10.18234/secuencia.v0i105.1594
Artículos
Contracultura e izquierda estudiantil. Festivales musicales y protesta
encubierta en México:
Avándaro y Monterrey, 1971
Counterculture and Leftist Students.
Music Festivals and Covert Protest in Mexico:
Avándaro and Monterrey, 1971
J. Rodrigo Moreno Elizondo1*,0000-0003-4131-317X
1Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de
México, México, jrmorenoelizondo@gmail.com
Resumen:
En este artículo ofrezco una interpretación del proceso
de articulación entre la práctica política de la izquierda y la contracultura
en los festivales musicales mediante el impulso de la protesta encubierta,
tomando ventaja del anonimato entre la multitud. Da cuenta de la tensa relación
desarrollada entre ambos mundos por cerca de una década hasta converger
coyunturalmente, luego de ser objeto de represión gubernamental en los espacios
de audición musical abierta y masiva. La contracultura no era un campo ligado
por antonomasia a la izquierda, pues era fuertemente disputado por el Estado y
sus instituciones en aras de cooptarlo, así como por la izquierda
anticapitalista. Analiza los factores que llevaron a dicha convergencia, pero
también a su distanciamiento final, derivado de las tensiones inherentes a la
masificación de la contracultura, el cultivo despolitizador
y mediatizador por parte del gobierno, y el
descrédito público.
Palabras clave: contracultura; protesta social; izquierda; infrapolítica;
festivales musicales.
Abstract:
This article provides an
interpretation of the links between the political practice of the left and
counterculture in musical festivals through the promotion of covert protest,
taking advantage of the anonymity of the crowd. It describes the tense
relationship between these two worlds, which existed for about a decade until
they eventually converged, after being subject to government repression, within
the sphere of open, mass music performances. Counterculture was not a sphere
automatically linked to the left, since it was continually
fought over by the state and its institutions in order to co-opt it as
well as by the anti-capitalist left. The paper analyzes the factors that led to
this convergence, but also to their eventual
distancing due to the tensions inherent in counterculture, the depoliticizing
and mediating efforts on the part of the government and public discredit.
Key words: counterculture; social protest; left; infrapolitics; music festivals.
Fecha de recepción: 15 de mayo de 2018 Fecha de aceptación: 20 de diciembre de 2018
Introducción
En los últimos años hemos adquirido mayor comprensión de
la dimensión política de la contracultura,[1] particularmente
de su relación con organizaciones políticas. Sabemos que fue fundamental en los
procesos de definición política de la nueva izquierda y la nueva derecha en
Estados Unidos (Klatch, 1994; Rossinow,
1997), dentro de la oposición nacionalista en el bloque socialista (Madigan, 2011) y en el debate público neoyorkino a
propósito de la revolución cubana (Rojas, 2016). Para Latinoamérica, sabemos de
su relación con el movimiento estudiantil en Uruguay y Chile (Scheuzger, 2018, pp. 246-347) y del papel desempeñado por
la militancia política en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) chileno (Salinas, 2013, pp. 293, 310-311). En el
caso de México, está presente en la configuración de un ethos de izquierda particular, y recientemente se
ha reconsiderado su relación con el activismo político (Scheuzger,
2018, pp. 340; Zolov, 2002; 2012). Sin embargo, es
exiguo nuestro conocimiento sobre su articulación en los festivales musicales.
No es extraordinario pensar que un momento de la
reproducción viva de la música, como excepción de la cotidianidad y fenómeno de
masas, representara la posibilidad de articular política y contracultura. En
Estados Unidos es conocido el impulso de una revolución político-cultural por
un segmento de Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS,
por sus siglas en inglés) en vinculación con los hippies,
por medio del periódico subterráneo Rag
y del festival universitario Gentle Thursday (Rossinow,
1997, pp. 80 y 94-102). Sabemos que festivales
contraculturales masivos en Latinoamérica expresaron el desencanto juvenil con
el Estado-nación, así como la búsqueda de un sentido comunitario y vital
alternativo (Pacini, Fernández y Zolov,
2004, pp. 7-11; Zolov, 2009a, pp. 379-383).
Para el caso mexicano la historiografía se ha centrado en
el festival de Avándaro, realizado el 11 y 12 de
septiembre de 1971. Músicos, cineastas, escritores, editores, periodistas y
escuchas reconocen en el mito que lo envuelve. La interpretación vigente se
puede sintetizar de la siguiente manera: Avándaro fue
el punto culminante de un impulso histórico en el que el rock
mexicano participaba de la industria nacional y transnacional hasta que el
gobierno lo reprimió en medios masivos, producción y presentaciones. Además del
abuso en el consumo de drogas, el nudismo contracultural o el contenido de la
música que incitaba esas prácticas, el acto al que se atribuye la represión no
eran sólo las letras, sino el exhorto de los músicos a comportarse así y a usar
un lenguaje soez. La incitación “¡chingue su madre el que no cante!” de Felipe
Maldonado, baterista de Peace and Love,
transmitida por Radio Juventud, es considerada la causa de la represión. Eso
condenó a la música al subterráneo (Paredes y Blanc,
2010, pp. 410-411; Zolov, 2002, pp. 281-282).
Sin embargo, es necesario atender con mayor detenimiento
la relación entre la izquierda y la contracultura en tales espacios. Avándaro ha sido interpretado como un momento de afirmación
política de una juventud “roquera” rebelde y contestataria (Peza,
2013, p. 40), sin considerar el mundo de significados y prácticas de la
contracultura. También se ha considerado como una zona parcialmente liberada
propicia para el desorden, que afirmaba una “política de antipolítica”
y la implementación de un dispositivo policiaco como parte de los temores
gubernamentales fundados en una potencial
conjunción de estudiantes de izquierda con las masas. Si acaso la literatura ha
identificado su cariz político con la petición de un minuto de silencio “por
los que murieron” con los asesinatos en Tlatelolco o la represión del 10 de
junio, en realidad aludía a músicos o la interpretación de Street fighting man
de los Rolling Stones por parte del grupo Three Souls in My Mind (Zolov,
2002, pp. 283-285). Al no profundizar sobre el carácter potencial y al aceptar
lo “antipolítico” se soslaya el vínculo con la
izquierda.
Así, me interesa abordar la articulación entre la
izquierda y la contracultura dentro del festival de Avándaro.[2] Hubo
formas de apropiación del evento como la explotación económica de los
organizadores, las prácticas antiautoritarias y contraculturales dentro del
ambiente sonoro brindado por los grupos de rock
chicano, pero también acaeció un intento de cultivo de su dimensión política.
Para acceder a dicha arista partimos del reconocimiento de la complejidad
histórico-social para profundizar en la comprensión del fenómeno y sopesar la
relevancia de esos espacios para exteriorizar la disensión y las prácticas
contraculturales.
Ello exige no reducir la música a la materialidad de un
objeto cultural aislado, a la mercancía, a su contenido o forma (sonora o
escrita), ni siquiera a la reproducción viva. En lugar de esta concepción
abstracta que no sitúa al objeto en sus relaciones y determinaciones, pienso
que la música debe ser comprendida como un proceso multidimensional con
determinaciones históricamente establecidas. El objetivo de este artículo es
explorar el vínculo contracultura-política mediante la música, considerando el
momento de convergencia en la reproducción viva en la esfera del consumo dentro
de las relaciones musicales de producción vigentes (Adorno, 2009).
En función del problema de la articulación se precisa de
un enfoque específico respecto de la izquierda.[3] Por lo
tanto, abordo la práctica política como criterio analítico de la construcción
política, examinando la vinculación con los sectores sociales, y considerando
dialécticamente las representaciones, los objetivos y las limitaciones
estructurales. Es decir, las formas concretas de hacer política ligadas con
procesos de representación y apropiación que vincularon la contracultura, la
izquierda y los festivales. Para abordar las limitaciones cognoscitivas puestas
por la caracterización de las prácticas contraculturales como antipolíticas es central la noción de infrapolítica
(Scott, 2000, pp. 39, 182, 217-237, 261).
En la construcción de la contracultura mexicana
participaron diversos elementos y prácticas infrapolíticas:
la sensibilidad de la nueva izquierda, la disidencia de la política estudiantil
junto con el rock n’ roll y la crítica al
paternalismo, el budismo Zen, el movimiento pánico, el jipismo, así como –a
partir de mediados de los sesenta– las artes visuales y el cine discrepantes.
Tras la represión cultural alrededor de 1968 la Onda Chicana se convirtió en el
lugar que permitió la reproducción de diversas prácticas contraculturales,
especialmente en su manifestación de 1971 (Bartra, 2009; Debroise,
2006; Jodorowsky, 2011; Marroquín, 1975; Moreno,
2014; Ramírez, 2007; Zolov, 2002, 2004, 2009a, 2009b,
2012).
