En defensa de la biografía: hacia una “historia total”.
Un llamado a la nueva generación de historiadores del siglo xix mexicano

In Defense of Biography: Toward Forging a “Total History”. A Call to the New Generation of Historians of 19th-Century Mexico

 

Will Fowler

http://orcid.org/0000-0003-2301-0749

Universidad de St Andrews, Reino Unido

wmf1@st-andrews.ac.uk

Resumen: El propósito de este ensayo es resaltar la importancia de la biografía como método para hacer “una historia total”. Se defienden los méritos de los estudios biográficos al hacerse hincapié en lo que nos permiten descubrir en términos de historia pública y privada, política, social, económica, jurídica, diplomática, militar y cultural. A partir de los logros de una selección de biografías recientes que ha revolucionado la manera en que la historiografía ha interpretado el siglo xix mexicano, y una reflexión personal del autor basado en su propia experiencia como biógrafo, se busca demostrar aquí cómo la biografía es un vehículo particularmente versátil para revisar nuestro conocimiento del pasado. El presente trabajo concluye con un llamado dirigido a la nueva generación de académicos interesados en la historia del México decimonónico, para que se ocupe de corregir la actual carencia de biografías, y nos ayude a entender mejor, y de un modo del que sólo la biografía es capaz, el por qué y cómo de numerosos eventos olvidados del siglo xix.

Palabras clave: biografía; historia total; México; siglo xix; Santa Anna.

Abstract: The purpose of this essay is to highlight the importance of biography as a means to forging a “total history”. It defends the merits of biographical studies by emphasizing what it allows us to discover in terms of public, private, social, economic, legal, diplomatic, military and cultural history. Based on the success of a selection of recent biographies that have revolutionized the way the historiography has interpreted 19th century Mexico, together with a personal reflection by the author based on his experience as a biographer, this article aims to show how biography can be a particularly versatile vehicle for reviewing our knowledge of the past. This article concludes with a call to the new generation of academics interested in the history of 19th century history, urging them to make up for the current lack of biographies, and help us better understand –in a way only a biography can– the reasons behind the many forgotten events of the 19th century.

Key words: biography; total history; Mexico, 19th century; Santa Anna.

 

INTRODUCCIÓN

No deja de sorprender el número nutrido de personajes históricos mexicanos que siguen sin haber sido estudiados. Esto se evidencia en particular para el siglo xix. Baste mencionar el hecho de que no existen todavía biografías de Mariano Paredes y Arrillaga (1797-1849), Mariano Arista (1802-1855), o Félix Zuloaga (1813-1898), para mencionar a tan sólo tres militares que fungieron en su debido momento de presidente de la república. Hasta que Catherine Andrews (2001; 2008) trabajó a Anastasio Bustamante (1780-1853), no teníamos tampoco una biografía del general que ejerció de presidente por más tiempo que ningún otro durante la llamada época de Santa Anna (1821-1855), incluso más que el mismísimo “seductor de la patria” (Serna, 1999) a quien algunos han presentado como el único y solo representante del país y su época (González Pedrero, 1993; 2003). Es de hecho extraordinario que haya tan pocas biografías académicas de los políticos, militares y eclesiásticos que desfilaron por los pasillos de poder, fuera a nivel nacional o regional, desde el comienzo de la guerra de Independencia en 1810 a la caída del régimen de Porfirio Díaz en 1911.1 Puestos a pensar en la clase política, el reparto de militares, ministros, congresistas y gobernadores todavía por ser biografiados es asombrosamente extenso.2

No es el objeto de este trabajo intentar explicar el porqué de este auténtico agujero negro historiográfico, aunque las tres razones que se aventuran a continuación pueden darnos alguna idea de cómo es posible que existan tan pocos estudios biográficos para el siglo xix. Para empezar, está la mala reputación de la que todavía goza la biografía como género en ciertos círculos académicos, tal y como queda esbozado en el trabajo de Paul Garner en el presente volumen, donde se alude a las “artes oscuras” de la disciplina, acusada de ser “frívola” y “esencialmente subjetiva”. Luego está el hecho de que a pesar de los agigantados pasos realizados por la historiografía en las últimas tres décadas para rescatar todos esos años que Josefina Vázquez tildó, en su debido momento, de “olvidados”, nos enfrentamos a un periodo que “continúa siendo, en gran medida, un enigma” (Vázquez, 1989, p. 313). Como quedaba claramente expresado en el balance que realizara François-Xavier Guerra de la historiografía publicada sobre Iberoamérica entre 1945 y 1989, el siglo xix había quedado sencillamente olvidado (Fowler, 1996a; Guerra, 1989, pp. 593-631). Si a finales de los años ochenta no había tan siquiera estudios sobre la primera república central (1835-1846), o la república federal restaurada (1846-1853), no es de extrañar que tampoco hubiera biografías de los
políticos que protagonizaron los eventos más destacados de estos años. Ya por último, también ha de reconocerse el impacto que ha tenido esa “historiografía oficial de los liberales triunfadores –las fuerzas del progreso–, para desacreditar a sus oponentes –las fuerzas de la reacción–” (Vázquez, 1993, p. 622). Si bien los héroes liberales recibieron sus correspondientes estudios hagiográficos, a los “malos de la película” o se les ha relegado al olvido o se les han dedicado biografías sensacionalistas y vilipendiadoras.3 Al decir de Enrique Krauze (1994):

Hidalgo, Morelos, Bravo, Guerrero, Juárez se hermanarían en el mismo cielo con Madero, Villa, Zapata, Carranza, Obregón, Calles, Cárdenas. En el infierno seguirían purgando su culpa eterna los “traidores”, los “vendepatrias”, los “mochos”, los “cangrejos”, los “ilusos”, los “reaccionarios”, los “malos mexicanos”: Iturbide, Alamán, Santa Anna, Miramón, Maximiliano de Habsburgo […], Porfirio Díaz (p. 328).

Por lo tanto, el propósito de este ensayo es ante todo subrayar la importancia de la biografía como una metodología para aproximarnos a la historia de México y hacer hincapié en lo que se puede aprender a través de los estudios biográficos tomando como punto de partida, por un lado, una selección de biografías recientes que ha revolucionado la manera en que la historiografía ha interpretado el siglo xix mexicano, y por otro, mi propia experiencia como biógrafo. Es con base en los méritos de las biografías estudiadas y de lo que el proceso de biografiar me ha permitido descubrir por mi cuenta, que se explora en las siguientes páginas cómo la biografía es capaz de abordar temas y cuestiones de historia política, de las ideas, social, económica, militar, jurídica, diplomática, cultural, pública y privada. Una vez detallada la versatilidad del género biográfico el presente ensayo culmina exhortando a la nueva generación de historiadores a que se dedique a desarrollar lo que aquí se define como “una historia total” del México decimonónico a través de estudios biográficos de los numerosos hombres y mujeres olvidados cuyas acciones influyeron de forma notoria en el acontecer histórico del país.

