José Ortiz Monasterio
http://orcid.org/0000-0003-4323-6104
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, México
Resumen: El género biográfico, de tan antiguo y tan
extendido, requiere un análisis de larga duración. Se detecta la aparición de
la biografía desde las tablillas de barro que cuentan la vida de Gilgamesh y su
angustia por la muerte. Se advierte que no es posible comprender un texto de
hace 5 000 años sin reconstruir el horizonte de expectativas de la época. Esta
angustia por la muerte también está presente en Netzahualcóyotl. De otra
manera, más didáctica y moral comentamos las vidas de Plutarco, modelo para los
biógrafos de siglos por venir. Se intenta entrelazar autores mexicanos y
extranjeros para dar lo que podríamos llamar efecto carrusel, donde los autores
mexicanos obtienen la universalidad. En la segunda parte comento algunas
experiencias personales en torno al género biográfico que abarcan diversos
subgéneros, desde las biografías colectivas hasta mi biografía de Vicente Riva
Palacio y un acercamiento literario a la vida de Vicente Guerrero Saldaña.
Palabras clave: biografía universal; biografía México;
prosopografía.
Abstract: The genre of biography is so well-established and extensive that it requires a long-term
analysis. Biographies have been written since clay
tablets were used to tell the story of Gilgamesh and his anguish about death.
It is impossible to understand a 5 000 year old text
without reconstructing the horizon of expectations of the time. Netzahualcoyotl
was also anxious about death. In a more didactic, moral manner, we can discuss
Plutarch’s lives, the model for other biographers for centuries. This essay
brings together Mexican and foreign authors to create what could
be called “the carousel effect”, where Mexican authors obtain
universality. In the second part, I share a number of personal experiences
relating to the genre of biography and approaches to a variety of sub-genres,
from collective biographies to my work on Vicente Riva Palacio and a literary
approach to the life of Vicente Guerrero Saldaña.
Key words: universal biography,
Mexican biography, prosopography.
La prueba de que Gilgamesh existió realmente, que
no fue sólo una leyenda mitológica, reside en que su mayor afán era buscar la
inmortalidad, lo cual sólo interesaría a quien fuera mortal. Se dice que nacer
es naufragar y, en efecto, la muerte, como límite inexorable es un rasgo
fundamental de los seres vivos, pero sólo los seres humanos tienen conciencia
de ello.
La angustia por la muerte, tan antigua como
Gilgamesh, o tal vez anterior a él, parece ser un rasgo humano tan perdido en
el tiempo como el tabú del incesto. Pero el lenguaje brinda una salida que
consuela, pero no evita esa muerte: escribir la vida de hombres y mujeres para
que no se pierda la memoria de los grandes y no tan grandes personajes de la historia.
Las tablillas de arcilla que se han encontrado en Babilonia dan fe de que
Gilgamesh, rey de Uruk, fue un personaje real que después se transformó en
personaje legendario. Y la epopeya delata, en diferentes pasajes, la angustia
por la muerte. Debe leerse con reservas un texto escrito hace más de 5 000
años:
como caña de cañaveral
se quiebra
aun el joven lleno de salud
aun la joven llena de salud.
No hay quien haya visto la muerte
la muerte nadie
le ha visto la cara.
A la muerte nadie
le ha oído la voz.
Pero, cruel quiebra la muerte
a los hombres.
(Gilgamesh, 2016, p. 160)
Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, en otro tiempo y
lugar cantó la visión náhuatl del carácter perecedero no sólo de la vida, sino
del arte:
Yo Netzahualcóyotl lo pregunto:
¿acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
(León-Portilla, 1984, p. 49)
La fascinación de los antiguos egipcios por la
muerte es bien conocida. Muy a propósito del tema de la biografía es la teoría
de la nariz de Cleopatra, muy en boga en el siglo xix,
según la cual si sus narinas hubieran sido menos abiertas o el caballete más
pronunciado la historia universal hubiera sido muy distinta; lo particular
dominando lo general. Esto es llevar la teoría del grande hombre (o mujer) a un
grado superlativo, pero fue motivo de innumerables discusiones eruditas. Un
dejo de verdad tiene, sin embargo, si se le da el sentido de que algo mínimo
puede producir algo máximo; por ejemplo: no hay que confundir el incendio que
viene con una revolución, con la chispa que la provocó.
Plutarco de Queronea es
sin duda entre todos el biógrafo más célebre, pero a la distancia de poco más
de 2 000 años me pregunto si lo podemos entender directamente;1 él mismo
da señas de su diferente manera de historiar: “Haré porque, purificado en mi narración
lo fabuloso, tome forma de historia; más si hubiere alguna parte que
obstinadamente se resistiese a la probabilidad y no se prestase a hacer unión
con lo verosímil, necesitaremos en cuanto a ella de lectores benignos y que no
desdeñen el estudio de las antigüedades” (Plutarco, 1973, p. 36).
Se ha dicho una y mil veces que Aristóteles tuvo
como pupilo a Alejandro Magno y que gran influencia ejerció sobre él. Pero no
hay que perder de vista el otro lado de esta relación: Aristóteles sabía muy
bien que él orbitaba en el centro del Estado y pudo sentir la fuerza del poder.
Por supuesto Aristóteles, a diferencia de otros filósofos, defiende el derecho
de conquista. Dice Plutarco (1973) en la vida de Alejandro:
Porque habiendo [Alejandro] entendido después de haber pasado ya al Asia
que Aristóteles había publicado en sus libros algunas de estas doctrinas, le
escribió, hablándole con desenfado sobre la materia, una carta de que es copia
la siguiente: “Alejandro a Aristóteles, felicidad. No has hecho bien en
publicar las doctrinas acromáticas; porque ¿en qué nos diferenciamos de los
demás, si las ciencias en que nos has instruido han de ser comunes a todos?
Pues yo más quiero sobresalir en los conocimientos útiles y honestos que en el
poder” (p. 708).
La virtud de sus héroes queda escrita para que el
hombre libre culto (no los esclavos que había por todas partes) sacara una
lección que lo acercara a la virtud y lo hiciera aborrecer el vicio. Este
aspecto didáctico hizo que Plutarco (1973) se convirtiera en uno de los autores
más leídos de todos los tiempos. “La virtud natural –escribe Plutarco– se
aventaja a todo estudio y arte” (p. 39).
Además de las vidas de los santos, las novelas de
caballería son, durante la Edad Media, un remedo de biografías y siguen siendo
modelos de una vida ejemplar. Es curioso que en una época en la que todos
creían en el más allá nadie quería, salvo los místicos, dejar el más acá.
El Mio
Cid a mí me sigue gustando, especialmente en las ediciones que
confrontan el castellano medieval con el moderno. Y nos recuerdan que muchas
obras fundamentales, como La Ilíada, primero se
cantaron en las fiestas y mucho después fueron conservadas en forma escrita.
Hay ahora cierto desprecio por la memoria, que no se conoció en otras épocas.
Especialmente las composiciones rimadas pueden recordarse fácilmente. ¿Cómo es
posible dirigir una sinfonía sin partituras? La memoria es una facultad humana,
que debe aprovecharse, aunque no privilegiarse.
