Dos
colombianos en México:
Rómulo Rozo y Porfirio Barba Jacob
Two Colombians
in Mexico:
Rómulo Rozo and Porfirio Barba Jacob
Yezid David Sequeda Garrido
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social-Peninsular, México
Resumen: Este artículo busca abordar la experiencia en
México del escultor Rómulo Rozo y del poeta Porfirio Barba Jacob, dos artistas
colombianos cuya estancia en este país marcó un importante momento en sus
trayectorias artísticas y personales. Esta mirada se sitúa en el marco de
relación e intercambio que México y Colombia mantuvieron durante la primera
mitad del siglo xx. En este intercambio, las artes
fueron espacios vinculantes en las agendas de relación de los gobiernos
posrevolucionarios en México y de los gobiernos liberales en Colombia. Para la
realización de este ejercicio fue precisa la consulta de documentación emanada
del archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y de la
embajada de Colombia en México. También fue necesario consultar periódicos y
revistas de circulación nacional en México y Colombia que otorgaron información
sobre la presencia de estos dos personajes en territorio mexicano.
Palabras clave: México; Colombia;
diplomacia cultural; Rómulo Rozo; Porfirio Barba Jacob.
Abstract: This article seeks to explore the experience in Mexico of sculptor Rómulo Rozo
and poet Porfirio Barba Jacob, two
Colombian artists whose stay in this
country marked an important moment in their artistic and personal trajectories. It examines the framework of relations and exchange Mexico and Colombia maintained during the first
half of the 20th century. In this exchange, the arts
were binding spaces in the relationship
agendas of the post revolutionary
governments in Mexico and the liberal governments in
Colombia. Undertaking this exercise required consulting documentation in the files of the Mexican Secretariat of Foreign Affairs and the Colombian Embassy
in Mexico. It also entailed the
analysis of national newspapers and journals in Mexico and Colombia with information on the presence of these two characters
in Mexican territory.
Key words: Mexico;
Colombia; cultural diplomacy; Romulo
Rozo; Porfirio Barba Jacob.
Fecha de recepción: 15 de octubre de 2017 Fecha de aceptación: 20 de
febrero de 2018
A pesar de la distancia y de la dificultad de las
comunicaciones, Colombia y México se buscan y se comprenden. Ramas de un árbol
común que extiende sus frondas desde los márgenes del Bravo hasta la Tierra del
Fuego en los términos australes, tenemos grandes semejanzas y parecidos
problemas; perseguimos también el mismo ideal de engrandecimiento, de
independencia y de bienestar.
Excélsior, 6 de julio de 1934.
Vagó, sensual y triste, por islas de su América;
en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad, su fuerza... Y era una llama al viento.
Fragmento del poema “Futuro” (1923). En Barba
Jacob (2011, p. 9).
PRESENTACIÓN
En la relación bilateral colombo-mexicana la
diplomacia cultural fue durante la primera mitad del siglo xx un vínculo clave para el intercambio de
conocimientos, la difusión artística y la búsqueda de enlaces institucionales.
La cultura fue un espacio vinculante para ambas naciones, a partir de diversas
formas de intercambio y de procesos de interacción por vías como el cine, la
música y la actividad académica adelantada en universidades mexicanas y
colombianas durante la primera mitad del siglo xx.
La propaganda cultural –muy propia de los gobiernos posrevolucionarios–
proyectó sobre Colombia la idea de un México matizado por las imágenes de su
folclor, de sus reformas políticas y del realce dado a las expresiones
populares, al indigenismo y a las artes, cuyos contenidos narraban vivencias de
sectores otrora relegados del universo creativo. El muralismo mexicano, el cine
de cantores y de historias heroicas –que en México marcó toda una época de
apogeo para la producción nacional– y el repertorio musical de la
posrevolución, fueron expresiones conocidas en Colombia de la mano de
publicistas, intercambios académicos y canales de distribución internacional
cercanos con la industria del entretenimiento. La presencia en las instancias
diplomáticas mexicanas de personajes vinculados al mundo de las letras y la
cultura, resultó favorable al interés por buscar mecanismos de cooperación
académica y de mutuo conocimiento de las potencialidades y de la riqueza
cultural presente en ambos territorios. De la mano de la ofensiva diplomática
que buscó el reconocimiento internacional de los gobiernos posrevolucionarios,
gran parte de la labor de los intelectuales y de los artistas se dedicó al
establecimiento de vínculos culturales, que en el largo plazo dieron a la
revolución una dimensión continental (Yankelevich,
2003, p. 18.). Tal propósito de difusión otorgó a la cultura mexicana un valor
político susceptible de ser expuesto en distintos países latinoamericanos. El
idioma, la historia, la literatura y las tradiciones sirvieron de puntos de
encuentro con las intenciones gubernamentales (Picón-Salas, 1944, pp. 59-60).
Isidro Fabela, Amado Nervo, Jesús Urueta recorrieron Sudamérica en el desempeño
de distintas comisiones. También lo hicieron Luis G. Urbina, Luis Cabrera,
Antonio Caso, José Vasconcelos, Genaro Fernández MacGregor,
Julio Torri y Antonio Médiz
Bolio (Yankelevich, 2003,
p. 18).
