¿Qué significa la narración de una vida?, ¿qué implica la elaboración de una historia de vida desde la perspectiva de la historia oral?, ¿cuáles son los obstáculos a los que nos enfrentamos quienes deseamos recoger un testimonio que nos conduzca a la confección de una historia de vida? Estas son algunas de las grandes preguntas que Graciela de Garay y quienes elaboraron cada uno de los capítulos de este libro nos ayudan a responder a quienes de una u otra manera hemos estado interesados en construir un relato de esta naturaleza.
Las historias de vida son narraciones autobiográficas orales que conllevan un diálogo interactivo entre el entrevistador y el entrevistado, en el cual se desarrolla un proceso generador de confianza y, hasta cierto punto, de complicidad. En palabras de Graciela de Garay, se trata de la construcción de un testimonio de manera asistida, guiado por las interrogantes del entrevistador, en el cual se plasma de manera integral el proceso vital del entrevistado.
Por ello, quien realiza la entrevista debe contar con un alto grado de especialización en los temas a tratar y un amplio conocimiento de la trayectoria de quien comparte sus recuerdos y ofrece su testimonio. De lo contrario, el diálogo puede resultar estéril y no sólo falto de contenido, sino también de profundidad. Asimismo, el entrevistador debe tener la capacidad de contrastar la información proporcionada con otro tipo de fuentes, ya sean estas fuentes documentales, hemerográficas, bibliográficas y testimoniales, pero sin perder de vista lo esencial en el relato del entrevistado y la lógica de la narración.
Es importante señalar que el testimonio del entrevistado va más allá de la vida del sujeto en cuestión, rebasa el marco de lo biográfico para adentrarse en la realidad histórica por donde transita el actor principal de los hechos narrados. Por un lado, nos permite reconstruir su biografía y aportar información relativa a los aspectos personales y familiares del sujeto y, por otro, nos da la posibilidad de ubicar al personaje en su actividad pública. De este modo, podemos contribuir a crear una fuente para conocer una práctica social o política en un periodo determinado.
Desde luego, la memoria es selectiva: resalta algunos aspectos, olvida otros; incluye ciertos temas, niega la existencia de otros más. El relato, por ende, está permeado por la subjetividad del narrador, pero en él se pueden encontrar circunstancias y procesos específicos que fueron vividos de determinada manera, presenciados directamente o influidos de forma tangencial.
De aquí que el ser humano se debata siempre entre la memoria y el olvido. Hay hechos que no queremos recordar, porque nos duelen o nos lastiman como individuos, como colectivo y como sociedad; por eso preferimos olvidarlos y hacer de cuenta que no existieron. Pero hay otros que deseamos rememorar y celebrar. Es entonces cuando acudimos a los recuerdos para reconstruir nuestra historia, valorar nuestro presente y dar sentido a nuestro futuro.
Como afirma Graciela de Garay, “toda historia antes de ser escrita fue contada”. De aquí que los historiadores hayamos recurrido a la entrevista para recuperar antiguos métodos de indagación y descubrir nuevos temas, inventar otras fuentes y considerar a actores ignorados por la historiografía tradicional. De este modo aparecen los detalles, los pequeños indicios, los valores sociales y las subjetividades, logrando un acercamiento al pasado desde la perspectiva de uno o varios sujetos que, a través de la rememoración de la experiencia, contribuyen a la generación de una explicación histórica más acabada.
Así, la historia oral y el testimonio se han convertido en recursos fundamentales para la reconstrucción del pasado, recursos muchas veces cuestionados por su grado de confiabilidad con respecto a las fuentes escritas, pero que aportan una enorme riqueza al permitir recuperar la relación del individuo con su historia.
Sin embargo, para contar la historia primero hay que recordarla, adentrarse en los vericuetos de la memoria y reconstruir de manera detallada lo que pasó a partir de lo vivido. El problema radica también en que la memoria cambia de manera continua porque se encuentra en un proceso permanente de creación y recreación de significados. Por ello, es necesario acercarse a las fuentes orales con el mismo rigor que aplicamos a otras fuentes históricas, con plena conciencia de sus alcances y límites, tomando en cuenta la forma del discurso así como el contexto histórico y cultural en el que este se produce.
Resulta curioso cómo muchos de los entrevistados se presentan como protagonistas de una misma historia o de una misma decisión trascendente. Sin embargo, a la hora de contrastar los relatos, se percibe que no se trata de un afán protagónico, sino que muchos de ellos participaron en un mismo proceso desde distintos escenarios o desde diversas instancias de gobierno: alguno dio la orden, otro giró la instrucción, uno más la llevó a cabo, otro elaboró el informe de los hechos.
