10.18234/secuencia.v0i105.1605
Artículos
Panamá, de Balboa a Bolívar:
una construcción nacional entre hispanismo y panamericanismo
Panama, from Balboa to Bolívar: National
Construction between Hispanicism and Pan-Americanism
David Marcilhacy*https://orcid.org/0000-0002-5874-1659
Sorbonne Université/CRIMIC,
Francia, david.marcilhacy@sorbonne-universite.fr
Resumen:
Centrándonos en las políticas de la memoria implementadas
por la república de Panamá en sus primeras décadas de existencia, nos
proponemos confrontar dos centenarios que concentraron los esfuerzos de las
autoridades en materia de política nacionalizadora y de diplomacia cultural:
por un lado, el cuarto centenario del Descubrimiento del Mar del Sur por Vasco
Núñez de Balboa, celebrado en Panamá entre 1913 y 1916; por otro, el centenario
del Congreso Anfictiónico reunido por Bolívar en el istmo en 1826. Dichas
conmemoraciones fueron organizadas por la elite liberal panameña en un doble contexto
de especial tensión: por un lado, la crisis económica provocada por la primera
guerra mundial y que degeneró en una grave crisis social a mediados de los años
veinte; por otro, su voluntad de renegociar el Tratado de 1903, para obtener de
Estados Unidos condiciones más satisfactorias para la concesión del canal
interoceánico. Basándonos en fuentes archivísticas, hemerográficas
y en la ensayística, nos interesaremos por las ambigüedades que marcaron sendos
proyectos, los cuales pretendían escenificar a una república encaminada en la
vía del progreso y la modernidad, ocultando la trastienda de una sociedad
fragmentada y una nación intervenida.
Palabras clave: conmemoraciones; nacionalismo; canal interoceánico; huelga inquilinaria; Tratado Kellogg-Alfaro.
Abstract:
Focusing on the policies of memory implemented by the Republic of Panama in the early
decades of its existence, we propose
to compare two centenaries that concentrate the authorities’ efforts in nationalization policy and cultural diplomacy. On one hand
is the fourth
centenary of the Discovery
of the South Sea by Balboa,
celebrated in Panama between 1913 and 1916; and on the other hand
the centenary of the Amphycitonic Congress held by
Bolívar in the isthmus in
1826. These commemorations were organized by the Panamanian
liberal elite in a double context
of particular tension: first,
the economic crisis caused by the
World War, which degenerated into a severe social crisis in the mid-1920s, and second, their aim to renegotiate
the 1903 Treaty, to obtain more satisfactory conditions from the United States
for the concession
of the inter-oceanic canal.
On the basis
of archives, newspapers and essays,
we study the ambiguities that marked both
projects, which sought to present a Republic guided by progress and modernity to mask the reality of a fragmented society and a nation that had
been intervened.
Key words: commemorations;
nationalism; inter-oceanic
canal; tenant strike; Kellogg-Alfaro Treaty.
Fecha de recepción: 11 de abril de 2018 Fecha de aceptación:
1 de enero de 2019
En materia de construcción de identidades e imaginarios,
el caso de la República de Panamá adquiere un valor muy particular en el
conjunto iberoamericano. Primero porque Panamá se constituyó muy tardíamente
como país independiente (1903). Pero también porque su acceso a la
independencia se realizó mediante la imposición de una tutela estadunidense que
limitaba el uso de su soberanía. Panamá, así, entró en el concierto
internacional como una nación intervenida, tanto por la cesión de la franja de
tierra llamada “Zona del Canal” –según estipulaba el Tratado Hay-Bunau Varilla–, como por la disolución forzosa del ejército
nacional en 1904 y la humillante imposición del artículo 136 en la Constitución
del mismo año.[1] El
contexto en que se separó de Colombia fue interpretado como una afrenta por la
mayoría de las repúblicas latinoamericanas. Dicha secesión auspiciada y apoyada
por la potencia del Norte fue identificada como una forma de “pecado original”
que por mucho tiempo ha pesado en la valoración de esta república a nivel
internacional.
Por eso mismo, la República de Panamá constituye un
observatorio privilegiado para analizar las estrategias desplegadas por las
elites que presidieron el nacimiento de ese joven Estado para dotarse de un
relato nacional legitimador y construir su imagen en el exterior. Su proceso
tardío de construcción como Estado-nación fue complejo, dadas las
contradicciones que recorrían la sociedad panameña de principios del siglo y
por la situación de dependencia que caracterizaba a Panamá (Araúz
y Pizzurno, 1996; McCullough,
2012; McGuinness, 2009). La historia del istmo
centroamericano está estrechamente unida al proceso globalizador, siendo el
objeto constante de rivalidades de las grandes potencias desde el siglo XVI (Castillero Calvo, 1999,
pp. 41-70). Por la posición geoestratégica muy especial que ocupa, el istmo
interoceánico representa la encrucijada y el puente de las Américas, que estaba
destinado a volverse, según la fórmula de Bolívar, el “corazón del universo”.[2]
Hasta una época reciente, gran parte de la historiografía
producida sobre el Panamá republicano se había concentrado en rastrear la
construcción nacional desde un enfoque nacionalista, o antiimperialista,
centrándose en la relación problemática tanto con Colombia como con Estados
Unidos. Sin embargo, desde la perspectiva constructivista de autores como Gellner, Anderson y Hobsbawm,
puede considerarse la nación como el producto de un proceso complejo y dinámico
situado históricamente y basado en las interacciones de distintos actores
movidos por estrategias de interés y adaptación a un entorno cambiante. Las
imágenes que generan estos agentes –elites, gobernantes, estructuras estatales,
pero también asociaciones y sociedad civil– van conformando una identidad
colectiva, una conciencia diferenciadora de la nación y un sentimiento de
lealtad a la misma. Como lo recalca Anne-Marie Thiesse (2006), también resulta fundamental estudiar el
papel de lo transnacional en estos procesos de nacionalización. Algunos
trabajos punteros así han subrayado el papel del hispanismo en la construcción
nacional panameña (Chirú Barrios, 2011; Pizzurno, 2011; Szok, 2001). No
obstante, dichos estudios no centran su reflexión en la funcionalidad en
materia de política exterior de estos referentes externos –no sólo el
hispanismo, sino también el latinoamericanismo y el
panamericanismo.
Exposiciones, centenarios y referentes icónicos de la
memoria colectiva: a partir de estos temas tratados por la historia cultural,
aplicada a las relaciones internacionales, se ofrecerá aquí una reflexión sobre
las paradojas de la construcción nacional de Panamá, un país nacido para
ponerse al servicio del mundo (como reza su divisa nacional Pro Mundi Beneficio), cuya
identidad propia y trayectoria exitosa buscaron afirmar sus elites para
legitimar su acción desde 1903, en el marco de una relación asimétrica con el
protector estadunidense. Apoyándose en un análisis comparativo, este estudio se
enfocará en dos iniciativas de envergadura en materia de políticas de la
memoria y de diplomacia cultural: por un lado, la celebración del cuarto
centenario del descubrimiento del Pacífico (1913) y la exposición nacional que
le siguió (1916); por otro, el congreso conmemorativo que organizó la república
panameña en 1926, un siglo después de que Bolívar reuniera allí el famoso
Congreso Anfictiónico. Para entender su alcance, conviene vincular esos
proyectos con los dos objetivos principales de la política exterior panameña de
las décadas 1910 y 1920: mejorar las condiciones de la relación bilateral con
Estados Unidos, y consolidar su proyección internacional para obtener un lugar
en el concierto de las naciones. De hecho, ambas conmemoraciones intervinieron
en momentos en que la diplomacia panameña intentaba renegociar el Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903 para obtener condiciones más
satisfactorias en la concesión del canal interoceánico. Si bien en 1915 la
iniciativa pronto naufragó debido a la contienda mundial,[3] en 1926
el “Congreso Bolivariano”[4] coincidió
con el segundo intento panameño, que desembocaría ese mismo año en el Tratado
Kellogg-Alfaro, nunca ratificado.
Basándonos en fuentes oficiales (legislación, archivos
diplomáticos, discursos reproducidos) y en la publicística
producida en Panamá y en España en ocasión de ambos aniversarios, veremos de
qué manera las autoridades y elites panameñas se valieron de ambos centenarios
(1913 y 1926) como estrategia para promover un modelo de nación afín a sus
intereses y recabar apoyos en el concierto internacional para salir de un
diálogo desequilibrado con Estados Unidos. Analizaremos cómo dichos certámenes
no sólo constituyeron una campaña de imagen dirigida hacia fuera, sino que
también pretendieron crear un imaginario colectivo, destinado a responder a los
desafíos planteados por una cohesión nacional que, en estos años, se mostraba
frágil y deficiente.
Panamá y su estrategia
de imagen internacional
Desde su constitución como
república independiente, Panamá tuvo que luchar no sólo por obtener la normalización
de sus relaciones exteriores, sino también por corregir la imagen negativa
generalmente asociada con su nombre. Si bien el reconocimiento de la nueva
república se benefició del apoyo de grandes potencias como Estados Unidos y
Francia y quedó asegurado en las distintas cancillerías entre fines de 1903 y
los primeros meses de 1904 (Araúz, 1994, vol. 1, pp.
145 y ss.), la tarea de corregir la percepción que se tenía de la república
recién constituida fue más larga. Dichos prejuicios, muy frecuentes en la publicística de la época, se explican por las condiciones
en que la República de Panamá se separó de Colombia, en noviembre de 1903: a
ojos de la mayoría de los comentaristas latinoamericanos, dicho acceso a la
independencia no sólo resultó dañino para la soberanía de una república
hermana, sino que constituyó tras el 98 una nueva manifestación del
expansionismo estadunidense en el Caribe, tendencia calificada de imperialismo
absorbente. La creciente hegemonía de Estados Unidos en esa región y el control
de los puntos estratégicos del istmo centroamericano entraban en los planes de
los estrategas del poder naval estadunidense, una noción teorizada por Alfred
T. Mahan. Así, la separación de Panamá se leyó como
un paso determinante en la afirmación de la supremacía estadunidense sobre el
Caribe y el Golfo de México, convertidos en un “Mare Nostrum”
norteamericano y en puerta de entrada al Pacífico y sus rutas marítimas.
