10.18234/secuencia.v0i107.1705
Artículos
Proteger la “democracia” desde el cuartel: la Doctrina de Estabilidad
Nacional de los militares guatemaltecos*
Protecting “Democracy”
from the Barracks: The National
Stability Doctrine of Guatemalan
Military Officers
Laura Yanina Sala1 **, https://orcid.org/0000-0003-2463-0931
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas/
1Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de José C. Paz, Argentina,
laurasala@hotmail.com.ar
Resumen:
Este artículo analiza la Doctrina de Estabilidad Nacional
elaborada por el sector estratégico del Ejército de Guatemala. Aborda el
proceso de su elaboración a partir de indagar en los elementos de los debates
políticos de la época que incorpora y reformula; y muestra cuáles son los
planteamientos más importantes, y las transformaciones que introduce en el
pensamiento militar. Plantea que la Estabilidad Nacional implica una nueva
significación, conservadora y autoritaria, del conflicto social, de la
democracia y de la función militar en la sociedad que guía las transformaciones
en la institución armada y que se resume en la idea: “proteger la ‘democracia’
desde el cuartel”. El artículo aporta al estudio de los cambios en la
mentalidad de las fuerzas armadas y, a través de ello, al proceso de
“transición autoritaria a la democracia” en Guatemala.
Palabras clave: fuerzas armadas; Doctrina de Estabilidad Nacional; pensamiento militar;
democracia; subversión.
Abstract:
This article analyzes the
National Stability Doctrine designed by the strategic sector of the Guatemalan
Army. It explores the process of its design by exploring the elements of the
political debates of the time that it incorporated and reformulated, and shows
the most important proposals and transformations it introduced into military
thought. It posits that the national army implied a new, conservative and
authoritarian signification of social conflict, democracy and military function
in society that guided the transformations in the armed institution and can be
summarized by the idea of “protecting ‘democracy’ from the barracks”. The
article contributes to the study of changes in the mentality of the armed
forces and, through it, to the process of “authoritarian transition to
democracy” in Guatemala.
Keywords: armed forces; National Stability Doctrine; military
thought; democracy; subversion.
Recibido: 17 de enero de 2019 Aceptado: 20 de mayo de
2019
Publicado: 2 de marzo de 2020
Introducción
Como actores de este proceso de democratización, estamos
convencidos que para preservar la democracia es necesario protegerla. Allí
radica la importancia de las Fuerzas Armadas como garantes de la supervivencia
del Estado.
General Héctor Alejandro Gramajo
Morales1
Las fuerzas armadas guatemaltecas fueron quienes
impulsaron –en los años ochenta– la transición de un régimen dictatorial a una
institucionalidad democrática. Lo hicieron en el marco de la “guerra contra la
subversión” y formó parte de su estrategia contrainsurgente. Desde la
mentalidad militar, la “transición a la democracia” fue el resultado de un
proceso de cambios en la visión política y estratégica de un sector de las
fuerzas armadas (Sala, 2018b). La “implantación” inicial de las instituciones
democráticas a partir de 1985 requería, a su vez, mayores transformaciones en
una institución deslegitimada y fragmentada.2 Para
encarar la transición, el sector estratégico del ejército, instalado en el alto
mando de la institución y liderado por el general Héctor Alejandro Gramajo Morales, elaboró la Doctrina de Estabilidad
Nacional (en adelante DEN) puesta en marcha a
partir de la alianza entre este sector militar y el gobierno de Vinicio Cerezo
Arévalo de la Democracia Cristiana (1986-1991).3
¿Cuáles son los planteamientos más importantes de la DEN?,
¿cuáles son las transformaciones que introduce?, ¿cómo se construyó?, ¿a partir
de qué elementos del debate político?, ¿cuáles son los aspectos propios del
pensamiento militar guatemalteco que incorpora y reformula? Este artículo
propone un acercamiento a la DEN con el fin de
aportar al estudio de los cambios en la mentalidad de las fuerzas armadas y, a
través de ello, al proceso que Edelberto Torres Rivas
(1991) denominó “transición autoritaria a la democracia” en Guatemala; cuyos
antecedentes se remontan hacia fines de la década de los setenta, en un
contexto marcado por la crisis del orden político, el quiebre de las alianzas
tradicionales, el fraccionamiento y la descomposición de la propia institución
militar, una imagen internacional fuertemente deteriorada por las violaciones a
los derechos humanos, y un “conflicto armado” que distaba mucho de la victoria
de las fuerzas armadas. En ese marco, surge en el seno de la propia institución
una disputa interna que culminó en el derrocamiento del general Lucas García en
1982, mediante un golpe de Estado liderado por el sector estratégico de los
militares.4 Este sector elaboró una
política represiva feroz cuya máxima expresión fue el “genocidio” y,
paralelamente, impulsó el proceso de transición a la institucionalidad
democrática cuyo objetivo, además de la propia supervivencia de la institución,
era ceder el ejercicio directo del gobierno a la clase política, continuar la
contrainsurgencia, ganar la guerra, y mantener el control sobre la “seguridad nacional”.
