La guerra fría, el movimiento
estudiantil de 1968 y el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. La mirada de las
agencias de seguridad de Estados Unidos*
The Cold War, the 1968 Student
Movement and the Government of Gustavo Díaz Ordaz. The Perspective of US
Security Agencies
María del Carmen Collado Herrera1
1Instituto de Investigaciones Dr. José
María Luis Mora, México, orcid: 0000-0002-6784-0499 ccollado@mora.edu.mx
Resumen: Se analiza la percepción de las agencias de
seguridad estadunidense sobre el movimiento estudiantil mexicano de 1968, las
relaciones de México con Cuba, y, de manera general, con los países del bloque
soviético. Las impresiones de estas instancias de seguridad sobre la diplomacia
de México con las naciones de la órbita comunista sirven como marco para
comprender las ideas encontradas y coincidentes entre los gobiernos de Gustavo
Díaz Ordaz y Lyndon B. Johnson sobre el movimiento del 68. Los procesos
analizados se dieron en un marco de estrecha colaboración entre ambas
administraciones debido a la guerra fría y a la convicción anticomunista que ambos
mandatarios compartían. Se aprecia que los informes de seguridad de Estados
Unidos –aunque en ocasiones mostraron visiones contradictorias y tenían
diversos niveles de confiabilidad, según el momento y la intención con la que
fueron elaborados– no secundaron la versión oficial del régimen sobre el 68.
Palabras clave: movimiento
estudiantil; agencias de seguridad; Díaz Ordaz; Estados Unidos; guerra fría.
Abstract: This paper analyzes US security agencies’
perception of the 1968 Mexican student movement and Mexico’s relations with
Cuba and Soviet bloc countries in general. These security agencies’ perception
of Mexico’s diplomacy with countries in the communist orbit serve as the
framework for understanding the opposing and overlapping perceptions of the
governments of Gustavo Díaz Ordaz and Lyndon B. Johnson of the ʼ68 movement.
The processes analyzed occurred within a framework of close cooperation between
the two administrations because of the Cold War and the anti-Communist views
shared by the two leaders. The article shows that although they sometimes
expressed contradictory views and had varying levels of reliability, depending
on the timing and purpose with which they were written, US security reports did
not support the regime’s official version of events in ʼ68.
Key words: student movement; security agencies; Díaz Ordaz;
U.S; Cold War.
Fecha de recepción: 6 de julio de 2016
Fecha de aceptación: 11 de octubre de 2016
El objetivo de esta
investigación es mostrar cómo fue percibido por los aparatos de seguridad
estadunidenses el movimiento estudiantil de 1968 y la política exterior
mexicana hacia Cuba y los países del Este europeo, todo enmarcado en el
contexto de la guerra fría que experimentaba uno de sus conflictos más álgidos
en la guerra de Vietnam. Los materiales producidos por las diferentes
instancias de seguridad nacional estadunidense son un mirador privilegiado para
calibrar la actuación del gobierno mexicano en una etapa signada por la gran
colaboración y coincidencia de ambos vecinos en torno a la necesidad de
contener el avance del comunismo.
La primera parte
de este trabajo, a manera de marco introductorio, aborda la coincidencia
anticomunista de México y Estados Unidos y la tolerancia del segundo con la
diplomacia de cariz independiente que el primero había ejercido con Cuba,
subrayando las percepciones de Estados Unidos. Se toca el doble juego de la
política exterior mexicana hacia la isla, con quien el gobierno mantenía
relaciones, al tiempo que le pasaba información y le hacía favores a las
oficinas de seguridad estadunidenses y altos funcionarios del gobierno de
México mantenían vínculos con la Central Intelligence Agency (cia). Asimismo, se analizan las evaluaciones que realizó
la cia sobre el gobierno mexicano.
La segunda parte
de este estudio analiza la visión de Estados Unidos sobre el movimiento
estudiantil de 1968 en contraste con la del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su
grupo más cercano. Con esto último pretendo desentrañar las percepciones, en
ocasiones coincidentes y en otras diferentes, de las administraciones de Lyndon
B. Johnson y de Díaz Ordaz y abonar a la comprensión de un movimiento social
desde las esferas del poder. La insistencia del gobierno mexicano de culpar a
comunistas mexicanos o del exterior de haber generado y dominado el movimiento
sin ofrecer evidencia, contrasta con las relaciones amistosas que México
mantenía con los países del bloque soviético.
Las ideas que
sustentan este análisis son que la diplomacia relativamente independiente de
Washington que México ejercía hacia Latinoamérica y otras zonas del globo era
utilizada para conseguir mayores apoyos y convivir sin ser avasallado por su
poderoso vecino. Le servía además para apuntalar el consenso nacionalista, al
satisfacer a la izquierda dentro y fuera del pri y
mantener a raya a la derecha. Esta situación era compensada con una amplia
colaboración en el ámbito reservado de la seguridad, porque tanto México como
Estados Unidos coincidían en su rechazo a la expansión del comunismo del bloque
soviético que, a través de Cuba, se asomaba en el hemisferio. No obstante, el
gobierno estadunidense confundía a veces el nacionalismo revolucionario,
traducido en una diplomacia independiente, con el comunismo, y ello generaba
roces y malos entendidos. Pese a la profunda convicción anticomunista de los
gobiernos de Díaz Ordaz y Johnson, y a la amplia colaboración de ambos, las
agencias de seguridad estadunidenses no secundaron la versión del gobierno
mexicano de que el movimiento estudiantil de 1968 fue resultado de la manipulación
de agentes soviéticos o cubanos infiltrados. Dadas las amplias actividades y
recursos desplegados por Estados Unidos y sus diferentes oficinas de seguridad,
incluida la estación local de la cia, para vigilar
lo que sucedía en Latinoamérica, registrar lo que se fraguaba en las embajadas
de Cuba, la URSS, otras representaciones del bloque socialista y a los
revolucionarios latinoamericanos exiliados en México, sus interpretaciones
sobre el movimiento estudiantil resultan muy valiosas y útiles para
contrastarlas con las de Díaz Ordaz y ampliar así la perspectiva de análisis de
ese momento histórico.
Si bien no
pretendo hacer una revisión historiográfica exhaustiva por razones de espacio,
creo conveniente retomar algunas posiciones de otros autores como referencia
básica para ubicar este trabajo. La historiografía sobre las relaciones entre
México y Estados Unidos (Riguzzi y De los Ríos, 2012, pp. 316-335) concuerda en
que a partir de la segunda guerra mundial se amplió la colaboración entre ambos
países a través de préstamos y convenios de diferente índole. Mario Ojeda
(1984, pp. 93-94) afirma que existió una relación especial
entre ambos vecinos durante la guerra fría basada en la cooperación bilateral
en temas de interés, tolerancia a la relativa independencia diplomática de
México a cambio de su apoyo en lo fundamental, en virtud de que la estabilidad
política de su vecino era crucial para su seguridad. Una vez que salieron a la
luz los documentos desclasificados de la cia y
otras oficinas de seguridad a partir de 1998, quedó clara la doble factura de
la política exterior mexicana: cierta independencia diplomática respecto a
Estados Unidos y alianza y colaboración en temas de seguridad (Herrera y Santa
Cruz, 2011, pp. 351-353; Riguzzi y De los Ríos, 2012, pp. 204-408). La
historiografía dedicada a las relaciones de México con Cuba y el bloque
comunista afirma que estas se basaron en el respeto a la autodeterminación,
pero a su vez reconoce la doble cara de las relaciones de ambas naciones (Rojas
y Covarrubias, 2011, pp. 146-148). Por su parte, la política exterior como
legitimadora del régimen ha sido abordada por varios autores entre quienes
podemos destacar a Lorenzo Meyer (2010, p. 204) y Soledad Loaeza (1988, pp.
200-201).
El movimiento
del 68 ha sido tratado en una amplia gama de escritos literarios,
periodísticos, históricos y científico sociales, pero aún hacen falta más
investigaciones académicas (Jiménez, 2011 y Rodríguez, 2003, pp. 180-181).
Ariel Rodríguez Kuri señala que en México ha prevalecido una historia más
volcada a la recuperación de la memoria con un afán didáctico, en tanto que
Héctor Jiménez Guzmán concluye que lo testimonial, de tono reivindicativo,
escrito desde la prisión, ha sobredeterminado al resto de la producción
historiográfica.
Entre los
trabajos que han abordado el 68, introduciendo la variable estadunidense, se
encuentra un pequeño grupo que corresponsabiliza al país vecino del norte de la
represión al movimiento. Tal es el caso de Pablo Moctezuma Barragán (2008) y el
documental de Carlos Mendoza (2007) 1968. La conexión
americana, del Canal 6 de julio. Si bien ambos reconocen que las causas
del movimiento fueron internas, inmersos en una historiografía maniquea que
presenta a México como el campo de batalla de la guerra fría, atribuyen al
imperialismo estadunidense una corresponsabilidad en la violencia con la que el
Estado mexicano desarticuló al movimiento. Estas interpretaciones, aunque
provienen de las izquierdas, se vinculan de alguna manera con los “escritos de
la conjura”, una corriente historiográfica de derechas que secundó la
interpretación oficial de que el movimiento resultó de una manipulación de
agentes comunistas externos (Jiménez, 2011, pp. 30-38). Si bien estas obras se
sitúan en el polo opuesto a las primeras, al acentuar esos factores externos se
articulan en torno a la visión de México como una víctima de la guerra fría.
Desde una
perspectiva mucho más compleja Jaime M. Pensado analiza el papel de la
historiografía conservadora en la construcción histórica del 68. Su texto tiene
la virtud de explicar los acontecimientos en el marco de las movilizaciones
estudiantiles de la década de 1960, pero también tiene la limitación de no
haber considerado el control que el gobierno ejerció sobre la prensa, su principal
fuente. La interpretación conservadora presentó a los estudiantes como víctimas
y así permitió, afirma Pensado, que cerrara la herida dejada por el movimiento
del 68, aunque dejando una cicatriz. Asevera, en coincidencia con Jiménez, que
dicha corriente fue predominante en los años posteriores a Tlatelolco, y
presentó a la juventud como víctima de las manipulaciones del comunismo
internacional, de las izquierdas “apátridas” y de las influencias destructoras
de la nacionalidad, representadas por la contracultura estadunidense de los
sesenta (Pensado, 2013, pp. 201-234).
Por su parte,
Abraham Trejo Terreros (2012), en su artículo “La mirada de Washington en el
movimiento estudiantil de 1968” (pp. 111-114), basado en fuentes de seguridad
nacional y de historia diplomática, se centra en mostrar si Estados Unidos
cambió su percepción sobre la estabilidad mexicana y no analiza las
divergencias entre las interpretaciones de las agencias de seguridad
estadunidenses y las del gobierno mexicano.
Especial mención
merece el libro de Sergio Aguayo (1998) 1968. Los archivos
de la violencia, en donde se analiza el movimiento en el marco de un
Estado autoritario, represor de las corrientes de izquierdas. El autor
investiga la actitud del gobierno estadunidense y la cia
durante el movimiento, así como la de las agencias de seguridad mexicanas.
Aunque sus conclusiones son similares a las sostenidas en el presente artículo,
desde que publicó este libro se ha desclasificado mucho material secreto en
Estados Unidos.1 El texto de Aguayo (1998, pp.
15-17) tiene una gran riqueza documental derivada de la consulta de fuentes de
seguridad estadunidenses y mexicanas, del Archivo de la Secretaría de
Relaciones Exteriores y de las entrevistas realizadas.
Otro texto
destacado que utilizó fuentes de seguridad estadunidenses, cubanas y mexicanas
es el de Renata Keller (2015), Mexico’s Cold War. Para
la autora el 68 está enclavado en la propia guerra fría que México encaraba en
su oposición a los movimientos sociales asociados a las izquierdas locales, más
allá de la confrontación ideológica Este-Oeste de la guerra fría. Así el 68 es
presentado como una más de estas movilizaciones izquierdistas opositoras al
priismo, inmersa en la confrontación ideológica del Estado, quien defendía el
legado de la revolución mexicana, contra la revolución cubana, que inspiraba a
los grupos socialistas mexicanos (Keller, 2015, pp. 202-218 y 231). Donald
Hodges y Ross Gandy (2002) dedicaron un libro a los movimientos populares y al
autoritarismo mexicanos en el que hacen una interpretación desde las izquierdas
que coincide con la que prevalece entre los autores mexicanos, al situar al
movimiento como parte de una larga lucha de resistencia al poder. Asimismo,
explica la decisión del gobierno mexicano de culpar a comunistas infiltrados
del movimiento como una estrategia para cubrir sus propios errores. Por su
parte, Eric Zolov (2002), quien utiliza fuentes mexicanas y estadunidenses en
su clásico libro del movimiento estudiantil, hace una interpretación
culturalista que rebasa el ámbito político de la confrontación y pone el acento
en la influencia de la contracultura del país vecino del norte y en la propia
que se generó en México. En un artículo posterior Zolov (2003) analiza el
impacto del movimiento en las relaciones México-Estados Unidos a partir de la
prensa y de fuentes del gobierno estadunidenses. Zolov concluye que el
movimiento no cambió la visión de Estados Unidos de que su vecino tenía un
gobierno fuerte y estable, crucial para su política de contención del comunismo
en Latinoamérica. Un libro de Kevin Witherspoon (2008) sobre la mirada
internacional de México alrededor de los juegos olímpicos de 1968, concluye de
manera ingenua que, pese a las menciones encontradas en los documentos del
Departamento de Estado sobre actividades comunistas en México, Washington optó
por apoyar la represión del gobierno mexicano para apuntalar a un aliado
crucial en la confrontación de la guerra fría. La biografía de Jefferson Morley
(2010) sobre Winston Scott, quien fue director de la estación local de la cia en México durante trece años, aporta información
sobre la trayectoria de Scott y su participación en actividades de espionaje y
encubiertas. Morley concluye acertadamente que la cercanía entre el gobierno
mexicano y la cia local fue tan grande que Scott
fue incapaz de enviar información independiente de la que arrojaban los
servicios mexicanos locales al informar sobre el 68, pero sobre todo sobre la
matanza de Tlatelolco, y que, al ser confrontado por el Departamento de Estado
terminó por distanciarse de sus informes preliminares. Una de las limitaciones
de este texto es que sobredimensiona la influencia de Scott y, por ende, de la cia, en las políticas mexicana y estadunidense, omitiendo
que la política exterior de un país tiene objetivos mucho más amplios que los
del espionaje. Por último, Kate Doyle, directora del Mexico Project del
National Security Archive, afirma que la embajada estadunidense emitió informes
confusos sobre el movimiento estudiantil, contaminada, al igual que la cia, por la versión de las oficinas de seguridad
mexicanas. No obstante, días después de la represión del 2 de octubre los
informes de la cia local desmintieron esta versión.2
Si bien existen
varios trabajos que utilizan las fuentes estadunidenses y las de seguridad para
explicar lo sucedido en el México del 68, el presente artículo plantea
preguntas distintas. Pretendo poner a prueba la interpretación oficial mexicana
del movimiento a partir de la disección de los informes de las agencias de
seguridad estadunidenses y con ello contribuir a la historiografía sobre el
tema. Las fuentes primarias en las que se fundamenta este trabajo son los
National Security Files de la Lyndon B. Johnson Library,3
el Mexico Project del National Security Archive de la George Washington
University, los Foreign Relations of the United States 1964-1968, vol. xxxi, South and Central America, Mexico, del Department
of State, la John F. Kennedy Oral History Collection de la John F. Kennedy
Library y The President’s Daily Briefs de la cia.
