10.18234/secuencia.v0i106.1695
Artículos
La censura de Garras
de oro
y la propagación de la antiamericanización en los años veinte:
un asunto internacional*
The censorship of Garras de oro
and the spread of antiamericanization
in the 1920s: an international issue
Leidy Paola Bolaños Florido1**, 0000-0002-5273-5573
1Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, lp.bolanos147@uniandes.edu.co
Resumen:
Este artículo muestra el entramado diplomático y político
que se dio entre Colombia y Estados Unidos por la exhibición de la película Garras de oro. La metodología se basa en el análisis de
revistas de cine internacionales, periódicos locales y registros consulares
inéditos de Estados Unidos. Mediante la descripción de los debates entre el
gobierno de Colombia, la prensa local y el Departamento de Estado estadunidense
que suscitaron la censura de la película silente colombo-italiana Garras de oro (1927, Cali Films), cuya trama recordaba el
episodio doloroso de la separación de Panamá de Colombia y su posesión por
parte de los “yanquis” en 1903. Se establece que la inmersión de Colombia en el
cine es un hecho internacional que se enmarca en las acciones que Estados
Unidos emprendió para hacer frente a los efectos de la llamada “antiamericanización” en América Latina y que traza el
inicio de las relaciones bilaterales entre Colombia y Estados Unidos, en
materia cultural.
Palabras clave: Garras de oro; antiamericanización;
industria cinematográfica; diplomacia cultural; relaciones bilaterales Estados
Unidos-Colombia.
Abstract:
The article shows the
diplomatic and political exchange that took place between Colombia and the
United States as a result of the screening of the film
Garras de oro. The methodology is based on the analysis of international film magazines,
local newspapers and unpublished US consular records. A description is provided
of the debates between the government of Colombia, the local press and the US
State Department, which led to the censorship of the silent Colombian film Garras de oro (1927, Cali Films), whose plot recalled the
painful episode of the separation of Panama from Colombia and its possession by
the “Yankees” in 1903. The article establishes the fact that Colombia’s
immersion in the cinema was an international event that was
part of the actions the United States undertook to cope with the effects of the
Anti-Americanization in Latin America, and traces the beginnings of bilateral
relations between Colombia and the United States as regards cultural matters.
Key words: Garras de oro; antiamericanization;
film industry; cultural diplomacy; United States-Colombia bilateral relations.
Recibido: 5 de diciembre de 2018 Aceptado: 21 de febrero
de 2019
Publicado: 24 de octubre de 2019
INTRODUCCIÓN
En los años veinte, la industria fílmica estadunidense,
con la colaboración del Departamento de Estado, competía con los europeos para
obtener una posición ventajosa en el mercado de distribución y exhibición
colombiano, al tiempo que intentaba contrarrestar las actitudes críticas en
contra de Estados Unidos que dejaron las intervenciones militares de ese país
en Latinoamérica a comienzos del siglo XX.1 Para esos años, en
Colombia, por ejemplo, aún estaba presente, en la opinión local, el recuerdo
doloroso de la separación de Panamá en 1903 y la intervención estadunidense,2 así como la sensación de
que los “yanquis” –término peyorativo de uso generalizado en la época– tenían
un sentimiento de menosprecio y una actitud de explotación hacia los
colombianos, que se intensificaba en las zona petrolera de la Tropical Oil Company, en Barrancabermeja, y en los enclaves de la United Fruit Company, como lo era
la zona bananera del Magdalena.
Ante este panorama, autoridades diplomáticas de Estados
Unidos se concentraron en reorientar las apreciaciones favorables de los
colombianos de Europa hacia Estados Unidos y disminuir no solamente las
preferencias que mostraban las dos principales empresas exhibidoras de cine
locales por las películas silentes italianas y francesas, sino también la
fuerte admiración que mostraba la prensa local por Europa y su percepción
negativa frente a las expresiones culturales estadunidenses.
Este artículo plantea que la creciente presencia cultural
de Estados Unidos en Colombia en la década de 1920 y las relaciones políticas y
diplomáticas entre agentes estadunidenses y colombianos pueden rastrearse en el
campo de la vida cultural, en cuanto desde allí se fomentaron sentimientos
antiamericanos y, en general, diversas actitudes y emociones hostiles frente a
“lo estadunidense” que circularon a través de medios impresos y visuales como
la prensa, los magazines de cine, las caricaturas y las proyecciones cinematográficas.
Aquí se plantea que la antiamericanización
no expresa un sentimiento espontáneo, sino más bien un juicio moral de valor
sobre situaciones históricas de menosprecio, injusticia y falta de
reconocimiento sobre el propio valer nacional que perviven en el recuerdo
nacional o que tienen lugar en ámbitos de la vida diaria.
Por lo que en esa indignación y rechazo frente a aquello
proveniente de Estados Unidos –su vida material y tecnológica, su fuerza
militar y física, y sus valores patrióticos–, se halla una idea moral y
socialmente aprendida o transmitida. En tal sentido, los sentimientos que se
desarrollan en grupos e individuos van ligados a experiencias propias, pero
también a la estructura social en la que los grupos sociales habitan y, a su vez,
a las maneras de sentir y a los valores morales dominantes o hereditarios de
dicha sociedad (Calhoun y Solomon, 1989, pp. 38 y 45;
Scheler, 1988, p. 42).
Este escrito, entonces, se detiene a mostrar cómo agentes
diplomáticos estadunidenses al servicio del Departamento de Estado y de
Comercio de Estados Unidos debieron tener en cuenta el contexto político
colombiano –permeado por ese sentir antiamericano– y buscar estrategias para que los colombianos tuvieran
una idea favorable de la cultura proveniente de Estados Unidos. Todo ello en
favor de la consolidación de las relaciones amistosas que este país venía
adelantando con el gobierno colombiano y de consolidar su hegemonía comercial
en el mercado fílmico colombiano.3
Por consiguiente, este artículo muestra, en primer lugar,
que aunque Estados Unidos y Europa eran dos industrias
fílmicas en ascenso, y la europea tuvo una gran ventaja comercial en Colombia
desde los inicios de la actividad cinematográfica hasta finales de la década de
1910, la estadunidense fue la que finalmente se impuso y logró un paso adelante
en esa empresa mayor al “americanizar” el mundo a través del cine. En segundo
lugar, expone cómo en el marco de la competencia de Estados Unidos con los
modelos culturales europeos que habían predominado hasta entonces en Colombia y
América Latina, y del ascenso comercial del cine hollywoodense al país, los
cónsules estadunidenses se preocuparon por avanzar en la empresa nacional de
americanización cultural, por lo que debían disminuir las valoraciones
negativas de algunos sectores de la sociedad colombiana que asociaban lo
estadunidense con el egoísmo, la injusticia, la banalidad, y la fuerza física y
material, a diferencia de la elegancia, la belleza e intelectualidad de lo
europeo. Esa tensión entre los dos modelos culturales se expresó en el
encuentro cotidiano entre americanos y colombianos, y en ámbitos culturales
como el boxeo, que en la época no era ajeno al cine.
En tercer lugar, y a manera de antecedente histórico del
surgimiento del sentir antiamericano, se muestran algunas discusiones que
evidencian que en los años posteriores a 1903 –fecha en que ocurrió la
separación de Panamá de territorio colombiano y su dominio estadunidense–, la
imagen imperialista de Estados Unidos y “el robo oprobioso” de esta sección de
la república de Colombia en manos del ambicioso Tío Sam fue la relectura
predominante en los registros visuales e impresos que circularon en la época.
Finalmente, el escrito se concentra en la película
colombo-italiana de más de cuatro carretes titulada
Garras de oro o, en inglés, The dawn
of justice, que
fue producida en 1926 y circuló en 1928 en Colombia, y cuyo contenido “antiyanqui” pasó por mecanismos internacionales y locales
de censura. En este apartado final se evidencia que los diplomáticos
estadunidenses y políticos colombianos censuraron esta película con el fin
principal de frenar la propagación de emociones hostiles y visiones
distorsionadas acerca de Estados Unidos que intensificaran el sentimiento
antiimperialista que habían dejado en la opinión pública local los hechos
sociales e históricos relacionados con la separación de Panamá y con la
presencia de las multinacionales bananeras y petroleras en Colombia. Asimismo,
con el objetivo de frenar la propagación de expresiones hostiles frente a
Estados Unidos que desvalorizaran los logros comerciales alcanzados por los
productores cinematográficos estadunidenses durante la década de 1920.
En tal sentido, la censura cinematográfica no sólo puede
entenderse como un medio de regulación circunscrita a reglas morales dominantes
en una sociedad particular, sino también como un instrumento de cooperación
bilateral y de dominio comercial. Como lo ha mostrado Fernando Purcell (2010) en el caso chileno, y Seth
Fein (1996), en el mexicano, la censura fílmica fue una herramienta diplomática
que emplearon el gobierno y empresarios fílmicos estadunidenses para alcanzar
una posición favorable en los mercados fílmicos foráneos y evitar la circulación
de películas que hirieran las sensibilidades de los latinoamericanos, uno de
sus principales clientes en el extranjero.
Aunque ese entendimiento de la censura puede evidenciarse
desde varios aspectos de la producción, la circulación y el consumo de bienes
fílmicos internacionales, aquí sólo nos referiremos al estudio de caso de la
cinta Garras de oro; en cuanto a que causó gran
preocupación entre funcionarios del gobierno estadunidense, al representar un
robo de los documentos que contenían “la verdad” sobre la pérdida de Panamá por
parte de Colombia, con el apoyo del presidente Theodore Roosevelt. Ciertamente,
hasta donde sabemos, Garras de oro fue la única
película colombiana de la era silente que desató un intenso debate entre ambos
países, traspasando así las fronteras nacionales, de ahí la particularidad de
la película entre otras del periodo. Además, habría que recordar que desde los
años diez y veinte, época del cine silente, en Colombia no hubo una industria
fílmica nacional lo suficientemente fuerte para hacer contrapeso a la
importación de películas europeas y estadunidenses.4
Considerando que, en la última década, Garras de oro ha sido analizada por estudiosos del cine,
que la han abordado especialmente como una fuente primaria y en términos
visuales y narrativos con la intención de rescatar la historia del cine silente
nacional (Cuadros y Aya, 2013; Galindo, 2003; Ospina,
2015; Suárez y Arbeláez, 2010 y 2009), aquí no nos detendremos en el análisis
de imágenes y el discurso –lo que se sale además de nuestra experticia y ha
desarrollado cuidadosamente los estudios anteriormente citados–. Por medio de
una serie de intercambios diplomáticos inéditos,5
más bien se busca dar cuenta de los debates que se desarrollaban entre
colombianos y estadunidenses en torno a la circulación y la censura de esta
cinta, con el fin de mostrar cómo en la época se disputaron sentimientos y
actitudes acerca de “lo norteamericano”.
