Universidad Pedagógica Nacional-Ajusco, México
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México
En este artículo se reconstruyen historias de vida de dos activistas que se iniciaron en los movimientos sociales, como uno de los efectos del movimiento estudiantil de 1968. A través de la utilización de las categorías: resonancias históricas y biográficas del activismo, como unidades de análisis, establecemos un proceso de comparación de historias de vida con perspectiva de género. Destacamos la noción de disponibilidad personal (personal availability) propuesta por McAdam (1988), por medio de la definición de etapas históricas, derivadas de las principales luchas sociales del país, donde las activistas participaron, se formaron como líderes y cuadros políticos intermedios, influyendo en sus organizaciones y los movimientos donde participaron. Las resonancias biográficas de su activismo les permitieron reclutar a otros(as) participantes, influir en sus visiones del mundo, inspirar nuevas estrategias de resistencia y contribuir al impacto de otros(as) activistas en su lucha.
This article reconstructs the life stories of two activists who began working in social movements as one of the effects of the 1968 student movement. Through the use of the following categories: historical and biographical resonances of activism, as units of analysis, we establish a process of comparing life stories with a gender perspective. We emphasize the notion of personal availability proposed by McAdam (1988) by defining historical stages, derived from the country’s main social struggles in which the activists participated and were trained as leaders and intermediate political cadres, influencing their organizations and the movements in which they participated. The biographical resonances of their activism allowed them to recruit other participants, influence their worldviews, inspire new strategies of resistance and contribute to the impact of other activists in their struggle.
Fecha de recepción: 12 de abril de 2016
Fecha de aceptación: 19 de agosto de 2016
Este no es un trabajo que analiza el movimiento estudiantil de 1968. Se centra en las consecuencias del movimiento, a veces poco visibles, en la conformación de nuevas generaciones de activistas. Especialmente nos referimos a mujeres y a los impactos de su participación que después del 68 dieron lugar a un trabajo permanente de lucha conformándose así un perfil político de resistencia de larga data. Las historias de vida de dos activistas de los movimientos sociales y ciudadanos en México, Mariluz y Julia son, a la postre, consecuencia del movimiento estudiantil de 1968. Explican la lucha tenaz de las mujeres y de los cambios trascendentales en el ejercicio de la ciudadanía durante casi medio siglo. Sus historias no sólo responden de manera causal a la pregunta ¿por qué se movilizan?, sino sobre todo a interrogantes sobre las consecuencias biográficas e históricas del activismo: ¿cómo participaron e impactaron los grandes escenarios de la contención política?, ¿cuáles fueron los mecanismos de oportunidad que mantuvieron su activismo a largo plazo?, y ¿cuáles fueron las resonancias políticas y sociales de su participación? Finalmente, ¿cuáles fueron las resonancias biográficas, personales de su activismo a lo largo del curso de su vida, es decir, en la maduración y ajuste de nuevos papeles en cuanto a las relaciones laborales, el know-how como destrezas adquiridas en el activismo, y la adaptación de nuevas demandas y nuevos compromisos políticos en el tiempo?
Consideramos la historia de vida (Aceves, 2000; Garay, 1997; Lipsitz, 1988) como un método de análisis que permite ahondar en las resonancias biográficas del activismo y que por lo tanto enriquece aquellos estudios que intentan medir las relaciones causa-efecto del activismo. La memoria se tornó uno de los dispositivos esenciales del método. La interacción en la conversación se hizo crucial para que las entrevistadas fueran creando su propio tejido de nodos de experiencia. La narración se fue dando sin ajustarse a un formato estático o preestablecido. De este modo, el discurso biográfico se fue elaborando sobre la marcha de la memoria y ubicado en el contexto sociohistórico. Se constituyó así una red de argumentaciones sobre situaciones y significados que sin la propia entrevista quizá ellas nunca se habrían detenido a pensar. Como lo plantean Goodwin y Jasper (2008), el punto de vista de las entrevistadas fue el aspecto decisivo: ¿qué querían lograr con su participación?, ¿qué tipo de emociones se agitaron o atrajeron de la protesta?, las activistas de toda una vida, ¿son personas comunes o distintas al resto de los individuos? Se trató pues de sumergirnos en las mentes y corazones de Mariluz y Julia.
Fueron quince horas de entrevista por cada una de nuestras informantes, y un trabajo de vinculación contextual. Su historia fue recorrida y analizada a través de un formato cronológico que llevamos siempre en cada una de las citas. Las respuestas subjetivas constituyeron los “hechos” en sí mismos. Habrá que tomar en cuenta que las biografías nunca son completas ni abarcadoras. Hay situaciones que se ignoraron consciente o inconscientemente. Hay otras que se olvidaron. Hay otras más que por el perfil de alguna entrevistada fueron más difíciles de abordar, por ejemplo, los afectos sentimentales. De lo que se trata con la reconstrucción de sus biografías es enfatizar aquellos mecanismos de explicación teórica del activismo y su permanencia, y de reconstituir así las resonancias biográficas de su discurso.
El análisis de la participación política de mujeres activistas, como resultado del fuerte impacto del movimiento estudiantil de 1968, que se propone en este trabajo, se basa en tres componentes básicos teóricos y metodológicos: 1) la noción de resonancia histórica y biográfica del activismo; 2) la comparación de dos historias de vida con perspectiva de género, y 3) el análisis de la “disponibilidad personal” (personal availability) entendida como resonancia biográfica del activismo.
1) Resonancias históricas y biográficas del activismo. Estas nociones tienen una importante utilidad teórica y metodológica para este trabajo. En las ciencias sociales se han utilizado también categorías similares como eco social, consecuencias biográficas de la acción colectiva, efectos de generación (Giuni, 2007; McAdam, 1988) y efectos de socialización, definiendo así la gran divulgación e impacto social y personal de un acontecimiento histórico. En tal sentido, las categorías así definidas se encuentran dentro del marco de los efectos o de las repercusiones (Castoriadis, 1982; Goleman, Boyatzis y McKee, 2002; Lindón, 2007; Tenti, 1997).
Para nosotros, la resonancia histórica debe concebirse como la presencia multidimensional de acontecimientos por repercusión de otros, y en consecuencia se constituye como un conjunto de procesos sociales e históricos. Así como la acepción de resonancia, en el ámbito del sonido y de la música, es la prolongada articulación de sonidos. En lo social, es la prolongada articulación de eventos sociales e históricos en el tiempo. En ciertas fases, las resonancias van disminuyendo gradualmente, sin embargo, estas pueden sostenerse con diferentes magnitudes. Tales grados de resonancia se explican por inflexiones que esta adquiere en determinados momentos. Es decir, por las curvaturas, redirecciones, debilitamientos y fuerzas que consigue o pierde con el paso del tiempo. Lo anterior implica que la concepción que entendemos aquí por resonancia no es lineal, ni unívoca.
Asimismo, la resonancia biográfica se encuentra íntimamente ligada a la resonancia histórica. Esta es la que se relaciona con las complejas repercusiones personales. Se refiere a la manera en que la experiencia social y cultural, en determinadas fases de la vida, se interconectan no sólo con acontecimientos históricos relevantes sino con el tono y pulsión de un determinado periodo histórico –lo que Raymond Wiliams (2001) llama “Structure of Feeling”– y permiten influencias recíprocas.