La contracultura y la izquierda desarrollaron una tensa
relación a lo largo de la década de los sesenta. Sin embargo, el aumento de la
represión hacia el movimiento estudiantil-popular de 1968 y a la movilización
del 10 de junio de 1971, la búsqueda de alternativas de lucha, y la
transformación de la izquierda se tradujeron en el cultivo político de la
contracultura mexicana por parte de la izquierda, dada la dimensión de las
prácticas infrapolíticas de la disidencia cultural
con el antiautoritarismo. La articulación coyuntural entre ambas volvió los
espacios abiertos y masivos en los festivales en espacios para la protesta
encubierta cuando la callejera había sido vedada. Pero las tensiones
contraculturales visibilizadas en Avándaro y
Monterrey (1971), la mezcla del temor hacia una juventud politizada con la
contracultura como caja resonante y el deseo de controlarla y cooptarla por
parte del gobierno autoritario, llevaron a la izquierda a romper con la
contracultura. Esta entró en descomposición, desvaneciéndose de las prácticas
musicales y juveniles, en tanto que la izquierda redefinía su política de masas
hacia nuevos derroteros.[4]
Es posible explorar dicha arista con documentos del
Archivo General de la Nación (AGN). Zolov (2002) desarrolló su trabajo en la década de 1990 sin
acceder a tales expedientes, por lo cual consideró potencial la presencia de
activistas. No es un dato menor el destacar la composición de la base
documental de esta reflexión con los archivos de la Dirección Federal de
Seguridad (DFS), organismo de inteligencia que,
desde 1947, espiaba enemigos y grupos políticos, deteniendo a sus cuadros y
dirigentes (Aguayo, 2001). Para 1971 era el instrumento del Estado para vigilar
y desactivar toda amenaza potencial.
En la medida en que la contracultura se politizaba y
masificaba se volvió un peligro. Las prácticas y productos contraculturales
ocuparon un lugar central de la DFS con agentes
infiltrados generando documentos escritos e imagéticos
sobre los festivales aquí analizados. Tales materiales fueron objeto de crítica
rigurosa para superar los prejuicios y la óptica del poder vigilante que los
impregna, contrastándose la información de periódicos y revistas de la época,
así como con algunas fuentes orales, con documentos del Centro de Estudios del
Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS).
Desarrollo mi argumento en dos momentos. Primero analizo
la tensa relación de la contracultura y la izquierda, particularmente sus
expresiones estudiantiles en la década de 1960. En segundo lugar, abordo los
factores que fortalecieron una articulación –hacia 1971– con el cultivo de un
ala izquierda de la contracultura para la protesta. Comprender este momento
ofrece pistas para profundizar en el periodo de impulso de una política de
masas por parte de la izquierda y su inserción orgánica en diversos sectores
sociales: en este caso los jóvenes. Al mismo tiempo permite penetrar en la acción
política bajo condiciones adversas: autoritarismo, represión, inoperatividad de
las estructuras políticas.
Contracultura e izquierda.
De la distancia crítica a una convergencia tensa
La articulación de la
contracultura y la izquierda anticapitalista fue marcada por la pugna entre las
fuerzas políticas por la juventud y el sector estudiantil a lo largo de la
década de 1960, la cual tuvo un ritmo lento a medida que maduraban las políticas
de masas, la estudiantil y la juvenil. La contracultura penetró al movimiento
estudiantil y al conjunto de las organizaciones políticas a lo largo del
decenio. El carácter masivo del movimiento estudiantil-popular y las
expresiones contraculturales que no pudieron ser contenidas llevaron a la
izquierda –con sus respectivos brazos estudiantiles– a posicionarse ante su
masificación y la represión.
Desde la década de 1950 el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) hegemonizó la política juvenil.[5] Desde su
fundación, fungió como mecanismo integrador para dirimir los conflictos
políticos y controlar corporativamente a los sectores sociales. Hacia 1939 el
Partido de la Revolución Mexicana (PRM) intentó
integrar a la juventud mediante la Confederación de Jóvenes Mexicanos (CJM). En 1950 había en el país 4 931 525 jóvenes que
representaban 20% de la población nacional (Instituto Nacional de Estadística y
Geografía [INEGI], 1950), señalando claramente un
nuevo sector etario. Como respuesta a dicho aumento, en ese año, el gobierno
creó el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana (INEGI
o INJUVE), que buscó canalizar a los jóvenes a
través de actividades culturales, cívicas, deportivas y extraescolares, así
como mediante la capacitación política, hasta su liquidación en 1977. Aún con
cuadros formados en el INEGI y las limitaciones de
incorporación al PRI, la universidad constituía la
cantera de cuadros formados en las asociaciones de alumnos y las federaciones.
Pero su hegemonía comenzó a ser disputada por la izquierda anticapitalista, la
derecha y la democracia cristiana (Lomelí, 2000; Rivas, 2007, pp. 25, 279).
Hechos locales y regionales tuvieron un impacto politizador en la juventud. La ocupación militar a las
instalaciones del Instituto Politécnico Nacional (IPN),
en 1956, las movilizaciones ferrocarrileras y magisteriales de 1958, el primer
movimiento estudiantil de masas contra el alza de camiones de agosto de 1958
(Rivas, 2007, pp. 129-166), el ímpetu de la revolución cubana y las
movilizaciones en su defensa llevaron no sólo al cuestionamiento del papel
dirigente del Partido Comunista Mexicano (PCM),
sino al reconocimiento del sector. Este parecía no ser una alternativa para la
juventud, en la medida que la falta de debate teórico tenía como correlato una
estructura con una centralización política, verticalidad, autoritarismo y
paternalismo equiparables a los del partido oficial, traducido en la expulsión
de José Revueltas y la célula Carlos Marx (Rousset,
2000, pp. 27-52). En la discusión interna se cuestionó su capacidad directiva
para con los ferrocarrileros, así como para representar los intereses
juveniles, aun con la reorganización y normativización democrática del XIII
Congreso Nacional en mayo de 1960 (Rivas, 2007, pp. 170-171 y 297-208). Así,
surgió un nuevo ethos político-cultural
juvenil. Los movimientos locales y la revolución cubana contribuyeron a la
configuración de una nueva conciencia global de protesta y lucha
antiimperialista (Pensado, 2009, pp. 330-338). Ese impulso llegó a un sector
con poca comprensión de los problemas políticos pero ávida de participar, a
decir de Raúl Álvarez Garín, militante del PCM
(Rivas, 2007, p. 280).
Dicho ethos
ligaba la contracultura al marxismo de forma extrapartidaria. Roger Bartra, sin
militancia pero bajo el ímpetu de la rebeldía
contracultural y revolucionaria, formó un grupo compuesto que trabajaba con el
líder campesino Rubén Jaramillo. En 1961 viajó a Arcelia, costa grande de
Guerrero, para organizar una guerrilla. El grupo convocó a los campesinos a
levantarse en armas, pero fueron denunciados en el contexto de la persecución a
Genaro Vázquez y el movimiento cívico, el ejército se trasladó a la región sin
lograr encontrarlos, puesto que habían huido a Chilpancingo (Bartra, 2009, p.
280).
No sucedió así con la izquierda militante, por lo cual
dicha sensibilidad fue encauzada hacia la configuración de la contracultura
bajo otras determinaciones como la música –el rock–,
la filosofía oriental, la literatura, las artes y la sexualidad liberada. El PCM, en el IV Pleno del Comité Central del 7 y 10 de
junio de 1961, acordó la reconstrucción de la Juventud Comunista de México (JCM) y la formación de un grupo promotor con experiencia
organizativa político-estudiantil en la UNAM, el IPN, las Escuelas Normales y las universidades del
Distrito Federal y los estados. El PCM no orientó
una política a partir de los intereses juveniles, sino desde su posición como
estudiantes universitarios, por lo que se concentró en el movimiento
estudiantil pugnando por las asociaciones de alumnos. Operó en la universidad
mediante células y/o grupos en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y
Sociales (ENCPyS) –Julio
Antonio Mella–, en la Facultad Derecho –grupo Renacimiento– y la Facultad de
Filosofía y Letras (FFyL)
–grupo César Vallejo–. También con partidos estudiantiles a partir de la
reforma de Pablo González Casanova, en 1961, en la ENCPyS, extendida a otras escuelas y facultades
mediante la fusión de células o grupos para crear, en 1963, el Partido
Estudiantil Socialista Universitario (PESU) en
Derecho y el Partido Estudiantil Socialista de Economía (pese).
También impulsó la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) en 1964.
