El problema de la violencia en el distrito de Coalcomán, Michoacán (ca.
1940-1980)
The Problem of Violence in
the District of Coalcoman, Michoacan (ca.
1940-1980)
Enrique Guerra Manzo
Universidad Autónoma Metropolitana-unidad Xochimilco,
México
Resumen: Este artículo
analiza varios tipos de violencia que asolaron al distrito de Coalcomán,
Michoacán, ca. 1940-1980,
originados en motivos agrarios, diversas formas de delincuencia, siembra de
enervantes (violencia instrumental), pistolerismo y vendettas
(violencia ritual). Se argumenta que si bien el
Estado se esforzó por eliminar a todas ellas, halló mayores dificultades para
combatir el pistolerismo y las vendettas. Ello fue
así porque la violencia ritual está más arraigada en el habitus de las personas y requería no sólo del
desarme de la población (medida a la que más se apostó) sino también de una
vigorosa campaña para reformular el habitus
y civilizar las pasiones, tarea que un Estado con fuertes debilidades
infraestructurales se mostraba incapaz de asumir. Para dar cuenta de lo
anterior, el artículo se apoya ante todo en fuentes de primera mano, y en una
conceptualización acotada de la violencia, que distingue entre violencia
instrumental y violencia ritual.
Palabras clave: violencia; delincuencia; distrito de Coalcomán; Michoacán; Estado
mexicano.
Abstract: This article analyzes several types of violence that devastated the
District of Coalcomán, Michoacán, ca. 1940-1980, as a result of agrarian issues, various
forms of delinquency, the planting of drugs (instrumental violence), pistolerismo (hiring thugs to
deal with syndicalists) and vendettas
(ritual violence). It is argued that, although the
state strove to eliminate all of them, it found it hardest to combat pistolerismo and vendettas. This was so because ritual violence is more
deeply rooted in people’s habitus and required not only disarming the
population (the measure that was most often chosen)
but also a vigorous campaign to reformulate the habitus and civilize passions,
a task that a state with acute infrastructural weaknesses was unable to assume.
In order to describe the above, the article relies primarily on first-hand
sources, and a limited conceptualization of violence, which distinguishes
between instrumental and ritual violence.
Key words: violence; delinquency;
district of Coalcoman; Michoacan; Mexican state.
Fecha de recepción: 20 de julio de 2016 Fecha de aceptación: 5 de abril de 2017
El presente artículo centra su atención en una serie de
oleadas de violencia1 que convergieron
entre sí entre 1940 y 1980, en el distrito de Coalcomán, Michoacán: problemas
agrarios, delincuenciales (secuestros, robos a casa-habitación, abigeo),
siembra de enervantes, pistolerismo e incesantes vendettas
(juegos de honor). Las primeras tres oleadas podríamos denominarlas violencia
instrumental, en la medida que están avocadas a obtener una ganancia y
responden a determinados cálculos racionales, mientras que las dos últimas son
más de tipo ritual, pues están más dominadas por la pasión y las emociones que
por una fría racionalidad. Empero, todas las clases de violencia tienden a una
hibridez y obedecen a mezclas diversas de racionalidad y emociones, es sólo
para tipificar sus diferencias que unas podemos verlas más inclinadas hacia un
polo u otro.2
La violencia en el distrito de
Coalcomán tiene raíces profundas, algunas de las cuales se remontan al siglo xix (o incluso más allá): una debilidad infraestructural
del Estado para penetrar en términos hegemónicos en la región y garantizar el
derecho a la seguridad pública;3
rivalidades entre pueblos indígenas por linderos de tierras (Figueroa, 2008; Gledhill, 2004; González, 1966; Marín, 2007; Monroy, 2006);
invasiones de propiedades comunales por rancheros mestizos que arribaron a la
región en diferentes oleadas migratorias;4
un elevado grado de aislamiento de la zona5
que, aunado a la debilidad de las instituciones, propició la emergencia de un habitus violento
para resolver cualquier clase de disputas. El estallido de la revolución de
1910 trajo otros trastornos. Primero, auge del bandolerismo, pistolerismo y
mayor inseguridad (Ochoa, 1990). Luego, el estallido de la Cristiada
(1926-1929)6 provocó
enfrentamientos entre grupos de rebeldes y Defensas Rurales; en la década de
1930, la reforma agraria suscitó más conflictos, algunos de los cuales
desbordaron a las instituciones. Sin embargo, sólo en el periodo ca. 1940-1980 se puede apreciar
el entrelazamiento de esas viejas formas de violencia con otras nuevas, como
las provocadas por el cultivo y trasiego de enervantes.
Mi argumento es que las
diferentes formas de violencia lastimaron seriamente a la sociedad michoacana
del distrito de Coalcomán (en sus vidas y sus bienes) y rebasaron a las
autoridades municipales. Los gobiernos estatal y federal si bien se empeñaron
en encauzar institucionalmente la conflictividad social en la región y en
abatir el flagelo de la violencia, sus esfuerzos fueron insuficientes. Lo cual
es un claro indicador de la debilidad infraestructural del Estado.7 De esta manera,
hasta bien entrada la década de 1980, las interacciones sociales en el distrito
estuvieron marcadas en gran medida por la violencia.
La violencia agraria
El distrito político-electoral de
Coalcomán comprende porciones de la región serrana y gran parte de la costa
michoacana.8 La costa es
accidentada y de muy difícil acceso, en la década de 1950 poca gente se
internaba en ella.9 En lo que
concierne a la cuestión agraria, a fines del siglo xix
y principios del xx hubo una oleada de despojo de
tierras comunales por mestizos en el suroeste michoacano,10 cuya base
inicial de expansión fue el municipio de Coalcomán (Cochet,
1991; Figueroa, 2008; Gledhill, 2004; González, 1966;
Marín, 2007; Monroy, 2006). En las décadas de 1950-1960, con la apertura de
carreteras y la cruzada nacionalista impulsadas por las comisiones de la cuenca
de Tepalcatepec y luego por la del río Balsas,11
el flujo de población a la zona aumentó y con ello las presiones para despojar
a los indígenas de las extensas tierras comunales, especialmente las ubicadas
en el municipio de Aquila (que abarca a la mayor parte de la costa michoacana).
En un principio, algunas comunidades estuvieron dispuestas a rentar parte de
sus tierras a los recién llegados y firmaron pactos de protección con algunos
hombres fuertes para que les ayudaran a cobrar rentas y a la vez proteger sus
amplios territorios. En ello es bastante ilustrativo el caso de la comunidad de
Pómaro y su alianza con la familia Guillén, viejos
líderes de la rebelión cristera en el suroeste de la entidad.12
En el municipio de Aquila se
ubican cuatro de las cinco comunidades indígenas más importantes del distrito
de Coalcomán: San Miguel Aquila, Santa María Ostula, Pómaro y Coire; mientras que en
el municipio de Chinicuila, la de San Juan Huizontla.
Cochet (1991, pp. 110-134) ha ofrecido la mejor explicación del modo en que se
fundó un modelo de desarrollo en la sierra y costa michoacana en términos
agrarios. Rancheros y mestizos que fueron poblando en sucesivas oleadas al
municipio de Coalcomán en el siglo xix desplazaron
a las comunidades indígenas originarias de sus tierras y las fueron orillando
hacia la periferia de la sierra y la costa a lo largo del siglo xx. En Coalcomán el desplazamiento fue total mientras
que en otros municipios fue gradual y con diferentes matices.13 La resistencia
indígena fue débil, salvo una matanza de mestizos ocurrida en 1935 y 1936 en Pómaro (Reinberg, 2007). A raíz
de ello, los mestizos fueron sacados de las cabeceras de las tenencias
municipales indígenas, donde ya habían penetrado. Pero nunca pudieron sacarlos
de las tierras comunales invadidas. Por el contrario, el gobierno se empeñó en
que fueran reconocidos como propietarios legítimos. Fue de ese modo como
aparecieron los poblados de La Placita, El Salitre de Estopilas,
San Pedro Naranjestil, Huahua, entre otros.
A los rancheros del distrito de
Coalcomán, pese a que habían nutrido las filas de la rebelión cristera, el
gobierno les reconoció su hegemonía en la región.14
Muchos de sus líderes conservaron el poder político y el liderazgo de las
Defensas Rurales (cuerpos de civiles armados, subordinados al ejército).
Cochet (1991, pp. 200-211) aduce que entre 1950 y 1970 las obras emprendidas por
las comisiones de Tepalcatepec y la del Balsas provocaron intensos cambios en
el suroeste michoacano.15 Barrett (1975, p. 145), por su parte, ha señalado que si
bien la región experimentó cierto desarrollo con esas obras también dieron
lugar a la generación de un “colonialismo económico”: concentración de la
riqueza en un polo y de la miseria en otro.16
El frágil equilibrio que se había
mantenido entre indígenas y mestizos, tras la matanza de 1935 y 1936 en Pómaro,17 se rompió a
partir de los años sesenta. En adelante, mestizos viejos y nuevos se niegan a
pagar rentas a las comunidades indígenas y solicitan a las autoridades agrarias
más tierras, a costa de los indígenas, cuyas propiedades no dejaban de sufrir
invasiones.18 Las comunidades
solían quejarse ante las autoridades, pero dada la ineficiencia de las formas
legales o el retraso de las mismas,19
decidieron emprender también acciones directas: romper cercas, matar al ganado
que encontraran y emplear la violencia contra los invasores.
Uno de los clivajes que detonaron
oleadas de violencia fue el enfrentamiento entre mestizos y comunidades
indígenas, pero otro de ellos fue el que se abrió entre estas últimas. Cada vez
más orilladas hacia la costa, no dejaban de emprender mutuas invasiones
reclamando viejos linderos. Las comunidades de Ostula,
Coire y Pómaro se
disputaban “ese macizo granítico costero, arenoso, seco y poco propicio tanto
para la agricultura como para la ganadería” (Cochet,
1991, p. 218).
A medieros y pequeños
propietarios mestizos les resultó más viable tratar de emular el modelo
ranchero invadiendo tierras comunales indivisas, pues ello permitía rápido
enriquecimiento con poca inversión. Además, al lado de esas fuentes de
enriquecimiento siempre estuvo la posibilidad de invertir en otras actividades:
siembra de enervantes, abigeato, agricultura intensiva. Este modelo de
desarrollo predatorio no dejó de desencadenar espirales de violencia. No es
casual que en la década de 1960 dos comisiones estatales y el propio comandante
del sector militar de la región hayan tratado de promover pactos de no agresión
entre las partes beligerantes.