2) Comparar historias de vida, con perspectiva de género. Nuestros sujetos de análisis son mujeres, pero ¿eso lo hace un estudio de género por sí mismo? El manejo de un tema no garantiza necesariamente la perspectiva, sino la postura epistemológica de que se trate. Elegir mujeres no es en sí mismo posicionarse en el estudio de género, sino que optamos específicamente a Mariluz y Julia por las potencialidades y mecanismos explicativos que su vida en la política y desde una crítica feminista (Butler, 2007; Foucault, 1988; Serret, 2001), pueden darle a un tema como el activismo. Nuestra visión es explicar las desigualdades de género que Mariluz y Julia tuvieron que enfrentar dentro y fuera del activismo, para asumir y mantener un compromiso permanente de cambio social.
Realizamos un estudio longitudinal que abarca cuatro periodos, desde la década de los cincuenta del siglo xx, hasta la primera década del siglo xxi. Cada uno de estos periodos es identificado por los cursos y ciclos de acción de las propias activistas, asociados a los componentes y resonancias históricas del contexto local, social, cultural y político. Se pone especial énfasis en los momentos de reclutamiento y abandono de organizaciones de cada una de las etapas, tomando en cuenta categorías que, al compararse, pueden señalar trayectorias y dinámicas tanto de sus historias de vida como de la movilización.
Un aspecto importante es que consideramos que los movimientos sociales y el entorno de las organizaciones políticas van definiendo un claro perfil militante (Combes, 2011). A través de espacios de interacción, los efectos de la socialización, las redes sociales y las alianzas políticas generadas producen activistas especializados con específicas visiones del mundo (Luker, 2003). En efecto, además de delinear su perfil, los movimientos inyectan activistas en la sociedad, que trabajan siempre para transformar la sociedad, no únicamente en tiempos de efervescencia social.
Las categorías que empleamos son una síntesis de aproximaciones realizadas en varios estudios sobre las consecuencias biográficas del activismo (Guigni, 2007; McAdam, 1988). A pesar de que estos estudios han realizado predominantemente muestras aleatorias de activistas y aplicado encuestas no representativas (Giugni, 2007), algunas categorías son de gran utilidad para realizar una intervención cualitativa, basada en historias de vida. Por esta razón, consideramos que la utilización del concepto resonancia flexibiliza el análisis.
Partimos de examinar tres dimensiones analíticas: a) la experiencia política de las activistas a través de las formas de reclutamiento y sugestión de la participación, así como los grados de involucramiento en organizaciones sociales y políticas; b) la valoración del impacto político de la participación personal (las resonancias biográficas) de las activistas. Observamos no únicamente las huellas de la participación en Mariluz y Julia, sino además las que dejaron en la trayectoria y éxito de los movimientos, a través de la innovación personal, el cambio en el curso de vida militante de la visión del mundo y los niveles de radicalización o desmovilización en determinados contextos históricos, y c) el curso de vida de las activistas a través de la formación académica y profesional, los cambios en el empleo, las relaciones sentimentales y familiares y los estilos de vida, así como los obstáculos y oportunidades de la participación femenina en la política.
3) La disponibilidad personal (personal availability) como resonancia biográfica del activismo. Dice McAdam (1988), que nadie está disponible en cualquier momento para el activismo, aun simpatizando con la causa. La disponibilidad biográfica es una especie de tipo ideal, que significa conocer los antecedentes familiares, personales, educativos y profesionales, que al asociarlos con la experiencia singular de los activistas, y sólo así, permiten aclarar las tipologías culturales de las trayectorias del activismo social y político. ¿Quiénes son y qué particularidades socioeconómicas identifican a Mariluz y Julia?, ¿qué antecedentes familiares, educativos y profesionales ayudaron a persuadir o a evitar una inclusión en los movimientos sociales con tales características y con tal afinidad actitudinal (attitudinal afinity)?
En este caso, Mariluz y Julia no estaban biográficamente disponibles para modificar sustancialmente sus propias expectativas de vida en el momento mismo que decidieron participar en los movimientos sociales, sin embargo, la combinación de mecanismos ambientales y cognitivos fue lo que cambió su vida para siempre. En particular los procesos de modernización en la ciudad de México, y de urbanización y proletarización en la ciudad de Cuernavaca, lugares donde habitan y se desarrollaron las activistas, aunados a sus antecedentes socioeconómicos, explican su involucramiento y su compromiso ulterior.
En síntesis, el propósito de este artículo es reconstruir las historias de vida de dos activistas que se iniciaron en los movimientos sociales, participaron en las principales luchas sociales del país, se formaron como líderes y cuadros políticos intermedios influyendo en sus organizaciones y los movimientos donde participaron, y vivieron una vida integral –sentimental y familiar, política y profesional– fuertemente ligada a sus compañeros de vida. Las resonancias biográficas de su activismo les permitieron reclutar a otros(as) participantes, influir en sus visiones del mundo, inspirar nuevas estrategias de lucha y sumar al impacto de otros(as) activistas sobre la sociedad con la que coexisten.
La bonanza de la generación de Mariluz y Julia, conocida como el “milagro mexicano” de los años cincuenta, llegó a su fin en 1968. Fecha significativa de una crisis política a escala mundial y nacional. Consideramos que el movimiento estudiantil de 1968 en México tuvo consecuencias sociales y personales al menos de tres órdenes. Las consecuencias de primer orden son biográficas, e impactaron directamente a los líderes centrales del movimiento, quienes después tuvieron una influencia política decisiva de largo plazo en la vida política nacional. Por consecuencias de segundo orden, nos referimos al impacto biográfico de activistas de rango medio, que fueron primero influidas directa o indirectamente por el movimiento estudiantil, como son los casos particulares de Mariluz y Julia. Ellas también lograron después direccionar las trayectorias históricas de los movimientos por décadas. Finalmente, por impacto de tercer orden, indicamos el efecto de largo plazo que el movimiento estudiantil ha tenido a lo largo del tiempo sobre otros movimientos sociales y la vida política del país (Tamayo, 1999).
Después de la fuerte represión que el movimiento estudiantil resintió en 1968, se abrió involuntariamente un periodo de efervescencia social, bautizado por los activistas posteriores al 68 como la década de la insurgencia obrera y popular. Se caracterizó por una inclusión de muchos activistas jóvenes universitarios en los movimientos sociales: de lucha guerrillera, por tierra para campesinos, por democracia sindical en fábricas y universidades, por suelo urbano y vivienda en las ciudades, feministas, contra la represión, por la presentación de desaparecidos y libertad a los presos políticos. Mariluz y Julia participaron desde entonces. Cruzaron sus vidas militantes, sin saberlo, a través del activismo magisterial, la democracia sindical y la lucha feminista.
Mariluz y Julia son activistas y líderes con diferentes características. Aunque muy joven, el 68 marcó la vida política de Mariluz con un profundo sentido de justicia social. Uno de los elementos detonantes de su participación política fue haberse enfrentado a la muerte de sus amigos por la represión del 2 de octubre. Aunque no fue líder de movimientos de masas, su experiencia hizo de ella una mujer cada vez más sensible políticamente. Se vinculó desde entonces al sector educativo, que conjuntó con el activismo, su formación académica y su experiencia laboral. Hija de una familia obrera, que recibió las ventajas económicas del desarrollismo en el país, pudo estudiar y llegar hasta el doctorado en un ambiente familiar armonioso, basado en valores religiosos y de justicia social.