La izquierda anticapitalista plural –que surgió de la
crítica al PCM– orientó su trabajo también en el
sector estudiantil reivindicando matrices políticas diversas (Barbosa, 1983 y
1984). Muchos confluían en la Liga Leninista Espartaquista
(LLE) desde 1960 y pequeñas agrupaciones, fundidas
en 1966 en la Liga Comunista Espartaco (LCE), con
presencia en la UNAM, el IPN,
la Escuela Normal Superior y la Escuela Nacional de Maestros, donde impulsaron
formas organizativas con grupos, Comités de Lucha, la corriente política
Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil (mire)
y espacios de unidad en la Unión Nacional de Estudiantes Revolucionarios (UNER) (Fernández, 1978; Rivas, 2007, pp. 172-288; Rodríguez, 2015, pp. 31-40).
La represión gubernamental unió a la contracultura y la
izquierda. Las expresiones contraculturales musicales y escénicas habían sido
vetadas en los medios masivos de comunicación, y desde 1965 los cafés cantantes
fueron objeto de redadas que buscaron limitar un género ligado a la psicodelia,
el cabello largo, y la irreverencia contra la familia y la cultura dominantes.
Mientras que los hippies, visibilizados por la
prensa en 1967, fueron perseguidos y expulsados en un esfuerzo constante por
eliminar su influencia (Zolov, 2002, pp. 125-134). La
izquierda recibió fuertes golpes con la represión de campesinos de la Unión
General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM)
en Chihuahua, el aniquilamiento del Grupo Popular Guerrillero (1965) y la
detención de cuadros del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) en 1966. Pese a la represión, la izquierda mantuvo
continuidad política en acciones de solidaridad y experiencias políticas como
las siguientes: el movimiento de camiones (1965), frente al rector Ignacio
Chávez de la UNAM (1966), así como con la creación
de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento (1967), y en el sector estudiantil
el nacimiento de la preparatoria popular (1968). Al mismo tiempo, la
persecución de las prácticas juveniles se amplió al calor de la disidencia
política. A lo largo de 1968 el crecimiento de la rebeldía juvenil
contracultural –alentadas por el impulso transnacional– desembocó en el
movimiento contracultural local bajo el epíteto de “la onda”, formado por la
fusión de rock nacional y extranjero, literatura de
“la onda”, lenguaje y vestimenta, la formación de una conciencia crítica
plural, el budismo zen, el yoga y la sexualidad liberada (Zolov,
2004; 2002, pp. 138-142).
Ese abigarrado tenía una dimensión política e infrapolítica. Para Bartra (2009) la contracultura local
era una nueva forma de consumo, diversión y crítica más que una corriente de
ideas o estilo homogéneos. Entre sus elementos reconocía el uso ritual e
intelectual de drogas, marxismo, guevarismo, guerrilla, maoísmo, narrativa de
“la onda”, arte abstracto, rock, canción folclórica
y revolucionaria, teología de la liberación, existencialismo, hippies, pornografía y beatniks.
En su hogar se reunían beats
y aspirantes a revolucionarios a expandir la conciencia, por lo que no era
extraña la vinculación entre la rebeldía contracultural y el marxismo (pp.
129-143).
Si bien la vinculación en el espacio privado era reconocida,
en el espacio público la contracultura se hizo presente como una tensión no
resuelta. Por ejemplo, en el grupo Miguel Hernández[6]
impulsado por la LCE en la FFyL, en el ascenso
de la izquierda estudiantil con la conquista de comités ejecutivos en las
sociedades de alumnos. Desde 1966 conquistó espacios al disolver la sociedad de
alumnos e impulsar, en mayo, un Comité de Lucha Pro Reforma Universitaria y
ganó las elecciones, en octubre, para la mesa directiva de la restaurada
sociedad para el periodo 1966-1967. Para 1967 tenía un centenar de militantes
de la LCE, aunque también de la Liga Obrera
Marxista (LOM), bajo un pluralismo orientado a la
discusión y la formación política, pero con distinciones entre “intelectuales”
y “artesanales” (Rivas, 2007,
pp. 262-266).
La tensión estalló después de la huelga de 1967. En mayo
los “intelectuales” denunciaron la falta de condiciones para ser vanguardia
debido al “amiguismo” y “caudillismo” entre activistas dedicados a tareas
político-culturales como el volanteo, elaboración de periódicos murales y saloneo. El segmento se autodenominaba “la izquierda a go-go”, en referencia al ritmo del rocanrol, y era
denunciado por su “liberalismo” y “vicios pequeñoburgueses” derivados “del amor
libre” y el uso intelectual de drogas, considerados una amoralidad burguesa
disfrazada de revolucionaria. Sostenían que “el llamado ‘amor libre’ que
definía Lenin como ‘matrimonio proletario por amor’ ha sido interpretado como
libertinaje o prostitución sin paga”; en tanto que argumentaban lo innecesario
del uso de “tranquilizantes” bajo una perspectiva revolucionaria, ya que “para
hacer la revolución no era necesario embrutecerse en alcohol, no es necesario
enervarse, excitarse, animalizarse musical, sexual, alcohólica, síquicamente”
(Rivas, 2007, pp. 269-270).
Pese a que el amor libre podía calificarse como marxista,
el uso de drogas constituía una de las cuestiones a tratar en una redefinición
ético-política. Para agosto de 1967 el grupo se fracturó y un mes más tarde los
intelectuales crearon el grupo José Carlos Mariátegui con 25 militantes de la LCE, mientras que los 60 restantes conservaron el nombre
de Miguel Hernández. Sin embargo, se reunificaron para contender con éxito por
la mesa directiva de la sociedad de alumnos de la FFyL de dicho año. Luego, el grupo se reunificó
para contrarrestar la exclusión de estudiantes en la UNAM
y fundar la primera Preparatoria Popular a principios 1968 (Muñoz, 2012; Rivas,
2007, pp. 270-274).
La vinculación también se expresó durante el movimiento
estudiantil-popular de 1968. Están documentadas las propuestas de
transformación cultural impulsadas por jipitecas,
jipis politizados, y roqueros de las bases que planteaban una lucha contra todo
poder más allá del Estado, así como las brigadas de happenings
que realizaban espectáculos callejeros para dar a conocer las demandas. Se
experimentó la penetración y ampliación de las prácticas contraculturales que
cuestionaron los valores que prohibían la participación a hombres y mujeres,
introdujo el lenguaje popular, vinculó a los jóvenes con las tensiones sociales
y aportó a la irreverencia de la protesta (Cohen y Jo Frazier,
1993; Jardón, 1998; Quiroz, 2008; Walker, 2013, pp.
10-11; Zolov, 2002, 2009a, 2009b).
La represión político-cultural se intensificó contra
estudiantes, dirigentes, intelectuales y militantes de organizaciones políticas
de izquierda. Olivier Debroise (2006) señala que ese
año terminó la tolerancia a la experimentación cultural de los sectores medios
y, “además de la persecución política misma, la crisis de 1968 marcó el inicio
de una etapa de represión cultural, centrada especialmente en las manifestaciones
de la contracultura juvenil que el régimen identificó con el desafió de los
estudiantes al autoritarismo” (p. 21). Pese a la apropiación estatal de la
gráfica psicodélica para los Juegos Olímpicos, la disidencia cultural mantuvo
expresiones individuales y colectivas (Debroise,
2006; Espinosa y Zúñiga, 2002; Illich, 1978;
Marroquín, 1975; Medina, 2006a, 2006b; Mier, 2003, pp. 135-144; Vázquez, 2012,
2006; Zolov, 2009a, 2009b; Zona
Rosa, 1968-1970).
Tras la represión, el desencanto con el autoritarismo, la
política vigente y el fortalecimiento de la estructura patriarcal surgió un
nuevo movimiento jipi multisectorial. Aunque ligado al proceso global,
predominaban los mexicanos –los jipitecas–. Los hippies buscaban playas exóticas para su iniciación. Los
sectores medios locales afirmaban su identidad recuperando la cultura indígena,
con una crítica al consumo de drogas y los valores cotidianos, la rutina, la
familia y sus creencias. Un amplio sector popular participó de la contracultura
con el consumo de drogas, aunque en lugar de marihuana, ácido lisérgico u
hongos alucinógenos, consumía pastas e inhalantes de bajos precios y demandaba
acceso al rock generalizado –con espacios de
distribución en los medios masivos–, la solidaridad y la sociabilidad desarrolladas
en 1968, y el aumento de sitios para las presentaciones (Blanco, 1994; Zolov, 2002, pp. 180-198). Entonces, se fortalecieron las
prácticas espirituales, el naturismo, la búsqueda de una comunidad ligada a la
meditación, el yoga, el vegetarianismo y las colonias espirituales (Marroquín,
1975, pp. 174-175).[7] El
vehículo central de la contracultura fue el movimiento musical denominado la
Onda Chicana entre 1969 y 1971 (Paredes y Blanc,
2010, pp. 405-409; Zolov, 2002, pp. 239-251).[8]
La contracultura, que fue transmitida por el rock chicano, se masificó gracias a las mediaciones que
brindaron las relaciones de producción, distribución y consumo. La capital de
la república mexicana se convirtió, desde mediados de los sesenta, en el núcleo
de la industria nacional y transnacional con la distribución del rock extranjero impreso en México, a veces en alianza con
empresas locales convertidas en operadoras. Eso permitió a los músicos locales
salir de gira y prometía la internacionalización. Los medios masivos de
difusión permitieron crear un mercado nacional con la radio como catalizadora,
alimentando una creciente distribución. La velocidad de la penetración permitió
a los músicos concretar sus aspiraciones de participar del movimiento global,
alimentando los deseos de otros de llegar a la capital a grabar con las grandes
compañías (Zolov, 2002, pp. 230-238).
