Universidad Nacional de Rosario-Conicet, Argentina
El presente artículo aborda la conformación de multitudes católicas durante el Congreso Eucarístico Nacional de 1940, celebrado en la ciudad de Santa Fe (Argentina), desde una perspectiva sociocultural que destaca la multidimensionalidad del fenómeno y los vínculos entre el catolicismo y la sociedad de masas. Con dicho fin, el Congreso es analizado a través de diferentes claves: la cultura de masas, la industria del turismo, el discurso publicitario, el consumo, la lógica del espectáculo. Finalmente, a la luz de los resultados obtenidos, se ensaya un análisis de la dimensión política, con el propósito de comprender el modo en que dichos procesos alimentaron la retórica del “mito de la nación católica” y contribuyeron a fortalecer las posiciones de la Iglesia católica en la política argentina del siglo xx.
The article discusses the formation of Catholic crowds during the National Eucharistic Congress of 1940, held in the city of Santa Fe (Argentina) from a cultural perspective that emphasizes the multidimensionality of the phenomenon and the links between Catholicism and mass society. To that end, the Congress is analyzed from different aspects: mass culture, the tourism industry, advertising discourse, consumption, the logic of the spectacle. Finally, in light of the results obtained, the political dimension is analyzed, in order to understand how these processes fueled the rhetoric of the “myth of the Catholic nation,” and helped strengthen the positions of the Catholic Church in 20th-century Argentinean politics.
Fecha de recepción: 13 de julio de 2013
Fecha de aceptación: 28 de abril de 2014
En las décadas finales del siglo xix, el catolicismo argentino se hallaba inmerso en un acelerado proceso de transformación. Nuevos templos y parroquias se construían y proyectaban en las diferentes diócesis –con especial énfasis en las de la región pampeana– al tiempo en que se ponían en marcha numerosas asociaciones de laicos en el seno de las parroquias y a nivel diocesano. Por entonces, además, tras un siglo de idas y venidas y como una consecuencia del proceso mismo de secularización,1 las diversas instituciones y corporaciones religiosas provenientes del mundo colonial devinieron finalmente una Iglesia-institución lo suficientemente centralizada y cohesionada como para constituir un actor social y político diferenciado (Di Stefano, 2012a, pp. 67-98; Di Stefano, 2012b, pp. 195-220).
No resulta sorprendente por lo tanto que, en este marco, la presencia católica en el espacio público, lejos de languidecer –como presuponían los partidarios de las tesis clásicas de la secularización–, adquiriera un renovado vigor. La mayor densidad material y asociativa del catolicismo finisecular y la conformación de una Iglesia centralizada favorecieron la movilización católica y ofrecieron un marco mucho más apropiado para el relanzamiento de las devociones marianas. Una de las más firmes apuestas de Roma, como bien ha señalado Daniele Menozzi, en su lucha contra los supuestos males de la modernidad. Sobre todo tras la sanción del dogma de la inmaculada concepción en 1854 (Fattorini, 1997, 1999; Menozzi y Filoramo, 2009). Las coronaciones de vírgenes se hicieron más frecuentes y, paulatinamente, las peregrinaciones a los santuarios se oficializaron al tiempo en que comenzaron a ser organizadas por los propios obispados. En el centro de las principales ciudades, en igual sentido, de la mano de festividades como Corpus Christi o Cristo Rey –esta última establecida a mediados de la década de 1920–, la Iglesia exhibió una renovada presencia que, tras el ensayo del primer Congreso Eucarístico Nacional en 1916, alcanzó su apoteosis en la década de 1930. El Congreso Eucarístico Internacional de 1934 convulsionó al país y dio pie a una serie de masivos congresos preparatorios en Rosario, Tucumán y Córdoba así como semanas eucarísticas en buena parte de las provincias (Lida, 2009a, pp. 285-324). Si bien no volvieron a repetirse en lo inmediato contingentes de la envergadura de aquellos, el ímpetu movilizador no se aplacó y las multitudes católicas siguieron siendo noticia frecuentemente, en particular durante los congresos eucarísticos nacionales y en las diversas coronaciones que se sucedieron.
El fenómeno no pasó desapercibido para historiadores y sociólogos aunque, en el contexto intelectual de la década de 1980, se resaltaron los aspectos ideológicos: la retórica integralista de los oradores callejeros –figuras eminentes del clero, obispos y dirigentes del laicado– y la fuerte presencia de la simbología del mito de la nación católica en el desarrollo de las celebraciones y los actos. Las muchedumbres se asociaron, de este modo, a la llamada “reconquista” de la sociedad impulsada por el catolicismo integral y romano y a la alianza entre la cruz y la espada postulada por el nacionalismo católico (Ghio, 2007; Macor, 2005, pp. 179-198; Mallimaci, 1988; Vidal y Vagliente, 2002; Zanatta, 1996, 1999). En buena medida esta interpretación implicaba una doble respuesta: tanto a las preocupaciones generales del campo intelectual argentino del momento –orientadas a desvelar los orígenes de la cultura política autoritaria que había asolado al país–, como a las interpretaciones de una historiografía católica y apologética sobre la Iglesia y el catolicismo que negaba de raíz dicha arista política en beneficio de lecturas estrictamente religiosas y devocionales (Di Stefano, 2006, pp. 173-201).
Más recientemente, nuevas investigaciones han destacado otras dimensiones, particularmente el peso que la apelación a la cultura de masas habría tenido en el éxito de las convocatorias. En este sentido, se ha resaltado la capacidad del catolicismo de entreguerras para reproducir contenidos religiosos en los moldes de la industria cultural. Al tiempo en que se tomó nota sobre los efectos políticamente performativos del concepto de movilización, aplicado sobre contingentes católicos que, como en el caso de los reunidos en torno a los congresos eucarísticos, resultaban por lo general irreductibles a una identidad política o ideológica específica. De hecho, como intentaremos mostrar en este trabajo, para comprender la naturaleza de estos fenómenos de masas es preciso pasar del concepto “político” de movilización al más sociocultural y múltiple de multitud (Fogelman, Ceva y Touris, 2013; Lida, 2009b, pp. 809-836; Mauro, 2010; Mauro, 2011, pp. 90-96; Romero, 2010, pp. 77-98; Virno, 2003), sensible a los diferentes motores religiosos, sociales y culturales de los contingentes católicos así como a su doble dimensión política: tanto la referida a cómo las multitudes contribuyeron a proyectar a la Iglesia como un actor político de relevancia y a apuntalar el llamado “mito de la nación católica”, como en lo que hace específicamente a los procesos de sacralización de la política y/o politización de la religión (Gentile, 2007; Mosse, 2005; Traverso, 2012). De momento, empero, se hace imperioso disponer de nuevos estudios de caso que nos permitan contar con una base empírica más consistente.
Con este propósito, el presente artículo propone un estudio de la organización y la puesta en escena del Congreso Eucarístico Nacional de 1940, realizado en la ciudad de Santa Fe. Desde una perspectiva que intenta asir la multidimensionalidad del fenómeno, se intentará poner en diálogo diferentes registros analíticos con el propósito de avanzar en una comprensión más polifónica de las gramáticas de las multitudes, a la luz de los numerosos vínculos que el catolicismo tejió con la sociedad de masas en los años treinta y cuarenta (Lida, 2009c, pp. 345-370).