El caso de Julia fue relativamente distinto. El impacto del movimiento de 1968 fue indirecto en su involucramiento inicial. Algunos estudiantes de la Universidad Nacional llegaban constantemente a la fábrica donde ella trabajaba en la ciudad de Cuernavaca, dos años después de los sucesos del 68. Pudieron reclutarla para un trabajo organizativo y político desde entonces. Julia había vivido en un ambiente difícil de una familia pobre de migrantes del campo. Su madre era jefa de familia. Trabajaba en un puesto ambulante cerca del Mercado Municipal. Julia nunca tuvo acceso a la educación formal por la necesidad de trabajar desde muy joven. Fue más bien el activismo político lo que le dio una formación profesional y una capacidad personal para estudiar los grandes textos revolucionarios. Tomó cursos y seminarios sobre historia y política internacional, que le dieron habilidades para escribir manifiestos, reseñas y libros sobre temas sociales, principalmente vinculados al movimiento de mujeres obreras y a los derechos humanos.
En el marco de estas diferencias, las dos mujeres presentan, no obstante, una trayectoria similar en términos de posicionamiento en sus organizaciones sociales y políticas. Fueron líderes, y más allá de que fueran o no de las principales, que supieron actuar desde un principio con capacidad de organización, con iniciativa y creatividad para reflexionar y planear acciones colectivas; reclutaron e incentivaron a otros para actuar e inspiraron el cambio social (Goodwin, Jasper y Polletta, 2007; Lipsitz, 1988; Morris y Staggenborg, 2007). Pero la diferencia más clara puede encontrarse en parte en sus antecedentes biográficos, en lo que McAdam (1988) define como “viabilidad biográfica” del activismo. Las relaciones familiares y el trabajo de los padres de Mariluz, en las grandes fábricas modernas de la época de la posguerra, se diferencian de las condiciones precarias del trabajo de la madre de Julia como vendedora ambulante en Cuernavaca.
Por un lado, las facilidades de estudio y formación académica de Mariluz le posibilitaron distintas oportunidades a mediano plazo. Y por otro, la necesidad de Julia de trabajar desde muy joven la hizo convertirse en obrera de las grandes fábricas textiles ubicadas en el gran corredor industrial civac (Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca). Así, las circunstancias que llevaron a Mariluz a vincularse con un pequeño grupo revolucionario en torno a la revista Punto Crítico, resultado de su activismo en el movimiento del 68, se distingue de la experiencia de Julia, quien conoce a un grupo de jóvenes estudiantes surgidos del mismo movimiento y la reclutan para iniciar un trabajo político en el Grupo Comunista Internacionalista (gci), que después formaría el Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt). No obstante, el estudio y la reflexión que ambas tuvieron en sus respectivas organizaciones inculcaron en ellas una visión e ideologías particulares, la de Mariluz de tipo guevarista, revolucionaria y antielectoral en sus orígenes, y la de Julia de tipo trotskista, feminista y proelectoral.
Entre los años 1968 y 1973, Mariluz y Julia participaron por primera vez en movimientos sociales. El reclutamiento no fue promovido por otros activistas, al menos no en ese momento. Ellas participaron directamente por afinidad actitudinal, debido al ambiente laboral y formativo al que pertenecían. Su inserción a través de la socialización en redes organizacionales fue introduciendo en ellas un fuerte sentido de pertenencia social, tanto al movimiento con el que participaban, como a una específica corriente histórica de clase y de lucha social apenas perceptible en ese momento. En esta etapa, el manejo de las emociones que ellas tuvieron que desarrollar fue sorprendente, ante los riesgos palpables de los dispositivos de represión del Estado y por la propia inexperiencia política de las activistas en ciernes.
La participación de Mariluz, como se puede derivar de lo anterior, se fundamentó en una afinidad actitudinal que fue formándose desde su infancia y adolescencia. Las actitudes y valores basados en la justicia social la motivaron a participar en el movimiento estudiantil de 1968. Estudiaba por las mañanas en una escuela para maestras en educación básica. Por las tardes cursaba la preparatoria en un plantel de la Universidad Nacional. Las dos escuelas por separado se incorporaron a la huelga general. Sin ningún antecedente de participación social Mariluz decidió participar, entusiasmada por la efervescencia política:
No todas mis compañeras entraron como activistas. Yo era una participante más sin conciencia política. Era la idea de justicia lo que me llamó. La disyuntiva era clara: lo justo era lo que los estudiantes demandaban. Lo injusto era lo que estaba haciendo el gobierno. Se podría decir que se crearon dos bandos: los buenos eran los estudiantes. Los malos, el gobierno y la policía (Mariluz, entrevista, enero de 2014).
Existen dos aspectos importantes que explican la afinidad actitudinal de Mariluz. La primera, como dijimos, se refiere a los principios y valores que aprendió en su familia. La segunda, que nos parece igualmente importante, se forma a partir de las enseñanzas de los profesores aprendidas en la Escuela Nacional para Maestros, que reforzaban el espíritu nacionalista-revolucionario y el predominio de la lucha obrera y campesina en la historia del país. Hay que incluir aquí otro elemento importante de resonancia histórica, basado en el origen socioeconómico del alumnado que provenía de lugares con amplia tradición de lucha campesina. Fue esta parte de la coyuntura en la que surgió el movimiento estudiantil de 1968, aunada a tales resonancias, más que por una formación política previa o un reclutamiento individual, lo que permitió que las ideas aún indefinidas de justicia social de Mariluz cobraran ahí un significado preciso.
El caso de Julia es parecido en términos de su afinidad actitudinal hacia la efervescencia social del movimiento obrero en la ciudad de Cuernavaca (Martínez, Quintanilla, Hernández y Rivera, 2002), aunque experimentado en condiciones totalmente distintas. De su madre había aprendido que las cosas que no eran justas había que cambiarlas. Julia, en parte por la influencia de la abuela paterna y también por las dificultades económicas de la familia, pudo estudiar hasta la primaria. En 1969, decidida a “ocuparse en algo”, ingresó a trabajar en una de las fábricas textiles que formaron parte de un impulso de industrialización en dicha ciudad durante esos años. En poco tiempo la composición social de la población cambió impactada por los grandes procesos de proletarización. Los sectores económicos que se ubicaron en la ciudad segregaron en términos sociales y de género a la población. Las fábricas automotrices contrataban fundamentalmente a hombres, mientras que 80% de las fábricas textiles empleaban a mujeres.
Julia entró a una fábrica de trajes para caballero sin tener calificación alguna, pero al mismo tiempo decidió estudiar en una escuela en la que pudo graduarse como maestra en confección, que le ayudó a llegar a ser una obrera calificada con mejores ingresos. Dos años después, en 1971, Julia se enfrentó sin preverlo a su primera experiencia en un movimiento sindical, cuando los dueños de la fábrica decidieron despedir injustamente a 110 trabajadoras eventuales. Las trabajadoras aún empleadas se solidarizaron con las despedidas y comenzó un gran movimiento por su reinstalación. Fue, como en el caso de Mariluz, su propio sentido de justicia lo que la llevó a participar junto con otras en la huelga de la fábrica. En este caso es importante reconocer el papel del líder sindical que motivó la movilización de las trabajadoras. El líder, miembro de la Confederación de Trabajadores de México (ctm), era, según Julia, un personaje carismático, principalmente con las mujeres. Tenía una actitud misógina, con un total dominio y control de la gestión y la dirección sindical. El comité directivo, a pesar de ser un sindicato con mayoría de mujeres, estaba dominado por los hombres.