La den es una nueva manifestación del cambio que
venía operándose en la institución militar desde años atrás y se erige como el
eje central a partir del cual se plantearon las transformaciones en la
institución armada de cara a la transición de régimen político. En este texto
atendemos a sus antecedentes y a los debates desencadenados en el proceso de
reorganización del orden político que permearon en su proceso de elaboración y
analizamos las concepciones más importantes de la DEN,
desarrolladas a partir de las ideas de “estabilidad-bienestar”, “integralidad”,
“oponentes” y “fundamentalismo militar”. Afirmamos que de allí surge la
propuesta más importante de la den, que implica un
nuevo rol político para el ejército en la sociedad: proteger la democracia
desde el cuartel; una democracia adaptada a las necesidades del proyecto
estabilizador. Por cuestiones de espacio, dejamos para otro momento el análisis
detenido en torno a dicho proceso de cambio político en el que surge la den y las disputas internas y las alianzas que
impulsaron-obstaculizaron su implantación en la institución armada y su
desarrollo como proyecto político a nivel nacional.
A pesar de la importancia que
tuvo la den al interior de la institución armada y
a nivel nacional, ha sido muy poco estudiado. Los dos trabajos más
significativos son los de Héctor Rosada Granados (2011) y Jennifer Schirmer (1991a, 1991b, 1996, 1999). Ambos abordan la Tesis
de Estabilidad Nacional (TEN) como una etapa
dentro del “proyecto político” de los uniformados en el largo plazo; sus
trabajos parten de la “perspectiva del actor” (Bustamante, 1986; Canelo, 2008).
Rosada Granados, desde la sociología política, indaga en la forma en que los
militares, en tanto actores con intereses corporativos, llevan adelante cambios
en su proyecto político para permanecer en la esfera de poder. La TEN es, desde su mirada, “la opción ideológica de
recomposición hegemónica” ante la crisis de hegemonía del bloque en el poder.
Según Rosada Granados, la génesis del proyecto militar se ubica entre 1963 y
1982, su consolidación entre 1982 y 1987 y su agotamiento entre 1987 y 1990.
Para el autor, la ten forma parte de la etapa de
consolidación en la cual se forja “una nueva actitud mental en las Fuerzas
Armadas” asentada en el respeto a la ley y el profesionalismo (Rosada Granados,
2011, p. 182);5 su enfoque enfatiza en la
transformación militar. Schirmer, por su parte,
aporta una mirada antropológica, basada en entrevistas a militares, desde la
cual analiza el pensamiento de los oficiales respecto a la democracia, la
seguridad y los derechos humanos. La antropóloga se refiere a la “apropiación
del discurso democrático” por parte de los militares guatemaltecos como una
forma de legitimar su accionar ante la opinión internacional y salvar la
integridad de la institución. La autora acepta los dichos de Gramajo respecto a que los cambios reflejados en la TEN son más bien “una cuestión semántica a la cual nos
debimos adaptar dado que estaba ocurriendo en el ambiente internacional” (Schirmer, 1996, p. 106). Más que hablar de transformaciones
en las concepciones militares como Rosada Granados, Schirmer
resalta los aspectos de continuidad y considera que el planteamiento de la den es una apropiación discursiva engañosa para
incorporar la contrainsurgencia en el régimen democrático y evitar la crítica
internacional y la pérdida de legitimidad interna. En el caso de Rosada
Granados, el enfoque está puesto en los militares como grupo de poder autónomo que
actúa en pos de intereses exclusivos de las fuerzas armadas; mientras que, para
Schirmer, los militares constituyen una institución
con una “subcultura” y una racionalidad propia que explican su accionar. Ambos
trabajos, clásicos en el estudio de los militares guatemaltecos, escritos en el
auge de las teorías de las relaciones cívico-militares y en momentos de
efectiva disputa para subordinar políticamente a los militares, matizan las
disputas internas y las líneas de continuidad y mutuo condicionamiento entre
fuerzas armadas y sociedad.6
Nuestro enfoque entiende a las fuerzas armadas como actores sociopolíticos con
relativa autonomía, pero condicionados por el entramado social concreto en el
que se mueven (Rouquié, 1984). Esta relación entre la
institución y el entramado social que habita, no escapa a los aspectos
doctrinarios. En su definición de doctrina militar, Ernesto López (1985, 1987)
ha señalado la influencia que sobre ella tienen actores y procesos externos a
la institución militar. López identifica cuatro ejes alrededor de los cuales se
establece una doctrina: una concepción de los conflictos más importantes a los
que está expuesta la nación; una concepción de la nación; una concepción acerca
de la relación que debería mantener el ejército con el sistema político, y
elaboraciones sobre la organización militar y lo específicamente bélico. Los
tres primeros corresponden a proposiciones políticas. Esa presencia de
elementos no exclusivamente militares implica que los uniformados no sean
autosuficientes en materia doctrinaria. Según López (1985), “Están mucho más
abiertos a la influencia del medio que otras instituciones de naturaleza
organizativa parecida, como la Iglesia” (p. 105). Siguiendo la mirada de López,
en este trabajo planteamos que la den se nutrió de
los debates políticos locales, regionales e internacionales en torno a la
democracia, la “transición”, las relaciones cívico-militares, las “nuevas
amenazas” y la “gobernabilidad” en boga en ese contexto. Todos estos debates
permearon la institución armada y fueron absorbidos y reformulados por el
sector estratégico del ejército.