Personajes como Palma Guillén –embajadora de
México en Colombia para 1935– contribuyeron al establecimiento de este tipo de
conexiones, al tiempo que su presencia resultó ser un factor relevante para el
desarrollo de múltiples ideas de intercambio cultural (Palacios y Covarrubias,
2011, p. 304). Similar situación ocurrió con personajes como el embajador
colombiano en México, Jorge Zalamea, y con la temprana vinculación de artistas
como Rómulo Rozo en el ramo de la diplomacia. La visita de arquitectos,
artesanos y bibliotecólogos mexicanos a Colombia, junto con la promoción del
arte popular y las industrias típicas en ambos países, llevó a Guillén a buscar
a la especialista en lacas María de Jesús Huerta y al vidriero Camilo Ávalos
con el objeto de capacitar a artesanos colombianos. Igualmente, y con miras a
emular experiencias en catalogación de libros, las gestiones de Juan B. Iguiniz, funcionario de la Biblioteca Nacional de México,
brindó asesoría a la Biblioteca Nacional de Colombia. Por su parte la Academia
Colombiana de la Historia nombró como miembros a varios de los integrantes de
la Sociedad de Geografía y Estadística de México, entre quienes figuraron Juan
Manuel Torrea, Rafael Heliodoro Valle e Ignacio León de la Barra (Palacios y
Covarrubias, 2011, pp. 304-305.).
Con el propósito de hacer un intercambio cultural
más fluido, en 1937 se trasladaron a México el ministro de Educación Jorge
Zalamea y el poeta Germán Pardo García; el primero con la intención de
participar en la Conferencia Panamericana sobre Educación y el segundo con
planes de realizar estudios sobre poesía latinoamericana.1 Durante los años cuarenta
la publicación de diversos libros en México fue comentada continuamente en los
informes consulares con el fin de dar cuenta sobre los acontecimientos
literarios y la influencia de escritores españoles y estadunidenses en el
ámbito intelectual. Listados con títulos de escritos recientes como los de
Rafael Heliodoro Valle, ensayos filosóficos, boletines noticiosos de periódicos
como El Universal y novedades literarias como las
del cuarto tomo del Centenario
de la imprenta en México de la autoría de don Francisco Gamoneda, formaron parte de estas reseñas que, desde
México, enviaba Jorge Zawadzky al Ministerio de
Relaciones Exteriores, dirigido en Colombia por Luis López de Mesa.2
Estos informes mencionaban las actividades
culturales mexicanas, al lado de las gestiones presidenciales, así como
reportaban la situación económica y las relaciones internacionales, en un
contexto matizado por las tensiones políticas internacionales. En la retórica
oficial, la riqueza cultural, el pasado compartido y los ideales de unidad
latinoamericana, fueron frecuentemente traídos a colación como ejes claves para
fortalecer los vínculos oficiales, estrechar las alianzas políticas entre
México y Colombia y así dar fomento a valores de una identidad imaginaria, por
la vía del cultivo de las ciencias, las artes y la cooperación.3 Igualmente, los eventos
académicos en México posibilitaron la visita y el traslado de estudiantes y
profesores colombianos. La afluencia de estudiantes colombianos a México fue en
aumento durante los años cuarenta, ya que contaba con la intervención de las
instancias diplomáticas a la hora de facilitar trámites y emitir documentación
pertinente.4 Las exposiciones de
pintores, escultores, fotógrafos y artistas colombianos en la Ciudad de México
dieron a conocer los trabajos y las creaciones de quienes se encontraban
radicados en este país, bien fuese en calidad de estudiantes, trabajadores o
personas vinculadas al medio artístico. Creaciones de Juan Sanz de Santamaría,
esculturas y óleos de Luis Alberto Acuña, tallas en piedra de Rómulo Rozo,
figuras en madera de Julio Abril y fotografías de Leo Matiz fueron parte de
esta oferta artística.5
En este espacio de interconexión cultural
colombo-mexicano se resalta la presencia del escultor Rómulo Rozo y del poeta
Porfirio Barba Jacob, quienes a partir de sus saberes dieron importantes
aportes a la poesía y al arte latinoamericano, visibles en los contenidos de
sus obras y en la influencia ejercida en el ámbito literario y artístico de las
medianías del siglo xx.
Lo que este artículo persigue es acercarse a la
estancia de estos dos artistas a partir de una mirada que aborde sus
experiencias y sus cercanías con personajes del ámbito político y artístico del
México de los años treinta y cuarenta. Para la realización de este ejercicio
fue preciso consultar archivos diplomáticos en México y Colombia, periódicos y
revistas de circulación nacional, que junto con la consulta de bibliografía
especializada permitieron conocer aspectos relevantes de la época y del momento
histórico transitado por estos dos personajes. Dos momentos ligados a Rómulo
Rozo y a Porfirio Barba Jacob integran esta mirada construida con un enfoque
histórico, encaminado a visualizar su tránsito por México, como parte de un
intercambio cultural de mayor amplitud sostenido por los dos países durante la
primera mitad del siglo xx.
RÓMULO ROZO Y EL ARTE MONUMENTAL MEXICANO
La figura del boyacense Rómulo Rozo Peña ocupa un
importante lugar en la historia del arte colombiano. Sus aportes e influencias
también fueron de gran valor en ciudades mexicanas como Mérida, lugar en el que
vivió desde finales de los años treinta y hasta su muerte ocurrida en 1964.
Desde finales de la década de los veinte los progresos artísticos de Rómulo
Rozo en el extranjero aparecieron en la prensa colombiana, que publicaba
comentarios y cartas de críticos franceses sobre aspectos de su formación
artística durante su estancia en París.6
Esta experiencia de Rozo en París marcó para el arte colombiano un importante
momento de apertura hacia el americanismo y hacia la exploración de las
mitologías y de la iconografía del arte indígena prehispánico (Suárez, 2016, p.