La participación de los individuos en acciones colectivas está cargada de recursos emocionales difícilmente considerados como determinantes. Goodwin, Jasper y Polleta (2007) establecen analíticamente tres tipos emocionales que dinamizan los procesos de contestación política: emociones reflejo, vínculos afectivos y emociones de largo plazo o emociones morales. No siempre estas emociones son recursos estratégicos de la movilización, sino efectos de la acción, y no siempre se ubican por importancia jerárquica. Las emociones se fusionan y muy frecuentemente actúan en conjunto. Esto pasó en los casos de Mariluz y Julia en su fase de iniciación en los movimientos.
Una situación ejemplar pasó con la participación sindical de Julia en 1972, en el marco del movimiento por la reinstalación de las trabajadoras despedidas y el cambio de membrecía del sindicato textil, de la pertenencia a la ctm a una central nueva, la Unión Obrera Independiente (uoi), de tendencia socialdemócrata. La construcción de alianzas intersindical fue importante entre el sindicato automotriz de Nissan, preponderantemente masculino, y el sindicato de obreras mujeres del sector textil. Se dio así un proceso de solidaridad entre obreros de ambos sindicatos, pero también un manejo básico de vínculos afectivos que fortalecieron la alianza y el compromiso sindical: “Las alianzas se fortalecieron porque los hombres de Nissan, muy contentos, venían a la fábrica para ver y estar con las mujeres de la confección. Y las mujeres, muy alegres también, con los galanes de allá. En ese ambiente había mucha solidaridad, mucho apoyo” (Julia, entrevista, febrero de 2014).
La huelga de las trabajadoras se realizó en medio de un repertorio de movilización que incluyó marchas y plantones en el zócalo de la ciudad. En el proceso se unieron muchas parejas nuevas y muchas mujeres quedaron embarazadas durante el tiempo que duró la huelga: “de manera sarcástica en ese entonces se decía: ¿qué ganamos con la huelga? ¡muchos hijos!, contestaban” (Julia, entrevista, febrero de 2014). La participación de las mujeres no fue fácil, a pesar de los nuevos compromisos afectivos. Las mujeres enfrentaban constantemente situaciones de hostigamiento sexual, era necesario controlar su miedo para hacer guardias por la noche y afrontar los celos y el enojo de esposos y novios por su participación. En un ambiente de enraizada orientación machista, Julia fue generando en contraparte una visión de género independiente.
La participación le permitió controlar sus emociones de tristeza y angustia para sustituirlas por arrojo y fortaleza. Aprendió que los piropos de muchos que pretendían halagar a las mujeres en realidad eran ofensivos y que la cooperación y la solidaridad de clase no se podían comprar permitiendo el hostigamiento sexual. Con el paso del tiempo se fue creando una sensación muy incómoda debido a que los líderes las consideraban “tontas”, y con eso justificaban que fuesen los hombres quienes dirigían y vigilaban a las mujeres. Su mayor aprendizaje en esta etapa fue: “que el miedo no me paralice: las mujeres tenemos que demostrar fuerza para ganar espacios” (Julia, entrevista, febrero de 2014).
Lo que vemos aquí es que los afectos pueden ser compromisos e inversiones positivas, negativas, o ambas a la vez. Los vínculos afectivos, como el amor, el odio, el respeto o la confianza, persisten en el tiempo, a diferencia de las emociones reflejo que son básicamente reacciones inmediatas ante determinados acontecimientos. Como señalan Goodwin, et. al. (2003, p. 418), a diferencia de las emociones reflejo, los afectos pueden originarse durante el curso de un conflicto, así como pueden instigarlo. Así pasó en el caso de la huelga textil de Cuernavaca. Pero la trayectoria no generó emociones transparentes, sino un cúmulo de contradictorias afecciones con resultados personales distintos que rompieron o redireccionaron el curso de vida de muchas activistas. Al mismo tiempo, propinaron una resonancia biográfica de primer orden en Julia, pues le imprimió una conciencia de género a partir de entonces.
Mariluz y Julia participaron por motivaciones personales y del contexto social y político en el movimiento estudiantil de 1968 y en el movimiento obrero de 1972 respectivamente. Podemos decir que no fueron directamente reclutadas para el movimiento social. Sin embargo, poco después ambas fueron cooptadas al activismo político con adjetivos ideológicos muy precisos. ¿Qué, quién, dónde y cómo fue ese proceso de sugestión y convencimiento? Son estas las preguntas iniciales que resultan del análisis sobre el involucramiento social (McAdam, 1988). Es importante además conocer los papeles de participación, de representación y de responsabilidad política de las activistas. Y finalmente, destacar los contenidos de las ideologías que fueron imprimiendo un sentido profundo a la participación. Lo que notamos aquí es una inflexión en la construcción de la identidad colectiva, surgida inicialmente en el movimiento social y reforzada o transformada en la acción política. Es una manera de explicar la cuestión básica que señala Charles Tilly (2008) sobre el cambio de lo social a lo político, y una forma de radicalizar el compromiso social.
El movimiento obrero en el estado de Morelos estuvo articulado a muchas organizaciones de diverso signo. Inicialmente, Julia vivió un proceso de democratización sindical a través del cambio de pertenencia sindical de una central corporativizada del Estado a una de mayor apertura de independencia política. Al mismo tiempo, las resonancias históricas derivadas de un movimiento cristiano de base, justificado en la teología de la liberación, se enraizó en la ciudad de Cuernavaca promovido por el entonces obispo progresista Sergio Méndez Arceo. Varias iglesias apoyaron la formación de redes sociales a través de recursos materiales y actividades políticas. Como vimos, fue en esta época cuando Julia empezó a formarse como activista con una conciencia que, aunque incipiente, destacaba el papel relevante como mujeres, madres, esposas y trabajadoras, que la definió cualitativamente en su involucramiento social. Fue precisamente en esta etapa cuando aparecieron diversas agrupaciones políticas como el Partido Comunista Mexicano (pcm), de tendencia soviética, y el gci, de tendencia trotskista.
Diversos grupos de jóvenes militantes, quienes se habían reorganizado en pequeños grupos de izquierda radical después de la fuerte represión del movimiento estudiantil de 1968, llegaron a Morelos. Varios de ellos seguían matriculados en la universidad, por ello se les conocía como “los estudiantes”. Algunos se alistaron en la lucha guerrillera de esos años y otros se plantearon un trabajo de vinculación más decisiva con los movimientos sociales del país. Tal articulación empujó la etapa de efervescencia social de la década de los setenta conocida como la “insurgencia obrera, campesina y popular”. Julia se vio entonces asediada por varios grupos políticos. El reclutamiento entonces no se dio como un proceso lineal externo, sino como resultado de una toma de decisión propia a partir de la reflexión de su propia experiencia en el sindicato y la filosofía derivada de tales grupos. El entorno partidista cuenta, ya que se articula con personalidades y líderes específicos. Julia decidió incorporarse al grupo trotskista básicamente por la influencia del discurso feminista de la agrupación y el carisma de sus líderes.
Yo me acerqué primero. Pienso que en parte tiene que ver con mi origen de clase. Por ejemplo, Paula y Paulina eran mujeres sindicalistas muy enérgicas, muy disciplinadas, muy seguras de lo que querían sin concesiones, me influenciaron bastante […] En la primera etapa, la primera militante que me dejó impresionada en el tema de las mujeres fue Lucinda, me dio muchas herramientas, me dio mucha teoría. Seguido la invitaba porque me encantaban las teorías feministas; después conocí a Hether y me gustaba, era muy explosiva, una personalidad encantadora. Frecuenté después a Rocío y Betty, José y Simón que eran mujeres y hombres que venían de la política “giro a la industria” del prt […] tenían teoría, te ayudaban mucho en el análisis de toda la información (Julia, entrevista, febrero de 2014).