 

QUÉ SE ENTIENDE AQUÍ POR BIOGRAFÍA

Para empezar, es importante tener claro qué es lo que se entiende aquí por biografía y/o estudio biográfico. Aunque todos tengamos una idea relativamente clara de lo que es, tal y como lo define el Diccionario de la Real Academia Española (2014, vers. elec.): “Historia de la vida de una persona”, o el Diccionario de uso del español de María Moliner (1977, p. 379); “Narración de la vida de una persona”, no deja de haber distinciones que merecen ser aclaradas. Es interesante, a modo de ejemplo, que los autores de dos de los estudios biográficos a los que se aludirá más adelante, se toman la molestia de advertir a los lectores que sus trabajos no son propiamente biografías, aunque se centren en las carreras e ideas políticas de individuos particulares. Brian Hamnett (1994) nos dice en el prefacio de su estudio sobre Benito Juárez (1806-1872) que se trata de “un estudio de Juárez y el poder político. No es una biografía, de las que ya existen varias” (p. xi). Paul Garner (2015) hace lo mismo en el prefacio de su libro sobre Porfirio Díaz (1830-1915): “El propósito principal del libro no es una biografía clásica en torno a la historia personal o de vida, sino una biografía política que entrelaza tanto la carrera política como el estilo político de Porfirio Díaz con el contexto histórico en el que se desarrollaba” (p. 15). Ambos trabajos abordan la historia de sus biografiados en términos temáticos más que estrictamente cronológicos, aun cuando ambos libros no dejan de estar estructurados alrededor de la evolución política de Juárez y Díaz, respectivamente. En el caso de Juárez se progresa de las actividades políticas que realizó don Benito en Oaxaca en las décadas de 1830 y 1840 (capítulo 2), a su respuesta a la rebelión de La Noria (1871-1872) (capítulo 10), pasando por su participación en la revolución de Ayutla (1854-1855) (capítulo 3), en el gobierno de Ignacio Comonfort (1855-1857) (capítulo 4), y sus propuestas durante el periodo de la reforma y el segundo imperio (1855-1867) (capítulos 5-9). En el caso del Porfirio Díaz de Garner, tras la discusión historiográfica del capítulo primero, el libro sigue una estructura cronológica en la que los capítulos 2, 3, 4 y 5 están enfocados sobre periodos particulares (1855-1867, 1867-1876, 1876-1884, 1884-1911), dejando los capítulos 6, 7 y 8, para centrarse en diferentes temas relevantes al periodo en el que don Porfirio estuvo en el poder (política exterior, desarrollo económico y social, y el porqué de la caída del régimen). Es cierto que ni un libro ni otro exploran las vidas personales de sus personajes, las relaciones maritales, a modo de ejemplo, entre don Benito y Margarita Maza, o de don Porfirio y Carmelita Romero Rubio. Sin embargo, ambos libros, a través de un estudio de la evolución política de individuos específicos, Juárez y Díaz, aportan una historia de sus vidas que, aunque sea una historia predominantemente política y no personal o íntima de ellas, sigue siendo biográfica al tratarse de las vidas de dichas personas individuales.

Es por ello que desde la perspectiva del presente ensayo, los estudios biográficos de Hamnett (1994) y Garner (2015), igual que las biografías políticas que han escrito, por ejemplo, Lillian Briseño, Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (1991) de Valentín Gómez Farías (1781-1858), o Laura Solares Robles (1996) de Manuel Gómez Pedraza (1789-1851), aunque no ofrezcan una narración de las vidas personales de sus figuras biografiadas, caben perfectamente dentro de la clase de biografía que se defiende en este ensayo. A fin de cuentas, como bien señala Hermione Lee (2009), aunque pareciera fácil definir lo que es una biografía, se trata de un “género inestable, mixto, cuyas reglas cambian continuamente” (p. 18). Es por ello que en vez de limitar nuestra comprensión del estudio biográfico a un formato particular, fuere el de las vidas ejemplares/héroes nacionales,4 el modelo “con verrugas y todo”,5 el psicoanalítico,6 el popular y de los famosos,7 o el político arriba mencionado, propongo adoptar una definición libre, fluida, abierta y tolerante, que no discrimina entre unas y otras, siempre y cuando los estudios tracen la evolución de las personas estudiadas y nos ofrezcan una idea de los diferentes momentos históricos por los que pasaron. Por lo tanto, mientras que no se considera aquí un estudio como la clásica obra de Charles A. Hale (1972) sobre José María Luis Mora como un estudio biográfico al centrarse exclusivamente en las ideas del pensador liberal mexicano, sí cabrían según la definición aquí propuesta, los estudios de Evelia Trejo y Melissa Boyd sobre las ideas de Lorenzo de Zavala (1788-1836) y Mariano Otero (1817-1850), respectivamente, al contener ambas secciones propiamente biográficas (Chapter 2. The Man. En Boyd, 2012, pp. 38-100; Lorenzo de Zavala. Estampas de su vida. En Trejo 2001, pp. 35-118). Si hace falta matizar dicha definición un poco más, diría que no considero aquí tampoco como estudios biográficos las biografías noveladas, como por ejemplo las novelas que escribieron Enrique Serna (1999) y Hesiquio Aguilar de la Parra (2010) sobre Santa Anna, por ser estas obras de ficción en las que los autores se toman ciertas libertades relatando escenas y diálogos imaginarios que no tuvieron lugar y que no están documentados en las fuentes. Finalmente, tampoco incluyo aquí todas aquellas biografías publicadas por historiadores aficionados o “de domingo” (a diferencia de historiadores académicos y profesionales) cuyas obras no están fundamentadas en una investigación rigurosa de los documentos primarios y que precisamente contribuyen a la mala fama que padece el género. Estoy pensando en autores como, por ejemplo, el abogado Emilio Arellano, que cándidamente reconoce en la introducción de su “biografía histórica” reciente de Guillermo Prieto (1818-1897), que habrá quienes “encontrarán infinitos errores u omisiones en el presente esfuerzo” (Arellano, 2016, pp. 10 y 17). Los hay, efectivamente.

 

LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA POLÍTICA

Como ya se puede entrever por las referencias a las biografías políticas de Gómez Farías, Gómez Pedraza, Zavala, Otero, Juárez y Díaz, una de las aportaciones más obvias que puede ofrecer la biografía es ayudarnos a entender la complejidad de la evolución política de México. Al explorar los cambios que pueda haber encarnado tal o cual persona es posible apreciar tendencias y movimientos generales que vistos a grandes rasgos y sin el beneficio de esa mirada individualizada pueden resultar a veces difíciles de entender. Sin un estudio detallado del comportamiento político de individuos particulares, con su correspondiente lógica interna, justificaciones, ideas, asociaciones, temores y acciones, hay eventos, por ende, que, sencillamente, nos pueden resultar si no incomprensibles, al menos de problemática comprensión, y que podemos malinterpretar fácilmente con base en vagas generalizaciones o prejuicios heredados de la arriba mencionada historiografía oficialista.

Tomemos como ejemplo el estudio biográfico de Timothy Anna de Agustín de Iturbide (1773-1824) durante el periodo de 1821 a 1823 (Anna, 1991).8 Como confesaba el mismo Anna en el prefacio de la obra, al no haber estudiado los años que sucedieron a la consumación de la independencia cuando escribió su libro anterior sobre La caída del gobierno imperial en la ciudad de México (Anna, 1981) supuso: “que Iturbide podía ser llamado el hombre ‘que privó de libertad al pueblo que emancipó del domino español’”, llegando a describirlo “en términos igualmente burlones, como el hombre que ‘se pavoneó por el escenario en el ridículo traje del emperador Agustín I’”, concluyendo que “‘el propio Iturbide tomó el trono en 1822, dando fundamento cabal a la acusación del virrey Apodaca de que estaba ávido de poder’ y que ‘si algo ocasionó el fracaso fue la asunción de Iturbide al trono, y no el Plan de Iguala en sí’”. Con admirable franqueza Anna (1991) reconocía todo seguido de que lamentaba “haber hecho esos comentarios superficiales sobre un tema para el que no había llevado a cabo investigaciones de manera independiente” (p. 9). Su libro sobre El imperio de Iturbide venía a corregir esa interpretación de Iturbide como un mero oportunista ambicioso desprovisto de ideas políticas o buenas intenciones que había desertado de las filas realistas en 1821 para encabezar el Ejército Trigarante por ninguna otra razón que la de hacerse con el poder. Sin presentar una hagiografía del libertador [“La meta del presente libro […] no es glorificar a Iturbide” ( p. 11)], Anna se limitó a estudiar a Iturbide de un modo equilibrado que resaltó tanto los logros como los errores del defensor del Plan de Iguala con el objeto de “alcanzar un entendimiento más claro de las complejas cuestiones que surgieron inmediatamente después de la emancipación política de España, cuando México por primera vez volvió su atención al problema de cómo organizarse a sí mismo como una entidad separada” (p. 11). El resultado fue precisamente un estudio complejo en el que se pudieron apreciar por primera vez y en detalle los problemas a los que se tuvo que enfrentar la nueva clase política mexicana, y en la que aunque Iturbide bien pudo pecar de egocéntrico, no es del todo correcto acusarle de haber sido un tirano. Como queda esbozado en las páginas finales del libro, el Iturbide de Anna (1991): “luchó por crear un Estado unificado y un aparato de gobierno funcional. Su voluntad de restaurar el disuelto Congreso Constituyente sugiere que empezaba a aprender la necesidad de conciliar, si bien su dedicación al orden permaneció en un lugar preponderante e impuso límites a su flexibilidad” (p. 253).