El 25 de abril de 1963, en su
calidad de presidente de una comisión gubernamental que visitó el municipio de
Aquila, el profesor Manuel Chávez Campos (que además era jefe del Departamento
de Quejas y Acción Social del Gobierno del Estado), rindió un extenso informe
de 49 fojas al gobernador Agustín Arriaga Rivera. La comisión arribó a la zona
a raíz de la denuncia de varios asesinatos en la región, especialmente en la
comunidad indígena de Pómaro.20
De manera detallada daba cuenta de sus gestiones y recorridos en los poblados
del municipio entre el 10 y 23 de marzo de ese año. Después de haberse reunido
con mestizos, indígenas y autoridades municipales, llegaba a la conclusión de
que la causa principal de la violencia y de todos los problemas que vivía el
distrito de Coalcomán (“el de la criminalidad, el abigeato, falta de garantías,
etc…”) se hallaba en el “problema fundamental de la tierra” y en las diversas
violaciones al Código Agrario Vigente.21
Vale la pena detenerse en este informe tanto para dar cuenta de la problemática
que se vivía como de las limitaciones que encontraban las autoridades para
darle solución y encauzarla institucionalmente.
El 11 de marzo, en Aquila, la
comisión recibió a varios grupos que solicitaban audiencia para exponer sus problemas:
invasión de parcelas, agua para riego, etc., pero “el más grave” fue el de un
numeroso grupo de campesinos solicitantes de tierra, que se les conocía como La
Movida, pues se movilizan de un lado a otro en busca de acomodo y otros por
tener cuentas con la justicia. Un acto “conmovedor” fue el de la madre de dos
líderes agrarios de San Pedro Naranjestil, Juan y
Custodio Farías, que no podían regresar al poblado por perseguirlos la familia
Guillén, caciques de Pómaro. Su esposo había sido
asesinado por los Guillén y sus hijos habían jurado vengarse (f. 5).
A las doce partió la comitiva
rumbo a Maquilí para celebrar una junta con
ejidatarios. Se abordó el problema de las invasiones de tierras a La Placita y
se llegó al acuerdo de celebrar un “convenio de no agresión y de ayuda mutua”,
entre ambos poblados, respetando los linderos que siempre habían reconocido,
obligándose a aguardar “sin ningún problema, ni dificultad las dotaciones
definitivas que la superioridad acuerde en su caso” (f. 6).
Esta fue la invariable solución
que se encontró para dirimir los problemas en los poblados visitados: la firma
de pactos de civilidad entre las partes. Se trataba de un esfuerzo por encauzar
las diferencias a través del derecho y con ello “enfriar los conflictos”.22 Sin embargo, en
la práctica, dado que la “superioridad” tardaba mucho en resolver, serían las
correlaciones de fuerza y la violencia el modo principal de dirimir disputas.
Así, en Coire
la comisión promovió una asamblea ejidal en la que se acordó un pacto de ayuda
mutua y no agresión con Ostula, de quien Coire venía sufriendo invasiones. Esa asamblea también
revisó el problema agrario con El Salitre de Estopilas.
Poblado que desde hacía más de 80 años se había formado rentando tierras de Coire. Desde hacía muchos años El Salitre venía luchando
por liberarse de “esos tributos”, y en “esa lucha casi salvaje por sanguinaria,
perecieron muchos hombres […] de ambas partes”. Además, para obtener mayor
fuerza, El Salitre se había convertido en un “verdadero centro de maleantes,
asesinos, abigeos, traficantes de drogas, etc., por las facilidades que los
dirigentes de esa comunidad daban a estos, a cambio de que en un momento dado
hicieran armas en contra de la comunidad de Coire”,
sobre todo cuando se presentaran para exigirles el pago de la renta. Por si
fuera poco, El Salitre estaba obligado a no sembrar sino pequeñas extensiones
de tierra de maíz y frijol exclusivamente, pero debía abstenerse de sembrar
palma, aguacate u otros frutales. Tras largas horas de deliberación la comisión
aduce que logró convencer a comuneros de Coire de que
era ilegal rentar tierras y de que era imposible correr a los habitantes de El
Salitre. No había otro camino que reconocerlos como “comuneros con los mismos
derechos y obligaciones que ellos tenían”, pero proponía que dejaran fuera a
todo aquel “que por su mala conducta fuera un peligro en la comunidad” y a
quienes ahí se refugiaban evadiendo la ley (fs. 18 y 24).
Coire y Pómaro también tenían problemas de linderos
entre sí. Pues por una equivocada resolución presidencial se tomaron tierras de
casi la mitad del caserío de Pómaro para dárseles a Coire, estableciéndose una incesante lucha entre ambas
comunidades. La comisión logró convencer a Coire de
que cediera terrenos a Pómaro y que se establecieran
nuevos linderos convencionales y esperar a que una nueva resolución
presidencial los ratificase.
De Coire
la comitiva se dirigió a Pómaro, su marcha fue a
caballo y la jornada llevó trece horas por montañas y veredas quebradizas. El
más grave problema que enfrentaba Pómaro, según la
comisión, era el de la “administración de la tierra”. Pues si bien tenían sus
bienes comunales confirmados por resolución presidencial desde 1960, al igual
que en otros lugares desde hacía mucho tiempo la venían rentando a los
mestizos, “adoptando el viejo sistema tributario de sus antepasados” (fs.
31-32). La comisión consideraba que se debía dejar de cobrar renta, pues ello
era ilegal. Para lograr ese acuerdo, se invitó a los mestizos de San Pedro Naranjestil. Acuerdo de lo “más solemne e interesante”.
Pues Pómaro representaba “la comunidad que había sido
escenario de cosas dantescas, asesinatos que por la forma como fueron
corresponden a la época del salvajismo” (f. 35).
La comisión concluía su extenso
informe pidiendo al gobernador que canalizará a las instancias correspondientes
los acuerdos que se habían tomado, así como gestionar otras demandas que las
comunidades habían solicitado (riego, luz, carreteras, escuelas y maestros).
Pues sólo de esta manera, esa “apartada extensión territorial de la Entidad
quedaría reintegrada al ritmo de trabajo y progreso del resto del Estado,
desapareciendo en forma paulatina los gravísimos y añejos problemas que ha
venido confrontando” (fs. 47-48).
Esos “gravísimos problemas” eran
criminalidad, delincuencia, abigeato, pistolerismo y siembra de enervantes. Y
todos ellos de algún modo, observaba con perspicacia la comisión, se
interrelacionaban con los conflictos agrarios, provocando una espiral de
violencia. A su vez, estos conflictos ocurrían no sólo entre comunidades
indígenas y mestizos, sino también entre las propias comunidades indígenas que
se acusaban mutuamente de invasiones de tierras y de no respetar linderos.
En otros municipios del distrito
también se desarrollaban conflictos por la tierra, que asumían la forma de una
lucha entre pequeños propietarios y ejidatarios o solicitantes de ejidos. Por
ello, del 8 al 27 de abril de 1967 una nueva comisión gubernamental recorrió
los municipios de Chinicuila, Aquila, Coahuayana y
Melchor Ocampo. Esta llegó a conclusiones similares a las de su predecesora: la
raíz de la violencia que se vivía en la zona giraba en torno al problema de la
tierra.23 En Coahuayana
encontró serias dificultades entre pequeños propietarios afectados por una
resolución presidencial con que se dotaba a ejidatarios de Palos Marías y San
Miguel del Río. Los primeros, aducía la comisión, se “han opuesto por medio de
la violencia a que se lleve a cabo el deslinde dentro de tierras” que les
fueron afectadas. Apoyados por el presidente municipal, han realizado “toda
clase de actos violentos”, en contra de los ejidatarios “y de los propios empleados
del Departamento Agrario que se han presentado a practicar el deslinde”, al
cerrarles “el camino con grupo de gente armada”.24
Como puede apreciarse, el camino
del derecho y la vía institucional (firma de convenios y respeto a las leyes)
parecía muy débil para encauzar la conflictividad social. Por ello, las
partidas militares recorrían un vasto y difícil territorio intentando desarmar
a los bandos contendientes, pero también ese mecanismo se mostraba deficiente.
De ahí, que el uso de la violencia para dirimir diferencias no dejara de
convertirse en uno de los recursos más empleados en el distrito.25
Recientemente, una corriente de
la antropología ha enfatizado la noción de “márgenes del Estado” para aludir a
espacios donde el Estado sólo está parcialmente presente y se muestra incapaz
de instaurar el orden. Lugares donde no ofrece servicios eficientes: plena
seguridad, buena infraestructura de comunicaciones, un adecuado flujo del
comercio, calidad educativa, entre otras cosas. Lo que propicia que en algunas
regiones o esferas, parte de la población viva en los “márgenes del Estado”, en
procesos de exclusión y de acusada desigualdad social que suelen generar
violencia (Das y Poole, 2008, pp. 19-52; Maldonado,
2010, pp. 23-24;).26 Empero, en mi
opinión, tales aspectos también pueden explicarse con las ideas de Michael Mann
sobre la formación del Estado moderno: en ciertos ámbitos este aparece con una
presencia más despótica (coercitiva) que infraestructural (hegemónica). En
algunas regiones, los Estados tampoco han logrado ser la expresión de un sentimiento
de ciudadanía compartido, puesto que tradicionalmente han sido más posesión de
las elites, donde las masas no suelen sentirse bien representadas. Además, los
servicios del Estado se desvían hacia intereses de las redes patrón-cliente de
las elites políticas.27 De ahí, la
aparición de fenómenos de “colonialismo económico” (Barrett,
1975).
Es justamente esa acusada
debilidad infraestructural del Estado mexicano, lo que en parte explica que la
conflictividad social que venía desbordando a las instituciones en el distrito
de Coalcomán aún no desapareciera en la década de 1980. Un informe confidencial
de un agente enviado por el gobernador Cuauhtémoc Cárdenas a la región afirmaba
que la población mestiza de Huahua y San Pedro Naranjestil,
seguía teniendo conflictos con la comunidad indígena de Pómaro.
Los mestizos tenían “ganado, potreros, pastizales y propiamente se
autogobiernan sin tomar en cuenta a las autoridades de la comunidad”. Dominaban
y abusaban de los indígenas. Las tierras las aprovechaban “con o sin el
consentimiento de la comunidad”. Además existían
personas que “han cometido delitos y se refugian” en los poblados mestizos.