Es más, el caso de la secesión panameña ilustraba una
forma de colusión con los intereses financieros estadunidenses y franceses,
vinculados a la banca y a los inversionistas de la compañía del canal, quienes
financiaron el movimiento secesionista y condicionaron su éxito (McCullough, 2012, pp. 243-266). La gesta independentista
–elemento fundamental de los relatos nacionales americanos– nació con una
mancha original: si bien a nivel oficial las reacciones fueron más precavidas,
la interpretación que se hizo de ella en la prensa y la ensayística del
continente latinoamericano tendió a adoptar sin muchos matices la perspectiva
colombiana, siendo denunciada la separación como el “rapto” o el “despojo” de
Panamá (Núñez, 2004). El auto de acusación venía de los propios Estados Unidos,
a raíz de una investigación que hizo el magnate del periodismo Joseph Pulitzer,
director del influyente diario neoyorquino The World,
quien acusó al presidente Roosevelt de haber fomentado la secesión a base de
intereses financieros y de sobornos (United States Congress House, 1913). Este relato naturalmente increpaba a los
abogados y banqueros que, como Nelson Cromwell, habrían urdido la conjura, sino
también de manera implícita a los próceres de la independencia, quienes no
dudaron en dejar en manos del francés Philippe Bunau-Varilla la representación plenipotenciaria de la
nueva república para negociar en Washington el tratado de concesión canalera,
que de inmediato se reveló ser muy perjudicial para el joven Estado.[5] Desde
entonces se creó una suerte de “leyenda negra” de la independencia panameña,
que parte de la historiografía nacional y extranjera ha resumido con frases
como “Panama made in USA” o “el país creado por Wall Street” (Araúz, 2004; Díaz Ospino, 2004).
Como enseñan las notas del archivo diplomático panameño,
el buen nombre de Panamá también resultaba perjudicado por otra asociación que
en el lenguaje común de la época asimilaba el nombre de Panamá con la idea de
corrupción, de estafa o de engaño.[6] Esto se
debía a la enorme repercusión mediática que a escala mundial había producido el
“escándalo de Panamá” ocasionado por la quiebra de la compañía francesa del
canal en 1889. Desde aquel caso de corrupción, que arruinó a cientos de miles
de pequeños suscriptores e hizo temblar los cimientos de la Tercera República
francesa, la expresión “un Panamá” quedaba asociada en el lenguaje común
francés y en el imaginario colectivo como sinónimo de corruptela, avaricia y
descalabro... imágenes sin duda perjudiciales para una república que acababa de
independizarse para encaminarse en la senda de la modernidad y que esperaba
atraer a los inversionistas extranjeros.
De ahí que muy tempranamente las autoridades panameñas
emprendieran campañas de carácter cultural y diplomático para crear un discurso
nacionalizador positivo de consumo interno y para enderezar la percepción
exterior que se tenía del país. Esta estrategia de imagen tenía otro objetivo
no menos importante, o sea superar el relativo aislamiento en el que se encontraba
Panamá respecto de sus vecinos centro y sudamericanos, dada la prioridad
otorgada a la relación con Estados Unidos en todos los ámbitos. A partir de
ahí, las autoridades panameñas desplegaron distintas iniciativas para mejorar
la imagen de su país e insertarlo como miembro de pleno derecho en la comunidad
internacional. Sin duda, el mayor intento en términos de expectativas, de
esfuerzo colectivo y de inversión pública fue la Exposición Nacional de Panamá,
calcada sobre el modelo de las grandes exposiciones universales entonces en
boga. Dicha exposición, inicialmente proyectada para el año 1913, debía
coincidir con una doble coyuntura que le daría el lustre internacional
esperado: el cuarto centenario del descubrimiento del Pacífico y la próxima inauguración
del canal interoceánico (Chirú Barrios, 2011, pp.
82-100; Marcilhacy, 2006, pp. 600-614; Samos, 2017).
La nación interoceánica en busca de sus raíces: el IV Centenario del
descubrimiento del mar del sur (1913) y la Exposición Nacional de 1916
Desde su origen, este proyecto
conmemorativo tuvo un marcado carácter hispanista y se proyectó conjuntamente
con las máximas autoridades españolas. Para la pequeña elite panameña encargada
de los destinos de la nación, celebrar a Vasco Núñez de Balboa, a quien la
memoria colectiva consideraba el “descubridor del Pacífico” permitía destacar
la remota vocación del istmo como encrucijada dedicada al comercio, revelada
por el conquistador castellano. Conmemorar aquel hito histórico no sólo
correspondía con el modelo de nación que dichas elites criollas querían
promover, una nación a su imagen –blanca, hispanohablante, de antigua
alcurnia–, sino que permitía legitimar su acción a la cabeza del país:
recuperar la figura de Núñez de Balboa permitía reanudar con el imaginario de
una nación interoceánica que hoy como antaño seguía pionera en la senda del
progreso, gracias a la acción de sus clarividentes dirigentes, émulos de los
audaces conquistadores del siglo XVI.
La idea de celebrar el centenario de 1913 circulaba desde
el año de 1906, cuando el académico de la historia Ángel de Altolaguirre
sugirió que las autoridades españolas y la Real Sociedad Geográfica invitaran a
todas las naciones ribereñas del Pacífico a celebrar conjuntamente la hazaña
del conquistador Núñez de Balboa, descubridor del Mar del Sur, a quien el
académico considerada “una gloria puramente española”.[7] Esta
iniciativa se inscribía en la política de conmemoraciones americanistas que
desde 1892 había iniciado España como parte de su programa de atracción
dirigido hacia las repúblicas hispanoamericanas (Marcilhacy,
2010, pp. 330 y ss). En 1912, el recién elegido
presidente de Panamá, el liberal Belisario Porras, hizo suyo el proyecto e hizo
adoptar una ley que declaraba festivo el 25 de septiembre de 1913 y que
ordenaba conmemorar “la hazaña del adelantado Vasco Núñez de Balboa” con una
exposición nacional, a la que la “antigua madre Patria” sería invitada
especialmente, junto con los países hermanos del continente americano.[8] Para
Porras, se trataba de marcar simbólicamente una nueva era política. La llegada
al gobierno de los liberales desde 1910, que por dos décadas serían hegemónicos
en la política istmeña, suponía el acceso al poder de la elite comercial y
urbana, cuyo sustento dependía de la renta de tránsito, cuando los
conservadores eran en su mayoría terratenientes. De ahí el marcado interés de
los liberales en apoyar el relato de una nación dedicada al comercio y los
intercambios desde sus orígenes.
Deseoso de dar lustre a su iniciativa, Porras dirigió al
rey Alfonso XIII una carta autógrafa impregnada de los más vivos sentimientos
hispanófilos en la que le participaba su decisión de celebrar el magno
centenario. Haciendo una referencia implícita a las frustraciones de ambas
naciones ante el creciente poderío de Estados Unidos en la región, dicha carta
subrayaba la importancia de reforzar los vínculos de solidaridad entre pueblos
de un mismo origen que compartían idénticas aspiraciones de cara al futuro:
Grande y buen amigo: Al tener el alto honor de dirigirnos
a V. M. para someter a vuestra consideración una idea que liga a la Patria
nuestra al nombre del pueblo hidalgo de que sois el más caracterizado
representante, es motivo de viva satisfacción para nosotros ofreceros nuestro
entusiasta y amistoso saludo, con la más sincera protesta de aprecio del pueblo
y Gobierno panameños, para la noble Nación española y su ilustre Soberano.
Entre las antiguas colonias españolas de América y la Metrópoli se han iniciado
en los últimos años vigorosas corrientes de simpatía, que tienden a estrechar
los vínculos de amor y solidaridad que deben cultivarse entre pueblos de un
mismo origen, que hablan la misma lengua, y que por similitud de aspiraciones
marchan por la misma ruta hacia las conquistas del porvenir. La República de
Panamá acaba de dar una muestra de que participa de ese movimiento noble de
acercamiento hacia España, y por medio de una ley, expedida por la Asamblea
Nacional, ha decretado la glorificación del descubridor del mar del Sur en el
IV centenario de aquel hecho histórico, que el genio ha brindado a las
brillantes páginas del heroísmo de España.[9]
Esta iniciativa encontró inmediato apoyo en Alfonso XIII
que, en marzo de 1913, adoptó un real decreto que anunciaba la organización de
una
conmemoración oficial en España.[10] En
ambos casos, la implicación de las autoridades se debía tanto a la voluntad de
convertir ese aniversario en un momento de exaltación nacional como al deseo de
no dejarles el protagonismo a Estados Unidos: de hecho, desde 1910 la nación
que se había hecho con las obras de construcción del canal interoceánico había
anunciado su intención de celebrar el cuarto centenario del descubrimiento del
Pacífico junto con la inauguración de aquella obra, mediante una portentosa
exposición internacional en San Francisco (Moreno Luzón, 2017). Tanto para
Panamá, expuesta a la presencia neocolonial del “protector” estadunidense en la
Zona del Canal, como para España, marcada por la pérdida de su influencia en el
Caribe desde 1898, era inconcebible dejar que los estadunidenses celebraran
solos el magno evento.
Si bien en España la conmemoración fue ante todo
científica, consistente en un ciclo de conferencias en la Real Sociedad
Geográfica y la organización del Primer Congreso de Historia y Geografía
Hispanoamericanas (que se reuniría en Sevilla en abril de 1914),[11] el
gobierno panameño le dio al proyecto toda la importancia que le permitían sus
capacidades financieras todavía muy precarias.[12] El
centenario de 1913 entró de lleno en las políticas de la memoria promocionadas
por la elite liberal para construirse una genealogía prestigiosa y compensar la
imagen de una república inventada por Washington. Tal como se desprendió de la
ceremonia de colocación de la primera piedra de la exposición, que tuvo lugar
el 25 de septiembre, la narrativa nacionalista panameña tuvo a bien convertir a
la figura de Núñez de Balboa en un mito fundacional (Chirú
Barrios, 2012). Los discursos recalcaron no sólo el carácter heroico de Vasco
Núñez de Balboa, el “intrépido” conquistador que había atravesado las selvas
del Darién para luego tomar posesión del Mar del Sur, sino también su
significación para el destino de Panamá: con su descubrimiento, Núñez de Balboa
habría perfilado el destino geográfico de esta tierra como lugar de tránsito
(Sociedad Española de Beneficencia, 1913). Esta identificación resultaba
esencial para vertebrar el imaginario de la “nación interoceánica”: permitía
por un lado subrayar su importancia histórica en la configuración del imperio
español –al constituir el nexo esencial en la ruta del oro entre el Perú y la
Península ibérica– y, por otro, resaltar el actual valor estratégico del istmo
como centro de los intercambios mundiales.