El gran escenario
Una cauda de
oficinas y funcionarios de inteligencia estadunidenses se ha ocupado de
reportar las cosas que les parecen relevantes en su país vecino del sur.
Conforme han variado los escenarios nacionales e internacionales de las partes
involucradas, han cambiado los intereses y las miradas sobre lo que es
importante para el gobierno en Washington.
A partir de las
resoluciones de la Internacional Comunista de 1935, que creó el Frente Popular,
Estados Unidos se preocupó por la expansión de las actividades comunistas en
Latinoamérica e instruyó al Federal Bureau of Investigation (fbi), fundado en 1908, y dependiente entonces del
Departamento del Tesoro, para que vigilara las acciones de los comunistas y se
hiciera cargo de las actividades de inteligencia y contrainteligencia en el
hemisferio occidental. El fbi se integró al
Departamento de Justicia en 1935 y abrió una oficina en México en 1939 (Morley,
2010, p. 122). Por su parte, el secretario de Estado pidió a sus embajadas y
consulados en la región que reportaran los movimientos de los grupos
sospechosos. El Special Intelligence Service fue creado en 1940 y, entre ese
año y marzo de 1947, envió agentes a países latinoamericanos y del Caribe
además de reclutar informantes y espías (Raat, 1987, p. 629).
Como es sabido,
en 1947, durante la administración de Harry S. Truman, fue creada la cia, con lo cual perdieron preeminencia el ejército y el
Departamento de Estado en las labores de inteligencia y contrainsurgencia. No
obstante, cinco años más tarde, en 1952, fue creada la National Security Agency
que se hizo cargo de los aspectos tecnológicos más complejos, operaba como
parte del Departamento de Defensa y rendía informes al director nacional de
Inteligencia. Con ello se restauró la importancia de los militares en estos
ámbitos.
Así, cuando
llegamos a la década de los sesenta, el aparato de inteligencia estadunidense
estaba plenamente desarrollado, realizaba operaciones de espionaje,
contraespionaje y diversas actividades encubiertas para interferir en los asuntos
internos de diferentes países. Resulta revelador que el director de la oficina
de la cia en México, Winston Scott, permaneció en
este país durante trece años, entre 1956 y 1969, y tuvo relaciones muy
cercanas, casi amistosas, con los presidentes, los secretarios de Gobernación y
los funcionarios de seguridad más importantes en México (Riguzzi y De los Ríos,
2012, p. 409). La estación de la cia en México
creció por la exigencia de la guerra fría de vigilar las actividades comunistas
en América Latina. México era un lugar destacado porque daba asilo a disidentes
de la región y porque la URSS y varios países del Este tenían embajadas desde
donde realizaban espionaje. Scott montó una red de inteligencia llamada litempo en 1960, que reclutó a doce altos funcionarios.
Está documentado que Gustavo Díaz Ordaz, como secretario de Gobernación de
Adolfo López Mateos, era litempo-2, Luis
Echeverría Álvarez, subsecretario de Gobernación, litempo-8,
Fernando Gutiérrez Barrios, subdirector de la Dirección Federal de Seguridad, litempo-44 y,
de acuerdo con Jefferson Morley (2010, p. 130), Adolfo López Mateos, antes de
asumir la presidencia, también formó parte de esta red con el nombre de litensor. La colaboración entre la cia y estos funcionarios era muy amplia. Un ejemplo de
estos intercambios lo constituye la información que México les daba sobre los
cubanos que estaban solicitando visas mexicanas en La Habana, personajes que
realizaban actividades de espionaje en el país o relacionados con actividades
de insurgencia en otras naciones de América Latina, y en general lo que era
denominado como “información sensible”, tanto para el gobierno de Estados
Unidos como para el de México, evitando así que circulara por los canales protocolarios.5
A su vez, cuando Díaz Ordaz se convirtió en presidente, Scott entregaba a Los
Pinos un resumen diario de inteligencia recabado por la estación de la cia en la ciudad de México (Morley, 2010, p. 345).
Sería simplista
suponer que la colaboración sólo era resultado de que estos informantes de alto
nivel estaban en la nómina de la agencia o que la colaboración de estos
prominentes funcionarios implicaba que la cia era
el poder invisible que guió los destinos del país, como lo afirma Mendoza
(2007) en su documental 1968. La conexión americana
y lo sugieren Moctezuma (2008), Martín Moreno6 y el
propio Morley (2010, pp. 131-132) en su biografía de Scott. Los pagos y/o regalos
hechos a los altos funcionarios, aun si fueron altos, no eran el principal
ingrediente de la colaboración; esta derivaba de la profunda convicción
anticomunista compartida por las autoridades de ambos países. La necesidad de
la seguridad nacional mexicana de tener información cabal sobre las actividades
subversivas en el país era también otra razón para mantener abierto este canal
de indagación. Así, tanto el gobierno de Estados Unidos como el de México se
beneficiaban de los intercambios de sus pesquisas. En este último también
operaban espías soviéticos y cubanos con la tolerancia del gobierno. Esta
tolerancia, sumada a la que se tenía con los aparatos de espionaje
estadunidenses, brindaba a México una seguridad de que los países implicados
evitarían desestabilizar a su régimen (Iber, 2014).7
Vecinos cercanos
Con la llegada
de Johnson a la presidencia, en noviembre de 1963, luego del asesinato de John
F. Kennedy, se estrecharon las relaciones entre ambos vecinos; ningún otro país
latinoamericano recibió tanta atención personal de parte del texano (Niemeyer,
1986, p. 185). Las relaciones se habían enfriado entre 1961 y 1962 porque
México no secundó la diplomacia de Estados Unidos hacia Cuba (Cid, 1998, p.
318). Aunque la política exterior mexicana se había distanciado de las posturas
estadunidenses al menos desde el porfiriato, durante la guerra fría fue mal
recibido el acercamiento con el Movimiento de los Países No Alineados (mpna) y con la Francia de Charles de Gaulle. La
ambigüedad de México con el mpna preocupó a la
diplomacia estadunidense, que presionó al máximo para que México no asistiera a
las reuniones fundacionales en 1961. La indeterminación sirvió a López Mateos
para profundizar su capacidad de negociación con Estados Unidos, de quien
recibió ventajosos préstamos, así como de organismos multilaterales, de gran
utilidad para solventar las dificultades fiscales que encaraba (Pettinà, 2016).
Asimismo, la simpatía del ejecutivo mexicano por la revolución cubana encendió
los focos rojos en Washington. No obstante la autonomía que en la diplomacia
abierta que México exhibía hacia Cuba irritaba sobremanera al gobierno de
Kennedy, este aceptó finalmente la disensión, pues en el ámbito de la seguridad
nacional, de carácter reservado, ambos gobiernos coincidían plenamente en su
anticomunismo.8 Johnson comprendía mejor la
postura mexicana y como vicepresidente intervino para que mejoraran las
relaciones entre los dos vecinos.9 Por
ello, ya en la Casa Blanca, durante una conversación telefónica con Thomas
Mann, quien había sido embajador en México entre 1961 y 1963, hasta que fue
nombrado por Johnson secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos,
el presidente le dijo que quería “al mejor estadunidense” al frente de la
embajada en México. Consideraba que ellos habían sido desagradables con los
mexicanos y para arreglar las cosas prefería a un amigo suyo en ese puesto, a
alguien que velara por sus intereses, se condujera como un director, que fuera
“endiabladamente capaz”, “joven y carismático”.10 Así
llegó Fulton Freeman a la representación mexicana; previamente se había
desempeñado como embajador en Colombia en una época compleja. Producto de la
importancia que dio a la relación con su vecino del sur, el texano se
entrevistó dos veces con López Mateos y siete con Díaz Ordaz en los poco más de
cinco años que fue presidente entre noviembre de 1963 y enero de 1969 (Suárez,
1998, pp. 71-128). Esta importancia decreció en la medida en que el conflicto
con Vietnam cobró relevancia.
La cia realizaba análisis rutinarios sobre la estabilidad
política de su vecino, la cual lo diferenciaba del resto de Latinoamérica.
Dicha estabilidad aseguraba la paz y la seguridad de la frontera sur de Estados
Unidos durante la guerra fría y, a cambio de ella, Washington toleraba al
régimen autoritario mexicano y lo apoyaba, pese a eventuales roces (Meyer,
2004, pp. 96-97). Uno de los primeros informes de la cia
durante el gobierno de Johnson se dedicó a las elecciones presidenciales en
México en 1964, calificadas como un evento que no alteraría la política ni la
economía. El candidato del pri, Gustavo Díaz
Ordaz, era visto como un “moderado” que no cambiaría la orientación de la
política interior ni internacional. Seguramente continuaría con su política
exterior “independiente” en relación con Cuba, el comercio internacional y el
desarme, asuntos en los cuales en ocasiones estaba en desacuerdo con Estados
Unidos. Reconocía, sin embargo, que el gobierno sería pro estadunidense.11
El informe abundaba en que la tradicional estabilidad de México no se vería
alterada por los esfuerzos de los izquierdistas que estaban disgustados por la
candidatura de un moderado. Bajo el dominio del partido oficial, afirmaba, el
gobierno gastaba sumas considerables en la aplicación de los preceptos
“socialistas” de la revolución mexicana, a la vez que mantenía su pragmatismo,
ya que su “orientación desafía cualquier definición convencional”.12
En relación con
la lucha contra el comunismo, el informe de la cia
aclaraba que mientras Díaz Ordaz fue secretario de Gobernación batalló con mano
dura contra el comunismo y, por tanto, se esperaba que continuara con esta
línea como presidente.13 Tenía claro que el Partido
Popular Socialista era subsidiado parcialmente por el gobierno para asegurar la
división de la izquierda y a través de él o de Vicente Lombardo Toledano
recibía información sobre algunas actividades de los izquierdistas.
De acuerdo con
este informe, la mayor influencia comunista estaba en la Secretaría de
Relaciones Exteriores y en la Secretaría de Educación Pública (sep). La principal fuerza “subversiva” provenía de
organizaciones culturales dirigidas por marxistas y comunistas incrustados en
las oficinas del gobierno, del sistema educativo y la prensa.14
En este punto se advierte la incapacidad de la cia
para comprender que la independencia en política exterior de México, tal como
su acercamiento con el mpna, su proximidad con
países que Estados Unidos veía como potenciales enemigos, su apoyo a la firma
del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y las
relaciones que en lo público mantenía con Cuba, así como el control federal
sobre la educación, se relacionaban con el nacionalismo que daba cohesión
interna y legitimidad al Estado que, por estas mismas razones, defendía su
derecho a dictar el contenido de la educación básica. La incomprensión de las
razones que movían la política exterior mexicana explica que la cia viera a la Cancillería como una institución con gran
influencia comunista, pues a Estados Unidos siempre se le dificultó comprender
que el nacionalismo mexicano no era equivalente al comunismo. Asimismo, es
posible que viera a la sep como una oficina
influida por aquella ideología, como un resabio de la querella por la educación
que se desató en 1960 por parte de las derechas, cuando se creó el libro de
texto gratuito, la cual se engarzó con la campaña anticomunista lanzada por la
Iglesia católica mexicana al año siguiente.