3).
Para este periodo de su formación, la crítica
francesa reconocía en las obras de Rozo una profunda originalidad, una gran
capacidad para manejar la monocromía en materiales como el granito, mientras
hablaban de su firmeza creativa y de su fuerza imaginativa.7 Durante este temprano
paso por Francia, Rómulo Rozo tuvo la oportunidad de exponer en el Salón de
Artistas Franceses en París algunas de sus esculturas elaboradas en granito y
otros materiales. Los comentarios de críticos de arte como Gastón de Pawlosky y Marcel Sauvage fueron
reproducidos en la revista colombiana Cromos
exaltando los logros del artista.8
Este periodo formativo le permitió recibir influencias de Rodin
y de otras tendencias escultóricas en boga.
Su obra Bachué diosa generatriz de los indios chibchas de 1925 fue de
gran trascendencia para el arte colombiano al expresar una intensión que rompió
con los cánones predominantes en la producción artística local y en la
generación del centenario. La Bachué
se convirtió en un referente de la modernidad artística y en la inspiración
para que escritores colombianos como Darío Achury
Valenzuela, Darío Samper y Tulio Gonzales, publicaran en el periódico El Tiempo de Bogotá un manifiesto que buscaba recalcar
por la vía de las artes los valores y la identidad propia (Suárez, 2016, p. 4).
El “bachuismo” recalcó en el papel social del arte y
en la responsabilidad de sus cultivadores por el realce de la cultura
latinoamericana y pese a su corta existencia, que no pasó de un par de escritos
publicados en El Tiempo de Bogotá, sí fue clara la
influencia que la Bachué
de Rozo tuvo entre los artistas plásticos de la época (Padilla, 2013, p. 19).
De acuerdo con el profesor de arte Álvaro Medina, Bachué respondía al anhelo de hallarle a la
expresión cultural de Iberoamérica una poética que expresara la idiosincrasia
de estos pueblos, distintos de los europeos en su recorrido histórico y en su
experiencia vital (Medina, 2013, p. 27). El reconocimiento que Bachué otorgó a Rozo sirvió
para que el gobierno colombiano le encargara la organización del Pabellón de
Colombia en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, en la que esta
obra ocupó un lugar de importancia (Padilla, 2013, p. 48).
Su llegada a México en 1931 marcó quizá uno de los
momentos más importantes de su formación académica, su vida familiar y su
producción artística. Recién llegado, Rozo fue agregado cultural de la embajada
colombiana acreditada en México y así logró vincularse con círculos artísticos
y académicos de la capital a principios de los años treinta. Durante esta
experiencia que se remontó por un periodo de casi cinco años, de acuerdo con un
artículo de Gómez Jaramillo, Rómulo Rozo pudo exponer en el Salón Permanente de
Pintura. También fue profesor en la Academia de San Carlos y en algunas
escuelas de talla directa (Charlot, 1985, pp. 59-75).
De este periodo datan obras escultóricas como Pensamiento
(1931), Anunciación (1931), Raza
(1932), El Beso (1932), La
Noche (1932), Añoranza (1932), India (1933), Maternidad
(1934), La Mestiza (1936), entre otras. En la obra
de Rómulo Rozo desempeñaron un papel relevante las influencias recibidas por
las vanguardias de Francia y España, países claves en su formación y en la de
algunos artistas partícipes del renacimiento artístico mexicano.
Sin embargo, fue en Yucatán donde realizó sus
mayores aportes artísticos. Hacia 1936, estando en la ciudad de Mérida, Rómulo
Rozo expuso algunas de sus obras escultóricas y diversos retratos, así como sus
fotografías de arte prehispánico, algunas de ellas, pertenecientes a la cultura
San Agustín asentada en el sur de Colombia. En el Museo Arqueológico e
Histórico de Yucatán y junto a una exposición de la Institución Carnegie de
Washington, Rozo pudo mostrar este trabajo, hablar de sus experiencias y de sus
impresiones de la península, su historia, su cultura y sus habitantes, con un
lenguaje poético matizado por sus emociones. Al escribir sobre Mérida y dejando
entrever su sensibilidad personal Rozo afirmaba en un escrito reproducido en
Colombia por el periódico El Tiempo:
Mérida, niña preciosa, mestiza dominguera. Qué alegre y limpia eres, como
me agrada tu tostada tez. Parece que la naturaleza te formó del barro, cieno de
tus senderos húmedos de tus campos fecundos. Tu boca parece que musita una
canción o desgrana una plegaria; tus labios de tibieza tersos, balancean unas cornisuras traviesas, húmedas de sonrisas rituales. Como
tú, todas las mujeres, con su andar graciosamente original, han tejido una red
de armonías en mi vida. Tu rostro, armoniosamente hoyueladito,
es como la miel de tus panales que untan de alegría y de emoción a quien las
mira. Tus ojos negros y tu mirada son una promesa que predisponen al viajero a
la amistad, al afecto y al amor. Tu extraordinario espíritu hace de tu vida una
figura digna de toda veneración y en tu mirar parecen aletear todas las
ternuras. Tu eres la paz, la esperanza y el inmenso valor de tus varones.9
De acuerdo con el escritor y periodista colombiano
Yesid Contreras, Rómulo Rozo recorrió en 1937 la península de Yucatán como
miembro de la Expedición Científica Mexicana del Sureste.10 En esta ocasión, realizó
dos obras decorativas arquitectónicas en Chetumal: una en la Escuela Belisario
Domínguez –hoy convertida en Centro de Bellas Artes– y otra en el hospital
Morelos.11 En la Belisario Domínguez
talló ocho columnas en bajo relieve con figuras indígenas mayas, esculpió en el
auditorio al aire libre una danza que incluía campesinos chicleros, mujeres con
atuendos autóctonos y escudos nacionales, mientras que en el hospital Morelos
esculpió un friso alusivo a la Fuente de la Salud, acompañada de figuras
propias de las culturas mesoamericanas.12
Su estancia en Mérida le permitió entablar amistad
con el escritor y diplomático yucateco Miguel Ángel Menéndez, quien valoraba
particularmente su obra y su estilo americanista, pensando que se trataba de
importantes momentos para el arte nacional y latinoamericano.13 Las opiniones de
Menéndez dejaban entrever sus simpatías por el artista y el conocimiento de su
trayectoria, en una época en la que dicho escritor yucateco se desempeñaba como
embajador de México en Colombia y durante la cual esporádicamente expresaba
ante la prensa sus ideas de la cultura y el arte mexicanos.