De ahí que tanto las autoridades españolas como los
prohombres panameños reinterpretaran la hazaña de Núñez de Balboa en función
del nuevo orden geopolítico que suponía la apertura del canal interoceánico por
los ingenieros militares estadunidenses. De manera elocuente, el real decreto
adoptado en España insistía en lo trascendental que representaba aquel
descubrimiento “para el progreso humano”, identificando a España como la
auténtica inspiradora de aquel prodigio de la tecnología moderna. En
definitiva, como pretendía demostrarlo una obra histórica publicada en 1915
bajo el sugestivo título Los precursores españoles del
Canal Interoceánico (Pérez y Nougués, 1915),
los verdaderos iniciadores del canal interoceánico no eran ni franceses ni
estadunidenses, sino auténticos caballeros de la “raza” española, los
conquistadores del siglo XVI (Marcilhacy,
2006, p. 611). Junto a la construcción peninsular del héroe español (Mena
García, 2014), se procedió del otro lado del Atlántico a una “panameñización” de la figura de Núñez de Balboa, convertido
en héroe nacional y Padre de la Patria. Y es que, desde los primeros años de la
república, la figura de Balboa ocupó un lugar central entre los símbolos de
este joven Estado-nación que había de inventarse una tradición: a la moneda
oficial se le dio el nombre de Balboa,[13] y su
efigie apareció en los sellos postales y hasta, como muestra de nacionalismo
banal, en la cerveza nacional “Balboa”, producida desde 1910 por la Panama Brewing and Refrigeration Company. De este modo, Panamá parecía dar la
espalda a los relatos hispanófobos que, en muchos puntos del continente,
seguían rechazando a las figuras de los conquistadores, símbolos de crueldad y
codicia, a pesar del cambio de discurso que en la materia habían introducido
los primeros centenarios de las independencias… En aras de la modernidad, la
república proyectada por esas elites parecía reconciliada con aquel pasado y
sólo considerarlo como un feliz precedente en que el istmo había constituido el
nexo central de un gran imperio.
Este fenómeno se integra en el contexto de difusión de la
corriente hispanista, a semejanza de la recuperación de la raíz española que se
expresó en otras repúblicas en torno a los centenarios de las independencias
(Moreno Luzón, 2010; Pérez Vejo, 2011, pp. 171 y ss.). Para la República de
Panamá, recuperar el legado hispánico debía servir a cimentar a la joven y
variopinta nación, deshacerla de su imagen de “república negra” –por el aluvión
de trabajadores afroantillanos– y revestirla de referencias a un pasado
prestigioso y en consonancia con su pretensión de constituir el eje vertebrador
del mundo americano. La figura de Vasco Núñez de Balboa reunía todo eso y podía
constituir el vector privilegiado de este discurso simbólico. En el istmo,
también era muy activa la colonia española, representada por asociaciones como
la Delegación de la Unión Ibero-Americana, presidida
por el cónsul Emilio de Motta, el Centro Español, dirigido por Bartolomé Bosch,
o la Sociedad Española de Beneficencia, cuyo presidente honorario era el
influyente empresario Gervasio García. Toda una red de diplomáticos,
comerciantes, intelectuales e inmigrantes íntimamente vinculados con la elite
europeizada panameña así constituyeron los agentes que aseguraron la
impregnación de ese imaginario hispanista en la construcción nacional panameña.
La inauguración en 1924 del monumento a Vasco Núñez de
Balboa, proyectado desde 1913 en el marco del centenario, fue otro ejemplo de
ese discurso nacionalista de vindicación de la genealogía española. Planteado
como símbolo de la unión de la “raza hispánica”, el monumento debía ser
financiado por suscripción de España junto con todas las repúblicas
latinoamericanas. Si bien Alfonso XIII y Belisario Porras encabezaron dicha
suscripción con sumas relevantes (50 000 pesetas cada uno), la comisión
encargada de la obra tardó diez años en reunir los fondos... El estallido de la
Gran Guerra paralizó completamente la iniciativa y a los pocos años surgieron
tensiones entre el gobierno español, que supervisaba la recolección de los
fondos, y el gobierno panameño, impaciente por ver realizarse la obra antes del
turno presidencial.[14]
Fiel a su deseo de hacer de la matriz española el eje
vertebrador de la nacionalidad, el presidente Porras encargó la realización de
la obra a dos famosos escultores españoles, Mariano Benlliure
y Miguel Blay, y solicitó al rey para inaugurar en persona el tan esperado
monumento.[15] Los
argumentos cruzados por ambos servicios diplomáticos nos dan una indicación de
cómo la estatuaria en tanto que instrumento de diplomacia cultural entraba en
feroces batallas de memoria: en carta confidencial dirigida al Ministerio de
Estado, el cónsul español en Panamá no dejaba de referirse al precedente de
diciembre de 1923, cuando una misión diplomática francesa de muy alto nivel
vino a bordo de un buque de guerra a inaugurar el imponente “Monumento a los
franceses zapadores del Canal”, para señalar que España debería corresponder
con una misión de igual relieve.[16]
Advertencias que quedaron letra muerta, ya que el gobierno español, por motivos
financieros, se limitó en mandar a su ministro plenipotenciario en Caracas,
Ángel Ranero y Rivas.[17]
Con todo, la inauguración del monumento a Vasco Núñez de
Balboa fue un acontecimiento fastuoso, y constituyó como una despedida al
presidente Porras –patrocinador del proyecto–, que una semana después dejaría
la sede presidencial a su delfín Rodolfo Chiari. Los
festejos oficiales duraron del 25 al 29 de septiembre y reunieron a
representantes de todos los países que habían contribuido a la obra.[18] A todas
luces los promotores de la ceremonia buscaron en esta ocasión resaltar el lugar
prominente que tenía Panamá en el seno de la familia hispanoamericana, como un
año antes habían demostrado la pertenencia de Panamá a la latinité, acogiendo con pompa a la comitiva
francesa para inaugurar el monumento a De Lesseps y
los obreros franceses.[19]
El 29 de septiembre de 1924, declarado día de júbilo
nacional, fue desvelado el monumento ante un público estimado en unas 10 000
personas.[20]
Colocado en un pedestal encaramado por un globo terráqueo, expresión del
destino geográfico de Panamá como corazón del mundo, el Balboa esculpido por Benlliure era triunfante y arrogante (Marcilhacy,
2006, p. 609; Moreno Luzón, 2017). Con la mirada dirigida hacia el mar, el
Adelantado blandía una espada en forma de cruz, junto con el pendón de
Castilla. Soldado y monje, conquista y evangelización, España y su imperio
planetario, la obra lo resumía todo con gran fuerza simbólica y afirmaba su
función pedagógica. La tonalidad de los discursos confirmó la fábrica de Vasco
Núñez de Balboa como héroe de “la raza” y la reivindicación de las glorias del
pasado colonial como fragua de la nacionalidad y afirmación de orgullo. Así lo
dijo Porras en su discurso:
¡Héroe! Aquí quedarás como una reparación y como un
ejemplo, y como un modelo de tu raza. […] Que sirvas aquí para recuerdo de la
madre España, fecunda, que dio al mundo soldados de hierro, héroes sufridos,
titanes que dominaban el mar y sus peligros, y las tierras desconocidas, y
todos los endriagos que las habitaban; exploradores sin miedo, conquistadores
invulnerables y colonizadores sabios.[21]
A muchos niveles se trataba de un discurso de
compensación simbólica para un país sometido a la tutela estadunidense y que ni
siquiera se beneficiaba del producto generado por el canal, que desde 1915
había alcanzado la rentabilidad.
Es más, el emplazamiento del mismo monumento debió
cambiarse a petición del gobernador estadunidense. La intención inicial era
colocar la estatua en la entrada del canal, “en sitio donde [fuera] saludada
eternamente por las banderas de todas las naciones y por los hombres de todas
las razas”:[22] así se
pretendía erigir a Núñez de Balboa en perceptor simbólico de un tributo de
homenaje de los buques del mundo entero que pasarían por delante, cuando
Estados Unidos reclamaría por su parte un derecho de paso monetario. Pero las
autoridades del canal se negaron a ello, oficialmente por motivos de seguridad,
y hubo que colocar el monumento en una zona muy distante, el Barrio de la
Exposición (Chirú Barrios, 2012). Se trataba de un
ensanche nuevo, nacido de un proyecto urbanístico de gran alcance que se había
planeado junto con el centenario de 1913. Pretendía dotar a la ciudad de una
urbanización moderna que sirviera de vitrina del Panamá republicano y le
ofreciera toda clase de comodidades, necesarias para convertir a la ciudad en
capital y alojar a las legaciones extranjeras (Samos, 2017). Así el héroe Núñez
de Balboa vino a parar en ese barrio nuevo, apartado tanto de Panamá Viejo como
del casco colonial y del canal del que le decían precursor, pero –eso sí– a
pocas cuadras del recién inaugurado monumento a Cervantes. El distrito se
llamaba “de la Exposición” porque ocupaba los terrenos de la gran Exposición
Nacional que había sido proyectada en el marco del mencionado centenario.[23]
Aquel gran proyecto nacional –la Exposición– debía situar
a Panamá como centro del continente americano y como último llegado en la gran
familia hispanoamericana, España incluida. Por eso el gobierno había invitado
oficialmente a que participaran con sendos pabellones a Estados Unidos, todas
las naciones latinoamericanas y España –como huésped especial–.[24] Todos
habían de congregarse en el istmo para celebrar ante los ojos del mundo aquel
prodigio de la ingeniería moderna, que iba a revolucionar las comunicaciones
mundiales y que era la realización del viejo sueño de los colonizadores
españoles. Para una joven nación que apenas cumplía dos lustros de
independencia, el propósito de la exposición de Panamá entraba directamente en
su estrategia de imagen internacional: se trataba mediante la exposición de
atraer a delegaciones y visitantes del mundo entero para mostrarles los logros
conseguidos en materia de modernización y los potenciales que esta tierra
ofrecía a los inversionistas (Scoullar, 1916-1917; The Latin American Publicity Bureau, 1916). También era una campaña para
revestir de prestigio el nombre de Panamá y reivindicar un justo reconocimiento
a su contribución al progreso de la humanidad por la obra del canal.
Sin embargo, la exposición resultó ser un semifracaso. Primero su inauguración corrió la misma suerte
que el monumento a Vasco Núñez de Balboa: inicialmente prevista para enero de
1914,[25] tuvo
que aplazarse seis veces hasta febrero de 1916, por las enormes dificultades
financieras que debió enfrentar la Hacienda pública y que retrasaron la
construcción de los pabellones. Luego la recepción no fue la esperada: se
convirtió en una exposición reducida a lo mínimo en cuanto a la participación
internacional, que quedó limitada a Estados Unidos y Cuba, el pabellón de
España siendo inaugurado sólo después del certamen.[26] Todos
los demás países invitados desistieron de asistir o cancelaron su
participación. Esta desafección se debió al estallido de la primera guerra
mundial, pero también a la competencia que le hicieron las dos grandes
exposiciones que se verificaron en el mismo momento en Estados Unidos: la
Exposición Internacional Panamá-California de San Diego y la Exposición
Internacional Panamá-Pacific de San Francisco, ambas
inauguradas en 1915. El certamen de San Francisco le copó el protagonismo al
evento panameño, y paradójicamente la conclusión de la obra del canal acabó
celebrándose en California. La exposición de Panamá debía simbolizar la entrada
de la nueva república en la modernidad, pero lo que más bien afirmó era la
potencia comercial estadunidense, ya que la única sección que en su seno tuvo
real éxito fue la muestra agrícola, comercial e industrial del potente vecino y
protector. En resumidas cuentas, la Exposición Nacional no dio los resultados
esperados y se interpretó más bien como una oportunidad perdida, dado la escasa
repercusión mediática que tuvo fuera de las fronteras, el reducido número de
visitantes y el endeudamiento que causó a las muy frágiles arcas públicas.
