, los segundos
reivindicaban la figura de Leandro Alem y la carta
orgánica de 1892 para oponerse a la jefatura carismática del ex presidente (Persello, 2002, pp. 67-74).
[56] “Los trabajadores del periodismo”, La Nueva Provincia,
19 de julio de 1926, p. 2.
[57] “Los trabajadores del periodismo”, La Nueva Provincia,
19 de julio de 1926, p. 2.
[58] Las preocupaciones referidas a la regulación de la
libertad de prensa atravesaban no sólo al periodismo, sino a los ámbitos
parlamentarios y académicos. Para un tratamiento exhaustivo del tema desde una
perspectiva contemporánea, puede consultarse, entre otros, Durá
(1918).
[59] “Libertad de prensa”, La Nueva
Provincia, 20 de mayo de 1914, p. 1.