La contracultura masificada se tornó en refugio de la disidencia
cultural y política, denominada por Zolov (2002)
“jipismo de izquierda en el rock” (pp. 177-178). Los factores políticos
tuvieron un papel central pues, más que una despolitización y enajenación
individualista, de lo que se trataba era del desencanto ante el autoritarismo,
las organizaciones políticas vigentes y la estructura patriarcal. La disidencia
juvenil se refugió en la contracultura con un componente infrapolítico
antiautoritario y sin etiquetas en potencia o reducida a las prácticas individuales,
lo que se expresaría en los espacios abiertos de música viva, potenciado por el
rock chicano. La reproducción viva de la música,
más allá de la mera escucha en repetición, potenció la contracultura y su
reproducción, con una participación multisectorial en el abigarrado de la infrapolítica contracultural.
No sorprende que tras la represión al movimiento
estudiantil-popular la expansión de la contracultura formó parte indisoluble y
contradictoria de la izquierda estudiantil. De ahí que la interpretación de la
relación entre la contracultura y la política de izquierda haya señalado por
bastante tiempo el efecto negativo que tuvo sobre el movimiento estudiantil. Se
señalaba que el desencanto, la despolitización y el desinterés juveniles habían
llevado a una “cultura individualizante” que
“confundió” y “penetró” el carácter estudiantil que ahora incluía el jipismo,
la “cultura de la droga”, “música para aturdirse”, la literatura de “la onda”,
el orientalismo y las comunas, como en su momento la interpretaron Gastón
García Cantú o Sergio Zermeño (Rivas, 2007, p. 641;
Zermeño, 2010, pp. 259-261). Las prácticas contraculturales masificadas
parecían irreconciliables con la izquierda, disyuntiva aparente plasmada en Mi casa de altos techos de David Celestinos (1970)
(Vázquez, 2006, p. 58).
En medio de esas tensiones había posibilidad de otra
forma de articulación. Por un lado, la militancia política ofrecía una salida
desde una perspectiva redentora en tanto brindaba una salida a la rebeldía
contracultural (Bartra, 2009, p. 143). Por otro, la contracultura nutrió a la
izquierda con su tónica comunitaria, pues quien participaba políticamente
también vivía en comunas jipis o de inspiración socialista. Por ejemplo, Sergio
Valdés y León Chávez Texeiro, suplentes de la representación
al Consejo Nacional de Huelga (CNH) del Centro
Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC)
durante el movimiento de 1968, vivían con otros amigos en una casa en Santa
María la Ribera a la que llamaban “La comunidad” (Chávez, 2008, p. 6). También
para militantes de la LCE como Carmelo Enríquez,
la contracultura desempeñaba un papel importante en su práctica política. En
1971, Enríquez pertenecía a una célula en la Escuela Nacional de Antropología,
de la que era responsable Paco Ignacio Taibo II, que
tenía una vida comunitaria mientras hacía política.[9]
Festivales musicales:
entre el control oficial
y la protesta encubierta
La convergencia de la
contracultura y la política de izquierda fue marcada por la generalización de
la contracultura transmitida por la Onda Chicana como fenómeno de masas, lo que
implicaba la exacerbación del antiautoritarismo contracultural y la potencial
canalización bajo la política de masas estudiantil. La música juvenil y los
eventos masivos fueron el espacio de vinculación coyuntural ante el cierre de
los espacios para la protesta y la búsqueda de alternativas por la izquierda.
Pese a la represión de la disidencia cultural identificada con la izquierda, la
contracultura se masificó por medio del rock
chicano respaldado por la industria discográfica. Se acentuaron las tensiones
de las prácticas contraculturales y fueron aprovechadas por el gobierno para
mediatizar a la juventud. El movimiento estudiantil había entrado en un proceso
de reorganización con nuevas estructuras, en la búsqueda de alternativas. Los
festivales contraculturales fueron un ámbito de lucha entre el gobierno y la
izquierda estudiantil, en donde los episodios más relevantes se registraron en
1971, vinculando a los sectores más politizados en el centro y norte del país.
El uso de los espacios de reproducción de música viva
contracultural para el trabajo político de izquierda o la protesta encubierta
no fue un proceso automático. Las presentaciones de grupos internacionales como
Union Gap, The Birds y The Doors,
en 1969, habían mostrado la demanda de las masas por participar en la
contracultura y el rock, con la transgresión de las
barreras de clase en el espacio público, impulsada por la industria discográfica,
convirtiéndola en una potencial conquista juvenil (Zolov,
2002, pp. 210-217).
Las vacilaciones respecto del carácter y potencial
político de las prácticas contraculturales residían en su potencial
mediatización. Constituía un terreno en disputa en la universidad y con las
instituciones del régimen autoritario. En la UNAM
operaban grupos paramilitares –halcones y porros– que organizaban festivales de
rock en los planteles y distribuían mariguana.
Debido al empuje de la música contracultural lograron, a principios de 1969,
organizar conciertos, incluso en los centros más politizados como la Escuela
Nacional de Economía, aunque tuvieron que enfrentarse con la izquierda
estudiantil organizada, la cual los encaró y obligó a retirarse (Rivas, 2007,
p. 641).
El gobierno del Departamento del Distrito Federal (DDF) trató de canalizar la demanda juvenil
infructuosamente. En los primeros meses de 1971, junto con la industria
discográfica organizó una serie de conciertos dominicales que concluyeron en
Chapultepec. En esa ocasión, los músicos fueron condicionados a interpretar Good Day Sunshine de los Beatles, por lo que los escuchas
reprobaron a los músicos con chiflidos y naranjazos, pese a lo cual los
conjuntos La Tinta Blanca y La Comuna fueron electos ganadores de un contrato
de grabación con la empresa DUSA, dinero en
efectivo e instrumentos musicales. Cuando una mujer trató de calmar los ánimos
usando la jerga jipi fue objeto de burla y agresión por parte del público, como
rechazo al intento de cooptación.[10]
Tanto para la izquierda estudiantil aglutinada en el PCM como para la LCE y
otros grupos que criticaron la relación del PCM
con las masas, la emergencia juvenil masiva en 1968 representaba un reto
político de articulación. La contracultura y su irreverencia se presentaban
como una rebeldía que debía ser canalizada políticamente. Ello facilitó la
inclinación de la izquierda para cultivar políticamente la contracultura, su infrapolítica antiautoritaria masificada y la oportunidad
de convertir un festival musical en una protesta política abierta para la
izquierda en el Valle de México y Nuevo León.
La inclinación de los brazos estudiantiles de la
izquierda por los espacios abiertos en los festivales se explica en la medida
que la reorganización política estudiantil se reactivó en la ciudad de México y
Nuevo León frente a la represión y las contradicciones internas en la búsqueda
de alternativas. Aunque en otras regiones del país se vivió un vertiginoso auge
del movimiento estudiantil (De la Garza Toledo, Ejea
y Macías, 1986, pp. 48-151), pronto hubo un declive a causa de la represión
selectiva dentro y fuera de los espacios universitarios, con la presencia
continua de militares y granaderos en las calles, así como persecuciones
policiacas, la promoción del consumo de drogas, presencia de porros y
paramilitares en los centros de estudio, y el desgaste por la búsqueda de
liberación de los presos políticos. Desde fines de 1968 los comités de lucha
–en sustitución de los de huelga– como formas orgánicas estudiantiles
impulsaron la movilización con la creación del Comité Coordinador de Comités de
Lucha (COCO), en el contexto del rectorado de
Pablo González Casanova, movilizándose contra las intervenciones estadunidenses
en Camboya y Vietnam, las elecciones de 1970 y las sentencias para los presos
políticos (Oikion, 2018). Tan pronto como estos se
reincorporaron a la política, el movimiento estudiantil logró una fuerza para
enfrentar a los grupos de choque y salir de la escuela a solidarizarse con
otras luchas. Tal era el caso de la solidaridad con el movimiento de la
Universidad Nuevo León (UNL) y la represión del 10
de junio de 1971, acontecimientos que incidieron en la búsqueda de alternativas
para la protesta (Rivas, 2007, pp. 627-708). Las movilizaciones en la calle
eran un espacio en el que la correlación de fuerzas no favorecía a una
izquierda estudiantil dislocada, lo que favoreció el cultivo político de la
contracultura en los festivales musicales masivos.