Para mí, el estudiar la carrera política de José María Tornel y Mendívil (1795-1853) (Fowler, 1994; 2000) me permitió de manera semejante apreciar lo equivocado que era catalogar a los políticos santanistas de oportunistas cínicos, sin ideario alguno, que apoyaron al caudillo veracruzano por la sencilla razón de hacerse con el poder para enriquecerse y abusar de él. Mi tesis doctoral, siguiendo la misma tónica que los estudios biográficos de Hamnett y Garner, se aproximó a la carrera política del perenne ministro de Guerra de Santa Anna, desde un ángulo temático. De ahí que los capítulos, sin seguir un orden estrictamente cronológico, se enfocaron en los años insurgentes de Tornel, su relación con los yorkinos, su papel en el Congreso, su postura ante la expulsión de los españoles, su experiencia como gobernador del Distrito Federal, su visión de los Estados Unidos, su contribución como ministro de Guerra las seis ocasiones que asumió el cargo, su aportación en las áreas de educación y cultura y, por último, su relación con Santa Anna. Sería este último capítulo de la tesis el que figuraría como un ensayo revisado en el primer libro que coordiné sobre autoritarismo en América Latina (Fowler, 1996b). La revelación, al estudiar de cerca las intervenciones políticas y escritos de este político dizque secundario, de que Tornel fue un político ilustrado y erudito que pasó de apoyar las ideas radicales y federalistas de los yorkinos capitalinos de la década de 1820, a defender una política centralista en la siguiente década, todo para culminar abogando por la imposición de una dictadura en la década de 1850, me permitió apreciar que su evolución (como la de su generación) siguió una lógica intelectual inspirada por los golpes, reveses, y fracasos constitucionales de las primeras décadas nacionales. Sería a partir de mi estudio de Tornel que desarrollaría la idea de que hubo un grupo de políticos santanistas que defendió una serie de ideas que fueron cambiando con el tiempo conforme la realidad política mexicana fue evolucionando de 1821 a 1855, pasando por diversas etapas de esperanza (1821-1828), desencanto (1828-1835), decepción (1835-1848) y desesperación (1848-1855) (Fowler, 1998a; 1998b).

Fue para resaltar, por un lado, la cronología de su evolución política, junto con lo importante que fue su relación con Santa Anna, por otro, y cómo sus cambios reflejaron, a su vez y hasta cierto punto, los del caudillo veracruzano, que cuando finalmente me decidí a reescribir la tesis doctoral para publicarla opté por replantear el libro como una biografía convencional, empezando por su nacimiento en Orizaba y sus años formativos (1795-1824), siguiendo su carrera a través de diferentes periodos (1824-1829, 1830-1840, 1841-1844, y 1845-1853) hasta culminar con su muerte por un ataque de apoplejía el 11 de septiembre de 1853 (Fowler, 2000). Aun así, al no haber hallado documentos de índole personal, mi biografía de Tornel, de modo paralelo a la escrita por María del Carmen Vázquez Mantecón (1997), se centró sobre todo en la “vida pública” y política del general orizabeño.

En el caso de Antonio López de Santa Anna (1794-1876), al haberse perdido la gran mayoría de sus documentos privados tras el incendio que provocaron las fuerzas estadunidenses al ocupar Manga de Clavo a modo de venganza en 1847, también me vi precisado a escribir una biografía predominantemente política (Fowler, 2007a). Sin embargo, durante mi investigación sí fui capaz, de todas maneras, de dar con datos personales que me permitieron entender mejor y de modo más íntimo acciones que, si a primera vista, parecían totalmente contradictorias (y por lo tanto prueba incontestable de la supuesta notoria inconsistencia y cínico oportunismo del caudillo), eran, en realidad, perfectamente congruentes y fáciles de explicar. Para mencionar tan sólo un ejemplo, por cuestión de espacio, pensemos en la postura que adoptó Santa Anna ante las divisiones que surgieron entre las logias masónicas escocesas y yorkinas entre 1826 y 1828.

Sin un conocimiento de fondo de la vida tanto personal como pública de Santa Anna, la impresión que podríamos tener de su ambivalencia política ante la pugna entre los yorkinos (de tendencias federalistas, progresistas, y antiespañolas) y sus enemigos los escoceses (por lo general, más centralistas, tradicionalistas y menos populistas que sus adversarios), es que el hacendado y militar jarocho no fue ni una cosa ni otra, o fue tanto yorkino como escocés, por ser la clase de político ambicioso y sin escrúpulos que siempre apoya al más fuerte sin importar cambiar de bando si es preciso. Sin embargo, cuando conocemos de cerca sus ideas, amistades, y vínculos tanto políticos como personales, se hace de repente obvio por qué pudo Santa Anna apoyar un bando en un contexto nacional mientras que se enfrentaba a otro a nivel regional. Por un lado, sabiendo de las afinidades que compartía con su antiguo secretario y amigo Tornel y el hecho de que este, desde la capital y como diputado del Distrito Federal a partir de septiembre de 1826, se convirtió en un yorkino exaltado, no es de extrañar que simpatizara con los yorkinos. A fin de cuentas, Santa Anna se había pronunciado a favor de la república en 1822 y de la federación en 1823, intervenido en la capital junto con Vicente Guerrero para defender al gobierno contra la intentona de José María Lobato de enero de 1824, y, de nuevo junto con Guerrero, se movilizaría a Tulancingo en enero de 1828, precisamente para batir las fuerzas pronunciadas de Nicolás Bravo vinculadas al plan escocés de Manuel Montaño el 23 de diciembre de 1827.

Ahora bien, desde la perspectiva regional de Veracruz, Santa Anna simpatizaba con el gobernador escocés Miguel Barragán (a quien más adelante, en 1835, nombraría como su presidente interino). Prueba de ello es que Santa Anna, a pesar de sus simpatías yorkinas a nivel nacional, se enfrentó al líder yorkino de Veracruz, José Antonio Rincón, cuando este se pronunció contra Barragán desde la guarnición del puerto el 31 de julio de 1827. Es también significativo que su hermano de afiliación escocesa, Manuel, y el mismo Barragán decidieron esconderse en su hacienda de Manga de Clavo cuando se hizo obvio que había fracasado el pronunciamiento de Montaño contra el cual Santa Anna se había movilizado el mes anterior, pero que ellos habían secundado. De saber que Santa Anna se lo habría impedido, es dudoso que se habrían refugiado allí. De todas maneras, con Santa Anna ausente, serían aprehendidos en Manga de Clavo el 2 de febrero de 1828 por las fuerzas del gobierno comandadas por el coronel Crisanto Castro. Explicar el proceder de Santa Anna es fácil cuando se sabe, por un lado, que estaba enemistado con los hermanos Manuel y José Antonio Rincón desde antes de la época de la guerra de Independencia, que trabó una amistad cercana con Vicente Guerrero por otro, y se reconoce que las relaciones personales pueden influir en nuestras posiciones políticas, y que es posible defender facciones diferentes a nivel nacional y regional sin ser necesariamente un chaquetero.