LA AMERICANIZACIÓN FÍLMICA:
UNA PREOCUPACIÓN DIPLOMÁTICA
Las películas estadunidenses, a
diferencia de las europeas, cuyos contenidos destacaban rasgos culturales y
nacionales particulares, se intentaron vender al exterior desde la lógica de la
“universalidad”. Así, en 1927, Herbert Hoover,
secretario de Comercio y dos años más tarde presidente de Estados Unidos,
proclamó que las películas estadunidenses “hablaban un lenguaje universal”
(Serna, 2014a p. 126), lo que sintonizaba con el optimismo de representantes de
la industria fílmica hollywoodense como Will H. Hays, presidente de la Motion
Picture Producers and Distributors
Association (MPPDA),6 al señalar la efectividad
de su industria fílmica para difundir “los valores de la democracia, libertad
personal, movilidad social y apertura que representan la más grande unidad de
razas, gente y cultura” (Maltby, 2004, p. 5). Para Hays, el baluarte de una cultura sincrética estadunidense,
cimentada en una variedad de tradiciones y continuamente abierta al resto del
mundo, habilitaba a Estados Unidos “a emplear para sí misma la creación y el
desarrollo de las imágenes en movimiento” (Maltby,
2004, p. 5).
No obstante, en los años veinte había observadores
interesados en el cine que pensaban que ese discurso de “universalidad” que
empleaban los empresarios estadunidenses para vender sus productos en
Latinoamérica y otros continentes no resultaba un calificativo muy exacto, y
apenas era justo. Así, a principios de 1922, el propio New
York Times, en una columna titulada “¿El cine universal?”, recordaba a sus lectores que “las
películas que la mayoría de la gente de un país entiende y que le gustan no
son, por regla general, las películas que se ajustan al entendimiento y gusto
de la mayoría de la gente en otro país”.7
Posiblemente, consciente de esas diferencias culturales y del gusto fílmico
entre varias audiencias extranjeras, ya en 1922, George E. Kann,
director de ventas para la Goldwyn Picture Corporation, expresaba:
Separados de las influencias de la cultura europea por
3.000 millas, nosotros hemos desarrollado ciertos modos de pensamiento bien
definidos, un código diferente de ética, y un punto de vista de la vida, que es
distintivamente americano, no europeo [...]. Italia sigue de cerca las líneas
de los franceses, pero parece ser más insistente en la nota trágica culminando
en un final triste –justamente lo opuesto de la demanda del público americano–.
España y Portugal tienen las predilecciones latinas por las películas, pero
ellos difieren de los italianos, e incluso de los franceses, en virtud de una
más extravagante apreciación del goce de la vida, entonces la nota trágica no
es exactamente esencial. También, los países latinos, y particularmente Italia,
son aficionados a las películas espectaculares, difiriendo en esto en conjunto
de los escandinavos, quienes prefieren la puesta de emociones primitivas en
contra de simples fondos.8
Las preocupaciones de los críticos extranjeros y de los
productores extranjeros de cine por el ascenso del cine estadunidense desde
finales de 1910, así como por el gradual desplazamiento del cine europeo –en
Colombia y en el mundo–, despertaron varios comentarios, como aquellos que
sostenían que el mundo se estaba “americanizando”. Respecto a la
“americanización”, en 1928 el actor y columnista estadunidense Edwin Schallert sostenía que el poder de atracción de las cintas
de Estados Unidos en audiencias extranjeras se ubicaba en una doble dirección:
por un lado, la representación de sí mismos y el deseo de producir en públicos
extranjeros la imitación de sus estilos y hábitos; por el otro, por representar
lo foráneo y extraño, con lo que complacen los gustos de todo el mundo. En sus
palabras: “se afirma que el mundo está siendo americanizado a través de las
películas, y que distintos países están perdiendo sus características
nacionales. Costumbres, ideales y modales han sido cambiados por virtud de
aquello que se ejemplifica en la pantalla.”9
Así, en los discursos del Departamento de Estado y de los
representantes de la industria fílmica y la prensa estadunidense, aparece por
primera vez la palabra “americanización” como una actividad cultural de exportación
que viajaba junto con las películas, estrellas y mercancías fílmicas de ese
país. En este punto hay que anotar que la industria fílmica de Estados Unidos,
a diferencia de la europea, fue la única capaz de implantar estrategias
internacionales para “americanizar” el mundo, integrar expresiones culturales
foráneas y atraer un público cada vez más amplio y diverso para el consumo de
sus productos fílmicos estandarizados (Maltby y Vasey, 1999).
Sin embargo, es necesario considerar que la “americanización
fílmica” que asaltó al mundo a partir de la posición ventajosa que alcanzó la
industria cinematográfica estadunidense sobre la europea durante la primera
guerra mundial y, en el caso colombiano, a principios de 1920, no es el
resultado de un acto espontáneo o propiamente creativo de Estados Unidos, sino
más bien el producto del constante empeño de este país por contar con una
disponibilidad de recursos económicos, políticos y técnicos que ayudaron a
cimentar su liderazgo fílmico. Igualmente, por su constante disposición a
considerar las preferencias fílmicas de los espectadores y tomar el talento,
los escenarios y la originalidad artística de otros países para consolidarlos y
difundirlos por el mundo con la impronta cultural de Estados Unidos. En otras
palabras, el éxito de la industria cinematográfica estadunidense y el proceso
de americanización que trajo aparejado se comprenden por sus contactos e
interacciones con gentes y lugares diversos en el mundo.10
Hollywood también ofreció el conocimiento de escenarios
distintos al estadunidense; en otras palabras, se apropió de paisajes y
personajes extranjeros para vender sus películas al mundo. Por ejemplo,
películas como El ladrón de Bagdad (1924) y Ben Hur (1925) –vistas en
Colombia a finales de los años veinte– atraían a las audiencias extranjeras a
pesar de recrearse en escenarios lejanos a Estados Unidos. Los estadunidenses
imitaron y sobrepasaron los panoramas italianos “espectaculares”, en 1910, con
películas como Los últimos días de Pompeya (1913) y
Cabiria (1914), así como las habilidades técnicas y artísticas
para hacer uso de las multitudes.
Además, Estados Unidos no dudaba en ofrecer y pagar
mejores salarios a actores y actrices de Europa y Latinoamérica para
retornarlos a las pantallas de sus países de origen como estrellas de
Hollywood. Tal fue el caso de las estrellas conocidas por los colombianos como
la polaca Pola Negri, la danesa Greta Garbo, el
cómico francés Max Linder, el inglés Charles Chaplin
y las mexicanas Dolores del Río y Lupita Tovar. También fue el caso de
directores destacados como el francés Louis Gasnier, pionero del cine de episodios estadunidense, cuya
alta dosis de acción y aventura fascinaban a los públicos colombianos, y del alemán
Ernst Lubitsch, director de dramas silentes y de las
primeras comedias musicales en los años treinta, entre muchos otros.
Para el caso de Colombia, el ingreso de las películas
estadunidenses al país dependió, por una parte, de la colaboración de los
cónsules estadunidenses quienes a nivel mundial se encargaban de fungir como
intermediarios entre los productores y distribuidores fílmicos hollywoodenses,
y, por otra, de las dos empresas de exhibición y distribución cinematográfica
en Colombia. Una era la de la familia italiana Di Doménico11 y la otra era la empresa
colombiana de Belisario Díaz, conocida como el Kine
Universal. Ambas firmas tuvieron fuertes preferencias por la compra de material
fílmico europeo hasta finales de la década de 1910.12
Ante la crisis comercial de la industria fílmica europea después de la primera
guerra mundial13 y el creciente gusto del
público colombiano por las películas estadunidenses, los agentes de estas dos
firmas emprendieron viajes a Estados Unidos, desde 1920, para hacer negocios
directamente con las casas cinematográficas hollywoodenses.14
En 1922, el cónsul de Santa Marta señalaba que en
Colombia “todas las películas usadas son americanas, francesas e italianas y su
importancia relativa lo sigue el orden de la lista”.15
Y un informe consular de Cartagena de 1925, con base en cifras recogidas por el
administrador de Aduanas en Colombia, informaba que en los cines “se exhiben
ambas: americanas y europeas, siendo las películas americanas las que
predominan y aparecen como las más populares”.16
En 1928, la firma Cine Colombia compró las salas que
pertenecían al circuito de exhibición de Díaz y Di Doménico para abastecerlas
sobre todo de proyecciones hollywoodenses.17
De hecho, en los primeros años de 1930, los reportes consulares informan que
las importaciones de películas y equipos fílmicos a Colombia provienen
principalmente de Estados Unidos y un porcentaje reducido de Francia y Alemania,18 por lo que, por primera
vez, el cine italiano quedó prácticamente fuera del circuito de la exhibición
en Colombia.
La preeminencia del cine estadunidense en las pantallas
de Colombia y su gran aceptación por el público era un hecho en 1928,19 justo al final del
periodo del cine silente y fecha en que se censuró la película Garras de oro, que se abordará más adelante.
Con todo, el proceso de “americanización” fílmica en
Colombia distó de ser lineal y homogéneo. Como se verá en las siguientes
páginas, la llegada del cine hollywoodense y el intercambio comercial y
cultural entre Colombia y Estados Unidos debió cimentarse en un ambiente de
hostilidad frente a Estados Unidos y en medio de las resistencias innegables que
demostró una parte de la sociedad colombiana, especialmente la prensa y la
opinión pública, frente a la cultura y la política estadunidenses, sobre todo a
partir de la separación de Panamá de Colombia y su dominio estadunidense en 1903.