Aunque el grado de penetración de la Onda Chicana se
había traducido en la búsqueda de explotación del mercado que constituían
grandes presentaciones, sólo las de carácter masivo y abierto constituían una
posibilidad para la protesta de la izquierda. Las impulsadas bajo el cobijo
gubernamental y de la industria discográfica intentaban cooptar y someter las
prácticas musicales y la protesta juvenil. Por su capacidad, las independientes
se encontraban limitadas para proyectarse a través de los medios escritos y
publicitarios como para tener una recepción favorable en la juventud.[11] Los
organizados por los sectores acomodados conllevaban la segregación social
mediante la barrera económica, en contradicción con la demanda por parte de los
sectores populares.[12]
El festival de Avándaro
significó una reunión multitudinaria. Pese a haber sido anunciado como un
evento complementario de una carrera de autos –la cual fue suspendida–, conjugó
la logística de los sectores privados y fue respaldado con el fin de explotar
el rock comercialmente en los medios de
comunicación, la venta de discos, películas, entre otras cosas; aunque no sin
momentos de desorganización, fallas de equipo y mecanismos de control social (Zolov, 2002, pp. 281-282).[13] Una
excepción de la cotidianidad en un espacio abierto permitió la transgresión de
los límites de clase social y dio lugar a la circulación y apropiación plural
de identidades, prácticas contraculturales y el trabajo político de la
izquierda estudiantil ante una asistencia de más de 200 000 personas del país e
incluso del extranjero.[14]
No estaba prohibida la reunión multitudinaria para tal
evento, pero las autoridades sabían de los peligros y tomaron medidas
precautorias. Roberto Salgado, responsable de vigilancia y seguridad por parte
de los organizadores, dispuso 50 elementos y se repartieron 1 000 gafetes entre
los asistentes elegidos para ayudar a conservar el orden. Se prepararon dos
compañías de la 22a Zona Militar, bomberos, policías de Seguridad Pública y
Tránsito, así como 400 policías judiciales del Estado de México.[15] Por su
parte, la DFS desplegó agentes juveniles en sitios
estratégicos para evitar el trabajo político de la izquierda.[16]
La izquierda estudiantil anticipaba los límites y
contradicciones del festival, pero también su potencial para la acción
política, por lo que no sólo se involucraron en el registro, sino en organizar
brigadas políticas. Aunque el conjunto de la izquierda estudiantil estuvo
influido por la fuerza de la contracultura, en la medida que la Liga Comunista
Espartaco se fragmentaba en diversos grupos políticos (Moreno, 2018b), la
política estudiantil hacia los festivales fue hegemonizada por la Juventud
Comunista de México y los brazos estudiantiles, bajo las condiciones que
enfrentaban para entonces las organizaciones políticas y los estudiantes.
El golpe de mediados de 1971 agudizó la dificultad de
operatividad partidaria sobre todas las juventudes, arrastrada desde 1968. A
finales de ese año, el PCM, por medio de la
Juventud Comunista, había intentado dotar a los jóvenes del movimiento y a los
barrios populares de formas orgánicas mediante Clubes Barrio y Comités
Populares de lucha por la democracia. Muy pronto se tornaron insuficientes por
su aislamiento, falta de comunicación o coordinación y poca formación política,
por lo cual sus participantes se alejaban luego de realizar mítines, pintas,
pegas, venta de periódico, debido a la desvinculación con la estructura local
del partido. Aunque dicha tensión se intentó resolver a mediados de 1971
–subordinando la política barrial a la de la Juventud Comunista, inclinada a
las luchas reivindicativas de los jóvenes como trabajadores y por libertades
democráticas–, aún había que resolver el funcionamiento del PCM en las universidades de la capital.[17]
En efecto, la inoperatividad del PCM
abrió un espacio para la creatividad política. Una parte del Comité Central del
D. F. había sido encarcelado y sustituido por otro que estaba saturado de
tareas y no podía emitir directivas, entrando en contradicción con algunos militantes
pasivos acostumbrados a esos métodos de dirección excesivamente verticales y
con poca profesionalización como cuadros políticos. En una carta enviada desde Lecumberri al Comité Central que analizaba la política de
masas del PCM a fines de 1970, militantes de las
juventudes señalaron la necesidad de “fundirse con las masas” ante las
condiciones de represión y el espontaneísmo de la
lucha de masas integrando organizaciones “de nuevo tipo” como movimientos o
corrientes de influencia para encabezarlas “y adquirir en ellas las formas que
surjan del propio combate, rompiendo así con los moldes inoperantes de un
burocratismo gris que corroe y conduce a la postración de las organizaciones”,
con formas de lucha correspondientes a las condiciones.[18] Si bien
una parte de la Juventud Comunista se inclinó por la vía armada, otra canalizó
su práctica a otros sectores (Anguiano, 1997, pp. 23-54; Carr,
1996, pp. 229-280).
Ese espacio de oportunidad permitió a la izquierda
estudiantil ejercitar la formulación de una política hacia la contracultura y
los festivales musicales como ámbito de disputa ideológica. Antes de la
realización del evento, la izquierda comunista organizó la inscripción de
asistentes por medio de la Central de Información de la Escuela Nacional de Economía ) a través de Carlos Thierry, miembro del Comité de
Lucha local, así como del brazo estudiantil del PCM
en el Partido Estudiantil Socialista de Economía mediante Jorge Meléndez. La
izquierda estudiantil atribuía relevancia política al festival pues consideraba
altamente probable la presencia de militares, drogas, alcohol, sexo y desnudez,
como afirmaba la pinta del Comité de Lucha de la Facultad de Derecho: “La
reforma educativa de L. E. A. [Luis Echeverría Álvarez] empieza en Avándaro con drogas, mota, pastas, putas y alcohol.” El
comité consideraba al festival como parte de la enajenación auspiciada por
Echeverría por la distribución de drogas, anticipando la presencia de porros,
halcones, el servicio secreto, la policía judicial federal y otros servicios
especiales. Los temores se reflejaban en los periódicos murales de la Facultad
de Ciencias Políticas que criticaban el evento como instrumento para
desarticular el movimiento estudiantil por medio de la música moderna, las
drogas, el alcohol y el libertinaje. Así, el Comité de Lucha de la facultad
afirmaba su voluntad de crear conciencia política entre la base estudiantil
para no caer en el juego del gobierno.[19]
Pese a las expectativas se organizaron brigadas políticas
como forma de organización y acción política básica. En la experiencia del PCM antes de 1968 durante el movimiento
estudiantil-popular habían sido el vínculo con el pueblo. Desde la represión
del 10 de junio de 1971 las brigadas se habían retraído junto con los Comités
de Lucha aislados o constituidos en grupos políticos.[20] Los
brigadistas organizados por juventudes del pc en
las facultades de Filosofía y Letras, Derecho y Ciencias Políticas y Sociales
de la UNAM se prepararon para repartir propaganda
relacionada con el movimiento estudiantil e implementar asambleas con el
público.[21]
Las medidas de seguridad fueron minúsculas en relación
con la asistencia, por lo que no hubo interferencia en el desarrollo del
evento. Debido a los numerosos objetos arrojados entre el público, el aparato
de seguridad del Estado de México abrigó el temor de que la situación saliera
de control.[22] La
coexistencia de la juventud con los militares sin intimidación alimentó la
sensación de una fuerza proporcionada por la magnitud de la reunión, aunado al
consumo de drogas y la incitación a su utilización. Si se consideraban
ofensivos los títulos y palabras altisonantes de las canciones, así como la
incitación al consumo de drogas por parte de músicos, organizadores y
espontáneos, la alarma se acentuó cuando a las 9:30 horas del 11 de septiembre
un joven entró al escenario, se apoderó del micrófono y gritó: “jóvenes
mexicanos, hay que seguirnos drogando, amor y paz”.[23] En el
intermedio de la participación de los conjuntos musicales se anunció que el
gobierno federal enviaría 300 camiones para descongestionar el tránsito.