Tras ese relativo fracaso, las elites políticas y
culturales panameñas tuvieron que esperar varios años antes de poder formular
un nuevo proyecto que permitiera reunir en el istmo a numerosas delegaciones
susceptibles de servir de agentes para difundir en el exterior una imagen
favorable del país y de sus posibilidades. La oportunidad se presentó en 1926,
al corresponder ese año con el Centenario del Congreso Anfictiónico que, en
1826, había reunido el libertador Simón Bolívar en el istmo centroamericano.
El centenario de 1926, vitrina de Panamá, tierra de oportunidades
El centenario de 1926 se organizó
en torno a tres manifestaciones que todas contenían una dimensión memorial: por
un lado, un gran congreso conmemorativo internacional que revivió la histórica
asamblea panamericana de 1826; por otro, la inauguración de un imponente
monumento a Simón Bolívar en una céntrica plaza del casco viejo; y, por fin,
una serie de visitas y actos festivos previstos para las delegaciones
extranjeras (Centenario del Congreso, 1925). De ahí
que resulte importante analizar en dicho aniversario los usos de la memoria y
de los dispositivos simbólicos en su doble funcionalidad: como instrumentos de
diplomacia cultural y como vectores de construcción nacional (Chirú Barrios, 2011, pp. 127-139; Marcilhacy,
2018).
Si bien –como ya se verá– en lo relativo a la política
interior el Centenario del Congreso de Bolívar no hizo sino recalcar el
divorcio social que plagaba aquella república oligárquica, a nivel diplomático
dicho certamen se revistió de mayor éxito. Su acto central –el Congreso
conmemorativo– reunió a unas 60 delegaciones, con 22 países representados
procedentes de América y Europa. Además de las representaciones de 19 naciones
americanas, Estados Unidos incluido (tan sólo Costa Rica y Paraguay no
estuvieron), participaron oficialmente tres países europeos: Inglaterra y
Países Bajos –cuyos comisionados habían sido invitados al Congreso de 1826–,
pero también España, en calidad de invitada de honor y como señal de una nueva
etapa de las relaciones con la llamada “madre Patria”, 100 años después de
finalizar las guerras de independencia. A esas embajadas se sumaron unas 45
delegaciones científicas y universitarias, procedentes de nueve países, aunque
el grueso vino de Estados Unidos.[27] Ese
logro en términos de participación se debió a una coyuntura internacional sin
duda más propicia que en 1916, y también a la implicación de una serie de
actores de primer plano en la escena cultural, intelectual y política de Panamá.
De hecho, quienes habían auspiciado la conmemoración e integraron la comisión
organizadora eran destacados miembros de la elite en el poder, todos con sólida
formación y procedentes de los dos principales partidos que habían copado el
poder desde la independencia: su presidente era Octavio Méndez Pereira,
pedagogo formado en Chile, miembro del Partido Liberal y a la sazón secretario
de Instrucción Pública. Le rodeaban Samuel Lewis, doctor en Derecho, miembro
destacado del Partido Conservador y ex Secretario de Relaciones Exteriores, y
el abogado Fabián Velarde, otra figura del liberalismo, que se había formado en
el prestigioso Instituto Nacional.
Los objetivos perseguidos con dicha conmemoración
retomaban en parte la función que se le había querido asignar a la exposición
de 1916. En palabras del historiador Félix Chirú
Barrios (2011, p. 128), la conmemoración de 1926 significó para Panamá tres
cosas: demostrar a Latinoamérica su capacidad de mantener la independencia, muy
vilipendiada en la región, así como el progreso alcanzado desde 1903; reforzar
por otro lado sus vínculos “hispanos” con el resto de las naciones del
continente; y por fin, insistir en las ventajas de su valiosa posición
geográfica, tal como lo había profetizado Bolívar. Aunque todos los delegados
coincidieron en reconocer los progresos realizados por Panamá en materia de
infraestructuras o de educación, se airearon no pocas disensiones en cuanto a
su viabilidad como Estado soberano, dada la imposibilidad de ocultar la
dependencia hacia el protector americano, en un contexto de máxima tensión en
un plano interior.
A nivel de diplomacia cultural, el centenario fue la
ocasión de un verdadero despliegue comunicativo (Marcilhacy,
2018, pp. 97 y ss.). Las múltiples actividades que acompañaron el Congreso
propiamente dicho informan sobre la estrategia seguida para hacer resaltar el
potencial del país. El programa de visitas propuesto a las delegaciones
extranjeras, en particular, resulta significativo. Combinó unas visitas
históricas que ponderaban los orígenes coloniales de Panamá –citemos las ruinas
de Panamá la Vieja, convertidas en patrimonio público por ley del 19 de octubre
de 1912 (Sosa, 1919)–, y otras que recordaban el papel del istmo en el momento
de las independencias hispanoamericanas –el programa incluía una sesión solemne
en la sala capitular del convento donde Bolívar había reunido el Congreso de
1826.
Pero el programa no sólo pretendía valorar el pasado y la
riqueza de su legado, sino que ambicionaba manifestar que Panamá ya había entrado
en el camino de las naciones desarrolladas y civilizadas: comprendía también
visitas a los modernos centros y establecimientos de sanidad y educación, que
daban un reflejo de los avances registrados en el istmo en materia de
desarrollo intelectual y científico. Algunos hitos de este recorrido fueron las
visitas de las escuelas normales y escuelas profesionales, reflejo de los
continuos esfuerzos del gobierno en materia de instrucción pública, así como
del hospital recién estrenado Santo Tomás, reputado el “más moderno, mejor
equipado y más capaz de la América Latina”.[28] Los
delegados eran invitados a observar los progresos de la ciudad en materia de
higiene, saneamiento y equipamiento como el alumbrado o la pavimentación. La
inauguración de parques y monumentos en la céntrica plaza de Bolívar, a pocas
cuadras del Palacio presidencial, entraba en un proyecto destinado a embellecer
la ciudad, para darle el estatus y el prestigio de una capital. Obviamente, ese
programa no se limitó a la ciudad de Panamá e incluyó visitas a la Zona del
Canal –territorio directamente administrado por Estados Unidos– y a sus
instalaciones (puerto de Balboa, esclusas de Miraflores…). Con semejante
recorrido, la idea de los panameños era apoyarse en la experiencia vivida in situ por los delegados extranjeros para contrarrestar
la idea difundida de que la Zona constituía un remanso de civilización aislado
en un territorio dominado por la incultura y una naturaleza salvaje (Lasso,
2015; Marcilhacy, 2018, pp. 113-124; Missal, 2008, pp. 122-163). Evidentemente este programa
descansó en la ocultación voluntaria de los muchos fallos existentes en la
tarea modernizadora, como eran el estado de abandono de las provincias
interiores, el persistente analfabetismo o la miseria en que malvivía una gran
parte de la población, tanto en el interior como en las ciudades terminales de
Colón y Panamá.
Esto nos remite a otra dimensión del centenario, o sea su
carácter de propaganda comercial, dirigida a seducir a potenciales
inversionistas. Para ello, además de las referidas visitas, conviene señalar la
publicación de folletos y guías, redactados en varios idiomas, destinados a los
viajeros y negociantes extranjeros. Esos libros, a semejanza del Libro Azul de 1917, proporcionaban información sobre el comercio,
la salud, las producciones, los lugares de interés, así como notas biográficas
de las personalidades más relevantes de la sociedad panameña y del cuerpo
diplomático acreditado en la República, según comenta Patricia Pizzurno (2007). Contenían pues una información práctica
susceptible de atraer a los capitalistas extranjeros y de acompañarles en sus
trámites y negocios en el istmo, siguiendo el modelo del Who’s who
in America publicado desde 1899 por la Worldwide
Branding. Uno de ellos es el Libro
de oro. Golden book. Panamá, de Mia Strasser de Saavedra y David Saavedra (1926): esa guía,
redactada en inglés, español y alemán, era un estudio comparativo de los
beneficios que ofrecía la República de Panamá en comparación con Canadá,
Australia, Sudáfrica, Argentina y Brasil, para la realización de inversiones en
el sector agropecuario.
Ese despliegue propagandístico no sólo se dirigía a
inversionistas e inmigrantes, sino que también pretendía desarrollar el
turismo, tanto desde fuera (sobre todo Estados Unidos), como desde la Zona del
Canal, que abrigaba a unos 37 000 habitantes, la mayoría con una capacidad
adquisitiva muy superior a la media nacional. Desde que retomaron la
construcción del Canal (1904-1914), los estadunidenses habían iniciado una campaña
de promoción sobre Panamá para justificar la ingente inversión de dinero que
requería la obra del canal. Así empezaron a publicarse múltiples libros, guías
y folletos ilustrados, a menudo en inglés. La afluencia de turistas en los
últimos años de la obra llegó a alcanzar la cifra de 20 000 al año, atraídos
por los encantos de ese trópico ya saneado y civilizado y, al mismo tiempo, por
descubrir cómo la maquinaria moderna podía cavar las entrañas de esa selva
tropical montañosa, como en el Corte Culebra.