Asimismo, su ingreso se dio en medio de la fuerte crítica
de reporteros y periodistas al gobierno de Colombia por su actitud de
obediencia hacia el de Estados Unidos. Todo esto resulta interesante en cuanto
traza un momento fundamental de la historia de Colombia: su reorientación
política y cultural hacia Estados Unidos en materia cultural, después de haber
mantenido durante el siglo XIX como focos
centrales a Inglaterra y Francia, y, en menor medida, a Italia y España
(Bedoya, 2016).
LA PROPAGACIÓN DE SENTIMIENTOS ANTIAMERICANOS
En junio de 1927, C. S. Smith,
funcionario estadunidense de la Tropical Oil Company
en Colombia, envió desde Bogotá una carta al Departamento de Estado con copias
de los números del mes de abril y junio de la revista Cine
Mundial, donde señalaba que estos números incluían artículos que
reflejaban el “vicioso espíritu antiamericano que domina a un número de
extranjeros”.20 Smith se refería al
artículo de Miguel de Zarraga sobre la película Spread eagle (1927), en español
El águila despliega sus alas. El crítico traducía la trama “antiamericana” de la película al
español en Cine Mundial. La cinta trata de un
hombre poderoso de Wall Street, Martin Henderson, quien tiene minas y pozos en
México que el gobierno mexicano intenta confiscar. Dado que sólo la
intervención de Estados Unidos puede impedir tal embargo, Henderson entrega
dinero a un general mexicano para simular una “revuelta” y, así, la
intervención militar de Estados Unidos pueda justificarse.
Lo que enfada a Smith, funcionario estadunidense de la Oil Company en Colombia, es que el artículo de Zarraga, además, finalice diciendo que “Henderson no fue
sólo una invención o un drama de ficción sino la más palpitante realidad”.21 El empresario expresó su
preocupación al Departamento de Estado porque este tipo de críticas cinematográficas
se expandían a Colombia y Latinoamérica, y consideraba que toda esta propaganda
antiamericana de los hispanohablantes, que se camuflaba en los sucesos de
Nicaragua –intervenida entre 1910 y 1933 por tropas estadunidenses– en realidad
respondía al “mismo complejo de inferioridad” de los latinos “frente a las
casas de cine de Estados Unidos, sus mujeres, hombres, niños, educación, comida”,22 por lo que, para él,
Nicaragua era la típica justificación para incriminar a Estados Unidos.23
En septiembre de 1927, el ministro estadunidense en
Colombia le agradeció a Smith su interés por llamar la atención sobre los
artículos “que tienden a crear una falsa impresión de nuestro país y nuestros
ciudadanos a través de Latinoamérica”, y añadía que el asunto había sido
referido a Will H. Hays,
presidente de la MPPDA, “quien ha expresado un
profundo interés en la cuestión”.24
Es probable que Smith, al ser uno de los representantes de la petrolera
Tropical Oil Company, establecida en Colombia en
1917, y además lector de Cine Mundial, se haya
sentido representado de manera denigrante en la trama de Spread
eagle y que en su comunicación directa con el
gobierno de Estados Unidos quisiera cuidar la imagen del empresario
estadunidense residente en Latinoamérica, con el ánimo de reducir el
desprestigio de ese país, el cual podría cuestionar su autoridad en su propia
compañía petrolera; aún más cuando los sentimientos antiestadunidenses no se
limitaron a las opiniones de los críticos culturales de la época, sino que
también se manifestaron entre los pobladores colombianos que residían en
lugares donde había multinacionales.
Así, por ejemplo, el 15 de septiembre de 1921, un reporte
anónimo fue enviado al Departamento de Estado, en donde se acusaba a Leroy S. Sawyer, cónsul estadunidense de Santa Marta, de
descortesía por no izar la bandera estadunidense en el consulado el día de la
fiesta nacional de Colombia, el 20 de julio. El cónsul declaró que esta
acusación fue publicada en La Lucha, periódico
obrero-socialista que aparecía regularmente, y este fue replicado, “sin ninguna
precaución”, por La Nación –de Barranquilla– y el
diario El Espectador;25
sin embargo, afirmaba que aquello era “absolutamente falso pues la bandera fue
desplegada todo el día en el Consulado”.26
En su defensa, el cónsul puntualiza al secretario de Estado que el “ánimo
político que ha sido fomentado algunos meses pasados debido a la propuesta de
nacionalización del ferrocarril de Santa Marta y los esfuerzos hechos por la
bananera norteamericana United Fruit
Company que controla la mayoría de las acciones, para evitar que la medida se
lleve a cabo,27 pudieron haber tenido
algún rol indirecto en producir esta riña”.28
En 1922, Hoffman Phillips, ministro de Estados Unidos en
Colombia le escribió a Antonio José Uribe, ministro de Relaciones Exteriores de
Colombia, contándole que Scott, gerente de la petrolera estadunidense Tropical Oil Company (TROCO) en
Barrancabermeja, cuya casa estaba situada en el centro de esa ciudad, fue
amonestado por la policía por hacer un baile al ritmo de la pianola con
trabajadores de la compañía.29
El estadunidense se defendió diciendo que su piano era el único en el lugar y
que sólo había dos establecimientos de ron que no les gustaban a sus empleados
y a sus esposas, por lo que preferían visitar su casa.30
Ante este suceso el jefe de policía colombiano envió a Scott una carta en que
le solicitaba que le hiciera saber a sus empleados que los bailes están sujetos
a un impuesto que debe pagarse antes de celebrar tal divertimento, excepto
cuando se tratara de reuniones compuestas por los miembros de la familia.31
El ministro de Estados Unidos en Colombia, Hoffman
Phillips, en defensa de sus compatriotas, escribió al ministro de Relaciones
Exteriores que tal recreación es necesaria para la salud y la moral de los
trabajadores petroleros de la TROCO, por lo que no
ve por qué deben pagar un impuesto y “obtener un permiso desde las autoridades
de Policía para cada ocasión, cuando ellos deseen bailar en una casa privada”.32 No obstante, el jefe de
policía, en su carta, reafirmaba que los estadunidenses debían pagar los
impuestos y las multas, y que “este reclamo es aún más justo, cuanto a que los
naturales del país se les impone tal obligación”.33
Otros eventos que muestran los ánimos antiestadunidenses
en la crítica local los evidencian las reacciones del público colombiano frente
a las exhibiciones de boxeo que, junto con el cine, eran una novedad moderna
que entusiasmaba al público colombiano e interesaba a los estadunidenses
respecto a sus posibilidades de desarrollo comercial en el país; no obstante,
habría que decir que en el periodo su profesionalización se hallaba en un
estado precario a nivel nacional.34
Tanto el pugilismo como el cine fueron en los años veinte
entretenimientos (y un deporte incipiente) con gran influencia estadunidense,
por lo que resultan interesantes las reacciones de los pobladores colombianos y
de los propios estadunidenses que residían en Colombia frente al encuentro
simbólico entre Latinoamérica y Estados Unidos a partir de este espectáculo.
Así, por ejemplo, en una interesante carta de julio de 1921, Herbert S. Goold, interino de Asuntos Económicos en Colombia, con base
en el “lenguaje prebélico de la prensa y las conversaciones de la gente”, le
cuenta al secretario de Estado en Washington que en la pelea entre el
estadunidense Jack Dempsey y el francés Georges
Carpentier, el público colombiano percibió al francés como el “boxeador
elegante”, el exponente de la cultura y “gentilidad latina”, en contra del
“furioso demonio del Norte, representando el país, por excelencia, de la fuerza
física y la brutalidad”.35 Cuando las noticias de la
aniquilación de Carpentier llegaron a la Oficina de Telégrafos, donde el
anuncio fue hecho, “las multitudes estaban atónitas; inofensivos y débiles
americanos que pasaron, o pararon a ver el tablón de anuncios, fueron
observados como si ellos también fueran ‘súper’ hombres”, decía Goold.36
Cine Mundial, al igual que la Oficina de Telégrafos,
participaba en la circulación de noticias bilaterales en materia cultural en
Colombia. En 1922, un corresponsal de esa revista reportó el triunfo de un
estadunidense poco conocido, Ben Brewer, quien “puso
a dormir por media hora, en el término de dos segundos, al mimado Carpentier
colombiano Rafael Tanco Ponce de León, nuestro
campeón nacional”.37 Por su parte, el ministro
de la Legación estadunidense en Bogotá, Hoffman Philip, también hizo saber al
Departamento de Estado de esta inusual exhibición de boxeo que se celebró en
Bogotá la noche del 29 de octubre de 1921, con una actitud que puede
considerarse franca; destaca que: “la prominencia dada a este encuentro por la
prensa de Bogotá, donde el boxeo es prácticamente una novedad, ha sido una ridiculez
desde el punto de vista americano […] aunque el señor Tanco
tiene un muy buen físico y es miembro de una buena familia, su experiencia
boxística es bastante limitada”.38
Con cierto desdén, Philip añadía que la actitud
victoriosa y la exaltación pública de los bogotanos, previa al encuentro del
boxeador colombiano con el americano, sólo se debía a que hace pocos meses Tanco había salido victorioso de un encuentro con un novato
belga. Como se aprecia en su interesante descripción:
En la noche del combate, una gran multitud, representante
de círculos sociales, políticos y de negocios de Bogotá, llenó el edificio del
teatro arreglado para la ocasión… Una densa multitud de hombres y niños de las
clases más pobres se congregaron afuera del edificio y la totalidad de la
ciudad estaba con anticipación y convencidos de la superioridad del campeón
nacional. La historia de lo que realmente ocurrió es bastante corta. Cuando el
señor Tanco apareció, fue frenéticamente aclamado por
la multitud. Su soporte era su suprema confianza en la victoria y estuvo muy
agradecido al recibir una corona de laureles, presentada a él por su antiguo
antagonista belga. Entonces el señor Brewer apareció
en escena y se le concedió una suave recepción, principalmente concedida por
los americanos presentes […] Tan solo habían transcurrido escasos 20 segundos
del primer round cuando el señor Brewer envió lo que es conocido en la jerga boxística como
un “gancho derecho” en la mandíbula del señor Tanco
[…] Estuvo inconsciente por un periodo de quince minutos, tiempo durante el
cual recibió los ministerios de un número de doctores presentes, entre ellos
estaba el doctor Frederick A. Miller, representante de la Fundación Rockefeller.39 La multitud que atestiguó
la súbita caída de su campeón estaba intensamente afectada y desilusionada. Total silencio reinó durante un momento después de la
catástrofe. El señor Brewer, junto a su manager, “Kid” Ross, salieron del edificio y al no encontrar su
automóvil, entraron a un tranvía que estaba cerca. Él fue rodeado por una
multitud amenazante de pilluelos y problemáticos, quienes, aparentemente,
estaban bajo la impresión de que había ocurrido alguna práctica injusta.