Cuando Santa Fe fue elegida sede del III Congreso Eucarístico Nacional a fines de la década de 1930, la ciudad ocupaba ya un lugar de importancia en el mapa del catolicismo nacional. Sus pergaminos coloniales de ciudad devota se habían visto reforzados con creces a lo largo de la entreguerras y las multitudes católicas habían ganado una y otra vez las calles, las plazas y los parques de la ciudad (Mauro, 2010, 2013). Desde principios de siglo, el santuario a la Virgen de Guadalupe, ubicado a escasos kilómetros del centro y dotado de importantes espacios abiertos próximos a la laguna Setúbal, se convirtió en el centro de peregrinaciones cada vez más numerosas. Hacia fines de la década de 1910, los contingentes, que partían del centro de la ciudad y recorrían algunas de sus principales calles, solían acercarse a la decena de miles de personas. En 1928, la coronación de la Virgen reunió a más de 40 000, poniendo en evidencia tanto las dotes organizativas del catolicismo santafesino como su capacidad para apelar a los recursos movilizadores de la emergente sociedad de masas. Algo que también se hizo patente en el centro de la ciudad durante la coronación de la Virgen de los Milagros algunos años después y en las habituales procesiones de Semana Santa y festividades como Corpus y Cristo Rey. Durante la década de 1930 el número de asistentes siguió en ascenso, y celebraciones puntuales como los actos por el aniversario de la sanción de la Constitución Nacional en 1933, en un marco de fuertes enfrentamientos con el gobierno reformista, o la coronación de la Virgen de los Milagros en 1936, reunieron cifras récord. Las peregrinaciones guadalupanas, por su parte, como ocurrió durante la inauguración del nuevo camarín en 1935, reunían ya con cierta regularidad unas 25 000 o 30 000 personas.2
De la mano de estos eventos, las renovadas elites del catolicismo santafesino fueron adquiriendo experiencia en la organización. Como atestiguan las páginas de los diarios católicos El Pueblo de Buenos Aires y El Heraldo de Rosario o La Mañana de Santa Fe, se prestaba particular atención a las celebraciones, se comparaban las puestas en escena y los modos de organizar los actos, resaltándose lo que se suponía eran los últimos adelantos en términos de movilización de masas: el reparto de planos, la utilización de organigramas, las transmisiones radiales o el uso de “comisarios” con brazaletes, como en las organizaciones fascistas o comunistas.
La experiencia adquirida implicó, por cierto, no sólo el uso de las llamadas tecnologías de la organización o el desarrollo de la capacidad logística en asociación con organismos del Estado nacional, así como de los gobiernos provincial y municipal: supuso también el aprendizaje de los lenguajes, las formas retóricas y los lineamientos estéticos que se popularizaban en la prensa popular y de la mano del consumo creciente y la cultura de masas, y que eran esenciales para invitar y promocionar el evento. En sintonía con estas tendencias, se hizo cada vez más frecuente la confección de panfletos y afiches que se asemejaban a los de las grandes tiendas o los department stores, y se ensayó con eslóganes que emulaban el discurso publicitario y la retórica de los partidos políticos de masas.
De modo que cuando Santa Fe fue elegida sede del III Congreso Eucarístico Nacional a realizarse en 1940, las elites del laicado y la curia arquidiocesana no se enfrentaban a algo desconocido, tenían por el contario una vasta trayectoria en el terreno de la movilización de masas y contaban con importantes éxitos en su haber. Por cierto, así lo entendieron muchos de los propios organizadores del laicado y el clero que vieron rápidamente en el Congreso la oportunidad de mostrar al resto del país la fortaleza y la capacidad organizativa del catolicismo de Santa Fe. También el gobierno provincial y por cierto los comerciantes e industriales de la provincia, consideraban que el Congreso era una vidriera para proyectarse a escala nacional. La oportunidad de demostrar que la pujanza religiosa de la ciudad no iba en desmedro de unas “fuerzas vivas” que le auguraban un futuro de progreso y bonanza. No en vano, la intendencia puso en marcha diferentes estrategias de embellecimiento de la ciudad y las principales tiendas y asociaciones empresarias dieron su apoyo. En otras palabras, era la oportunidad de demostrar que, a la luz de la tradicional rivalidad entre Rosario y Santa Fe, no sólo el gran puerto del sur era un polo dinámico en términos económicos y sociales. También la tradicional capital de la provincia había devenido una ciudad moderna, orgullosa de sus tradiciones y de su catolicismo, pero no menos desarrollada por ello. En una singular paradoja, cabe agregar, Rosario atravesaba retóricamente por esos años el camino inverso: como ocurrió tras el Congreso Eucarístico de 1933, cuando los principales diarios insistieron en que la ciudad no era sólo un polo económico o un gran puerto exportador sino también un centro espiritual que abrazaba la religión a pesar de su fama de ciudad fenicia y anarquista.
En este marco, tras más de dos décadas de intensa actividad, la elección de Santa Fe como sede del III Congreso Eucarístico Nacional no fue una decisión inesperada: confirmaba, de hecho, el lugar de la provincia en el mapa del catolicismo argentino, como dejaba en claro el diario católico La Mañana poco antes del evento: Santa Fe será el “centro de miras de toda la Nación… Santa Fe ha dicho ¡presente! Y lo estamos.”3
Las actividades dieron comienzo por la tarde del día 9 de octubre con la recepción del cardenal primado Santiago Copello en la estación de trenes. Allí, tras el discurso de bienvenida del intendente municipal, dirigió la palabra en presencia del gobernador y otros altos funcionarios además de grandes contingentes de alumnos: el gobierno provincial dispuso el cese de actividades en las escuelas públicas de la ciudad y la intendencia decretó asueto administrativo durante los días del Congreso. Tras la ejecución del himno nacional y el himno pontificio, una procesión de carruajes tirados por caballos, en la que se ubicó la nutrida comitiva de Copello, salió de la estación de trenes y se dirigió a paso lento hasta la catedral. Al frente se ubicaron el cuerpo de motociclistas de la Policía, seguidos por 50 hombres del Escuadrón de Seguridad, los boy scouts del colegio Don Bosco y finalmente las carrozas. En la última de las cuales, con la capota retirada, se ubicaron Copello y el gobernador Iriondo. A lo largo del trayecto los alumnos de las escuelas fueron ubicados formando cordones a los costados de las calles. Ya en la catedral, Copello se refirió al resurgir católico del país y al futuro prominente de la religión. Finalizados los actos oficiales de inauguración, el cardenal y su comitiva, integrada por el presidente del Comité de Congresos Eucarísticos Internacionales, diversos obispos y familiares, se dirigieron a la Casa de Gobierno, donde se ofreció un banquete de bienvenida.
Los actos continuaron al día siguiente, temprano por la mañana, con una concentración de niños frente al altar del Congreso: una plataforma de 500 metros cuadrados con un juego de dobles escalinatas y una cruz de 25 metros de altura, ubicada frente al Puente Colgante al final del boulevard Gálvez. Sin lugar a dudas, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, dotado de grandes espacios abiertos que permitían divisar desde lejos la cruz, bien conectado por varias avenidas, y próximo a la estación de trenes.
La celebración, a la que acudieron según los medios católicos alrededor de 10 000 niños y entre 30 000 o 40 000 adultos, incluyó una misa a cargo del arzobispo de Asunción con la presencia del gobernador y su esposa, los principales ministros y el intendente municipal, que se ubicaron en uno de los palcos. Alrededor de la cruz, en el escenario en forma de semicírculo, se instalaron las principales figuras eclesiásticas: los arzobispos de Córdoba, La Plata y Paraná, los obispos de Rosario, Mercedes, Azul, Viedma, Corrientes, Catamarca, Jujuy y Talca (Chile) y el presidente de los congresos eucarísticos. Copello, por su parte, se ubicó sobre uno de los lados de la cruz, junto al arzobispo de Santa Fe.4 Los alumnos se distribuyeron según lo planificado: en los primeros bancos los encargados de llevar las ofrendas durante la celebración de la misa y en los siguientes los alumnos de los colegios de la Inmaculada, Don Bosco y Jobson. El espacio restante se dividió en zonas (A, B y C) y secciones (1ra., 2da., 3ra.) en donde se ubicaron los demás alumnos, incluidos los de las escuelas fiscales. Finalmente, detrás, el público en general. Por entonces, el Congreso contaba ya con una nueva atracción: la presencia en el primer muelle del puerto de la cañonera Independencia, que en adhesión a la celebración recibía visitantes a bordo durante todo el día.5
A la mañana siguiente, con afluencias similares, se celebró la misa de las mujeres a cargo del arzobispo de Salto (Uruguay), acompañado por el coro del Seminario de Guadalupe y por la tarde se sumaron a los actos los obispos restantes de Salta, Resistencia, La Rioja y Tucumán. Como el día anterior, la llegada de Copello fue anunciada por las sirenas de las motocicletas de la policía, desatando una oleada de vítores y vivas.6
A la mañana siguiente escenas semejantes se repitieron bajo los auspicios del arzobispo de Paraná y, tras los oficios religiosos –que se prolongaron largamente debido al número de comuniones, entre las que se contaron las de soldados y marinos–, tomó la palabra el vicario general del Ejército, monseñor Calcagno, quien se refirió largamente a la historia común que unía la cruz y la espada en beneficio de la Argentina católica.7 Por la noche, la anunciada procesión de los hombres se extendió a lo largo de doce cuadras y logró congregar a unas 30 000 personas. La celebración de la misa estuvo a cargo del nuncio monseñor Fietta y de monseñor Franceschi. Para ordenar los contingentes, la Plaza 25 de Mayo se dividió en varias secciones: la parte “norte” se dejó para la diócesis de Rosario, el costado “este” para las parroquias de la campaña santafesina, y la zona “centro-oeste” para el resto de las delegaciones de las provincias. Las de la ciudad, por último, se distribuyeron en las esquinas de la plaza guiadas por los cuerpos de comisarios y las indicaciones del locutor del evento desde el balcón del Arzobispado.8
Aunque la procesión de hombres fue cuidadosamente planificada y muy anunciada, las grandes puestas en escena se reservaron sin embargo para los eventos finales del día domingo. Primero, el pontifical de Copello –en el que actuó un coro formado por cientos de niños–, seguido por la bendición del papa, transmitida en directo por radio y, finalmente, la denominada “gran procesión de triunfo” por la tarde, en donde se concentraron todos los esfuerzos.