Su trabajo en México reflejó la influencia
recibida por las nuevas lecturas en torno al arte prehispánico, a su riqueza
estética y a su revaloración conceptual.14
Ignacio Gómez Jaramillo publicó sus apreciaciones sobre la vida y obra de Rozo
en un momento en que el artista ya completaba cinco años esculpiendo el
Monumento a la Patria Mexicana en la ciudad de Mérida, inaugurado muchos años
después por el presidente Adolfo Ruiz Cortines durante el mandato regional de
Víctor Mena Palomo. Esta obra fue iniciada el 7 de marzo de 1945 y fue
inaugurada el 23 de abril de 1956. En su construcción intervinieron los
arquitectos Manuel y Max Amábilis, el maestro de
obras Víctor Nazario Ojeda y contó con el apoyo financiero del gobierno del
estado, la Secretaría de Educación Pública encabezada entonces por Jaime Torres
Bodet, el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Escuela de Pintura y
Escultura (Rozo, 1956, p. 17).
Rescatando olvidadas técnicas yucatecas de
labrado, tallado en piedra fina y trabajando con la luz y las sombras del
terreno sobre el cual se levantó el monumento, se buscó la manera de
representar a la patria en la figura de una mujer vestida con traje típico,
sandalias y decorada con elementos alusivos a la tierra, al dios Kukulcán y a diversos símbolos de la filosofía maya (Rozo,
1956, p. 27). Para conocedores de la trayectoria artística de Rozo, este
trabajo fue su obra más ambiciosa y marcó un regreso al arte profuso y
ornamentado de sus inicios, mientras dio cabida a viejos anhelos por trabajar
en obras escultóricas de tipo arquitectónico manteniéndose fiel a su ideal
prehispánico (Medina, 1999, p. 34).
De acuerdo con el historiador Marco Díaz Güemez (2014, pp. 329-335), esta obra es parte de una serie
de monumentos y construcciones arquitectónicas que en Yucatán expresaron
intenciones políticas e identitarias, ligadas a ideas
socialistas y a criterios de renovación urbana, pensadas por la clase dirigente
yucateca, durante la primera mitad del siglo xx.
Localizado hoy por hoy en una de las avenidas más importantes de la ciudad de
Mérida, este monumento realza valores regionales, mientras da cuenta de
interesantes episodios de la historia de Yucatán y de sus símbolos más
queridos. Rómulo Rozo fue un artista muy comprometido con su tiempo y con el
arte que logró cultivar a lo largo de su vida. Sus aportes y creaciones forman
parte de un interesante capítulo de la historia del arte latinoamericano, en el
que la valoración de lo propio ocupó un lugar de primer orden.
Aunque parezca un lugar común imperdonable, Bachué
diosa generatriz de los indios chibcha de 1925 junto al Monumento a la
Patria de 1956, señalaron en la trayectoria artística de Rozo y en el ambiente
cultural de México y Colombia dos momentos claves. Para Colombia, marcó una
ruptura con la tradición imperante y con las miradas europeizantes, mientras
difundió la idea de construir un arte local, misma que permeó la producción de
otros artistas nacionales. En México expresó de manera clara el carácter de una
época, las intenciones por acoger el legado prehispánico y el interés por
exaltar la participación del pueblo mexicano en la construcción de un nuevo
sentido de la historia y de los vínculos nacionales. Edificada en medio del
auge del panamericanismo y de los años posteriores a la segunda guerra mundial,
la obra de Rómulo Rozo nutrió el arte latinoamericano y plasmó en muchos de sus
trabajos la visión de un mundo recordado en la grandeza de tiempos remotos. De
modo similar a lo ocurrido con el poeta Barba Jacob, Rómulo Rozo logró influir
en la sociedad y en el arte de su tiempo, por medio de su trabajo y de los
vínculos que se gestaron a lo largo de su permanencia en México.