Piedras fueron lanzadas, y de no haber sido por la interferencia de la Policía,
un grave incidente habría ocurrido… Creo que el resultado del combate ha tenido
un efecto saludable en los habitantes de Bogotá, entre los cuales hay una
tendencia innata hacia el autoengrandecimiento.40
En este punto es interesante señalar que una de las
primeras formas en que los colombianos, y en general el público mundial de la
época, se acercaron al conocimiento del mundo exterior, no fue sólo a partir
del telégrafo y las revistas de cine de habla hispana, como lo fue Cine Mundial, sino también a partir de los noticieros
estadunidenses. Por ejemplo, aquellos de la Paramount; cuyas imágenes en los
años veinte proyectaban sucesos internacionales como la primera guerra mundial,
lo que también nos habla del flujo de noticias entre ambos países y de los
modos visuales en que se fomentaba una imagen de Estados Unidos y del mundo en
los colombianos.
Puede decirse, entonces, sobre la base de lo descrito
anteriormente, que el Departamento de Estado y los cónsules estadunidenses
residentes en Colombia, con fines comerciales bilaterales, tuvieron un fuerte
interés en las imágenes de sí y de su país por parte de la opinión local que,
algunas veces, de manera injustificada o poco reflexiva, mostraba fuertes
ánimos y sentimientos antiamericanos ante la creciente presencia estadunidense.
Asimismo, es interesante notar que esos ánimos no sólo tenían repercusiones en
el mundo del trabajo y la política, sino también en la vida cultural,
especialmente en los lugares donde había multinacionales estadunidenses.
LA RELECTURA IMPERIALISTA
SOBRE LA “SEPARACIÓN DE PANAMÁ”
Sobre las interpretaciones que
los caricaturistas colombianos hicieron sobre la “separación de Panamá” en las
tres primeras décadas del siglo XX, Núñez (2004)
destaca que en los años posteriores a 1903, las caricaturas desarrollan la
versión de la venta de Panamá a Estados Unidos por parte de los gobernantes
colombianos y la traición de la elite panameña, mientras que en los años diez y
veinte, se desarrolla mucho más la versión que enfatiza en el papel desempeñado
por el imperialismo estadunidense y en la mutilación de esta sección de la
república de Colombia en manos del Tío Sam. Además, esta última lectura se usó
para representar otros acontecimientos como la indemnización de Estados Unidos
de 25 000 000 de dólares, la pérdida de soberanía nacional a causa de
la presencia de las corporaciones petroleras y bananeras, y la influencia
estadunidense en Colombia y en territorio latinoamericano (Núñez, 2004, pp.
413-440).
Por otra parte, en la historiografía sobre la separación
de Panamá encontramos varias versiones de este suceso. Una de ellas ha sido la
denominada “leyenda blanca”, que plantea una visión favorable a la actuación de
los próceres en la “Independencia” de Panamá y disminuye la participación
estadunidense en el suceso. Una versión que se opone a la anterior es la
“leyenda negra”, en la que se considera la formación de la república de Panamá
como consecuencia de la expansión imperialista de Estados Unidos en el Caribe y
en el Pacífico.
Por su parte, autores como Thomas Fischer (2004) afirman
que la debilidad política en Colombia para construir una administración
racional que integrara a Panamá, así como su desgaste en la guerra de los Mil
Días –que inició en 1899 y culminó en 1903–,41 facilitaron en gran medida la
separación de Panamá de Colombia. La historiadora panameña Patricia Pizzurno (2004) señala que, además de la actuación de los
independentistas panameños, la actuación decidida de Theodore Roosevelt y de
sus aliados franceses, así como el desinterés de las elites bogotanas por la
sección de Panamá, había otros factores geográficos, económicos, culturales e
idiosincráticos que influyeron en que los panameños adoptaran la decisión de
cortar los vínculos que los habían mantenido unidos a Colombia por más de ocho
décadas. Pensamos que una explicación multicausal del fenómeno como la que
ofrece este último estudio, aporta un conocimiento más amplio y permite obtener
nuevas reflexiones y significados sobre el suceso panameño.
En la década de 1920, la relectura imperialista que
incluía el imaginario del Tío Sam como símbolo de la vasta ambición del norte,
fue la que mayor resonancia tuvo en la opinión pública. Como se mostrará a
continuación, en 1928 la película Garras de oro,
junto a la caricatura y la prensa, al resaltar la actitud imperial de Estados
Unidos afectaba la imagen del cuerpo diplomático estadunidense y las relaciones
amistosas logradas entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, así como
su gran avance comercial en materia de americanización fílmica. Las imágenes y
los letreros que acompañaban la cinta, además avivaban el sentimiento
antiamericano de los periodistas y críticos locales con quienes los
estadunidenses residentes en Colombia tenían que enfrentarse a diario.
ESTUDIO DE CASO: GARRAS
DE ORO42
Hacia julio de 1926, F. L. Herron, presidente de la MPPDA
de la división extranjera, por “una fuente confiable”, afirmaba tener
conocimiento de que una película cuyas escenas resultaban “injuriosas” para
Estados Unidos, había sido producida en Italia por la firma colombiana Cali
Films, que tenía como principal accionista al abogado José Vicente Navia de
Cartago, seguido por mr. D. Casas y Ramón Silva, hombres de negocios en Cali.43 Por lo que le solicitaba
a William R. Castle, jefe de la División de Europa
Occidental, su colaboración para detener la distribución de esta película, pues
se sabía que existía una copia en Japón, con intertítulos
en japonés e inglés, y las otras siete estaban en Centroamérica y Sudamérica.
En la carta, la MPPDA describe el argumento
inicial de la película, y que no hace parte de la copia que está hoy
restaurada:
[...] la película comienza con un mapa de Colombia,
mostrando a Panamá como parte de ese país. Después de unos pocos títulos y
personajes introductorios, aparece otro mapa de Colombia y se muestra a Panamá
como un Estado independiente y es seguido de una foto de Theodore Roosevelt
apuntando a Panamá, diciendo “yo la tomé”. Hay después una escena en que una
lavandera está cepillando una ropa blanca y trabajando duro para retirar la
mancha negra de esta. Un personaje, representado por el tío Sam, se aproxima a
ella, y ella le dice que es imposible quitar esa mancha. Un poco después, en la
escena aparece Sam con una esponja marcada con $25.000.000 que erradica la
mancha negra de la ropa.44
Esta petición de la MPPDA
fue remitida al secretario de Estado, Frank B. Kellogg, que en octubre de 1926
–de forma “confidencial”– transmitió a todos los consulados de Latinoamérica
que, en vista de la cordialidad existente entre el gobierno y Estados Unidos,
“sin duda estarán encantados de tomar medidas para impedir su exhibición”.45 Desde una perspectiva
similar, en una circular de julio de 1926, enviada desde la División de América
Latina del Departamento de Estado a varios consulados de Latinoamérica, se
advertía una preocupación por
el infortunado efecto que la producción de tal película
puede tener sobre las relaciones amistosas ahora existentes entre Colombia y
los Estados Unidos. Se puede decir que las lamentables diferencias de hace unos
años parecen haber sido resueltas con eficacia a través de los esfuerzos
patrióticos de los representantes y la gente de ambas naciones. Sería
infortunado si la sensación de malestar fuese revivida en este momento cuando
las relaciones entre ambos países son excelentes y mutuamente ventajosas.46
Parece ser que la “fuente confiable” que menciona F. L. Herron, de la MPPDA, viene de
la firma italiana Di Doménico Hermanos; esa es la impresión que da una carta de
Jefferson Patterson, jefe de Asuntos Internos al secretario de Estado, en julio
de 1926, en donde le decía que había recibido un telegrama de la Secretaría de
Di Doménico Hermanos y Cía. relativo al reporte de The death
of justice, que está en curso de producción en
Italia, y está pensada “para incrementar los sentimientos de oposición hacia
Estados Unidos”. Patterson añade que los productores se acercaron a los Di
Doménico con la solicitud de que ellos terminaran el argumento e intertítulado dentro de la película finalizada, a lo que los
italianos se opusieron por la política de “mantener una actitud neutral con la
cuestión de Panamá y no producir cintas diseñadas para despertar pasiones
políticas”.47 Ante aquella negativa, en
febrero de 1926, los productores de la cinta habían organizado en Cali una
compañía con el nombre de Company Valle Film, y enviaron a Alfonso Martínez
Velasco (en la película aparece con el seudónimo de P. P. Jambrina)
a Italia para arreglar la versión final de la película.48
En enero de 1928, un año después de infiltrada la
información sobre la existencia de la película al Departamento de Estado,
Kellogg le escribió a Piles, ministro de la Legación estadunidense de Bogotá,
informándole que la Legación panameña había dicho que la película se exhibió en
Buenaventura.49 Por lo que, en enero de
1928, Piles le escribió al cónsul de ese puerto, Charles Forman, solicitándole
que le notificara si se había exhibido Garras de oro
y, de ser así, qué impresiones había tenido en la audiencia, “si hubo
comentarios favorables o desfavorables”.50
Forman le respondió, con un ánimo displicente, que no se había dado por
enterado de la exhibición de la película hasta la recepción del primer
telegrama de la Legación, y aunque no tenía el hábito de saber qué están
exhibiendo en Buenaventura, cuyo teatro es “caliente e inconfortable” y con
“pobres luces”,51 respondió que se enteró
de que la película se exhibió dos veces en el mes de diciembre de 1927, para
una audiencia de 500 personas, la primera vez, y de manera gratuita, en la
plaza pública, la segunda ocasión
[...] la película fue recibida muy
fríamente por el público, aunque algunos de los títulos suscitaron un
despliegue de entusiasmo patriótico. El carácter de la película es
antiamericano [...] y en algunas partes es provocadora, pero en conjunto, sin
mucha sustancia, más bien una pobre actuación. La película no será repetida
aquí, y la persona encargada, cuyo nombre es desconocido, se ha marchado y no
se sabe hacia dónde.52
Con base en el informe anterior, Piles le sugería a
Kellogg que lo mejor era ignorar el asunto, pues de lo contrario lograría
conseguir publicidad y fomentar la demanda de público para la película, nada
más cierto cuando el exhibidor de Garras de oro
voluntariamente abandonó Buenaventura después de dos exhibiciones, lo que Piles
atribuía a una pobre acogida de la cinta.53
El secretario de Estado aceptó “dejar el asunto así”.54 A pesar de esto, pocos
días después una columna en el diario El Tiempo
revivió los sentimientos antiyanquis y los ánimos
patrióticos colombianos al anunciar que por orden de Samuel Piles, el ministro
de Colombia exigió a los gobernadores del Valle, Caldas y Cauca que impidieran
la exhibición de Garras de oro, de Cali Films
Company, cuyo argumento se refiere a los sucesos relacionados con la separación
de Panamá.