Santa Anna por ideología, vínculos de amistad, experiencias compartidas, y hasta parentesco (Guerrero ejerció de padrino de la primera hija de Santa Anna, Guadalupe, cuando esta fue bautizada en Xalapa el 22 de marzo de 1829), apoyaba a Guerrero y a los yorkinos a nivel nacional.9 Sin embargo, aunque no apoyó a los escoceses activamente a nivel local, no fue capaz de integrarse a las filas de los yorkinos en el contexto de Veracruz por estar estos liderados por sus enemigos de toda la vida, los Rincón, y por ser amigo personal de Barragán. Prueba de la coherencia política liberal del Santa Anna joven es que se pronunció a favor de Guerrero desde Perote el 16 de septiembre de 1828 en contra de los resultados electorales que favorecieron al general Manuel Gómez Pedraza, y que cuando se lanzó el pronunciamiento de Xalapa del 4 de diciembre de 1829 en contra del gobierno de Guerrero, ofreciéndose el liderazgo del levantamiento a Santa Anna y Anastasio Bustamante, Santa Anna –que podría haberse hecho fácilmente con la presidencia tras su aclamada victoria de Tampico sobre el ejército expedicionario español de Isidro Barradas el 11 de septiembre de aquel año– permaneció leal a su compadre, intentando frenar el movimiento que lo derrocó. Aunque no hay prueba de que fuera la ejecución de Guerrero el 14 de febrero de 1831 lo que llevó a Santa Anna a sublevarse contra el gobierno de Bustamante el 2 de enero de 1832, no cabe duda de que su levantamiento contra la llamada “administración Alamán” fue motivada tanto por razones ideológicas (Santa Anna era todavía un federalista aguerrido de simpatías yorkinas) como personales (para vengar la muerte de su amigo y compadre). Es precisamente gracias a datos biográficos como que Guerrero y él fueron compadres, o que Santa Anna se la tenía jurada a los hermanos Rincón desde cuando era un cadete en Veracruz (si no de antes), que uno es capaz de apreciar la complejidad del proceder político de las personas con su multiplicidad de afinidades, asociaciones, intereses e ideas. Sin embargo, todavía más importante de lo que la biografía puede lograr en términos de hacernos entender mejor las decisiones y acciones de un individuo concreto (en este caso Santa Anna), es que nos permite a su vez apreciar el cómo y porqué del comportamiento político de toda una generación y los diferentes contextos cambiantes (en este caso nacional y regional) a los que se tuvieron que enfrentar. Como bien dijera Josefina Vázquez en su biografía de Santa Anna: “eran tiempos de transformaciones, en donde los hombres debían responder a una realidad cambiante. Ellos no observaban los acontecimientos como nosotros, los vivían, los sufrían y ante todo no los entendían” (Vázquez, 1987, p. 13).

Igual que Santa Anna, muchos debieron ser los políticos mexicanos que fueron capaces de distinguir entre las facciones, fluidas todas ellas de por sí, a nivel nacional y regional. Es algo que nos fuerza a reflexionar sobre el acontecer histórico teniendo en cuenta toda una serie de variables que van más allá de lo que pudiera estar sucediendo en la ciudad de México o desde la perspectiva del país en general. Dicho de otra manera, la biografía sirve, a través del estudio de la vida del individuo, para entender mejor el contexto general. No es de extrañar en este sentido que la biografía que escribió Guy Thomson del “patriarca de la sierra” poblana, Juan Francisco Lucas (1834-1917), lleve como título Patriotismo, política y liberalismo popular en el México del siglo xix. El subtítulo Juan Francisco Lucas y la Sierra de Puebla delata que el libro gira en torno a la experiencia de un individuo. Sin embargo, lo importante no es lo que se pueda aprender o no de la vida de Lucas en sí (aunque no deja de ser fascinante). Lo importante es lo que la vida de Lucas nos enseña sobre el fenómeno del liberalismo popular y la política patriótica del siglo xix (Thomson, 1999). El estudio de Thomson ofrece una interpretación novedosa y compleja de cómo respondió la población indígena de la sierra de Puebla a eventos como la guerra de Reforma (1857-1861), la intervención francesa (1862-1867), la revolución de La Noria (1871) y de Tuxtepec (1876) y la revolución mexicana (1910-1917), teniendo en cuenta sus afinidades liberales y conservadoras a nivel local. Centrándose en las creencias de diferentes comunidades y cacicazgos serranos, teniendo en cuenta en particular las diferentes tendencias y trayectorias políticas de Zacatlán, Tetela, Zacapoaxtla, Xochiapulco y San Juan de los Llanos, Thomson llega a demostrar cómo y hasta qué punto se popularizó el liberalismo entre los pueblos indígenas poblanos, aun cuando habían sido, en cierto sentido, profundamente tradicionalistas de antemano. La manera en que Lucas fue capaz de defender los intereses de las comunidades indígenas –convirtiéndose en su patriarca y campeón– mientras vino a apoyar al mismo tiempo los principios esenciales del liberalismo reformista de la segunda mitad del siglo xix, se convierte en un ejemplo claro de las maneras en que se llegaron a combinar tradiciones indígenas con ideas liberales y, para lo que nos concierne a nosotros, de cómo la biografía (en este caso la de Lucas) nos permite apreciar fluctuaciones y síntesis políticas que, de otro modo, nos hubiera sido muy difícil entender.

La biografía, en resumidas cuentas, representa por lo tanto una manera de hacer historia política que resalta la complejidad del periodo en cuestión, y que, a través del estudio del individuo y su caso ultraespecífico, nos ayuda a entender mucho mejor y de manera más sutil tendencias y patrones generales con sus correspondientes capas múltiples de análisis e interpretación. Ante el legado de una historia oficial caracterizada por su maniqueísmo,10
es interesante resaltar cómo la gran mayoría de biografías recientes ha tenido como propósito adicional (es decir, además de explorar y explicar el enrevesado y olvidado siglo xix mexicano) desmitificar a los héroes patrios y entender a los llamados traidores, vendepatrias, y tiranos de la llamada “reacción”.

La búsqueda de escribir biografías imparciales que no recayeran en ese maniqueísmo que ha caracterizado gran parte de la historiografía del México decimonónico ha sido particularmente evidente en algunos de los mejores estudios biográficos de la últimas tres décadas. Para mencionar tan sólo tres ejemplos obvios, están los ya mencionados trabajos de Brian Hamnett y Paul Garner y el de Carlos Herrejón Peredo (2014) sobre Miguel Hidalgo (1753-1811). Para Hamnett (1994, p. xii) era importante centrarse más en el hombre y el político hábil que en “la estatua de bronce o de piedra que se erige en tantos pueblos mexicanos”. En el caso del Porfirio Díaz de Paul Garner (2015, pp. 21-46) se trata de un estudio que se declara ni antiporfirista, ni porfirista, ni neoporfirista. Lo importante para Garner (2015) era “continuar con el proceso de reevaluación del régimen que fue objeto de una persistente distorsión historiográfica y política durante la mayor parte del siglo xix” (p. 17). De modo semejante Carlos Herrejón Peredo (2014) comienza su biografía del “Padre de la Patria” dejando claro y sin lugar a dudas su rechazo a los “panegiristas incondicionales y patrioteros de ayer, [y los] iconoclastas y seudohistoriadores de hoy, mercaderes del morbo” con su invitación “a un mejor entendimiento del biografiado, más allá del propósito de mitificar o desmitificar” (p. 11). Está claro que si se logra biografiar a todos los héroes y villanos del siglo xix de un modo objetivo, que no busque glorificar a los unos y condenar a los otros, empezaremos a tener una idea mucho más acertada, coherente, y justa del porqué y cómo de la evolución decimonónica del pueblo mexicano.