PORFIRIO BARBA JACOB
Porfirio Barba Jacob tuvo una particular importancia
en el quehacer poético latinoamericano justo en los momentos de auge del
panamericanismo. La relación de Barba Jacob con México, dada su prolongada
estancia y el desarrollo de múltiples actividades en su suelo, fue determinante
en su vida personal y en su creación artística. La profundidad de su lírica y
el sello propio que sus vivencias aportaron a sus creaciones lo convirtieron en
un poeta que expresaba dolores, alegrías, sentimientos y voces inquietantes muy
propias de la condición humana (Bloy, 1946, p. 16).
Asociado al modernismo y a los poetas malditos, la obra de Barba Jacob –buena
parte de ella escrita y editada en México– otorga valiosos aportes a la poesía
colombiana. La popularidad que alcanzaron algunos de sus poemas y el carácter
provinciano que los acompañó le dieron, de acuerdo con la escritora colombiana
Piedad Bonnett, un lugar entre los mejores poetas del
siglo xx (Bonnett, 1992,
p. 184).
Lo itinerante de su existencia y lo problemático
que resultó su relación con las drogas y el alcohol, fueron algunos de los
episodios que rodearon su vida personal, como cuenta Cobo (2003):
No le demos más vueltas: Barba no era un visionario que previó su destino.
Era, simplemente al contrario de lo que él quería hacernos creer, un hombre que por reacción a su medio campesino, en todo sentido, a
través del homosexualismo, las drogas y el exilio, buscó asumir una imagen de
poeta maldito. Escribió los poemas para volverse esos poemas. La poesía lo
amparaba así de sus desgracias personales, en un ámbito intemporal –esa
sucesión de desterrados, de parias, de Verlaines que
él invoca. Pero lo grave es que la poesía también traiciona, haciendo que la
cotidiana y afligente vida diaria que Barba llevaba
no alcanzara a volverse palabra convincente (p. 140).
Cercano a poetas mexicanos como Enrique González
Martínez –conocedor de su trabajo artístico y quien acompañó al poeta durante
sus últimos días en la capital mexicana– la estancia de Barba Jacob en México
transcurre entre periódicos, revistas, cantinas y garajes de El Paso, Texas, y
de Chihuahua, afrontando necesidades y carencias económicas. El ejercicio
periodístico de Barba Jacob en México expresó su ideario político, su rechazo
por el totalitarismo y una gran lucidez a la hora de escribir (Barba Jacob,
2009, p. 14). Reportajes y artículos sobre temas variados publicados en
periódicos y revistas –algunos de corta duración, como ya se ha dicho–
reflejaron a un escritor moderno, polifacético, capaz de narrar lo que veía y
de encarar en sus contenidos el carácter de una época (Barba Jacob, 2009, p.
15).
En esta faceta que cubrió la mayor parte de su
estancia en México, el poeta expresó sus posturas ante personajes y
acontecimientos latinoamericanos que ocuparon la atención de sus publicaciones
en los periódicos a los que fue cercano. Las ideas de integración
latinoamericana presentes en los escritos que Barba Jacob publicó en la prensa
mexicana, colocaron en más de una ocasión a la figura de Simón Bolívar como uno
de los personajes principales y protagónicos de la historia continental
(Bejarano, 2010, p. 64). Las alusiones a Bolívar por parte de Barba Jacob,
además de exaltar su papel protagónico en la historia, se suman a una intensión
de unidad hispanoamericana muy propia del momento (Bejarano, 2010, p. 71.).
Algunas de las cartas de su correspondencia
personal, recopilada muchos años después de su muerte por el escritor
colombiano Fernando Vallejo, dejan entrever sus contactos con múltiples
personajes del ámbito diplomático, político y literario. Figuras como Carlos
Pellicer –quien años después ayudaría a repatriar sus despojos mortales a
tierra colombiana– aparecen en las últimas cartas que en vida escribió el
poeta, en un momento en que su estado de salud motivó el pedido de ayuda del
embajador Jorge Zawadzky al gobierno colombiano, con
el fin de ayudarle con un tratamiento clínico y con unos recursos pedidos al
Congreso nacional.15
En el ámbito diplomático el poeta se vinculó a
personajes como el propio embajador Jorge Zawadzky,
el ministro colombiano Luis López de Meza, los mexicanos Alfonso Reyes y Jaime
Torres Bodet. En una carta dirigida a Luis López de Meza, Barba Jacob
expresaba:
No podría decir que tenga cabal salud, pero gozo de algo así como el equilibrio
inestable, que a los 54 años no deja de ser una santa conquista. Trabajo en un
periódico rico e importante, donde me quieren y me tratan bien. Soy por lo
menos el galeote agradecido. Todas las mañanas sobre los problemas sociales,
políticos, económicos e intelectuales de México y aún del mundo, sobre leyes y
decretos, sobre crímenes, sobre todo cuanto hay. A veces me duele profundamente
considerar que mis tremulantes energías, que debieran estar dedicadas a
Colombia, me dispersen hacia otros rumbos. Me consuela el pensamiento de que no
elegí el lugar de mi residencia; por otra parte, amo a México y pienso que
servir a México es también servir a mi patria.16
Hacia finales de 1941, y en un momento en que sus
padecimientos físicos lo tenían postrado en un cuarto del hotel Sevilla,
concedió una entrevista al poeta veracruzano Neftalí Beltrán en la que habló de
sus vivencias en México. Esta entrevista fue publicada en el diario El Tiempo en enero de 1942. En compañía del poeta
colombiano Germán Pardo García, establecido en México a partir de los años
treinta, Barba Jacob recordó con nostalgia sus años de infancia y de su
temprana cercanía con la poesía a través de la lectura de poemas de Guillermo
Valencia, Luis G. Urbina y José Asunción Silva cuando tenía quince años de
edad.