Se ha dicho que fue la Edad Media una época
oscura, pero se olvida que la alumbró Leonor de Aquitania, bellísima,
sapientísima y esforzadísima capitana en la segunda Cruzada. También se olvida
que entonces se escribieron El conde Lucanor por
don Juan Manuel y La Celestina por Fernando de
Rojas, faros de la cultura universal de muy sabrosa lectura que tienen, a mi
parecer, un fondo biográfico verdadero.
En el Renacimiento predomina aún el enfoque
biográfico, por ejemplo, siguiendo la cronología de las vidas de los príncipes
(los ciudadanos principales) y la preeminencia de lo particular sobre lo
general. Para Guicciardini (1969):
Truth resides therefore in the specific instance, in the particolare, in the clash of
egotisms as these work themselves in great events. And yet,
his cold surgical eye fixed on this cause, cautios
Francesco Guicciardini does not conclude that he has
isolated the cause. No historian was ever less
monomaniacal. Even thoug he would seam
to have tracked the motive power down to its source in individual behavior
–more specially individual ambition– ultimately all is
mistery, for all rests in the hands of Fortuna (p. xvii).
En las obras que escribieron los cronistas de
Nueva España, Cortés es retratado en algunas para ensalzarlo y en otras para
disminuirlo y son en gran medida biografías del conquistador. Cortés no entra
en el panteón del nacionalismo mexicano y, para condenarlo definitivamente, se
le deja fuera con el tajo torpe de fingir que nuestra historia comienza en
1810. O tal vez el problema sea que la desigualdad actual,
como por ensalmo, se le endilga al conquistador.
Es más fácil escribir una biografía que sufrir esa
vida. Quizá por ello Cervantes –hombre de pluma y también de acción– asevera
que es más pasable la vida del escritor, por más dolores de cabeza que le
aquejen, que la del soldado, porque este siempre está a punto de perder la
vida. El valor personal ha sido siempre muy estimado en los héroes; quienes
conocen dicen que llega un punto en que la vida ya no
estorba.
Los dramas históricos de William Shakespeare
buscan lo humano universal más que lo biográfico; nada para explicar la
ambición deschavetada que poner en escena a Macbeth;
nada para levantar el espíritu nacional que representar a Enrique
V, del que ahora nos llama la atención las abultadas cifras de los
enemigos muertos en la batalla de Agincourt, más
subidas que las que provocaba Alejandro el Grande quien, se dice, jamás perdió
una batalla.
En 1643 el jesuita Bolland
se impuso la inmensa tarea de publicar la vida de los santos, siguiendo su
orden en el calendario. Dedicó su vida a ello y la dejó inconclusa, pero fue
terminada por recomendación de eruditas autoridades clericales y seglares.
La vida y la obra de Sor Juana son extremadamente
disruptivas. Sus versos han tenido mayor repercusión que las acciones de
cualquier virrey; aun los románticos mexicanos la tuvieron por cima de las
letras, con todo y que detestaban el barroco. El soneto que dedica a Carlos de
Sigüenza y Góngora ¿no es decisivo para entender la biografía de ella y de él?
Y de las virreinas, tan poco conocidas, algo sabemos de ellas por los poemas
que les dedica Sor Juana2 (Cruz,
1979, p. 377).
Voltaire escribió El siglo de
Luis XIV (1751) y otros periodos históricos también se nombran por la
figura política más destacada de la época: el siglo de Pericles, la era
isabelina, la era victoriana. Sobre el siglo xviii
se cuenta con investigaciones recientes de las biografías colectivas y la idea
de la muerte de las elites, por ejemplo, el libro de Verónica Zárate Toscano
(2000), Los nobles ante la muerte en México 1750-1850.
Este tipo de trabajos enfocados desde la historia social tocan, de una manera
diferente, la vieja costumbre de morir.
En el siglo xix el
culto a los héroes llegó a equipararse con los nacionalismos. Así, Manuel José
Quintana, escritor español, rinde homenaje al almirante Nelson, vencedor de la
batalla naval de Trafalgar, muerto en ella por sangría de la femoral, como los
antiguos toreros; dijo Quintana:
Terrible sombra
No esperes, no, cuando mi voz te nombra,
Que vil insulte a tu postrer suspiro:
Inglés te aborrecí, y héroe te admiro.
(Riva Palacio, 1979, p. 200).
Con Ivanhoe (1820) Walter Scott inicia una revolución al crear la
novela histórica propiamente dicha. En tiempos anteriores se habían historiado
de manera literaria los tiempos pretéritos, pero lo que hace diferentes a Scott
y a sus innumerables seguidores es que tienen una nueva manera distinta de
comprender el pasado:
En todas las épocas se noveló el pasado pero fue
especialmente en el periodo romántico cuando las novelas históricas aparecieron
en constelación con una implícita filosofía de la vida. Los racionalistas
habían desatendido las raíces históricas de la existencia. Cuando ofrecían
asuntos lejanos apuntaban a lo inmutable; y la móvil relatividad y versatilidad
del hombre se les escapaba. La filosofía romántica, en cambio, insistió en que
vivimos en el tiempo y, por tanto, el sentido de nuestras acciones está
condicionado por las particularidades del proceso cultural. El novelista del
siglo xix –el siglo de la historia– enriqueció,
pues, el viejo arte de contar con un nuevo arte de comprender el pasado
(Anderson, 1974, p. 93).
Los héroes de la independencia de México han
tenido sus altas y sus bajas. A la apoteosis del triunfo insurgente siguió el
desencanto de la ruina económica y política del país, de tal modo que esos
héroes literalmente bajaron de su pedestal y se confundieron con los
transeúntes. La excepción, en el Caribe, de esta tendencia de pasar de lo
sublime a lo mundano, es el caso del cubano José Martí, quien murió en la
primera batalla de la guerra de independencia (1895) y quedó, para siempre,
héroe impoluto; por otra parte, dejó una obra escrita perdurable. A diferencia
de Hidalgo que tuvo tiempo de cometer algunos errores en Guanajuato, en el
Monte de la Cruces y en Guadalajara.
Durante mucho tiempo –ahora mismo– muchos
personajes de nuestra historia han sufrido severas e inútiles reconvenciones; O’Gorman (1974) propuso otra actitud:
Desconocer las flaquezas de los héroes para hacer de ellos figurones
acartonados que ya nada pueden comunicar al corazón; no conceder, en cambio, ni
un ápice de buenas intenciones, de abnegación y patriotismo a hombres y mujeres
eminentes que abrazaron causas históricamente equivocadas o perdidas; predicar,
en suma, como evangelio patrio, un desarrollo histórico fatalmente predestinado
al triunfo de una sucesión de hombres buenos sobre otra sucesión de hombres
malos, no es sino claro eco de un tipo de nacionalismo superado y dañino y cuya
supervivencia revela una lamentable falta de madurez histórica (p. 32).