En términos generales, la DEN reformula la visión del orden social dentro de la
doctrina de las fuerzas armadas y la relación de estas con el Estado y la
sociedad. Replantea los marcos político-conceptuales y técnico-militares a
partir de los cuales este sector militar pretendió guiar a la institución en el
contexto de una situación inédita: un proceso de “transición a la democracia”
en el marco de una larga “guerra contra la subversión”. Para ese fin, busca
reformar la organización interna de las fuerzas, guiada a través de la idea de
“fundamentalismo militar”. La DEN constituyó,
asimismo, un programa político de transición –apoyado e impulsado por el
gobierno de Cerezo– que pretendía involucrar e integrar a todos los “poderes”
en una “democracia protegida” con un rol específico y “trascendental” para los
militares: “proteger la democracia” desde el cuartel.
Este artículo se divide en dos
apartados de desarrollo y las conclusiones finales. La primera parte realiza un
breve recorrido por los antecedentes de la DEN y
por los debates y procesos de diálogo e intercambio que permearon en su
elaboración. En la segunda parte, se estudia el contenido y los planteamientos
más importantes del proyecto de la DEN. Para ello
se apoya en varias fuentes, siendo las principales la ten
escrita por el general Héctor Alejandro Gramajo y
publicada en 1989 por la Editorial del Ejército, la manifestación más explícita
de la Doctrina de Estabilidad Nacional y las Directivas del Estado Mayor de la
Defensa Nacional 3 -”L”-M-RAJAE de febrero 1986 (citado en Gramajo,
1995, pp. 247-248) y 3 -”L”-M-RAJAE-I-87 de diciembre de 19867 donde se operativiza
la idea de “fundamentalismo militar”. En estas directivas se establece la
estrategia militar para normar el empleo, administración y desarrollo del
ejército en el marco de la nueva doctrina, de ahí la importancia de las mismas
en este trabajo. También se utilizan entrevistas realizadas por la autora y
otras publicadas; discursos, publicaciones y tesis de Gramajo
y otros oficiales superiores del ejército que sirven para ilustrar los debates
que dieron forma a la den.
La elaboración de la den, sus antecedentes y los debates que la nutrieron
Al igual que Rosada Granados,
consideramos que la DEN refleja un cambio en las
concepciones militares, impulsado por el sector estratégico del ejército, y no
un engaño semántico. La DEN tiene sus antecedentes
en, por un lado, el proceso de reflexión que confluyó en el Plan Nacional de
Seguridad y Desarrollo (PNSD) de 1982. Como hemos
analizado en otro trabajo (Sala, 2018b), el PNSD
es resultado del proceso de reformulación de los supuestos en los que se
apoyaba el pensamiento militar desde, al menos, el golpe de Estado contra
Jacobo Arbenz en 1954. Esta reformulación abarcó tres
tópicos centrales: el replanteamiento del “problema subversivo” (sus causas,
características y respuestas a la “guerra subversiva”), el profesionalismo
militar, y una reflexión práctica sobre los peligros de ejercer el gobierno
político. El PNSD da cuenta de una lectura
profunda de los postulados de la seguridad nacional de los militares
sudamericanos de los años sesenta, fundamentalmente la idea de integralidad y
participación de todos los “factores de poder nacional” (al respecto véanse Rostica, 2018; Sala, 2018a). A partir de estas
reformulaciones el ejército comenzó un proceso de cambios al interior de la
institución y en la forma de llevar adelante la guerra, que desembocarían en el
genocidio, y, paralelamente, en la transición al régimen democrático en tanto
estrategia contrainsurgente. La DEN expresa los
reajustes a ese marco conceptual militar en el contexto de un nuevo momento
político originado con el triunfo presidencial de Vinicio Cerezo Arévalo y la
inauguración del llamado “primer gobierno de la transición”. Las ideas que
comenzaron a dar forma al proyecto de la den
convergieron en un conjunto de reflexiones que se desataron en el Seminario
para Comandantes de Zonas Militares en 1986. Una primera manifestación pública
de esas ideas se llevó adelante en 1987, en el foro 27 Años de Lucha por la
Libertad, organizado por el consejo empresarial, donde el alto mando del
ejército, liderado por el sector estratégico, expuso sus reflexiones y su
proyecto a la burguesía nacional.8 En
ese foro, los militares plantearon que las preocupaciones centrales del Estado
en ese momento eran la “estabilidad nacional y el bienestar ciudadano”. Se
apeló, en términos de enfoque estratégico y retomando el PNSD
de 1982, a la participación de todos los sectores “con el fin de que todos, con
más decisión, compartan responsabilidades”. Para lograr la estabilidad y el
bienestar se requerían acciones da cada uno de los factores de poder nacional
“haciéndose necesario que las clases dirigentes del país contribuyen
exhaustivamente a consolidar el sistema de vida democrático”, a lograr un
desarrollo económico y seguridad. El desarrollo económico y la cuestión social,
afirmaron los ponentes, resultaba clave para frenar a la “delincuencia
terrorista”.9
La DEN
se nutrió, asimismo, de los debates políticos locales, regionales e
internacionales en torno a la democracia, la “transición”, las relaciones
cívico-militares, las “nuevas amenazas” y la “gobernabilidad”, en boga en ese
contexto. Todos estos debates permearon la institución armada y fueron
absorbidos y reformulados por el sector estratégico del ejército. En este
aspecto, fueron importantes los cursos de Comando y Estado Mayor del Centro de
Estudios Militares, desde donde se difundieron y profundizaron.10 Asimismo, contribuyeron las
participaciones de Gramajo y otros oficiales en
foros, seminarios y talleres, y en las instancias de diálogo civil-militar
impulsadas por las academias estadunidenses y sudamericanas. En mayo de 1988, Gramajo participó en la Conferencia sobre Relaciones
Cívico-Militares en América Latina, en la American University,
donde se reunieron militares, políticos y académicos. En junio de 1989, cuando Gramajo era ministro de Defensa, el Centro de Estudios
Militares, junto a la Asociación de Investigación y Estudios Sociales de
Guatemala (ASIES), la American University
y el centro PEITHO (Montevideo, Uruguay),
patrocinaron el seminario El Desafío de las Relaciones Cívico-militares en
Centroamérica Durante la Transición a la Democracia, en la ciudad de Guatemala.