Sin lugar a dudas estas campañas pretendían valorar las
potencialidades del país para atraer inversiones, turismo y mano de obra
cualificada. Y una forma de lograrlo era “vender” a la opinión internacional
una imagen del país adaptada a sus expectativas, aunque supusiera abundar en
los estereotipos del exotismo prestados a los países de la América Central y el
Caribe. Desde mediados del siglo XIX con la
construcción y explotación del ferrocarril transístmico
(McGuinness, 2009), la impregnación de la sociedad
panameña por la cultura estadunidense era profunda y esta se reforzó
significativamente a partir de 1903. El propio imaginario estadunidense influyó
en la representación de la cultura nacional panameña. Un objeto de consumo que
en la época obtuvo un enorme éxito así se convirtió en poco tiempo en el
símbolo de la vestimenta nacional, mucho más que la tradicional pollera: se
trata del famoso Panama hat, sombrero de paja toquilla
que utilizaban los trabajadores del canal en la época de construcción, pero que
en realidad se produce en Ecuador (el jipijapa). Fue durante la visita del
presidente Roosevelt a las obras del canal en 1906 cuando el pintoresco
sombrero se hizo muy popular en todo el mundo, llegando a conocerse desde
entonces con ese nombre: la imagen muy estudiada del presidente encaramado en
una grúa llevando el famoso sombrero, como si fuera un obrero más, recorrió las
portadas de los grandes periódicos internacionales.[29]
El hecho de que se le atribuyera el nombre de “sombrero
Panamá” remite a la imagen de marca que se atribuía al país, como arquetipo del
trópico cálido, a la vez exótico y civilizado, exuberante y domesticado. La
idea era dejar atrás la imagen de un trópico hostil, pantanoso e inhóspito,
infectado por insectos y depredadores, donde murieron decenas de miles de
trabajadores inmigrantes, antillanos, chinos e indios (hasta que se descubriera
el agente infeccioso de la fiebre amarilla en 1903). El Panama hat
y la imagen de Teddy Roosevelt en la zanja del canal simbolizaban la promesa de
un país conducido en la senda del progreso por la mano de la potencia
estadunidense y que al mismo tiempo conservaba su exotismo y su cálido
ambiente. Sin duda en la década de 1920 había evolucionado la imagen de Panamá
y ya no era un lugar que concentrara tantas fantasías, como a principios de
siglo, cuando era sinónimo de corrupción y escándalo, o se veía como tierra de
oportunidades para emigrantes con las obras del canal, o aun como lugar de
perdición por su clima, sus pésimas condiciones sanitarias y su moralidad
dudosa. Sin embargo, su relativo aislamiento respecto del conjunto
latinoamericano, favorecía la difusión de una imagen devaluada o caricaturesca.
De ahí que el centenario de 1926 entrara de lleno en lo
que hoy se conoce como la Public Diplomacy, consistente en
dirigirse a las opiniones públicas extranjeras para generar comprensión mutua y
ganar influencia. Los numerosos delegados invitados, en su gran mayoría
diplomáticos, juristas, académicos y periodistas, pueden considerarse como
líderes de opinión en sus respectivos países. Los organizadores de los festejos
panameños eran muy conscientes del papel de agentes de propaganda que podrían
desempeñar a su regreso. Se lo pidió expresamente el presidente del congreso,
Octavio Méndez Pereira, en el discurso de clausura del congreso conmemorativo,
al despedirse de las delegaciones, el 25 de junio:
Os deseábamos aquí para este género de inspiración,
señores delegados, […] para que auscultarais el corazón de nuestro pueblo y
pudierais comprobar lo que heredó de sus abuelos y lo que ha hecho él mismo en
los combates del progreso y de la educación. Para que al volver a vuestras
patrias podáis decir a los familiares y amigos, que ninguno de vosotros se ha sentido
extranjero bajo nuestro techo y que en nuestra tierra de verdura y de sol
ningún corazón americano puede sentir la nostalgia de su bandera; para que
podáis contar a vuestros hombres de estado cómo piensan y qué anhelan nuestros
dirigentes, lo que somos y lo que aspiramos a ser dentro de la agrupación
hispánica (Congreso Pan-Americano, 1927, p. 370).
Al final, el conjunto de iniciativas que se adoptaron
para preparar y acompañar los festejos del año 1926 tenía como fin dar a
conocer al mundo el Panamá contemporáneo, un país liberal, avanzado, abierto y
lleno de oportunidades.[30] Así el
centenario sirvió de vitrina del Panamá republicano, en la que se exhibían sus
más preciadas joyas, pero que también disimulaba la trastienda más oscura del
desarrollo nacional. De hecho, las autoridades y los organizadores del Congreso
tuvieron a bien tapar a ojos de los participantes los graves problemas sociales
que agitaban al país y que desde el año 1925 se habían convertido en crisis de
Estado (Pizzurno, 2011, pp. 141 y ss.). Desde la
conclusión de las obras del canal en 1914 y la depresión económica consecutiva
a la primera guerra mundial,[31] la
situación social panameña se había convertido en un hervidero que fue
degradándose año tras año. Las ciudades de Panamá y de Colón concentraban a una
gran masa variopinta de trabajadores recién inmigrados entre quienes muchos se
encontraban ya desempleados y abandonados a su suerte (Reid
Ellis, 2003, pp. 222 y ss.). La presencia estadunidense era otro motivo de
queja constante: tanto los zoneítas (habitantes de la
Zona) como los estadunidenses de paso eran percibidos como soberbios y
arrogantes, y frecuentes eran los conflictos con la población local, que se
sentía paria en su propia tierra. Además del sistema de los comisariatos de la
Zona y de la tarifa Dingley, que suponían graves
pérdidas para la economía nacional y la Hacienda pública, otro agravio era el
control que en la práctica tenían los estadunidenses sobre numerosos sectores,
ya que sus técnicos dirigían muchas instituciones educativas, económicas,
sanitarias u obras públicas en detrimento de los profesionales nacionales
(Pérez y León Lerma, s. a., p. 9).
La precaria situación social se agravó en el año 1925
cuando, a raíz de una ley que reformaba la fiscalidad sobre fincas rústicas,[32] los
caseros pretendieron subir los alquileres. Esta medida afectó principalmente
los barrios populares de Santa Ana y el Chorrillo, donde se arrendaban a las
masas de trabajadores las numerosas casas de inquilinato, unas viviendas
exiguas y promiscuas que generaban a las familias propietarias unos jugosos
beneficios. La repentina inflación desató en octubre de 1925 el movimiento inquilinario, una protesta de las masas obreras que
adquirió un carácter insurreccional e hizo tambalear el poder de las elites
liberales (Gandásegui, 1990, pp. 56 y ss.). Bajo la
impulsión del recién nacido Sindicato General de Trabajadores, se creó una Liga
de Inquilinos y Subsistencia, que decretó una huelga del alquiler, y recibió el
apoyo de muchos inmigrantes de tendencia socialista y anarquista. A esa
revuelta se sumó el naciente movimiento nacionalista Acción Comunal, que
agrupaba a las clases medias preocupadas por la corrupción y el entreguismo de
las elites gobernantes, dispuestas a vender los intereses nacionales a Estados
Unidos a cambio de prebendas personales.
La gravedad de la situación condujo a las autoridades a
adoptar una medida extrema, que traducía su incapacidad para mantener la
cohesión social y el orden público: el gobierno de Rodolfo Chiari
requirió la intervención del ejército estadunidense basado en la Zona, que el
12 de octubre penetró en el territorio panameño y se encargó de reprimir con
extrema violencia la movilización popular. Esta grave crisis, que revelaba las
debilidades del desarrollo panameño y del pacto nacional en el que descansaban
sus instituciones, reflejaba una forma de divorcio entre las elites por lado y
parte de las clases medias y las masas empobrecidas por otro.[33] En peor
condición de marginación aún se encontraban los indígenas autóctonos kuna,
quienes en febrero y marzo del mismo año habían protagonizado en la región
periférica de San Blas una auténtica revolución secesionista contra el poder
central, por considerar vulnerados sus derechos y costumbres.[34] Aunque
en su conjunto muy mayoritarios en el país, unos y otros se encontraban no sólo
segregados espacialmente, sino también excluidos del modelo de nación
proyectado por las elites y escenificado en aquellos centenarios. La actitud
abandonista del gobierno Chiari, cuyos ministros
pocos meses después hablarían en palabras encomiásticas de la libertad y los
progresos alcanzados por el país, reflejaba el temor de las elites a una
revolución social, para lo cual la protección del ejército estadunidense estaba
más que bienvenida.
Proyectada en el año de 1925, toda la organización del
aniversario de 1926 tendió a borrar cualquier huella de estas graves divisiones
y a ofrecer una imagen armoniosa del cuerpo social, acorde con las ideas de
progreso, liberalismo y modernidad que las elites querían proyectar. La idea
era también recuperar la iniciativa ofreciendo un discurso de vibrante
nacionalismo, en un momento en que la hegemonía cultural de la elite liberal
estaba ya reñida por contradiscursos de carácter
obrero e internacionalista, o de carácter nacionalista con Acción Comunal.
El Congreso de 1926 y la resurrección
del imaginario bolivariano sobre Panamá: mitificación y construcción nacional
El centenario así apareció a sus
promotores como una oportunidad para elaborar un discurso sobre la nación y
contribuir a la tarea de nacionalización de las masas ofreciendo una lectura
halagüeña del pasado y de la trayectoria histórica del país. La idea de las
elites políticas, educativas y culturales que se implicaron en estos actos,
pertenecientes todas a la burguesía liberal, era combatir lo que identificaban
como leyendas sobre una nación artificial sin más identidad que la construida
por Estados Unidos. Para ello convenía situarla en una continuidad histórica,
asumiendo una triple herencia: 1) la obra civilizadora de la colonización
española –simbolizada por la figura tutelar de Vasco Núñez de Balboa y la
impronta de Pedrarias Dávila–; 2) las revoluciones libertadoras americanas y la
labor a favor de la unión continental –auspiciada por el genio de Simón
Bolívar–, y 3) el universalismo decimonónico conducente a realizar el sueño de
la unión interoceánica –impulsado por el visionario ingeniero francés Ferdinand
de Lesseps–. Incurriendo en un proceso de memoria
selectiva, este relato insistía en tres legados que les convenía reclamar a las
elites cosmopolitas en el poder, y dejaba de lado otras páginas no menos
importantes de la historia del istmo, el pasado prehispánico y la unión con
Colombia en particular.[35] Si bien
la celebración del IV Centenario del Descubrimiento del Pacífico había
permitido levantar frente a la entrada del canal interoceánico un monumento a
Núñez de Balboa (inaugurado en 1924) y otro en recuerdo a los constructores
franceses del canal (inaugurado en 1923), el centenario de 1926 sirvió para
resaltar otra raíz no menos importante en la formación de la nacionalidad
panameña, el legado de Simón Bolívar (Marcilhacy,
2018, cap. 3).[36]
Para Panamá, no se trataba de homenajear al héroe militar
sino al genio visionario del Bolívar estadista, que vio en el istmo
centroamericano el lugar predestinado para realizar su utopía americana de unión,
paz y concordia de las repúblicas recién emancipadas, al convocar allí el
histórico Congreso Anfictiónico de 1826.[37] Esta
fue la idea que quedó representada en el conjunto monumental que fue inaugurado
el 22 de junio de 1926 en la céntrica Plaza de San Francisco, rebautizada Plaza
Bolívar. Costeado por las naciones de América (según acuerdo de la V
Conferencia Panamericana de Santiago de Chile, 1923),[38] el
monumento debía homenajear al Bolívar estadista y pensador más que al Bolívar
capitán de ejércitos. En Panamá el Libertador quedó consagrado como padre de 20
patrias, defensor de la libertad del continente e inspirador de su unidad. Por
eso la composición arquitectónica situaba en lo alto un masivo cóndor,[39] emblema
de la América del Sur, velando sobre una de las escasas representaciones de
Bolívar vestido de paisano, rodeado de dos figuras alegóricas de la Libertad y
de la Paz: de este modo el monumento celebraba su condición de hombre civil y
de organizador de naciones. La obra no sólo tuvo un marcado carácter
americanista, sino también un carácter hispanista asumido, a juzgar por los
discursos que se leyeron y por la autoría del monumento: a pesar de las
dificultades que suponía encargar un monumento desde Europa en tan pocos meses,
el gobierno panameño escogió al renombrado escultor español Mariano Benlliure, ya autor del monumento al General San Martín de
Lima y del dedicado a Nuñez de Balboa en Panamá.