INAUDITO ATROPELLO. Una prueba del imperialismo yanqui bajo la presión del ministro
americano, mr. Samuel H. Piles, residente en Bogotá…el hecho de que el
argumento de la mencionada película se refiera a los sucesos relacionados con
la separación de Panamá, no justifica semejante complacencia o debilidad del
ministro de gobierno para con el representante yanqui, actitud lesiva de
nuestra soberanía.55
Desde una perspectiva similar, en otro artículo se lee:
El ministro de Gobierno ha prohibido la exhibición
…porque, según el ministro de los Estados Unidos, esa película hiere el
sentimiento de los americanos. Esta reacción del sentimiento yanqui obedece a
un justo movimiento del corazón… Lo que no puede explicarse es que no comprenda
el americano que, si esos sentimientos son grandes en él, pueden ser mayores
aún en el latino. La película destinada a ridiculizar… fue una invención
yanqui. De día y de noche, en todos los barrios… de los Estados Unidos se han
visto, durante años, películas en donde el mexicano es siempre el bandido, y el
suramericano el salvaje.56
Como lo había previsto Samuel Piles, la prensa local
“tradicionalmente hostil hacia las cosas americanas” convirtió el asunto de Garras de oro en un tema de “interés nacional” y avivó
los sentimientos antiestadunidense, al recordar los sucesos de Panamá.57 Varios comentarios en la
prensa acusaron directamente a Piles de prohibir la película y a Jorge Vélez,
ministro de gobierno colombiano, de ser unos leguleyo del “Imperio”, como los
representa la imagen 1.
Aun así, parece ser también que el contenido de la
película no tuvo mayor resonancia más allá de la prensa local. Piles,
refiriéndose a la recepción de la cinta, expresó al Departamento de Estado:
“estos hechos son tan incomprensibles, pocos entienden todo su significado”,
por lo que “continuar la prohibición puede incitar comentarios de prensa y dar
a la película la importancia que no ha alcanzado”.58
Por su parte, Jorge Vélez reenvió un telegrama de la gobernación de Manizales a
Samuel Piles, en donde manifestaba que se había estudiado detenidamente la
película y
[…] encontramos que refiere únicamente a episodios sobre
robos de documentos al secretario de la Legación Americana, referentes a la
separación de Panamá en la capital. Los episodios exhibidos son tan
incomprensibles, en nuestro concepto, que solamente gentes enteradas de lo
ocurrido en esa época podrán darse cuenta de la significación entera de la
película. Tan poca importancia le han dado los espectadores de los lugares
donde ha sido exhibida, desde Buenaventura, Cali y demás poblaciones del Valle,
hasta Cartago, que no ha despertado interés en pueblos que la han presenciado.59
Aunque sabemos que la orden de detener la exhibición de Garras de oro no fue hecha por la Cancillería americana,
sino por el Ministerio de Relaciones Exteriores que, ante una protesta de
residentes estadunidenses frente a su exhibición en Manizales, notificó a los
gobernadores departamentales que la suprimieran sin contar con la opinión del
consulado estadunidense, claramente la cinta sí resultaba ofensiva para Estados
Unidos, de ahí sus esfuerzos, primero, por evitar su exhibición y, después, por
impedir la polémica.
OTROS INTERESES ALREDEDOR DE LA CINTA
La polémica que provocó la
prohibición de la película no sólo avivó los sentimientos antiestadunidenses en
los periodistas y críticos de la prensa local, sino que fue una oportunidad
para que algunos accionistas de la película al parecer intentaran sacar
provecho económico de su “prohibición”. Así, José Vicente Navia, en principio
guionista de la película, en nombre de “la hermandad panamericana”, y en vista
de que no le convenía al gobierno de Estados Unidos una mala imagen de su país
en momentos en que la “conferencia de La Habana buscaba olvidar el pasado y
atraer a las naciones americanas juntas bajo las bases de la cordialidad”,
expresó a Samuel Piles su apoyo a la prohibición de la película y sugería ceder
los derechos de propiedad del argumento de Garras de oro
a los estadunidenses.60
El ministro estadunidense desconfió de este ofrecimiento,
y pidió al cónsul de Buenaventura “una discreta investigación” sobre Navia.61 Al enterarse de que él no
tenía muchos derechos sobre la película,62
Piles expresó al Departamento de Estado que era probable que este accionista
intentara “vengarse” de los otros productores, entre ellos Martínez Velasco,
porque según Navia, ellos lo estafaron al cambiar el nombre de la película de La venganza de Colombia o La muerte
política de Theodore Roosevelt a Garras de oro,
con el objeto de dejarlo por fuera del negocio y usurpar el argumento,63 por lo que Piles sugirió
no prestarle mayor atención.64
A lo anterior habría que añadir el comportamiento de los
exhibidores locales de la película, entre ellos los italianos Di Doménico,
quienes, como buenos empresarios, usaron los argumentos patrióticos que
circulaban en la prensa, no para tomar partido frente a uno u otro país, sino
para vender mejor las entradas para ver la cinta (véase imagen 2).
Otro póster de Garras de oro
anunciaba: “Este filme, basado en hechos históricos relacionados con el enorme
despojo y atropello que sufrió nuestra patria, no podía ser prohibido, no podía
nuestro Gobierno plegarse a las exigencias de la Cancillería Americana.”65 Ante esto, el cónsul de
Barranquilla, Alfred Theo, expresó a Piles que no era
conveniente manifestarse frente a las autoridades locales de Barranquilla,
Medellín y Puerto Berrío, donde el filme también
había circulado, pues era un hecho comprobado que de esto se beneficiaba la
publicidad, al “atraer mayores audiencias, de este modo haciendo más daño del
que podríamos hacer si nos mantenemos en silencio”.66
Carlos Uribe, ministro colombiano de Relaciones
Exteriores, refiriéndose a ese folleto que circulaba promocionando la cinta en
el Salón Olympia de los Di Doménico, y enfatizando en “el patriotismo
colombiano” que suscitaba esta cinta, le aclaró al ministro estadunidense,
Samuel Piles, con quien parecía tener una buena relación, que realmente este
tipo de propagandas de Garras de oro despertaba “la
hostilidad contra Estados Unidos por beneficio personal de los exhibidores de
cine […] Tal publicidad […] en contra de un pueblo amigable puede, en mi
opinión, ser vista como nada menos que despreciable”.67
Al parecer, a Uribe le afectaba más la imagen que pudiera
tener la Cancillería estadunidense y el ministro Samuel Piles de su proceder
que la opinión pública local, a los que acusó de falsos. Esta actitud amistosa
con la diplomacia estadunidense distaba, por ejemplo, de los cancilleres
mexicanos, que libraron varias disputas con la Cancillería estadunidense por la
mala imagen que sus películas estaban proyectado en el exterior, especialmente
en América Latina (Purcell, 2009, p. 57).
ALGUNOS INTERROGANTES
EN TORNO A GARRAS
DE ORO
Contrario a los estudios sobre Garras de oro, interesados más en el texto de la película
y en exaltar su contenido antiimperialista o excepcionalidad en la historia del
cine nacional, este artículo intentó aprovechar la correspondencia consular
disponible para explorar algunas de “las intenciones” de los agentes de la
época y analizar algunos aspectos del contexto sociohistórico
que rodeó la circulación y la censura de la cinta. Aquí, por ejemplo, se
intentó mostrar que si bien es cierto que los productores colombianos de esta
película silente tenían la intención deliberada de incomodar a los
estadunidenses recordándoles la “ignominiosa” participación de su país en el
hecho de la separación de Panamá, y si bien es innegable el “entusiasmo
patriótico” que despertó la cinta entre algunos espectadores y el tono
antimperialista que avivó entre críticos y periodistas locales, también es
cierto que estas manifestaciones no provenían de todos los sectores de la
sociedad, por lo menos no de los representantes del gobierno colombiano,
quienes prohibieron la cinta una vez (pero) los diplomáticos estadunidenses no
pudieron detener su circulación, quizá por no crear enemistad con el país del
Norte.
Asimismo, no sabemos hasta qué punto el mensaje antiestadunidense
de Garras de oro llegó a la audiencia general en
clave de “dolor de patria” y “resistencia yanqui”, como han señalado los
estudios sobre el tema, y aún más importante: en qué medida el público general
comprendió la cinta, pues a juicio de los cónsules y algunos políticos
colombianos citados anteriormente, la trama resultaba “bastante complicada” y
“fue recibida muy fríamente por el público”. Por otra parte, no hubo
comentarios sobre su exhibición en el Teatro Moderno de Cali el 13 de marzo de
1927, como lo anotaron Suárez y Arbeláez (2009), de ahí que la cinta se
convirtiera en popular sólo a partir de su publicidad en la prensa y en los
folletos cinematográficos.
Además, como resalta un informe arriba citado, lo que
suscitó “un despliegue de entusiasmo patriótico” entre el público, al menos en
las dos proyecciones de diciembre de 1927 en Buenaventura, fueron sus letreros,
que espectadores alfabetos quizá debieron leer en voz alta para los
espectadores que no podían alcanzar a leer los intertítulos.
Por lo que es probable que lo que se leyó hubiera develado más el carácter
antiestadunidense de la cinta, que aquello que se vio. Incluso, hoy en día
vemos que más allá de una trama en que se mezcla el robo de unos documentos
secretos y una historia amorosa, la película presenta pocas imágenes
visualmente atrayentes y en las que pueda leerse fácilmente su contenido
antimperialista. Estas imágenes solamente aparecen en la secuencia inicial de
la película donde el avaro y malvado Tío Sam señala con sus garras a Panamá en
el mapa (véase imagen 3), y en la secuencia final, donde una mujer asociada a
la justicia se niega a girar sus balanzas a favor de las bolsas con los
25 000 000 de la indemnización del tío “Samuel”, que hacen contrapeso
a un pedazo de madera en que figura Panamá.