El evento estuvo a la altura de las grandes manifestaciones de masas de la Iglesia de entreguerras y las diferentes crónicas periodísticas coincidieron en destacar la masividad alcanzada: los contingentes llegaron a lo largo de todo el día en trenes y ómnibus y se fueron ubicando en diferentes puntos del trayecto. Desde las parroquias y los colegios católicos el movimiento no fue menos intenso. Entre tanto, muchos de los que habían participado por la mañana del pontifical optaron por almorzar en las inmediaciones: en restaurantes o improvisando pícnics a la espera de la procesión prevista para las 16 horas. Ya más cerca de la hora de partida, ayudados por planos del recorrido que repartían los organizadores o que podían consultarse en los diarios fueron tomando posiciones guiados por los militantes de la Acción Católica Argentina (aca) que oficiaban de “comisarios”.9 Pasadas las 15:30, los contingentes fueron tomando forma: los alumnos de los colegios se ubicaron en las calles transversales al boulevard Gálvez y las columnas de señoras y señoritas se fueron formando en las calles Sarmiento, Alberdi, Mitre y Lavalle. En el boulevard, entre Alvear y Sarmiento, se ubicó el clero y las congregaciones religiosas, y detrás las columnas de hombres.10 Sin demasiadas demoras, pasadas las cuatro de la tarde la gran masa congregada comenzó a desplazarse desde el Colegio Adoratrices, tras la “Carroza triunfal” en la que Copello llevaba la hostia consagrada, hasta la cruz frente al puente colgante. El punto de reunión, por cierto, no fue elegido al azar: del Colegio Adoratrices partía anualmente desde hacía por lo menos tres décadas la peregrinación guadalupana. Acompañados por cánticos amplificados por el sistema de parlantes y las transmisiones radicales, las masas de católicos se desplazaron compactas por el boulevard lentamente mientras otros contingentes, venidos de diferentes puntos de la ciudad, tomaban posiciones en las inmediaciones del escenario principal. Llegados los últimos contingentes de la procesión, Copello, que ya se encontraba sobre la tarima junto a la gran cruz, ofreció una bendición dándose por terminado el Congreso. Aquella tarde, según los organizadores, se hicieron presentes más de 120 000 personas. Las estimaciones policiales, algo más moderadas, redujeron la cifra a 100 000. Sea como fuere, para una ciudad como Santa Fe, que rondaba por esos años los 150 000 habitantes, se trataba de un suceso con un impacto y una visibilidad formidables.
Al día siguiente, ya terminado el Congreso, la “misa de acción de gracias” realizada por Copello en el templo del santuario guadalupano reunió la última multitud del evento. El martes por la mañana, acompañado por una escolta militar y saludado por el Regimiento 12 de Infantería y las autoridades de la provincia, Copello emprendió en tren el camino de regreso a Buenos Aires.
Aunque tras los congresos eucarísticos de la década de 1930, y muy especialmente del Congreso Internacional de 1934, las multitudes católicas no eran ya ninguna novedad, el éxito de la convocatoria –sobre todo de la peregrinación final– animó una catarata de elogios y discursos autocelebratorios. Todos los diarios de Santa Fe, fueran o no católicos, se mostraron impresionados, al tiempo en que insistían en el “logro” alcanzado y en el hecho de que no había sido sólo una celebración religiosa. En esas multitudes podía reconocerse también, insistían con entusiasmo La Mañana o El Litoral, el incontestable futuro de grandeza de la ciudad, capaz de asumir con éxito una tarea que muchos consideraban excesiva para una “pequeña” capital de provincia. El Congreso devino así, se fuera o no católico, la excusa perfecta para alentar una retórica exitista y apologética sobre el presente y el futuro de la ciudad Santa Fe. Un camino que también transitó el gobierno de la provincia, que aprovechó el Congreso para propagandizar los planes de obras públicas y de infraestructura que se venían plasmando e insistió en que la exitosa realización del Congreso era una prueba más de que –tal eje del discurso político del iriondismo– dichos planes estaban dando sus frutos (Mauro, 2013; Piazzesi, 2010). Entre otras cosas, la arquitectura modernista que el gobierno alentaba en los nuevos edificios públicos en construcción, en consonancia con la propia estética del Congreso, se presentó como la prueba de que la ciudad podía conjugar perfectamente catolicismo y progreso, modernidad y religión, y que su pasado de ciudad colonial y católica no era obstáculo para un presente pujante económica y arquitectónicamente (Müller, 2011).
Aunque con valoraciones opuestas, también los grupos más anticlericales, vinculados por ejemplo a la Federación Universitaria –que dicho sea de paso organizó una volanteada en contra del evento–, reconocieron la masividad alcanzada y su impacto económico ante lo que consideraban era el desbordante “crecimiento de la industria de la fe”. En la línea ensayada en las décadas previas por los grupos de librepensadores –entre los que se contaban desde anarquistas hasta demócratas progresistas– replicaron en la ocasión una lectura iluminista de la religión y de las causas del fenómeno de masas que animaba la Iglesia. Las multitudes del Congreso demostraban que el hombre podía caer fácilmente en el fanatismo, que era impresionable y se dejaba engañar porque quería ser engañado tras siglos de oscurantismo, obediencia y temor. Las impresionantes imágenes de la procesión final eran la prueba cabal, argumentaban, de que bastaba a la Iglesia la “absurda” idea de la transustanciación del cuerpo de Cristo en la eucaristía o la exhibición de relicarios, imágenes y escoltas militares para que miles y miles de hombres se congregaran como en estado de hipnosis para rendir su voluntad al arbitrio de las jerarquías eclesiásticas.