El encuentro estuvo ampliamente publicitado, en tanto fue la primera vez que se
realizaba un evento de esta naturaleza teniendo a los militares como
anfitriones.
Ese mismo año se publica la Tesis
de Estabilidad Nacional (TEN) y, a instancias de Gramajo y de la Fundación para el Desarrollo Institucional
de Guatemala (DIG), se crea el Centro de Estudios
Estratégicos para la Estabilidad Nacional (ESTNA),
cuyo objetivo inicial era crear una elite civil-militar calificada, capaz de
llevar adelante el proyecto de estabilidad nacional.11
Con conexiones e influencias de instituciones estadunidenses como la USAID, y considerado por algunos como un think tank del ejército, el ESTNA
se caracterizó por el dictado del Curso de Estudios Estratégicos Nacionales al
que se invitaba a participar a dirigentes políticos, académicos, indígenas y
sindicales.12 Este centro se constituyó en
un espacio de difusión de las diversas tesis sobre las relaciones
cívico-militares en los nuevos regímenes democráticos y de saberes en torno a
“planificación estratégica”, a través del cual se buscaba consolidar el
“retorno a los cuarteles” y la implantación de la institucionalidad
democrática.
En este marco, los militares
estratégicos elaboraron una nueva significación, conservadora y autoritaria,
del conflicto social, de la democracia y de la función militar en la sociedad.
Significaciones que disputaron con otros sentidos de democracia y de orden
social, en un contexto de reformulación del orden político en el país. En este
punto concordamos con Schirmer, quien sostiene que la
propuesta militar plasmada en la DEN logra borrar
la contradicción entre democracia y “contrasubversión”
que caracterizó, por ejemplo, la transición democrática en Argentina.
La Doctrina de Estabilidad Nacional
De la seguridad a la estabilidad
En la elaboración de la ten los conceptos “estabilidad y bienestar”, más que
“seguridad y desarrollo”, representan el horizonte de la transición. Según Gramajo (1989) ello responde a que:
estamos en un estado tan primitivo del subdesarrollo, que
no somos, como se nos califica amablemente, un país en vías de desarrollo. En
base a esa conclusión, descartamos usar el concepto de seguridad y desarrollo y
optamos quedarnos en la escala anterior de estabilidad y bienestar. Si logramos
estas metas, después podremos alcanzar el nivel siguiente de seguridad y
desarrollo (p. 9).
Esta concepción del binomio
estabilidad-bienestar como paso previo a la seguridad-desarrollo indica su
transitoriedad y su adecuación para pensar el proceso de transición. En la
tesis, la “estabilidad nacional” queda resumida de la siguiente manera:
Estabilidad nacional son todas las medidas en los campos
sociales, económico, militar y político, que nuestra sociedad ejecuta para
generar en los habitantes de Guatemala una actitud psicológica propicia para
buscar su bienestar. Que disponga a Guatemala para un grado superior de
desarrollo, que con el tiempo traerá la completa seguridad, a pesar de las
acciones contrarias de los oponentes del Estado (Gramajo,
1989, p. 45).
Gramajo (1989) se preocupó en aclarar que la estabilidad no debía entenderse como
mantenimiento del statu quo, sino como la
“capacidad de un sistema político para durar en el tiempo” (p. 43). Esta noción
de estabilidad se desenvolvió entre la racionalidad propia del desarrollismo
autoritario latinoamericano de los años sesenta, asociada a las ideas de
seguridad nacional (Devés Valdés, 2003) y de
“gobernabilidad”, que comenzarían a cobrar auge por esos años. La idea de
gobernabilidad, planteada originalmente por la “Comisión Trilateral” en 1975,
señalaba que la sobrecarga de demandas provenientes de la sociedad hacia el
sistema político ponía en riesgo la estabilidad de las democracias. Este
planteamiento es complementado en la den con la
idea del subdesarrollo como causa fundamental de las demandas sociales esbozada
previamente en el PNSD. La estabilidad y el
bienestar, como la seguridad y el desarrollo, se encuentran en una relación
dialéctica: una es condición de realización de la otra.13
El planteamiento de la den detallado en la ten es muy esquemático. Retoma las ideas del PNSD, en el cual las causas del conflicto no son
meramente externas, no tienen que ver sólo con la penetración del comunismo
internacional. Los factores internos, como las “injusticias sociales”, los
“desequilibrios económicos”, la “exclusión política”, habían configurado un
escenario conflictivo que la insurgencia comunista aprovechó. Con base en ese
diagnóstico inicial, y habiendo avanzado en la resolución de la “causa
política” a través de la democracia representativa, restaba fortalecer y
proteger las instituciones y alcanzar el desarrollo para resolver las causas
económicas y los conflictos derivados de ellas. Para tal fin se identifican los
“objetivos nacionales” a largo plazo: desarrollo y seguridad, los cuales
representan el estado ideal al que se debe aspirar, y para alcanzarlos se
requiere la participación e integración de todos los poderes de la sociedad
(militar, económico, social y político), aplicando las políticas de desarrollo,
seguridad y cultural necesarias para generar una
“actitud psicológica propicia para buscar su bienestar”. Es decir que el
desarrollo y la seguridad requieren de la conformación de sujetos aptos, con
“actitud psicológica propicia”, de la domesticación, sujeción y control del
sujeto para que se disponga a buscar “su bienestar”.