Nativo de Escocia y con sólidos estudios Thomas Carlyle (1957) convirtió en doctrina la larga tradición de
escribir la biografía de las personas eminentes.3
La parte medular de su ensayo sobre Los héroes (1841)
dice así:
For, as I take it, Universal History, the history of what man has
accomplished in this world, is at bottom the History of the Great Men who have
worked here. They were the leaders of men, this great ones;
the modellers, patterns, and in a wide sense
creators, of whatsoever the general mass of men contrived to do or to attain;
all things that we see standing accomplished in the world are properly the
outer material result, the practical realization and embodiment, of Thoughts that dwelt in the Great Men sent into the world:
the soul of the whole world’s history, it may justily
be considered, were the history of these (p. 1).
Es interesante que Carlyle,
al referirse a los grandes hombres, ponga especial énfasis en los pensamientos de esos que fueron
enviados al mundo (la conciencia determina la vida) seguramente por una
Providencia. También puede apreciarse que el biógrafo, para serlo
verdaderamente, debe ser capaz de cautivar a su auditorio, debe ser muy buen
escritor. La respuesta en Estados Unidos correspondió a Ralph Waldo Emerson en
su famosa obra Los héroes representativos (1850).
En él es notable la estirpe puritana en la que cada uno tiene su propia
relación con Dios y comprobaba en el éxito económico (fomentado por el ahorro,
la frugalidad) ser un individuo del buen pueblo
elegido por Dios. Puritanismo este tan distinto a nuestros mayordomos que, en
las fiestas, queman el dinero en pirotecnia. El plan divino se cumple, para
Emerson (2015), cuando cada individuo, grande o no, asume su papel, su misión
personalísima:
En el plan divino, la virtud penetra en el universo
entero. Ningún hombre hay tan pobre que no participe de ella. A falta de
opulencia, puede poseer la sabiduría; a falta de sabiduría la fuerza (p. 103).
[…]
Yo soy responsable de toda la sabiduría que saco de la sabiduría de
Roma, de toda lección que me da la muerte de tantos héroes, de la decadencia de
tantas naciones (p. 116).
[…]
La tentativa de realizar, de fijar un pensamiento, un principio fracasa
continuamente. No se puede vivir sino para sí mismo; vuestra acción no vale
sino en tanto que os es interior. La imitación torpe de vuestras acciones por
vuestros hijos, por vuestros discípulos, no es la repetición, no es la misma
cosa, sino una cosa nueva. A cada individuo le corresponde
resolver por sí mismo el problema entero de la ciencia, de las letras, de la
teología. No podría deber nada a sus padres; no hay historia, no hay más
que biografía (pp. 259-260).
En México Carlyle fue
recibido con entusiasmo por el romanticismo y todavía en 1882 Vicente Riva
Palacio (1979) usaba sus conceptos para combatir al positivismo de corte spenceriano. Los argumentos del general son varios, entre
ellos el siguiente:
La teoría del grande hombre no implica necesariamente la idea de que
él ha creado los elementos sociales, sino de que él los amalgama, los combina,
los aprovecha y los dirige en tal sentido, que producen una evolución
inesperada, o que violentan la que debía venir; y en cualquiera de estos dos
casos, es la influencia de aquel hombre la que se siente en la evolución y la
historia de ella es la historia de él (p. 317).
Para muchos literatos de la época el romanticismo
cotiza a la baja y el modernismo a la alta, pero debe
recordarse que aquel en su tiempo fue sumamente rebelde y nos liberó del peso
secular que venía desde la acrópolis de Atenas hasta el palacio de Versalles;
después, fue mucho más fácil ser rebelde, como lo han sido todas las escuelas
que vinieron más tarde.
Así como la teoría del grande hombre encaja perfectamente
con el romanticismo igual lo hace con el capitalismo. A decir de Riva Palacio
(1979):
Y ahora, ¿podrá negarse que estos agrupamientos agrícolas, industriales,
etc., despiertan, se mueven se organizan y se ponen en actividad por la
iniciativa, el cálculo, la ciencia, la constancia o el atrevimiento de un
hombre? ¿Será necesario poner ejemplos de esto en un siglo en que las
sociedades anónimas, que nacen siempre de la idea de un solo hombre, están
produciendo una inmensa evolución en todo el mundo civilizado? ¿Será necesario
citar casos cuando apenas habrá individuo medianamente acomodado que no tenga
parte o intervenga de alguna manera en una sociedad anónima, creada por la
iniciativa de un solo hombre? (p. 316).
Otro aspecto importante para Riva Palacio es que
los pueblos no deben de ser ingratos con quienes han dado lo mejor de sí para
la existencia o la mejora del país. En otra obra, El libro
rojo (1870), se refiere este autor, siempre conciliador, a Agustín de
Iturbide y a su abuelo, Vicente Guerrero Saldaña, considerando a ambos
libertadores de México (Riva Palacio, 1946, pp. 351-352).
Entre muchas obras notables mexicanas del siglo xix al menos debemos mencionar el Diccionario
universal (1853-1856) que es la versión criolla de una obra chapetona y
la más erudita Bibliografía del siglo xvi de García Icazbalceta que ve la luz hasta 1886, con las biografías de
los autores cuyos libros reseña.4
Tal vez el biógrafo más prolijo de nuestro siglo xix fue el campechano Francisco Sosa, quien escribió
cerca de un millar de biografías breves que han sido plagiadas por muchos
diccionarios biográficos. Fue también crítico literario y misógino feroz e
irredento. Retrata sus límites en la biografía que escribe de Ignacio Ramírez
(Sosa, 1996, p. 40) al referirse a vaguedades y omitir el cataclismo de 1836
ocurrido en la Academia de San Juan de Letrán,5
en donde el temerario Ramírez sostuvo la tesis de que “Dios no existe. Los
seres naturales se sostienen por sí mismos”, antecedente remoto del Estado
laico. Su Ilustrísima nunca perdonó al Nigromante: en vida Ramírez formó parte
de la redacción de muchos periódicos, pero jamás publicó un libro. Como decían
entonces: el clero tiene emisarios por todas partes. Aun si estamos de acuerdo
con Plutarco, en el sentido de que deben disimularse los yerros de los héroes,
no es válido ocultar los pasajes decisivos para comprender al héroe. Gutiérrez
Nájera despachó a Sosa en cuatro versos:
El Sol publica una cosa
En verso pluscuamperfecto
Y lleva la firma Sosa
Y en efecto, en efecto.
(Ortiz Monasterio, 1996a)
Utilizar la biografía como ciencia auxiliar de la
historia siempre ha sido costumbre inveterada y viva. Esto puede comprobarse en
las dos obras de mayor aliento de la época, una coordinada por Vicente Riva
Palacio, México a través de los siglos (1884-1889),
y la otra dirigida por Justo Sierra, México: su evolución
social (1900). En esta última, en el capítulo titulado “La era actual”,
Justo Sierra combina la sociología con la biografía para desentrañar la
“ecuación personal” del general Porfirio Díaz.
Las innumerables biografías que se escribieron
sobre don Porfirio, cuando gobernaba –lo señaló Cosío Villegas– son casi todas
panegíricas o, más precisamente, hagiografías; tal vez se salvan unas pocas.