 

LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA DE LAS IDEAS

Si bien la contribución de la biografía a la historia política ha quedado claramente expuesta en la sección anterior, lo mismo podemos decir de su relación con la historia de las ideas. En el caso de políticos o canónigos que dejaron plasmadas sus ideas en escritos varios –historias, tratados políticos, ensayos críticos, editoriales, cartas pastorales, manifiestos y panfletos varios– la biografía sirve para contextualizar el desarrollo intelectual del biografiado en cuestión y analizar la evolución de su pensamiento tanto en términos personales como generales. Dicho de otra manera, las biografías arriba mencionadas de Díaz, Gómez Farías, Gómez Pedraza, Juárez, Otero y Zavala, nos ayudan a entender los argumentos intelectuales que manejaron para dar sentido al mundo en que vivían, tal y como lo entendían, junto con las propuestas que formularon para afrontar las grandes cuestiones de su época. Es más, nos ayudan a apreciar cuáles fueron las lecturas que influyeron en su pensamiento junto con las experiencias empíricas que impactaron en él, tanto personales como generacionales. De nuevo, al abordar la historia de las ideas a través del prisma biográfico nos permite descubrir las sutilezas del modo de pensar del individuo en cuestión y por extensión las de sus contemporáneos.

Una biografía reciente que sirve de perfecto ejemplo de lo que se arguye aquí es la que ha escrito Pablo Mijangos y González (2015) sobre Clemente Munguía (1810-1868). Sin saberse mucho de la vida del que fuera el primer arzobispo de Morelia, la idea general que se tenía de él es que fue un clérigo reaccionario, intransigente y belicoso, que avivó las llamas de la guerra civil de la Reforma (1857-1861) incitando a los conservadores a tomar las armas por la religión, abiertamente negándose a acatar los decretos reformistas anticlericales del gobierno constitucional. La biografía de Mijangos, sin embargo, demuestra que es erróneo tildarlo de conservador. De hecho, hacia el final de su vida, desencantado con la manera en que los conservadores continuamente le exigieron a la Iglesia que les proveyera de fondos eclesiásticos, y después de que el emperador Maximiliano se negara a revocar las leyes liberales de la reforma (1855-1860), Munguía acabó aceptando el decreto de Juárez de 1859 que separaba al Estado de la Iglesia, y llegó a escribir al papa para pedirle que lo aprobara. Tan sólo este hallazgo evidencia por qué, si vamos a entender el siglo xix mexicano, y en este caso, la que fue la guerra más devastadora que padeció el país entre la guerra de Independencia (1810-1821) y la revolución de 1910, más incluso que la intervención estadunidense de 1846-1848, es esencial que estudiemos las vidas e ideas de aquellos individuos que la historiografía ha tachado, perezosamente, de reaccionarios, e intentemos comprender qué es lo que de verdad creían y pensaban y por qué actuaron del modo que lo hicieron.11

Uno de los logros más importantes del trabajo de Mijangos es que consigue extrapolar de las ideas y acciones de Munguía como letrado y obispo una interpretación de la respuesta de la Iglesia católica a la revolución liberal de la mitad del siglo que nos fuerza a replantearnos toda una serie de suposiciones sobre la dicotomía ideológica liberal-conservadora del México decimonónico. Desde la perspectiva de la época y a través de la experiencia individual, intelectual, y de vida de Munguía, su llamado a la Iglesia y sus feligreses de resistir y oponerse a las reformas liberales de la década de 1850, deja de figurar como la reacción instintiva de un clérigo intolerante ultrarreaccionario y beligerante. En vez, se convierte en una respuesta razonada y desesperada de toda una generación de mexicanos que se sintieron profundamente desencantados y alarmados por el decline moral de la nación tras las tres décadas desastrosas que sucedieron el logro de la independencia y que culminaron en la humillante derrota contra las fuerzas invasoras estadunidenses en la guerra de 1846-1848.

La biografía de Mijangos (2015) ofrece un análisis detallado de las ideas filosóficas de Munguía y cómo evolucionaron y se radicalizaron en reacción al fracaso de todos y cada uno de los gobiernos del México independiente en consolidar un sistema político y gobierno estable y duradero. Al trazar los vaivenes del pensamiento jurídico, constitucional y moral de Munguía, desde que fue un estudiante de jurisprudencia, primero, y maestro después en el Seminario de Morelia en los años 1830-1840, hasta los años en que ejerció de obispo, enfocándose en sus obras, sermones, cartas pastorales y decretos, Mijangos hilvana un retrato intelectual de sus ideas y de las de la Iglesia que es enriquecedoramente complejo, sutil, de múltiples capas y matices. Con tal de mostrar cómo una biografía puede contribuir a la historia de las ideas, resumo aquí lo que se desprende de la obra de Mijangos sobre el pensamiento de Munguía. Para empezar no era reaccionario. No estaba a favor de medidas dictatoriales. De hecho, apoyó el establecimiento de un gobierno representativo republicano siempre y cuando se cediera a la Iglesia el poder y el espacio necesarios para asegurarse de que la política estuviera sujeta a claros principios morales y religiosos. Su defensa de la doctrina de la Iglesia católica estuvo, por lo tanto, fundamentada en la idea de que era la única garantía contra la tiranía y el decline moral y social del país. Fue un defensor apasionado de la importancia de la educación, viendo en un programa educacional sólido y moral, como el que desarrolló él mismo en el Seminario de Morelia, el único antídoto efectivo contra todas esas pasiones peligrosas que corrompen. En su modo de pensar, los miembros del clero eran los “guardianes de la moralidad y la justicia” y “los garantes del patriotismo” (Mijangos, 2015, p. 89). Igual que muchos de sus contemporáneos sus ideas se endurecieron con el tiempo en reacción a la crónica inestabilidad del país. Llegados a finales de los años 1840, Munguía se había convencido de que la civilización cristiana estaba seriamente amenazada por las pasiones revolucionarias a las que habían dado rienda suelta las revoluciones europeas de 1848 y el contexto de decline moral del México de la posguerra. Su postura en la década de 1850 fue el resultado de cuatro décadas de violencia política y medidas anticlericales agresivas. Fue su defensa a ultranza de los derechos y las libertades de la Iglesia católica que lo convirtieron en un enemigo obvio de los liberales de la reforma. Sin embargo, según Mijangos, lo que verdaderamente defendía Munguía era la autonomía de la Iglesia y una forma de republicanismo/nacionalismo católico, y no la causa de los conservadores propiamente. No se puede negar que Munguía inspiró a toda una generación de curas a oponerse a las reformas liberales de la década de 1850, negándose a celebrar la ratificación de la Constitución de 1857, boicoteando los juramentos de obediencia a la Constitución, y desobedeciendo las leyes de las autoridades liberales, contribuyendo a la discordia que condujo al estallido de la guerra de Reforma en diciembre de 1857. Hasta cierto punto puede atribuirse el que el clero acabara siendo expulsado del sistema político y perdiera gran parte de su riqueza a la intransigencia combativa de Munguía. Sin embargo, esto no necesariamente significa que fuera conservador. Paradójicamente, la creencia de Munguía de que se debía reforzar la autoridad e independencia de la Iglesia, se haría realidad gracias a las reformas liberales que separaron la Iglesia del Estado y permitieron que la Iglesia pudiera conservar y disfrutar de su autonomía.

El ejemplo de Munguía y la biografía de Mijangos sirven aquí para resaltar cuatro puntos interrelacionados que sustentan la defensa del género biográfico presentada aquí como medio de aproximarnos a la historia de las ideas (y de hacer una “historia total”). La biografía de hombres o mujeres de ideas: 1) nos permite analizar las ideas de las personas individuales en profundidad; 2) al incorporar en el análisis de dichas ideas el elemento de la vivencia y experiencia del individuo en cuestión, podemos entender de modo holístico la evolución de la persona y su pensamiento a la vez que fueron trascurriendo los años y cambió no sólo su contexto personal sino su contexto histórico particular también (la biografía ofrece el mejor medio para mostrar cómo cambiamos todos con el tiempo; cómo pudimos creer en tal o cual idea a los 20 años, y en algo totalmente distinto a los 50 sin ser necesariamente contradictorios o mancos de escrúpulos); 3) al tener en cuenta que “ningún hombre es una isla”,12 y que el biografiado es parte de una generación/grupo/comunidad, dicho análisis, inevitablemente, a través de la mirada personal, nos ayuda a entender el modo de pensar del conjunto al que perteneció dicho individuo en el sentido más amplio; 4) y por último, centrándonos exclusivamente en el contexto historiográfico del malentendido y olvidado siglo xix mexicano, la biografía de personajes pensantes como Munguía nos ayuda a entender mejor la complejidad del periodo a la vez que se van dinamitando todas esas generalizaciones simplistas y maniqueas heredadas de la historia oficial.