Según Gramajo
(1989), la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN)
que la DEN viene a reemplazar, invisibilizaba
las causas del conflicto, negándolo; por esa razón se desechó, “por su carácter
negacionista” y su mentalidad puramente represiva.
Como se sugiere en la TEN, el planteamiento de la DSN “es correcto y lógico en un país con un mayor grado
de desarrollo, desarrollo que deben cuidar, porque todos sus habitantes tienen
niveles aceptables de satisfacción” (p. 36). Por ello, la DSN apunta a la conservación del statu
quo de las instituciones que garantizan el desarrollo. En Guatemala,
según los militares estratégicos, esas instituciones están en proceso de
creación (en el marco de la transición), con lo cual la DSN
no es apta para un país en estado de subdesarrollo, en tanto conservaría un statu quo que no garantiza el bienestar de la mayoría, y
es en el estado de subdesarrollo donde justamente radican las causas del
conflicto.
En un estado de no-desarrollo los
conflictos devienen importantes y provienen de los “oponentes del Estado”. Bajo
esta lógica, la estabilidad es la capacidad de mantener el(un) orden social en
un contexto de no-desarrollo para justamente permitir, con la participación de
todos los poderes, el desarrollo, el cual, según este razonamiento, conduce a
la eliminación del conflicto, y el no-conflicto es la plena seguridad. Una vez
alcanzado el desarrollo, es decir el no-conflicto, la seguridad no estaría
interpelada por causas internas, sino externas a la sociedad-Estado. Alcanzado
el desarrollo, la seguridad se reduciría al mantenimiento del (de un) orden
social, ahora sí, al mantenimiento del statu quo.
De enemigos a oponentes
En la den,
el conflicto –cuya causa última es el no-desarrollo– deviene de los “oponentes”
o “antagonismos” que, a su vez, impiden el desarrollo. Se abandona el término
“enemigo” planteado durante el periodo anterior; ahora el “oponente” es quien
(o lo que) impide alcanzar los objetivos nacionales de bienestar y estabilidad
(pasos previos al desarrollo y la seguridad). Hace falta, entonces, superar
“los antagonismos que se identifican sean en el campo interno o
internacionales, sean en el frente de la seguridad o del desarrollo, como
factores contrarios a la consecución y salvaguarda de los objetivos nacionales
permanentes” (Gramajo, 1989, pp. 22-23).
En entrevista con Jennifer Schirmer, el capitán de navío Jorge Arturo Mazariegos,
autor de El Estado, su estabilidad y el desarrollo de una
Estrategia Nacional de 1990, sostuvo:
nosotros planteamos lo que produce oponentes: condiciones
peculiares de pobreza, alto índice de analfabetismo. Como ejemplo aquí:
carencia de lo esencial, alto crecimiento demográfico, presencia de extranjeros
indocumentados que utilizan fuentes de trabajo... que provocan tasas más altas
de desempleo y por otro lado mayor consumo de granos básicos (Mazariegos citado
en Schirmer, 1999, p. 394).
Los oponentes están divididos en
categorías organizadas según su creciente grado de amenaza. Así, como relata
Mazariegos, según el grado de influencia que tiene puede ser un factor adverso,
después puede pasar a ser vulnerabilidad, después puede pasar a ser
antagonismo, hasta que llegue a presión (Schirmer,
1999, p. 393). Las “presiones” son todos aquellos oponentes del Estado o
antagonismos que cuentan con un poder de respaldo o apoyo para tratar de
imponerse: “Presiones dominantes o amenazas” son todas aquellas presiones cuyo
poder supera al nacional, o que siendo comparable representan una situación
inestable (Gramajo, 1989, p. 25). Ante una presión
dominante se tiene que aplicar el “poder militar”; la idea de “presión
dominante” viene a reemplazar al concepto de “enemigo interno” en los términos
planteados en el Manual de guerra contrasubversiva del
ejército de Guatemala.14
La idea de oponente matiza –no
niega– la relación amigo-enemigo. Frente al enemigo no hay alternativa, supone
la eliminación. Frente al oponente, de acuerdo con su nivel, existen variables
de acción. El término “oponente” se configura, de esta manera, en la versión
matizada “para la democracia” de la concepción de enemigo interno. La
clasificación “amigo-enemigo” tiene ahora intermedios. Con el matiz que
introduce la idea de oponente, mientras el conflicto se manifieste en un nivel
bajo, como “factores adversos”, los medios para combatirlos no son militares,
sino políticos. La solución no debe ser la eliminación (100% fusiles) por parte
del aparato militar, sino que deben intervenir otros poderes con lógicas no
militares. Esto implica cierto grado de aceptación de la dinámica conflictiva
de la democracia, aunque, claro está, mientras se mantenga dentro de los
límites aceptables por los militares, y hasta tanto se alcance el desarrollo.