Las cosas, sin embargo, como se verá en las páginas siguientes, eran algo más complejas. A los organizadores, por cierto, les hubiera satisfecho poder acordar con ellos en este punto, pero, tras meses de intensos preparativos, cabían pocas dudas de que aun cuando la fe podía tal vez mover montañas no alcanzaba para asegurar el éxito de un Congreso ni la reunión de grandes contingentes. Es cierto que, a juzgar por los llantos y las muestras de piedad, el fervor devocional y la dimensión acontencimental de la religión parecían incrementarse en las calles, al calor de las multitudes y ante la convincente teatralización del poder que se asociaban a los misterios de la fe, pero estos fenómenos que los cronistas detectaban con sagacidad no eran obviamente los únicos motores de la movilización de masas ni, por cierto, servían para pagar a las empresas constructoras o conseguir publicidad: si así hubiera sido ni la propaganda, ni la organización, ni la ardua planificación hubieran sido necesarias (Badiou, 1999; Mauro, 2009, pp. 43-65). Como en otros casos, las tesis iluministas y lebonianas que subyacían en estas lecturas dejaban demasiadas cosas de lado. De hecho, bastaba leer el editorial de agradecimientos del diario católico La Mañana del día después del Congreso para que la naturaleza poliédrica de las masas católicas cobrara visibilidad: en la ocasión no se hacía referencia a la identidad católica del pueblo argentino o a la fuerza poderosa e indetenible de la fe, se recordaba más bien la valiosísima ayuda económica y logística recibida del gobierno de la provincia que había permitido financiar parte del evento; la intensa labor realizada por la Comisión Ejecutiva y las comisiones y subcomisiones que se habían encargado de la organización de cada aspecto y, finalmente, se destacaba el papel desempeñado por la policía provincial y el personal municipal, algo a lo que también se refirió el diario El Litoral. Poco antes, otra editorial del mismo diario había resaltado las implicancias económicas, los beneficios comerciales y las posibilidades que el Congreso abría a los empresarios locales. No en vano, el libro conmemorativo editado por el periódico, además de una reseña de los congresos eucarísticos, incluyó abundante información sobre las actividades productivas de la provincia.11 De modo que, más allá de lo que afirmaran los obispos desde los estrados, a la luz de los propios organizadores y publicistas católicos, la clave del éxito no pasaba sólo por la religión o, menos aun, como argumentaban los católicos integristas, por el atractivo del mito de la nación católica, sino por muchos aspectos que –como en cualquier evento de masas– era preciso atender con dedicación: una certera planificación de los actos y actividades, una intensa propaganda, una férrea organización, una cierta empatía con las gramáticas de la cultura de masas y puntualmente con la ascendente industria del turismo, así como con las cada vez más omnipresentes lógicas de consumo. Una serie de variables que, al menos por esos años, los organizadores católicos aprendieron a conjugar exitosamente.12
Si bien la llegada de Copello marcó la inauguración oficial, el Congreso como espectáculo comenzó a latir ya con las primeras obras de preparación del predio. La construcción del escenario –y muy especialmente el ensamblado de la cruz tubular de 25 metros de altura– captaron la atención del público, y fueron atentamente seguidos por los diarios, que reprodujeron los informes de la comisión central y publicaron numerosas fotografías del gentío que día a día se reunía en el lugar.13 En el centro de la ciudad el Congreso tampoco aguardó la llegada de Copello para hacerse notar: los trabajos para el tendido de la red de altorparlantes, por ejemplo, concesionada a la empresa Héctor López Amat, despertaron rápidamente la curiosidad de los transeúntes que, como ocurría frente al puente colgante, detenían su marcha, interrogaban a los obreros o emitían sus opiniones sobre el evento.14 Según los croquis publicados en los diarios y los presupuestos presentados por la empresa, se colocaron alrededor de 40 parlantes a lo largo de la avenida Costanera, el boulevard Gálvez y las calles Belgrano y San Martín hasta la Plaza de Mayo, donde se habilitaron además varios micrófonos en la Casa de Gobierno, los Tribunales y el Arzobispado.15
Aunque en líneas generales las obras se llevaron a cabo casi sin grandes contratiempos, el cumplimiento de los plazos generó tensiones ante la necesidad de resolver imprevistos, sobre todo en el tendido de los cables. Por otra parte, fue preciso negociar con las empresas que tenían instalados carteles publicitarios en la intersección de la avenida Costanera y el boulevard Gálvez, donde se pretendía levantar el escenario. Aunque en general los anunciantes no se resistieron y, como ocurrió con las Academias Pitman, apoyaron públicamente el Congreso, exigieron que se asumieran plenamente los costos, algo que la Comisión Ejecutiva pretendía evitar.
En términos de logística el principal desafío era, no obstante, conseguir el número suficiente de plazas de alojamiento. Una cuestión que, a la luz de los escasos hoteles y albergues de la ciudad, requirió de una intensa planificación. La cuestión, por cierto, ya había causado una verdadera crisis en 1928 cuando, sin un adecuado cálculo de los asistentes durante la coronación de la Virgen de Guadalupe, se debió apelar a última hora a los destacamentos militares para intentar contener la situación. Con dicho antecedente en el horizonte, se comenzó por asegurar la contratación de los vagones dormitorios disponibles, a lo que se sumaron improvisados “hospedajes”. La comisión de alojamiento consiguió que varios de los colegios católicos recibieran visitantes, y organizó ella misma albergues en clubes y parroquias de la ciudad. El Regimiento 12 de Infantería y el Ferrocarril Central Argentino (fcca) facilitaron varios centenares de elásticos, frazadas y colchones, y el Ministerio del Interior brindó su apoyo. Se solicitaron también alrededor de 1 000 camas a la Marina que, sin embargo, a pesar de las buenas relaciones que públicamente mantenían la Iglesia y el Ejército, se negó, aduciendo problemas de disponibilidad. La comisión central contactó entonces al Ministerio de Guerra y, tras nuevas negociaciones, la Marina cedió: aceptó finalmente facilitar las camas aunque sin asumir los gastos de traslado.
Con los encargados del Pabellón de Industriales de la Sociedad Rural el arreglo fue más sencillo, porque la Comisión les propuso quedarse con el negocio del alojamiento: montarían en sus dependencias un albergue al que el Congreso reconocería como “oficial” para unas 750 personas, con baños y estacionamiento para automóviles, a cambio de lo cual podrían cobrar una tarifa de dos pesos por persona y por día.16
Se creó también un registro de benefactores dispuestos a alojar congresistas en sus casas particulares, algo que ya se había hecho, aunque espontáneamente, en celebraciones anteriores. Se hicieron invitaciones por radio y se preparó un formulario que el interesado debía completar con sus datos, aclarando el número de personas y el tiempo que podía recibir visitantes.17 De este modo se podía tener una idea más precisa de las plazas disponibles y, al mismo tiempo, se regulaba la actividad asegurando un mínimo de confort y evitando los abusos en los precios, algo que preocupaba particularmente a la Intendencia.
En igual sentido, los traslados y el transporte fueron motivo de una minuciosa planificación. Se empezó por contactar a las empresas de trenes y ómnibus para negociar mejoras en las condiciones del servicio: horarios especiales y, en la medida de lo posible, rebajas o tarifas preferenciales. Esto se había logrado ya en múltiples ocasiones, y anualmente, durante la peregrinación guadalupana, las empresas ferroviarias ofrecían descuentos en los pasajes de ida y vuelta. Dada la magnitud del evento y el apoyo oficial con que contaban los organizadores, los pedidos de la comisión fueron mayormente escuchados y, aunque las rebajas fueron menos generosas de lo deseado, las frecuencias entre Santa Fe y Gálvez, Rafaela, San Francisco o Las Toscas, por ejemplo, se acrecentaron significativamente.18 A su vez, el tren que unía a Rosario con Santa Fe aceptó cambiar sus horarios para adecuarse a la celebración y, durante los días del Congreso, agregó frecuencias.19
Con las empresas de ómnibus, que habían tenido un importante desarrollo a lo largo de la década, también se lograron algunos avances. Se incluyeron horarios especiales y se introdujeron reducciones en las tarifas para destinos clave como Rosario. Las empresas Tata y La Central Coronda ofrecieron las mejores promociones en las conexiones con Santo Tomé, Sauce Viejo, Coronda, Rosario, San Justo y San Francisco, y sus horarios fueron difundidos cotidianamente por el diario La Mañana.20 La empresa de ómnibus Villa Guadalupe, por su parte, fue contratada para llevar diariamente a los seminaristas al Congreso y asegurar algunos traslados excepcionales.21 La conexión fluvial entre Paraná y Santa Fe también fue motivo de preocupación y, tras algunas idas y venidas, los dos principales servicios –la Motornave Sarita i y la lancha Brisa del Paraná– acordaron convenir horarios para facilitar la circulación de peregrinos desde Paraná: unos de los contingentes habitualmente más numerosas en las peregrinaciones guadalupanas.22
En el caso de los traslados desde los colegios católicos, dada la inexistencia de suficientes líneas de ómnibus y tranvías, se apeló al uso de camiones con acoplado, provistos por dependencias estatales como Vialidad Nacional y por empresas privadas: fundamentalmente acopiadores de granos y algunos molinos harineros. El uso de camiones bajaba considerablemente los costos y en este sentido facilitaba las cosas, pero requería de una autorización especial de la Intendencia ya que, según la normativa vigente, los acoplados descubiertos no podían llevar pasajeros. Entre los organizadores no todos estaban convencidos de la idea pero, tras analizar las opciones disponibles, se acordó que no había otra forma. Más aún teniendo en cuenta que, según las listas preparadas por los colegios y los párrocos, de los 10 000 niños que se proyectaba participarían de los actos era necesario recoger a más de 4 000.23 La Intendencia, ante los requerimientos de la comisión, no prestó mayor atención a la cuestión de la normativa y autorizó el uso de camiones.