Para resolver esos problemas y otros proponía: “Primero: Establecer una partida
militar en Tizupan, para evitar el contrabando de
marihuana, madera, productos del mar, combatir el abigeo y proteger el turismo
entre otras… Segundo. Promover la construcción de un camino vecinal a San Pedro
Naranjestil.”28
El agente ya no proponía
convenios de no agresión, sino más presencia militar e integrar a esa porción
del suroeste michoacano con mejores vías de comunicación (es decir, fortalecer
más tanto el rostro despótico como el infraestructural del Estado). Sólo así,
opinaba, se podían desactivar los ciclos de violencia y hacer frente a otros
problemas delincuenciales. De hecho, hasta la fecha las tensiones continúan
suscitándose entre mestizos e indígenas.29
Como una clara muestra de la debilidad infraestructural del Estado,
especialmente en lo que concierne a los municipios de la costa-sierra, la
mayoría de los estudiosos destacan el alto grado de marginalidad que aún padece
la región (falta de apoyos gubernamentales, alcoholismo, pobreza, migración,
criminalidad, violencia, entre otros aspectos).30
La ola delincuencial
A la violencia agraria debe
sumarse una violencia delincuencial que no había dejado de recorrer al distrito
de Coalcomán desde la década de 1940. Si bien el tipo de violencia que fue
referida en el anterior acápite tenía por protagonistas principales a
comunidades indígenas y poblados mestizos, la delincuencial es llevada a cabo
por bandas organizadas o delincuentes individuales que asolaban a la región.
Las modalidades de esta violencia incluyen robos a hogares y comercios,
secuestros, abigeato y asesinatos. También es posible apreciar una zona gris en
la que se entrelazan diversos funcionarios locales, agentes judiciales e
incluso algunos jefes de partidas militares que solían entenderse con las
gavillas que operaban en el distrito.
El 26 de mayo de 1945 el
presidente municipal de Aquila hizo saber al gobernador de la entidad que “ayer
por la mañana un grupo de individuos armados” encabezados por los hermanos
Andrés, Salvador y Fidel Gutiérrez Mendoza, vecinos de Maquilí,
“asaltaron a unas familias y miembros de la Sociedad Cooperativa de Pequeños Productores
de Sal […] asesinando al Obrero Salinero Francisco Díaz Cisneros”. Aunque se
logró dar muerte a uno de los asesinos, afirmaba, como se carece de buena
seguridad pública, “se temen nuevos asaltos”. Pedía con urgencia la presencia
de fuerzas federales, “toda vez que la partida que encabezan los Gutiérrez si
no se les bate con energía hasta exterminarlos seguirán desolando la región”.
El 5 de julio de ese mismo año, el presidente municipal de Aquila volvió a
denunciar que la gavilla de los Gutiérrez, junto con la de “los Mancilla”, el
13 de junio “asesinaron al sr. Elías Valdez en la Zanja Prieta”. Reiteraba que
los elementos que prestaban auxilio como policía municipal no tenían armas y
que el comandante de la zona militar no había nombrado aun una partida de
soldados, “estando esta región completamente avandonada
[sic] a merced de los malhechores”. 31
En marzo de 1948 el síndico de
Coalcomán, en su calidad de representante del Ministerio Público había
solicitado el auxilio de las Defensas Rurales “para proceder a la captura de
varios individuos responsables del delito de homicidio”, pero la respuesta de
la comandancia militar fue “que no era misión de las Defensas Rurales
desempeñar funciones de policía urbana”.32
La comunidad de Coire, por su parte, solicitaba se le autorizara la
formación de una Defensa Rural, “con armas particulares […] porque se han
registrado crímenes y el pueblo se encuentra sin garantías”. Y, en caso de que
ello no se autorizara, que se les permitiera al menos organizar un cuerpo de
“auxiliares con carácter de Policías con servicio gratuito”. Es decir, pagado
por la comunidad.33
La Asociación de Pequeños
Propietarios y Ganaderos de Coalcomán,34
dirigió el 4 de julio de 1953 una encendida carta al gobernador denunciando la
presencia de otra gavilla, que disfrazados de militares asolaba a la sierra.
Primero habían asaltado el domicilio del “compañero Miguel Mendoza Ochoa en el
rancho de Piedras de Lumbre”, “saquearon la casa llevándose todo lo de valor” y
secuestraron a su propietario, a quien luego dieron muerte. Posteriormente,
repitieron la acción en los domicilios de “los compañeros Marcial y Agapito
Ramírez”, a quienes se llevaron secuestrados. De la casa de Rodolfo Mendoza, a
quien plagiaron, se “llevaron alhajas de la familia y 5 000” pesos en efectivo,
“producto de la venta reciente de una engorda de cerdos”. Luego se internaron
en la sierra. En el camino liberaron a Antonio Mendoza para que fuera con los
familiares a pedir rescate de 100 000 pesos por la vida de Agapito Ramírez. El
jefe de dicha gavilla era “el conocido bandolero Salvador Mendoza Madrigal”,
misma que llevaba tiempo siendo un azote en la sierra, pues además de abigeato,
“saquean, roban, asesinan y plagean [sic] a personas honorables exigiéndoles préstamos hasta
convertirse en un serio peligro” para la población.35
En 1956, en el municipio de
Aguililla, el jefe de la policía judicial de la entidad encabezó a un grupo de
judiciales que lograron realizar “varias aprehensiones de delincuentes”, pero
tropezó con la dificultad de no poderlos consignar debido a que el
representante del Ministerio Público de ese lugar, Rodolfo Carrasquedo
Bustos, pese a las súplicas del jefe de policía para que le recibiese las
consignaciones, se ausentó sin motivo alguno. El presidente municipal
solicitaba al gobernador que llamase la atención a ese servidor público por
entorpecer “la acción de la justicia”.36
Algo similar estaba ocurriendo en
el municipio de Coahuayana, donde una partida militar fue recibida a tiros, al
tratar de aprehender a una banda de delincuentes integrada por Adán Bravo, Búlmaro Cuevas y Francisco Bravo, entre otros, por los
“frecuentes robos y asesinatos” que cometían. Los militares lograron la captura
de los mismos e hirieron al primero de ellos. Asimismo, Pablo Mendoza y José Guizar, miembros de otra banda de asaltantes, el 7 de
febrero de 1962 “dispararon sus armas sobre una camioneta produciéndole noventa
impactos”. Después del asalto los delincuentes “dijeron haberse equivocado de
vehículo y ese detalle facilitó la aprehensión de los mencionados”, pero
resultaron muertos “al tratar de fugarse”. Además, el general Salvador Rangel
Medina, comandante del batallón 49, con sede en Apatzingán, se quejaba de que
el agente del Ministerio Público de Coahuayana estaba convirtiendo las
consignaciones que recibía “en fuente de ingresos personales”. Proceder que dio
lugar a que el comandante de la partida militar y la propia policía municipal del
poblado, “dejaran de prestarle su colaboración en la búsqueda de delincuentes”.37
En 1966 la comunidad de Coire manifestaba que “desde hace tiempo” se habían estado
registrando “algunos asesinatos”, sin que hasta la fecha se haya podido
capturar a los delincuentes, que se refugiaban en El Salitre de Estopilas. Además, en los meses de abril y mayo de ese año
hubo robos de “semovientes vacunos”.38
El 13 de noviembre de 1967, el
presidente municipal de Aquila envío un extenso informe al agente del
Ministerio Publico, Raymundo Plascencia Téllez, detallando los delitos
ocurridos en el municipio. En el poblado de la Mina de la Providencia se
registró un asalto a mano armada por seis personas desconocidas en la casa de
Rafael Reyna, “saqueándole 2 pistolas… y un flower 22
automático”. En Maquilí, a José Chávez se le
introdujo a su comercio el delincuente Dimas Bustos Rivera, quien le robó
alrededor de 600 pesos. Además, se ha comprobado que este ha estado cometiendo
atracos en Coahuayana, Villavictoria y Coalcomán,
“acompañado de un grupo de maleantes que se hacen pasar por Agentes de la
Judicial”, sustrayendo en diversos domicilios armas, alhajas y dinero en
efectivo. A otra banda de delincuentes que operaba en Aquila no se le había
podido identificar porque se cubren el rostro con máscaras de tela de
mezclilla, pero la población sospechaba que el cabecilla era José Acevedo Guizar del poblado La Palmita, municipio de Aquila. Su modo
de operar era caer por sorpresa en algún poblado. Tras cada golpe sus miembros
se dispersaban, refugiándose en diversas rancherías con algún pariente. Luego,
“después de pasar los días se vuelven a reunir para dar un nuevo golpe a
cualquier ranchería […] de los Municipios circunvecinos”. Todas esas bandas,
concluía el escrito, “recaen en indefensos campesinos que viven en partes
alejadas de toda comunicación, garantía y protección de la justicia”. Por lo
cual, urgía el envío de una partida militar.39
Lo anterior es una clara muestra
de que la deficiencia infraestructural del Estado (aislamiento de ciertas
comunidades, falta de adecuadas comunicaciones y de “garantías y protección de
la justicia”), propiciaba olas delincuenciales.
El ambiente de intranquilidad
también se hacía sentir en Las Trojes, Coalcomán, donde había “numerosos
maleantes”. Por ello, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ordenó en septiembre de 1970 el envío de
un pelotón de Defensas Rurales para que colabore con las autoridades locales en
“el mantenimiento del orden y la tranquilidad en la región”.40 Empero, el
pelotón estuvo poco tiempo en el poblado. Cinco años más tarde, el presidente
municipal de Coalcomán se quejaba ante el gobernador, que la Sedena se había negado a
enviar a Las Trojes una partida militar, con el argumento de que “las unidades
se encontraban en adiestramiento”. Pero como era “incontrolable la frecuencia
de escándalos y delitos en aquella región, apropiada para refugio de toda clase
de maleantes y criminales”, rogaba al gobernador que por lo menos enviase
“elementos de la policía judicial” para que impusiesen el orden en toda esa
zona, pues “como existen muchas Comunidades Agrarias cercanas a este lugar, hay
bastante concurrencia de gentes y es cuando criminales y maleantes hace su
agosto porque no le temen a ninguna autoridad”. Además, muchos habitantes se
prestaban a proporcionar “las comodidades necesarias al grupo [de maleantes]
con tal de que acabe la penosa situación por que atraviesan”.41
En San Pedro Naranjestil
y en Huahua, municipio de Aquila, había “muchos maleantes, asesinos,
asaltantes, ladrones y abigeos”, que forman gavillas. El agente del Ministerio
Público Pascual Arteaga Pimentel informaba, el 9 de enero de 1971, al
procurador general de Justicia que los habitantes de esos poblados vivían en
“constante zozobra”, al no contar con las garantías mínimas de seguridad. Desde
la cabecera municipal, a “esos puntos hay que andar tres días a marcha forzada
a caballo para llegar, son puntos apartados de toda comunicación, hay muchos
parajes solitarios y terrenos accidentados, donde siempre habitan los
criminales”. Pedía con urgencia el envío de partidas militares a esos poblados.