Mariluz, después del movimiento estudiantil de 68, inició su trabajo como maestra al mismo tiempo que continuó sus estudios de Economía en la unam. A pesar de la desmovilización de los estudiantes después de la represión de 1968, Mariluz se encontró súbitamente en un ambiente local de politización extraordinaria en la universidad, y participó en la lucha sindical universitaria de esos años. Al mismo tiempo formó, con compañeros maestros de la escuela donde laboraba, círculos de estudio sobre problemas sociales. Sus ideales de convertirse en maestra “misionera” le hicieron organizar jornadas de alfabetización para los residentes de las colonias populares. Mantuvo una perspectiva pedagógica que le permitió trasmitir a los niños y las niñas valores democráticos, de solidaridad y compromiso social.
El crecimiento de Mariluz como activista inspiró la organización y la conciencia social de la gente, pero también contribuyó su formación académica. Estas actividades en conjunto la situaron en una especie de militantismo pedagógico con una experiencia académico-laboral. También, durante estos años, Mariluz se vio influida por diversos grupos, principalmente maoístas, trotskistas y guevaristas. Pero, debido a su inserción en la Facultad de Economía e inspirada por su maestro Alejandro Álvarez, fundador del grupo Punto Crítico, formado por activistas estudiantiles del 68, presos entonces en la cárcel de Lecumberri, Mariluz ingresó a la agrupación a través de círculos y talleres de estudio sobre análisis marxista de la coyuntura política.
Empecé a participar en Punto Crítico porque era un ambiente muy amoroso, muy cálido, muy fraterno. Podríamos pelearnos en la discusión y tener posiciones distintas, etc., pero yo sentía esa confianza de que si tú estás luchando y te encuentras, por decir algo, en el primer lugar de la trinchera, tenías con Punto Crítico la retaguardia cubierta. Nunca me sentí en una situación de competencia. Ese fue un ambiente que me ayudó a formarme políticamente (Mariluz, entrevista, enero de 2014).
Fue en la frontera entre el movimiento social y la participación política que Mariluz y Julia encontraron el amor que las condujo sentimental y políticamente por toda su trayectoria de vida. La resonancia histórica y biográfica se fusionó en un momento dado. El papel de los liderazgos toma otra perspectiva, además del análisis pragmático y funcional de los liderazgos en la oportunidad política de los movimientos (Morris y Staggenborg, 2007). Vimos como un tipo de liderazgo, aquel que inspira, que se forma en un tipo de autoridad moral, mueve conciencias y motiva a la participación. Mariluz y Julia en este sentido se encontraron con otro tipo de liderazgo, hacia adentro de la organización, que se construye colectivamente y en la vida cotidiana del grupo.
Además, los sentimientos afloraron. Para ambas mujeres el amor se constituyó en uno de los ejes nodales de su participación política. El amor no sólo a sus parejas sentimentales, sino también a su actividad profesional y a su activismo. Es el sentido del amor a la justicia, la libertad y la transformación social. En el contexto de la cultura machista mexicana, es destacable el hecho que sus respectivas parejas sentimentales fueran al mismo tiempo compañeros de lucha, que lejos de establecer una relación de subordinación a la autoridad patriarcal, más bien lograron generar relaciones igualitarias que impulsaron su participación política. El sentimiento de encontrarse en condiciones de igualdad en sus relaciones afectivas, crearon en ellas un fortalecimiento político y profesional. Admiraban el trabajo de sus compañeros pero al mismo tiempo se sentían apoyadas y admiradas por ellos.
Mariluz conoce a Antonio, un activista del movimiento médico y sindicalista del sector salud. “¿Que cómo puede durar tanto una relación amorosa desde la izquierda? Con Antonio hay mucho respeto y estamos muy orgullosos el uno del otro. Somos solidarios, que eso es un sentimiento y un valor muy importante en una relación, más en una relación de pareja. Por eso no sólo es ‘te amo’ sino que tienes que ser solidario” (Mariluz, entrevista, enero de 2014).
Julia conoce a José, trotskista, vinculado al activismo político y a la solidaridad con el movimiento obrero.
Yo me acerqué primero a José. Lo que me ha gustado de nuestra relación es que estamos en constante cambio, en una formación permanente, en una discusión de las contradicciones que tanto él como yo tenemos, y que nos ha servido para, en momentos de crisis, fortalecernos. Y en momentos de crisis interna de pareja, el hecho que podamos y estemos formados en la discusión nos permite sentarnos y platicar. José es quien siempre le gusta estar mediando nuestras diferencias (Julia, entrevista, febrero de 2014).
La resonancia histórica de la política de la protesta a finales de la década de los setenta hizo que ambas parejas se cruzaran sin saberlo en la lucha social. Mariluz y Antonio, a través de la organización política Punto Crítico, hicieron trabajo en el movimiento magisterial y obrero en el estado de Morelos, en el mismo lugar y tiempo en que Julia y José realizaban un activismo político en otros sindicatos y agrupaciones del mismo movimiento en la entidad. Casi cruzaron sus vidas, se tocaron sin conocerse. Se identificaron en los mismos procesos, líderes y asambleas.
José y Antonio serán, respectivamente, los compañeros de vida de Julia y Mariluz, a partir de este momento. Vivieron con ellos luchas sociales. Discutieron de política y definieron estrategias de acción de manera conjunta. Formaron una familia. Mariluz y Antonio tuvieron dos hijas, universitarias. Julia y José tuvieron a un hijo, y ahora ellos son abuelos. José y Antonio han significado un soporte sentimental e ideológico fundamental en la vida de ellas. Han construido un espacio de tolerancia y respeto inigualables. A pesar del peso diferenciado del feminismo en cada una de ellas, José y Antonio han sabido respetar sus decisiones de vida y políticas, sostenidas en consideraciones autónomas y personales.
Mariluz y Julia vivieron entonces procesos de definición. Dejaron su andar del pasado y se incorporaron a nuevos desafíos de su activismo. Radicalizaron su actuación, en medio de un sentimiento de enamoramiento, en un contexto de politización y aprendizaje en las luchas sindicales. Conjuntaron su vida personal a la de su actividad política. Sus compañeros de vida fueron resonancias biográficas que definieron el futuro de su activismo.
Mariluz y Julia comparten una disponibilidad biográfica generacional para el militantismo político. El momento en que se convierten en parte fundamental de un liderazgo colectivo de sus respectivas organizaciones y, paradójicamente, en el contexto nacional y local desaparece dramáticamente la perspectiva socialista disolviendo los aparatos que les dieron identidad política. La década de los ochenta sobrevivió a una de las crisis económicas más profundas de la historia de México. Las grandes movilizaciones de trabajadores y la organización de paros cívicos nacionales se sumaron a la movilización creciente de los damnificados por los sismos de 1985. En 1986, a 18 años del movimiento estudiantil de 1968, se organizó una amplia movilización de estudiantes por la gratuidad de la educación pública en la principal universidad del país.