Además, advertía que del resultado de Avándaro
dependían los permisos para otros eventos de tal magnitud. En una muestra de
rechazo al intento de cooptación, los asistentes reaccionaron con chiflidos,
groserías e insultos[24]
El festival permitió a la juventud antiautoritaria una
afirmación de infrapolítica-contracultural, que tuvo
correlato en la práctica política de la izquierda que había decidido cultivar
la contracultura. La izquierda estudiantil logró
infiltrase pese a las medidas tomadas por la DFS,
aunque varios fueron identificados. Uno era Arturo Zama
Escalante, miembro de la Juventud Comunista y vicepresidente de la CNED, con una participación importante en la mesa
directiva de 1967 en la Facultad de Derecho hasta ser arrestado el 26 de julio
de 1968. Había sido liberado a fines de abril de 1971 junto con otros
dirigentes estudiantiles y salió en exilio obligado, regresando un mes más
tarde. También se reconoció a Javier Molina Castro, estudiante de Ciencias
Políticas y Sociales de la UNAM, del Comité
Coordinador General de Brigadas (ccgb)
y delegado por su facultad al CNH en 1968, y
después miembro del Comité de Lucha y dirigente de la Brigada 10 de junio.
Asimismo a Jorge Meléndez del pes de Economía con
integrantes de su brigada, Alejandro López López del
grupo Juan Francisco Noyola,[25] Carlos
Thierry Zurieta, de la CIENE,
y a Margarita Castillo, de la Juventud Comunista (Rivas, 2007, pp. 224, 341,
514, 624, 646 y 814).[26]
En el festival las brigadas procedieron a desarrollar su
trabajo político. Durante la actuación de los Dug Dug’s un joven se acercó al micrófono bajo pretexto de
calmar los ánimos de la gente, que ya se encontraba en éxtasis. Al tomar la
palabra exclamó: “jóvenes mexicanos, no temamos, unámonos”. De inmediato fue
retirado pues resultó ser un activista. Otro acto documentado fue la
realización de una asamblea en la oscuridad de la madrugada y lejos del
bullicio de la música. A la 1:30 de la mañana del 12 de septiembre, a casi un
kilómetro de distancia de la parte posterior del templete, una brigada realizó
un mitin con cerca de 80 personas en el que dos jóvenes daban cuenta de los
problemas del magisterio y del rechazo a la reforma educativa promovida por
Echeverría, pronunciándose por un aumento salarial justo y equitativo para los
maestros rurales.[27] Dado el
número de brigadas preparadas no resulta sorprendente pensar que se hayan
repetido dichos actos, aunque sin ser captados por los agentes infiltrados.
El festival se interpretó también como una nueva forma de
protestar. Así lo mostraba una carta remitida desde Guadalajara por Alejandro
Santamaría a Piedra Rodante, en la que rechazaba
que Avándaro fuera un escape, colonialismo o
malinchismo, y señalaba:
Avándaro fue el comienzo de la oposición al monólogo diario y continuo de una clase
en el poder, por medio de otro monólogo: la música. Tlatelolco y 10 de junio ya
no permiten más héroes al estilo de los del Castillo de Chapultepec [...],
porque ahora el nuevo heroísmo consiste en rechazar toda lucha frente a frente:
no poseemos los mismos recursos. El nuevo heroísmo no es más que la loquera del
chavo que no soporta ya la actual forma de vida y/o de gobierno. [...] Pienso
que Avándaro fue un enorme paso adelante dado por
nuestra generación, ya que demuestra que pudimos darnos cuenta de que existe
una enorme población que se resiste a aceptar la demagogia como único vehículo
de relación gobernante-gobernados.[28]
Para un segmento de la juventud del país la reunión
masiva permitió la construcción no sólo de una comunidad musical,
contracultural y política que se reconocía en el rechazo al gobierno, a la
mediatización y buscaba mecanismos alternativos de transformación de las
relaciones de poder. La labor política estudiantil representaba una amenaza
sería en la medida que podía articular la pluralidad contracultural de manera
orgánica. Más allá de una mera transgresión del orden a través de la supresión
de barreras de clase, la disputa de la identidad nacional al Estado o el
desorden, la juventud encontró un mecanismo de protesta, cobijada por el
regocijo de la música y la participación en la contracultura para articular el
rechazo, la oposición y el enfrentamiento con el poder, en un contexto
altamente represivo.
De ahí que, bajo la concepción de las audiciones
musicales abiertas como espacios de disensión, se impulsaran eventos similares
que incorporaron la protesta bajo la identificación festival-protesta. En
Monterrey, Nuevo León, una radiodifusora local anunció la realización del
Festival de Música Pop y Rock and Roll para la
noche del 22 de octubre de 1971 como complemento de la carrera de autos México
Mil. Resulta significativo que se anunciara como festival en tanto que, a decir
de Horacio Pedraza –posteriormente–, locutor pop y de la difusora XERG, al
promover el evento, originalmente se anunció que transmitiría música 24 horas
mientras el Comité Organizador de la carrera vendía boletos, sin saber cómo se
transformó en una noticia de festival; aunque lo cierto es que el permiso se
tramitó ante la autoridad local responsable de organizar festivales semanales
en la plaza Zaragoza. Se publicitaba como festival bajo el lema “A vencer o
morir”, lo que advirtió a las autoridades del peligro del evento ante la potencial
llegada de aquellos a quienes consideraban “agitadores” y “provocadores”. De
ahí que el alcalde de la ciudad, Gerardo Torres Díaz, ordenara la suspensión.[29]
La cancelación autoritaria desencadenó protestas que
acrecentaron las prácticas contraculturales que habían iniciado con antelación.
Antes de iniciado el evento se reunieron en la plaza
Zaragoza cerca de 5 000 jóvenes de ambos sexos, “la mayoría vestidos de forma
estrafalaria, unos marihuanos, otros ebrios
acompañados de prostitutas y varios de costumbres raras, así como algunos
estudiantes conocidos como agitadores”, según el informe de la DFS. En varias partes de la plaza, pequeños grupos
practicaron “actos bochornosos” y otros se dedicaron, supuestamente, a desnudar
a las mujeres al pasar. Durante cinco horas, la policía permaneció inactiva
debido a la desventaja numérica, aunque más tarde justificaría su inacción
señalando que pensaban que eran estudiantes.
Cuando la radiodifusora suspendió el evento, los grupos
apedrearon el kiosco donde se ubicaban los receptores de la radio y el local de
la estación, propiedad de Jesús Dionisio González, presidente municipal de San
Pedro Garza García. Apedrearon los escaparates de los negocios, el frente del
Palacio Municipal y destruyeron los teléfonos públicos. Posteriormente, la
policía declaró que 150 personas del Grupo “Problema” [sic]
se dedicaron a “provocar” a la policía con insultos y corriendo por la plaza
Zaragoza y las calles laterales del Palacio Municipal, hasta la calle Emilio
Carranza. El grupo era liderado por cuatro jóvenes cuyos atuendos “indican que
no son de la ciudad y cuya manera de comportarse denotaba que sabían lo que
hacían”, a decir de la policía. Se señalaba que dicho grupo alentó a los miles
de asistentes –2 000, según las declaraciones a la prensa– corriendo unos a La
Purísima, donde supuestamente se realizaría el festival, y otros a la Zona
Rosa, reuniéndose de nuevo a las diez de la noche en plaza Zaragoza. Entonces
la policía actuó con la intercomunicación y coordinación de la policía de
Tránsito, la policía Judicial y la Preventiva, prolongándose la confrontación
hasta la una de la madrugada.
Fueron detenidas entre 58 y 68 personas, de las cuales
sólo quedaron consignadas 21 por daños a 39 negocios, bancos, casas
particulares y robo a comercios, mismos que lograron la libertad alegando una
detención injustificada y que sólo transitaban por el lugar.[30] La DFS no especificó el perfil de los detenidos, lo que
dificulta conocer su filiación política o si eran estudiantes. En la prensa se
les descalificaba como “pandilleros y vagos de ínfima categoría”, en un intento
por despolitizar el asunto y reducirlo a un problema juvenil, aunque el
teniente coronel Ramón Ruiz Cava, inspector de la policía, y el capitán Juan
Urrutia Paura, de la policía preventiva, lo atribuían
a “cabecillas profesionales”.[31]
El suceso permite aproximarse a la relación
festivales-prácticas contraculturales-política. No se trató de un acto fortuito
y espontáneo, sobre todo por el traslado de piedras a una plaza pública y la
composición heterogénea del grupo, entre ellos jipis, disidentes sexuales y activistas.