Más adelante, el
informe señalaba que México era un punto de tránsito importante entre Cuba y
Latinoamérica y era “La Meca” de los comunistas centroamericanos y otros
exiliados políticos. Por su geografía, su tolerancia política y la facilidad
para contrabandear armas se le consideraba una base relevante de actividad
subversiva. “Las embajadas comunistas en México (soviética, polaca, checa,
yugoslava y cubana) evidentemente desempeñan un papel muy importante en conducir
esta subversión, incluyendo la actividad dirigida contra los intereses de
seguridad de Estados Unidos.”15
Tanto los cubanos como los integrantes del bloque comunista apoyaban la
sedición desde sus embajadas en contra de Estados Unidos y otros países, pero
no contra México para no provocar la irritación del régimen y la limitación a
sus actividades de espionaje. Según sus cálculos, el Partido Comunista Mexicano
(pcm) tenía pocos militantes y era débil, por lo
que su potencial revolucionario era muy limitado. Si durante el régimen de
López Mateos la preocupación estadunidense rondó la idea de limitar el avance
de las izquierdas en el país (Meyer, 2010, pp. 226-227), con la llegada de su
sucesor quedó en claro que las dos administraciones compartían su rechazo al
comunismo.
En
contraposición, a la cia le preocupaba la
situación del campo, la pobreza y el atraso de la mayor parte de los
campesinos, que se mantenía a nivel de subsistencia, pese a los esfuerzos de
López Mateos en repartir tierras. El abandono de este sector, señalaba, había
provocado el crecimiento del descontento campesino manifestado en invasiones de
tierras y estallidos de violencia. La preocupación por el campo se relacionaba
con la inquietud de que se convirtiera en el caldo de cultivo de una
revolución. La conclusión de este abultado informe sobre la situación
internacional mexicana era que la relación de México con el régimen de Castro
se había enfriado, había caído el comercio, limitándose a medicinas y comida,
pero prevalecía el temor de que México estableciese relaciones diplomáticas con
China.16
Johnson envió a
Thomas C. Mann, quien ya desempeñaba el cargo de subsecretario de Estado para
Asuntos Económicos, y al embajador en México Freeman en una misión especial con
el presidente el 31 de diciembre de 1965. Aparentemente Johnson le pidió al
mexicano que se reuniera con los representantes diplomáticos del bloque
socialista y abordara el conflicto de Estados Unidos en Vietnam y su interés
por alcanzar la paz. Para ese momento el gobierno estadunidense había escalado
la guerra en el país del sudeste asiático. Luego de la resolución del Congreso
sobre el golfo de Tonkín en agosto de 1964, envió más tropas que para marzo de
1965 ya llegaban a 100 000 hombres, y había iniciado el bombardeo aéreo en
Vietnam del Norte (Brinkley, 2003, p. 963). Díaz Ordaz se ofreció a hablar con
el embajador soviético y el polaco, como se lo había sugerido su canciller
Antonio Carrillo Flores, pero también dijo que lo haría con el de
Checoeslovaquia y Yugoslavia, países que él creía estaban interesados en evitar
un conflicto a gran escala.17 Los
enviados aseguraron al mexicano que Johnson y el secretario de Estado, Dean
Rusk, habían estado buscando discretamente una salida pacífica al conflicto por
muchos meses y que creían que México podría influir en este sentido. Estados
Unidos quería aprovechar la postura mexicana de respaldar una salida pacífica
al conflicto de Vietnam (Torres, 2010, p. 175).
El mexicano
aprovechó esta ocasión para subrayar el apoyo de su gobierno a Estados Unidos y
sus coincidencias ideológicas. Dijo: “México tiene lazos geográficos y
económicos con Estados Unidos, ideales iguales y una definición compartida de
sus valores.” Hizo una declaración contra la China maoísta y señaló que “él
creía que China comunista representaba la mayor amenaza a la paz mundial. Era
agresiva e irresponsable y no tenía respeto por el valor de la vida humana. De
hecho [este país] podría dar la bienvenida a una guerra que redujera su
población en doscientos millones porque eso dejaría más comida disponible para
el resto.”18 El contenido de esta reunión
revela la cercanía que alcanzaron las relaciones entre México y Estados Unidos,
quien no dudaba en mover la ficha mexicana en el conflicto Este-Oeste confiado
en el fuerte anticomunismo de ambas administraciones y en que la independencia
diplomática que ostentaba en lo público le confería prestigio internacional.
Durante la
gestión de Díaz Ordaz la relación con Cuba fue más distante; al presidente le
molestaba el apoyo que la isla daba a las guerrillas latinoamericanas y, al
finalizar su sexenio, las relaciones casi llegaron a una debacle porque un
funcionario de la embajada en La Habana espiaba para la cia
(Torres, 2010, pp. 191-192). Antes de esta crisis, a petición del secretario
Rusk el gobierno mexicano hizo gestiones para que Fidel Castro permitiera la
salida de los ciudadanos estadunidenses que quisieran hacerlo a través de
México. El cubano aceptó y el ejecutivo mexicano ofreció dar visas a los
estadunidenses que lo solicitaran. El grupo saldría de La Habana en un vuelo de
Mexicana de Aviación y Castro pidió no se le diera
mucha publicidad a este tema en Estados Unidos.19 169
personas dejaron Cuba mediante este arreglo orquestado por México en diciembre
de 1966 y otras 71 lo hicieron el 5 de diciembre de 1967.20
La información
que se generaba en México era relevante dentro de la estrategia de seguridad
nacional de Estados Unidos porque aquel mantenía relaciones con algunos
disidentes de sus aliados en América Latina, con Cuba y otras naciones del
bloque socialista. En esta línea, Díaz Ordaz le comentó a Freeman que el
embajador en Moscú Carlos Zapata Vela le había transmitido el interés del
embajador de Vietnam del Norte en que él recibiera a su homólogo que estaba en
La Habana. El presidente aceptó recibirlo de forma extraoficial y confidencial
y aseguró a Freeman que le informaría del contenido de estas conversaciones,
aunque no era optimista respecto a su utilidad para Estados Unidos.21
El embajador visitó México y se reunió con el presidente en abril (Aguayo,
1998, p. 225).
Muestra de la
estrecha colaboración entre ambos países, que en el ámbito público trataba de
disimularse, fue la decisión impropia y rayana en la zalamería del canciller
Carrillo Flores de compartir con el embajador Freeman el contenido de sus
pláticas e impresiones de su viaje oficial a la URSS en mayo de 1968. Se
reunieron durante dos horas en las que Carrillo Flores le dio los pormenores
del viaje y le leyó el informe que rindió al presidente Díaz Ordaz. Freeman
consideró que muchas de las declaraciones de Andrei Gromyko, canciller de la
URSS, no constituían novedades para ellos, como el supuesto interés de aquella
república de no favorecer la exportación del modelo cubano en América Latina, y
que las “confesiones” de Gromyko habían sido hechas con la intención de que
llegaran a oídos de Washington.22
Llamaba la atención el deseo expresado por la URSS de que progresaran las pláticas
de paz con Vietnam comenzadas en París en aquel año, cuando el gobierno de
Johnson se vio orillado a iniciarlas ante la creciente oposición de la
población estadunidense a que continuara la guerra, expresada en grandes
manifestaciones en Nueva York, Washington y otras ciudades desde el año
anterior. El número de soldados estadunidenses desplegados en Vietnam alcanzaba
ya el medio millón para 1968 (Brinkley, 2003, pp. 963 y 968).23
Una de las afirmaciones del canciller, que parecieron muy interesantes a los
analistas de seguridad en Washington, fue la lista de prioridades soviéticas de
política exterior en el mundo. Llamó su atención especialmente el dicho de que
en el remoto caso de una confrontación militar sino-soviética, Moscú buscaría
una alianza con Estados Unidos. Pero el analista dudaba de que Gromyko hubiera
dicho tal cosa y se la atribuía a Carrillo Flores,24 lo
cual denota que Washington no estaba al tanto de la profunda confrontación
sino-soviética.
En los informes
de la cia se podía apreciar la confianza en la
capacidad y eficiencia del gobierno mexicano para contener las diferentes
manifestaciones de oposición, en la funcionalidad del pri
para dar salida al descontento social y en la válvula de escape que permitía
que el radicalismo se expresara en la prensa y en otros foros porque servía al
propio sistema.25 No obstante, esta confianza
recibió un golpe cuando Rusk le preguntó al canciller mexicano en la Asamblea
General de la onu, en septiembre de 1965, si
necesitaba asistencia a propósito de una asonada que tuvo lugar en el norte del
país hacía poco tiempo. Es muy posible que Rusk se refiriera al asalto al
cuartel de Ciudad Madera, en Chihuahua, que realizó un grupo de trece
combatientes radicales el 23 de septiembre de 1965. Rusk le preguntó a Carrillo
Flores si estos hombres habían recibido entrenamiento en Cuba, a lo que
respondió no saber. El estadunidense le recomendó que, aunque esto fuera un
asunto aislado y pequeño, el gobierno debía tomar medidas para evitar que este
tipo de problemas se diseminara. El canciller asintió y señaló que si México
necesitaba entrenamiento para controlar a estos movimientos, se lo haría saber
a Washington.26
Pese a este
tropiezo, la cia realizó una evaluación muy
positiva sobre las condiciones de seguridad durante la visita del presidente
Johnson a la ciudad de México en abril de 1966. Advertía que la situación del
país no era equiparable a la de ninguna otra nación de América Latina por su
fortaleza política y su sistema de seguridad. No sin un dejo de admiración
anotaba el informe que algunas de las medidas tomadas por el gobierno, previo a
la visita del mandatario, eran impensables en muchos países. Señalaba que
habían sido detenidos 500 posibles alborotadores por la policía y que las
autoridades se entrevistaron con 47 líderes de varias fuerzas políticas de
izquierdas a quienes advirtieron que se les consideraría directamente
responsables de cualquier manifestación antiestadunidense durante la visita.
Que la policía secreta había allanado la imprenta del pcm
y confiscado volantes con propaganda contra Estados Unidos, así como una
pancarta que estaba preparando la Juventud Comunista. Fueron de tal eficiencia
las medidas tomadas, advertía el informe, que los pequeños brotes
antiestadunidenses pasaron desapercibidos para la mayoría gracias a la rápida
actuación de la policía; que los estudiantes que tomaron Radio Universidad para
transmitir consignas fueron sacados del aire en menos de un minuto y un hombre
que intentó acercarse al automóvil donde viajaban los dos presidentes para
gritar su oposición a la política estadunidense fue sacado de en medio con un
garrote policiaco.27 Para la fecha en que Johnson
realizó su visita a México, la cia consideraba que
el Movimiento de Liberación Nacional, fundado en 1961, había perdido mucho del
apoyo que tuvo en su origen y se había debilitado a causa de los desacuerdos
entre sus líderes.28 La confianza de la cia en la eficiencia de la policía para contener
disturbios mostraría ser una quimera. Una vez que inició el movimiento
estudiantil de 1968 la policía mexicana mostró su incapacidad para lidiar con
él (Rodríguez, 2003, p. 189).
Inicia el movimiento estudiantil
del 68
Esta
movilización que inició a finales de julio y concluyó en octubre de 1968, luego
que un baño de sangre en la Plaza de las Tres Culturas aterrorizó a los jóvenes
y a quienes los apoyaban el 2 de octubre, generó un buen número de informes de
parte de la embajada, el Departamento de Estado, la cia,
el fbi y los funcionarios emplazados en México por
el Departamento de Defensa. Sin duda, fue un movimiento que causó preocupación
en el gobierno estadunidense, como lo testimonia la documentación producida; no
obstante, su visión sobre lo que sucedía en México no siempre coincidía con la
de la administración mexicana, pese a que, como hemos señalado, ambas
administraciones compartían un anticomunismo exacerbado.
Un interesante
informe de la cia en Washington titulado “México:
Los problemas del progreso”, elaborado el 20 de octubre de 1967, realizó una
atinada evaluación de los focos rojos del país. Algunas de sus conclusiones
apuntaban al escenario en que se desarrollaría el mayor desafío al gobierno de
Díaz Ordaz, así como la preocupación por el problema campesino en México. Este
documento comenzaba:
El paisaje general de México es de
progreso económico y estabilidad política, pero la inconformidad manifestada
durante el año pasado apunta a dos problemas básicos […] la pobreza [es] un
problema creciente y serio. El segundo problema proviene del éxito del sistema
educativo, que ha llevado a la clase media en expansión de las zonas urbanas
más prósperas a un nivel de sofisticación que conducirá a un conflicto con el
sistema paternalista del gobierno mexicano. Este grupo educado se está
volviendo abiertamente crítico del espacio que separa al México real del México
de la propaganda “revolucionaria” del gobierno.29
En la parte
relativa a los antecedentes mencionaba sin ambages: “México retira a sus
dictadores cada seis años.” No obstante, advertía que el avance en las
comunicaciones y la educación había hecho que los campesinos estuvieran más
conscientes y anhelaran un mejor nivel de vida. La preocupación de la cia en este punto posiblemente se relacionaba con la
presencia del movimiento guerrillero de Genaro Vázquez, que rondaba en
Guerrero, y el inicio de la guerrilla de Lucio Cabañas, quien había huido a la
sierra después de la matanza de Atoyac en 1967. Pese a todo, la agencia
confiaba en que la paz sería mantenida por un ejército “brutalmente efectivo y
astuto políticamente. El ejército ha despachado unidades a zonas de agitación
publicitando maniobras de entrenamiento; han usado las laderas de las montañas
para prácticas masivas de tiro, haciendo volar en pedazos todos los objetos.”30
El problema del campo era vislumbrado como un asunto muy complejo pues el
gobierno no podría repartir tierras de “pequeños propietarios” sin dañar la
producción agrícola.