 

LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA SOCIAL

Inevitablemente, cuando pensamos en un individuo estamos forzados a pensar también en su contexto social. Michael Costeloe (1993, pp. 16-18) intentó describir a un hombre de bien arquetípico combinando datos biográficos de diversas figuras públicas criollas del México independiente, de clase privilegiada, que estudiaron en colegios como el de San Ildefonso, ejercieron de abogados, frecuentaron los casinos y el teatro en su tiempo de ocio, y apoyaron las actividades filantrópicas de la Compañía Lancasteriana, entre otros detalles semejantes, para darnos una idea de quiénes y cómo eran los mexicanos citadinos que formaron ese grupo de “gente decente” que compuso la clase política del México de la república central (1835-1846) y cuál era su entorno social. Es obvio que las biografías están más que bien situadas para ayudarnos precisamente a acceder a cómo debió ser vivir el día a día dentro de lo que fuera la capa social, étnica, y cultural del biografiado.

Al investigar la vida de una persona la necesidad misma de contestar preguntas sobre su vida personal nos fuerza a investigar una infinidad de aspectos sociales que pertenecen a la historia de la vida cotidiana. A continuación incluyo algunas de las interrogantes obvias, con sus preguntas sucedáneas o consecuentes y que atañen la historia social, para demostrar la simbiosis metodológica que existe entre la biografía y la historia social, entre investigar a un individuo e investigar la sociedad de la época, a saber: cómo fue su entorno familiar (y si fue común al de los mexicanos de esa clase particular y de aquella ciudad), cómo fue su relación con sus padres (y cuál era el modo acostumbrado de que se relacionaran padres e hijos en la época), cómo con sus hermanos, a qué colegios fue y cómo eran (qué materias se daban entonces y de qué manera), cómo fueron sus amigos de infancia y cómo se conocieron (y a qué jugaban los niños), qué acostumbraba comer (y qué solían comer los mexicanos de aquel entonces, y dónde compraban los ingredientes, y cuánto costaban), cuáles eran sus pasatiempos (y los de sus contemporáneos), qué ropa llevaba (y cuáles eran las modas del día), en qué momento se unió al ejército o empezó a trabajar (y cómo de habitual fue su progreso en las filas militares o en el bufete de abogados de turno), cómo se interesó en la política, qué papel tuvo la masonería en determinar sus primeras actividades políticas (y cómo eran las reuniones de las logias), en qué consistía su devoción católica, qué leía (y qué leían sus colegas, y quién publicaba los libros y cómo, y cómo llegaban los libros del extranjero), a qué periódicos estaba suscrito (y quiénes más lo leían y por qué, y cómo circulaba la prensa entonces y de qué manera), cómo conoció a su esposa y se casó (y por qué, y cuán habitual era que los jóvenes se casaran por amor, por necesidad, o por razones socioeconómicas, y cómo era una boda típica en la década de 1830), cuándo tuvo su primera amante (si es que la tuvo, y por qué, y cuán habitual era el adulterio). La lista podría seguir ad infinitum.

La mayoría de biografías publicadas hasta la fecha sobre el México del siglo xix, al ser biografías políticas, como se ha visto hasta ahora, no se han adentrado en detalle en la vida cotidiana de los biografiados y, por lo tanto, no han desarrollado de modo consistente la clase de aproximación a la historia social que aquí se propone. Es evidente que no siempre están las fuentes requeridas para permitirnos explorar cómo era el entorno social en el que se movieron nuestros personajes, cómo cambió con el tiempo a la vez que cambiaron ellos, y qué impacto tuvo en determinar su comportamiento (y el de aquellos contemporáneos suyos que pertenecieron al mismo grupo social, pueblo o partido político). No siempre hay cartas personales o diarios en los archivos que nos den acceso a la clase de información que nos haría falta para ofrecer una visión verdaderamente completa del biografiado en la que no sólo se pudieran analizar sus acciones políticas y la evolución de sus ideas, sino también la sociedad a la que perteneció desde una perspectiva personal y específica.

Sin embargo, en todas las biografías mencionadas hasta aquí, hay pistas que reflejan aunque de manera somera aspectos de historia social. En la biografía de Hidalgo de Herrejón Peredo, a modo de ejemplo, hay un capítulo (“En Dolores: las cuentas”) en el que se puede apreciar cómo se presentaban las cuentas de una parroquia, lo que podía costar arreglar una pared y parte del cimborrio de una iglesia (509 pesos y siete reales), y puestos a explorar las actividades financieras de Hidalgo (recaudando diezmos, pagando deudas y préstamos), apreciar las horas que dedicaban los curas párrocos a resolver un sinfín de problemas pecuniarios (Herrejón Peredo, 2014, pp. 149-156).

En el transcurso de investigar a Tornel, al haber sido presidente de la Compañía Lancasteriana, me encontré estudiando cómo eran las escuelas de primeras letras en el México independiente, lo que me llevó a publicar un estudio aparte sobre el impacto educativo que tuvo (Fowler, 1996c). Con Santa Anna, me sucedió algo parecido al investigar sus relaciones matrimoniales y extramatrimoniales. De nuevo, más allá de lo que incluí en mi biografía de Santa Anna, escribí un ensayo de índole sociológico sobre las esposas del caudillo, llegando a mostrar cómo tanto Inés de la Paz García como Dolores Tosta, dentro de su contexto, tuvieron vidas relativamente emancipadas, lo que de por sí me hizo revisar mi impresión inicial de la opresión que pudieron padecer las mujeres dentro de la institución del matrimonio en el siglo xix (Fowler, 2005). De modo parejo, al estudiar a Santa Anna y las múltiples maneras en que fue celebrado cuando estuvo en el poder, me encontré explorando en términos sociales (y antropológicos) las fiestas que fueron organizadas en su honor en su ciudad natal de Xalapa y el impacto que tuvieron en el imaginario de la población que participó en ellas (Fowler, 2002). Ya como último ejemplo, con base en lo que había llegado a descubrir de Santa Anna, pude contribuir con un trabajo sobre sus placeres y pesares en el volumen que coordinaron Pilar Gonzalbo Aizpuru y Verónica Zárate Toscano de historia social sobre los Gozos y sufrimientos en la historia de México. Entre sus placeres incluí las peleas de gallos (Fowler, 2007b), un tema que aunque figura en la biografía, quizá pudiera haber sido explorado con más detalle.13

Lo que se desprende de estas páginas es que la biografía tiene el potencial no sólo para contribuir de manera relevante y significativa a la historia política y a la historia de las ideas; también puede servir para ahondar nuestra comprensión de la historia social. Como se podrá apreciar en la siguiente y penúltima sección de este ensayo, la versatilidad del estudio biográfico abarca, en realidad, todas las posibles aproximaciones históricas: la económica, la militar, la jurídica, la diplomática, y la cultural. La biografía ofrece al historiador la oportunidad de hacer una “historia total”.