También habló de sus padres, de sus abuelos y de
ese entorno rural en el que creció y vivió sus primeros años. Mientras
recordaba aspectos de su trayectoria, Barba Jacob se refirió a su relación con
la poesía, a la que consideraba un aspecto clave y vital en su existencia y de
la que nunca esperó reconocimientos. Al hablar de la poesía Barba Jacob señaló:
He sacado la poesía de mí mismo, y ha sido, durante toda mi vida, un
ejercicio desinteresado no solo en cuanto a lo económico, sino que nunca me he
preocupado siquiera de hacerme publicidad alguna. El hecho de haber llegado a
los cincuenta años sin publicar un libro, lo demuestra. Y es que la poesía ha
sido para mí la mejor recompensa. Recompensa de haber nacido de tener que
morir, de sufrir y de encontrarme dentro del mundo […] y sin embargo la poesía
ha sido para mí la presea, la corona de todos mis esfuerzos, de todas mis
luchas en la vida. Usted lo ve. Estoy pobre, enfermo, y aun así, si en mi mano
estuviera el poder volver a nacer y cambiar el panorama de mi vida no lo haría.17
Barba Jacob recordó su primer poema titulado “La
tristeza del camino” en el que se reconocía como un católico por elegancia.
Recordando su llegada a México decía:
He vagado por aquí y por allá… Llegué a México en 1907, sin dinero y como
un campesino asustado. Recuerdo que me causó pavor la metrópoli, un miedo
extraño. Fui entonces a vivir a Monterrey y allí me hice periodista. México es
un país extraordinario, me gusta muchísimo, aunque claro, tengo siempre la
nostalgia de Colombia. Sigo siendo muy antioqueño en mi carácter, y hombre de
ideas universales. Esto es, un hombre que, al fin y al cabo es el elemento poético
por excelencia, todo elemento estético reside allí, porque la poesía debe ser
humana y el hombre ha sido y sigue siendo valor estético en todas las épocas.18
Esta entrevista publicada por Germán Pardo García
en la revista Noticia de Colombia dirigida y
difundida por este escritor en México, fue la última concedida por Barba Jacob
en vida y pudo ser conocida en Colombia gracias a la reproducción hecha por El Tiempo, días después de conocerse la noticia de su
muerte. Una fotografía de Barba Jacob acostado en una cama acompañaba la
entrevista, al lado de escritos hechos por personas cercanas al ámbito poético
y literario nacional. En esta fase terminal de su vida, recibió la confesión y
sus últimos sacramentos de parte del sacerdote y literato mexicano Gabriel
Méndez Plancarte. Germán Pardo García, narró para la prensa:
“Estoy en la paz de Dios” nos dijo al día siguiente. Y nosotros, que nunca
antes a través de nuestra larga amistad, le oímos hablar de la idea de Dios
concretada en los credos y ritos católicos, aceptamos con reverente humildad la
transformación de este espíritu que descendió hasta los más obscuros senos de
las pasiones, en donde toda teológica y directriz se dispersa ante los ciegos
empujes de las fuerzas negativas, pero se alzó de allí transfigurado y se
doblegó ante el deshonor del Gólgota.19
La muerte de Barba Jacob ocurrida en este hotel de
la ciudad de México hacia los primeros días de enero de 1942, fue comentada
ampliamente en la prensa nacional por autores colombianos y personas cercanas
al artista, quienes, a manera de homenaje, abordaron diversos aspectos de su
vida y de su trayectoria artística. El escritor y diplomático Luis Eduardo Nieto
Caballero lo consideró como un poeta con grandes influencias de Paul Verlaine: al describirlo así: “Verdugo de su honor, actor
de sus tragedias, árbitro de su torpe destino, como lo cantó él mismo, sentía
que había vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos y que iba al
olvido, sin que en ello hallara alcanzada la satisfacción, sino la
indiferencia.”20
Para el también poeta y escritor Darío Samper, la
obra de Barba Jacob ocupaba un importante lugar en el mundo de la literatura
colombiana y en el escenario de la América Hispana, que fácilmente podía
compartir con escritores como José Asunción Silva y Rubén Darío.21 Similar opinión
expresaba Andrés Holguín, para quien la poesía del antioqueño era un largo
viaje en busca del hombre eterno y de aquello inmutable, que a través de sí
mismo exploraba y transmitía en sus poemas.22
Para el escritor Eduardo Carranza, la grandeza de su obra era un aporte valioso
a la poesía castellana, que junto a su estilo modernista y melancólico,
reflejaron aspectos de su vida, de su signo fatal y de su tránsito por el
mundo.
En estos escritos, aparece como lugar común la
metáfora oscura de la vida del poeta, que de manera recurrente fue utilizada
por los amigos y conocedores de su obra, como un correlato de sus tragedias
personales, de sus soledades y de sus andanzas entre cambios, reacomodos y
penurias materiales que le acompañaron durante su temprana vida campesina en
Santa Rosa de Osos. Además de los ya mencionados, escritores y periodistas como
Aquilino Villegas, Horacio Franco, Juan Cristóbal Martínez, Roque Casas y Guillermo
Manrique Terán, también se encargaron de publicar sus percepciones en torno a
la vida y obra del poeta colombiano, junto a la divulgación de poemas como
“Canción de la vida profunda”, “El son del viento”, “La canción de la noche
diamantina”, “El solar de los lulos de oro” y “La caída del telón”.