Mucho más arduas fueron las negociaciones con las empresas de flete contratadas para los traslados de objetos diversos, desde camas y frazadas, bancos y tarimas, hasta escudos y banderas del congreso u objetos de culto. No sólo no se obtuvieron descuentos sino que, en varios casos, se debió pagar por adelantado.24
La comisión de traslados solicitó también a la intendencia medidas especiales para ordenar el tránsito. Tras analizar el programa de eventos, la municipalidad propuso que la calzada norte del boulevard Gálvez se asignara sólo a los ómnibus y camiones que debían trasladar a los participantes, y la sur a los autos particulares, convirtiéndolas durante los días del Congreso en calzadas de doble mano. Asimismo, se limitó el tránsito en las arterias que atravesaban el boulevard Gálvez a la altura del recorrido de las procesiones y se prohibió el estacionamiento. Se optó también por suspender directamente la circulación de todo tipo de vehículos durante los actos, para lo cual se asignó sin costo el personal de la Jefatura de Policía, los escuadrones de Bomberos y otros funcionarios de la intendencia municipal, a los que se sumaron unos 100 efectivos adicionales de Rosario.25 Por último, para quienes se trasladaban en autos particulares, el Congreso acordó con la automotriz General Motors un servicio gratuito de grúa ubicado en los accesos a la ciudad y en el camino Rosario-Santa Fe y, con el gobierno provincial, la cooperación de la Policía Caminera, preparada con repuestos, parches, gasolina y motociclistas con botiquines de primeros auxilios.26
Entre tanto, las comisiones de actos y de ornamentación avanzaban en la preparación de la ciudad.27 Según el informe de Fábrica Santafesina de Envases de Hojalata, se confeccionaron unos 900 escudos litografiados con el logo del Congreso en dos tamaños, y más de 2 000 adhesivos, enviados finalmente al Automóvil Club Argentino.28 La intendencia facilitó lámparas y arreglos de luces y los colegios sus banderas de ceremonia. Se consiguieron además algunas donaciones importantes como la de la tienda Gath y Chaves, que envió 5 000 pequeñas banderas vaticanas y argentinas para ser distribuidas entre los niños durante los actos del día 10.29 La Comisión acordó también con la Intendencia la iluminación de los principales edificios públicos y diferentes áreas de la ciudad –entre ellas la gran cruz de 25 metros– y se colgaron tapetes y banderas desde los balcones de las casas y edificios a lo largo de los trayectos principales. Para ello se solicitó además apoyo al gobierno nacional y de la Intendencia de Buenos Aires, a la que se solicitó el envío de todo lo que pudiera reutilizarse del Congreso Internacional de 1934. En la estación de trenes de Santa Fe se colocó un cartel de bienvenida al igual que en los accesos, y en coordinación con las empresas ferroviarias se ubicaron afiches del Congreso en los vagones de los trenes y en las diferentes estaciones del país.30
La prensa y la radio, por su parte, como en el Congreso de 1934, cumplieron un papel central difundiendo información útil para los organizadores. Según los resúmenes de la comisión de propaganda, se prepararon unos 40 boletines informativos destinados a la radio local y a los principales diarios del país, entre ellos La Nación y La Razón en Buenos Aires, La Voz del Interior en Córdoba y La Capital en Rosario. Por supuesto, también la prensa católica fue informada y se ocupó además ampliamente del tema: el diario El Pueblo, de Buenos Aires, le dedicó varias portadas, y lo mismo ocurrió con Los Principios en Córdoba, La Acción en Paraná, La Cruzada en Rafaela o La Verdad en Rosario.31 El diario La Mañana de Santa Fe, por su parte, estrechamente vinculado a la comisión central y a la curia de Santa Fe, editó un libro conmemorativo al que se dio el carácter de “oficial”.32
Los mismos boletines que se hacían llegar a los diarios se utilizaban también en los micros radiales que transmitía Radio Soler.33 Algunos se enviaron incluso a radio El Mundo en Buenos Aires, siendo difundidos a través de la cadena Azul y Blanco (Matallana, 2006). En estos informes se explicaban los avances de las obras de infraestructura, por ejemplo la construcción del escenario y la cruz, se notificaban la adhesiones nacionales e internacionales y finalmente se pasaba revista sobre los actos preparatorios en las diferentes provincias: misiones, congresos interparroquiales, novenas, colectas, organización de los viajes.
Las negociaciones con los medios fueron, sin embargo, más allá de lo que sugería la destacada presencia del evento, bastante difíciles. LT Radio Rosario, por ejemplo, al igual que Radio Excélsior se comprometieron a no cobrar por la transmisión del Congreso pero aclararon que no asumirían los “gastos de funcionamiento”, que fijaron en un mínimo de 1 600 pesos que debían pagarse por anticipado.34 Además, si bien se logró que al menos parte de los principales eventos se transmitieran en directo, las conferencias preparatorias a cargo de sacerdotes de la diócesis tuvieron que ajustarse a los requerimientos comerciales de las empresas radiales: se acortaron las exposiciones y se les asignó horarios bastante alejados de la franja de mayor audiencia, a pesar de las quejas de la comisión de propaganda. A nivel nacional, los acuerdos tampoco fueron sencillos, y de hecho fue preciso apelar al director de radiocomunicaciones del gobierno nacional para mejorar la capacidad de negociación. Tras varias tratativas, finalmente, radio El Mundo acordó cubrir la llegada de Copello a Santa Fe el día 9, la misa del nuncio el día 12 y el pontifical el día 13, así como la alocución de Pío XII.35 A cambio, los organizadores debían pagar los costos técnicos por anticipado y concederle la exclusividad del evento que sólo podría ser retrasmitido por radios de la misma broadcasting.36 En el interior del país asegurar las trasmisiones se hizo aún más difícil y en muchos casos técnicamente imposible. En una carta enviada por el director de la estación radiofónica José Moveri, instalada en Resistencia, se les explicaba a los organizadores que, al margen de su buena voluntad, sólo podrían retransmitir si lograban hacerlo con la “onda corta” de El Mundo, ya que las líneas telefónicas no eran seguras para grandes distancias. En otros casos se explicaba directamente que las líneas existentes hacían inviable cualquier intento de transmisión en directo.37
En términos presupuestarios la situación tampoco fue demasiado cómoda. A pesar de que se trataba de un evento de envergadura avalado por las jerarquías eclesiásticas y que contaba con el público apoyo del gobierno provincial y nacional, conseguir los recursos resultó bastante arduo. Los primeros análisis contables de la comisión de finanzas pusieron en evidencia que aun sumando los fondos prometidos por el gobierno y la Intendencia, las donaciones de particulares y empresas privadas y las colectas realizadas en las parroquias, las cuentas no cerraban.38
La comisión de finanzas prendió rápido la luz de alerta y, como un modo de bajar costos, afinó el control sobre los gastos y las compras incorporando, entre otras cosas, un recurso hasta entonces sólo excepcionalmente empleado por las comisiones católicas: la denominada “toma de precios”. En casi todos los rubros, desde la construcción y ornamentación hasta la impresión de afiches o el alquiler de los equipos de audio y amplificación, se pidieron al menos dos o tres presupuestos oficiales antes de tomar una decisión.
Asimismo, además del control de los gastos, la comisión de finanzas avanzó en la generación de recursos propios a través de diferentes estrategias. Se empezó, como en otros eventos, por la venta de palcos. Si bien el acceso a los actos y celebraciones –como se recalcaba en los informes radiales– se mantuvo gratuito, para aquellos que quisieran gozar de mayores comodidades (una silla, una mejor ubicación, accesos menos tumultuosos) se agregaron palcos cerca del escenario. Las ventas fueron a buen ritmo y, tras un acuerdo con la empresa constructora, se convino en que sus trabajos se saldaran en 50% con el dinero de las entradas. Otra forma de obtener recursos fue la venta de recordatorios y souvenires del Congreso: una fuente de ingresos que había sido fundamental en el Congreso Diocesano de 1933. Para ello se llegó a un acuerdo con la empresa Luis Barra de Buenos Aires, supuestamente “proveedora pontificia”, a la que se le concesionó la confección y venta de la mayoría de los objetos recordatorios. Se imprimieron supuestamente 200 000 estampas dobles con el himno del Congreso y el logo a color, 20 000 distintivos con la Virgen de Guadalupe en celuloide y 5 000 en metal, 60 000 medallas conmemorativas y 100 000 estampas.39 A la imprenta del Colegio San José de Rosario, por su parte, se le encargaron los 1 500 ejemplares del álbum oficial –una parte de los cuales estaba destinado a la venta– y los cancioneros que podían adquirirse junto a los discos con las grabaciones de los himnos y los cánticos.40 También se ofrecieron distintivos en metal, esmalte o celuloide y escudos de hojalata para los frentes de las casas.