Pues en diciembre de 1970 habían ocurrido cuatro asesinatos y dos robos a mano
armada.42
Ese clima de inseguridad no frenó
hasta bien entrados los años setenta. El 6 de junio de 1979, numerosos vecinos
de Aquila, desesperados, solicitaron al comandante de la zona militar el envío
de una partida de soldados, con la finalidad de que “restablezca y conserve el
orden y la paz pública en esta región”, que vivía “amenazada por una plaga de
individuos carentes de respeto, ebrios, escandalosos y braveros, que hacen
cuanto les viene en gana”, aprovechándose de la debilidad e incluso de la
“complicidad” de la policía municipal. “Es desesperante presenciar actos de
individuos que sin ningunos miramientos de moralidad penetren fortivamente [sic] a domicilios
de gente humilde y siembren el terror en sus moradores.” Enfatizaban que
parecían vivir en una época de “incertidumbre parecida a los tiempos” de José
Inés Chávez García, un famoso bandolero de la década de 1910.43 “En suma, el
cuadro de nuestra vida es doloroso y de un porvenir desalentador. Somos
víctimas de toda clase de abusos y atropellos. Vivimos a merced de los maleantes.”44
A principios de la década de
1980, seguía habiendo indicios de que las actividades delincuenciales estaban
lejos de disminuir. Un agente confidencial del gobernador Cuauhtémoc Cárdenas
recorrió cinco municipios de la zona y rindió un informe poco alentador. Tanto
en Aquila como en Coahuayana, había un agente del Ministerio Público, Armando
Rodríguez Bueno, que “protege a una banda de maleantes, encabezados por Antonio
Lazo”, que operaba en el poblado de La Placita y en toda la región. Coahuayana
y Aquila se encontraban “a merced de los abigeos y asesinos, existe mucho
pistolerismo permitido por los elementos de la policía judicial”. El presidente
municipal de Coahuayana, informaba el agente, solicitaba el envío de elementos
de la policía judicial, pero que no fueran “Agentes que nada más vayan a
llenarse los bolsillos de dinero, como ya ha sucedido dejando ciertas
libertades a los maleantes”. En suma, en lo que concernía a seguridad pública,
en los cinco municipios que fueron visitados (Aquila, Coahuayana, Coalcomán, Chinicuila y Tepalcatepec) “se carece de organización en
las filas de la policía, razón por la cual no existe Seguridad Pública”.45 Era un
contundente reconocimiento de que el Estado no brindaba una eficiente
protección a la ciudadanía.
La lucha contra los enervantes
En 1959 arribó a Apatzingán el
batallón 49, comandado por el general Salvador Rangel Medina. Venía con órdenes
del presidente Adolfo López Mateos de combatir a las numerosas gavillas de
maleantes que operaban en el suroeste michoacano, así como para realizar una
campaña contra el cultivo y tráfico de enervantes en la región. El biógrafo del
general Rangel, quien tuvo acceso a sus memorias y archivo personal, señala que
la experiencia de Rangel y sus tropas en el combate al narcotráfico era
prácticamente “nula”. “No existían antecedentes sobre ese tipo de campañas para
analizar y tomar lecciones, por lo que había que diseñar una estrategia
propia.” La etapa que estaba por comenzar con el tiempo sería considerada como
“la primera campaña del ejército contra el narcotráfico” (Veledíaz,
2012, pp. 2269 y 2128).
Al principio, Rangel sufrió
algunos descalabros, al ser emboscadas sus tropas en varios de sus recorridos
por la sierra, sufriendo algunas bajas. Pronto descubrió que quienes se
dedicaban al narcotráfico tenían amistades con caciques y algunas autoridades
locales. Se dio cuenta de que el batallón necesitaba de la ayuda de informantes
y guías conocedores del terreno, “que en lo individual podían ser estimulados
con armas o dinero para que se sintieran unidos al personal castrense, sin que
se les cuestionaran sus antecedentes”, pues algunos habían sido delincuentes, o
incluso habían estado ligados al cultivo de enervantes (Veledíaz,
2012, p. 2067).
Rangel dividió a sus tropas en
varias patrullas destinadas a recorrer diversas comunidades y él se reservó las
que estaban en la zona indígena, las más incomunicadas y marginadas. A su
llegada a ellas, le recordaron que los militares ya habían estado en sus
poblados y terminaron como “incondicionales de los caciques” (Veledíaz, 2012, p. 2082). Con miras a ganar el apoyo de la
población, el general no dejó de realizar con sus tropas cruzadas sanitarias,
educativas y brindar diversas clases de ayuda a las comunidades.46
Localizar plantíos en las décadas
de 1950 y 1960 era muy difícil, pues no se disponía de helicópteros, ni de
apoyo fotográfico. Los sembradíos no solían estar a la vista, ni en lugares poblados.
Hallarlos implicaba llegar hasta el fondo de cortaduras y barrancas en lo más
recóndito de las montañas. Un método era seguir las corrientes de agua en los
acantilados, lo que implicaba enorme desgaste de energía a fuerza de bajar y
trepar pendientes y desfiladeros. Y no pocas veces solían ser presas de
emboscadas (Veledíaz, 2012, pp. 2158-2168).
Pero pronto, con la asistencia de
guías locales, las tropas pudieron detectar sembradíos de enervantes y pistas
clandestinas. En su estancia en el suroeste michoacano, Rangel escribió un
boletín mensual destinado a estimular la moral de sus tropas y a narrar las
actividades de las mismas, al que tituló Tres Palabras.
A fines de 1962, afirmaba que ese año “bien podemos llamarlo el de las
operaciones exitosas en todo lo que nos propusimos realizar en todos sus
aspectos”. En materia de enervantes se hicieron en la sierra las operaciones Estopila, Marcelino, Chupamirto, Changunga,
Comanche, Amistad y Cardoso, que dieron como resultado la destrucción de 157
hectáreas sembradas de amapola y de 21 de mariguana, aparte “de los plantíos
destruidos por sus propios sembradores antes de nuestra llegada”. Y fueron más
de 40 los traficantes consignados. Además, se implementó “un sistema pueblerino
de espionaje” y varios soldados “volvieron a sus días de huarache y calzón
blanco”.47
Sin embargo, en el boletín número
11 de ese mismo año, Rangel se lamentaba de que en Aguililla una patrulla
militar iba camino a destruir un plantío de mariguana de poco más de 1 000
metros, pero el encargado del orden dio el pitazo a tiempo y cuando llegaron
los soldados “sólo encontraron los troncos de las matas, pues ya les habían
quitado todas las ramas”.48
No sería la única muestra de colusión entre autoridades locales y traficantes
que hallaría Rangel. En 1965 se quejaba de que se requería de mayor cooperación
de las dependencias oficiales directamente interesadas en el combate a traficantes
y maleantes. Exponía el caso de tres individuos que habían sido aprehendidos
por narcotraficantes, tras una larga búsqueda y, en un tiempo menor al de su
traslado y consignación, fueron liberados. Ello ocasiona, expresaba, “que se
debilite la moral en las tropas y poca fe en la justicia por parte de la
población, además de que hace peligrar a los guías e informantes locales que
ayudan al ejército a realizar las aprehensiones”.49
A pesar de todo, el general
consideraba que en su estadía en el suroeste michoacano (1959-1965) se logró
erradicar “la siembra de enervantes”. Y seguirá siendo así, expresaba en un
lenguaje socarrón, “siempre y cuando la vigilancia sea permanente para evitar
toda posibilidad de que muchos antiguos sembradores que hace poco salieron de
la cárcel por haber cumplido sus condenas, se sientan con ganas de repetir el
colorado”. Concluía su último boletín ofreciendo datos estadísticos que habían
alcanzado sus campañas militares: destrucción de 416 hectáreas de siembra de
amapola; 32 de mariguana; un poco más de 18 kilos de goma de opio decomisados y
dos automóviles junto con sus respectivas cargas de droga. Si tomamos en
cuenta, aducía, que cada plantío era de pequeñas dimensiones y se encontraba
escondido entre las barrancas, “reconocemos el esfuerzo realizado por las
numerosas patrullas que por arriba y por debajo de los cerros anduvieron
explorando y destruyendo plantíos” hasta lograr las cifras alcanzadas.50
Pero la siembra de enervantes en
el distrito estaba lejos de ser erradicada. En 1973, por ejemplo, fue
descubierta en el rancho El Aguacate, Aguililla, una pista clandestina que se
utilizaba para transportar estupefacientes. A tal descubrimiento se llegó luego
de que una avioneta cargada con marihuana sufriera un accidente, pereciendo el
piloto estadunidense que la conducía.51
Un agente confidencial del
gobernador de la entidad enviado a la región en 1981 informaba que en la zona
había “contrabando de marihuana, madera,52
productos del mar […y] abigeato”. Para su combate proponía mayores partidas
militares.53 Otro informe
confidencial de un agente de la policía judicial, tras sus pesquisas encontró
que había fuertes rumores de que el presidente municipal de Chinicuila,
J. Jesús García Esparza, “tenía nexos con traficantes de drogas”, y aunque no
pudo comprobar nada, sí encontró que en el rancho El Cipino
y en la Barranca del Mamey, había sembradíos de marihuana. Lugares donde
radicaba un compadre del presidente municipal, Everardo Rivera Birrueta, que la población señala como “presunto traficante
de drogas”.54
El pistolerismo y las vendettas
Una presencia infraestructural
muy débil del Estado en el suroeste michoacano, aunado al grado de aislamiento
de la región y de su poco desarrollo económico, propiciaron una cultura del
honor y de vendettas muy arraigada.55 No es casual que
el general Salvador Rangel señalara que la lucha contra los enervantes no fue
el principal desafío que encontró el batallón 49, sino el combate al
pistolerismo, los esfuerzos por desarmar a la población civil.56 En mi opinión,
ello era así porque los tipos de violencia que hemos referido en los anteriores
acápites son expresiones de una violencia instrumental, el pistolerismo, en
cambio, es un caso más cercano a la violencia ritual: ligado al habitus,57
a los juegos de virilidad, honor y vendettas. Por
ello, Rangel tenía la impresión de que estaba ante un escenario parecido al del
viejo oeste estadunidense, en el que imperaba la ley del revolver.58
Por ejemplo, en Aguililla la
familia Gil y la familia Mendoza habían mantenido una larga historia de vendettas. El 17 de agosto de 1955, la primera de ellas
escribió al gobernador Dámaso Cárdenas para manifestarle su intención de frenar
esa espiral de violencia entre las partes: “Queremos que los derramamientos de
sangre que ha habido entre nuestra familia y la familia Mendoza,
definitivamente lleguen a su fin.” Por su parte se comprometían “a no agredir,
pero queremos también no ser agredidos” en bien de nuestros hijos. Pedían la
mediación del gobernador “para que nos ayude a que estas viejas rencillas sean
liquidadas”.59
Ese mismo año, el director de la
escuela rural federal de Aguililla, Enrique Guido Villalpando, hizo saber al
comandante de la 21ª zona militar que en el municipio los “portadores de armas”
tan luego ven llegar una partida militar las esconden, “y no bien se han
alejado vuelven los escándalos y los disparos”. Consideraba que más de 75% de
la población adulta masculina “tienen ya sea pistola, rifle cal. 22 aut., rifle cal. 44 o retocarga,
etc.”, por lo que los “zafarranchos” son frecuentes. Señalaba que urgía una
partida militar permanente en el poblado.60
En 1963, la comunidad de Coire hizo llegar al gobierno del estado un acta en la que
consignaba la lista de asesinatos cometidos por los vecinos de El Salitre de Estopilas desde la década de 1930, detallando nombres y
circunstancias en que fueron llevados a cabo: en 1935 se cometieron tres
asesinatos; en 1937 fueron once; en 1938 dos soldados de una partida que
realizaban un recorrido fueron abatidos; en 1940 se asesinó a dos personas,
cifra que se repitió en 1941 y 1948; en 1951 sólo hubo uno; pero en 1957 y
1958, la cifra fue de dos por año; en 1960 cuatro soldados de una partida
militar fueron abatidos y en 1961 la cifra fue de dos homicidios.61
El presidente municipal de Aquila
informó al gobernador, el 9 de septiembre de 1964, que por “la incultura y las
costumbres ancestrales del medio rural de esta apartada región michoacana, y a
veces por necesidad, la mayoría de los hombres que ocurren a esta cabecera […]
portan armas de fuego”, sin que el Ayuntamiento pueda “reprimir esta mala
costumbre” por no contar ni con armas, presupuesto, ni policía municipal
suficiente y capaz. Y resulta que cuando las personas se encuentran con sus
rivales “ajustan cuentas a mano armada ocasionando cuantiosos saldos de
sangre”, como los habidos el pasado 5 de septiembre, en que perdió la vida el
propio comandante de la policía de El Salitre de Estopilas.