Además, de acuerdo con la descripción inicial de la
película por parte del secretario de Estado, Frank B. Kellogg, hacia el inicio
de la cinta, en la versión original había una escena bastante sugestiva en la
que se muestra el mapa de Panamá como un estado independiente, seguido de una
foto de Theodore Roosevelt apuntando a ese país y diciendo: “yo la tomé”.68 Esta escena, junto a las
otras dos mencionadas, muestra símbolos y datos con los que el público
analfabeto ya estaba familiarizado –por medio de la prensa y las caricaturas–,
como lo es la indemnización de 25 000 000 de dólares a Colombia como
contraparte de la pérdida de Panamá, la figura del tío Sam como símbolo de la
ambición estadunidense, la balanza como símbolo de la justicia, y otros
símbolos patrios representados en la bandera y en los mapas de Colombia.
Además, contrario a la opinión del informe enviado por el gobernador de
Manizales, citado más arriba, es muy probable que el público común conociera el
episodio de la separación de Panamá por los registros visuales, la prensa y el
rumor cotidiano.
Así, como desconocemos a ciencia cierta las reacciones de
la mayoría de la audiencia, también desconocemos las intenciones iniciales de
los productores de Cali Films; por ejemplo si la cinta
se hizo por cuestiones ideológicas, políticas o comerciales, o si como acusaba
el guionista Navia, el productor Martínez Velasco alteró la historia inicial de
la película en Italia con fines políticos.
Tampoco puede descartarse el hecho de que su producción y
posterior difusión estuvieran relacionadas no sólo con mostrar una imagen
imperialista de Estados Unidos, muchas veces justificada a partir de sus
intervenciones militares en territorio latinoamericano, sino también con
lógicas de ganancia económica, pues hubo algunos productores y exhibidores de
la película que intentaron obtener ganancia de la creciente popularidad que
desató no necesariamente su exhibición, sino su censura en 1928. Por último,
aquí se aclara que su prohibición no fue impartida solamente por órdenes del
Departamento de Estado estadunidense, sino también por parte de políticos
colombianos interesados en mantener relaciones de cordialidad y amistad con los
de aquel país, en aras de lograr objetivos de modernización económica y de
infraestructura que pasaba por el apoyo inversionista de Estados Unidos.
Lo que parece claro es que su prohibición despertó
emociones hostiles y desató mayor oposición frente a lo estadunidense, sobre
todo en periodistas y reporteros de la prensa local, que con un aire patriótico
no paraban de recordar amargamente la pérdida de Panamá y las otras
intervenciones estadunidenses al territorio latinoamericano, así como la
justicia que hacía Garras de oro respecto a las
constantes representaciones despreciativas del latinoamericano en las
producciones hollywoodenses.
Finalmente, habría que decir que, como nos muestran las
fuentes, la prevención de la difusión de la película por parte de los
estadunidenses se debió menos al hecho de que resultara agresiva para su país,
como han señalado otros estudios, y más para evitar la propagación del
“antiamericanismo”, con el propósito de mantener las relaciones de mutuo
beneficio que, en materia comercial, habían logrado en las primeras décadas del
siglo XX, a pesar de que aquellas no dejaban de
dar ventajas principalmente a Estados Unidos.
CONCLUSIONES
En suma, la importancia de Garras de oro no sólo respondió al intento fallido de
Estados Unidos por evitar su exhibición a nivel nacional debido a su contenido
“antiyanqui”, como se ha abordado canónicamente, sino
porque su circulación y posterior exhibición suscitó un fuerte debate entre el
gobierno de Colombia, la prensa colombiana, y agentes del Departamento de Estado
estadunidense. Esto evidencia que la inmersión de Colombia en el fenómeno del
cine fue un hecho internacional y cosmopolita, y se localiza en el marco de
acciones que la diplomacia estadunidense emprendió para contrarrestar los
efectos de la llamada “antiamericanización” en los
años veinte, que hasta cierto punto les restaba valor a los logros alcanzados
por la industria fílmica hollywoodense en Colombia y Latinoamérica. Asimismo,
para posicionar a Estados Unidos como referente cultural y comercial en el
marco de su competencia con Europa.
El estudio de caso de Garras de oro
y los otros ejemplos inéditos aquí registrados, nos sirven para evidenciar que
Estados Unidos, con el apoyo del gobierno de Colombia –interesado en conservar
una política sistemática de préstamos provenientes del “coloso del norte”–, no
estaban dispuestos a retroceder en su éxito comercial, alcanzado en buena
medida a partir del comercio de mercancías fílmicas. En tal sentido, sus
agentes diplomáticos y fílmicos estuvieron dispuestos a modelar y a modular esas
actitudes críticas y expresiones hostiles frente a Estados Unidos y su política
exterior, revividas en la película colombo-italiana Garras
de oro, y exacerbadas en las caricaturas y en la prensa local
colombiana. Todo esto evidencia, además, un peso hegemónico estadunidense en
las relaciones bilaterales con Colombia y un entorno marcado por una asimetría
de poder entre ambos países.
Con todo y los fuertes sentimientos de indignación de la
crítica local colombiana por las indebidas intervenciones de Estados Unidos en
los asuntos internos de América Latina y su desconfianza frente a las
expresiones culturales estadunidenses, esto no parece haber sido un obstáculo
mayor para que el cine hollywoodense se asentara como entretenimiento popular
desde la era silente.69 De hecho, la película Garras de oro apenas podía considerarse como una amenaza
comercial para la industria hollywoodense; su prohibición tuvo más bien la
intención de aminorar un clima hostil frente a las multinacionales
estadunidenses radicadas en Colombia, como las petroleras y bananeras, y frente
a otras formas de presencia estadunidense que, desde el punto de vista de
algunos colombianos, fomentaba actitudes desiguales e injustas.
Finalmente, el hecho de que el cine hollywoodense en los
años veinte tuviera gran acogida entre el público colombiano, al punto de
desalojar de manera contundente al cine italiano y francés, que estaban
fuertemente arraigados en el circuito de exhibición en Colombia en la década de
1910, sugiere que la fuerza de la “antiamericanización”
debió verse disminuida en esos mismos años por algunos elementos de la
“americanización” fílmica (aunque no exclusivamente), tales como los modos de
vida y modelos de consumo propuestos por las estrellas hollywoodenses, y por el
atractivo de la publicidad cinematográfica. Pero este es un tema que merecería
otras consideraciones –que quedan abiertas–, en cuanto se escapan del objetivo
inicial de este artículo (Bolaños, 2019).
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Películas (1920), Bogotá, Colombia.
The Moving Picture World (1924), Nueva York, Estados Unidos.
1 Como se sabe, el cine fue un objeto cultural indispensable que los
estadunidenses explotaron para favorecer sus intereses comerciales en el
exterior y alcanzar objetivos diplomáticos relacionados con fortalecer la idea
del Panamericanismo. Como lo señala Ricardo
Salvatore (2005), el cine intensificó el contacto cultural entre
latinoamericanos y estadunidenses y fue un camino, junto con la prensa y,
posteriormente, la radio, mediante el cual los últimos intentaron transformar
las relaciones interamericanas, al emplear estos medios para contrarrestar
“sobre todo la desconfianza y animosidad preexistente contra ‘los yanquis’
relacionadas, indudablemente, con las recientes intervenciones de Estados
Unidos, en América Central y el Caribe” (pp. 275, 292). El esfuerzo de Estados
Unidos por fortalecer la imagen cultural estadunidense ante el mundo y
contrarrestar la influencia comercial e ideológica de las potencias europeas en
Latinoamérica continuó a lo largo del siglo XX. En
tiempos de la política de la buena vecindad de Franklin Delano
Roosevelt fue creada la Office of Inter-American Affairs
(OIAA), como parte de la diplomacia cultural
estadunidense que se preocupó por contrarrestar el programa de propaganda de
las potencias del eje a partir de estrategias culturales y de inversión económica
que favorecieron una imagen positiva de Estados Unidos a través de programas de
formación académica de medios de comunicación masivos como la prensa, la radio
y el cine. Al respecto, véase Cramer y Prutsch (2006).
2 Panamá se unió a Colombia en 1822. Este departamento contaba con un
ferrocarril desde 1857 y se localizaba en una zona estratégica por conectar el
Atlántico y el Pacífico. Ante la negativa del Congreso colombiano de que los
estadunidenses construyeran el canal de Panamá (cuya licencia de construcción
en 1879 había sido fallidamente otorgada a los franceses) y el marcado
centralismo del gobierno conservador de Colombia, Panamá declaró su
independencia con el apoyo del gobierno estadunidense de Theodore Roosevelt, el
3 de noviembre de 1903 (Melo, 2018, pp. 172-173).
3 Como lo muestra la correspondencia consular, los diplomáticos y agentes
fílmicos estadunidenses no dejaron de preocuparse por las impresiones
relacionadas con Estados Unidos que las películas –propias o extranjeras–
dejaban en el público latinoamericano de quienes dependía en buena medida el
éxito de sus ventas en el exterior. De ahí su necesidad de familiarizarse con los
aspectos sensibles al público. Attack on American Moving
Picture Films, informe de HLW de la Legación americana en Bogotá al
Departamento de Estado, 14 de julio de 1924, en National
Archives, College Park-Estados Unidos (en adelante NACP), RG 84, Colombia Diplomatic
Post, vol. 255, 1924. Informe Regulaciones existentes en
Colombia para censura de películas por Alfred Theo,
cónsul estadunidense de Barranquilla para J. S. Woodhouse,
18 de noviembre de 1925, en NACP, RG 84, en
Barranquilla, Colombia Consular Post, vol. 180.
4 Sobre el cine silente colombiano, tema ampliamente estudiado, véanse, por
ejemplo, Nieto y Rojas (1992), Salcedo (1981) y
Concha (2014). Entre 1920 y 1930 sólo hubo nueve películas silentes sin mayor
resonancia a nivel internacional; sus argumentos son adaptaciones de las
novelas de autores colombianos como Jorge Isaac y Vargas Vila, y son una
apuesta estética de acercarse a la producción fílmica europea de la época.