Sobre el crecimiento
de una clase media educada y con una situación económica desahogada, el desafío
provenía de este sector que ya no creía en la propaganda oficial, resentido con
las políticas oficiales a las que calificaba como “cínicas”. Un ejemplo de ello
lo constituyen las expresiones ciudadanas en contra del “dedazo”, tal como se
manifestaron en Sonora entre febrero y mayo de 1967. Aunque el presidente había
realizado intentos por abrir el sistema político, de acuerdo con la visión del
reseñista de la cia, estas medidas habían
provocado antagonismos y aumentado las tensiones en el partido. Aún no llegaba
el día en el que el pri, como un organismo unido,
pudiera dar pasos hacia la democratización.31
Pese a los focos
rojos que el informe señalaba, la cia y el
gobierno estadunidense confiaban en la estabilidad mexicana y en la capacidad
de las fuerzas de seguridad para mantener el control de los movimientos
opositores. Esta confianza se relacionaba con el papel preponderante que México
desempeñaba como aliado regional, dadas las preocupaciones de Washington de
contener a Cuba, lograr que disminuyeran las actividades revolucionarias y
reducir el sentimiento antiestadunidense en el continente. Esta certidumbre
explica las relativamente bajas exportaciones de equipo militar y de contención
policiaca y el bajo número de militares y policías que recibían entrenamiento
en Estados Unidos, en comparación con Latinoamérica, durante la mayor parte de
la década de los sesenta (Zolov, 2003, pp. 43-44).
Previo al inicio
del movimiento estudiantil, la embajada realizó una evaluación sobre la
posibilidad de que en México detonara una movilización similar a la que ocurría
en Francia y, a diferencia de la cia, no veía los
focos rojos que el informe de la agencia había señalado unos meses antes sobre
la posibilidad de que entre los jóvenes de clase media surgiera inconformidad.
Decía que el pri y el gobierno controlaban a la
opinión pública y eran sensibles a las demandas populares, en tanto que la oposición
de izquierda era muy débil y carecía de recursos. Creía que, pese a los
problemas del país, como el crecimiento de la población, el desempleo, la
expansión de las áreas urbanas pobres y la escasez de tierra, era poco probable
que estallaran conflictos durante la administración de Díaz Ordaz. Aunque
reconocía que la inconformidad estudiantil podía surgir en cualquier momento y
con cualquier pretexto, pensaba que el gobierno era capaz de terminar con ella
y ofrecer salidas aceptables. En lo que sí atinó en su proyección a futuro fue
en considerar que una movilización estudiantil por sí sola no podría expandirse
a nivel nacional, ni poner en serio peligro a la administración a menos que
tuviera apoyo de otros sectores como los trabajadores, los pobres urbanos o los
campesinos, situación poco probable, pues en general estos habían sido apáticos
e incluso contrarios a los “desórdenes estudiantiles” que estallaron con
anterioridad. En disonancia con el informe de la cia
de octubre de 1967, el embajador creía que el gobierno manejaba el liderato de
los trabajadores y los campesinos y, de una forma menos disciplinada, el de los
profesionistas, comerciantes y burócratas, de manera que era improbable que
dicho liderazgo se volcara contra el gobierno como había sucedido en Francia.32
La embajada
realizó un análisis de la situación de la juventud, complementario al anterior,
el 6 de julio, en el cual no veía ningún peligro de descontento, confiaba en la
capacidad del gobierno para someter a los estudiantes en caso de conflictos,
como había sucedido por la vía de la negociación en Durango en 1966 y en
Tabasco en 1968, o enviando tropas a ocupar las universidades como se hizo en
Morelia en 1966 y en Hermosillo en 1967. Consideraba que los estudiantes
universitarios, si bien mantenían actitudes antiimperialistas y
antiestadunidenses, se movilizaban muy poco en contra de Vietnam o de la
invasión a República Dominicana, y una vez que se convertían en profesionistas
dejaban atrás el radicalismo juvenil. Los estudiantes consideraban que existían
oportunidades de mejoramiento social en el país, en tanto que las juventudes de
pobres rurales o urbanos se casaban más jóvenes, por lo que sus preocupaciones
no estaban en la política, sino en fundar una familia y sostenerla. Así, pese a
que 71.7% de la población era menor a 35 años en México, la juventud no era un
reto al gobierno, según este informe.33
No obstante, a
medida que se acercaba la fecha de la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos
creció la inquietud entre el gobierno mexicano por que pudiera surgir un
movimiento estudiantil que intentara boicotear los juegos. Esta preocupación
pronto contagió a la cia, la cual, debido a la
estrecha colaboración con los aparatos de seguridad mexicanos, perdía objetividad
en sus apreciaciones y repetía información sin confirmarla de manera
independiente.34 Así, en su informe del 19 de
julio se refirió a las movilizaciones estudiantiles en Puebla y en Veracruz, y
en este último estado, aseguraba, había infiltración cubana; señalaba además la
posibilidad de que algunos “agitadores” pudieran desatar disturbios en la
Universidad Nacional Autónoma de México (unam)
durante los juegos que iniciarían en octubre de 1968.35
Díaz Ordaz, preocupado por la estabilidad y el avance de la guerrilla en
Latinoamérica, confió a Luis M. Farías, un político cercano, que con motivo de
las olimpiadas: “El mundo estará pendiente de nosotros y quién sabe qué maldad
nos tenga preparada” (Loaeza, 2005, p. 147).
Una vez que
inició el movimiento, el 26 de julio, es posible que el presidente haya dado
crédito a los numerosos informes de la Dirección General de Investigaciones
Políticas y Sociales (dgips) de la Secretaría de
Gobernación sobre la presencia de agitadores comunistas provenientes de Cuba y
de países del bloque socialista que, mediante una conjura orquestada, dieron
inicio a la movilización (Keller, 2015, p. 202). Los informes del embajador, en
cambio, atribuyeron los hechos a agitadores profesionales provenientes del pcm, quienes obraron siguiendo los mandatos de Moscú a
través de su embajada en México. Freeman informó que habían sido aprehendidos
entre 62 y 78 “agitadores”, muchos de ellos miembros del pcm,
y que entre ellos había dos detenidos estadunidenses.36 La
estación local de la cia responsabilizaba de los
desórdenes a comunistas mexicanos y desmentía la participación de la URSS. Le
parecía improbable que la embajada, cuyos teléfonos estaban intervenidos por la
cia (Morley, 2010, pp. 133-134), pusiera en riesgo
sus cuidadosamente cultivadas relaciones con México.37 Por
su parte, los expertos del Departamento de Estado apuntaban al hecho de que los
informes de la embajada no aportaban información independiente que confirmara
la participación soviética,38
mientras que el subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos era
escéptico respecto a la participación de comunistas y apuntaba más bien a que
el gobierno había aprovechado los disturbios para encarcelar a algunos
comunistas que podrían generar conflictos durante las olimpiadas.39
En estos primeros informes se pueden apreciar contradicciones: el gobierno
mexicano y el embajador estadunidense, contaminado por las declaraciones de las
autoridades y la prensa nacional, creían que efectivamente el conflicto se
había desatado por la injerencia de los “agitadores” de origen cubano o del
bloque soviético, o por miembros del pcm que
seguían los dictados de la URSS. En cambio, la cia
local y el Departamento de Estado no creían en esta versión. La primera
seguramente contaba con información dura al respecto, en tanto que el
Departamento de Estado –quien tenía un conocimiento más profundo sobre México
que la embajada o incluso la propia cia local–
atribuyó la versión del gobierno a la costumbre de Díaz Ordaz de culpar a
instigadores externos de los movimientos opositores nacionales.
En cuanto al
ingreso del ejército a la Preparatoria 1, en el centro de la ciudad, en la
madrugada del 30 de julio –que voló la puerta de la escuela con una bazuca y
desalojó a los estudiantes–, el Departamento de Inteligencia Militar de la
embajada informó que el ejército actuó con exceso de rudeza.40
De acuerdo con informes policiales, resultaron cuatro muertos y unos 200
heridos como saldo de la represión, información que, de conocerse, según el
Departamento de Estado, podría desatar protestas.41 La
decisión del gobierno de involucrar al ejército en la represión de los jóvenes
que se atrincheraron en la Preparatoria surgió luego de que los granaderos casi
fueron rebasados por la resistencia de los amotinados (Rodríguez, 2003, p.
191). Con la intervención militar en instalaciones de la unam,
escaló el movimiento y muchos profesores de enseñanza profesional se unieron a
él.
Por su parte, el
director de Inteligencia del Departamento de Estado hacía su propia evaluación,
la cual, tal vez por la lejanía, resulta más certera. Consideraba que al
acercarse la fecha de las olimpiadas las fuerzas de seguridad aumentarían su
sensibilidad hacia cualquier problema y el gobierno actuaría con mayor fuerza
para descabezar al movimiento, y que, no obstante que este no representaba una
amenaza real contra la administración, aquel no olvidaría fácilmente el
desprestigio internacional que le había causado. Afirmaba que ya estaban presos
los “agitadores estudiantiles” y que serían deportados cinco estudiantes
franceses que participaron en las actividades de finales de julio. Sobre la
participación de los comunistas consideraba que el gobierno insistiría en que
ellos orquestaban las movilizaciones “en un intento por disminuir la
importancia de la participación de no comunistas”.42 Con
ello evidenciaba que creía que existían razones internas que explicaban el
conflicto y no se trataba de una conjura instigada por un pequeño grupo, como
insistían las versiones oficiales y los propios grupos anticomunistas
nacionales.
Hacia finales de
agosto la embajada hizo una evaluación que consideró la influencia de los
movimientos estudiantiles de Francia, Japón, Estados Unidos y Checoeslovaquia
en el mexicano y admitió, a diferencia de sus informes anteriores, que no era
posible confirmar la participación de los comunistas extranjeros. Asimismo,
señaló que ninguna movilización estudiantil anterior había provocado tales
niveles de violencia contra los estudiantes, ni tal animadversión de estos en
contra del gobierno. Consideraba que en el transcurso de agosto el gobierno no
había intervenido en las marchas a la espera de que la cercanía de las
vacaciones desinflara la participación de los jóvenes, aunque sus agentes
seguían tratando de dividir y debilitar el liderazgo de los dirigentes más
radicales del Consejo Nacional de Huelga (cnh).43
En este informe la embajada se alejaba de la visión oficial de la conjura
internacional sostenida por las autoridades. Para ese entonces, la prensa
liberal estadunidense ya veía con simpatía al movimiento (Zolov, 2003, p. 51),
en tanto que su contraparte mexicana, totalmente controlada por el Estado,
repetía la versión oficial.
La manifestación
del 27 de agosto, una de las más numerosas,44
culminó con la permanencia de un grupo de estudiantes en el Zócalo que pidieron
que el diálogo público con el gobierno, una de sus demandas, se diera el 1 de
septiembre, la fecha del informe presidencial. Propusieron que en tanto este
llegaba, un grupo de estudiantes custodiara el lugar. Cuando la manifestación
llegó a la plaza, un grupo de estudiantes de medicina entró
a la catedral y, con permiso de las autoridades, encendieron las luces y
tocaron las campanas. El informe de la embajada advirtió que la crítica
estudiantil contra el gobierno había subido de tono, como lo mostraban las
pancartas “irrespetuosas” al presidente durante la marcha de alrededor de 100
000 jóvenes, y reportó el aumento de la represión. Durante la madrugada las
tropas desalojaron con tanques a los jóvenes que permanecían en la plaza. A la
mañana siguiente el gobierno organizó un acto de desagravio a la bandera porque
un grupo de jóvenes había izado una bandera rojinegra en el asta del Zócalo
durante la víspera. A este acto llevaron a empleados acarreados del
Departamento del Distrito Federal, quienes al comenzar a gritar consignas
contra el gobierno fueron sacados de la plaza por el ejército junto con los
estudiantes que habían llegado. Este desalojo se caracterizó por la violencia
desatada.45 La Oficina de Inteligencia e
Investigación del Departamento de Estado apuntó que con lo sucedido había
terminado la tolerancia del gobierno, quien optó por el uso de la fuerza,
exacerbando las diferencias entre ambos bandos y poniendo fin a la posibilidad
de llegar a algún arreglo.46
Walter Rostow,
consejero de Seguridad Nacional del presidente Johnson, le remitió un informe
confidencial sobre la situación en México. Advertía que las autoridades habían
dejado que los estudiantes realizaran manifestaciones libremente pensando que
el movimiento se desinflaría, pero la estrategia no había funcionado y los
disturbios habían escalado, en referencia al desalojo del Zócalo, a la
proliferación de los mítines relámpago y a las brigadas de distribución de
propaganda en la ciudad. Así, Díaz Ordaz endureció su postura y ordenó al
ejército y la policía que disolvieran las actividades y reuniones “ilegales”.
Grupos de campesinos se habían unido a los estudiantes, señalaba el informe,
“añadiendo una amenazadora nueva dimensión a la situación”. Consideraba que por
el momento la violencia no era un peligro a la estabilidad del gobierno, pero
que podría afectar seriamente la atmósfera preolímpica, lo que seguramente
había llevado al presidente a cambiar de táctica.47
Rostow anexó un cable, procedente de la embajada en México, que informaba que
durante los choques en el Zócalo habían resultado heridos seriamente varios
manifestantes.48 Para entonces, intelectuales y
académicos se habían unido a la lucha estudiantil; el cnh
había elaborado un pliego petitorio de seis puntos que apuntaba al
desmantelamiento del aparato represor del régimen (Álvarez, 1998, pp. 54-64),
al tiempo que con sus actividades desnudaba al autoritarismo.
La violencia que
se vivió el 27 y 28 de agosto ha tenido diferentes interpretaciones. Para
Gilberto Guevara Niebla (2004, pp. 224-225) lo sucedido demuestra la presencia
de provocadores pagados por el gobierno para debilitar al movimiento, entre
ellos Sócrates Amado Campos Lemus, quien radicalizó con su discurso a los
asistentes al mitin que se organizó en el Zócalo luego de la manifestación.