Más allá de la figura de Bolívar, convertido de cierto
modo en padre putativo de la patria panameña,[40] los
promotores del centenario pretendieron celebrar la memoria del proyecto
bolivariano y subrayar su estrecha vinculación con Panamá. El Congreso
conmemorativo en sí tuvo lugar entre el 19 y el 25 de junio de 1926. Los
organizadores invitaron a delegaciones de todos los países que en el mismo
lugar se habían reunido un siglo atrás, aunque también se invitó a que España
participara, como prueba de las buenas relaciones y de la importancia del
legado español en la identidad nacional. La Ley de 1925 que convocaba al
Congreso establecía las secciones que compondrían dicha asamblea y los
distintos temas que se abordarían. La sección primera era de historia, dedicada
a recordar la génesis e historia del Congreso de Bolívar. Aunque de contenido
histórico, también incluía una proyección más contemporánea, al plantear la
posibilidad de crear una liga de las naciones americanas inspirada en las ideas
del Libertador y en el precedente ginebrino de la Sociedad de las Naciones.
Otras secciones se concibieron desde una óptica bastante consensual, como la
sección de Instrucción Pública, tendente a debatir la creación en Panamá de
centros panamericanos de carácter científico y universitario: el Instituto
Gorgas de Medicina Tropical, que efectivamente vio la luz con el Congreso, y la
Universidad Panamericana Bolivariana (Méndez Pereira, 1926), que llegó a
inaugurarse pero que finalmente no prosperó por falta de presupuesto.[41] Lo
mismo puede decirse de la cuarta sección, “De idiomas” –siendo su objetivo el
aprendizaje de las lenguas principales del continente americano y la difusión
en los centros docentes de las obras literarias y científicas americanas de más
importancia–, o de la quinta, bautizada “De higiene y comercio”, que
ambicionaba estudiar la influencia del Canal de Panamá en el desarrollo
comercial, sanitario y científico de América. Nuevamente, se trataba de
resaltar lo atractivo del país como punto de conexión marítima, como zona por
donde transitaba el comercio mundial de mercancías, y que, por la posición
geoestratégica excepcional que disfrutaba, recibía las influencias
enriquecedoras de grandes naciones científicas que, como Estados Unidos, eran
punteras en cuanto a medicina y tecnología.
A pesar de ser oficialmente un acto puramente
conmemorativo, condición impuesta por el gobierno estadunidense para
participar, la dimensión política del Congreso se expresó en todos momentos. La
sección tercera tenía un carácter jurídico y pretendía estudiar la influencia
del Congreso de 1826 en el desarrollo del derecho internacional y del
panamericanismo. En un contexto continental marcado por la hegemonía
estadunidense y en el que el panamericanismo washingtoniano generaba cada vez
más críticas, fue uno de los temas más reñidos y los debates al respecto
tendieron a politizarse, ocasionando el profundo malestar de la delegación
estadunidense.[42] De
hecho, los debates tendieron a replantear el proyecto mismo del
panamericanismo. Significativamente, la ley de convocatoria de 1925 había
bautizado la magna reunión como “Congreso Panamericano” conmemorativo del de
Bolívar, considerando al Congreso Anfictiónico de 1826 como “la génesis de las
posteriores conferencias panamericanas” y reivindicando de esta manera para
Bolívar y Panamá la paternidad del proyecto panamericano.[43] De
hecho, las discusiones se orientaron hacia la oposición entre dos
panamericanismos, uno que habría sido inspirado por Bolívar –supuestamente
equilibrado y respetuoso de las prerrogativas de cada Estado–, y otro más
reciente auspiciado por Estados Unidos –que varios delegados no dudaron en
calificar como unilateral y depredador y que sería una deformación de la
doctrina de Monroe. Varias resoluciones fueron sometidas a la discusión para
avanzar en este reequilibrio de las relaciones interamericanas, aunque no
dieran resultado práctico: así por ejemplo la que recomendaba crear una Liga
Americana de las Naciones, a semejanza del órgano existente en Ginebra, pero
cuya creación hubiera podido dar al traste con la Unión Panamericana, foco de
muchas críticas. Y es que el choque de doctrinas entre “bolivarismo”
y “monroísmo” empezaba a estructurar la literatura de la época relativa a las
relaciones interamericanas y al llamado “antiimperialismo”, y puede
considerarse el Congreso de 1926 como un momento importante para la maduración
de este ideario.[44]
Sin poder extendernos aquí sobre el conjunto de los
debates y de los temas abordados, se insistirá aquí en la imagen proyectada
sobre Panamá y su papel internacional. El centenario y el Congreso
conmemorativo sirvieron para producir un discurso que convocó a la figura de
Bolívar y que reactualizó su visión sobre el futuro del istmo de Panamá. Varios
fueron los ponentes quienes aludieron a su famosa Carta de Jamaica (1815),
donde el Libertador había profetizado el destino de este territorio, situado
entre dos subcontinentes y dos océanos:
Los estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán
quizá una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá
ser con el tiempo el emporio del universo; sus canales acortarán las distancias
del mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán
a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso solo
allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pretendió
Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio! (Bolívar, 2004, p.
25).
Los panameños resucitaron la visión bolivariana de un
istmo predestinado por su geografía a ser el eje integrador del continente y
una ventana abierta al comercio del mundo. Esta vocación de nexo mundial, cuyos
orígenes se remontaban a la época colonial y que quedaba simbolizada en el
escudo nacional, constituyó un leitmotiv de los
discursos, en particular de los delegados panameños. Esta idea figura, por
ejemplo, en el mensaje de bienvenida dado por el presidente del Congreso,
Octavio Méndez Pereira:
Sed, en buena hora, bienvenidos señores delegados a esta
tierra nueva llena de todos los calores y todos los gérmenes, donde cuajan
pronto los idealismos y los propósitos nobles, las tolerancias y las
palpitaciones de libertad; sed bienvenidos a esta tierra de Balboa y de
Pedrarias, que supo blasonar su escudo con un lema del más elevado altruismo,
que sabe colocar, por encima de la natural devoción al símbolo de la soberanía
nacional, el amor al continente americano, del cual es centro convergente y
lazo de unión y ha de ser, sin duda, punto de equilibrio social y político de
sus pueblos (Congreso Pan-Americano, 1927, p. 109).
Méndez Pereira recordaba a los delegados esa imagen de un
país determinado por su geografía a ser un puente que uniera al continente
americano. Recuperaba otro tópico sobre Panamá como una tierra nueva,
exuberante y generosa, llena de promesas, que convenía sustituir a la imagen
decimonónica de una selva inhóspita plagada de malaria y fiebre amarilla. La
bienvenida del ministro de Instrucción Pública también se refería a la divisa
nacional, Pro Mundi Beneficio,
que traduce la singular construcción nacional de Panamá, un país nacido para
servir al mundo.
Así la identidad nacional defendida por la elite liberal
en el poder era la de un país universalista, punto de encuentro de razas y
civilizaciones, donde era posible su fusión armoniosa gracias al progreso y la
prosperidad traídos por el canal. Una idea que ya había desarrollado el gran
pedagogo a la hora de invitar a los delegados americanos: “Colocado Panamá en
el centro del universo, es el lugar más indicado para que en él se abracen y
compenetren las razas que pueblan nuestro continente y para que de él partan, y
se difundan así, por todos los ámbitos del mundo, las nuevas ideas y los nuevos
ideales de redención” (Congreso
Pan-Americano, 1927, p.
15). Vemos aquí la expresión de Panamá como crisol de pueblos y de razas, la
afirmación de un afortunado cosmopolitismo en consonancia con la historia de
este territorio hecho de migraciones múltiples. En realidad, para esa elite
europeizada imbuida de racismo, las únicas “razas” a las que pretendían valorar
eran la latina y la anglosajona, siendo una constante de los sucesivos
gobiernos republicanos el tratar de “blanquear” la raza con la aportación de
una inmigración europea y las tentativas de devolver a sus islas a los ex
trabajadores antillanos del canal (Pizzurno, 2016,
pp. 134-147).
No cabe duda de que el centenario fue un momento intenso
en producción de discursos sobre la nación que, si bien iban dirigidos a
delegaciones extranjeras, también circulaban en la prensa panameña y ofrecían
un discurso positivo y cohesionador sobre la joven nación. Aunque fueron
diseñados como acto diplomático, los actos y festejos del centenario incluyeron
una dimensión más divulgativa, al incluir eventos deportivos, como exhibiciones
de natación, carreras en el hipódromo o ejercicios atléticos, y fiestas
populares como conciertos de bandas y fuegos artificiales. La comisión
organizadora asimismo había obtenido que los tres días centrales del centenario
fueran decretados días cívicos, para implicar a la población en la
conmemoración. De este modo la burguesía liberal panameña pretendió oponer un
discurso legitimador para su acción en el poder contra la prédica nacionalista
y tachada de populista que estaba ofreciendo el recién creado movimiento Acción
Comunal.
Si bien coincidían ambas corrientes en la valoración del
legado bolivariano como mensaje de confraternidad que colocaba a Panamá en el
centro del proceso de solidaridad continental, el año 1926 hizo manifiesta su
divergencia en cuanto a la actitud que convenía mantener ante Estados Unidos.
Los festejos de 1926, ¿instrumento de la diplomacia panameña para adquirir
fuerza en su pulso con Estados Unidos?