El poeta colombiano Carlos Martín (1942) comentó,
por ejemplo:
El amor es virtud de intuición: Barba Jacob amó este mundo caótico, en
formación, y nos dio en el cristal de su canto, herido por todas las pasiones
que nos son características, el reflejo fiel del rostro de este suelo rugoso,
tostado por el sol y golpeado por los vientos fluviales y marítimos; de este
gran cuerpo extendido, moreno y frutal de América Hispana, que respira, que
tiene hambre, que tiene sed, que recobra fuerzas o languidece y que sostiene al
hombre, le nutre, le abreva y le guarda hasta el
aniquilamiento de su fugaz hechura de lágrimas y arcilla (p. 153).
Un homenaje a la memoria del poeta antioqueño fue
organizado por la Universidad Autónoma de México en marzo de 1942. Al citado
homenaje asistieron el rector Mario de la Cueva, el embajador Jorge Zawadzky, el escritor Alfonso Junco y una nutrida audiencia
que se congregó en el anfiteatro Bolívar.
Las palabras de Junco recordaron aspectos de la
vida de Barba Jacob, entre las que destacó su experiencia en la formación de
revistas como la Revista Contemporánea, su trabajo
en periódicos, además de mencionar algunos de sus recuerdos personales en
Monterrey donde convivió con el poeta colombiano.23
En uno de los apartados de su discurso, Alfonso Junco manifestó:
Recién venido el colombiano a México, llegó a mi natal Monterrey, por 1908,
cuando era yo un chico de doce años y él rondaba los veinticinco. Tarde a tarde
visitaba mi casa, aquella casona patriarcal, abierta, alborozada, rumorosa y
deleitaba en la armonía hogareña. Él paladeaba el provinciano chocolate,
nosotros la maravilla de su plática.
Encariñose en Monterrey, que obró el milagro de cautivar no
pocos años a aquel espíritu errabundo, hasta que un día se acordó de sus
palabras mágicas, de las que él llamaba sus dos alas; “me voy”.
Y se fue.24
Tras cuatro años del fallecimiento de Porfirio Barba
Jacob y como una forma de rendir tributo a su memoria, el traslado de sus
cenizas de México a tierras colombianas y su instalación en el Cementerio
Universal de Medellín, estuvo rodeado de actos públicos en los que participaron
escritores, funcionarios de ambos gobiernos y autoridades locales. Personajes
como Germán Arciniegas –quien para esa época fungía como ministro de
Educación–, Gilberto Owen, los poetas León de Greiff
y Ciro Medina, el escritor Carlos Pellicer y personalidades del ámbito político
y académico, estuvieron presentes en los homenajes que organizó la Universidad
de Antioquia y el gobierno municipal. El diplomático Francisco Castillo Nájera
también recordó la estancia de Barba Jacob en suelo mexicano.25
Pero tal vez el homenaje de Carlos Pellicer, quien
recordó su paso por Colombia y su amistad con el poeta, fue el que mayormente
conmovió a los asistentes al Paraninfo de la Universidad de Antioquia.26 Este homenaje en el que
fue frecuente el recuerdo de vivencias, versos y poemas, dio también cuenta del
aprecio que muchos escritores colombianos tenían por el mexicano Carlos
Pellicer. Destacan entre ellos: los hermanos de Greiff:
Otto y León, Darío Samper, Luis Eduardo Nieto Caballero, Germán Arciniegas y
Daniel Arango, quien lo recordó días después en una de sus columnas en el
periódico El Tiempo junto a la publicación de tres
poemas: “Estudio”, “La danza” y “Horas de junio”.27
Paisajes conocidos, vivencias a ratos alegres, a
ratos entristecidas y de vez en cuando cargadas de una profunda nostalgia,
quedaron plasmadas en los versos de este recordado poeta colombiano. El legado
de Porfirio Barba Jacob para la poesía colombiana es amplio y está cargado de
experiencias que enriquecieron el repertorio latinoamericano. Con un estilo
distintivo y con versos influenciados por la vanguardia de su época, logró el
reconocimiento de su obra en otros países de la región, convirtiéndose en
referente de las letras colombianas de la primera mitad del siglo xx. Sus cercanías con México quedan como un interesante
momento en la relación bilateral y sus poemas quedan como el reflejo de sus
mundos, sus percepciones y su talento creativo. En un plano de mayor amplitud,
los vínculos culturales colombo-mexicanos hicieron presencia durante el
panamericanismo como un componente que dinamizó la relación bilateral y forjó
en la figura de artistas, cineastas, poetas, músicos y escritores, un
interesante espacio de intercambios. Este dinamismo hizo posible el
conocimiento de diversos tópicos de la cultura nacional, a los que la actividad
diplomática, en ocasiones, sirvió como intermediario y canal de cercanía.