Ello garantiza la estabilidad. En la tesis para ascender de grado: Influencias de las corrientes ideológicas en el ejército
el autor plantea que “los oficiales deben tener un grado de educación
suficiente, que les indique la importancia de la actividad política en la
liberación de las tensiones, la satisfacción de demandas y la reducción de
conflictos antes que deriven en violencia”.15
Como sostiene Mazariegos, los
oponentes en estado de factores adversos deben ser tratados con medidas no
militares:
Aquí las medidas deben ser políticas, económicas y
sociales para evitar que lleguen a este nivel más alto y tengamos que utilizar
el poder militar [...] Lo que se debe hacer es combatir a estos oponentes a
nivel de desarrollo, de mejores salarios, a nivel de pláticas entre
trabajadores y propietarios para que sea más justo para todos, ¡pero no al
grado de hacer quebrar la fábrica! Esto implica penetración mutua de conciencia
y educación (Mazariegos citado en Schirmer, 1999, p.
394).
En el contexto desatado con el
gobierno de Cerezo, el sector estratégico del ejército amplió su margen de
acción respecto a los oponentes del Estado, que siguió siendo, como en la DSN, sinónimo de sociedad. Ya no se restringía al
“enemigo subversivo”, devenido “delincuente terrorista”, concepto que apunta a
destacar su calidad de ilegal en el marco de la democracia. En este nuevo
contexto, Gramajo (1989) identificaba que los
oponentes del Estado eran:
a) El contrabando; b) la subversión: del marxismo-leninismo y del
conservatismo extremo y radical; c) las huelgas,
manifestaciones violentas, la agitación en general; d)
el narcotráfico; e) el tráfico de influencias; f) la inmigración clandestina o solapada. Y las
vulnerabilidades son: a) la corrupción; b) la falta de educación cívica y general; c) bajo nivel de principios, disciplina y medios de las
fuerzas de seguridad; d) deuda Externa; e) incapacidad de repatriar capital generado por la
producción nacional (pp. 24-25).
El enemigo subversivo es uno
entre varios nuevos oponentes. Lo que caracteriza esta concepción es la
amplitud que va desde la subversión al orden establecido, tanto marxista como
la del “conservatismo extremo-radical”, y delitos como el narcotráfico hasta la
deuda externa. Al ampliar las causas del conflicto, bajo una mirada que intenta
eliminarlo, se amplían los “oponentes”. Este planteamiento recupera los debates
respecto de las “nuevas amenazas” en boga durante el periodo. Según Aguilera
Peralta (2008), el concepto de “nuevas amenazas” se origina en dos fuentes. En
primer lugar, pertenece al debate sobre la seguridad que tuvo lugar en las
transiciones del Cono Sur; allí se buscó reemplazar la DSN
por concepciones que trasladaran el núcleo problemático de la seguridad desde
la preservación del Estado-nación (propio de la DSN)
hacia la democracia y el bienestar. Ello implicaba ampliar la identificación de
las amenazas a otras cuestiones como la pobreza, el medioambiente, el
desempleo, la marginalidad, etc. A estos nuevos riesgos se los denominó “nuevas
amenazas” a fin de diferenciarlos de las tradicionales. La segunda fuente de las
“nuevas amenazas” proviene de diversos centros de poder, especialmente de
Estados Unidos, en el marco del fin de la guerra fría. De esta línea, las
“nuevas amenazas” se identifican con el “terrorismo” y el crimen organizado, en
especial la narcoactividad.
En todo este planteamiento
pervive una concepción de la democracia restringida al funcionamiento de las
instituciones, que niega lo intrínseco de toda democracia sustantiva, el
conflicto. Este es sólo aceptado mientras se mantenga limitado y mientras subsista
el subdesarrollo. La clasificación de un conflicto como “presión dominante o
amenaza” habilita el uso de la fuerza militar para alcanzar su eliminación.
Así, se plantea una democracia limitada al funcionamiento de ciertas
instituciones, compatible con la eliminación de los nuevos enemigos: oponentes
clasificados como amenazas; es decir, un régimen político
democrático-contrainsurgente.16
Ello sugiere la necesidad de problematizar el binomio opositor “autoritarismo-democracia”
planteado en las teorías de las relaciones cívico-militares, y analizar las
configuraciones de sentido que fue adquiriendo la idea de democracia y las
formas de su institucionalización para poder pensar el proceso histórico de
reorganización del orden político en Guatemala.