Con la llegada de la revolución se convirtieron en filípicas. Los años
inciertos que vinieron después y la polarización política no eran campo fértil
para los estudios históricos, pero hay rarezas, tal la biografía del cura
liberal decimonónico Agustín Rivera, escrita por Mariano Azuela (1942). La
autobiografía6 tuvo mucho
éxito entre los generales de la revolución, en esa forma de rectificación de la
historia para exagerar los méritos propios. En las Memorias
de Gastón N. Santos (1984), el autor relata, de dos maneras diferentes y
en distintas partes del libro, cómo conoció al presidente Ruiz Cortines; de
modo que estas supuestas fuentes de primera mano no inspiran confianza. Jorge Ibargüengoitia (1994) escribió una deliciosa
sátira de este género titulada Los relámpagos de agosto.
Una manera muy especial de entender al hombre y su
circunstancia fue la que defendió el filósofo español Ortega y Gasset. Una vida
–dice– no puede comprenderse en forma individual sino conociendo también lo que
hicieron los coetáneos: “La historia no se ocupa de tal vida individual; aun en
el caso de que el historiador se proponga hacer una biografía, encuentra a la
vida de su personaje trabada con las vidas de otros hombres y la de estos, a su
vez, con otros; es decir, que cada vida está sumergida en una determinada
circunstancia de una vida colectiva” (Martín, 2008).
Para Ortega y Gasset cada generación estaba
separada por 25 años, de modo que en cualquier momento podían coexistir tres
generaciones.
Entre nosotros el enfoque generacional ha sido muy
socorrido. Se le encuentra con mucha frecuencia entre los estudiosos de la
literatura. Entre los mexicanos que estudian las generaciones es obligado
mencionar a Luis González y González (1984), quien tiene la cortesía de ocultar
su privilegiada inteligencia detrás de un lenguaje de todos los días. Sus
panoramas generacionales, sin cuadros ni cifras, son óptimos.
Por otro lado, fuera de la academia, se han
publicado biografías muy valiosas por verdaderos conocedores de la historia y de
la política mexicanas, por ejemplo, los tres tomos sobre El
liberalismo mexicano de Jesús Reyes Heroles (1982), la biografía del
presidente Ruiz Cortines de Miguel Alemán Velasco7
(1998) y la biografía de Santa Anna de Enrique González Pedrero (1993). Porque
es muy fácil corregirle la plana, a toro pasado, a todos los personajes de la
historia, pero ¿en verdad sabemos tanto de realpolitik? Decimos cosas desde la comodidad de
nuestro estudio: Cortés no debió salir de Tenochtitlan, la educación que
impartían los jesuitas era nada porque eran curas, Iturbide perdió en Padilla
debido a los mosquitos, el muralismo es la representación artística más
importante desde las cuevas de Altamira.
Además, hay un tipo de biografía que utiliza la
ficción muy moderadamente, sólo para llenar los intersticios entre los hechos,
ajena a la academia pero que es un prodigio, me refiero a la biografía escrita
por Alejandro Sobarzo (2012) donde demuestra que Trist, el negociador estadunidense del Tratado de Guadalupe
no fue un ogro, sino un caballero. Esta obra tiene además el mérito de ocuparse
de la historia de otros países, Cuba y Estados Unidos. Y está muy bien escrita.
Un aspecto muy favorable del siglo xx fue el inicio de la globalización de los estudios
históricos. Con los antecedentes ilustres de Prescott y Bancroft
un nutrido contingente de historiadores extranjeros, muchos de ellos biógrafos,
en su mayoría estadunidenses pero también ingleses y
franceses, nos permitieron entablar un diálogo de altura. El método sistemático
y bien documentado de estas obras ha permitido que tengan, en muchos aspectos,
vigencia hasta nuestros días, ejemplo de ello es la biografía que escribió
William Spence Robertson (2012) sobre Iturbide,
publicada en inglés en 1953 y luego traducida. Hay también biografías cuyo
enfoque es el de otras disciplinas, como es el caso de la obra del antropólogo
Oscar Lewis (1963), The children of Sánchez.
La biografía, la historia toda, es un bien mostrenco
al alcance de todos los que puedan escribirla, por más que esto sea para
algunos inaceptables. La tolerancia es precisa aun cuando haya biografías que
utilizan el componente de ficción para fines porno, como es el caso de la del
cubano Reinaldo Arenas (1978). Los excesos de la libertad deben tolerarse para
que haya cierto grado de libertad, porque hay todo tipo de candados y escollos
en el camino y son muy pocos los que pueden decir: planté un árbol, tuve un
hijo, escribí un libro.
La renovación que representó la escuela de los Annales en
Francia, la cual se oponía a la “historia batalla” y privilegiaba la historia
económica y social, no dejó fuera de su proyecto a la biografía. El propio Lucien Febvre (1956), uno de los
fundadores de la escuela, escribió la de Martín Lutero: un
destino.
En la segunda mitad del siglo xx, en Estados Unidos, Francia e Inglaterra, se hicieron
investigaciones históricas utilizando el método de la prosopografía, es decir
biografías colectivas. Stone (1986) define la práctica de este enfoque: “La
prosopografía es la investigación retrospectiva de las características comunes
a un grupo de protagonistas históricos, mediante un estudio colectivo de sus
vidas. El método que se emplea es establecer un universo de análisis, y luego formular
una serie uniforme de preguntas” (p. 61).
Originalmente se creó como una herramienta de la
historia política, pero también ha sido usada por la historia social; al
principio se usó lápiz y papel, después computadoras.
Precursor del uso de la computadora en el campo de
la prosopografía de tema mexicano fue François-Xavier Guerra (1998) con su México: del antiguo régimen a la revolución. Esta obra es
de gran interés porque estudia dos periodos que se consideran antitéticos: el porfiriato y la revolución de 1910. En la medida en que
periodizar es una forma decisiva de interpretación la obra de Guerra es fuera
de serie y muestra que la ruptura que siempre se atribuye a esa revolución,
debe ponderarse por los muchos rasgos que tuvo de continuidad. Hubo quien
rechazara las investigaciones de Guerra, como fue el caso del maestro Moisés
González Navarro (1987). Hasta la fecha se discute qué aportó el general
Porfirio Díaz y cada quien responde con su verdad desde su “lugar social”,
según la expresión de Michel de Certeau (1987).
José Luis Martínez (1993) escribió un libro que
marcó y liberó a varias generaciones, me refiero a La
expresión nacional que contiene mucha información biográfica. En esa
época el canon había dejado fuera a autores necesarios, especialmente a los
románticos. Es difícil aquilatar ahora las agallas que requirió escribir ese
libro, en un tiempo en que las capillas, como los conventos coloniales,
remataban con almenas en el caso que se necesitaran. También escribió una buena
biografía de Hernán Cortés (Martínez, 1990) que llamaba, con rigor y amplio
fundamento documental, a una reconciliación con nuestro pasado. Sus estudios de
tema prehispánico, especialmente el que dedicó a Netzahuacóyotl
(Martínez, 1986), dejaban a las claras que, del periodo prehispánico y el
periodo colonial de nuestra historia, bien podía decirse lo mismo que se dijo
de los reyes católicos “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”.
