Fabián Herrero, “Capusotto cenador, Alberti almorzador”. Sobre la política y el “voto bronca” en los comicios nacionales: Argentina, 2001, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2012, 232 páginas.

 

Sergio Blogna Tistuzza

Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina

sergio_blogna@hotmail.com

 

Fabián Herrero es doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, con sede en el Instituto Ravignani. Dedicado a estudiar la política de Buenos Aires entre los años de la colonia y el régimen rosista, en esta obra nos sorprende con un profundo análisis sobre los comicios nacionales de 2001.

El autor explica su interés por estas elecciones legislativas, entre otros motivos, por dos razones principales. En primer lugar, porque fueron el escenario protagonizado por un fenómeno que nunca había ocurrido antes y que todas las encuestas de opinión pública predecían acertadamente: la irrupción del “voto bronca”, el conjunto de voto nulo y voto en blanco. En segundo lugar, debido a que estos comicios inauguraron novedades institucionales introducidas por la reforma constitucional de 1994, como la renovación total del Senado nacional por voto directo, la ampliación de la representación política con un tercer senador por la minoría, y la implementación del cupo femenino en las listas.

Capusotto cenador, Alberti almorzador se organiza en un prólogo, diez capítulos y un epílogo final, escrito por Raúl Fradkin. En el primer capítulo se describen y analizan algunos aspectos preliminares para contextualizar el trabajo. Podemos mencionar el recurso de amparo presentado por el Movimiento Independiente de Centro (mic) ante la justicia con el fin de que los votos en blanco sean incluidos en la asignación de cargos por cubrir. También se destacan algunos testimonios sobre el fenómeno del “voto bronca”, como el caso de la Escuela número 66 de Monte Chingolo, partido de Lanús, en donde un periodista del diario Clarín encuentra una mesa con 18 votos nulos sobre un total de 219: doce para Clemente (personaje de historietas), cinco para el candidato bautizado como “Nadie” y uno para Bin Laden. Asimismo, se mencionan algunas de las investigaciones que abordan el tema, principalmente los trabajos de Hugo Quiroga, Yann Basset, Inés Pousadela, Isidoro Cheresky, Alberto Bonnet y Mónica Gordillo.

En el segundo capítulo el autor nos presenta las principales características de estas elecciones legislativas: las novedades institucionales, la cantidad de votantes, las bancas que se disputaban, los requisitos para poder sufragar, etc. Seguidamente, se presenta el debate sobre la naturaleza del voto blanco y su incidencia en los resultados electorales. Se confirma que “el voto en blanco, al igual que los nulos, no tiene incidencia. Para la elección de diputados, el mecanismo que se aplica, denominado D’Hont, establece que entrarán en el cálculo para la distribución de escaños las listas que obtengan más de 3%” (p. 33). Por último, en este capítulo, Herrero estudia qué ocurrió con la promesa de reforma política que el gobierno Aliancista propuso en la campaña de 1999. En lo concreto, no se encuentra ninguna acción al respecto, el Ministerio del Interior sólo se limitó a editar un libro con la nómina de todos los candidatos, que no sólo incluía sus nombres y apellidos, sino también sus apodos.

El capítulo tercero se dedica a indagar sobre la escena de la campaña proselitista, especialmente sobre qué dicen los encuestadores, qué particularidades tienen algunos discursos políticos y, por último, algunos inconvenientes que surgen en la organización de las mesas de votación. En relación con el primero de estos ejes –las encuestas–, se da cuenta de una gran cantidad de estudios de opinión en los que se detectaba una importante inclinación hacia el “voto bronca”, principalmente por el voto nulo. El autor destaca un dato clarificador: “las últimas encuestas hablan de que un 23% de los porteños se inclinaría por anular el voto” (p. 53).

En el capítulo cuarto se analizan algunas intervenciones en torno al fenómeno del voto bronca con el fin de conocer cómo es interpretado por parte de distintos actores públicos, como dirigentes sindicales, profesores universitarios, periodistas, entre otros. Sobresalen dos miradas particulares. Para Zuleta Puceiro, titular de la consultora Ibope, el “voto bronca” no constituye un voto inútil, sino que al contrario, es “una forma de votar positivamente pero de otra manera diferente (muy diferente) de como se entiende en las reglas electorales fijadas por el sistema. Hay allí una estrategia del sector del electorado que opta por el voto nulo o el voto blanco, en donde se cuestiona a los sujetos que desarrollan la actividad política, y, paralelamente, a algunos tramos del sistema democrático vinculado a la cuestión electoral” (p. 70). Una mirada diferente expresa José Nun, prestigioso investigador del Conicet, para quien el voto en blanco no es una manera “de patear el tablero sino de escaparse”, ya que tal opción no tiene finalmente un impacto o un resultado concreto en la realidad (p. 75).