La crisis y la efervescencia social provocaron un cisma en el partido hegemónico institucional que, por un lado, formó una encrucijada política que daría paso a una vía nacionalista democrática y el mantenimiento del Estado de bienestar y, por otro, una vía neoliberal que insertaba al país en las grandes tendencias de la globalización. Mariluz y Julia fueron actoras fundamentales de todo este proceso, desde el activismo sindical en el caso de Mariluz, hasta el militantismo político y feminista de Julia, con una enraizada postura antineoliberal.
El origen del partido de corte socialdemócrata y nacionalista de la Revolución Democrática (prd) en 1989 provocó la unificación de grandes sectores de la izquierda política y social en un solo partido. Era la izquierda nacionalista revolucionaria del Partido Revolucionario Institucional (pri), además de la izquierda social demócrata y nacionalista, y del extinto Partido Mexicano Socialista (pms), junto a varios grupos pequeños de la izquierda revolucionaria y movimientos sociales. Pero junto a esta unificación, el periodo se distinguió asimismo por una gran diáspora del resto de la izquierda, principalmente socialista y anarquista, que no se acomodó al nuevo partido. Esa dispersión dejó sin arraigo organizacional a muchos activistas, como Mariluz y Julia, quienes quedaron a la deriva. Muchos rompieron y abandonaron el activismo político. La mayoría se fragmentó (Klandermans, 2003). Algunos más reforzaron el ámbito de las asociaciones civiles, que en la década de los noventa tomó impulso en los temas del medioambiente, la equidad de género, los derechos humanos y la transición a la democracia.1
La peor crisis económica del país se escenificó en la década de los ochenta. La resonancia histórica de los movimientos sociales maduró las condiciones políticas para la formación de amplias redes y alianzas entre los diversos sectores sociales. Se formaron coordinaciones nacionales de grupos campesinos, sindicatos, habitantes pobres de las ciudades que reivindicaban una expansión de ciudadanía social que empezaba a declinar por las políticas gubernamentales. Las feministas y los grupos lésbico-gay formaron movimientos de masas de mujeres y por el orgullo homosexual que al lado del Frente Nacional contra la Represión se convirtieron en los pilares de la ciudadanía civil en México. Las reformas políticas de la pasada década de los setenta permitieron una mayor participación de partidos y corrientes de izquierda en las elecciones federales y locales, empujando los derechos de una ciudadanía política en expansión.
Economía y feminismo parecieron ser las problemáticas que fueron recogidas por Mariluz y Julia respectivamente. La experiencia sindicalista de Mariluz le permitió desarrollar una habilidad de organización y discursiva ligada a la ideología de Punto Crítico. Pronto se convirtió en miembro de la Comisión de Economía de la organización, con influencia a nivel nacional. Julia, por su parte, venía de una experiencia obrera importante que era fundamental para el partido trotskista al que pertenecía, con una formación feminista cada vez más enraizada que además le daba identidad a la organización. Pronto Julia pasó a ser parte del Comité Central y del Comité Político del partido. Hay aquí una acumulación de capital político y simbólico, en los términos de Bourdieu (1981), así como disposiciones y habilidades específicas que las hacen contar con una mayor disponibilidad biográfica para una dirección política.
Ambas aprenden del discurso hegemónico. Interiorizan una metodología para pensar los problemas. Desarrollan una habilidad para asociar esos problemas con el programa político y empiezan a formar parte de la producción colectiva de los marcos de interpretación y del activismo discursivo (Hunt, Benford y Snow, 2006; Katzenstein, 2003; Snow, 2001). La construcción de su liderazgo es un proceso dialéctico. Es productivo y al mismo tiempo se retroalimenta de su propia formación, lo que da el perfil específico de su propio liderazgo. El carisma de Julia, por ejemplo, engrandece sorprendentemente su pequeña estatura al representarse en ella la experiencia de una obrera con conciencia feminista, que simboliza al sujeto de transformación por antonomasia al que aspira ser todo espíritu revolucionario. El de Mariluz representa e inspira un compromiso latente, articulado a su capacidad política reforzada por su formación académica. Ninguna de las dos, sin embargo, en esta etapa alcanza personalmente la figura de una líder central dentro de sus organizaciones. Pero son parte reconocida y autorreconocida en la creación de oportunidades políticas para la acción colectiva, con una influencia decisiva en los movimientos sociales. La acumulación política de su activismo conforma así la resonancia biográfica, generalizada sobre la historia misma de los movimientos sociales.
Mariluz y Julia se apropiaron del discurso hegemónico de una izquierda revolucionaria. El entorno partidista político es el lugar donde se engendra el discurso interiorizado (Bourdieu, 1981; Combes, 2011). Ahí se articula una constelación discursiva basada en problemas, programas, análisis, comentarios, conceptos y situaciones entre los activistas y simpatizantes, a veces reducidos a un estatus de “consumidores” (Bourdieu, 1981).
Pero llega un momento, generalmente condicionado por efervescencias sociales o diferencias de interpretación, que se desata una lucha al interior por cambiar o mantener un determinado discurso político (Laclau, 2003). Aquí el aspecto fundamental es la habilidad de los políticos para estructurar un discurso coherente con la movilización de masas. No siempre el discurso vale por sí mismo si este no va acompañado de la fuerza social que lo legitima (Bourdieu, 1981). No obstante, el peso del discurso que se construye con base en capacidades teóricas y análisis histórico, puede a veces ser tan fuerte como aquel que se sustenta en el carisma de un líder que puede movilizar a las masas, o que puede construirlo a partir de una experiencia empírica legítima.
Es cierto, sin embargo, que hay liderazgos basados más bien en relaciones políticas asimétricas, que no necesariamente reproducen los tipos de liderazgos basados en relaciones funcionales al estilo de Morris y Staggenborg (2007). Según Bourdieu, los liderazgos se fundamentan en relación con los capitales políticos, sociales y simbólicos: a) aquellos activistas que están más despojados culturalmente, y por lo tanto más vinculados a valores de fidelidad a un cierto líder más jerárquico o a una cierta corriente; b) aquellos líderes más antiguos y más ricos en capital político objetivado, c) aquellos que expresamente están más habilitados en la lucha social, por su experiencia pragmática d) aquellos que son cuadros permanentes pero más desprovistos de capital económico y cultural. Lo interesante aquí es reconocer que los perfiles tienen especificidades que pueden articularse dialécticamente, en una correlación de fuerzas constante.
A Mariluz y a Julia no les corresponde ningún perfil en específico, sin embargo se identifican con todos en general. Formaban parte de una cierta corriente a la que debían fidelidad, acaso por la experiencia acumulada por la socialización o por lealtad a cierta constelación discursiva. Pero al mismo tiempo, ellas formaban parte de una experiencia militante específica, Mariluz en el movimiento magisterial, y Julia, contundente, en el movimiento obrero como feminista.
La militancia y el liderazgo de Mariluz y Julia se fueron construyendo dentro de un sistema de distancias y acercamientos. Es posible asociarlas con la idea del campo bourdieano, si entendemos a este en particular como un campo partidario, un espacio de posiciones en pugna, y tales posiciones en una red asimétrica, con distancias diferenciales, intensidades de flujo distintas, niveles de actuación múltiples, etc. Creemos que esta idea del sistema de distancias aclara la morfología del campo y la constitución de liderazgos diferenciales.
Mariluz vivió diferentes rupturas al interior de la organización de Punto Crítico. Algunas fueron escisiones importantes de otros intelectuales orgánicos que se diferenciaron del proyecto original. Pero, la lealtad de Mariluz a una corriente, seguramente reforzada por los vínculos afectivos de su compañero, que fueron la base fundamental de su reclutamiento y su posterior desarrollo político, la posicionaron como parte del grupo que se mantuvo resistiendo por la cohesión interna de la organización a pesar del rompimiento.