Otras veces, dichos individuos “beben demasiado y provocan balaceras y
escándalos mayúsculos, sin que nadie les pueda llamar la atención, y provocan
el pánico entre las personas del pueblo”.62
Algo parecido ocurría en Chinicuila, donde “se vienen cometiendo grandes escándalos
con armas de fuego” y debido al “pistolerismo que abunda en la región, con
frecuencia y con mucha facilidad se cometen homicidios, raptos” de mujeres,
entre otras cosas, que causaban alarma en la población.63
El propio magisterio denunciaba que en el municipio desde hace tiempo se vive
con “demasiada intranquilidad debido a los considerables homicidios y
escándalos en vía pública. Es sumamente triste ver cantidad de niños en plena
orfandad [a] consecuencia de tanto asesinato”. Además de que el lugar carece de
centros de distracción, “las familias se privan de salir siquiera los días
domingos al jardín, por temor a los escándalos y disparos de armas”, que en
plena plaza se registraban.64
La Cofradía de Ostula, a raíz de la celebración de la fiesta del día del
niño, solicitaba, a través de un agente del Ministerio Público, el envío de una
partida militar, “con la finalidad de guardar el orden y la tranquilidad
pública durante el baile en la localidad”, ya que en diversas ocasiones “se han
suscitado varios zafarranchos en los que han perecido varios individuos […].
Esto se debe a que personas circunvecinas que dicen ser valentones bajan a los
bailes […] con las armas de fuego de diferentes calibres, desafiando a ciertas
personas”.65
El presidente municipal de
Coalcomán se quejaba de que el ejército en sus campañas de despistolización
desarmaba a los encargados del orden, sin respetarles sus credenciales
expedidas para portar armas. Por lo que amenazaban con renunciar si no se les
respetaba su cargo. Recordaba al gobernador que de sobra él conocía cual era la
situación que prevalecía en el campo: “son gentes rudas, acostumbradas a traer armas
con permiso o sin él, tardan más en decomisárselas que en traer otra, prefieren
traer sus armas de fuego a tomar sus alimentos”, pocas veces bajan al pueblo y
cuando lo hacen vienen “bien pertrechados”.66
Un militar, el doctor César Juan
López Caballero, que estuvo junto al general Salvador Rangel en el batallón 49,
recordaba que en Michoacán “en esa época nadie se dejaba quitar la pistola”.
Por eso hubo muchos soldados caídos y varios heridos. Había gente con pistolas
que costaban 4 000 pesos cuando el sueldo de un médico era de 1 200 pesos al
mes. Ir contra la cultura de la pistola que viene desde la infancia era muy
arriesgado, “hubo personas que en un juego de póker se mataban por veiticinco centavos; era el capricho de querer ganar a la
fuerza”.67
Rangel reconoció que durante la
campaña del batallón 49 en el suroeste michoacano hubo 56 miembros de sus
tropas que fueron asesinados. Muchos de ellos a causa de la cruzada de despistolización (Veledíaz, 2012,
p. 1943). Por ejemplo, en el boletín Tres Palabras
número 11 de 1962 refería el caso concreto de dos soldados que fueron muertos
en Piedras Blancas sobre el camino de Tepalcatepec. “¿La causa? Todos la
conocemos: el desarme sin tomar las más elementales medidas de seguridad […].
Vieron a un tipo que estaba armado en la parada de los camiones [… y] se le
aproximaron para preguntarle si tenía permiso y cuando intentaron usar sus
armas, les había ganado la mano el civil, quedando muertos en el acto.” Rangel
no dejaba de recordarle a sus tropas que extremaran las medidas de seguridad al
ejecutar el desarme para evitar mayores bajas: “sólo debe realizarse dentro de
poblados o con tipos que lo ameriten fuera de los poblados y en todos los
casos, debe ser considerado una operación delicada en la que la menor falla, se
traduce en la muerte de quien intenta hacer el desarme”.68
Dentro de ranchos, caseríos o
poblados, afirmaba Rangel, nadie fuera de los policías y encargados del orden
debe portar pistola, pero “fuera, en los caminos, por las veredas y en general,
en el campo, con o sin autorización todo mundo puede traer un arma para su
propia defensa”. Sin embargo, el desarme “de los escandalosos dentro y fuera de
poblados continuaremos haciéndolo nosotros con excepción de bailes, cantinas y
centros de vicio”, lugares que corresponden a la policía municipal, a menos que
esta resulte incompetente y solicite auxilio al ejército.69
Si bien dentro de los poblados no
se debería portar pistola y sólo se autorizaba en los caminos “y en el campo”
(en las fincas o lugares de trabajo), lo cierto es que como ilustran los
testimonios arriba referidos, la población masculina adulta se las ingeniaba
para llevar armas consigo. Sentían que era el modo de defender sus propiedades,
su vida y su honor. Actitudes que por largo tiempo habían estado arraigadas en
sus habitus.
Consideraciones finales
El fenómeno de la violencia en el
distrito de Coalcomán es complejo y tiene una larga presencia en la región.
Empero, extrañamente aún no ha llamado mucho la atención de los estudiosos.
Como el presente artículo ha pretendido mostrar, desde la década de 1940 es
posible detectar varias olas de violencia que, con sus diferentes ritmos y
temporalidades, se entrelazan entre sí. Una motivada por cuestiones agrarias,
que envuelve en una espiral de violencia a pueblos mestizos y comunidades
indígenas, pero que también se hace presente en conflictos intercomunitarios.
La ocasionada por numerosas gavillas de bandoleros que asolan a diferentes
poblados, saqueando casas, negocios, ranchos o robo de ganado; pero que también
acuden al secuestro y la extorsión. La ligada a la siembra de enervantes, en la
que en no pocas ocasiones se puede apreciar la complicidad de autoridades
locales, agentes del Ministerio Público, judiciales y militares. A estas tres
formas de violencia, que aquí he denominado instrumentales (dado que hay un
cálculo racional en el que se aspira a lograr un bien tangible: tierra, botín,
una ganancia monetaria), debe sumársele una violencia ritual ligada al habitus, a la cultura del
pistolerismo y a las vendettas que asolaban al
distrito en el periodo que aquí se ha explorado.
Todas las anteriores formas de
violencia estuvieron profundamente interrelacionadas y afectaron la vida
cotidiana de la población michoacana: misma que no dejó de sentirse atemorizada
e insegura, pues cada una de ellas atentaba contra sus bienes y su propia vida
o la de sus seres queridos. Por ello, junto con unas autoridades municipales
claramente rebasadas por el flagelo de la violencia, con frecuencia dirigen
cartas a las autoridades estatales y federales solicitando partidas militares
o, al menos, grupos de judiciales. No obstante, saben que las partidas
militares no bastan y que su presencia en los poblados tiende a ser efímera,
pues no alcanzan a cubrir al mismo tiempo un territorio tan vasto y difícil de
transitar. De ahí que la población se aferre a portar armas y a una cultura de
la autodefensa. Es decir, hay un círculo vicioso que conecta a los diversos
tipos de violencia. Círculo que era muy difícil de eliminar mientras
persistiera una acusada debilidad infraestructural del Estado. De ahí que no
sea fortuita la emergencia de grupos de autodefensa en febrero de 2013 para
enfrentar a grupos criminales más poderosos (Guerra, 2015b), pues esa debilidad
estatal seguía persistiendo en pleno siglo xxi.
Si bien el Estado se valió de
diferentes instrumentos para tratar de encapsular las olas de violencia de
manera institucional (dotaciones agrarias, comisiones de mediación que
recorrían la región promoviendo pactos de no agresión, envío de partidas militares
o agentes judiciales), a principios de la década de 1980, todos sus esfuerzos
parecían haber sido insuficientes. El agudizamiento de la crisis económica en
la que entraría el país a partir de los años ochenta, así como una mayor fuerza
adquirida por la delincuencia organizada, en especial de los cárteles del
tráfico de enervantes, parecen haber hallado un buen caldo de cultivo en el
distrito de Coalcomán para que la violencia siguiera permeando las
interacciones sociales en la región.70
Muchos de estos aspectos se
relacionan con un Estado que históricamente ha tenido fuertes limitaciones para
penetrar en términos infraestructurales en el suroeste michoacano y hacerse del
monopolio legítimo de la violencia, garantizando servicios adecuados a la
ciudadanía: especialmente, los del imperio del Estado de derecho y brindar
seguridad pública a la ciudadanía.
Lista de Referencias
Alarcón, A. (1998). Pómaro: identidad y cambio
social. (Tesis de maestría). El Colegio de Michoacán, Zamora.
Anda, M. de (1977). Informe relativo a la exploración del
distrito de Coalcomán. Presentado al Sr. Ministro de Fomento. Anuario, 2, 165-234.
Aróstegui, J. (1994). Violencia, sociedad y política: La definición de la violencia.
Ayer, 13, 17-55. Recuperado de
http://www.jstor.org/stable/41324344
Arreola. R. (1980). Coalcomán.
Monografías municipales del estado de Michoacán.