5 Aunque el historiador Jorge Orlando Melo mencionó, en 1982, la existencia
de Garras de oro en los Archivos Nacionales de
Washington, los cuales, hasta el presente, han sido poco explorados, por lo
menos para los años veinte.
6 La MPPDA aglutinó las grandes compañías
cinematográficas bajo la presidencia de Will H. Hays y desde 1922 trabajó estrechamente con el Departamento
de Estado para competir con el mercado fílmico europeo y negociar directamente
con los gobiernos de distintas partes del mundo (Purcell,
2009, p. 55).
7 “The Cinema Universal?”, New
York Times, 18 de junio de 1922, p. 75. Base de datos de Margaret Herrick Library (en adelante MHL).
La traducción del inglés al español de los artículos de prensa estadunidense y
los informes y correspondencias consulares que se citarán a lo largo del
artículo fue realizada por la autora.
8 “The Cinema Universal?”, New
York Times, 18 de junio de 1922, p. 75. Base de datos de MHL.
9 “Is Foreign Field Less Complex?”, Los Angeles Times, 6 de mayo de 1928, p. C 11. Base de datos de MHL.
10 Sobre la intensa interacción de Estados Unidos con otras culturas del mundo
en la formación de su propia cultura moderna a finales del siglo XIX y comienzos del XX,
véase, por ejemplo: Lynes (1987) y Monsiváis (2008).
11 No me detendré a contar detalles biográficos sobre los empresarios Di
Doménico y Belisario Díaz, dado que existen varias crónicas y trabajos
interesantes sobre sus vidas y su contribución al cine espectáculo en Colombia;
por ejemplo véase Nieto y Rojas (1992) y Concha (2014). Por ejemplo, los
trabajos mencionados describen el esfuerzo de Vicente Di Doménico en los años
veinte, quien, además, fue productor de cine con las cintas Aura y las violetas y Como los
muertos, y los hermanos Acevedo, quienes se dedicaron a hacer noticieros
nacionales y filmes educativos, promoviendo así, en los años treinta, el cine
documental nacional.
12 Report: Market for Motion Picture Films, 7 de agosto de 1917, en NACP, RG 84, en
Barranquilla, Colombia Consular Post, vol. 129.
13 Son varias las razones que explican la conquista comercial de esta
industria sobre la europea, tales como la primera guerra mundial, la formación
de un monopolio industrial cinematográfico estadunidense en cabeza de Will H. Hays, y el interés de sus
empresarios y agentes consulares por comprender las necesidades comerciales y
preferencias fílmicas de los públicos a nivel mundial –como se señaló arriba–.
Véase Purcell (2009); Serna (2014b); Thompson (1985);
Maltby (2004).
14 Exhibitor Herald, abril-junio de 1920, p. 60; Cine Mundial,
agosto de 1921, p. 572; The
Moving Picture World, 19 de enero de
1924, p. 194; Cine Mundial, agosto de 1923, p. 498.
Si bien en los años veinte ambas firmas no dejaron de comprar filmes europeos,
particularmente italianos y franceses, a principios de 1920 estos empresarios
locales adquirieron un lote significativo de películas y seriales de la casa
Universal, Pathe Exchange, Paramount, MGM, Warner Bros y United Artists,
que tuvieron mucha acogida entre el público. Asimismo, ellos contribuyeron a la
labor de difusión de la publicidad cinematográfica estadunidense en Colombia.
Véase, por ejemplo, la revista Películas del año
1920.
15 Carta del cónsul de Santa Marta a Zelznick Corporation, 28 de marzo de 1922, en NACP,
RG 84, en Santa Marta, Colombia Consular Post, vol. 28.
16 Carta del cónsul de Cartagena a The Exim Trading Company, 28 de julio de 1925, en NACP, RG 84, en Cartagena, Colombia Consular Post, vol.
188.
17 “Habla el gerente de Cine Colombia”, El Tiempo,
1 de febrero de 1928, p. 9; “Página Cinematográfica”, El
Tiempo, 5 de febrero de 1929, p. 12; Carta de Laverne
Baldwin, cónsul de Santa Marta, a Export Department of Kodak Electric, 10 de marzo de 1931, en NACP, RG 84, Santa Marta, Colombia Consular Post, vol.
52.
18 Carta de Laverne Baldwin, cónsul de Santa Marta,
a Export Department of
Kodak Electric, 10 de marzo de 1931, en NACP, RG
84, Santa Marta, Colombia Consular Post, vol. 52.
19 Así, una encuesta realizada por la Página Cinematográfica del periódico El Tiempo indicaba que de las diez mejores películas del
año 1928 –todas estadunidenses–, tres fueron producidas por Paramount, dos por
MGM, una por Warner Bros, y tres distribuidas por Artistas
Unidos. Dentro de estas figuraban títulos como Beau geste, Resurrección, Ben-Hur, La quimera de oro y
El ladrón de bagdad.
“Página Cinematográfica”, El Tiempo, 5 de febrero
de 1929, p. 12.
20 Carta de C. S. Smith al Departamento de Estado, en Bogotá, 25 de junio de
1927, en NACP, RG 84, Diplomatic
Post Colombia, vol. 276.
21 Cine Mundial, junio de 1927, p. 505.
22 Carta de C. S. Smith al Departamento de Estado, en Bogotá, 25 de junio de
1927, en NACP, RG 84, Diplomatic
Post Colombia, vol. 276.
23 Cuando los estadunidenses intervinieron a gran escala militar a Nicaragua
en los años 1927 y 1928, entre sectores de la opinión pública, la izquierda y
la derecha nacionalista latinoamericana vino una oleada de comentarios
antiimperialistas, ante la posibilidad de que el mismo destino cayera sobre el
resto de la región. En estos años, surgió La Liga Antiimperialista de las
Américas ubicada en México y poco tiempo después se realizó la VI Conferencia
Interamericana en La Habana, en la que se reafirmaba la solidaridad para los
países amenazados por el poderío militar de Estados Unidos y se trataron
asuntos tales como el derecho de intervención en el conflicto de Nicaragua.
Asimismo, “encontró amplia difusión el concepto de la violación de la joven
Nicaragua por parte del astuto tío Sam” (Rinke, 2014,
p. 157).
24 Carta de C. S. Smith al Departamento de Estado, en Bogotá, 25 de junio de
1927, en NACP, RG 84, Diplomatic
Post Colombia, vol. 276.
25 Nuñez (2004) señala que en las décadas de 1910 y 1920, sobre
todo a raíz de la pérdida de Panamá, en la prensa se generó y difundió “un
sentimiento de indignación contra los Estados Unidos y algunos sectores de las
clases dominantes de Colombia”. Este sentimiento “antiimperialista” “fue
compartido por toda la prensa obrera, e inclusive por la liberal” (p. 103).
26 Carta de Leroy S. Sawyer, cónsul estadunidense de
Santa Marta, al secretario de Estado, 6 de octubre de 1921, Bogotá Colombia, en
NACP, RG 84, Diplomatic
Post Colombia, vol. 235.
27 En 1909, el presidente de Colombia, Rafael Reyes, le había otorgado
exenciones tributarias a la corporación productora y exportadora de banano United Fruit Company –que en 1899
comenzó sus operaciones en Colombia– por 20 años, como parte de un incentivo
para atraer capital extranjero, por lo que la compañía se comprometió a
construir una nueva línea por cada 1 000 hectáreas cultivadas con banano. A
esta iniciativa del gobierno nacional se opuso la Asamblea del Magdalena,
porque los impuestos que la compañía pagó por el contrato de arrendamiento del
ferrocarril de Santa Marta no llegaron al gobierno local sino al nacional, lo
que generó inconformidades por parte de las autoridades del Magdalena frente a
la presencia de la compañía bananera. Esta incomodidad también era compartida
por los empresarios locales que no podían ver despegar su negocio de
exportación por el monopolio de dicha compañía, por los dueños de los
almacenes, que no se beneficiaban del sistema de bonos –con los cuales los
trabajadores compraban mercancías y alimentos más económicos a los almacenes de
la United Fruit–, y por
parte de los trabajadores que demandaban a la empresa contratos directos y
estables. Esta demanda sería reconocida solamente después de “la masacre de las
bananeras” y gracias a la intermediación del gobierno liberal en los años
treinta (Bucheli, 2013).
28 Carta de Leroy S. Sawyer, cónsul estadunidense de
Santa Marta, al secretario de Estado, 6 de octubre de 1921, Bogotá, Colombia,
en NACP, RG 84, Diplomatic
Post Colombia, vol. 235.
29 Carta de Hoffman Phillips, ministro de Estados Unidos en Colombia, a
Antonio José Uribe, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, 21 de marzo
de 1922, Bogotá, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia,
Consular Post, vol. 242.
30 Carta de R. F. Andrews, de la Tropical Oil
Company, a Hoffman Phillips, Legación de Estados Unidos en Colombia, 1 de marzo
de 1922, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia,
Consular Post, vol. 242.
31 Carta de Martiniano Valbuena, jefe de Policía de Barrancabermeja, a Scott,
gerente de la Tropical Oil Company, 24 de febrero de
1922, Barrancabermeja, en NACP, RG 84, Bogotá,
Colombia, Consular Post, vol. 242.
32 Carta de Hoffman Phillips, ministro de Estados Unidos en Colombia, a
Antonio José Uribe, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, 21 de marzo
de 1922, Bogotá, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia,
Consular Post, vol. 242.
33 Carta de Martiniano Valbuena, jefe de Policía de Barrancabermeja, a Scott,
gerente de la Tropical Oil Company, 24 de febrero de
1922, Barrancabermeja, en NACP, RG 84, Bogotá,
Colombia, Consular Post, vol. 242.
34 Cine Mundial, marzo de 1922, pp. 167, 170.
35 Carta de Herbert S. Goold, interino de Asuntos
Económicos, Legación americana en Bogotá, a secretario de Estado, 9 de julio de
1921, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia, Consular
Post, vol. 235.
36 Carta de Herbert S. Goold, interino de Asuntos
Económicos, Legación americana en Bogotá, a secretario de Estado, 9 de julio de
1921, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia, Consular
Post, vol. 235.