En cambio, Julia vivió un conflicto interno basado en diferencias de identidad similares a lo que Goodwin, Jasper y Polleta (2007, p. 421) llaman estados de ánimo. Para estos autores, los líderes de los movimientos tratan frecuentemente de despertar en los participantes sentimientos de esperanza y optimismo, un sentido de la acción que puede tener un efecto positivo, transformador, a través de la participación. Desde luego, los movimientos o los líderes difieren en sus capacidades para estimular esos estados de ánimo. Y lo que también puede pasar es que los líderes busquen generar sentimientos y actitudes negativas para persuadir de la participación. Esto pasa generalmente cuando se conforman grupos de identidad al interior de las organizaciones, algunos basados en habilidades más teóricas que otras, fundadas en la experiencia de la lucha o en las habilidades de la autogestión.
El peso de Julia en la dirección nacional del prt y su propia visión que articulaba la lucha obrera y el trabajo feminista, independientemente del contenido, generó diferencias al interior del trabajo feminista en un momento en que, debido a los dramáticos sismos de 1985, los movimientos de damnificados y de mujeres costureras eran los más significativos. Julia se vio repentinamente desplazada de un trabajo en el que ella había representado la síntesis de la acción política: obrera en la industria textil, mujer y feminista. Julia, aunque para entonces no rompió con el partido, se recluyó en el trabajo local en Cuernavaca y dejó la dirección nacional.
Las biografías personales de Mariluz y Julia, a pesar de sus profundas particularidades, comparten extraordinarias trayectorias en su formación como activistas y en su compromiso político. Han construido un proceso de toma de conciencia, de empoderamiento colectivo, de polarización ideológica y de identidad política de izquierda. Todo ello provocó que Mariluz y Julia sacrificaran su bienestar personal de diferentes formas por la causa del grupo (Hirsch, 2003). De ahí que un aspecto importante sea definir las etapas en la construcción del activismo y reconstruir las formas y la intensidad de ese compromiso.
Entre los aspectos que las diferencian está el papel de la ideología feminista, tanto en el curso de su vida personal como en el liderazgo. Otro notable contraste fue sin duda la posibilidad de acceder a una formación académica institucional. Mariluz llegó a obtener un doctorado en Economía; pudo trabajar como académica en la institución más prestigiada de educación superior en el país, y perteneció a una familia tolerante, tradicional, sin un sentido consciente de igualdad de género. Julia, al contrario, no pudo más que concluir la educación primaria, y su formación teórica y práctica la adquirió sin más a través de su activismo y en el trabajo partidario. Sin embargo, la claridad de su práctica feminista la obtuvo como resultado de una combinación de antecedentes familiares, laborales e ideológicos.
No obstante, el proceso de experiencia y participación en los movimientos sociales, los periodos y momentos específicos de su entrada al activismo social y al liderazgo político son extraordinariamente coincidentes. Una más de esas concurrencias biográficas se muestra en el momento de ruptura con la organización política y su capacidad de mantener un compromiso, aunque por fuera del partido, siempre dentro del movimiento y la lucha social. Este activismo basado en el compromiso, la solidaridad y la conciencia social se convirtió en una forma de vida, en un acto profesional de ser. Son ellas un ejemplo claro de la resonancia histórica sobre las biografías personales. Y son ellas, también, el ejemplo claro de la resonancia biográfica, personal sobre la historia de los movimientos sociales en el país.
Así como el movimiento estudiantil de 1968 fue un parteaguas político en México, también lo fue el año de 1988. Justo 20 años después, las elecciones presidenciales de México podrían haber sido las primeras de la alternancia hacia un gobierno de izquierda nacionalista y social, en medio de una transición aparatosa que intentó imponer el modelo económico basado en el libre mercado, la privatización de los bienes públicos y la desintegración del pacto social y los sindicatos. Las principales fuerzas políticas de esta confrontación no fueron los movimientos sociales existentes, sino las corrientes del principal partido hegemónico en el país que se escindieron de manera irreconciliable. Una corriente, liderada por Cuauhtémoc Cárdenas, nacionalista revolucionario. Otra corriente, liderada por Carlos Salinas de Gortari, neoliberal.
La confusión política e ideológica alcanzó a todas las fuerzas sociales y políticas en el momento en que la situación obligaba a inclinarse por una u otra fuerza política. Corría el año 1987, en el centro mismo de la vorágine de los grandes movimientos sociales del país: de damnificados por los sismos de 1985, de las costureras, estudiantil, de los grandes sindicatos en contra del pago de la deuda externa, de los maestros, y con una participación electoral de la izquierda socialista que iba, aunque paulatinamente, en ascenso. Cuauhtémoc Cárdenas representaba en todo caso a la corriente histórica del nacionalismo revolucionario de un pri hegemónico, que había controlado al movimiento obrero, que había impulsado el capitalismo benefactor, que había reprimido cualquier movimiento independiente, que había dictado su estrategia de desarrollo con gran autoritarismo. Por supuesto que la otra corriente, la de Salinas, no era más que reprobable. Pero entonces ¿qué hacer para la izquierda socialista y revolucionaria?
Al separarse Cárdenas de su partido, convocó a todas las fuerzas, incluyendo las más radicales, a una coalición para las elecciones de 1988. Muchas aceptaron y formaron un frente electoral; otras se mantuvieron al margen, y otras más siguieron la candidatura de la izquierda radical que representaba la activista de derechos humanos Rosario Ibarra de Piedra. Cárdenas pareció haber ganado, pero un enorme fraude evitó su victoria. El disgusto generalizado había llegado a la radicalización de muchos grupos decididos a tomar las armas. Cárdenas paró tales sobresaltos y llamó a la formación de un nuevo partido político de izquierda moderada y nacionalista: el prd, con la participación de todos los sectores sociales y grupos políticos que habían participado en la coalición electoral.
La mayoría de las asociaciones acudieron al llamado. Pero eso significaba disolver las antiguas organizaciones y comprometerse a la formación de un nuevo partido político de corte electoral, a veces totalmente distinto al que estos grupos habían planeado construir estratégicamente. Punto Crítico, la organización de Mariluz, decidió participar individualmente en el nuevo partido, luego de disolverse formalmente. El prt, la organización de Julia, se escindió con un pequeño grupo de intelectuales que decidió seguir la nueva organización. Y aunque en términos cuantitativos no significó una gran pérdida, la diáspora de la izquierda afectó cualitativamente al partido, que fue disminuyendo estrepitosamente su influencia política a casi nada. Poco después, el prt se dividiría en dos organizaciones, entonces sí con daños irreparables.
Como muchos activistas de izquierda en ese entonces, Mariluz y Julia vivieron sentimientos de depresión y desilusión inigualables. No todos, como se ha reseñado en algunos trabajos, siguieron entonces el camino de la radicalización (Klandermans, 2003). A diferencia de lo pasado con el movimiento estudiantil de 1968, donde la radicalización fue la expectativa de muchos que siguieron la lucha guerrillera, aquí, 20 años después, lo que se dio fue una diáspora de activistas de izquierda que perdieron la brújula ideológica y organizativa. México estaba viviendo, apenas un año antes de la caída del muro de Berlín, la sombra total del socialismo.