 

LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIA ECONÓMICA, MILITAR, JURÍDICA, DIPLOMÁTICA Y CULTURAL

Empezando por la historia económica, en los casos de personajes que participaron activamente en la vida económica del México decimonónico, fuera como hacendados, hombres de negocios, empresarios, cónsules o ministros de Hacienda, es inevitable que la biografía servirá de nuevo para contextualizar el desarrollo de las iniciativas y actividades económicas y comerciales del biografiado en cuestión y analizar, al mismo tiempo y de modo empírico, la evolución del desarrollo económico de México tanto con base en condicionamientos, ambiciones y preferencias personales como en tendencias macroeconómicas generales. Aunque todavía están por escribirse las biografías de la gran mayoría de los ministros de Hacienda del siglo xix mexicano, a modo de ejemplo, sí tenemos las biografías de Michael Costeloe y Paul Garner de dos empresarios británicos que influyeron en la economía mexicana, William Bullock (1773-1849) y Weetman Pearson (1856-1927), respectivamente (Costeloe, 2008; Garner, 2013). En el caso de la biografía de Pearson, más allá de la historia personal del empresario inglés, Garner nos fuerza a replantearnos nuestra comprensión de la naturaleza del imperio informal británico, al lograr demostrar convincentemente que quienes se beneficiaron de sus actividades económicas fueron tanto el mismo Pearson como el México porfiriano, en otras palabras: salieron ganando Pearson, su red clientelar, y el Estado, la sociedad, y la economía mexicanos en términos de inyecciones directas de capital y beneficios indirectos o spill-over gains (ganancias de derrame). Garner llega, de hecho, gracias a su enfoque biográfico, a la conclusión de que para comprender a Pearson y su imperio empresarial, es esencial verlo como un agente del desarrollo nacional mexicano y no como representante del imperio británico.

Yo, por mi parte, encontré que no me quedó más remedio que analizar las diferentes políticas económicas que fueron desarrolladas bajo el liderazgo de Santa Anna al trabajar los seis gobiernos sobre los que presidió, sin haber sido él ministro de Hacienda o un economista inspirado. Si nos fijamos tan sólo en las reformas que llevó a cabo su ministro de Hacienda, Ignacio Trigueros, entre 1841 y 1844, es posible apreciar el modo en que se intentó adoptar una política mixta en la que dependiendo de la región o el área económica se implementaron medidas proteccionistas y librecambistas simultáneamente, mientras que se logró, al mismo tiempo, recaudar más impuestos que en ningún otro gobierno hasta ese momento (Fowler, 2007a, pp. 221-222). En resumidas cuentas, si el biografiado participó en negocios o tuvo un papel determinante en el desarrollo de la economía, es obvio que su biografía contribuirá a mejorar nuestro entendimiento de la historia económica. Incluso si no lo fue y se obtienen datos de cómo se ganó la vida (arrendando ranchos y haciendas, invirtiendo en las minas, beneficiándose del contrabando), o superó tal o cual crisis (imponiendo préstamos forzosos, negociando con la Iglesia), habrá elementos de la biografía, por mínimos o secundarios que sean, que revertirán en una mejor comprensión de la historia económica del país.

Sucede igual con las biografías de los militares: al estudiarlos inevitablemente habrá que explorar cuestiones de historia militar (doctrina, logística, armamento, reclutamiento, estrategia, táctica, tecnología, liderazgo). Mientras que una biografía como la de Catherine Andrews (2008, pp. 316-322) de Anastasio Bustamante gira alrededor de su carrera política, no deja de haber pasajes propios de la historia militar, a modo de ejemplo, cuando analiza la campaña que lideró contra Paredes y Arrillaga y el padre Celedonio Domeco Jarauta durante la rebelión de la Sierra Gorda en 1848. Tanto en mi biografía de Tornel como de Santa Anna, fue inevitable trabajar cuestiones de historia militar, desde las reformas que implementó Tornel como ministro de Guerra (incluyendo el programa de educación militar que puso en práctica) (Fowler, 2000, pp. 146-149), a las estratagemas que adoptó Santa Anna en sus diversas campañas (Fowler, 2007a).

Como se debe estar haciendo obvio, lo que se desprende aquí de cómo la biografía es capaz de entrar en diálogo con la historia política, de las ideas, social, económica y militar, lo mismo puede decirse para la historia jurídica, la diplomática, y la cultural. Para no repetirme o agotar a los lectores, baste constatar que si la biografía de un abogado o legislador (por ej. Otero) tendrá, por necesidad, que abordar temas de derecho constitucional (por ej. la ley de amparo); la de un diplomático (por ej. Juan Nepomuceno Almonte) tendrá que hacer lo propio para cuestiones de historia diplomática (por ej. la firma de tratados como el de Mon-Almonte de 1859); y la de un político novelista (por ej. Manuel Payno) tendrá que tocar temas pertinentes al mundo literario y por lo tanto cultural de la época. La conclusión es que la biografía es un género increíblemente versátil y multifacético, capaz, más allá de narrar la historia de una persona, de contribuir de forma significativa al estudio de la historia política, de ideas, social, económica, militar, jurídica, diplomática, y cultural. Es más, y aquí va el reto a la nueva generación de historiadores, la biografía, al poder contribuir a todas las disciplinas históricas, puede, idealmente y en teoría, acercarnos a una “historia total”, es decir: una historia que abarca todas las historias en un solo estudio.

 

CONCLUSIÓN Y LLAMADO A LA NUEVA GENERACIÓN DE HISTORIADORES

Fue el jugador y luego entrenador de fútbol holandés Johan Cruyff (1947-2016), primero en el Ajax y luego en el Barcelona F. C., quien concibió y desarrolló la idea del “fútbol total”. Es una propuesta que parte de la idea de que todos los jugadores deben ser capaces de jugar en cualquier posición si hace falta. A modo de ejemplo, un defensa, según la teoría del “fútbol total”, debe poder atacar y meter goles del mismo modo que un delantero debe poder volver atrás y defender con confianza. El equipo ha de convertirse en un organismo versátil que, sin importar las posiciones de los jugadores al principio del encuentro, pueda, dependiendo de cómo vaya el partido, adoptar una auténtica pluralidad de estrategias ofensivas y defensivas, al ser todos capaces de jugar en cualquier posición y en cualquier parte de la cancha. Para lograr tal fin, y ya de entrenador, Cruyff (2016, pp. 50-53) hacía que sus jugadores jugaran en diferentes posiciones durante los entrenamientos, incluso, de vez en cuando, poniendo a los porteros titulares y suplentes de delanteros y viceversa.

Si se me puede permitir utilizar una analogía futbolística, es mi parecer, con base en lo defendido en este ensayo, que la biografía nos brinda, más que cualquier otro género histórico, con la oportunidad de aplicar la teoría de Cruyff al estudio de la historia, y hacer, por lo tanto, una historia total. El biógrafo ideal será aquel que, como los jugadores de Cruyff, pueda estar igual de cómodo tratando temas tanto de historia política como de historia jurídica, de historia social como de historia diplomática, de historia económica como de historia militar, y de historia cultural como de historia cotidiana. La biografía idónea será aquella que, a través del estudio de un individuo, tratando tanto su vida pública como privada, pueda ofrecer una interpretación de la época del biografiado que aborde todas las cuestiones suscitadas por su vida. El resultado será, como argüía R. J. Salvucci, al reseñar la maravillosa biografía que escribió Jan Bazant (1985) sobre Antonio Haro y Tamariz (1811-1869), una historia que, aunque se centre en las vivencias de un individuo, es capaz de proveernos con “una metáfora para la política mexicana de mitad del siglo xix” (Salvucci, 1993, p. 108).

Por todo esto, se hace sobradamente evidente que la biografía, como género, tiene el potencial para ofrecer una visión holística del pasado; una visión tanto particular como general que nos puede ayudar a entender mucho mejor el acontecer histórico. Teniendo en cuenta las lagunas que persisten en nuestra comprensión del olvidado siglo xix mexicano y el hecho de que hay tantas figuras históricas esperando todavía a ser biografiadas por primera vez, o biografiadas de nuevo incluyendo los avances historiográficos de las últimas tres décadas, es obvio que la nueva generación de historiadores tiene la obligación de darse a la tarea de corregir estas deficiencias. Es por ello que concluyo este trabajo con un llamado a la nueva generación de historiadores del siglo xix mexicano para que se dedique a hacer una historia total a través de estudios biográficos que nos permitan comprender ya de una vez, en detalle y a fondo, todos esos acontecimientos que seguimos sin comprender del todo, desde que estalló la guerra de la Independencia en 1810 hasta que dio inicio la revolución mexicana cien años después.