A MODO DE CONCLUSIONES
La intervención pública en el ámbito de la cultura
estuvo mediada en México y Colombia durante los años treinta y cuarenta del
siglo xx por una política encaminada a reconocer
valores y expresiones populares. Pensar la política cultural como una “acción
dirigida”, que influía sobre la sociedad a partir de la intervención estatal en
las artes, en la educación y en el fomento del folclor, fue un factor que
dinamizó patrocinios, mecenazgos, formas de difusión y políticas públicas, que
oxigenaron la relación de algunos artistas e intelectuales con el aparato
estatal. Las políticas educativas y las nuevas lecturas en torno a la cultura
popular se convirtieron en un proceso vinculante para ambas naciones durante
los años treinta y cuarenta, en medio de planes y pautas de reorganización
curricular que dieron cabida al realce del folclor nacional y a la promoción de
valores que resignificaban y creaban nuevas conciencias en torno al
nacionalismo y a la pertenencia regional. La cultura entendida a partir de la multiplicidad
de expresiones y manifestaciones que definen los rasgos de una sociedad en
particular fue un espacio vinculante para ambas naciones, bajo la óptica de sus
intercambios y procesos de interacción, por vías como el cine, la música y la
actividad académica adelantada en universidades mexicanas y colombianas.
La estancia de artistas colombianos en territorio
mexicano ejerció en su formación y en sus producciones una notable influencia,
derivada de las escuelas y de las tendencias en apogeo en el universo de las
artes y la literatura. Barba Jacob y Rómulo Rozo pueden ser considerados como
miembros de una temprana generación de artistas e intelectuales colombianos que
vieron en México un lugar apto para el florecimiento de su arte y de sus formas
de expresión, mucho antes de la llegada de importantes escritores, poetas y
pintores, quienes en décadas posteriores establecieron en este país sus lugares
de estudio y de estancia. Esta ligera mirada sobre la experiencia mexicana de
dos artistas colombianos, permitió conocer el influjo de los intercambios que
México y Colombia mantuvieron durante la primera mitad del siglo xx y en los que el entorno cultural fue influido por las
miradas que la posrevolución otorgó a las artes y a las expresiones populares
como herramientas útiles para la difusión de un proyecto político de mayor
amplitud.
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1 “Noticia de viaje”, El Siglo, 2 de agosto de
1937.
2 Fondo Cancillerías Organismos Internacionales. Boletín
de Noticias, núm. 73, 8 de enero de 1941. Archivo General de la Nación
Colombia (en adelante agnc),
Colombia.
3 “Presentación de credenciales de Miguel Ángel Menéndez como embajador de
México en Colombia”, El Tiempo, 7 de febrero de
1943, pp. 1 y 7.
4 Fondo Cancillerías Organismos Internacionales. Informe de Jorge Zalamea, 10
de diciembre de 1943, agnc,
Colombia.
5 Fondo Cancillerías Organismos Internacionales, caja 638, carpeta 44, Boletín de Noticias, núm. 90, 23 de julio de 1943, agnc, Colombia.
6 M. A. Dupois, “Continúan los triunfos de un
artista colombiano”, El Tiempo,
4 de junio de 1928, p. 5.
7 “Arte Nacional”, revista Cromos, 28 de julio de
1928.
8 “Arte Nacional”, revista Cromos, 28 de julio de
1928.
9 “Reportaje”, El Tiempo, 15 de marzo de 1936, p.
7.
10 “Lecturas dominicales”, Escrito publicado con ocasión de la conmemoración
de los 50 años de su muerte, El Tiempo, 30 de julio
de 2014.
11 “Lecturas dominicales”, El Tiempo, 30 de julio
de 2014.
12 “Lecturas dominicales”, El Tiempo, 30 de julio
de 2014.
13 Luis E. Osorio, “Con el embajador Menéndez. Evocación de México”, El Tiempo, 7 de marzo de 1943, p. 7.
14 Ignacio Gómez Jaramillo, “Reportaje”, El Tiempo,
25 de junio de 1950, suplemento literario, p. 1.
15 Carta de Barba Jacob a Jorge Zawadzky, México, 9
de noviembre de 1941. En Vallejo (1992, pp. 248-250).
16 Carta a Luis López de Meza, México, 12 de junio de 1937. En Vallejo (1992,
pp. 195-198). En esta misma carta el poeta expresa al entonces ministro de
Instrucción Pública sus intenciones por fundar a futuro una revista bajo el
nombre México-Colombia, con la finalidad de abordar
temas de mutuo interés y de dar a conocer obras poéticas y literarias de escritores
de ambos países.
17 Neftalí Beltrán, “Reportaje”, El Tiempo, 21 de
enero de 1942, p. 2.
18 Neftalí Beltrán, “Reportaje”, El Tiempo, 21 de
enero de 1942, p. 2.
19 Neftalí Beltrán, “Porfirio Barba Jacob”, El Tiempo,
16 de enero de 1942, p. 2.
20 Luis Eduardo Nieto Caballero, “Porfirio Barba Jacob”, El
Tiempo, 16 de enero de 1942, p. 2.
21 Darío Samper, “Notas sobre la poesía de Porfirio Barba Jacob”, El Tiempo, 18 de enero de 1942, p. 15.
22 Andrés Holguín, “Porfirio Barba Jacob en la poesía colombiana”, El Tiempo, 18 de enero de 1942, p. 15.
23 Fondo Cancillerías. Informe de Embajada. 20 de marzo de 1942. agnc, Colombia.
24 Fondo Cancillerías. Informe de Embajada. 20 de marzo de 1942. agnc, Colombia.
25 “Noticia”, El Tiempo, 14 de enero de 1946. p.
6.
26 Germán Arciniegas, “Ante los restos de Barba Jacob”, El
Tiempo, 20 de enero de 1946. suplemento, p. 2.
27 Germán Arciniegas, “Ante los restos de Barba Jacob”,
El Tiempo, 20 de enero de 1946, suplemento, p. 2.