37 Cine Mundial, marzo de 1922, p. 167.
38 Carta de Hoffman Philip, ministro de Estados Unidos en Bogotá, al
secretario de Estado, 2 de noviembre de 1921, Bogotá, Colombia, en NACP, RG 84, Consular Post, vol. 235.
39 Frederick A. Miller, representante de la Fundación a Rockefeller llegó a
Colombia en junio de 1920 para liderar la campaña de salud contra la uncinariasis y la anemia tropical, junto a médicos
colombianos y con el apoyo del gobierno de Marco Fidel Suárez (1918-1921).
García y Quevedo (1998, p. 18).
40 Carta de Hoffman Philip, ministro de Estados Unidos en Bogotá, al
secretario de Estado, 2 de noviembre de 1921, en NACP,
RG 84, Bogotá, Colombia, Consular Post, vol. 235.
41 El proyecto regenerador (1884-1898), encabezado por el sector conservador
más intransigente en el marco de la Nueva Constitución de 1886 que reemplazó la
Constitución liberal de 1863, restringió en buena medida algunas libertades
civiles y derechos electorales alcanzados por el liberalismo durante el régimen
federal. En este ambiente, los radicales liberales se lanzaron a una guerra
civil con las tropas estatales conservadoras, en la cual fueron derrotados, y
la cual dejó como resultado indirecto que Panamá se independizara en 1903, “sin
que Colombia tuviera forma de responder” (Melo, 2018, pp. 171-172).
42 En 1985, Rodrigo Vidal, cinéfilo que formaba parte del Cine Club de Cali,
encontró cinco rollos de película en el interior de uno de los antiguos teatros
de Cali, los cuales se hallaban en alto grado de descomposición de nitrato. En
1989 inició la restauración de la cinta por parte de la Fundación Patrimonio
Fílmico Colombiano con el apoyo de la Fundación para la Preservación y la
Conservación del Patrimonio Colombiano del Banco de la República y el
Departamento de Cine del Museo de Arte Moderno de Nueva York. La duración de la
copia actual es de aproximadamente 56 minutos. También se encuentra en Youtube. Funbia_dude (6 de marzo
de 2015). Garras de oro –Música original. [archivo
de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=E26BzEI6BMg.
Los datos relacionados con su hallazgo y restauración se encuentran en Galindo
(2003).
43 Carta de F. L. Herron, funcionario de la Motion Picture Producers and Distributors of
America, a William R. Castle,
jefe de la División de Europa Occidental, Departamento de Estado, 12 de julio
de 1926, en NACP, RG 84, Bogotá, Colombia, Diplomatic Post, vol. 270.
44 “confidencial: Manténgase confidencialmente
cerca, observe y telegrafíe cualquier intento de exhibición de garras de oro, dónde, y qué clase de impresión tiene en
la audiencia –qué comentarios, si los hay, ya sea favorables o desfavorables–”,
se lee en el telegrama de la Legación dirigido a los cónsules de Colombia en
1928. Telegrama del Departamento de Estado a la Legación de Bogotá, 13 de julio
de 1926, en NACP, RG 59, General Records of the Deparment of State, 1930-1939. Archivo desclasificado.
45 Carta confidencial de Frank B. Kellogg al cuerpo de diplomáticos en América
Latina, Washington, 9 de octubre de 1926, en NACP,
RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 270, 1926. A
esta carta hizo referencia Purcell (2009, p. 57).
46 Telegrama del Departamento de Estado a la Legación de Bogotá, 13 de julio
de 1926, en NACP, RG 59, General Records of the Deparment of State, 1930- 1939. Archivo desclasificado.
47 Carta confidencial de Jefferson Patterson, jefe de Asuntos Internos del
Departamento de Estado, al secretario de Estado, Washington, 27 de julio de
1926, en NACP, RG 59, en Bogotá, Colombia, General
Records of Department of State,
1930-1939, caja 5629.
48 Los hermanos Di Doménico también eran productores de cine; Vincenzo Di Doménico, en los años veinte produjo: Aura o las violetas, Conquistadores
de almas, Como los muertos y El amor, el deber y el crimen.
Se trataba de largometrajes de consumo interno, inspirados en obras literarias
y en la producción artística silente italiana. De ahí que los accionistas de Garras de oro recurrieran a los Di Doménico para
finalizar la película.
49 Telegrama enviado a Samuel Piles, Legación de Bogotá por Frank B. Kellogg,
23 de diciembre de 1927, en NACP, RG 84, Diplomatic Post Colombia, vol. 276.
50 Telegrama enviado a Charles Forman, cónsul de Buenaventura por Samuel
Piles, 2 de enero de 1928, en NACP, RG 84, Diplomatic Post Colombia, vol. 285.
51 Telegrama de Charles Forman, cónsul estadunidense en Buenaventura, al
ministro estadunidense Samuel H. Piles, 6 de enero de 1928, en NACP, RG 84, Diplomatic Post
Colombia, vol. 285.
52 Carta de Charles Forman, cónsul estadunidense de Buenaventura, al ministro
estadunidense en Colombia Samuel H. Piles, 6 de enero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic
Post, vol. 285. Cursivas mías.
53 Carta de Samuel H. Piles, ministro estadunidense de Bogotá, a Frank B.
Kellogg, secretario del Departamento de Estado, 14 de enero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic
Post, vol. 285.
54 Carta de Samuel H. Piles, ministro estadunidense de Bogotá, a Frank B.
Kellogg, secretario del Departamento de Estado, 14 de enero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic
Post, vol. 285.
55 El Tiempo, 10 de febrero de 1928.
56 El Tiempo, 11 de febrero de 1928.
Redactores y periodistas propagaron en sus columnas los sentimientos
antiestadunidenses que despertaban las películas estadunidenses por denigrar la
imagen del latino, al mostrarlo como bandido, y otros giraban en torno a su
intervención en asuntos nacionales. Véase por ejemplo,
El Mundo, 10 de febrero de 1928; El Espectador, 10 de febrero de 1928. Sobre las protestas
de los críticos mexicanos y los debates entre autoridades mexicanas y la MPPDA por las representaciones racistas y denigrantes
con las que Hollywood solía representar a los mexicanos y su país en la
pantalla, véase Serna (2014b, 178).
57 Telegrama de Samuel H. Piles al Departamento de Estado, Washington, 2 y 11
de febrero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
58 Telegrama de Samuel H. Piles al Departamento de Estado, Washington, 2 y 11
de febrero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
59 Carta de Jorge Vélez al ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Uribe, 7
de febrero de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
60 Carta de José Vicente Navia desde Cartago a ministro americano, 23 de enero
de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
61 Carta del ministro estadunidense Samuel H. Piles a Charles Forman, cónsul
norteamericano de Buenaventura, 1 de febrero de 1928, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285.
62 En un telegrama del 8 de febrero de 1928, de Jorge Vélez al ministro de
Relaciones Exteriores, se manifiesta que la Gobernación de Cali ha informado
que los socios de la película pelearon quedando aquella en poder de Manuel
Pinedo, quien la explota en varias ciudades del Valle. Carta de Jorge Vélez a
ministro de Relaciones Exteriores y al ministro de Estados Unidos, 8 de febrero
de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285. Es probable que sea el mismo Enmanuel Pinedo, exhibidor local y dueño de cines, el que,
finalizando 1910, competía por público con la empresa Di Doménico Hermanos.
63 En una carta nuevamente enviada a Piles el 18 de febrero de 1928, Navia
añade que “Cuando yo escribí ese argumento quise únicamente hacer un recuento
histórico de sumo interés, pero sin pretender ofender a la nación americana ni
a su gobierno; pero con la filmación que hizo el señor Martínez Velasco y las
leyendas que le puso a cada cuadro, leyendas insultantes y agresivas…”. Carta
de José Vicente Navia desde Cartago a ministro americano, 18 de febrero de
1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
64 Carta de Samuel H. Piles, ministro estadunidense de Bogotá, al secretario
del Departamento de Estado, 4 de febrero de 1928, en NACP,
RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285.
65 Carlos Uribe, ministro de Relaciones Exteriores, a Samuel Piles, Bogotá, 27
de marzo de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928. Recorte de prensa adjunto
de Alfred Theo a Piles, 23 de marzo de 1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic
Post, vol. 285.
66 Carta de Alfred Theo, cónsul de Barranquilla, a
Piles, 23 de marzo de 1928, en NACP, RG 84,
Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
67 Carlos Uribe, ministro de Relaciones Exteriores. Bogotá, 27 de marzo de
1928, en NACP, RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
68 Telegrama del Departamento de Estado a la Legación de Bogotá, 13 de julio
de 1926, en NACP, RG 59, General Records of the Deparment of State, 1930-1939. Archivo
desclasificado.
69 Al respecto, véase Bolaños (2019). De manera similar, para el caso
mexicano, Serna (2014b) muestra que los sentimientos profundamente críticos y
ampliamente compartidos por el conjunto de la sociedad acerca de Estados Unidos
y sus representaciones fílmicas degradantes de los mexicanos, no fueron un
impedimento mayor para que se cimentará la hegemonía comercial hollywoodense en
ese país.
* Este
artículo constituye un resultado de investigación del doctorado en Historia de
la Universidad de los Andes (Colombia). Contó con el financiamiento del Centro
de Estudios Estadunidenses del Instituto de Estudios Políticos de la
Universidad Nacional de Colombia y Colciencias en
el año 2016.
** Doctora en
Historia.
Imagen 1. Acostumbrando el cuello. Se obedece y se
cumple. “El Ministro americano, casi más bravo que un toro, pidió a un ministro
papano / prohibiera al cine caucano / que diera ‘Las
Garras de oro’. Y como es axioma eterno / que al yanqui no hay que chistar, el
Ministro de Gobierno / que prohibió al Teatro Moderno / la tal película dar.
Esto demuestra, lector / al hombre más mentecato / y más falto de rubor / que
es Piles ‘operador’ / y Vélez un... aparato.” Fuente: National
Archives and Records Administration (nara),
RG 84, Colombia, Diplomatic Post, vol. 285, 1928.
Imagen 2. Folleto de promoción de la película Garras de oro en el Salón Olimpia, jueves 15 de marzo de
1928. Fuente: National Archives and Records Administration (nara), RG 84, Colombia, Diplomatic
Post, vol. 285, 1928.
Imagen 3. Fotograma de la película Garras
de oro. Fuente: Archivo de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.