Integralidad, participación y poder militar
La ten,
al igual que el PNSD, postula que para alcanzar la
estabilidad que lleve al país al desarrollo y a la seguridad, se requiere la
integración y participación de todos los “poderes nacionales”. La idea de
integralidad está representada en el símbolo que representa la Estabilidad
Nacional, y que ilustra la tapa de la tesis: una estrella de cinco puntas con
una intersección bien delimitada. El coronel retirado Jorge Antonio Ortega
Gaytán comenta: “Esta vaina [refiere a la estrella de cinco puntas] la usábamos
acá en la solapa, todos los egresados y los maestros. Este era el símbolo”.17
Esta apelación a la integralidad
tiene que ver, como ya indicamos, con la forma en que se percibe el conflicto y
sus causas y, por otro lado, con una visión nueva del “poder militar”. La
estabilidad es ahora responsabilidad de todos los sectores de poder, no sólo de
los militares, quienes se constituyen en uno más de los varios factores que
deben intervenir. En este sentido, como señala Aguilera Peralta (1994, p. 79),
la estabilidad nacional se diferencia de la aproximación de la seguridad
nacional anticomunista. Los militares se ven como un actor más dentro de la
lucha contrainsurgente, de la seguridad en general y de los planes de
desarrollo. Las constantes alusiones de Gramajo
respecto a que el ejército “es una institución más del Estado” iban en ese sentido.
La DEN
delimita el “poder militar” como aquel que “usa los medios específicamente
militares y actúa tanto en el campo externo como en el campo interno” (Gramajo, 1989, p. 29). En el campo interno, el poder
militar interviene para garantizar la seguridad y la paz interior reduciendo o
anulando antagonismos y presiones (Gramajo, 1989, p.
29). ¿A qué se refiere con “específicamente militares”? En la DEN, lo “específicamente militar” se limita a
diferenciar el ámbito militar (que incluye funciones de control social y orden
público, asuntos civiles, construcción de caminos, etc.) de la arena política
institucional. Los militares ya no deben ocuparse del poder político, deben
ceder el control político “a los políticos” y fortalecer el aspecto “puramente
militar”. Aquí radica la otra base de la den, lo
que se denominó el “fundamentalismo militar”, que debía guiar las
transformaciones internas de la institución. Veamos de qué se trata.
De guerreros a soldados. El “fundamentalismo militar”
El proyecto del sector estratégico
del ejército para esta etapa de “transición” implicaba, en primer lugar, el
abandono por parte de la institución militar de sus funciones políticas de
control del gobierno, lo que requería un reacomodo en su interior. En sus
diversas intervenciones, Gramajo se encargaba de
remarcar la importancia de comprender el cambio y la necesidad de adaptarse a
la nueva época. En su discurso en ocasión de los 116 años del ejército, Gramajo afirmaba:
sabe el Ejército que todo proceso de modernización, en el cabal sentido de la palabra
significa renovación... de lo malo a lo bueno; de lo bueno a lo mejor; de lo
mejor a lo superior... Para esto es indispensable un cambio de mentalidad, pero
para renovarse hay que exponerse; incluso, hasta a las críticas sin juicio ni
fundamento […] Está el Ejército como toda la nación en plena actividad remodeladora, estamos revisando… reajustando… renovando…
agilizando… no solo en lo material, sino desde todo aquello que la flexibilidad
permite dentro de los cánones disciplinarios y jerárquicos.18
Si bien la idea de
“fundamentalismo militar” estaba presente en los documentos oficiales al menos
desde la “Directiva del Estado Mayor para la Normalización Institucional
Militar” de 1983, la vuelta al cuartel luego de entregar el gobierno a Cerezo
amplió su significado y las posibilidades de llevarla a cabo. Una vez acordado
el traspaso de gobierno al presidente “civil”, el alto mando se embarcó en un
proceso de reorganización guiado por la idea de “fundamentalismo militar” según
la cual las fuerzas armadas debían “profesionalizarse”, afianzar una autoridad
militar interna fuerte y actuar conforme a las funciones establecidas por la
ley y al margen de intereses políticos o individuales, para adaptarse a la
nueva situación democrática. Se buscaba, según Gramajo
(1995), “asumir una actitud religiosa hacia los asuntos militares”, el
comportamiento militar debía estar “cargado de conducta profesional, carácter y
protocolo militares, así como de legalidad” (p. 245).
La “profesionalización” fue el
concepto que utilizaron los militares estratégicos para delinear el proyecto de
transformación hacia el interior de la institución. Gramajo,
como comentamos previamente, estaba nutrido de la perspectiva de las relaciones
cívico-militares. De ahí que el planteamiento del fundamentalismo, a tono con
la idea de Samuel Huntington (1995) según la cual la profesionalización de los
militares es inversamente proporcional a su participación política, proponía la
“profesionalización” como la vía para hacer de los militares “profesionales de
las armas” y alejarlos de la función política. La “profesionalización” mediante
la “autonomía profesional”, según Huntington (1995), implicaba un “control
objetivo” del poder militar.19
Estas ideas guiaron el proyecto de estabilidad. La profesionalización propuesta
apuntaba, centralmente, a profundizar la formación militar de cara a
transformar los “valores operativos” que daban forma a su función en la
sociedad, a fin de alejar a los militares en activo de la política
institucional y a fortalecer los “valores organizativos”: restablecer las
jerarquías y centralizar el mando.