En los capítulos cinco y seis el autor pone el foco de interés en la Alianza, la fuerza política oficialista. Mientras que en el primero de ellos se pone la atención en las posturas del gobierno nacional con respecto a las elecciones, en el segundo se describe el punto de vista de los “oficialistas opositores”, es decir, los candidatos aliancistas que no siguen la línea política del gobierno, que son críticos del rumbo económico que impulsa el poder ejecutivo nacional. En otras palabras, son oficialistas porque pertenecen a la Alianza de Gobierno (radicales y frepasistas) pero que, sin embargo, se presentan como candidatos opositores en la medida en que sostienen un discurso crítico del rumbo económico vigente. Este es el caso de la candidata a diputada nacional por la ciudad de Buenos Aires, María América González, o los candidatos a senadores nacionales por el mismo distrito, Vilma Ibarra y Rodolfo Terragno. Estos dirigentes no se ven incoherentes al oponerse al gobierno, sino que destacan que la incoherencia fue justamente del gobierno al incluir “en su elenco ministerial a aquel que perdió las elecciones, exactamente, contra esta coalición política”, en referencia al ministro de Economía, Domingo Cavallo (pp. 114 y ss.).

Los siguientes tres capítulos están dedicados a examinar algunos casos y algunos aspectos del principal partido opositor, el peronismo. En el capítulo siete, Herrero hace un análisis del principal problema –según lo abordan los distintos diarios nacionales– del peronismo bonaerense: la disputa entre el candidato a senador nacional, Eduardo Duhalde, y el gobernador Carlos Ruckauf, por el liderazgo del peronismo en vistas de la candidatura para 2003. Esta “doble jefatura bonaerense” pareció haberse resuelto con los resultados de los comicios, ya que el importante triunfo del ex vicepresidente Duhalde le abrió las puertas a su carrera presidencial. Los resultados electorales también confirmaron el desplome de la Alianza en la provincia y la fuerte presencia del “voto bronca”. El voto negativo “creció más de seis veces con relación a la elección de 1997 y más de tres con respecto a la de 1999” (p. 148).

En el capítulo octavo se aborda la particular situación de los comicios en la provincia de La Rioja, comicios que merecen una especial atención debido a que el ex presidente Carlos Menem, detenido por orden de la justicia, se presentaba como candidato a senador nacional suplente. Por entonces, se sospechaba que de resultar electo Eduardo Menem, primer candidato de la lista, este renunciaría para que asumiera su hermano. En consecuencia, los fueros parlamentarios eximirían al ex presidente de prisión. Los resultados electorales en esta provincia develaron un contundente triunfo del peronismo y un bajo “voto bronca” en relación con otros distritos: 7% de votos blancos y 4% de votos nulos para la categoría senadores.

El noveno capítulo desarrolla el desempeño del peronismo en Córdoba, Santa Fe, las “provincias chicas” y la Capital Federal. Detengámonos en el caso de Santa Fe, donde Carlos Reutemann había anunciado sus intenciones de pelear por la presidencia en los próximos comicios. Los resultados electorales, en cambio, le dieron un duro golpe a sus intenciones, consagrando victoriosos a los votos negativos. Si bien el peronismo gana la elección –con base en los votos positivos–, cuando se considera el total de los votos emitidos, el pj aparece como una fuerza perdedora. El voto blanco y el nulo lo superan por un contundente 15% (p. 177).

En el capítulo 10, a modo de cierre de la investigación, el autor realiza un balance de los resultados de las elecciones nacionales del 14 de octubre de 2001. En primer término resalta el triunfo del partido peronista, el cual se impuso en 17 de los 24 distritos electorales, logró mantener la mayoría absoluta en la Cámara alta y pasó a ser la primera fuerza con una ventaja apreciable en diputados. En segundo término, identifica al gobierno (la Alianza) y al partido de centroderecha, Acción por la República, como los principales derrotados. Y en tercer y último término, destaca la irrupción del “voto bronca”, aunque con una heterogeneidad en su desempeño según las diferentes regiones del país.

En conclusión, esta investigación nos propone un profundo análisis de los comicios de 2001. La diversidad de fuentes que se utilizan (bibliográficas, periodísticas, orales, estadísticas y electorales) permite reconstruir con mucha claridad los diferentes matices del desempeño de las fuerzas políticas y de la irrupción del “voto bronca” a escala nacional. Todo ello con el fin de esbozar una explicación a la aguda crisis política que atravesaba la Argentina por esos tiempos, crisis que se convirtió en el escenario donde se proclamaba a “Capusotto cenador y a Alberti almorzador.