Raúl Álvarez Garín (1998, p. 61) considera que fue un error táctico mantener a
un grupo de estudiantes en la plaza mientras llegaba el 1 de septiembre. Jaime
Pensado sostiene que estos hechos evidencian la radicalización del movimiento y
el ascenso de anarquistas (Pensado, 2013, p. 208).49
Guevara Niebla dijo también durante una entrevista que la cia infiltró el movimiento con objeto de poner en marcha
una “represión preventiva”, y que quienes la echaron a andar estaban vinculados
al menos indirectamente con la agencia. A pesar de ello, más adelante señaló
que los provocadores tal vez no pertenecían a la cia
sino a la Dirección Federal de Seguridad (dfs).50
Dadas las múltiples actividades de contrainsurgencia que montó la cia en América Latina durante la guerra fría, se explica
que algunos actores de izquierdas hayan pensado que esta agencia infiltró al
movimiento estudiantil mexicano. No obstante, estas afirmaciones carecen hasta
ahora de sustento documental.51 Es
posible que algunos agentes de la dfs lo fueran
también de la cia, pero ello no demuestra que esta
haya sido corresponsable de la represión que se desató.
Hacia finales de
agosto el gobierno realizaba toda clase de intentos para poner fin a la
movilización. La Secretaría de Gobernación publicó un anuncio en la prensa
invitando al diálogo a los estudiantes, quienes deberían comunicarse por
teléfono (Álvarez, 1998, p. 58). Pero el cnh
rechazó la propuesta creyendo que si iniciaban los contactos se desinflaría la
participación (Hodges y Gandy, 2002, p. 97). Así, cuando llegó la manifestación
del 27 de agosto, la línea dura parecía haber ganado el control del movimiento
y el gobierno aumentó la represión ante la urgencia de liquidar el conflicto
debido a la cercanía de las olimpiadas. Tanto el Departamento de Estado, como
la embajada y Rostow coincidían en que la cercanía de los juegos había
terminado con la tolerancia del ejecutivo. A partir de entonces, en Washington
aumentaron las menciones de México por parte de la cia que,
en los resúmenes diarios que entregaba al presidente para que estuviera al
tanto de los asuntos de seguridad que la oficina quería que conociera, reportó casi
cotidianamente lo relacionado con el movimiento estudiantil.52
Los relámpagos de septiembre
El presidente
Díaz Ordaz presentó su informe al Congreso el 1 de septiembre de 1968, en él se refirió al conflicto estudiantil. Trató de vincular el
movimiento con fuerzas externas e internas que amenazaban la tranquilidad del
país y advirtió que llegarían hasta donde fuese necesario.53
Como se ha
visto, desde finales de agosto los servicios de inteligencia estadunidenses
habían notado una escalada en la represión, que se agudizó al mes siguiente. La
interpretación del informe presidencial para la cia
era clara: las manifestaciones serían enfrentadas con medidas muy duras.54
El propio embajador Freeman coincidía al afirmar que había terminado el periodo
de tolerancia y que ahora el gobierno estaba listo para iniciar la disolución
del movimiento en vista del fracaso de su política anterior y de la cercanía de
las olimpiadas. Al mismo tiempo, señalaba que el informe presidencial había
sido una mezcla de condescendencia y amenaza.55
Por su parte, la
estación de la cia en la ciudad de México realizó
un balance de los acontecimientos y del informe. Anotaba que los estudiantes
habían advertido su capacidad de influir en ciertos asuntos nacionales y
señalaba que el cnh, integrado por unos 140
estudiantes de la unam y el Instituto Politécnico
Nacional (ipn), contaba con la asesoría de varios
profesores, intelectuales de izquierdas conocidos. Añadía que el gobierno había
esparcido rumores de que la cia había promovido el
conflicto y no había perdido la oportunidad de culpar a los comunistas. El
informe apuntaba que el presidente atribuía lo sucedido a agitadores soviéticos
y cubanos y que el mismo era la fuente de esos rumores, pero la agencia
aseguraba que no tenía evidencia que apoyara tal supuesto, y ponía en duda que
Díaz Ordaz creyera esta versión.56 Es
un hecho que los informes de las oficinas de seguridad mexicanas alimentaban la
hipótesis del presidente (Aguayo, 2001, p. 133), preocupado porque la agitación
interfiriera con los juegos olímpicos. El reporte de la cia
concluía afirmando que el pri y el gobierno habían
perdido la capacidad de controlar el comportamiento popular, que el conflicto
estaba influido levemente por las rebeliones estudiantiles en Estados Unidos y
Europa y que los disturbios constituían una nueva experiencia para México y
podían ser una señal de las cosas por venir.57
Por su lado, los
estudiantes realizaron una enorme manifestación silenciosa el 13 de septiembre
para mostrar que no eran vándalos, portando carteles con héroes nacionales y
banderas tricolores para expresar su nacionalismo. A la exigencia de diálogo
público del cnh y a su apremio a que se realizase
antes de las olimpiadas, la Secretaría de Gobernación respondió, como si se
tratara de una amenaza, “la firme resolución de hacer uso de los recursos
legales para que puedan efectuarse normalmente los Juegos”.58
El 18 de septiembre, el ejército ocupó la Ciudad Universitaria (cu) de la unam y el 24 lo
hizo con las instalaciones del ipn en el Casco de
Santo Tomás y Zacatenco en la ciudad de México. La embajada reportó que el
secretario de Gobernación le había comentado que el liderazgo estudiantil no
quería que se resolviese el conflicto y que el gobierno confiaba en que la
aprehensión de los principales líderes estudiantiles antes de las olimpiadas
garantizaría la realización de los juegos. Freeman señalaba que el aumento de
la represión y el uso de armas de fuego para someter a los estudiantes habían
desinflado la participación de los moderados en los eventos de septiembre y
consideraba que la lucha estudiantil no era una verdadera amenaza a la
olimpiada.59
El análisis
sobre la actuación de Díaz Ordaz que el subsecretario adjunto para Asuntos
Interamericanos envió al secretario de Estado Rusk no era muy positivo; hablaba
del endurecimiento de la represión y se refería a la toma de cu por el ejército y a la posibilidad de que fueran
ocupadas otras instalaciones educativas. Mencionaba el desprestigio del
presidente por las drásticas medidas tomadas y por su incapacidad para resolver
el conflicto, añadiendo que los juegos olímpicos se celebrarían, y que aunque
tal vez hubiera brotes aislados de violencia, los estudiantes, consideraba, no
tenían apoyo sustantivo de la población y no podrían interrumpirlos.60
Visto en
retrospectiva, llama la atención que los aparatos de seguridad estadunidenses sí
advirtiesen el recrudecimiento de la represión desde finales de agosto,61
en tanto que los líderes del movimiento al parecer no la vieron venir (Álvarez,
1998, p. 71). La Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de
Estado descartaba que pudieran llegar a un acuerdo el gobierno y los
estudiantes y añadía: “el uso de la fuerza para acabar con los disturbios
triunfará en el largo plazo, pero generará una gran amargura entre los
estudiantes y la administración”.62 Por
su parte, la estación de la cia coincidía en las
apreciaciones de sus colegas y señalaba los rumores que apuntaban a que algunos
ex funcionarios estaban interfiriendo en razón de la lucha por la candidatura
presidencial que se avecinaba, y que el gobierno utilizaría toda la fuerza para
impedir que las escuelas fueran usadas como centros de actividad subversiva.63
Después de la
manifestación del 13 de septiembre las refriegas entre jóvenes, policías y
militares en diferentes partes de la ciudad proliferaron y la represión se
tornó más violenta. En la Unidad Habitacional Santiago Tlatelolco se dio un
enfrentamiento con la policía en el que los jóvenes tiraron bombas molotov,
quemaron trolebuses y patrullas y contaron con el apoyo de algunos vecinos,
quienes desde sus departamentos arrojaron objetos contra los granaderos.
Durante esta confrontación se usaron armas de fuego contra los jóvenes, y
algunos de ellos, y presumiblemente algunos vecinos, usaron también pistolas
para repeler a los policías. En respuesta a la virulencia del ataque de los
jóvenes apoyados por vecinos, la Escuela Vocacional 7 del ipn, ubicada en la Plaza de las Tres Culturas en
Tlatelolco, fue ocupada por la tropa.64 El
resumen diario rendido por la cia al presidente
aseguraba que unas 1 500 personas habían sido detenidas en los “sangrientos”
disturbios y que el movimiento se estaba extendiendo a otras ciudades del país,
sin que el ejecutivo mexicano diera muestras de poder terminar con el conflicto
antes de los juegos olímpicos.65
Rusk solicitó al embajador que a partir de esa fecha informara diariamente su
análisis sobre el movimiento (Aguayo, 1998, p. 179).
Un balance de lo
sucedido en septiembre nos habla de cierta molestia de los aparatos de
seguridad del país vecino por la incapacidad del gobierno de resolver el conflicto
por medios pacíficos. Veían el incremento de la represión como un precio muy
alto que la administración estaba pagando por su incompetencia, al tiempo que
comprobaban que no existía la amenaza comunista interna o externa a la que Díaz
Ordaz apelaba. Lo cierto es que, independientemente de sus críticas, el
gobierno estadunidense apoyaba al mexicano para que saliera adelante de este
difícil escollo. Prueba de ello son los suministros, el equipo antimotines y
las armas que Washington vendió a México durante el verano de aquel año;
material que tenía como finalidad principal enfrentar al movimiento estudiantil
(Witherspoon, 2008, p. 156). A medida que se acercaba el 12 de octubre, fecha
de la inauguración de los juegos olímpicos, el gobierno mexicano se inclinaba
peligrosamente por una salida de fuerza.
¿Por qué?
Con un
rectángulo negro y la leyenda “¿Por qué?” Abel Quezada publicó su caricatura en
Excélsior para fijar su postura frente a la masacre
sucedida en la Plaza de las Tres Culturas la tarde del 2 de octubre. La versión
oficial del gobierno fue que los estudiantes colocaron francotiradores e
iniciaron la balacera como una provocación contra el ejército.66
Esta interpretación coincidía con la percepción de los aparatos de seguridad
estadunidenses asentados en la ciudad de México al señalar que los estudiantes
desplegaron francotiradores con armas automáticas que dispararon
indiscriminadamente contra el ejército y la gente que concurría al mitin que
comenzó a las 5 de la tarde.67 No
era casual la coincidencia, los funcionarios replicaron la información que
recibieron del gobierno y su aparato de seguridad y que reproducía la prensa,
en una época en la que no existía libertad de expresión en México.
De inmediato, el
subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Covey T. Oliver, envió
un memorándum a su jefe. Decía que lo sucedido la noche anterior había sido una
“provocación de estudiantes extremistas y una brutal sobre reacción de las
fuerzas de seguridad. Fue un duro golpe al presidente y su gobierno, tanto por
el uso excesivo de la fuerza como porque subraya el fracaso del gom [Gobierno de México] después de once semanas, de
evitar la violencia.” Añadía que no era necesario dar aviso de que era
peligroso visitar la ciudad de México porque la violencia afectó sólo a ciertas
áreas de la ciudad. Por su parte, las agencias de seguridad realizaron
evaluaciones que se centraron en la participación de cubanos y soviéticos en
los acontecimientos y en dilucidar la responsabilidad de quienes habían
iniciado los disparos en la plaza. La cia en
Washington aseveraba que no había evidencia de que agentes soviéticos y cubanos
hubieran orquestado los disturbios, la embajada de Cuba en México, señalaba,
había apoyado a los estudiantes con unos miles de pesos para propaganda al
inicio del movimiento. Reconocía la participación del pcm,
de trotskistas y castristas en la lucha, pero concluía: “era claro que las
manifestaciones habían crecido a partir de las circunstancias internas. Durante
ellas casi no hubo alusiones anti-estadunidenses. Los estudiantes y algunos
políticos han profundizado su descontento con la rigidez y corrupción del
gobierno mexicano y la ineptitud con que han lidiado con las protestas en
vísperas de los juegos olímpicos.”68 En
cambio, un informe del embajador Freeman básicamente coincidía con la cia local. Afirmaba que la hipótesis más plausible era
que pequeños grupos extremistas bien organizados hubieran operado a la sombra
del masivo movimiento estudiantil, que había sido moderado en su mayor parte.
Reportaba que Díaz Ordaz le había dicho al congresista Armistead Selden hijo
que los grupos de orientación maoísta, castrista y trotskista ocupaban los
lugares más prominentes en el liderazgo estudiantil y habían dejado atrás a los
comunistas pro soviéticos. Freeman creía que el
gobierno había permitido el mitin para aprehender a los líderes radicales y no
podía asegurar que no hubiese actuado con violencia.69
Repetía la versión oficial en el sentido de que hubo grupos estudiantiles bien
armados situados en los edificios que rodeaban la plaza y que era posible que
hubieran fraguado esta emboscada para provocar la respuesta armada del ejército
frente a la prensa internacional que había llegado a la capital en vísperas de
la olimpiada. Pero reconocía que a fin de cuentas no estaba claro si fueron los
estudiantes extremistas o los agentes de seguridad quienes iniciaron el fuego.
Concluía afirmando que el gobierno siempre había usado la conspiración
extranjera como chivo expiatorio para distraer la atención de los problemas
locales y que era posible que usara este argumento para desacreditar al movimiento.70
Si bien el
interés primordial de Washington se relacionaba con la certeza que necesitaba
de que México sería un lugar seguro para sus conciudadanos –tanto atletas como
espectadores– durante la olimpiada, la brutal matanza les preocupaba por su
potencial desestabilizador. Rostow envió a Johnson un memorándum donde resumía
las ideas de la cia sobre los hechos, pero añadía
el mensaje que le había enviado Díaz Ordaz a través de Bruno Pagliai, hombre de
negocios mexicano muy cercano al régimen, de visita en Washington: la paz se
restablecería y las olimpiadas marcharían, los motines fueron planeados por
extranjeros, las armas usadas eran nuevas y tenían sus números de serie y los
grupos castristas y maoístas a los que se unieron los soviéticos de último
momento, para no ser tachados de cobardes, eran los responsables de los
sucedido.71 Es posible que Díaz Ordaz
exagerara la participación de extranjeros para deslindarse de sus errores, pero
también para asegurar el respaldo de Washington.