Morelia: Gobierno del Estado.
Arteaga, N. (mayo-agosto, 2003). El espacio de la
violencia: un modelo de interpretación social. Sociológica,
52, 119-145. Recuperado de
http://www.sociologicamexico.azc.uam.mx/index.php/Sociologica/article/view/386
Barret, E. (1975). La cuenca del Tepalcatepec.
ii. Su desarrollo
económico. México: sep
(SepSetentas).
Bourdieu, P. (2000). Elementos para una sociología del
campo jurídico. En P. Bourdieu y G. Teubner. La fuerza del derecho (pp. 153-220). Bogotá: Siglo del
Hombre Editores/Facultad de Derecho-Universidad de los Andes.
Bourdieu, P. y Wacquant, L.
(2008). El propósito de la sociología reflexiva (seminario de Chicago). En P.
Bourdieu y L. Wacquant, Una
invitación a la sociología reflexiva (pp. 91-266). Buenos Aires: Siglo
XXI.
Brand, D. (1958). Coalcoman and Motines de Oro,
an exdistrito of Michoacan, Mexico. Austin:
The University of Texas.
Brand, D. (2013). Estudio costero
del suroccidente de México. Morelia: unam.
Calderón, M. (2001). Lázaro Cárdenas del Río en la cuenca
de Tepalcatepec-Balsas. En J. E. Zárate (coord.). La
tierra caliente de Michoacán (pp. 233-266). Zamora: El Colegio de
Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán.
Cochet, H. (1991). Alambradas en la sierra. Un sistema
agrario en México. La sierra de Coalcomán. México: El Colegio de
Michoacán.
Crettiez, X. (2009). Las formas de la violencia. Buenos
Aires: Waldhuter.
Collins, R. (2009). Violence: A Micro-sociological Theory.
Princeton: University Press.
Das, V. y Poole, D. (2008). El
estado y sus márgenes. Etnografías comparadas. Cuadernos
de Antropología Social, 27, 19-52. Buenos Aires: Universidad de Buenos
Aires. Recuperado de http://www.scielo.org.ar/pdf/cas/n27/n27a02.pdf
Elias, N. (1999). Los alemanes. México: Instituto
Mora.
Figueroa D. (agosto, 2008). Conflicto social, tradición e
identidad étnica en la costa nahua de Michoacán. Espacios
Públicos, 11(22), 353-366. Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=67602220
Gledhill, J. (2004). Cultura y desafío en Ostula.
Zamora: El Colegio de Michoacán.
González, A. (junio, 1966). Problems
of agricultural development
in a pioneer region of sothwestern coastal Mexico. Revista Geográfica, 64,
29-52.
González, L. (2001). Introducción:
la tierra caliente. En J. E. Zárate (coord.). La tierra
caliente de Michoacán (pp. 17-66). Zamora: El Colegio de
Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán.
Grillo, I. (2016). Caudillos del
crimen. México: Grijalbo (edición para Kindle).
Guerra, E. (enero-junio, 2013). Civilización y violencia
en la obra de Norbert Elias.
Iztapalapa. Revista de
Ciencias Sociales y Humanidades, 74, 129-154. Recuperado de
http://revistaiztapalapa.izt.uam.mx/index.php/izt/article/view/94
Guerra, E. (2015a). Del fuego
sagrado a la acción cívica: los católicos frente al Estado en Michoacán,
1920-1940. México: El Colegio de Michoacán/Ítaca/Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco.
Guerra, E. (otoño, 2015b). Las autodefensas de Michoacán:
movimiento social, paramilitarismo y neocaciquismo. Política y Cultura, 44, 7-31.
Gutiérrez, D. (verano de 2014). Por el camino real de la
costa. Apuntes sobre la tradición mariachera en la
costa de Michoacán. Relaciones, 139, 281-304. doi:
http://dx.doi.org/10.24901/rehs.v35i139.141
Guzmán, A. (1990). Sociología y
violencia. Cali: Universidad del Valle/fcsye.
Heyman, J. y Smart, A. (1999). States an illegal practices:
An overview. En J. Heyman (ed.), States an Illegal Practices (pp. 1-24). Oxford: Berg.
Maldonado, S. (2010). Los márgenes
del Estado mexicano. Territorios ilegales, desarrollo y violencia en Michoacán.
Zamora: El Colegio de Michoacán.
Mann, M. (julio-setiembre, 2004). La crisis del
Estado-nación en América Latina. Desarrollo Económico.
Revista de Ciencias Sociales, 44(174),
179-198. doi: http://dx.doi.org/10.2307/3456035
Marín, G. (noviembre, 2007). Pesca artesanal, comunidad y
administración de recursos pesqueros. Experiencias en la costa de Michoacán,
México. Gazeta de Antropología, 23, 1-16. Recuperado de
http://www.ugr.es/~pwlac/G23_20Gustavo_Marin_Guardado.html
Medrano, G. (julio-diciembre, 2004). Entre la sierra y el
mar. Algunas artesanías de la costa nahua de Michoacán. Tzintzun, 40, 135-160.
Meyer, J. (1993). La cristiada, vol. iii.
México: Siglo XXI.
Monroy, S. (2006). Nahuas de la
costa-sierra de Michoacán. México: Comisión Nacional para el Desarrollo
de los Pueblos Indígenas.
Mora, A. (2011). La institución
comunitaria y el aprovechamiento de recursos forestales en una comunidad
indígena nahua de la costa de Michoacán. (Tesis de licenciatura). cie-unam. Morelia, México.
Muchembled, R. (2010). Una historia de la violencia. Del final
de la Edad Media a la actualidad. Madrid: Paidós.
Núñez, R. (2011). Hacia un análisis histórico de la
migración en la comunidad de la Cofradía de Ostula,
Michoacán. CIMEXUS. Revista de Investigaciones
México-Estados Unidos, 6(1), 179-196.
Recuperado de http://cimexus.umich.mx/index.php/cim1/article/view/97/89
Ochoa, A. (1990). La violencia en
Michoacán. Ahí viene Chávez García. Morelia: Instituto Michoacano de
Cultura.
Purnell, J. (1999). Popular movements
and state formation in revolutionary Mexico. The agraristas and cristeros of Michoacán. Durham: Duke University Press.
Reinberg, N. (2007). Retos y memorias. Encuentro con la
globalización y el mundo de la gente de El Faro de Bucerías-localidad
perteneciente a la comunidad de El Coire en la
costa-sierra de Michoacán. Viena: University
of Viena.
Sánchez, G. y Carreño, G. (1979). El movimiento cristero
en el distrito de Coalcomán, Michoacán, 1927-1929. Boletín
del Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, II(2), 99-121.
Spierenburg, P. (2008). A history of murder. Personal violence in Europe from the
middle ages to the present. Cambridge: Polity Press (edición para
Kindle).
Topete, H. (2017). La costa-sierra nahua michoacana,
entre el oleaje del mar, la agricultura, el turismo y el narcotráfico. Batey: Revista Cubana de Antropología Sociocultural, 9(9), 77-83. Recuperado de
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5825816
Veledíaz, J. (2012). El general sin memoria. Una crónica de
los silencios del ejército mexicano. México: Debate (edición para
Kindle).
Otras fuentes
aghpem Archivo General
e Histórico del Poder Ejecutivo de Michoacán, Morelia, México.
agn Archivo General
de la Nación.
1 La lucha de definiciones en torno al fenómeno de la violencia no tiene
visos de concluir. Algunos autores sugieren que más que hablar de un concepto
unificado de violencia, debemos hablar de las violencias y precisar sus
tipologías, de acuerdo con lo que nos interese investigar. En lo que concierne
a la sociología, los clásicos de esta disciplina no pasaron por alto este
fenómeno. En los albores de la modernidad la violencia –“entendida como la
acción corporal de cualquier tipo que busca ocasionar un daño físico con el fin
de resolver un conflicto”– se caracterizaba por estar muy vinculada al campo
político. Hoy, pese a la diversidad de las teorías sociológicas contemporáneas,
pueden agruparse en tres grandes tendencias: las que mantienen un enfoque
individualista o que priorizan el nivel micro; las de corte estructuralista y
las culturalistas, que se centran en el nivel macrosociológico.
Pero escaparía a los límites del presente ensayo extenderse en esta discusión.
En lugar de ello, opté por precisar las tipologías de la violencia que me
interesa investigar. No obstante, aquí se entiende por violencia cualquier
intrusión intencional sobre la integridad física de una persona o sobre sus
bienes. Para esta definición acotada y sus usos heurísticos, véase Aróstegui (1994, p. 19), Muchembled
(2010, p. 10) y Spierenburg (2008, p. 92). Para
algunos balances sobre el debate actual en torno al concepto de violencia,
véanse Arteaga (2003), Collins (2009), Crettiez
(2009), Guerra (2013) y Guzmán (1990).
2 Spierenburg (2008, pp.
196-202) considera que las formas de violencia física pueden ser situadas
analíticamente en un intervalo conformado por dos polos, el instrumental y el
ritual. La violencia instrumental tiene un carácter más planeado y su objetivo
es obtener una determinada ganancia; la violencia ritual concierne a los habitus del perpetrador y está
más ligada a las emociones, a una determinada función social y sus respectivas
pautas culturales. No obstante, ambas formas de violencia deben verse como
puntos extremos de un intervalo en el que hay diferentes gradaciones y mezclas
entre lo instrumental y lo ritual, pues por más que la mayoría de los
diferentes tipos de violencia tengan un carácter ritual, también son llevados a
cabo con miras a un interés particular (por ejemplo, un duelo puede perseguir
una venganza que reestablezca el honor mancillado). A su vez, la violencia con
una alta naturaleza instrumental es empleada para obtener no sólo una ganancia,
sino también algo más (el robo es el clásico ejemplo aquí, pues históricamente
los bandidos también tienen sus rituales). Por tanto, la conducta humana
violenta siempre cae entre ambos extremos de los dos polos, pero no
necesariamente en un punto medio. En principio cada incidente violento puede
ser situado en un punto del intervalo. También véase Collins (2009) y Muchembled (2010).
3 Intentando resumir la evolución de la sociedad en la zona desde el siglo xviii hasta la primera mitad del xx,
Cochet (1991, p. 145) señala: “El surgimiento y el
desarrollo de esta nueva sociedad agraria se dieron al margen de cualquier
estado de derecho y gracias al recurso sistemático a la violencia. Tras las
matanzas perpetradas contra la comunidad indígena de Coalcomán [en el siglo xix] vino una violencia más difusa y esporádica, pero no
menos constante”.