El control de la comisión de finanzas sobre las ventas fue, sin embargo, bastante limitada ante la proliferación de vendedores ambulantes y la oferta de “mercadería no oficial”. Las casas autorizadas –como por ejemplo el Bazar “33-66-99” o la Santería Monserrat– reclamaban sanciones, y el diario La Mañana publicó incluso un aviso en el que se advertía sobre los vendedores “inescrupulosos y no autorizados” que cobraban supuestamente de más. En los hechos, no obstante, la venta informal apenas pudo ser controlada y los vendedores ambulantes –como en todo gran evento– se convirtieron en una de las postales más emblemáticas del Congreso.41
En realidad, a la luz de los balances finales, el principal rubro de ingresos –a diferencia de lo ocurrido en el Congreso de Rosario, donde el ítem recordatorios había alcanzado el primer lugar– fue la venta de publicidad y la obtención indirecta de beneficios a través de dicho medio, en una muestra, por cierto, del desarrollo adquirido por el creciente consumo de masas (Lida y Mauro, 2009). La subcomisión de publicidad ideó varias modalidades de comercialización según las posibilidades de los potenciales anunciantes, logrando buenos resultados. Se empezó por vender las llamadas “adhesiones”, que podían pagarse en efectivo o a través de descuentos concedidos a los visitantes. Los comerciantes pagaban un canon bajo y completaban un formulario en el que establecían el margen de beneficio que otorgarían durante los días del Congreso, y la comisión lo agregaba al talonario de descuentos que se entregaba a los visitantes y a los que se accedía a través del “Carnet de Congresista”.42 Los descuentos, que oscilaron entre 10 y 30%, abarcaban todo tipo de artículos y productos y devinieron uno de los motivos de propaganda más utilizados. Casi no quedó rubro al margen, y el talonario incluyó rebajas en sombreros, juguetes, libros, anteojos, bijouterie, calzado, artículos para bebé, ropa deportiva, lencería, cortes de pelo, radios, instrumentos musicales, balanzas, molinos, cocinas, heladeras, camas de hierro y bronce, muebles e incluso artículos de ortopedia.
Además de las “adhesiones”, la comisión puso a la venta otros espacios de publicidad más costosos en las páginas de la Guía Oficial del Congreso, en los programas y en los micros radiales: el grueso de lo obtenido en dinero provino precisamente de estos anunciantes, tal el caso, entre otros, de Gath y Chaves. Por último, el diario católico La Mañana compartió con la comisión una parte de sus ingresos por publicidad, destinados a financiar la edición del libro conmemorativo. Abarrotadas de avisos, las páginas del diario constituyen un testimonio más que elocuente de la fiebre consumista que acompañó la realización del Congreso. Similares a los de cualquier periódico, basados en litografías y eslóganes breves, agregaban en la ocasión alguna leyenda con el propósito de vincular el producto con el Congreso Eucarístico. La Gran Tienda Ciudad de Messina, por ejemplo, ofrecía sus mantillas a precios promocionales para usar precisamente en el Congreso, y anunciaba que en homenaje al “gran evento” ofrecería una “Gran Sorpresa”. Gath y Chaves iba más allá y promocionaba las mantillas directamente con sus precios de oferta: 7.90 la de seda y 12.90 las de encaje, además de ofrecer un “selecto conjunto de prendas” apropiadas para asistir a los eventos: vestidos, tules, zapatos. Más original fue, sin dudas, el aviso de la mueblería El Palacio de los Muebles, que ofrecía en promoción un sofá-cama muy útil, aclaraba el aviso, para recibir a los familiares que seguro lo visitarían durante la semana eucarística. El aviso incluía también una litografía del sillón con una proyección del mismo desplegado. La Joyería Worms, por su parte, regalaba una medalla conmemorativa del Congreso a todo comprador, y la joyería Rex hacía 20% de descuento a quienes presentaran el Carnet de Congresista. En la misma línea, la Casa de Fotografía Valenti obsequiaba una ampliación y un escudo del Congreso, y la Casa Büsser, cuyo slogan era el “Refugio del hombre moderno”, ofrecía los famosos sombreros Waterman a 13.90, y señalaba que con elegancia y buen gusto le confeccionaría a todo comprador un “Traje Supremo” para asistir al Congreso Eucarístico por 77 pesos.43 Bastante más, dicho sea de paso, que la Casa Testi o la tienda Los 49 Auténticos, que ofertaban trajes a 39, 49, 55 y 68 pesos. Los 49 Auténticos promocionaban, además, un “servicio especial de medidas urgentes” que, una vez realizado el pedido, se comprometía a entregar el traje en menos de 48 horas. En cuanto a la ropa de dama, la Casa de Modas Vici aseguraba que contaba con “el mejor surtido” de mantillas, sombreros y fantasías, y la Casa Enloes resaltaba la “distinción” de sus diseños “exclusivos”.44
La sucursal Santa Fe de la Casa Dominicis, por su parte, les daba la bienvenida a los peregrinos y les ofrecía bicicletas con 20% de descuento, lo mismo que el Bazar Central, que ofertaba artículos de cristalería, juguetería y electricidad.45 Ya en la víspera del Congreso, finalmente, la Gran Tienda Ciudad de Messina revelaba su “gran sorpresa”: regalaría a los peregrinos una figura de peltre de santa Teresita con toda compra mayor a diez pesos.46
Las principales rebajas, no obstante, provinieron de las tiendas más populares que durante los días del Congreso llegaron a publicar avisos de media página en La Mañana. Las tiendas La Rica, La Liquidadora, La Casa Charito o El Cabezón, todas adheridas al Congreso, publicaron largos listados de precios y ofertas junto a litografías de los productos, que incluían trajes para hombre a sólo 12.90 o fantasías y saldos a 1.95.47
En el rubro cosmética y peinados también se publicó una verdadera catarata de avisos. En el diario El Litoral, por ejemplo, la marca de tintura Canizian, que supuestamente no manchaba y podía aplicarse sin mayores dificultades, pagó avisos durante todas las jornadas del evento.48 En el diario La Mañana, la Casa Drenkard ofrecía ondulaciones al igual que la Casa de Peinados Cano y, tras dar la bienvenida a los peregrinos del Congreso, la Perfumería Roldán promocionaba varios productos para mantener brillante el cabello, además de demostraciones gratis de maquillaje. Supuestamente, las de Miss Any permitirían a cualquier mujer acceder a los secretos de las estrellas de Hollywood. Las mismas que, por cierto, solían recibir críticas de parte de las comisiones de censura del Arzobispado.49
A estas publicidades se agregaban, finalmente, las que, aunque no se referían específicamente al Congreso, se publicaban en los diferentes diarios acompañando las crónicas de los sucesos de cada día, y que iban desde las de las heladeras Siam o las de los “fideos vitaminados” Germol a las de la sastrería El Derby, el whisky Jonnie Walker o las aspirinas Geniol.
Algunas de estas publicidades se difundieron también a través de altoparlantes instalados en vehículos, algo que venía ocurriendo en el santuario de Guadalupe desde hacía algunos años. Según los informes de la comisión de propaganda, se realizaron al menos un total de 60 horas de publicidad por las calles de Santa Fe. Se discutió incluso, aunque finalmente se descartó por sus altos costos, la utilización de un camión de cine sonoro que exhibiera publicidades junto a una película sobre los congresos eucarísticos en diferentes puntos de la ciudad.