Otro aspecto esencial a destacar es que en la elaboración de las historias de vida encontramos un proceso de ida y vuelta en el tiempo; es decir, se recuerda el pasado desde hoy, se reconstruye la experiencia de entonces en el momento presente, cuando el entrevistado ha acumulado ya una serie de vivencias que le dan otra perspectiva a su visión acerca de las experiencias pasadas. A ello se le suma la mirada del entrevistador, que plantea las preguntas desde sus propias preocupaciones y con base en una perspectiva académica y disciplinaria específica.
En lo personal, mi experiencia con las historias de vida tiene que ver con la historia de vida de las elites, en particular con la historia oral de la diplomacia mexicana, encaminada a reconstruir el papel de México en el escenario internacional durante la segunda mitad del siglo xx a través de la mirada de sus actores. En general, se ha tratado de reconstruir y dar significado a una época en que la diplomacia mexicana se distinguió por la defensa de la soberanía y los principios de política exterior en los distintos foros internacionales, en los cuales México tenía un reconocimiento moral por sus posturas sólidas e independientes.
Retirados ya de la vida política y situados en un momento en que han podido reflexionar acerca de su carrera diplomática en el contexto de la elaboración de la política exterior mexicana, los diplomáticos mexicanos presentaron su experiencia de manera detallada y lograron desentrañar la manera en que se tomaron decisiones de gran importancia para el país, siempre desde una perspectiva institucional. En ese sentido, tuve la experiencia de llevar a cabo dos ejercicios de construcción de historias de vida que se desarrollaron de manera muy distinta y que tuvieron resultados muy diferentes.
En el primero, el entrevistado pudo estar presente en todas las etapas del proceso: entrevistas, revisión de transcripciones, edición, redacción del texto, seguimiento del proceso editorial. Ello tuvo como resultado un texto en que el entrevistado revisó hasta el último detalle, matizó muchas de las afirmaciones vertidas en las entrevistas originales, suprimió algunos temas y agregó aspectos que implicaron una nueva ronda de entrevistas meses más tarde. De este modo, el diplomático reconstruyó su quehacer a través del testimonio oral, pero tuvo la oportunidad de reconsiderar algunos aspectos que podían afectar a otros colegas todavía en activo.
En el segundo, desde el inicio el entrevistado tomó la decisión de contarlo todo, de revelar detalles que nunca antes había compartido y de señalar con nombre y apellido a los responsables de las decisiones que habían lesionado en su momento el prestigio de México a nivel internacional. En este caso, el entrevistado falleció y no tuvo oportunidad de revisar las transcripciones ni dar seguimiento a la redacción y publicación del libro en cuestión. Sin embargo, su testimonio fue tan claro que no hubo duda a la hora de elaborar el relato, en el cual sólo se suprimieron algunas opiniones que desde el momento de las entrevistas se dijo que no se debían publicar. En este caso el testimonio tuvo un carácter más crudo y directo, que hirió ciertas sensibilidades, pero que puso en evidencia los entretelones del mundo diplomático mexicano.
No obstante, y a pesar de los procesos y los resultados tan diferentes, en ambos casos se logró reconstruir la historia de vida de cada uno de los entrevistados y, a partir de ella, se pudo dar sentido a momentos importantes del devenir histórico nacional. Hubo coincidencias y diferencias, pero el objetivo principal se mantuvo: dar a conocer la historia de vida elaborada a partir del testimonio de cada uno de los entrevistados y analizar los distintos momentos de la vida política del México de la segunda mitad del siglo xx que influyeron en las decisiones de los actores diplomáticos en cuestión.
Los defensores de la historia oral enaltecen la subjetividad del testimonio como la aportación más valiosa de la narración y reivindican la riqueza de la narración del entrevistado. En cambio, sus detractores se empeñan en resaltar la irrelevancia de su contenido y la falta de representatividad estadística de la información obtenida por este medio, descalificándola como una fuente verídica y confiable. En todo caso, lo que aquí se quiere resaltar es la importancia de la tarea encaminada a recuperar la historia viva, la individualidad de los actores y los significados cualitativos. Se trata de poner el énfasis en la relevancia de la práctica del historiador que se dedica a preguntar y escuchar para poder explicar.
Recordar el pasado desde el presente sigue siendo así una tarea fundamental para el historiador, que puede utilizar la metodología de la historia oral para una mejor comprensión de nuestra historia a través de la mirada de sus actores fundamentales. Y, gracias al libro coordinado por Graciela de Garay, encontramos las herramientas para llevar adelante esta tarea.
Instituto Mora