Adicionalmente el maestro José Luis Martínez publicó, en varios volúmenes, lo esencial
de los documentos cortesianos.
El reverso de la medalla de la biografía como
ciencia auxiliar de la historia, que aspira a lo general, es el concepto de la
biografía literaria que propuso Marcel Schowb (1922):
El arte está en oposición con las ideas generales, no describe sino lo
individual, no desea sino lo único. No clasifica; desclasifica. […] Las ideas
de los grandes hombres son el patrimonio común de la humanidad: cada uno de
ellos sólo es dueño realmente de sus singularidades. El libro que describiese
un hombre en todas sus anomalías sería una obra de arte, como una estampa
japonesa en la que se ve eternamente la imagen de una pequeña oruga percibida
una vez a una hora particular del día (pp. 16-17).
Creo que esta idea del género biográfico, la versión
literaria llevada hasta el extremo, es poco común entre nosotros. Tal vez entre
en esta categoría Farabeuf,
de Salvador Elizondo (1965). Los más entre los autores de novelas históricas y
biografías noveladas prefieren aprovechar la ambigüedad de si es o no es verdad
histórica, y usan la ficción en el sentido de fingir, mentir, y no en el más
interesante de fabricar. La verdad histórica no es analizada como un problema
epistemológico sino como un capitalito del que no hay
que desprenderse, para poder así llamarse literatos o historiadores según
convenga.
En cuanto a la biografía histórica actual requiere
de una reflexión importante, lo mismo que cualquier otro género
historiográfico. Se ha superado la ingenuidad de otros tiempos e historia y
literatura son dos vertientes de un único propósito. François Dosse (2007) señala:
La biografía participa, así, en el giro interpretativo adoptado por los
trabajos históricos actuales y confirma la necesidad de no dejarse acorralar en
la fase alternativa entre una cientificidad que remitiría a un esquema monocausal organizador y una variación embellecedora. La
operación historiográfica, para retomar la expresión de Michel de Certau, es una operación compleja, mixta, que hace que
cualquier objetivismo sea caduco, lo que no quiere decir que por eso se rompa
con la esfera que para ella constituye desde siempre un contrato de verdad que
debe revelarse. “Es una mezcla, ciencia-ficción, cuyo relato es razonamiento
sólo en apariencia, pero no por ello está menos circunscrito a los controles y
a las posibilidades de falsificaciones” (p. 431).
Para Certeau no existe
sitio desde donde pueda enunciarse “la verdad”, incluso desde la academia, que
produce un discurso con pretensiones de “verdad”, encontramos sutiles lazos con
el Estado. La academia, en su mejor forma, debe trabajar en los márgenes del
Estado; su opuesto serían los estatutos de los partidos políticos, enunciados
desde el centro del Estado. La ficción se introduce de manera sutil en el
discurso histórico, por ejemplo, cuando se trabaja masivamente con la
computadora el técnico cree que los datos que le proporciona el historiador son
“la verdad”, en tanto que el historiador piensa que la tecnología le permite
construir una “verdad”.
El Diccionario Porrúa
Habiendo tenido a su cargo, primero el padre Ángel
María Garibay y después Felipe Teixedor, las primeras
ediciones, la quinta edición del Diccionario Porrúa (1994)
se realizó bajo la dirección de Miguel León-Portilla. Alejandra Lajous Vargas y el que suscribe formamos un equipo de
jóvenes historiadores para corregir y aumentar las cédulas, principalmente las
biográficas, del Diccionario Porrúa correspondientes
al siglo xx, que era la etapa de nuestra
responsabilidad. Recuerdo que visitamos a don José C. Valadés
quien había advertido errores en ediciones anteriores del Diccionario
Porrúa y nos conminó a corregirlos para que, en sus palabras, no
quedaran “para toda la eternidad”.
Las cédulas del Diccionario
Porrúa no vienen firmadas, pero en lugar aparte viene una larga lista de
los principales colaboradores. La antigüedad de la obra (la primera edición
data de 1964) refleja el empirismo de la historiografía de la época, que para
una obra de este tipo no estorba, partiendo de los siguientes principios para
las biografías: reunir hechos consumados (todos los biografiados habían
fallecido); se dan los datos con la mayor objetividad posible; se propone una
solución para los errores que resistieron a la diligencia que se procuró: “La
editorial ve con agrado toda comunicación referente a equivocaciones,
deficiencias omisiones, y acaso aun errores de las cédulas que se ofrecen” (Diccionario Porrúa, 1994, p. x).
Identificamos las entradas ya existentes
correspondientes al siglo xx. En seguida hicimos
una lista de ellas que permitió advertir fácilmente lo faltante; se
investigaron y redactaron las nuevas biografías, siguiendo siempre el formato y
las abreviaturas de las cédulas existentes.
En la quinta edición del Diccionario
Porrúa se logró aumentar un tomo más para sumar tres; en su mayor parte
las nuevas cédulas corresponden al siglo xx. Los
hermanos Porrúa insistieron en editar el Diccionario
Porrúa siguiendo el método tradicional, cortando y pegando los
negativos, a pesar de que ya se vislumbraba la era digital.
Este diccionario da a conocer la trayectoria de
los principales servidores públicos del poder ejecutivo, del poder judicial y
del poder legislativo. Suma 1948 biografías confeccionadas por los propios
funcionarios en respuesta a los cuestionarios que preparé para tal efecto. Así,
la información es coherente y homogénea; va más allá del curriculum vitae al
incluir en el cuestionario información interesante, por ejemplo, sobre la
profesión del padre y de la madre, útil para medir la movilidad social.
Para elaborar el cuestionario revisé el libro
fundador de Roderic Ai Camp
(1976), pero él jamás imaginó el detalle y la amplitud de información que una
fuente oficial llegaría a aportar. La limitación de este diccionario es que
informa sobre carreras en proceso de funcionarios que, en su mayoría, no habían
terminado aún su labor; se trata de un corte a la fecha del 1 de mayo de 1984.
El propósito fundamental de la prosopografía es
reunir una constelación de personajes que aquilatados y comparados pueden dar
luz sobre una profesión, un grupo político o una generación literaria. Casi
siempre son universos de elites, pues son estas las que con más frecuencia
pueden documentarse. Por ejemplo, hice una investigación sobre los médicos
mexicanos del siglo xix para indagar cuántos de
ellos, quiénes, de qué forma, durante cuánto tiempo y con qué resultados
ocuparon cargos políticos (Ortiz Monasterio, 2004, pp. 35-50). Dejando de lado
a los que ocuparon gubernaturas, así como otros cargos políticos menores, destacan:
Anastasio Bustamante, quien fue presidente de México, Valentín Gómez Farías,
vicepresidente, y Lorenzo de Zavala, vicepresidente de la república de Texas8 (Ortiz
Monasterio, 2004). El principio constitucional de libertad de trabajo del siglo
xix permitía el ejercicio de la medicina a todo el
mundo y había charlatanes por doquier. Pero además la charlatanería se
justificaba porque en Sonora, por ejemplo, a principios del siglo xix no había un solo médico graduado (Ortiz Monasterio,
1993b).