¿Qué tipo de retiro, si es que se dio, podríamos definir el experimentado por Mariluz y Julia? En la rigurosa tipología de Klandermans (2003), el retiro de un movimiento parte de la existencia misma del movimiento. Pero en este caso, cuando se enfrenta una diáspora generalizada ¿qué tipo de reflexión y emotividad pasó por la mente de dos de las activistas más importantes de la izquierda radical en México? No fue necesariamente un abandono personal, porque prácticamente fueron las propias organizaciones quienes las abandonaron a ellas. No tuvieron la fuerza para mantenerse persistentemente, como aquellos que, dice Klandermans, se quedan atrás como minoría profética manteniendo las viejas expectativas.
Julia y Mariluz se definen apartidistas pero no apolíticas. Dejaron el activismo político de sus organizaciones fundantes y persistentes, pero se volvieron activas en otros movimientos. Mariluz continuó en el sindicalismo magisterial y llegó a fundar una organización trinacional con sindicalistas de Canadá, Estados Unidos y México. Julia cofundó la Comisión Independiente de Derechos Humanos en el estado de Morelos.
Ambas, ahora, sin una vinculación dependiente ni política ni ideológica se han convertido en esos liderazgos intelectuales que influyen e inspiran nuevas dinámicas en los movimientos sociales. Lipsitz (1988), retomando una versión de Gramsci sobre los intelectuales orgánicos en su acepción más biográfica y personal, considera al intelectual orgánico como esa influencia organizativa, teórica e inspiradora de nuevas visiones de vida en la gente común. También está la definición más sistémica de Gramsci, que valora al partido político como el intelectual orgánico que influencia y orienta las estrategias de los movimientos sociales.
Mariluz y Julia contribuyeron durante 20 años de su formación y experiencia como activistas en la construcción de un intelectual orgánico colectivo, representado en la organización política. Después de la diáspora de 1989, Mariluz y Julia se convirtieron por resonancias biográficas en intelectuales orgánicas, que reconstituyeron una cultura de oposición y de activismo político. Ha sido este último, quizá por acumulación de capital político, el periodo de mayor productividad y creatividad de su activismo para siempre.
A partir de los noventa del siglo pasado el activismo de Mariluz y Julia tuvo distintas motivaciones. Cada una en su espacio de participación construyó un proyecto propio que fue resultado tanto de su trayectoria como de su compromiso con las luchas sociales. Desde ahí apoyaron las movilizaciones de la sociedad civil a favor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994 y la transición a la democracia. En todas las grandes movilizaciones de los noventa y lo que va del siglo xxi, Mariluz y Julia participaron directa o indirectamente desde sus propias trincheras de su activismo social. Después de casi 45 años de participación continua, las experiencias iniciadas en el movimiento del 68 o inducidas por sus líderes estudiantiles llegaban a un punto culminante. La globalización y la influencia neozapatista en los movimientos globales permitieron a Mariluz influir en la formación de una asociación a favor del sindicalismo y la educación pública de carácter trinacional. Julia, por su parte, se erigió como una de las más importantes líderes del movimiento por los derechos humanos en la región de Morelos.
Así, después de destacar aquellos elementos de su biografía personal y el contexto político de su activismo: ¿qué implicaciones teóricas puede tener la duración de un activismo de dos mujeres que fueron reclutadas para el movimiento social de izquierda y continuó por el resto de su vida?, ¿qué resonancias históricas y biográficas de tipo político explican o no la dinámica del cambio social?
En este trabajo nos planteamos el objetivo de repensar las consecuencias biográficas del activismo como resonancias. Estas repercusiones de tipo cultural están marcadas por la presencia de impactos históricos en situaciones concretas. Experiencias todas que están en la memoria de muchos activistas. Se constituye así una trama multidimensional de interpretaciones sobre los mecanismos, trayectorias y procesos sociales e históricos que se influyen en el tiempo, cruzan y articulan entre sí con distintas direcciones e intensidades. La resonancia es así una articulación prolongada de eventos sociales en el tiempo.
Las vidas de Mariluz y Julia fueron trascendidas por resonancias históricas, procesos sociales amplios que las tocaron irrevocablemente en su propia experiencia personal. Pero al mismo tiempo, su actuación impactó consciente e inconscientemente fragmentos tanto imperceptibles como amplios de otras trayectorias, sin la cual no habrían podido experimentarse de la manera en que se plasmaron.
Su primera inserción en el movimiento social fue a través del movimiento estudiantil del 68, que marcó la dirección y orientación de todo su activismo ulterior. Con estas experiencias biográficas, que a su vez interactúan y socializan con otras personas, se construye una trama de argumentación histórica sobre los significados del movimiento estudiantil y sus efectos simbólicos en torno a la democracia y la justicia social. Esta trama argumentativa va impactando diferencialmente a otros movimientos y al propio diseño de la política que se construye socialmente. Sin conocerse, Mariluz y Julia vivieron procesos tanto exclusivos como análogos a lo largo de su experiencia militante. Aunque, de manera particular, ambas influyeron tanto como fueron influidas por el auge de la insurgencia sindical de la década de los setenta.
Las dos fueron poco después reclutadas para la izquierda revolucionaria de finales de esa década, y desplegaron habilidades de liderazgo durante la siguiente. Rompieron con las tendencias hegemónicas del momento, que se alinearon hacia la formación de alternativas reformistas. Esta enorme corriente alcanzó a introducir a muchos activistas en el remolino ineluctable de la institucionalización de la protesta social. Ellas decidieron entonces romper con el partido político pero no con los movimientos sociales autónomos, a los cuales dirigieron todos sus esfuerzos. En esa trama de vías alternativas que permitió redireccionar su propia actuación, Mariluz y Julia se cruzaron en tiempo y espacio, con objetivos y hábitos semejantes.
En la reconstrucción de estas dos historias de vida militante destacamos cuatro etapas decisivas definidas por el contexto político y las formas particulares de su activismo. La primera etapa describió la inserción en el movimiento social, producto del desencadenamiento del movimiento estudiantil del 68, que se articuló con aspectos significativos de afinidad biográfica, las propias características de integración familiar y el manejo afectivo personal del miedo y la percepción del riesgo. El reclutamiento político no pasó hasta tiempo después, como resultado de su activismo inicial, a partir de la combinación de la ascendencia de un liderazgo políticamente inspirador y de intensos sentimientos de amor que aparecieron entonces y vigorizaron su compromiso político para siempre.
La tercera etapa plantea el proceso de radicalización del activismo político, la absorción de una ideología basada en la lucha de clases y feminista, y el aprendizaje de habilidades excepcionales de liderazgos colectivos. Al mismo tiempo, experimentaron en carne propia la inevitable lucha interna por la hegemonía de la dirección política de sus organizaciones. La última etapa que describimos aquí se refiere a rupturas y continuidades. El retiro de la participación en la organización política no significa el aislamiento o la resistencia dogmática de grupúsculos, sino el mantenimiento del compromiso político con el movimiento social y la ideología persistente en la política sindical y los derechos humanos. La corriente apartidista, que no apolítica, que permeó en una parte de los movimientos sociales durante los primeros quince años de este siglo, puede personificarse en el activismo de Mariluz y Julia.
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1 Es una época en que los individuos viven una estructura de sentimiento, para seguir la noción de Raymond Williams (2001), de profunda experiencia de aislamiento y alienación, que rompe con las expectativas y motivaciones anteriores. Los cambios impactaron a nuestras protagonistas de la historia.