La oficina de
Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado enfatizaba que el
gobierno había cambiado de estrategia varias veces desde que inició el
conflicto hasta culminar con lo sucedido en Tlatelolco.
El gobierno ha buscado culpar a los
comunistas y ha anunciado periódicamente que participan elementos extranjeros.
Pero no ha mostrado evidencia que sustente sus dichos. La administración parece
no darse cuenta que los extremistas, aun con la ayuda de elementos extranjeros,
difícilmente podría sostener una inconformidad por un periodo de tiempo tan
dilatado si la insatisfacción estudiantil no fuera profunda y extendida […]
Parece improbable que el pri consiga encontrar una solución al problema sin
cambiar la extendida convicción de que está atrincherado, paralizado y de que
sólo busca ventajas para sí mismo. […] El actual liderazgo no parece estar
dispuesto a comprender la magnitud del problema de la alienación estudiantil,
ni a aceptarla como una seria advertencia de que el partido no está
respondiendo a las necesidades legítimas de un segmento de la sociedad mexicana
crecientemente vociferante.72
El consejero
político de la embajada, Wallace W. Stuart, ante las presiones de sus
superiores en Washington, fue el primero en poner en duda que los estudiantes
iniciaron el fuego, afirmando que era difícil saber quién lo había hecho.
Defendió al embajador argumentando que había recibido información inexacta y
que la propia cia tenía quince versiones
diferentes sobre el asunto.73 Los
informes de la estación de la cia local replicaron
la información oficial asegurando que los jóvenes iniciaron la provocación en
Tlatelolco. Scott mostró en ellos su apego a la información que recibía de los
altos mandos del gobierno mexicano, comprometiendo la seriedad de su trabajo
ante la falta de confirmación independiente (Morley, 2010, p. 358).
Por su parte, la
oficina de Inteligencia del Departamento de Defensa concluyó en un largo
informe que el ejército había sobrerreaccionado, tal vez preocupado por acabar
con los disturbios antes que iniciara la olimpiada; que posiblemente nunca se
sabría quien comenzó el tiroteo y que la tropa actuó desordenadamente en lugar
de centrarse en eliminar a los francotiradores, luego de que fue herido su
comandante José Hernández Toledo.74
En contraste con
la información de la cia y el embajador Freeman,
un reporte del fbi, dirigido por Edgar Hoover a la
Casa Blanca, afirmaba que una fuente infiltrada en la Liga Comunista Espartaco,
entre cuyos integrantes había trotskistas y maoístas, afirmaba que habían
formado la Brigada Olimpia como un grupo de choque. Este había desplegado
francotiradores para asesinar al general José Hernández Toledo. Esta misma
fuente aseguraba que los espartaquistas tenían contacto con la guerrilla
guatemalteca y con trotskistas cubanos en México que les proveyeron armas para
estas acciones “terroristas”.75
Otra fuente señalaba que los soldados habían fumado mariguana, “actuado como
locos y disparado salvajemente”.76
En respuesta a
las preguntas del Consejero de Seguridad Nacional de Johnson sobre lo sucedido
en México, la cia verificó que no había evidencia
de que se hubieran usado rifles provenientes de China; no existían pruebas
concluyentes sobre la participación de agentes extranjeros en el movimiento, ni
tampoco de que los estudiantes hubieran recibido armas. En cuanto a la
formación de la Brigada Olimpia por parte de grupos trotskistas, afirmó que estos
en efecto habían formado una brigada que se había disuelto en pequeñas células
y que planeaba dinamitar torres de transmisión y colocar bombas durante los
juegos olímpicos.77
Un balance
general del conflicto estudiantil fue enviado por Freeman al Departamento de
Estado casi dos semanas después de los hechos de Tlatelolco. En él afirmaba que
este se había convertido en uno de los más serios disturbios civiles de las
últimas dos décadas, y hacía un recuento de los muertos y heridos en las
diferentes etapas en las que dividía al movimiento. Reconocía que había dos
versiones sobre quién había iniciado los disparos, si habían sido los
estudiantes o los agentes de la ley, en “el más sangriento incidente desde que
iniciaron los disturbios estudiantiles en julio”, con un número incierto de
muertos, heridos y 1 500 arrestados.78
Como se puede
apreciar, los partes de la cia local fallaron al
dar cuenta de lo sucedido el 2 de octubre al replicar la información de sus
fuentes mexicanas. Lo mismo sucedió al embajador Freeman, en tanto que el fbi reportaba información menos confiable. Pero la cia en Washington no secundó la versión de que habían
sido extranjeros infiltrados los que iniciaron el fuego, y pronto el
Departamento de Estado pidió una confirmación a las oficinas de México sobre la
participación de aquellos. Era crucial para la seguridad estadunidense saber si
había agentes comunistas de países enemigos actuando en el movimiento de un
vecino con el que compartía 3 185 kilómetros de frontera. Al final todos
coincidieron en que no hubo participación de infiltrados extranjeros y que lo
sucedido había dañado la imagen de México “como el país más progresista y
estable de América Latina”. Les pareció repudiable que el gobierno recurriera
“al fantasma de que los elementos extranjeros y los comunistas locales eran los
responsables del activismo estudiantil”.79
Una vez que
retornó la tranquilidad al país, se difuminaron los rumores que corrían sobre
un posible golpe de Estado o un estallido revolucionario en la capital del país
y cesaron las pérdidas que el Banco de México sufrió en sus reservas en esos
días de zozobra.80 Estados Unidos comprobó que el
régimen mexicano no estaba en peligro de descarrilarse y se preocupó por
establecer si México era un lugar seguro para que sus conciudadanos asistiesen a
las olimpiadas (Agee, 1987, p. 396).81
Transcurridos los días y semanas, confirmaron que el régimen mantenía el
control sobre todo el país y consideraron cerrado el conflicto.
En suma, lo que
se desprende de los informes de la embajada en México, la cia local y en Washington, el Departamento de Estado y
el Departamento de Defensa sobre Tlatelolco, es que se alejaron de la versión
oficial al sostener que no era posible establecer quién había iniciado los
disparos. La cia afirmó que no podía comprobar que
los estudiantes hubieran recibido armas foráneas. La oficina de Inteligencia
del Departamento de Defensa atribuyó el desorden del ejército durante el 2 de
octubre a que su comandante fue herido. Todas las agencias de seguridad, salvo
el fbi, coincidieron en que las acusaciones del
gobierno de que agentes externos infiltrados causaron el movimiento y montaron
la provocación el 2 de octubre eran falsas.
En 1998, treinta
años después del 68, Javier García Paniagua, hijo del general Marcelino García
Barragán –secretario de Defensa del gobierno de Díaz Ordaz–, entregó unos
documentos al periodista Julio Scherer en los que su padre responsabilizó al
entonces presidente y a su jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez
Oropeza, de haber introducido en Tlatelolco a un cuerpo de elite paramilitar,
formado y entrenado a instancias del propio Estado Mayor, para que iniciara la
provocación, ubicándolos como francotiradores vestidos de civil, portando
ametralladoras, en los departamentos y las azoteas de las construcciones que
rodeaban la plaza. Según esta versión, este grupo de diez personas disparó
indiscriminadamente contra el ejército y la población civil poco después de
iniciado el mitin con objeto de sembrar el terror y acabar con la movilización,
y actuó, aseguró García Barragán, sin que él tuviera conocimiento. El general
aseveró que el Batallón Olimpia participó en la acción de Tlatelolco bajo su
control, para evitar que huyeran los líderes estudiantiles a quienes querían
aprehender (Scherer y Monsiváis, 2003, pp. 41-42 y 48-49). Los miembros de este
cuerpo del ejército iban vestidos de civil y llevaban como distintivo un guante
o pañuelo blanco en la mano, al igual que los agentes de la dfs y de la dgips que
actuaron conjuntamente para detener a los líderes del movimiento (Aguayo, 1998,
p. 223; Guevara, 2004, pp. 323-324).
Un estudio
minucioso de la información aportada por García Barragán, elaborado por Carlos
Montemayor (2000, p. 87), junto con información desclasificada que hizo pública
The National Security Archive en 1998, concluye que no hay documentación que
pruebe si fue una acción concertada por García Barragán, Díaz Ordaz y Gutiérrez
Oropeza o si efectivamente fue una trampa tendida por este último con conocimiento
del presidente.82 No obstante, añade que mientras
no existan desmentidos o más documentos sobre lo dicho por García Barragán,
tendríamos que aceptar su versión. El Departamento de Inteligencia del
Departamento de Defensa estadunidense refiere que hubo roces entre el general
García Barragán y el general Gutiérrez Oropeza porque este, junto con el
general Mario Ballesteros Prieto –jefe del Estado Mayor de la Secretaría de la
Defensa– desobedecieron sus órdenes la noche de Tlatelolco. Esta información
podría abonar la versión de que el secretario de la Defensa no conocía los
planes elaborados para el 2 de octubre.83
No existen
testimonios publicados hasta hoy escritos por Díaz Ordaz sobre lo sucedido en
1968. Declaró a la prensa en 1977 que con sus actos había salvado al país.84
En unas memorias inéditas del presidente que Enrique Krauze (1997, p. 366)
cita, Díaz Ordaz culpa a los comunistas infiltrados, a la iglesia, al muro, al Opus Dei y al pan
de haber manipulado y haberse beneficiado del movimiento. La respuesta dada la
tarde del 2 de octubre muestra un patrón, retomaba acciones similares aplicadas
contra la disidencia en Chilpancingo, Guerrero, el 30 de diciembre de 1960 y en
San Luis Potosí el 15 de septiembre de 1961. En aquellas movilizaciones, que
sucedieron mientras Díaz Ordaz era secretario de Gobernación, se utilizaron
francotiradores para iniciar los disparos, que luego fueron atribuidos a los
opositores (Aguayo 2001, pp. 135-136). La versión de Gutiérrez Oropeza (1996,
pp. 2, 35-40 y 47), impregnada por un nacionalismo caricaturesco, afirma que
atrás del movimiento estaban Estados Unidos y la Unión Soviética. Los primeros
operaron a través de la cia porque querían
controlar todas las riquezas del país y lograr que la olimpiada cambiara de
sede a la ciudad de Detroit, y la segunda porque, apoyada por Lázaro Cárdenas,
quería convertir a México en un país comunista. Estos agitadores pagaron y
movieron a los líderes como si se tratara de títeres y distribuyeron drogas
entre los jóvenes. A estos promotores, afirma, se sumaron intelectuales y
periodistas, así como los políticos resentidos con el ejecutivo porque no los
incluyó en su gobierno o porque querían manipular la sucesión presidencial del
siguiente año. Si nos atenemos a sus memorias inéditas, es factible que Díaz Ordaz
haya compartido al menos parte de esta interpretación. Lo que es un hecho es
que ambos personajes eran furiosos anticomunistas, autoritarios y que se
atrincheraron en la teoría de la conjura para justificar sus actos y
presentaron el movimiento del 68 como un producto de la confrontación bipolar y
al país como una víctima de la guerra fría. No se puede descartar que el
entonces presidente haya utilizado la teoría de esta burda conjura como una
estrategia para disimular sus errores y su talante represor.85
Tal vez un
colofón adecuado para apreciar cómo era percibido el gobierno mexicano post 68
lo proporciona un resumen semanal de la cia de los
primeros días de 1969. En general, el informe era optimista en relación con que
el gobierno pudiera enfrentar los retos por venir. Consideraba que los pequeños
esfuerzos del presidente por liberalizar el gobierno habían intensificado las
protestas a nivel local y malquistado a los políticos de la vieja guardia con
el presidente. El informe dice:
Las marchas estudiantiles del verano
pasado son la más grande manifestación de descontento contra el gobierno en
tres décadas.
Pareciera que el sistema de partido
político único en México, que ha sido tan efectivo en gobernar una sociedad
atrasada y que trajo prosperidad y educación a muchos, le queda corto a un
público crecientemente sofisticado y articulado […]
La mayor parte de los numerosos informes
que relacionan al movimiento con agentes subversivos políticos e ideológicos
permanece sin demostrar. […] Para octubre, el movimiento había alcanzado
notoriedad internacional. Los estudiantes causaron los peores desórdenes
civiles que México ha experimentado en veinte años y pusieron en peligro los
Juegos Olímpicos […] El incidente que de lejos y para todos los propósitos el
final, sobrevino el 2 de octubre cuando estalló una balacera salvaje que mató a
muchos e hirió a unas mil personas en un gran mitin en la Plaza de las Tres
Culturas en Tlatelolco […]
El manejo oficial de la huelga [estudiantil]
fue inepto […] La ceguera oficial en torno a la verdadera disensión o a la
protesta espontánea es en un sentido característica de México, donde los
problemas internos son atribuidos a la agitación externa. […] En los meses que
siguieron a la crisis los funcionarios atribuyeron la culpa a Cuba, la URSS,
China y a las agencias de seguridad estadunidenses […] esta táctica desacreditó
más al gobierno que a los estudiantes.86
Ω
Los materiales
analizados muestran que ni la cia ni Estados
Unidos fueron responsables de la represión que puso fin al movimiento del 68,
como lo han sugerido Moctezuma (2008) y Mendoza (2007). Pese a las críticas al
manejo de esta crisis por parte de la embajada, la cia
en Washington y en México, el Departamento de Estado y el de Defensa, la
administración de Johnson no dudó en respaldar al gobierno mexicano, quien era
su aliado en la lucha contra el comunismo. Tampoco existe evidencia de que se
trató de una conjura internacional instigada por agitadores extranjeros
provenientes de Cuba, la URSS o China, como lo afirmó la versión oficial. De
haber existido tal conjura, las agencias de seguridad la hubieran detectado,
pues su tarea primordial –sobre todo después del triunfo de la revolución
cubana– era monitorear el avance del comunismo en la región, y México era un
lugar estratégico en la geopolítica de contención hemisférica. Considero que el
análisis de la información aportada por los aparatos de seguridad
estadunidenses, con todos sus matices y posturas encontradas, añade una nueva
dimensión al conocimiento de las relaciones México-Estados Unidos, dimensión
que incidió en las decisiones tomadas por la Casa Blanca. Para Washington, Díaz
Ordaz mostró incompetencia para resolver el conflicto y por ello atribuyó lo
sucedido a agitadores extranjeros. Pese a la imagen desfavorable del presidente
mexicano, Johnson mantuvo su apoyo a este gobierno autoritario, como lo hizo
con los militares golpistas latinoamericanos, porque era un aliado crucial en
la confrontación de la guerra fría.