 

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1                      Como punto de referencia y a forma de ejemplo, valga la pena comparar el número de biografías que existe para los generales estadunidenses y mexicanos que lucharon en la guerra de México-EEUU (1846-48). En orden alfabético hay biografías para doce de los 23 generales estadunidenses que participaron en la contienda: William S. Harney (Adams, 1983); Stephen W. Kearny (Clark, 1961); Joseph Lane (Kelly, 1942); Franklin Pierce (Nichols, 1993); Gideon J. Pillow (Hughes, Jr. y Stonesifer, Jr., 1993); Sterling Price (Shalhope, 1971; Castel, 1968); John A. Quitman (May, 1985); Winfield Scott (Johnson, 1998; Elliot, 1937); Zachary Taylor (Bauer, 1985; Dyer, 1946; Hamilton, 1941); David E. Twiggs (Heidler, 1988); John E. Wool (Hinton, 1960); y William J. Worth (Wallace, 1953). En cambio y a modo de contraste seguimos sin biografías de por lo menos 17 generales mexicanos que lucharon en la guerra: Lino José Alcorta, Juan Nepomuceno Almonte, Pedro de Ampudia, Pedro María Anaya, Mariano Arista, Valentín Canalizo, Antonio Gaona, Pedro García Conde, Vicente Filisola, Manuel María Lombardini, José Manuel Micheltorena, Ignacio Mora y Villamil, Mariano Paredes y Arrillaga, Manuel Rincón, Mariano Salas, Gabriel Valencia y José Urrea.

2                      Al no poder ofrecer una lista exhaustiva de políticos que no han sido estudiados debidamente, me limitaré por cuestión de espacio, y a modo de ejemplo, a enumerar tan sólo aquellos políticos y militares que tuvieron un papel decisivo en la guerra de Tres Años o de Reforma (1857-1861) y que siguen sin haber sido biografiados: Miguel Cástulo de Alatriste, Marcelino Cobos, Juan José Baz, José María Blancarte, Miguel Blanco, Severo del Castillo, Manuel Doblado, Francisco García Casanova, Manuel María de Echeagaray, Epitacio Huerta, Tomás Moreno, Mariano Moret, Pedro Ogazón, José de la Parra, Anastasio Parrodi, José Ignacio Pavón, Manuel Robles Pezuela, Antonio Rojas, Anastasio Trejo, Adrián Woll, Juan Zuazua, y Féliz Zuloaga.

3                      Por mencionar tan sólo un ejemplo de una biografía relativamente reciente que continúa perpetuando ciertas leyendas negras en torno a “traidores” y “tiranos” como Iturbide y Santa Anna, véase Blanco Moreno (1991).

4                      Me refiero aquí a las consideradas primeras biografías de la Antigua Grecia y Roma con sus lecciones aleccionadoras escritas por autores como Jenofonte, Teofrasto, Cornelio Nepote, Tucídides, Tácito, Salustiano, y Plutarco, y que luego evolucionaron en las hagiografías y vidas de santos de los siguientes 16 siglos, para acabar convirtiéndose en las biografías de héroes nacionales que formaron parte de las historias patrias de los siglos xix y xx. Véanse Aaron (1978); Backscheider (1999); Hamilton (2007); Whittemore (1983).

5                      La expresión “con verrugas y todo” está atribuida al revolucionario inglés Oliver Crom­well (1599-1658), quien al ser retratado por el pintor sir Peter Lely, le exigió que le retratara tal y como era, “con verrugas y todo”. Sería con esta idea en mente –de que la biografía ha de mostrar tanto los defectos como las virtudes del biografiado– que las biografías a partir del siglo xviii, y como lo defendió el pensador inglés Samuel Johnson en un ensayo de 1750 (On biography. The Rambler, 13 de octubre 1750, núm. 60); véase también Lonsdale (2006), empezarían a buscar una manera más “objetiva” de reflejar las vidas de los biografiados. Véanse también Daghlian (1988); Cockshut (1974); Stauffer (1941).

6                      Me refiero aquí a la ola de biografías psicoanalíticas que empezaron a publicarse en el siglo xx, influenciadas por las teorías de Sigmund Freud, quien en su biografía de Leonardo da Vinci, interpretó la obra del artista según sus ideas sobre la neurosis, la homosexualidad y la represión sexual (Freud, 2008). A forma de ejemplo, la biografía del joven Martín Lutero de Erik Erikson interpretó sus acciones según la idea de que sufría de un complejo de Edipo (Erikson, 1958). Véase también Novarr (1986).

7                      Me refiero aquí a las biografías de artistas de cine, cantantes, deportistas, etc., que se encuentran entre los libros más vendidos en la actualidad, por ejemplo, Messi de Guillem Balagué (2014).

8                      Igual que en el caso de los trabajos de Hamnett (1994) y Garner (2015) arriba mencionados, el libro de Anna (1991) tampoco es una biografía convencional, personal o íntima. Sin embargo, no deja de ser un estudio sobre los eventos que acontecieron desde el final de la guerra de Independencia a la caída del primer imperio (1821-1823), que al enfocarse en ellos desde la perspectiva de Iturbide, nos ofrece un estudio biográfico (político) en el sentido amplio que se defiende en el presente artículo.

9                      Si se me permite una digresión personal, escribiendo desde mi despacho con vistas del claustro de St Salvator’s de la Universidad de St Andrews, una mañana gris de junio a pocos días de las elecciones generales del Reino Unido, yo puedo apoyar al partido laborista británico a nivel nacional, pero ponderar sobre si es mejor votar tácticamente por el Partido Democrático Liberal o el Partido Nacionalista Escocés (todo con tal de que no ganen los conservadores), al tenerse por seguro que los laboristas no pueden ganar el escaño de North East Fife. Votar por los liberales o los nacionalistas escoceses siendo laborista, bien pudiera parecer una contradicción desde lejos. Sin embargo, cuando se conoce el contexto local/regional, es posible entender mi manera de proceder. Y como el mío, el de tantos laboristas ubicados en ciertas zonas de Escocia.

10                    Como dijera Krauze (1994), se trata de “maniqueísmo [que] muestra que México no ha logrado reconciliarse con su pasado: por eso vive en la mentira o, mejor dicho, en la verdad a medias” (p. 21).

11                    Con sólo pensar en los pleitos que caracterizaron las relaciones de los militares más destacados del ejército conservador durante la guerra de Reforma, es obvio que tener biografías de todos ellos nos permitiría entender mejor qué defendían y por qué hubo tantas divisiones internas en su bando. Baste recordar que los generales Echeagaray y Robles Pezuela se volvieron contra el presidente Zuloaga en diciembre de 1858; que, aunque Miramón lo defendió contra ellos y lo devolvió al poder en enero de 1859, lo reemplazó él mismo como presidente “interino” el 2 de febrero, acabando por arrestarlo en mayo de 1860, a la vez que también hizo arrestar al “Tigre de Tacubaya”, Leonardo Márquez, en Guadalajara en noviembre de 1859. En todas estas, no sabemos con certeza tampoco cuál fue la relación de Tomás Me-
jía, que acabaría fusilado junto a Maximiliano y Miramón en el cerro de las Campanas en 1867, con Miramón o Márquez. Como va quedando sobradamente evidente, nos hacen falta biografías de todos estos personajes históricos.

12                    Me refiero aquí a la Meditación xvii del libro Devotions upon emergent occasions de John Donne (1624), en el que dice aquello de que: “No man is an island entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main (Ningún hombre es una isla aislada; todo hombre es parte del continente, parte del todo)” (The Oxford anthology, 1973, vol. 1, p. 1057), dando a entender que estamos todos ligados unos a otros, y lo que sufren unos, lo sufrimos todos.

13                    Para Eduardo Flores Clair no le di la atención merecida ya que Santa Anna “usaba las peleas de gallos como un arma política de manera permanente y que en ella reflejaba buena parte de su personalidad” (Flores Clair, 2014, p. 73, n. 39).