Más suerte tuvo,
a pesar de los recelos del arzobispo Fasolino, el concurso de vidrieras
organizado por la comisión de propaganda. Participaron innumerables comercios y
se plegaron también las principales tiendas de la ciudad: la Casa Cassini, la
Librería Colmegna, El Palacio de los Muebles
–finalmente el ganador del certamen–,50 la Bombonería Noblesse o la Casa de electricidad Siemens.51 Las vidrieras, decoradas con motivos
religiosos e iluminadas en muchos casos hasta la medianoche, se convirtieron en
uno de los atractivos para los visitantes que las recorrían durante todo el día
y se agolpaban frente a los escaparates, emitían sus juicios y opiniones sobre
los arreglos y proclamaban sus propios podios.52
Finalmente, durante los días del Congreso, apelando a las lógicas de la propaganda de masas, los organizadores llenaron la ciudad de afiches y panfletos. El principal, del que se imprimieron unos 40 000 en dos tamaños, mostraba en primer plano una esfera que asemejaba al mundo, sobre la que se dibujaban los escudos de la provincia y la nación y un relicario con la Eucaristía. El afiche, de estilo austero, se completaba con un gran escudo del Congreso en la parte superior. Otro de los más utilizados mostraba fotos del Congreso de 1934 con la leyenda: “Magnífico espectáculo”. Y en letras más chicas y debajo de la foto: “algo de esto hemos de ver en Santa Fe”. En otro, algo más pequeño, se resaltaba la estética modernista del escenario principal, mostrando una maqueta de las gradas y la gran cruz sobre un fondo claro.53
Los panfletos, bastante más variados, apuntaban en primer lugar a resaltar la envergadura del evento, su proyección nacional e internacional, la magnitud de la puesta en escena y su carácter de “acontecimiento único”. En uno de ellos, por ejemplo, se leía la leyenda: “¿Sabe Ud. lo que esto significa para Santa Fe? ¿Sabe que será el acontecimiento más grande que Santa Fe haya visto hasta el presente?” y, en otro, en la misma línea: “Magnifico acontecimiento”, junto a frases como “¡Oiga la voz de Cristo!”, “¡Hombres católicos concurrid!”, “¡Todos a la grandiosa procesión!” “¡Sublime momento!” o “¡Nadie puede faltar sin faltar a su deber!”. En otros, sin negarse la dimensión de gran espectáculo, se destacaban las posibilidades económicas: “¿Sabe Ud. los beneficios de todo orden que el Congreso ha de reportar a Santa Fe?”, y concluía llamando a participar: “Pero para que se alcancen tales beneficios es necesario que la ciudad, toda entera, colabore.” Un discurso que también se impulsó desde el estado provincial y la Intendencia que, ya varios meses antes del Congreso, comenzaron a organizar el “embellecimiento de la ciudad” a través del desmalezamiento de los terrenos baldíos, el arreglo de veredas y tapiales y el blanqueo de las casas que se encontraban en el trayecto de las procesiones y en el centro de la ciudad. La comisión de actos públicos, por su parte, mandó a preparar uno de los volantes más difundidos en el que se publicaba una litografía de Pío XII frente a un micrófono con el mapa de la Argentina de fondo y con la frase: “¡Gloria y Honor en Santa Fe!”.54
En algunos de estos panfletos, como en otros congresos, coronaciones y peregrinaciones, se destacaban también los potenciales atractivos de la ciudad para aquellos que se disponían a visitarla: sus parques y calles comerciales, sus principales templos, el santuario guadalupano o los atractivos de la laguna Setúbal, a cuyos márgenes se celebraría el Congreso. Con este propósito se incluyó en los programas oficiales una foto panorámica de la laguna Setúbal y del puente colgante presentándolos como el “maravilloso lugar” que conocerían los congresistas. Se repartió también un mapa de la ciudad que, junto a los lugares de la celebración, sugería en rojo diferentes sitios de interés, y desde el gobierno provincial se ordenó a la Secretaría de Turismo permanecer abierta todo el día para brindar información sobre posibles alojamientos, lugares para visitar, restaurantes, cafés, bares y confiterías con sus horarios y precios.55 Se preparó incluso una selección con los avisos de restaurantes, cafés y rotiserías que salían en La Mañana para que estuviera disponible para los interesados. Los visitantes podían enterarse de esta manera que, por ejemplo, La Gran Parrilla Petit Menú permanecería abierta hasta entrada la noche con un menú completo de parrillada (mixta o criolla) con entrada y postre, o que en Guadalupe, el Café y Bar Lampazzo contaba con “sombreados pateos coloniales”, y la Panadería La Estrella ofrecía empanadas criollas, pollos y lechones al horno además de masas, postres, pan dulce y tortas que podían disfrutarse en las diferentes plazas de la ciudad. También varias rotiserías prepararon promociones especiales y viandas. La rotisería El Porvenir, entre otras, argumentaba: “No se preocupe señora, concurra con su familia a recibir la eucaristía que la Rotisería El Porvenir tiene un variado surtido: pescado en escabeche, matambre arrollado, pollo al horno, ternera al espiedo, ravioles, fideos, mayonesa de ave, ensalada rusa, costeletitas de cordero.”56 El Café y Bombonería Richmond, por su parte, ubicado en pleno centro frente a la iglesia del Carmen, promocionaba frutas con licor a tres pesos y agregaba que obsequiaría una caja decorada con la compra de bombones o café.57 En el listado de la Secretaría de Turismo se incluían también pizzerías y bares más populares que, adheridos al Congreso, ofrecían promociones mucho más económicas. La oferta culinaria se completaba, finalmente, con el listado de productos supuestamente “autóctonos” o típicos que se aconsejaba adquirir a los visitantes: alfajores, frutas secas, pasteles y conservas.58
El análisis realizado sugiere que las masas católicas reunidas durante el Congreso Eucarístico Nacional de 1940 respondían a una gama heterogénea de interpelaciones, irreductibles a un único registro político o ideológico. Aun cuando los arzobispos Copello y Fasolino y el vicario general Calcagno apelaron como en otras ocasiones a los contenidos y a los símbolos del mito de la nación católica para borrar dicha multidimensionalidad, intentando convertir –al menos sobre los escenarios– a las “multitudes” en “movilizaciones” integristas, las marcas y las huellas del Congreso como fenómeno de masas estaban allí, a la vista de todos: en los afiches y panfletos que circularon, en las promociones de las grandes tiendas o en el concurso de vidrieras, en los descuentos de las panaderías y restaurantes, en las plegarias y peticiones, en las fotos de la laguna y el puente, en los cientos de vendedores ambulantes y, muy especialmente, en el propio accionar de las comisiones organizadoras. De hecho, el mejor testimonio de la lógica múltiple de las multitudes eran las propuestas de las comisiones que, más allá de compartir los principios ideológicos del catolicismo integral, sólo eventualmente optaron por apelar a ellos a la hora de convocar a gran escala. Por el contrario, sus estrategias de difusión y propaganda se basaron, como vimos, en las gramáticas de la cultura de masas, poniendo en diálogo la funcionalidad religiosa con las lógicas del espectáculo, la propaganda, la industria cultural y el creciente consumo.
El rostro político del catolicismo en las calles se construyó, de este modo, a partir de una suerte de doble estándar: por un lado, el de las “multitudes de escenario” claras y contundentes, dominadas por los oradores y los símbolos del nacionalismo católico, imbuidas de un clima de cruzada y presentadas como la expresión de una identidad política homogénea y disciplinada. Como la prueba irrefutable de la validez del mito y consecuentemente del lugar central que le cabía ocupar a la Iglesia en la vida política argentina. Por otro, como hemos estudiado en estas páginas, el de las multitudes de carne y hueso que se congregaban en las calles, y a las que se convocaba en buena medida “olvidándose” del mito, a través de una rigurosa y cuidada organización, desplegando un abanico de argumentos, estímulos e interpelaciones que apuntaban a reproducir lo religioso en los moldes de la cultura de masas.
Por supuesto, resta mucho por explorar al respecto, especialmente en lo referido a las complejas transacciones e imbricaciones de esas retóricas y simbologías. Los modos, en otras palabras, en que esos discursos se asociaron con otros y se imbricaron en los imaginarios sociales o pusieron en marcha procesos heterogéneos de “sacralización de la política” y/o “politización de la religión”, al decir de Emilio Gentile. Un aspecto central sobre el que todavía no se han realizado avances sustanciales.
Cabe tener presente, sin embargo, que desde el punto de vista de las necesidades inmediatas del juego político, esas complejas apropiaciones, esos sinuosos procesos de decantación cultural y política importaban menos que la lisa y llana exhibición de los números y las fotografías del gentío, que la metamorfosis retórica de la multiplicidad de la multitud en uniformidad ideológica y movilización. Al menos en términos de sistema político, la influencia concreta del mito fue probablemente menos relevante que la yuxtaposición de las fotografías del gentío con las retóricas y los símbolos de la “nación católica”. Un terreno donde, a diferencia del electoral, las evidentes fisuras de dicho discurso podían ocultarse, posicionando a la Iglesia por sobre los partidos y el sistema político. Una partida que las jerarquías eclesiásticas y laicas jugaron sin dudas con habilidad y maestría, aprovechando las condiciones propicias de la década de 1930. Como se ve, la contundente aritmética de las multitudes era, en dicho contexto, la que mejor se ajustaba a las necesidades del discurso de la nación católica.