4 La primera de ellas en el siglo xviii, la
segunda a fines del xix y la tercera entre 1900 y
1920. Cochet (1991, pp. 37-67) y Meyer (1993).
5 El aislamiento y los caminos difíciles de transitar hasta la primera mitad
del siglo xx propiciaron que en diferentes
momentos haya sido lugar de refugio para diversos tipos de gente: tras la
Independencia en 1821, para personas que abandonaban los campos de batalla en
las regiones más pobladas del norte y este; para una gama de criminales y
bandas republicanas que hacían frente a los franceses e imperialistas que
ocuparon la entidad. Anda (1977, pp. 173-174), Arreola (1980), Brand (1958 y
2013), Meyer (1993) y Sánchez y Carreño (1979).
6 De hecho, el distrito de Coalcomán se convirtió en el principal foco
cristero del país. Guerra (2015a, pp. 139-155) y Meyer (1993, vol. iii, pp. 155-157).
7 Al respecto, véase Mann (2004).
8 En el periodo analizado aquí, además de Coalcomán, que fungía como cabecera
del distrito, los otros municipios que lo conformaban eran Aquila, Chinicuila, Coahuayana y Aguililla.
9 Un viajero que recorrió la región en esos años señalaba que a causa de la
casi total autosuficiencia de la gente en gran parte de la costa y sierra, a lo
espinoso e intrincado de su vegetación, a causa del terreno tan abrupto desde
el mar turbulento hasta las montañas que se alzan hacia el cielo, “a causa de
todas esas razones y muchas más”, hay pocos caminos y pocos viajeros sobre los
mismos. Se recorre la región en avión “en una hora o un poco más, o, en lancha,
en un día o un poco más, lo que puede tomar de otra manera, muchos días de
ardua y dolorosa labor a pie o a lomos de bestia” (Brand, 2013, pp. 49-50). En
la primera mitad del siglo xx no existían caminos
para vehículos en la costa michoacana. En 1956 ya había 40 kilómetros de un
camino todavía en construcción, desde las orillas del río Coahuayana (que hace
frontera entre Colima y Michoacán) hasta el pueblo de La Placita en el
municipio de Aquila. Y al otro lado de la costa ya se había construido un
camino para camiones de carga desde el valle de Tepalcatepec hacia Arteaga, en
la sierra, y a Playa Azul y el municipio de Melchor Ocampo. Pero la mayor parte
de la costa, entre ambos extremos, aún no disponía de carreteras. Mayores datos
aparecen en Monroy (2006). Es hasta la década de 1970 y 1980 cuando se
construye una carretera que une a toda la costa michoacana (Reinberg,
2007).
10 Región, la más extensa de la entidad, que está conformada por los distritos
político-electorales de Coalcomán, Apatzingán, Salazar, Arteaga y Huetamo.
11 En el marco modernizador del sexenio de Miguel Alemán Valdez (1946-1952) se
crea por decreto presidencial, el 17 de julio de 1947, la Comisión de la Cuenca
del Río Tepalcatepec, de la cual Lázaro Cárdenas sería su vocal ejecutivo. En
1960 sería sustituida por la Comisión del Balsas, también encabezada por
Cárdenas hasta su muerte en 1970. Ambas comisiones tendrían por funciones
impulsar en sus áreas de influencia proyectos de desarrollo (en materia
agrícola e industrial), obras de aprovechamiento de riego, desarrollo de
energía, escuelas, campañas sanitarias, vías de comunicación (carreteras,
ferrocarriles, telégrafos), creación y ampliación de poblados. Y aunque sus
principales acciones en Michoacán se centraron en la sierra de Uruapan, el
valle de Apatzingán y la región calentana del Balsas, su impacto no dejó de
hacerse sentir en el distrito de Coalcomán. Las vertiginosas obras de las
comisiones hicieron en poco tiempo a una región “repulsiva” en “atractiva” y la
migración se “tornó torrencial” desde mediados del siglo xx.
La población se cuadruplicó en 30 años, y con ello también el hambre de más
tierras. Véanse Calderón (2001, pp. 233-266) y González (2001, pp. 17-66).
12 Un análisis más detallado del cacicazgo de los Guillén aparece en Gledhill (2004, pp. 276-280). También véase Alarcón (1998).
13 Para las vicisitudes por las que atravesaron los diversos municipios del
distrito, véanse también Figueroa (2008); Gledhill
(2004); González (1966); Gutiérrez (2014); Marín (2007); Medrano (2004); Mora
(2011); Núñez (2011); Reinberg (2007) y Topete
(2017).
14 Gledhill (2004) lo ha
expresado así: “convertidos en caciques por la vía militar, lograron mantener
su dominio regional después de la Cristiada” (p.
290), obligando al gobernador Lázaro Cárdenas (1928-1932) a reconocer su
autoridad y llegar a un acuerdo político con ellos, que dejó la administración
de importantes recursos en manos de grupos “que practicaban una subversión
constante de sus proyectos de reforma para adecuarlos a los intereses y
sensibilidades de sus seguidores”. Véanse también Arreola (1980); Guerra
(2015a); Purnell (1999) y Sánchez y Carreño (1979).
15 En la gran depresión de la Tierra Caliente las presas construidas
“permitieron la constitución de grandes zonas irrigadas y el desarrollo de
cultivos de exportación. Se crearon muchos ejidos y la población del valle se
cuadriplicó entre 1950 y 1970” (Cochet, 1991, p.
200). Lo que no dejó de impactar al distrito de Coalcomán con nuevas oleadas
migratorias que hicieron aumentar los cercamientos. Por ejemplo, en el caso de Pómaro, la llegada de “un nuevo contingente de agricultores
aceleró la tala de bosques más cercanos al pueblo” y se abrieron nuevos
espacios roturados para la agricultura, sobre los cuales “las cercas de alambre
de púas han ganado terreno progresivamente, en grave perjuicio de las
poblaciones indígenas. En 1979, las autoridades indígenas censan 41 fracciones
indivisas cercadas con alambradas de púas: 34 pertenecen a mestizos y siete a
miembros de indígenas de la comunidad”. Y lo mismo pasó en San Pedro Naranjestil, donde todo el territorio terminó siendo
“controlado por las familias mestizas” (Cochet, 1991,
pp. 206-207).
16 Arreola (1980, p. 267) precisa que, aunque el distrito de Coalcomán no era
parte del programa de la comisión gubernamental, dada su cercanía geográfica al
valle de Apatzingán y la iniciativa de sus pobladores, también alcanzó a verse
beneficiado.
17 Al respecto, véase Reinberg (2007).
18 Cochet (1991, p. 213)
detecta invasiones de tierras comunales por parte de los mestizos todavía en
las décadas de 1970 y 1980. Véanse también Barrett
(1975) y Reinberg (2007).
19 Gledhill (2004)
analizó detalladamente el caso de Ostula, comunidad
que a diferencia de Pómaro, Maquilí
o San Miguel Aquila, optó por cerrarse y no permitir la entrada de mestizos en
su territorio, ni buscarlos como aliados. Y una estrategia similar a la de Ostula siguió la comunidad de Coire.
De ahí, aduce Cochet (1991) que ambas comunidades no
hayan sufrido cercamientos mestizos tan agudos. “La comunidad de Coire había expulsado a los mestizos después de las
masacres de 1936 […] pero los pueblos de Estopila y
el Salitre de Estopila, situados al norte de los
terrenos indivisos, fueron también rodeados de cercas” (p. 214). Por ese
desplazamiento, “cada comunidad indígena dispone ahora de uno o varios ‘pueblos
anexos’ en la costa. Sólo Huizontla, rodeada desde hace
ya más de un siglo por los ranchos privados, ha visto reducirse su espacio
vital” (p. 214) sin tener una puerta de salida.
20 Presidente del Comité Ejecutivo Agrario del poblado de Huahua a Adolfo
López Mateos, 18 de enero de 1964, donde el primero recuerda el asesinato de
quince agraristas a principios de 1963 por no pagar rentas a la comunidad
indígena de Pómaro. Fondo Secretaría de Gobierno.
Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 1, exp. s/n,
fs. 2-3. Archivo General e Histórico del Poder Ejecutivo de Michoacán (en
adelante aghpem),
Morelia, México.
21 Informe de la Comisión Gubernamental que visitó Aquila. 25 de abril de
1963. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 1, exp. s/n, foja 34. aghpem, Morelia, México. La comisión estaba
formada, además de su presidente, por el licenciado Antonio Sandoval Vega,
secretario de la Comisión Agraria Mixta; el licenciado Juan Pineda Peñaloza,
jefe de Averiguaciones Previas, adscrito a la Inspección General de Policía; un
mayor del ejército, Othón Medina, en representación de la 21ª Zona Militar;
José Solórzano, procurador de Asuntos Indígenas; Feliciano González,
representante de algunos grupos de campesinos solicitantes de tierras.
22 Bourdieu (2000) ha visto el papel civilizador del derecho: entrar en el
campo jurídico implica aceptar su lógica de juego, “ponerse en manos del
derecho para reglar el conflicto, es aceptar tácitamente la adopción del modo
de expresión y de discusión que implica la renuncia a la violencia física y a
las formas más elementales de la violencia simbólica, como la injuria” (p.
186). Empero, los actores del distrito de Coalcomán si bien incurrieron en el
campo del derecho como un recurso para resolver sus disputas, no dejaron de
renunciar del todo al uso de la violencia.
23 Gonzalo E. Pérez y García Piña a gobernador del estado. 2 de mayo de 1967.
Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 3, exp. s/n, fs. 1-2. aghpem, Morelia, México. En Villavictoria,
Chinicuila, por más que insistió la comisión
gubernamental en que pequeños propietarios y ejidatarios encauzaran sus
conflictos por la vía legal, no logró convencerlos de que depusieran sus
intenciones belicosas.
24 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 3, exp. s/n, fs. 2-3. aghpem, Morelia, México.
25 Una lista de los asesinatos ocurridos en el periodo 1955-1966, entre los
bandos beligerantes de Pómaro y Huahua aparece en
acta ministerial del 22 de marzo de 1966. Sintomáticamente, otra acta
ministerial del 11 de agosto de 1965, sobre el asesinato de tres miembros de la
familia Guillén, no dejaba de recordar que la comisión gubernamental que visitó
la región en 1963 hizo comprometerse a los jefes de ambos grupos a que dejaran
de lado “las rencillas y el gobierno por su parte a no ejercitar acción penal
en contra de nadie”. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie
Aquila. Caja 3, exp. s/n, fs. 1-2. aghpem, Morelia, México.
26 Ciertas fallas en el mercado y el Estado propician intersticios en los que
se gestan prácticas ilegales y violencia (Heyman y
Smart, 1999, pp. 1-24).