Otra forma prosopográfica,
por así decirlo previa, es cuestionar si la constelación que se elige realmente
constituye una profesión. Con los escritores mexicanos del siglo xix ocurre que, estrictamente hablando, no constituían
una profesión y se ganaban la vida escribiendo para los periódicos y en cargos
políticos. Una de las cosas que encontré es que los maestros de esgrima pagaban
impuestos, pero los escritores, más humildes, no los pagaban. Eso tiene su razón:
en el momento de un duelo no vienen al caso las coplas. Mi conclusión fue la
siguiente:
Creo que podemos convenir, según el examen que les he presentado, que desde
el punto de vista social y profesional la literatura fue en el siglo xix una actividad marginal, que no llegó a ser una
profesión propiamente dicha. No quiero decir que no haya sido importante para
la construcción del México independiente, más bien me inclino a creer que la
importancia enorme de la literatura aún no es debidamente apreciada por los
historiadores; pero en cuanto profesión, estrictamente hablando, no logró en el
siglo xix consolidarse como tal (Ortiz Monasterio,
1996b, p. 331).
En el libro coordinado por Leonor Ludlow (2002) para analizar a los ministros de Hacienda
desde 1821 hasta 1933, se les estudia bajo el enfoque, se adivinará, de la
historia económica. Tuve en suerte ocuparme del ministro liberal moderado
Mariano Riva Palacio, padre del general yerno del libertador Vicente Guerrero,
quien enfrentó la desolación del erario en los tiempos duros de la guerra
contra Estados Unidos (Ortiz Monasterio, 2002, pp. 229-246).
Don Mariano es recordado por su tenaz defensa del
archiduque Maximiliano, en el proceso o juicio sumario que se le siguió en
Querétaro; en el Estado de México también es reconocido pues fue gobernador de
esa entidad durante tres periodos. Pero se extraña, se extraña mucho, una
biografía cabal, toda vez que Jack Autrey Dabbs (1967) publicó una guía, pormenorizada como ya no las
hay, de su archivo personal que se guarda en la Universidad de Texas en Austin.
Como ministro de Hacienda del presidente José
Joaquín de Herrera (hombre honorabilísimo) don Mariano enfrentó la difícil
tarea de cuidar la indemnización de 15 000 000 de pesos, para que
este ingreso extraordinario con el que los estadunidenses pagaban la anexión
del territorio no se perdiera en gastos de poca trascendencia. Ellos no sabían
que la voracidad del enemigo estaba saciada, por lo cual se gastó mucho en el
ejército que defendía el norte. Los pagos atrasados de los empleados fueron la
otra sangría del cuerpo de los millones, por más que don Mariano intentó
ponerle coto.
La principal virtud de esta obra es el análisis de
larga duración de la Hacienda que, analizada a partir de la biografía de los
ministros del ramo, queda a la disposición del estudioso de las biografías
colectivas. Esta obra incluye además un gran número de cuadros, leyes y
reglamentos.
Dentro de la colección “Charlas de café con…”
contribuí con la biografía de Vicente Guerrero Saldaña, que debía ser breve y
literaria. La acción tiene lugar en un Cielo que se parece mucho a una laguna
de la Costa Chica, inmediata al mar Pacífico. La forma es un diálogo entre
Guerrero y el de la voz. De entrada, enfrenté un escollo de consideración: no
encontré ninguna biografía digna de tal nombre de Guerrero, prueba de que en
nuestra historiografía no hay lagunas sino mares. Sin embargo, percibí que el
enfoque literario permitía extrapolar información de otras fuentes históricas,
tal la visita que hizo el general Michelena a Tierra Santa, de donde trajo el
primer café que aquí se conoció; tal la peculiar capa dura del coco en que se
bebía el chocolate, que había yo visto en el Museo Regional de Chilpancingo;
tal el papel de correos que cumplían los arrieros a principios del xix.
Pero me resultaron aún más útiles mis experiencias
personales que permitían un relato más suelto y vívido o, como decían antes,
esas experiencias le dan a cualquier trabajo literario un colorido de verdad, a
través de la descripción de los detalles más exactos. Entre otras mercancías
los arrieros transportaban ganado y me fui muy útil ver cómo se conducía en
Bahía de Banderas un toro Brahman casi adulto, y en
consecuencia temible, por un hombre a caballo que me decía “no te agüazapes”; o el comentario, casi imperceptible, donde
señalo que al subir a una embarcación pequeña el peso del que la aborda debe
caer al centro de la canoa; o el gusto de mi generación por la música tradicional,
lo que me llevó a improvisar ciertas coplas algo picantes, en fáciles
octosílabos:
No le tengo miedo al miedo
sino al baile de esta chica
en este Cielo me quedo
¡que viva la Costa Chica!
(Ortiz Monasterio, 2009, p. 26).
Las escenas, las palabras subiditas de color, se
justifican porque dan verosimilitud al relato, pero, especialmente, es mi
opinión, para decirle a su majestad el lector que no lo hemos olvidado, que sus
deseos son órdenes. Tal vez este no debe ser el criterio que debe seguirse en una
elevada obra literaria, pero me considero historiador y me basta una prosa
animada. En otra parte también doy prioridad al lector con un párrafo que no es
invento mío:
[Yo:] ¿Conoció usted a la Güera [Rodríguez]?
[Guerrero:] No
en el sentido bíblico, profesor. Era una bella dama de alcurnia de la capital y
decidida partidaria de la Independencia. Es lástima que hoy no se recuerden sus
servicios al país pero sí, en cambio, que fue amante
de Simón Bolívar, del barón de Humboldt, de Agustín de Iturbide y, se sospecha,
también de su marido (Ortiz Monasterio, 2009, p. 71).
La ventaja de este texto es que su lectura es
amena, la desventaja que hay demasiadas fechas y datos históricos que se
pudieron haber quitado y eso que dejé pocas.
La historia contrafactual
ha sido primero imaginada y luego cuantificada por historiadores estadunidenses
quienes, para medir el impacto de los ferrocarriles en su país observaron al
otro: ¿qué hubiera pasado si en lugar de ferrocarriles se hubiera construido
una amplia red de canales desde el Mississippi y el Ohio?
La hipótesis de que Zapata no murió en Chinameca
es, para la historiografía al uso, contrafactual,
pero no lo es desde la perspectiva literaria que puede tener su propio faro,
que era lo que me pedían los editores de El libro rojo.
Se privilegiaba la verosimilitud, antes que la “verdad” histórica (Ortiz
Monasterio, 2008).
Yo cuestioné, reitero, si Emiliano Zapata en
efecto había muerto en Chinameca. Todo empezó en un paseo por el convento del
hospital donde los viejos del lugar me aseguraron que Zapata no había muerto
como se cree, sino que dejó las armas y partió a Italia o, según otros, a
Turquía o a Arabia, tierra de óptimos caballos.