Al menos hasta la década peronista, la apuesta dio sus frutos y la Iglesia logró, de la mano de su capacidad para producir multitudes, mantener vivo el mito y, al mismo tiempo, las esperanzas de que en algún momento dejara de serlo.
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1 Se entiende la secularización como el proceso multidimensional de diferenciación estructural, recomposición, relocalización y cambio de lo religioso (Bruce, 1996; Casanova, 1994; Cox, 2003, pp. 201-217; Dobbelaere, 1994).
2 La precisión de los números, por supuesto, plantea razonables márgenes de dudas, no obstante, los diferentes diarios y periódicos –incluyendo el anticlerical Tribuna en Rosario–, así como los informes de las Jefaturas de Policía, coincidieron, al menos desde la década de 1910, en destacar la masividad como marca de distinción de las celebraciones católicas.
3 III Congreso Eucarístico Nacional, La Mañana, 9 de octubre de 1940.
4 Una crónica de los hechos en La Mañana, 10 de octubre de 1940; El Litoral, 9 y 10 de octubre de 1940.
5 La Mañana, 10 de octubre de 1940. El Litoral publicó los croquis en su edición del 7 de octubre de 1940.
6 Una crónica y fotografías en La Mañana, 11 de octubre de 1940; El Litoral, 11 de octubre de 1940.
7 La Patria y la Cruz se abrazaron, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
8 Cuarenta mil hombres asistieron a la Plaza de Mayo, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
9 Texto mecanografiado sobre la organización y el uso de comisarios. Caja Congreso Eucarístico Nacional de 1940 (en adelante ccen). Carpeta 9. Archivo del Arzobispado de Santa Fe (en adelante aasf), Argentina.
10 Recorrido de la procesión de hoy, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
11 III Congreso Eucarístico Nacional, La Mañana, 1 de octubre de 1940.
12 La tradicional cultura de Santa Fe, La Mañana, 16 de octubre de 1940.
13 El monumento del Congreso, La Mañana, 1 de octubre de 1940; Fotos de la construcción del escenario, La Mañana, 3 de octubre de 1940; Contrato de arrendamiento de las estructuras tubulares y facturas por la construcción de quinientos bancos de madera. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
14 Contrato para la instalación del sistema de sonido. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
15 Presupuesto por altoparlantes y micrófonos. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina; Croquis de la ubicación del sonido. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
16 Contrato firmado con el Pabellón de Industriales de la Sociedad Rural. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
17 Formularios de la sub-comisión de alojamiento. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
18 Horarios, La Mañana, 4 de octubre de 1940.
19 Empresa Tata, La Mañana, 6 de abril de 1940.
20 Trenes especiales, La Mañana, 5 y 12 de octubre de 1940; Horarios, El Litoral, 8 de octubre de 1940.
21 Empresa Villa Guadalupe, factura del 5 de noviembre de 1940. ccen. Carpeta 1. aasf, Argentina.
22 Horarios embarcaciones, La Mañana, 3 de octubre de 1940.
23 Listados de alumnos de colegios católicos a trasladar. ccen. Carpeta 6. aasf, Argentina.
24 Expreso La Confianza, 5 de noviembre de 1940. ccen. Carpeta 1. aasf, Argentina.
25 Fue reforzada la vigilancia con guardias de Rosario, La Mañana, 9 de octubre de 1940; Copia mecanografiada de las disposiciones de tránsito para el Congreso. ccen. Carpeta 7. aasf, Argentina.
26 Servicio extraordinario de la Policía Caminera, La Mañana, 6 de octubre de 1940.
27 Carteles luminosos, La Mañana, 10 de octubre de 1940.
28 Hojalatería Mecánica, factura, 25 de octubre de 1940. ccen. Carpeta 1. aasf, Argentina; Cartas entre la Comisión Ejecutiva y el presidente del Automóvil Club Argentino. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
29 Donación de Gath y Chaves. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
30 Informes sobre ornamentación. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
31 Listado de periódicos a los que se envían informes. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
32 Aviso anunciando la aparición del libro conmemorativo, La Mañana, 1 de octubre de 1940.
33 Micros radiales, El Litoral, 5 de octubre de 1940.
34 Acuerdos con diferentes radios. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
35 Carta dirigida al director de Radio-comunicaciones, Alfredo Cosentino, 30 de septiembre de 1940. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
36 Memorándum con las transmisiones radiales. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
37 Carta de la Estación José Morevi al arzobispo Fasolino, 4 de octubre de 1940. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
38 Cartas informando actividades preparatorias por parte de las ramas de Acción Católica en Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba. ccen. Carpeta 8. aasf, Argentina; Acuso de recibo de un cheque por cinco mil pesos del gobierno provincial, 5 de octubre de 1940. ccen. Carpeta 7. aasf, Argentina.
39 Convenio con la firma Luis Barra, 18 de mayo de 1940. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
40 Factura de la Imprenta del Colegio Salesiano San José de Rosario, 31 de octubre de 1940. ccen. Carpeta 10. aasf, Argentina.
41 Precios, La Mañana, 2 de octubre de 1940.
42 Carnet de Congresista. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
43 Publicidad Casa Valenti, El Litoral, 12 de octubre de 1940.
44 Publicidades Enloes y Modas Vici, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
45 Publicidades Gath y Chaves y Casa Büsser, La Mañana, 6 de octubre de 1940; Publicidades los 49 Auténticos y Bazar Central, La Mañana, 10 de octubre de 1940; Aviso Joyería Rex, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
46 Aviso Gran Tienda Ciudad de Mesina, La Mañana, 8 de octubre de 1940.
47 Publicidades La Rica y El Cabezón, La Mañana, 8 de octubre de 1940; Aviso Casa Charito, La Mañana, 10 de octubre de 1940; Aviso La liquidadora, La Mañana, 13 de octubre de 1940.
48 Aviso Tintura Canizian, El Litoral, 12 de octubre de 1940.
49 Publicidad Perfumería Roldán, La Mañana, 7 y 13 de octubre de 1940.
50 Aviso Palacio de los Muebles, La Mañana, 20 de octubre de 1940.
51 Correspondencia de los participantes en el concurso de vidrieras. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
52 La participación de las grandes firmas, algo buscado desde un primer momento por los organizadores, aumentó la visibilidad de la propuesta pero causó también algunas quejas, sobre todo de los pequeños comercios que no contaban con los recursos para competir. Queja de Fernando Tenutta, 18 de octubre de 1940. ccen. Carpeta 5. aasf, Argentina.
53 Programa oficial. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
54 Gloria y Honor en Santa Fe, La Mañana, 13 de octubre de 1940. Desde las parroquias, la circulación de volantes también fue intensa a juzgar por los panfletos que algunas de ellas hacían llegar a la comisión junto con sus informes de actividades. Panfletos y volantes. ccen. Carpetas 8 y 9. aasf, Argentina.
55 Afiche Magnífico espectáculo; Programa Oficial; fotos del puente colgante y mapa con las principales atracciones de la ciudad. ccen. Carpeta 9. aasf, Argentina.
56 Rotisería el Porvenir, La Mañana, 9 y 10 de octubre de 1940.
57 Aviso Café y Bombonería Richmond, La Mañana, 10 y 12 de octubre de 1940.
58 La confitería Polo Norte, por ejemplo, recordaba que tenía los “mejores” alfajores santafesinos y postres para los visitantes, “productos que no podían faltar a su regreso de Santa Fe”. En términos similares, la bombonería Noblesse, la casa de alfajores Gayalí –que se presentaba como la “única industria netamente local”– o el almacén Las Colonias, ofrecían sus especialidades en frutas secas, pasteles, bombones, alfajores y bebidas finas. Avisos Polo Norte, Noblesse, Gayalí, Las Colonias, La Mañana, 9 de octubre de 1940.
* Una versión anterior de este trabajo se discutió en el Seminario de Historia Intelectual del Instituto Ravignani en 2011. Agradezco a la Lila Caimari la invitación así como los comentarios de Roberto Di Stefano y las observaciones del resto de los participantes.