Recordemos que el centenario fue
organizado por las autoridades panameñas mientras estaban sumidas en un proceso
arduo de renegociación del Tratado del Canal de 1903, para obtener de Estados
Unidos condiciones más satisfactorias para la concesión del canal interoceánico
(Alfaro, 1972). La posición panameña era delicada, dado que era este país el
que reclamaba estas discusiones. El Convenio Taft,
difícilmente negociado a fines de 1904 para regular el comercio en la Zona del
Canal, fue abrogado unilateralmente por Estados Unidos en 1924, lo cual dejó la
economía panameña en una situación delicada. Otro problema eran las numerosas
ambigüedades del texto de 1903, apresuradamente negociado por Bunau Varilla, que las autoridades panameñas querían
aclarar para evitar que la potencia concesionaria se extralimitara en la
interpretación de su contenido. En cuanto a las renuncias en materia de
soberanía, habían dado lugar a constantes esfuerzos para renegociar el Tratado
de 1903, que quedaron vanos hasta que el presidente Coolidge
accedió a abrir nuevas discusiones. Pero los negociadores panameños mandados a
Washington se toparon con la inflexibilidad del secretario de Estado Charles
Hughes, que en la práctica pretendía apoyarse en esta renegociación para
confortar la posición de Estados Unidos en el istmo en caso de guerra.[45]
El centenario tuvo lugar cuando precisamente las
negociaciones estaban en su última fase, ya que el nuevo tratado sería
concluido un mes después, el 28 de julio de 1926. De ahí que podamos
interrogarnos sobre otra finalidad del Congreso conmemorativo. Convendría
situarlo dentro de una estrategia de pulso que las autoridades panameñas
mantenían con Estados Unidos, para compensar su posición de debilidad en esas
discusiones bilaterales. De cierta forma dicha asamblea constituyó una
plataforma de Soft power “avant la lettre”,
un vector de propaganda que tuviera como fin ganarse el apoyo no sólo de las
cancillerías extranjeras sino también de los líderes de opinión influyentes en
las distintas repúblicas americanas para crear un ambiente favorable a la
satisfacción de las demandas panameñas de cara al nuevo tratado. En este
sentido, el gobierno panameño consideró el centenario como una herramienta
diplomática para acercar la diplomacia estadunidense al punto de vista que los
panameños creían dominante en los países latinoamericanos, tendente a restablecer
un mayor equilibrio en las relaciones interamericanas y en salvaguardar los
principios de soberanía e integridad territorial.
La actitud de los delegados panameños durante el Congreso
Bolivariano es bastante reveladora de la ambigua posición que mantuvieron
durante los actos del centenario, en el que participaba una misión especial del
gobierno estadunidense. El diplomático Ricardo J. Alfaro, que desde 1922 era
ministro plenipotenciario panameño en Washington encargado de llevar a cabo las
negociaciones del nuevo tratado, asumió durante dicho congreso una doble
representación: la de la Unión Panamericana, de la cual era subdirector, y la
de Panamá, como miembro de su delegación oficial. El conflicto de intereses era
evidente, y harto revelador de la incómoda situación de Panamá ante los
representantes estadunidenses. La dinámica del Congreso pronto lo reveló. El
tema del respeto a la soberanía de los Estados, fuesen débiles o fuertes,
estuvo omnipresente en los debates, aunque en ningún momento se hiciera mención
explícita del caso panameño. Varias declaraciones y resoluciones se refirieron
a los principios de igualdad, no intervención y solidaridad que habían de
inspirar a las relaciones interamericanas, como principal legado que convenía
recordar del pensamiento de Bolívar. Así podemos interpretar, a título de
ejemplo, las palabras del abogado panameño Fabián Velarde, cuyo contenido bien
podía leerse en clave panameñista:
La solidaridad entre los pueblos débiles que están en
contacto con civilizaciones pujantes, es el único elemento capaz de asegurarles
la autonomía de sus vidas. Por eso la concepción política de Bolívar, ajustada
desde luego al estado presente de las cosas, tiene aún, a pesar de sus cien
años, la fuerza de un ideal a cuyo logro nos impulsa la propia conservación (Congreso Pan-Americano, 1927,
pp. 488-489).
Si la nota dominante fue la defensa en términos generales
de un derecho internacional apoyado en el multilateralismo y la igualdad entre
Estados, la vinculación directa con las negociaciones pendientes entre Panamá y
Estados Unidos la hizo un invitado especial. Sin que estuviera previsto en el
programa acordado, el jurista ecuatoriano Carlos V. Puig, famoso defensor del
sindicalismo en su país, sometió a la comisión organizadora una resolución que
ofrecía el apoyo de los delegados allí reunidos para que el nuevo tratado que
estaba preparándose entre Estados Unidos y Panamá fuera justo y reflejara los
sentimientos de fraternidad panamericana que el Congreso había demostrado:
El Congreso de Bolívar, ACUERDA:
Dejar constancia de que América espera ver en la
negociación que Panamá va a celebrar con la nación hermana de los Estados
Unidos de Norte América la más hermosa expresión de fraternidad americana; y
Hacer votos porque el nuevo Tratado del Canal, que Panamá gestiona, sea ante
todo, una demostración del espíritu altruista con que los pueblos fuertes de
nuestra América, obtienen la cooperación de los débiles, en la obra de
solidaridad humana y de armónica convivencia internacional que debe constituir
la máxima finalidad de las naciones. Dado, etc. Panamá, Junio 22 de 1926.[46]
Esta intromisión en la negociación bilateral que se
estaba realizando en el secreto de las cancillerías de Panamá y Washington no
fue del agrado de la presidencia del Congreso, que rechazó someter a votación
dicha propuesta, considerándola “improcedente e inoportuna”.
De modo general, los delegados panameños tuvieron a bien
evitar cualquier roce con la delegación estadunidense, e intervinieron
repetidas veces para evitar una politización del Congreso, o para desautorizar
a los delegados que hubieran infringido el carácter puramente “conmemorativo”
del evento. Esta actitud componedora con Estados Unidos suscitó recelos en la prensa
y causó indignación entre los sectores opositores, que acusaron al gobierno de
Rodolfo Chiari de estar infeudado a los intereses
yanquis. Fue el caso del colectivo Acción Comunal, que condenó a la comisión
del Congreso cuando censuró la iniciativa del delegado ecuatoriano. En un
artículo publicado a raíz del centenario, la organización disidente expresó que
el Congreso había sido teatro de la “abyección” más vergonzante, al sacrificar
la delegación panameña los intereses de su país para complacer a los
estadunidenses.[47]
Cuando un gran periódico cubano dio a conocer a fines del
año el contenido del tratado negociado por Panamá,[48] Acción
Comunal emprendió junto con el Sindicato General de Trabajadores una activa
campaña de prensa en contra del nuevo acuerdo, tachándole de lesivo para la
soberanía nacional y hasta de peligroso para la integridad de la patria. De
hecho, el Tratado Kellogg-Alfaro, firmado tan sólo un mes después de los actos
del centenario, estaba muy desequilibrado e incluso entrañaba serios
compromisos para la república istmeña: si bien Panamá podía recuperar el pacto
económico-comercial del Convenio Taft, el precio de
esta concesión era crear una alianza militar perpetua entre Panamá y Estados
Unidos que aumentaba aún más su dependencia. El nuevo acuerdo, tildado de
“tratado-garrote” por el influyente periodista Diógenes de la Rosa,[49] se convirtió
en la manzana de la discordia de la política panameña y enfrentó posturas
durante meses. El pulso con el gobierno se concluyó con una primera victoria
del movimiento popular encabezado por Acción Comunal, ya que los diputados
panameños finalmente se negaron a ratificarlo y el 25 de enero de 1927
suspendieron las negociaciones con Estados Unidos. Panamá debería esperar la
llegada de Franklin D. Roosevelt y la política de la “buena vecindad”, para
poder obtener un nuevo acuerdo más equilibrado, con la firma del Tratado
Arias-Roosevelt en 1936.
Consideraciones finales
La celebración del centenario de
1926 intervino en un contexto importante tanto para la historia panameña como a
escala del continente americano. Se produjo en un momento en que se resquebrajaban
las dinámicas que habían regulado las relaciones sociales a nivel nacional y
geopolíticas a escala continental. El pretendido pacto social que debía haber
legitimado a la elite liberal que dominaba la política panameña desde 1910
ofrecía claras señales de agotamiento a mediados de la década 1920. Proclives a
hablar de la liberación de las energías individuales y sociales mediante la
educación y el progreso tecnológico y científico, dichas elites quedaron
enredadas en las ambigüedades de su proyecto de nación, ante todo concebido por
y para la oligarquía comercial y terrateniente que ocupaba el poder. El
progresivo divorcio con las clases medias y populares conduciría al golpe de
Estado de 1931, auspiciado por Acción Comunal y que llevó al poder al jurista Harmodio Arias Madrid. En el hemisferio, nuevas corrientes
del antiimperialismo estaban en pleno desarrollo (Pita González y Marichal, 2012), constituyendo Panamá un caso de estudio
típico de esa literatura anti-yankee.
En semejante contexto, el panamericanismo promocionado desde Washington entró
en crisis en esos años, lo cual sería confirmado por el fracaso relativo de la
VI Conferencia Interamericana de La Habana, en 1928.
Si bien el centenario de 1913 permitió inscribir
simbólicamente a la nación panameña en la “familia” hispánica, la Exposición
Nacional organizada en 1916 no dio los resultados esperados en un plano
diplomático. A pesar de la relación privilegiada establecida con España –una
potencia de segunda fila–, Panamá no consiguió salir de su relación aún muy
exclusiva con el protector estadunidense. Por eso, la organización del
Centenario del Congreso de Bolívar pareció a las autoridades como una buena
oportunidad para corregir la imagen que se tenía de Panamá, una república
considerada como artificial, subdesarrollada y abandonada a una tutela
humillante. Al mismo tiempo, al intervenir en el momento en que su diplomacia
trataba de renegociar el tratado de 1903, el Congreso conmemorativo entró en
una tímida estrategia para internacionalizar (o latinoamericanizar)
la cuestión del Canal y así evitar un frente a frente asimétrico con Estados
Unidos. Pero en este aspecto el gobierno siguió preso de sus contradicciones,
como supo argumentarlo la hábil campaña realizada por Acción Comunal.
Finalmente, el mayor logro que obtuvo Panamá con estos
aniversarios fue la inscripción de su nacionalidad en una doble filiación: la
herencia española, con el Adelantado del Mar del Sur, y la inscripción
americana, con el Libertador grancolombiano. La
recuperación de Núñez de Balboa y Bolívar, un español y un venezolano, y la
construcción de ambas figuras como héroes nacionales contribuyeron a que la
joven república panameña definiera su lugar entre las naciones hispanohablantes
y en el seno americano, un lugar capitalino como había profetizado en su tiempo
Bolívar. Al recurrir a referencias externas, la elite panameña conectó memorias
compartidas, una –la de Núñez de Balboa– fundacional para el imperio español y
para la primera era de la globalización, y otra –la de Bolívar– central en la
emancipación del continente americano. La conversión de esos dos héroes en
figuras tutelares de la patria respondió quizá a los nuevos desafíos que la apertura
de una vía interoceánica bajo custodia estadunidense planteaba a Panamá. Pero
dejó a un lado a toda una franja de la población istmeña que había hecho
posible la realización de este destino nacional, los inmigrantes afrocaribeños
y los indígenas autóctonos. Asimismo, fracasó a la hora de cambiar de manera
perenne la percepción que desde el extranjero se tenía de Panamá, como probaría
la violenta campaña mediática que se desató en el extranjero cuando se reveló
el contenido del Tratado Kellogg-Alfaro que, por empeorar la situación de
dependencia inicial, fue tildado de “Pacto Infame” y que parecía confirmar la
presunta “leyenda negra” en contra del joven Estado.