Fui encontrando, al estudiar la muerte del caudillo,
muchas rarezas. El documento principal que da fe de la muerte de Emiliano
Zapata es la fotografía famosa que le tomaron al cadáver en Cuautla; mas esa
cara abotagada bien pudo ser la de un primo o un compadre. Lo más extraño es
que el exzapatista que reconoció in situ al muerto fue fusilado cuatro días después por
los carrancistas, ¿por qué fusilaron a tan importante testigo?
El parte oficial zapatista, escrito el mismo día del trágico suceso por el mayor Salvador
Reyes Avilés, en el que se informa del acontecimiento, es extrañísimo. Está
escrito con fracasados pero laboriosos vuelos literarios y viene acompañado de
muchas cartas y documentos probatorios. Es más lógico pensar que tamaña noticia
se escribiera en cualquier papel en la cabeza de la silla y se entregara a todo
galope. Pudo haber sido de otra manera, pero el parte oficial me parece que es
un fingido lamento, no expresa la conmoción del primer duelo.
Un gallo tan jugado como Zapata jamás se hubiera
presentado con unos pocos hombres en la hacienda de Chinameca para enfrentar a
Guajardo, el enemigo de ayer que fingidamente se ponía a las órdenes del
caudillo del Sur. Este cuidaba mucho de lo que se daba de comer y tenía
preferencia por el atole confeccionado frente a sus ojos. ¿Tantos años de campaña,
esquivando mil peligros para caer en una celada que él mismo fue a encontrar?
El porqué del exilio de Zapata es una tradición
(leyenda), pero puede explicarse si se considera que la revolución zapatista
acusa características muy propias. Era de gran peligrosidad pues la guerra
llegaba hasta las goteras de la capital, ya por la vía llana de Cuautla o bien
por la ruta montañosa de Topilejo, Tlalpan y San
Ángel. Por otro lado, a diferencia de otras regiones, la tierra y el agua ya
habían sido repartidas en Morelos, que era la principal reivindicación de aquel
primer zapatismo. ¿Hubo un pacto que ratificaba ese reparto agrario, a
condición de que Zapata saliera del país? Es decir, jaque, pero no mate.
Mi texto sobre Zapata da cuenta de una
investigación que hice para fines literarios que alcanzara la verosimilitud,
pero se convirtió en un escrito de dudoso género híbrido. En la vieja cuestión
de la verdad, que discutir en serio es harina de otro costal, debe considerarse
que un texto historiográfico no puede siempre distinguirse de otro literario:
no son de diferente color o sabor, o aun de estilo, que a las claras los haga
distintos. Una cita directa o una nota al pie forman parte del estilo
historiográfico, pero por diversas razones no son verdades irrefragables ni el
aparato crítico ni la aparente erudición.
En este plano, completamente literario, bien puede
decirse que los viejos de Anenecuilco conminaron al
bravo Emiliano para que depusiera las armas y partiera a Arabia, donde el
Califa lo tendría como caballerizo mayor; por las noches reposaría en su serrallo.
Un verano en la Universidad de Texas en Austin (y
años de investigación preliminar) fue bastante para documentar la vida de
Vicente Riva Palacio. Treinta mil documentos; pero conté con la ayuda
invaluable de la guía inédita de ese archivo (existe una copia en la biblioteca
del Instituto Mora) elaborada por Jack Autrey Dabbs, finado. Conocí a la viuda quien me dio acceso a la
guía y me mostró su poema “The tiger”,
sobre el cual comenté que era un tigre agazapado que, lenta y extrañamente, se
queda dormido; entablamos amistad.
La otra colaboradora fue la fotocopiadora,
literalmente a tres pasos del escritorio que yo ocupaba, que me brindó el
auxilio de sus luces; al oscurecer yo verificaba que no faltara ninguna foja en
los documentos fotocopiados. En consecuencia, la principal dificultad para
escribir la biografía de Riva Palacio fue el exceso de información; el caso
contrario es el más común. Adicionalmente, para la publicación, tuve que
trabajar a paso veloz: el compromiso con el Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes era entregar la biografía en seis meses; a veces los plazos son
freno, otras veces acicate. No se trata de una biografía general, en el sentido
de que se ocupe de todos los actos y todas las obras del personaje; es solo una biografía que sin duda puede mejorarse. Lo más
interesante de este proyecto fue que la colección originalmente imaginada por
el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes resultó desigual, no pudo
publicarse completa porque cada autor tenía su propia idea de lo que era una
biografía. Las había breves y literarias, otras medianitas sin notas ni
bibliografía y muy pocas pretendieron ser históricas, extensas y profusamente
anotadas. ¿Qué es una biografía? Es una pregunta que tiene muchas respuestas.
¿En qué medida se identifica el biógrafo con el
héroe? En mi caso muchísimo. Mi maestro Lothar Knaut lo llamaría una experiencia vicaria. Escribir una
biografía es, insisto que en mi caso, una forma de
complicidad entrañable que busca poner en valor la vida y la obra del héroe. Es
cierto que se establece un diálogo, pero con la ventaja de que el otro está
muerto; cierto se hacen numerosas citas textuales, pero el ventrílocuo se
considera el mandamás que quiere hacer creer que, en efecto, hay un diálogo. Pero
cualquier trabajo mío (y sospecho que no estoy solo) más se parece a una
fabricación y a un acto de imaginación que a una deducción, retrato fiel de los
documentos. Edmundo O´Gorman relataba el caso de un
libro que había leído donde el autor se jactaba de que todo lo que decía estaba
basado en documentos, mejor hubiera sido –decía don Edmundo– que publicara los
documentos, en vista de que nada aporta él. Respeto otras posibilidades, pero
para mí la interpretación es de preferencia una transfiguración como la que
apunta el título de la primera novela de Riva Palacio (1997): Calvario y Tabor, luego viene el laborioso trabajo de
comprobar y componer la hipótesis. El Tabor es un episodio bíblico donde Cristo
se presenta, transfigurado, ante los apóstoles. Así México, con el triunfo de
1867 se transfigura, muere la opción monárquica, fenece definitivamente la
Nueva España.
He escrito otros dos libros sobre la obra de Riva
Palacio: Historia y ficción. Los dramas y novelas de
Vicente Riva Palacio (1993a) y México eternamente.
Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia (2004). El primero
está escrito con un flujo natural que tal vez he perdido. El segundo cumple mi
objetivo de origen –comprender la obra historiográfica de Riva Palacio–. En
ambos hay información biográfica original. Además, los textos escritos por el
general Riva Palacio son ricos y variados, sin duda fuentes indispensables en
el caso de las biografías de escritores, como lo fue el general. Edité también
las Obras escogidas de Vicente Riva Palacio en 16
volúmenes (1996-2006), para lo cual invité a diversos académicos a hacer los
respectivos prólogos; con alguna intervención importante de mi parte creo que
la multiplicidad de lecturas fue una opción atinada.