Fue una muestra de rechazo al autoritarismo en el nivel local y un desafío
abierto a los símbolos económicos, políticos y a las normas morales,
materializado en el apedreo a negocios, edificios de gobierno, la copulación
pública y los despojos de vestimenta a los transeúntes. En el acto fue
estratégico esconderse entre la multitud o la “turba”, que permitiría diluir
toda posibilidad de castigo individual. Frente al autoritarismo, espacios como
los festivales –con su permisividad– fueron apropiados no sólo para el consumo
de drogas y bebidas alcohólicas, sino para una germinal protesta social
encubierta. Así, no sorprende la exacerbación de los temores sobre un potencial
foco subversivo en los actos musicales masivos, por lo cual el mecanismo central
fue la estigmatización, la represión, la prohibición y el control, usando las
tensiones agudizadas por el gobierno y que la izquierda buscaba cultivar
redentoramente. Sin embargo, el análisis de dicho proceso va más allá de las
intenciones de este artículo, el cual se ha centrado para aportar pistas sobre
la protesta.
A modo de conclusión
A lo largo de la década de 1960
la contracultura y la izquierda, particularmente sus expresiones estudiantiles,
se articularon en la práctica de manera contradictoria. Es decir, el conjunto
de las prácticas culturales en ruptura se articuló en la práctica política de
la izquierda anudando la transformación social y política con la cultural,
nutriéndose mutuamente en la dimensión crítica, antiautoritaria, irreverente y
en el ímpetu para la protesta político-cultural. Sin embargo, dicha
articulación se realizó de facto en términos generales y no de manera
consciente o bajo una perspectiva estratégica y táctica o programática. En ese
sentido, el grupo etario juvenil que producía y reproducía la contracultura fue
abordado por la izquierda desde su posición en el campo social como estudiante,
bajo una política estudiantil en la disputa de espacios en los centros de
estudio. De ahí que al filtrarse en la acción política se presentara como una
tensión que alimentaba y minaba a la vez el ethos transformador individual y colectivo.
No cabe duda que durante cerca de una década la
contracultura coadyuvó a debilitar las bases simbólicas y culturales materiales
en las que descansaba la hegemonía estatal sobre el sector juvenil, primero
entre los estratos medios de la sociedad y, luego, entre las grandes mayorías:
moral vigente, ideas y universos sonoros, concepciones sobre la nación y el
nacionalismo en relación con las subjetividades particulares, relaciones
sociales familiares (patriarcado), amorosas (machismo) y hombre-naturaleza. El
conjunto de esas prácticas constituyó una forma de infrapolítica
de la juventud que rechazaba el autoritarismo exacerbado en el mismo periodo
que crecía la rebeldía contracultural. Ese sustrato político antiautoritario
acercaba a la contracultura con la izquierda y sus brazos estudiantiles, a los
cuales les costó trabajo incorporar las nuevas prácticas, pasando del rechazo y
la negación a la aceptación de su potencial crítico con un trabajo político
incipiente. Esta posibilidad la representaba la exteriorización masiva del
discurso oculto juvenil pos 1968 que, en conjunción con la politización de
izquierda, se tradujo en protestas públicas ante el cierre de las otras vías de
manifestación. Así, de la pluralidad de mediaciones contraculturales, los
festivales y, en particular el de Avándaro y la
cancelación de la audición en Monterrey, mostraron la manera en que
constituyeron un espacio relativamente seguro para la protesta antiautoritaria
encubierta entre la multitud.
Hasta donde permiten concluir las pistas aportadas, la
izquierda estudiantil cultivó la contracultura en los festivales bajo la
perspectiva redentora para la protesta encubierta con fines heterónomos. Es
decir, deseaba canalizar la infrapolítica
contracultural hacia la protesta antiautoritaria o para sensibilizarla respecto
de otras reivindicaciones, pero sin tender un puente político con la pluralidad
de ese abanico de prácticas y subjetividades críticas. No se logró articular
una política y discurso coherentes para atraer a las subjetividades rebeldes
mancomunadas por la contracultura y realizar un cultivo crítico. La
articulación consciente fue coyuntural. Luego de ello, las discusiones estudiantiles
respecto de las tensiones contraculturales derivaron en un distanciamiento. Sin
embargo, recuperar el debate estudiantil posterior a Avándaro
rebasa los alcances de estas páginas restringidas a aportar pistas para
documentar la relación entre la izquierda y la contracultura, así como su
expresión en los festivales musicales.
La apertura democrática gubernamental buscaba recuperar
el terreno perdido y en ese tenor se inscribió la relación con los festivales.
Su realización permitía dar una muestra pública de la existencia de libertades
–como la de reunión en un contexto de intolerancia con otras formas de reunión
juveniles– y encauzar el descontento al calor de la música como una válvula de
escape. No obstante, el cultivo de la infrapolítica
contracultural por parte de la izquierda para las protestas tuvo una respuesta
represiva. La descalificación mediática de algunas de sus contradicciones
internas sirvió para fortalecer el paternalismo estatal, las estructuras
familiares patriarcales, y la represión de la juventud considerada irracional,
inmadura y desenfrenada. La represión acentuó el proceso de crisis
contracultural, agudizándose las tensiones entre los participantes y escuchas
más marginados. Aún es necesario profundizar en otras experiencias regionales
de vinculación entre política y contracultura, desde los movimientos
estudiantiles y musicales para conocer hasta qué punto casos como los
analizados se extendieron a lo largo del país.
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Comunista.
Conecte.
El Porvenir. El Periódico de la Frontera.
El Sol. Diario Regiomontano de la Tarde.
El Universal.
Piedra Rodante.
Tribuna de Monterrey.
Zona Rosa (1968-1970).
* Maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora y doctorante
en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de
México. Agradezco la lectura crítica y enriquecedora de Felipe Bárcenas.
[1] Conceptualizo la contracultura en diversos niveles. En el abstracto como
modalidad de reproducción autocrítica, en ruptura creativa y política de la
identidad –individual y colectiva– mediante la creación de objetos-significados
y su consumo-codificación, mediada por procesos de representación y
apropiación, dentro de relaciones sociales, fuera de los estándares rutinarios
y en ruptura con compromisos históricos adquiridos o impuestos. Como práctica
de iconoclasia cultural rechaza los valores y normas vigentes sin excluir la
posibilidad de apropiación de objetos y significados culturales compartidos,
estableciendo una relación dialéctica entre la cultura hegemónica, la
contracultura y los productos derivados de ambas. En el nivel concreto que
refiere al proceso histórico desarrollado en el centro y la periferia del
sistema mundo capitalista entre finales de la década de 1950 y mediados de la
de 1970, véase Moreno (2014, pp. 23-31).
[2] Concibo la articulación sociopolítica en términos del proceso de
constitución de sujetos-actores sociopolíticos –entre ellos el pueblo– como
comunidades políticas consensuales, las mediaciones del ejercicio empírico de
su poder y la construcción de hegemonía, en algunos casos, de la mano de una
perspectiva estratégica y de un proyecto alternativo. Dicha construcción no se
reduce a la agregación discursiva de reivindicaciones –formal–, sino que tiene
una dimensión material y orgánica al seno de la sociedad civil y la sociedad
política –clases, actores sociales, movimientos, partidos políticos–. Entre
ellos se desarrollan procesos de intra e interarticulación. Sobre lo que considero articulación
formal, véase Laclau (2011, cap. 4); Laclau y Mouffe (2011, cap. 3.),
y sobre la articulación material, véase Rauber (2003,
pp. 52-53) y Dussel (2009, p. 242).
[3] Octavio Rodríguez (2011, pp. 17-28) realizó una breve discusión sobre la
noción y propone su comprensión a partir de la distinción entre comunidades
teóricas y prácticas. La noción de izquierda ha sido objeto de numerosos
debates, por lo que se ha planteado el uso de “izquierdas” para considerar el
abanico de expresiones. Por mi parte, utilizo la noción de izquierda como
genérico que aglutina a todas las corrientes que contiene, bajo la
consideración de su génesis como fenómeno de caracterización y autoconciencia
producido a fines del siglo XVIII dentro del
sistema-mundo capitalista. Desde entonces, han existido procesos de
diferenciación interna entre esas fuerzas organizadas autoconscientes en
términos de cambio sociopolítico: entre las que buscan la superación del
sistema-mundo capitalista y las que buscan gestionar el cambio social dentro de
dicho horizonte sistémico. En un nivel de abstracción más bajo se encuentran
los procesos de diferenciación en términos de estrategia, táctica y métodos de
acción política, ritmos de los cambios, modelos de transformación y proyectos
específicos. Véanse Anguiano (1997); Carr (1996);
Ortega y Solís (2012); Rodríguez (2015, 2011); Wallerstein
(2010, pp. 9-43; 2012, 2008, 1989); Zolov (2012). Oikión, Rey y López (2013) realizaron un valioso balance
historiográfico sobre una parte de la izquierda en la segunda mitad del siglo
en Latinoamérica.