Desde sus
primeros días el movimiento estudiantil fue monitoreado por las instancias de
seguridad emplazadas en México, las cuales informaron a Washington sobre su
devenir. El Departamento de Estado mostró un creciente interés sobre lo que
sucedía a su vecino y a partir de agosto realizó análisis sobre la situación.
En septiembre aumentaron las menciones a estos sucesos en el resumen diario
sobre asuntos de seguridad que la cia entregaba
cotidianamente al presidente Johnson. Cuando escalaron las hostilidades, el
movimiento pareció ganar adeptos entre otros grupos y el gobierno mexicano fue
incapaz de controlar la movilización; a finales de septiembre, el Departamento
de Estado pidió a Freeman que enviara un informe diario a Washington. El propio
Rostow elaboró documentos para el presidente Johnson en donde le informaba
sobre lo que sucedía en la ciudad de México.
De manera
adicional a la inquietud por que la movilización estudiantil pudiera
descarrilar al gobierno de Díaz Ordaz, a Washington también le preocupaba
determinar si México era un lugar seguro para que viajaran los atletas y
aficionados estadunidenses a los XIX Juegos Olímpicos. No hay que olvidar que
en el contexto de la guerra fría estos juegos eran un importante escaparate de
la competencia entre la URSS y Estados Unidos, una metáfora en la que los
atletas de ambos bloques mostraban la superioridad de los sistemas políticos de
sus respectivos países a través de sus triunfos.
También se
aprecia en el presente trabajo que los informes de las distintas agencias de
seguridad estadunidenses difieren en ocasiones. Las razones de estas
divergencias ameritarían una investigación puntual que rebasa el alcance de
este artículo. No obstante, es posible adelantar algunas explicaciones a estas
disimilitudes con la documentación consultada. Los informes de la cia generados en Washington –salvo los resúmenes diarios
para el presidente, que reproducían los dichos de la estación local de la cia– son mucho más agudos y precisos, calidad que
comparten con los realizados por el Departamento de Estado porque contaban con
expertos calificados que tenían una visión continental y aun global de los
sucesos. La agudeza y atinado análisis prospectivo de los informes elaborados
por la oficina de inteligencia del Departamento de Estado sobresalen, así como
los dosier de la cia en Washington sobre la
seguridad hemisférica. Los primeros fueron elaborados por diplomáticos de
carrera y personal con experiencia en el análisis de inteligencia, con amplio
conocimiento en los países de América Latina, y se nutrían de toda la
información que recibían de sus funcionarios en la embajada, algunos de los
cuales se dedicaban explícitamente a los asuntos de inteligencia. Los reportes
confeccionados por la segunda también contaban con expertos de buen nivel y con
una visión global. Es de subrayar que coincidieron las visiones del
Departamento de Estado y la oficina de la cia en
Washington sobre el movimiento estudiantil. En cambio, los informes de la
estación local de la cia, que solían estar más
apegados a la versión gubernamental mexicana por la cercanía con que trabajaban
con los aparatos de seguridad locales, fueron menos atinados en coyunturas
álgidas como el 2 de octubre. Por su parte, los pocos informes del Departamento
de Defensa que pude consultar son muy escuetos, directos y mantienen distancia
respecto al gobierno de Díaz Ordaz. Ellos fueron realizados por los agregados
militares y sus fuentes seguramente provenían de integrantes de alto nivel de la
Secretaría de la Defensa Nacional.
Asimismo, es
posible detectar diferencias temporales en la información generada. Al inicio
del movimiento, el 26 de julio, e inmediatamente después de Tlatelolco el
embajador secundó la versión oficial. En el primer caso, admitiendo la
participación de infiltrados extranjeros en los sucesos, aspecto en el que no
coincidió con los informes de la cia local y, en
el segundo, afirmando que los estudiantes habían iniciado la balacera, tema en
el cual concordó con la cia local. Ante la
urgencia de dar alguna explicación a Washington, sus primeras versiones se
nutrieron de las interpretaciones de las autoridades y la prensa locales. Es
plausible que la divergencia entre la embajada y la cia
local al inicio de la movilización se haya debido a que ambas oficinas no
compartieron su información antes de enviarla a sus superiores, pues existía
rivalidad entre la cia local y la embajada. De
acuerdo con su biógrafo (Morley, 2010), Scott se vanagloriaba de que las
autoridades mexicanas preferían dirigirse a él antes que al embajador Freeman.
Mientras que la embajada basaba sus informes en fuentes del gobierno y en la
prensa, los de la cia local derivaban de altos
funcionarios mexicanos incrustados en la administración, incluso el propio presidente,
y de los informes que elaboraban las oficinas de seguridad mexicanas. El
director de la dfs, Fernando Gutiérrez Barrios,
quien figuraba como informante de la cia como se
señaló páginas atrás, seguramente compartía información con Scott. Luego de la
masacre de Tlatelolco todos los informes de seguridad emanados de México
replicaron la explicación oficial porque sus fuentes eran mexicanas, y no
confirmaron sus interpretaciones con fuentes independientes. En especial, es de
subrayarse la incapacidad de la cia local de dar
una versión propia a lo sucedido el 2 de octubre, error que, como se ha dicho
(Morley, 2010), fue resultado de su cercanía con el gobierno de Díaz Ordaz,87
aunque también es posible suponer que Scott hubiese querido respaldar la
versión de Díaz Ordaz para no arriesgar las actividades de espionaje y
contraespionaje que realizaba su oficina en México. No obstante, a medida que
transcurrieron los días, tanto el embajador como la cia
local rectificaron en respuesta a las presiones de Washington y ya no
secundaron la teoría de la conjura internacional sostenida por el gobierno
mexicano. Pese a que México era un aliado importante en el contexto de la
confrontación bipolar, no replicaron más la versión del presidente ni de los
aparatos de seguridad mexicanos porque no pudieron comprobar la participación
de comunistas extranjeros infiltrados, no confiaban en la factura de los
informes de seguridad locales ni en la interpretación de Díaz Ordaz. La calidad
de los informes mexicanos era mala en comparación con los de la cia local. Como señala Aguayo (2001, p. 133), quien ha
revisado la documentación mexicana y parte de la estadunidense, los servicios
locales eran muy precarios y cometieron severos errores de interpretación.
Reproducían chismes y rumores y alimentaban la paranoia del presidente.
La visión sobre
el movimiento estudiantil de 1968 constituye una paradoja, pues mientras los
principales responsables de la represión insistieron en presentarlo como un
escenario de la confrontación Este-Oeste y de la infiltración comunista
extranjera en México, los funcionarios del Departamento de Estado, la cia y, en menor medida, el embajador, con excepción del fbi, consideraban que no existían pruebas de esa
participación, y que el movimiento surgió como respuesta a las condiciones
políticas autoritarias imperantes en el país y se había alimentado del
descontento interno, si bien entre sus dirigentes había varios miembros de las
izquierdas mexicanas. Esta divergencia contrasta con las visiones coincidentes
previas sobre la guerra fría y la colaboración entre las agencias de seguridad
de Estados Unidos y el gobierno de Díaz Ordaz, pese al cariz autonómico de la
diplomacia mexicana hacia Cuba. Es posible que el presidente mexicano haya
insistido en la conjura internacional para disimular su propia ineptitud, su
autoritarismo y su negativa a aceptar que las causas del movimiento eran
internas.88
En el ámbito
mexicano, el movimiento estudiantil y el desprestigio que ocasionó al régimen
han sido considerados por una corriente dominante de la historiografía como el
fin del consenso autoritario y el inicio de la transición democrática.
Paralelamente se ha construido una historia sobredeterminada por los relatos
elaborados por los activistas mientras estuvieron en la cárcel (Jiménez, 2011,
p. 207), en la que los estudiantes y sus líderes, y con ellos las izquierdas,
se convirtieron en los portadores del cambio en México. Muchas de estas interpretaciones
toman como marco la confrontación de la guerra fría, desestimando la multitud
de matices que esta tuvo en cada uno de los países latinoamericanos. Aunque han
surgido algunos trabajos distantes de esta discusión, como los de Jiménez,
Rodríguez Kuri, Keller, Pensado y Zolov, que toman en consideración otros
factores, la visión mitologizada sobre el 68 está aún a la espera de que más
trabajos sobre estos acontecimientos puedan brindarnos una perspectiva
renovada.
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historiografía oficial de 1968 (Tesis doctorado inédita). uam-Azcapotzalco, México.
1 A este respecto pueden verse los
materiales del National Security Archive que ha venido desclasificando
documentos en el año 2000, 2003, 2006 y de la cia
en 2015.
2 Doyle, Tlatelolco Masacre. 10 de octubre
de 2003. National Security Archive, Mexico Project. The Tlatelolco Masacre,
Washington, D. C. (en adelante nsa, mp, tm). Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99
3 Grosso modo, el fondo consultado tiene informes del
Departamento de Estado, la embajada de México, la estación mexicana de la cia, documentos elaborados por las oficinas de la cia en Washington y los expertos en seguridad de la Casa
Blanca.
4 Electronic Briefing Book No. 204, 18 de
octubre de 2006. LITEMPO: The CIA’s Eyes on Tlatelolco. nsa, mp, l. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB204/index.htm. LITEMPO/ Operational
Report, 1-31 de octubre de 1963, nsa, mp, l. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB204/3.pdf
5 Secret report excerpts. 16 de noviembre de
1978. nsa, mp, l. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB204/1.pdf
6 Moreno, “El ejército jamás disparó”, Excélsior, 11 de noviembre de 2011. Recuperado de
http://www.excelsior.com.mx/opinion/2011/11/11/francisco-martin-moreno/782769
7 P. Iber, “Paraíso de espías. La ciudad de
México y la guerra fría”, Nexos, abril de 2014.
Recuperado de http://www.nexos.com.mx/?p=20004#ftn4
8 México compartió con la cia la lista de viajeros hacia Cuba, permitió que
instalara una cámara en el aeropuerto para filmar a todos los que llegaban
desde la isla y negoció la salida de cubanos que deseaban irse a Estados
Unidos. Mexico City Station History, Secret report (excerpts). 16 de noviembre
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9 Carrillo Flores, A. (2 julio 1969).
Entrevista a Antonio Carrillo Flores/entrevistador: Dennis O’Brien. John F.
Kennedy Oral History Collection, John F. Kennedy Library, Washington, D. C. p.
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10 Telephone Conversations between President
Johnson and the Assistant Secretary of Inter-American Affairs (Mann).
Washington, 25 de enero de 1964, 12:20 pm. Documento 345. Department of State,
Office of the Historian, Foreign Relations of the United States 1964-1968, vol.
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11 cia. Survey of Latin America, 1 de abril de
1964, caja 1, fólder 9, vol. 1, 4/64, f. 152. Lyndon B. Johnson Library.
Material at the LBJ Library Pertaining to Latin America and the West Indies.
National Security File, Contry File, Latin America-Mexico, Austin, Texas (en
adelante lbj, nsf, cflam).
12 cia. Survey of Latin America. 1 de abril de
1964, caja 1, fólder 9. vol. 1, 4/64, 152. lbj, nsf,
cflam.
13 Esto se aprecia también en otro informe de
oficina de la Casa Blanca. Meeting of Presidents Johnson and López Mateos in
California, 20-22 de febrero de 1964. White House, secret papers. Documento 37,
nsa, mp, l. Recuperado de
https://www2.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB124/doc37.pdf
14 La paranoia anticomunista hacía que muchas
personas que manifestaban su rechazo a la política intervencionista de Estados
Unidos fueran consideradas por Washington como un peligro. Así sucedió con
Carlos Fuentes, a quien por pertenecer supuestamente al pcm
y ser de izquierdas se le había negado la visa. Memorandum for the President.
13 de mayo de 1964, caja 59, fólder 2, 128. lbj, nsf, cflam.
15 cia. Survey of Latin America. 1 de abril de
1964, caja 1, fólder 9, vol. 1, 4/64, 153. lbj, nsf, cflam.
16 cia. Survey of Latin America. 1 de abril de
1964, caja 1, fólder 9, vol. 1, 4/64, 156. lbj, nsf, cflam.
17 Memorandum of conversation. 31 de
diciembre de 1965, caja 59, fólder 1, 102ª. lbj, nsf, cflam.