Lista de referencias
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Otras fuentes
Archivos
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Gaceta Oficial, Panamá.
Heraldo de Cuba, La Habana.
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Repertorio Americano, San José.
The New York Times, Nueva York.
Unión Ibero-Americana, Madrid.
* Agradezco a Marcela García Sebastiani, Aimer Granados, Clara E. Lida, Javier Moreno Luzón, Tomás
Pérez Vejo y Miguel Rodríguez su ayuda. Este artículo se integra
en el proyecto de investigación
I+D+I HAR 2016-75002-P del Ministerio
de Economía, Industria y Competitividad.
[1] A semejanza de la Enmienda Platt integrada en la
Constitución cubana de 1901, el artículo 136 de la Constitución panameña de
1904 estipulaba el derecho para el gobierno de Estados Unidos a intervenir en
cualquier punto de la República de Panamá para restablecer la paz pública y el
orden constitucional.
[2] “Discurso pronunciado ante el Congreso de Angostura” (1819) en Bolívar
(2004, p. 67).
[3] En 1915, durante su primer mandato presidencial, Belisario Porras redactó
junto con Eusebio A. Morales, su representante en Washington, un nuevo tratado
para presentarlo a la consideración de Estados Unidos.
[4] Esa era su designación más común, pero su nombre oficial era el de
“Congreso Panamericano Conmemorativo del Congreso de Bolívar”.
[5] El Tratado Hay-Bunau Varilla fue firmado en Washington
el 18 de noviembre de 1903, a las dos semanas de consumarse la independencia,
sin que las autoridades panameñas pudieran enmendar el texto negociado por Bunau Varilla.
[6] Véase, por ejemplo: Comunicaciones sobre el uso despectivo en la prensa de
la palabra Panamá. Legación de Panamá en México.
Vol. 1, 1923-1935, exp. 45. Archivo del Ministerio de
Relaciones Exteriores de Panamá (en adelante AMIREP),
Panamá.
[7] Ángel de Altolaguirre, “Una proposición”, El Imparcial, 24 de septiembre de 1906, reproducido en Cultura Hispano-Americana,
Madrid, abril de 1913, pp. 17-20.
[8] Ley 42 del 13 de diciembre de 1912. Gaceta Oficial de
Panamá, 19 de diciembre de 1912, p. 1.
[9] Carta de Belisario Porras a S. M. el Rey. 31 de enero de 1913. Sección del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Leg. H 2575.
Archivo Histórico Nacional de España (en adelante AHNE),
Madrid, España.
[10] Real Decreto del 26 de marzo de 1913. Gaceta de Madrid,
9 de abril de 1913.
[11] Vasco Núñez de Balboa y el descubrimiento del Mar del Sur (Océano
Pacífico). Boletín de la Real Sociedad Geográfica,
t. lv, 1913, pp. 409-432. Esta celebración se
completaría con una ceremonia en la Casa de América de Barcelona, que sin
embargo no tuvo el carácter oficial de los demás actos.
[12] La exigua anualidad de 250 000 dólares prevista para la concesión canalera
con Estados Unidos sólo empezó a ser abonada en 1913, conforme al Tratado de
1903, y la exención de impuestos para los comisariatos de la Zona del Canal
suponía una grave pérdida para la Hacienda pública panameña (Kalmanovitz, 2015).
[13] Ley 84 del 28 de junio de 1904. Gaceta Oficial de Panamá, 5 de julio de 1904, pp. 1-2.
[14] Véanse los intercambios entre el ministro de Panamá en Madrid, Antonio
Burgos, y el Ministerio de Estado español. Sección del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Leg. H 2575. AHNE,
Madrid, España.
[15] Carta confidencial de Belisario Porras al Ministro español en Panamá, Conde
de San Simón, en 26 de diciembre de 1923. Sección del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Leg. H 1674. AHNE,
Madrid, España.
[16] Carta del Conde de San Simón en 15 de marzo de 1924. Sección del Ministerio
de Relaciones Exteriores. Leg. H 1674. AHNE, Madrid, España.
[17] Inauguración del monumento a Balboa en Panamá. Legación de España en
Panamá. 1ª serie, vol. 5, exp. 32. AMIREP, Panamá.
[18] Remitimos al “Programa oficial”, a la serie de recortes de prensa de la
inauguración del Monumento a Balboa y al Despacho núm. 108 del 8 de octubre de
1924 al Presidente del Directorio Militar. Sección del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Leg. H 1674. AHNE,
Madrid, España.
[19] “Imponente y solemne ceremonia: los discursos del presidente y del
comandante del ‘Jeanne d’Arc’”, La
Estrella de Panamá, 5 de diciembre de 1923.
[20] “Inauguración de la estatua a Vasco Núñez de Balboa”, El
Mundo, núm. 27, septiembre de 1924, p. 26, Panamá. Desde Panamá.
Inauguración del monumento a Balboa. Unión Ibero-Americana, septiembre-octubre de 1924, pp. 18-19,
Madrid.
[21] “Homenaje a la memoria de Vasco Núñez de Balboa. Un monumento en Panamá al
esforzado descubridor del Pacífico”, ABC, 7 de
diciembre de 1924, p. 6.
[22] Carta de Belisario Porras a S. M. el Rey, en 31 de enero de 1913. Sección
del Ministerio de Relaciones Exteriores. Leg. H 2575.
AHNE, Madrid, España.
[23] Expediente 474: Exposición Universal de Panamá con motivo del Centenario
del Descubrimiento del Pacífico. Sección del Ministerio de Relaciones
Exteriores, leg. H 3219, exp.
474. AHNE, Madrid, España.
[24] Participación de España en la Exposición de Panamá. Legación de Panamá en
España. Vol. 2, 1915-1919, exp. 17. AMIREP, Panamá,
[25] Véase el reglamento: Secretaría de Fomento (1913)
[26] Despacho del Cónsul de España en Panamá. Mayo de 1916. Sección del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Leg. H 3219. AHNE, Madrid, España.
[27] La lista completa figura en Congreso Pan-Americano (1927, pp. 73-79).
[28] “Mensaje presidencial de Rodolfo Chiari”, Diario de Panamá, 1-7 de septiembre de 1926.
[29] Fotografía titulada “President Theodore Roosevelt
siting on a steam shovel at the Panama Canal”. The New
York Times, 15 de noviembre de 1906.
[30] Véase, por ejemplo, el discurso de clausura dado por el delegado por la
Asociación Nacional de Maestros de Panamá, Guillermo Andreve
(Congreso Pan-Americano,
1927, p. 216).
[31] Los años 1915-1921 corresponden a un ciclo depresivo de la economía panameña.
La recuperación del PIB empezó en 1922 pero fue
muy lenta (Kalmanovitz, 2015).
[32] Ley 29 del 11 de febrero de 1925. Gaceta Oficial de
Panamá, 25 de febrero de 1925.
[33] Véase la carta que dirige el secretario de Relaciones Exteriores, Horacio
F. Alfaro, a su hermano Ricardo J. Alfaro, ministro de Panamá en Washington, 21
de octubre de 1925. Serie 2, caja 4, carpeta 1, leg.
2.4.C1.1, pp. 59-63. Archivo Biblioteca Ricardo J. Alfaro (en adelante ABRJA), Panamá.
[34] En dicha revolución se proclamó la “República de Tule” (Kam
Ríos, 1999).
[35] Aunque el Ayuntamiento de Panamá celebró el primer
centenario de la independencia del istmo en 1921, hubo que esperar a 1928 para
que se erigiera un monumento al General Tomás Herrera, prócer neogranadino de
la separación de España. En cuanto a la raíz indígena, unos actores procedentes
de las clases medias promovieron la erección de una más modesta estatua del
cacique Urracá, en 1928, la cual posteriormente
desapareció de su emplazamiento original.
[36] Sobre la valoración de Bolívar en los discursos oficialistas del centenario
bolivariano, véase, por ejemplo, la edición extraordinaria que publicó La Estrella de Panamá el 20 de junio de 1926.
[37] Sobre la dimensión latinoamericanista del Congreso de 1826, véase Granados
y Marichal (2004, pp. 39-69).
[38]Quinta Conferencia Internacional Americana (1923), resolución núm. 47.
[39] Congreso Pan-Americano, 1927, p. 281.
[40] Véase, por ejemplo, “Homenaje de El Pueblo al
padre de la patria y a los delegados al Congreso bolivariano”, El Pueblo, 23 de junio de 1926, p. 1, Panamá.
[41] Sería el antecedente inmediato de la Universidad Nacional de Panamá, creada
en 1935.
[42] Efforts by
the United States to prevent the injection of political questions into the proceedings
of the Bolívar Congress at Panama. Papers relating to the
foreign relations of the United States,
1926, vol. 1, pp. 254-259.
[43] Ley 5 de 1925. Gaceta Oficial de Panamá, 20 de enero de 1925, p.1.
[44] Daría lugar posteriormente al famoso ensayo de Vasconcelos, Bolivarismo y Monroísmo (1934).
[45] Los tres negociadores eran Ricardo J. Alfaro, Eduardo Chiari
y Eusebio A. Morales. Sobre las dificultades que enfrentaron. Véase “Historia
de las negociaciones del Tratado. Muchos incidentes surgieron al ser discutido.
Los negociadores pasaron por una larga serie de dificultades”, El Tiempo, 16 de diciembre de 1926, pp. 4 y 8.
[46] Proyecto de resolución reproducido en Acción Comunal, 1928, p. 71.
Significativamente, dicha propuesta no figura en las actas oficiales del
Congreso Bolivariano.
[47] La voz de Acción Comunal en el Congreso Bolivariano de 1926 (Acción
Comunal, 1928, pp. 69 y ss.).
[48] Heraldo de Cuba, 5 de diciembre de 1926 (tratado reproducido en Repertorio
Americano, diciembre de 1926).
[49] “Diógenes de la Rosa. Un fracaso aleccionador”, Repertorio
Americano, 14 de agosto de 1926, pp. 84-85.