[4] El conjunto de los festivales ha sido tratado en Moreno (2018a). Aquí me
circunscribo a los dos casos en los que ha sido posible rastrear indicios de
protesta social, pues luego de 1971 inició una política de control y
prohibición.
[5] Si bien en la época la definición de la juventud se encontró en un proceso
de construcción, como cualquier noción de juventud como producto histórico,
tomamos como referente la edad oscilante entre los 15 y los 24 años como
parámetro para conocer sus transformaciones, reconocido a finales de los
setenta por las instituciones (INEGI, 1950, 1960 y
1970). Aunque reconocemos que existió un proceso histórico del sujeto juvenil,
su identidad e intereses fue hasta 1985 cuando comenzaron los primeros estudios
y teorizaciones al respecto en términos de la relación edad-poder y de la
incorporación al mundo del trabajo (Mendoza, 2011).
[6] Nombre tomado del poeta español republicano encarcelado por la dictadura de
Francisco Franco.
[7] Entrevista al músico Carlos Alvarado Perea, realizada por José Rodrigo
Moreno Elizondo, Ciudad de México, México, 11 y 27 de noviembre de 2013.
[8] Desde la década de 1960 existió una dialéctica centro-frontera por medio de
radiodifusoras. Desde ciudad Acuña, Coahuila, Wolfman
Jack vinculó la frontera con El Paso, Texas y Los Ángeles, California, por dos
décadas, difundiendo contenido prohibido. Eso impulsó la penetración y
apropiación del rock estadunidense y estimuló las
camadas de músicos fronterizos que alimentaron la industria musical nacional y
transnacional en la capital. Canadian Music Week. (16 de enero de 2016). 1990’s: Wolfman
Jack Interview [archivo de video]. Recuperado de https://youtu.be/is7HKh39vhE;
Iván Moyle, “Chuck Berry, Bill Halley y ZZ Top han
tocado aquí. ‘El rock llegaba antes que al D. F. a la frontera’”, El Mañana, Reynosa, 22 de noviembre de 2015.
[9] Entrevista al político Carmelo Enríquez Rosado, realizada por José Rodrigo
Moreno Elizondo, Cuernavaca, Morelos, México, 10 de agosto de 2017.
[10] Gustavo Castañeda, “Chapultepec: festival del Naranjazo”, Piedra Rodante, México, núm. 1, mayo de 1971, pp. 1, 6.
[11] “Muerte del Auditorio Rolling Stone”, Piedra Rodante,
núm. 1, mayo de 1971, p. 6.
[12] Marcos Mendoza, “Un chavo consigue el Auditorio Nacional”, Piedra Rodante, núm. 5, octubre de 1971, p. 25.
[13] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, fs. 186, 191
y 199; Dirección Federal de Seguridad. Informes Diarios. Caja 2470, exp. único, f. 165, en Archivo General de la Nación (en
adelante AGN), México; Arturo Castelazo,
“Conectando a Armando Molina, organizador directo de Avándaro”,
Conecte, núm. 114, 23 de diciembre de 1978, pp. 6-8
[14] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, exp. único, f. 193;
Dirección Federal de Seguridad. Información General de los Estados. Caja 1331A,
exp. 2, f. 334; Dirección Federal de Seguridad.
Informes Diarios. Caja 2470, exp. único, fs. 98-100,
todos en AGN, México.
[15] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja. 201, leg. único, f. 200-201,
en AGN, México.
[16] Xavier Mendoza, “Una fiesta de amor, música y...
drogas”, El Universal, 12
de septiembre de 1971, pp. 1 y 11.
[17] Algunas cuestiones sobre nuestra situación política. [1970]. Colección
Partido Comunista de México. Colección Juventud Comunista de México. Caja 74,
clave 70, exp. 34, en CEMOS;
Club “Raúl Sendic” (1971); El trabajo popular (1971);
Colección Juventud Comunista de México. Carpeta 4, en Centro de Estudios del
Movimiento Obrero y Socialista (en adelante CEMOS),
México.
[18] Francisco López, Ramón Martínez y Juan Gonzáles. Al pleno del Comité
Central de la Juventud Comunista de México. Prisión de Lecumberri.
20 de agosto de 1970, pp. 21-22, 27-30. Colección Juventud Comunista de México.
Carpeta 4, en CEMOS, México. La cita es de las
primeras.
[19] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, fs. 201-202,
en AGN, México.
[20] Informe sobre el primer punto de la orden del día de la Conferencia
Nacional de la Juventud Comunista de México y los comunistas universitarios. 8
de septiembre de 1972, p. 17. Colección Juventud Comunista de México. Carpeta
4, en CEMOS, México.
[21] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, fs. 51, 188
y 194, en AGN, México.
[22] Dirección Federal de Seguridad. Informes Diarios. Caja
2470, exp. único, f. 100, en AGN,
México.
[23] Dirección Federal de Seguridad. Informes Diarios. Caja 2470, exp. único, fs. 100 y 164, en AGN,
México.
[24] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, f. 227;
Dirección Federal de Seguridad. Informes Diarios. Caja 2470, exp. único, f. 165, en AGN,
México.
[25] El grupo tomó el nombre del economista mexicano que contribuyó a la
consolidación de la revolución cubana. Apareció en la Escuela Nacional de
Economía a principios de 1967, rechazando convertirse en un partido o grupo
estudiantil para disputar la dirección de la sociedad de alumnos. Por el
contrario, buscaba constituirse en una corriente de opinión universitaria más
allá de la publicación de declaraciones de principios y proponer soluciones a
los problemas nacionales e internacionales a partir de la realidad concreta. Se
transformó en referente colocando algunos de sus cuadros en el CNH en 1968 (Rivas, 2007, pp. 215-216).
[26] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, f. 215, en AGN; Dirección Federal de Seguridad. Informes Diarios.
Caja 2470, exp. único, f. 100, en AGN, México.
[27] Dirección Federal de Seguridad. Festival Rock y Ruedas “Avándaro”
(versión pública). Caja 201, leg. único, fs. 226-227,
en AGN, México; Dirección Federal de Seguridad.
Informes Diarios. Caja 2470, exp. único, fs. 164-165,
en AGN, México.
[28] “Cartas de amor y furor”, Piedra Rodante, año i, 2ª época, núm. 8, enero de 1972, p. 3.
[29] “Actúan aquí impunemente promotores de la disolución. Querían un Avandarito”, Tribuna de Monterrey,
24 de octubre de 1971, pp. 1 y 6.
[30] Sus nombres: Álvaro Ernesto Delgado Montalvo, Raúl Sergio Gómez González,
Enrique Adolfo Delgado Montalvo, Ramiro González Alvarado, Hugo Raúl Treviño
Andar, Francisco Javier González Almaguer, Salvador Leandro Moreno, Luis Lauro
González, Juan Manuel Cázares Villalobos, Jorge Gerardo Escalera Garza, Jaime
Barrera Velázquez, José Galindo García, Armando Martínez Torres, Juan Ángel
Escalera García, J. Guadalupe de León Moncada, Juan José Padilla López, Rodolfo
Medrano Zamora, Enrique Benítez Reséndiz, Julio César Zepeda Villarreal, Pedro
Manuel Garza Cuervo y Alfredo Guillén Gutiérrez. Dirección Federal de
Seguridad. Festivales de música. Exp. 14-4-71, leg. 2, f. 1, en AGN, México.
[31] Dirección Federal de Seguridad. Festivales de música. Exp. 14-4-71, leg. 2, f. 1, en AGN, México; Actúan aquí impunemente promotores de la
disolución. “Querían un Avandarito”, Tribuna de Monterrey, 24 de octubre de 1971, pp. 1 y 6;
“Daños en 39 comercios. La policía admite que actuó con tolerancia por creerlos
estudiantes”, Tribuna de Monterrey, 24 de octubre
de 1971, pp. 1 y 6; “30 vándalos fueron detenidos por la policía judicial”, Tribuna de Monterrey, 23 de octubre de 1971, 1ª sec., p.
4; “21 detenidos por tropelías en la suspensión de un festival”, El Porvenir. El Periódico de la
Frontera, 24 de octubre de 1971, 3-a, p. 2; “Para evadir el castigo
todos los salvajes de anoche se echan atrás”, El Sol. Diario Regiomontano de la Tarde, 23 de octubre de 1971,
p. 4; “Es casi seguro que los barbajanes montoneros quedarán en libertad”, El Sol. Diario Regiomontano de la
Tarde, 25 de octubre de 1971, p. 8. Se cita la primera nota de la Tribuna.