18 Memorandum of conversation. 31 de
diciembre de 1965, caja 59, fólder 1, 102ª. lbj, nsf, cflam.
19 State Department, Memorandum of
Conversation. 3 de diciembre de 1966, caja 59, fólder 6, 39b. lbj, nsf,
cflam.
20 Attachment made oficially at 1 pm today on
the American citizens. 4 de diciembre de 1967, caja 60, fólder 1, 30. LBJ, nsf, cflam.
21 Cable from the Embassy of the United
States in Mexico to the Secretary of State. Febrero de 1968, caja 60, fólder 5,
26. lbj, nsf, cflam.
22 Cable from Ambassador Freeman. 8 de junio
de 1968, caja 60, fólder 5, 5a. lbj, nsf, cflam.
23 Paris Peace Talks. Public Broadcasting
Service, People and Events. Recuperado de http://www.pbs.org/wgbh/amex/honor/peopleevents/e_paris.html
24 Draft of cable to the Embassy in Mexico.
s. f., caja 60, fólder 5, 4ª. lbj, nsf, cflam.
25 Intelligence Memorandum. 13 de mayo de
1965, caja 2, fólder 6, 16. LBJ, nsf, cflam.
26 Memorandum of Conversation between Dean
Rusk and Carrillo Flores. 30 de septiembre de 1965, caja 59, fólder 2, 109. lbj, nsf, cflam.
27 cia. Office of National Estimates, Memorandum
to the Director. 6 de mayo de 1966, caja 59, fólder 7, 96a. lbj, nsf, cflam.
28 cia. Security Conditions in Mexico. 7 de
abril de 1966, caja 59, fólder 8, 101. lbj, nsf, cflam.
29 cia. Directorate of Intelligence. Mexico The
Problems of Progress, 20 de octubre de 1967, caja 60, fólder 1, 37. lbj, nsf,
cflam.
30 cia. Directorate of Intelligence. Mexico The
Problems of Progress, 20 de octubre de 1967, caja 60, fólder 1, 37. lbj, nsf,
cflam.
31 cia. Directorate of Intelligence. Mexico The
Problems of Progress, 20 de octubre de 1967, caja 60, fólder 1, 37. lbj, nsf,
cflam. Las reformas que intentó aplicar Carlos A. Madrazo como
presidente del pri para democratizar al partido
fracasaron. Díaz Ordaz no las impulsó ni le dio su apoyo a Madrazo, quien en
1965 salió del partido (Hernández, 2000, p. 292).
32 Telegrama confidencial de la embajada al
Departamento de Estado. 14 de junio de 1968. The National Security Archive. The
George Washington University, The Mexico Project, Tlatelolco Masacre
Declasified US Documents on Mexico on the Events of 1968 (en adelante nsa, mp, ttmusd). Washington D. C. Recuperado de
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33 U S Embassy in Mexico. Confidential Cable
to the Department of State. 6 de julio de 1968. nsa, mp, ttmusd.
Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc2.pdf
34 Sobre este punto se puede ver Litempo: The
cia’s Eyes on Tlatelolco. nsa, mp, l.
Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB204/index.htm
35 cia. Weekly Summary, Student Unrest Trouble
Mexico. 19 de julio de 1968. nsa, mp, tmdusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB10/docs/doc01.pdf
36 US Embassy. Telegram. 28 de julio de 1968.
nsa,
mp, ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc4.pdf. Telegram from Freeman to the
State Department. 30 de julio de 1968, caja 60, fólder 6, f. 48ª. lbj, nsf,
cflam. Novedades reportaba que los detenidos
eran 76 “agitadores comunistas”, y, según palabras del jefe de la policía Luis
Cueto Ramírez, “actua[ban] a fin de crear un ambiente
negativo para México durante los juegos olímpicos”. “76 agitadores rojos que
integraron los disturbios estudiantiles están detenidos”, Novedades,
28 de julio de 1968 (Cano, 1998, p. 12). Los integrantes del muro, grupo de jóvenes católicos de ultraderecha,
tildaron a las personas que protestaban de “jóvenes marxistas” que persiguen
“entregar nuestra patria al marxismo internacional”. “Fija su posición el muro”, El Universal, 28 de
julio de 1968 (Cano, 1998, p. 12).
37 Resumen de la cia
en México. 2 de agosto de 1968. nsa, mp ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc53.pdf
38 Memorandum to Johnson from William
Bowdler. Student Disturbances in Mexico City. 31 de julio de 1968. nsa, mp
ttmusd. Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB10/docs/doc02.pdf
39 Information Memorandum from the Assistant
Secretary of State for Inter-American Affairs (Oliver) to Secretary of State
Rusk, Washington. 31 de julio de 1968. ds, oh, scam. Recuperado de
http://history.state.gov/historicaldocuments/frus1964-68v31/d362
40 Informe del Departamento de Inteligencia
militar. [s. f.]. nsa, mp, ttmusd.
Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB10/docs/doc04.pdf
41 Information Memorandum From the Assistant
Secretary of State for Inter-American Affairs (Oliver) to Secretary of State
Rusk, Washington. 31 de julio de 1968. ds, oh, scam. Recuperado de
http://history.state.gov/historicaldocuments/frus1964-68v31/d362
42 Nota del director de Inteligencia e
Investigación del Departamento de Estado. 6 de agosto de 1968. nsa, mp,
ttmusd. Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc29.pdf
43 Informe de la embajada sobre los
disturbios estudiantiles en México en años recientes. 23 de agosto de 1968. nsa, mp,
ttmusd. Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc9.pdf.
Telegrama de la Embajada de México. Desórdenes estudiantiles. 27 de agosto de
1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc10.pdf
44 Algunos calculan en alrededor de 400 000
los asistentes a ella, otros hablan de 200 000.
45 Telegrama confidencial de la Embajada de
México. 30 de agosto de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc12.pdf
46 Oficina de Inteligencia e Investigación.
Departamento de Estado. Nota confidencial. 29 de agosto de 1968. nsa, mp,
ttmusd. Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc32.pdf
47 Confidential Report from Rostow to
Johnson. 29 de agosto de 1968, caja 60, fólder 6, 42 d. lbj,
nsf, cflam.
48 Telegram from Embassy of Mexico to State
Department [s. f.], caja 60, fólder 6, 42f. lbj, nsf, cflam.
49 La bandera rojinegra no demuestra la
presencia de anarquistas, como supone Pensado. En México esta bandera es la de
huelga y por ello el cnh la usaba. Además, este
autor menciona que los grupos de estudiantes que penetraron en la catedral y
tocaron las campanas, colocaron un retrato del Che Guevara sobre uno de los
altares, atribuyendo estos hechos a grupos radicales, pero no cita la fuente de
esta información que no figura en la prensa de la época, adversa casi
totalmente al movimiento.
50 “Delación y colaboracionismo, estigmas de
Sócrates Amado Campos Lemus”, La Jornada, 26 de
abril de 2004. Recuperado de
http://www.jornada.unam.mx/2004/04/26/007n1pol.php?origen=politica.php&fly=2
51 El material disponible hasta el presente no
aporta pruebas en ese sentido. Por su parte, Aguayo (1998) también desmiente la
participación de la cia en el movimiento.
52 La cia reportó
el 31 de agosto que los estudiantes se preparaban con cocteles molotov para
defender la unam, que el presidente estaba
decidido a responder con firmeza a los rebeldes y que una pequeña bomba había
estallado en la residencia de Freeman sin provocar daños. cia, The President’s Daily Brief (en adelante cia, pdb), 31 de agosto de 1968. Recuperado de
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53 Cuarto informe de gobierno del presidente
Gustavo Díaz Ordaz. Informes presidenciales. Gustavo Díaz Ordaz. Dirección
servicios de investigación y análisis. Cámara de Diputados. LX Legislatura.
Recuperado de http://www.diputados.gob.mx/sedia/sia/re/RE-ISS-09-06-13.pdf
54 Informe semanal de la cia. 6 de septiembre de 1968. nsa, mp, ttmusd.
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55 Telegrama del embajador Freeman. 6 de
septiembre de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
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56 cia, Intelligence Information Cable. 9 de
septiembre de 1968, caja 60, fólder 6, 42. lbj, nsf, cflam.
57 cia, Intelligence Information Cable. 9 de
septiembre de 1968, caja 60, fólder 6, 42. lbj, nsf, cflam.
58 “Nadie podrá impedir que se realice la Olimpiada”,
El Heraldo, 18 de septiembre de 1968 (Cano, 1998,
p. 175).
59 Telegrama confidencial de la embajada. 26
de septiembre de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc15.pdf. Telegrama secreto de la
embajada. 27 de septiembre de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
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60 Information Memorandum from the Assistant
Secretary of State for Inter-American Affairs (Oliver) to Secretary of State
Rusk. Washington. 20 de septiembre de 1968. ds, oh, scam.
Recuperado de http://history.state.gov/historicaldocuments/frus1964-68v31/d363
61 El Departamento de Inteligencia Militar
reportaba que la toma de cu significaba una nueva
etapa de endurecimiento y que la participación de tropas venidas de fuera de la
ciudad de México indicaba la seriedad que estaba tomando el asunto. Informe del
Departamento de Inteligencia Militar. 24 de septiembre de 1968. nsa, mp,
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62 Nota confidencial de inteligencia. Oficina
de Inteligencia e Investigación al Secretario de Estado. 26 de septiembre de
1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
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63 Reporte de la cia.
27 de septiembre de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
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64 “Barrió el ejército con un foco de
subversión en Tlatelolco”, El Sol de México, 22 de
septiembre de 1968 (Cano, 1998, p. 201).
65 The President’s Daily Brief. 13 de
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66 “La tropa fue recibida a balazos por
francotiradores, dijo García Barragán”, El Día, 3
de octubre de 1968 (Cano, 1998, p. 237). Díaz Ordaz mantuvo esta interpretación
en entrevistas posteriores que dio a la prensa, señalando como hecho
irrefutable la trayectoria de la bala que hirió al general José Hernández
Toledo cuando iniciaba la refriega del 2 de octubre. Retrobetamx (12 de agosto
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67 cia Confidential cable. 3 de octubre de 1968.
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68 cia. Memorandum. 5 de octubre de 1968, caja
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69 Confidential Telegram from Freeman to the
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70 Confidential Telegram from Freeman to the
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71 White House secret memorándum. 5 de
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72 Bureau of Intelligence and Research,
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74 Department of Defense Intelligence Report.
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75 Es interesante señalar que la Secretaría
de la Defensa creó el Batallón Olimpia. Marcelino García Barragán declaró que
el “Batallón Olímpico” se había desplegado en los edificios donde se
celebrarían las olimpiadas para resguardar los edificios. “El ejército no desea
conservar por tiempo indefinido los planteles”, El Día,
20 de septiembre de 1968 (Cano, 1998, p. 183).
76 Informe confidencial del fbi. 5 de octubre de 1968, caja 60, fólder 7, 71d. lbj, nsf,
cflam.
77 Memorandum for Walter Rostow. 9 de octubre
de 1968, caja 60, fólder 7, 74 y 74ª. lbj, nsf, cflam.
78 Telegram from Freeman to the Department of
State. 20 de octubre de 1968. nsa, mp, ttmusd. Recuperado de
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79 Oficina de Inteligencia e Investigación,
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80 The President’s Daily Brief. 5 de octubre
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81 Al gobierno estadunidense le interesaban
especialmente los Juegos Olímpicos porque durante ellos la cia realizaba tareas para reclutar espías y facilitar la
salida de atletas de Europa del Este que solicitaran asilo político a los
Estados Unidos.
82 Algunos líderes del movimiento aseguran
que el Batallón Olimpia disparó contra la multitud. Véase Jiménez (2011, p. 166).
83 Department of Defense Intelligence
Information Report. 14 de marzo de 1969. nsa, mp, ttmusd.
Recuperado de http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc91.pdf
84 En una entrevista que le hicieron en abril
de 1977 declaró a un periodista: “De lo que estoy muy orgulloso de esos seis
años, es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste
o no les guste...” Retrobetamx (12 de agosto de 2011). Entrevistas a Gustavo
Díaz Ordaz en 1970 y 1977. [YouTube]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=a4P_L-QVfMA
85 Keller (2015, p. 216) afirma que Díaz
Ordaz estaba convencido de que se trataba de una conjura comunista
internacional. Por su parte, Pensado (2013, p. 231) sostiene que los principales
representantes de las oficinas de seguridad mexicanas entendieron que ni la
URSS ni Cuba estuvieron nunca involucradas en el movimiento. Sus afirmaciones
se basan supuestamente en el texto de Aguayo sobre 1968, pero lo cierto es que
este autor no sostiene lo dicho por aquel.
86 cia Secret intelligence summary. 17 de enero
de 1969. nsa, mp ttmusd. Recuperado de
http://nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99/Doc83.pdf
87 Doyle. The Tlatelolco Masacre. 10 de
octubre de 2003 (National Security Archive, Mexico Project. The Tlatelolco
Masacre) (Washington, D. C.). Recuperado de http://
nsarchive.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB99
88 Coincidimos con Zermeño (1978, p. 47) en
que el movimiento estudiantil fue “una protesta de sectores medios crecientes y
en ascenso, una protesta en contra de la extralimitación con que la clase
dirigente aprovechaba el margen que le ofrecía la estabilidad del orden y en
contra de la rigidez correlativa de un sistema institucional o político que
veía llegar a su fin el acuerdo transitorio producido en un marco de relaciones
sociales ya rebasado”.
* Agradezco a la Llilas Benson Latin
American Studies and Collections de la University of Texas la beca que me
concedió en 2014, gracias a la cual pude consultar los National Security Files
de la Lyndon B. Johnson Library con los cuales se nutre una parte de este
trabajo.