En ese primer libro mío, Historia
y ficción (1993a), utilicé como parapeto la advertencia de que yo
analizaría los dramas y novelas de Riva Palacio en lo que tenían de histórico,
no de literario. Pero más tarde comprendí que no es posible hacer una
distinción precisa de historia y literatura, que se explican mejor como vasos
comunicantes. En consecuencia es preciso que el
historiador que se ocupa de un escritor se acerque a los críticos literarios,
participe en sus seminarios, se atreva en sus congresos. Hallar un lenguaje
común no es tan arduo tratándose de disciplinas que son primas hermanas, por
decir lo menos. Lo estético no es inasequible para el historiador. Posiblemente
yo me quedé corto, pero me afané.
La biografía también sirve para obtener
interpretaciones más generales. La apreciación de la época en cuestión, sobre
la cual se podrían reunir fácilmente un millón de documentos, se beneficia por
una cala profunda, un destino individual (lo particular), que se sigue
pormenorizadamente y que aun sabiendo que el resultado será inacabado, y
seguramente parcial, cada nuevo documento, cada momento de inspiración creadora
provocan efectos siempre recomendables. Creo que ese es precisamente el
objetivo de la biografía, entender una época sin olvidar a los hombres de carne
y hueso que hicieron contribuciones importantes al país, en la guerra y en la
paz. La interpretación que hace Riva Palacio de una historia integral que
valora a Cuauhtémoc tanto como al Cid, es decir la interpretación mestiza de
nuestra historia me parece una contribución fundamental.
Se me llamará monotemático o cuando menos
exagerado por haber dedicado tanto tiempo –no todo– a reconstruir la biografía
de un solo hombre; por lo mismo he llegado a pensar que, si hay una
documentación y una obra con qué trabajar, se puede dedicar una vida entera a
escribir una biografía y quedarse corto.
Por otro lado, los vínculos del biógrafo aparecen
por todas partes. No sólo sus filias y fobias sino el “lugar social”, diría
Michel de Certeau, que ocupa. Mi formación en la
Facultad de Filosofía y Letras de la unam,
también en la Universidad Iberoamericana son perceptibles. Lo mismo mis
orígenes familiares, mis gustos literarios y mi predilección por la historia de
la historiografía y la teoría de la historia; incluso un hallazgo casual en una
librería de viejo, cuando yo trabajaba en la Secretaría de Educación Pública.
Vínculos no son vagos lazos; etimológicamente significan cadenas.9
Es buena costumbre, en toda antología (Buarque de Holanda, 2007), hacer una introducción que
permita conocer la biografía del autor. Esta tarea llega a ser ingente cuando
se trata de un extranjero que escribió en otra lengua y, en consecuencia, es
poco conocido en Hispanoamérica. En consecuencia, debe explicarse el contexto
en el que vivió el personaje pues de otro modo no puede distinguirse lo
pertinente de lo que no lo es, lo personal de lo social. Además, deben hacerse
algunas aclaraciones sobre aspectos que pueden causar confusión, por ejemplo,
el término “modernismo” que en Brasil puede fecharse a partir de 1922 y no
tiene relación alguna con el “modernismo” hispanoamericano.
Lo que más admira de la literatura brasileña del
siglo xx es que, desde el punto de vista mexicano,
la búsqueda de una literatura propia es tardía, pero tiene un vigor muy
considerable. Tal vez esto se deba a que nosotros estamos anclados en una rica
cultura secular, en tanto que en Brasil lo que más interesa es el futuro: aquí
el jarabe tapatío, allá la samba. O, por decirlo en términos académicos, los
eruditos brasileños tienen en poco su pasado; el mundo indígena les parece
primitivo, el dominio portugués de poca monta: “Por exemplo,
sem ignorar o papel do Infante Dom
Henrique (1394-1460) e sua legendaria Escola de Sagres no incentivo à expansâo, hoje nâo se acredita que esses fatos tenham sido tâo relevantes quanto se pensaba até algunos anos
atrás” (Fausto, 1999, p. 20).
Algunos procesos fundamentales tienen otra lógica
allá. Durante el siglo xix Brasil fue gobernado
por monarcas de origen portugués pero el país había alcanzado la independencia
desde 1822; en 1888 se da la abolición de la esclavitud y la república se
establece en 1889. En contraste con la modernidad que en el siglo xx se observa en Brasil, primero en el ámbito del
conocimiento y después por todas partes.
Si Borges quería definirse no por los libros que
había escrito sino por los que había leído, bien puede trazarse el perfil de Buarque de Holanda a partir de su biblioteca, que suma más
de 8 000 libros y supera los 200 títulos de publicaciones periódicas, así como
600 obras raras (siglo xix y anteriores).
Seguramente Buarque tuvo varias bibliotecas y esta es
reflejo de lo que el autor quiso guardar al final de su vida. Es la Universidad
de Campinas la que resguarda la biblioteca y el
archivo personal del célebre paulista, perfectamente organizados. Hay una
sección especial de artículos sobre don Sérgio,
conservados originalmente por su viuda, de señalada utilidad.
El archivo de la colección Sérgio
Buarque de Holanda también conserva numerosas
fotografías; pedir reproducciones y solicitar permiso para su publicación fue
un proceso muy ágil, como lo fue también el proceso de xerocar (fotocopiar)
muchos textos.
Mi trayectoria profesional, como se ha visto, casi
siempre ha estado cerca de los estudios biográficos. Lo anterior lleva a
preguntarme ¿qué es un biógrafo? Es un escritor mirón que le interesa lo
particular, solidario con los hombres y mujeres del pasado que pretende poner
en valor, con cierto toque moral del que es difícil escapar. También es un
científico que busca, mediante los estudios biográficos y en el universo
colectivo de la academia, hallar verdades –más exactamente un discurso con
pretensiones de verdad– con sabor a carne humana.
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1 La construcción de la visión idealizada de
los griegos es explicada por Bernal (1987).
2 Algunos piensan que las obras en prosa son
más dignas de crédito que la poesía, pero puede mentirse lo mismo en prosa que
en verso. Ejemplo perfectamente fidedigno de historia escrita en verso es la Historia de la Nueva México (Pérez de Villagrá
[1610] (1989).
3 Otra obra notable de Thomas Carlyle (2015) es Sartor Resartus. Christopher
Domínguez (2004) la ha puesto de nuevo en circulación al utilizar fragmentos
como epígrafes capitulares en su Vida de fray Servando.
4 Por cierto, hace mucha falta una
bibliografía de biografías.
5 Véase también Ortiz Monasterio (1991;
1996a).
6 Entre los historiadores que escribieron
autobiografías está Gibbon (1949) y, escrita en
tercera persona, Vico (1970). Más recientes son las autobiografías de Luis Cardosa y Aragón (1986), y Luis Buñuel (1982). Este último
asegura que lo decisivo es en compañía de quién mueres, supongo que quiere
decir los familiares, los amigos que quedan.
7 Esta obra vale mucho en la medida de que
el hijo del presidente Miguel Alemán Valdés no oculta su lugar de privilegio.
8 Zavala aprendió medicina con un par de
libros que le proporcionaron durante su prisión en San Juan de Ulúa.
9 En Roma pude ver el San Pedro in vincoli, de Miguel Ángel, y las cadenas que le atan.