27 Mann (2004, pp. 179-198) agrega que los Estados más eficaces son aquellos
cuya sociedad es lo suficientemente igualitaria y homogénea como para permitir
el desarrollo de un sentido común de ciudadanía. Los Estados pueden de ese modo
desarrollar “poderes infraestructurales” efectivos para movilizar recursos y
promover el desarrollo. Cree que los Estados en América Latina tienen fallas en
esa dirección. Mann opina que hay dos sentidos en que puede entenderse un
Estado fuerte: porque ejerce poder despótico o porque puede implementar de
forma efectiva decisiones a través de la sociedad. El primero es un “poder
sobre”, el segundo es poder “a través de”. El primero es un poder despótico, el
segundo un poder infraestructural.
28 Gregorio López a Cuauhtémoc Cárdenas. 11 de mayo de 1981. Fondo Secretaría
de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 5, exp.
s/n. aghpem, Morelia,
México.
29 Analizando el caso de la comunidad de Cachan de Echeverría, perteneciente a
Pómaro, Figueroa (2008) señala: los conflictos entre
“naturales” (indígenas) y mestizos “están marcados históricamente por la
invasión de tierras, problemática que sigue vigente. No obstante, están en
constante relación por cuestiones económicas, políticas e incluso de parentesco
[…] algunas de estas relaciones han generado fuertes confrontaciones y
negociaciones con grupos mestizos y actores gubernamentales, a partir de la
intervención de estos en la cotidianidad local” (p. 354). Para el caso de Ostula, véanse Gledhill (2004) y
Núñez (2011); sobre Coire, Mora (2011) y Reinberg (2007).
30 Figueroa (2008); Gledhill (2004); Gutiérrez
(2014); Marín (2007); Medrano (2004); Monroy (2006); Mora (2011); Núñez (2011);
Reinberg (2007) y Topete (2017).
31 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 1, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
32 Oficio transcrito del síndico Antonio Robledo Orozco al procurador general
de Justicia de Michoacán, 10 de abril de 1948. Fondo Secretaría de Gobierno.
Sección Gobernación. Serie Coalcomán. Caja 8, exp.
154. aghpem, Morelia,
México.
33 Presidente del Comité de Bienes Comunales de Coire
al gobernador. 28 de julio de 1950. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección
Gobernación. Serie Coalcomán. Caja 8, exp. 154. aghpem, Morelia, México.
34 Creada a fines del sexenio presidencial de Lázaro Cárdenas. Desde su
fundación venía cooperando con las autoridades en el combate al abigeato y en
obras de infraestructura (Arreola, 1980, p. 272).
35 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Coalcomán. Caja 1,
exp. 7. aghpem,
Morelia, México.
36 Presidente Municipal de Aguililla a gobernador. 24 de marzo de 1956. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie
Aguililla. Caja 1, exp. 13. aghpem, Morelia, México.
37 General Salvador Rangel Medina a comandante de la xxi
zona militar. 31 de diciembre de 1962. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección
Gobernación. Serie Apatzingán. Caja 2, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
38 Jefe de Tenencia Municipal de Coire a procurador
de Justicia del Estado. 8 de noviembre de 1966. Fondo Secretaría de Gobierno.
Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 2, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
39 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 3, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
40 General Salvador Cruz Calvo a capitán 2º de Caballería. 19 de septiembre de
1970. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Coalcomán. Caja
1, exp. 7. aghpem,
Morelia, México.
41 Presidente municipal de Coalcomán a gobernador. 10 de agosto de 1975. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Coalcomán. Caja 4, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
42 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 4, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
43 Al respecto, véase Ochoa (1990).
44 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 5, exp. s/n. aghpem, Morelia, México. El 21
de febrero de 1977, también el presidente municipal de Chinicuila
solicitaba al gobernador una partida militar, “ya que es muy necesaria para
guardar el orden dentro de la población”. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección
Gobernación. Serie Chinicuila. Caja 4, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
45 José M. Meza Robles a Cuauhtémoc Cárdenas. 14 de noviembre de 1981. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 5, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
46 Por ejemplo, en el boletín número 11 de 1964 señalaba que en lo que
concierne a “los trabajos de carácter social” iniciados el año anterior el
batallón no ha dejado sin atender “ningún punto de la costa ni de la sierra,
llevando en todos los casos” obras “en materia de construcción de locales para
escuelas y arreglo y acondicionamiento de las ya asistentes”, así como campañas
sanitarias, dentales, obsequio de medicinas y de máquinas de coser. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Apatzingán. Caja 7, exp. s/n. aghpem.
Morelia, México.
47 Tres
Palabras, número 12, 1962. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección
Gobernación. Serie Apatzingán. Caja 2, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
48 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Apatzingán. Caja
7, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
49 Boletín número 1, 1965. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación.
Serie Apatzingán. Caja 7, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
50 Boletín número 6, 1965. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación.
Serie Apatzingán. Caja 8, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
51 General Jorge Castellanos Domínguez, jefe de 21ª zona militar, a secretario
de la Defensa Nacional. 23 de diciembre de 1973. Fondo Secretaría de la Defensa
Nacional (en adelante Sedena).
Estado Mayor. Quejas. Caja 85/77457/6, exp. 608-1974.
Archivo General de la Nación (en adelante agn), México.
52 En 1954 la empresa forestal Compañía Michoacana de Occidente obtuvo la
concesión para explotar durante 25 años los bosques de Coalcomán, Aguililla, Tumbiscatío y Arteaga, con el compromiso de introducir
técnicas modernas, realizar obras de beneficio social (carreteras hasta la
costa, casas para los obreros, centros de salud y escuelas). Pero la empresa
incumplió sus promesas. Por lo cual, campesinos y pequeños propietarios
iniciaron una lucha contra ella, exigiéndole cumpliera con sus compromisos, así
como para que se les permitiera explotar los bosques, en alianza con el
gobierno. Tras una larga lucha, los campesinos lograron que se les concediera
la creación del ejido forestal El Varaloso y Barranca
Seca. El gobierno decidió no renovar la concesión a la empresa. Lázaro Cárdenas
no dejó de lanzar encendidas críticas a la empresa y apoyar a los ejidatarios
(Arreola, 1980, pp. 268-269). También llegaron a la región empresas madereras
germanas, japonesas y estadunidenses, que incluso “de manera clandestina
buscaron explotar tierras comunales” (Mora, 2011, pp. 68-69). Posiblemente,
algunas de estas empresas estaban detrás del contrabando de madera que
denunciaba el agente. En todo caso, ello es otro indicador de la debilidad
infraestructural del Estado para hacer cumplir la ley.
53 Gregorio López al gobernador Cuauhtémoc Cárdenas. 11 de mayo de 1981. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila. Caja 5, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
54 José Juan Pérez Sánchez, jefe de grupo de la policía judicial estatal, a
director de la Policía Judicial del Estado. 18 de abril de 1985. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Chinicuila.
Caja 3, exp. 16. aghpem, Morelia, México.
55 Spierenburg (2008, pp.
259-272) afirma que, en la Europa occidental del medievo al presente, las bases
del honor, en particular del masculino, cambiaron de una fuerte asociación con
el cuerpo a una mayor conexión con la virtud (“espiritualización del honor”).
Consecuentemente, la necesidad de emplear la violencia en orden a salvar la
cara cuando se es insultado o desafiado tendió a disminuir. El concepto de
honor ligado al cuerpo aparece más en sociedades que carecen de un sistema
estatal estable y de una economía poco diferenciada, mientras que el movimiento
hacia la espiritualización del honor aparece durante lapsos temporales en que
la pacificación trae un Estado estable y arraigado institucionalmente.
56 Boletín Tres Palabras, número 11, 1962. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Apatzingán. Caja 2, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
57 Se trata de un concepto de Bourdieu, por el cual debe entenderse un
conjunto de relaciones históricas “depositadas” dentro de los cuerpos de los
individuos (agentes), bajo la forma de esquemas mentales y corporales de
percepción, apreciación y acción (Bourdieu y Wacquant,
2008, pp. 41-42). Según Elias (1999), los habitus, dada su naturaleza
poco maleable, son difíciles de cambiar y para percibir sus cambios se
requieren por lo menos tres generaciones.
58 Rangel recordaba que en el suroeste michoacano había un clima conflictivo
por “falta de garantías” hacia la ciudadanía, pues “como en tiempos del lejano
oeste prevalecía la ley del más fuerte”. Existía “un pistolerismo desbordado,
los homicidios eran frecuentes y se multiplicaban asaltos, robos de ganado y
siembra de droga” (Veledíaz, 2012, p. 1823).
59 Apolinar Gil a Dámaso Cárdenas, 17 de agosto de 1955. Fondo Secretaría de
Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aguililla. Caja 1, exp.
12. aghpem. Morelia,
México.
60 Enrique Guido Villalpando a general Félix Ireta.
19 de noviembre de 1955. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación.
Serie Aguililla. Caja 1, exp. 12. aghpem, Morelia, México.
61 Acta informativa de la comunidad de Coire
dirigida al Departamento de Quejas y Prevención del Gobierno del Estado. 1 de
marzo de 1963. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila.
Caja 1, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
62 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Aquila Caja 2, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
63 Presidente municipal de Chinicuila a gobernador.
31 de diciembre de 1964. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación.
Serie Chinicuila. Caja 1, exp.
15. aghpem, Morelia,
México.
64 Secretario general de la Delegación de Inspección Escolar Federal a
gobernador. 30 de junio de 1965. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección
Gobernación. Serie Chinicuila. Caja 1, exp. 15. aghpem,
Morelia, México.
65 Higinio Ramírez Tolentino a teniente de Caballería de la 21ª zona militar.
26 de abril de 1979. Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie
Aquila. Caja 5, exp. s/n. aghpem, Morelia, México. Gutiérrez (2014, pp.
297-298) ha analizado la función de las fiestas en la región y ha encontrado
que por décadas se han suscitado “muchos incidentes violentos”, especialmente
en las fiestas más grandes, como eran la del Santo Niño Milagroso y la de La
Jamaica. La fiesta permitía “ciertas licencias e inversiones de la estructura
social”, lo que concedía a mujeres y hombres algunas liviandades. El baile se
prestaba como un espacio propicio “para las pasiones, para el arrebato, las
bravatas, las insinuaciones y los de repentes”. No era raro que “salieran a
relucir pistolas y machetes”.
66 Presidente municipal de Coalcomán a gobernador. 27 de agosto de 1981. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección gobernación. Serie Coalcomán. Caja 5, exp. 4. aghpem,
Morelia, México.
67 Citado en Veledíaz (2012, pp. 2491 y 2501).
68 Fondo Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Apatzingán. Caja
2, exp. s/n. aghpem, Morelia, México.
69 Boletín Tres Palabras, núm. 8, 1963. Fondo
Secretaría de Gobierno. Sección Gobernación. Serie Apatzingán. Caja 3, exp. s/n. aghpem,
Morelia, México.
70 Sobre el ascenso de nuevos cárteles, véase Grillo (2016).