En Guatemala, la
“profesionalización” se plasmó, en primera instancia, en las directivas 3
-“L”-M-RAJAE de febrero de 1986 (citado en Gramajo,
1995, pp. 247-248) y 3 -“L”-M-RAJAE-I-87 de diciembre de 1986.20 Ambas establecían que el
ejército debía fortalecer la institución a través de la despersonalización de
la autoridad a todo nivel, lo que fue definido como “liderazgo profesional”,
obedeciendo, cumpliendo y haciendo obedecer las leyes y reglamentos a todos los
niveles de mando. Esta primera cuestión implicaba un cambio sustancial en las
lógicas que guiaban las relaciones al interior de la institución. El “liderazgo
profesional” planteaba una reformulación en los criterios y la práctica en
torno a la autoridad y la lealtad. Desde la época de la revolución (1944-1954),
la organización institucional y las políticas destinadas a mantener la
obediencia del ejército habían estimulado un sistema de lealtades internas
personalizadas que obedecían a intereses ideológicos, políticos, de negocios
más que a lealtades de autoridad formal. El fuerte crecimiento de las
estructuras de mando del ejército a comienzos de la década de los ochenta
presionó aún más en aquel sentido. Los golpes de Estado de 1982 y 1983 causaron
divisiones internas y el desarrollo de otras redes de lealtades entre los
oficiales “operadores”, por un lado, y los de “inteligencia”, por otro,
complejizando las relaciones en la institución.
Se buscaba, además, centralizar
las decisiones operativas en materia de seguridad. La directiva de
centralización cambiaba la forma en que se estaba llevando adelante la guerra.
Así lo explica Cerezo:
nosotros tomamos una decisión. Y ahí empieza el tema de
seguridad. Antes, todos los problemas que se produjeron al interior del país
fueron porque había una doctrina estratégica en el Ejército que era “libertad
operativa de cada Comandante en el interior del país”. Entonces, cada quien
podía hacer lo que le diera la gana para ganar la guerra. Primer cambio que
nosotros hacemos: eso no se puede. Tenemos que centralizar las decisiones para
empezar a disminuir las violaciones a los derechos humanos.21
La formación pasó a ser un asunto
central en el proceso de transformación institucional que encaró el alto mando.
En este sentido, la directiva 3 -“L”-M-RAJAE-I para el año 1987,
estableció como política, entre otras de tipo operativo para llevar adelante la
guerra, la siguiente: “Hacer conciencia en la oficialidad de su carácter profesional
y su condición de caballeros, para lo cual se hace necesario revisar y
actualizar la filosofía educativa y de entrenamiento del Ejército de Guatemala,
coordinando el ciclo educativo militar.”22
El proceso de formación de los
oficiales ocupó un lugar central. En la tesis Organización
profesional del ejército de Guatemala como fuerza armada. Un reto fututo al
alto mando del ejército, de agosto de 1986, el autor plantea: “La
educación militar debe fortalecerse en el centro de estudios militares para
tener un guerrero educado sin temor a lo que tradicionalmente se nos ha hecho
creer, o en alguna forma se comenta, de que la educación debilita el espíritu
Militar y combativo.”23
El proceso de formación impulsado
por Gramajo se mantuvo en el tiempo y fue uno de los
mayores logros de los militares estratégicos. El militar retirado Jorge Ortega
Gaytán comenta el proceso de esta manera:
[...] todo el esfuerzo fue en dirección a la
profesionalización del estamento militar, el proceso de la educación paralela a
los diferentes cuadros, el definir todo un proceso de educación dentro del
Ejército: amarrar los básicos con la escuela politécnica, la escuela
politécnica con el básico de infantería, el básico de armas, el avanzado de
armas, operaciones, avanzados, el diplomado en Estado Mayor, de ahí el de
Guerra Superior y luego el de Altos Estudios Estratégicos, y la Maestría. O
sea, todo un proceso en la línea militar. Y paralelo a eso, pues, cualquier
otra carrera liberal que le permitiera tener mejor
herramientas para comandar al oficial, ¿verdad? Yo creo que ahí está el
éxito. El éxito de la transformación del Ejército.24
Con todas estas medidas, el
ejército se proponía el retiro de los órganos de gobierno. La directiva 3 -“L”-M-RAJAE establecía que:
Con el objeto de crear el espacio que permita a las
instituciones y grupos de la sociedad civil ampliar su participación, el
Ejército como una institución, y sus oficiales en servicio activo en forma
individual, se retirarán de las actividades gubernamentales y de la
participación en la política, no adoptarán posiciones, ni emitirán opinión en
discusiones nacionales de asuntos económicos. [...] los oficiales deberán
obedecer y apoyar las leyes de la nación, y las autoridades legalmente
establecidas; [...] El Ministro de Defensa, por la naturaleza de su empleo, es
el único oficial en servicio activo autorizado para comunicarse con los líderes
e instituciones políticas, y del gobierno (Gramajo,
1995, pp. 247-248).
En 1986, el alto mando del
ejército de Guatemala pretendía inculcar en los oficiales que “no le
corresponde al Ejército intentar rescatar a la Nación de la injusticia social;
los oficiales deberán dar el ejemplo al resto de la nación de cómo comportarse
en una democracia” (Gramajo, 1995, p. 248). Se
trataba de abandonar su función de “salvadores de la nación”. El reto era
grande si consideramos el accionar político de las fuerzas armadas durante gran
parte del siglo XX en Guatemala. Los comandantes
de zona estaban acostumbrados a dedicar más tiempo a la actividad política, a
la administración pública y a las actividades de desarrollo que a las tareas
puramente militares. De hecho, fue un proceso complejo y discontinuo el de
quitarle funciones a la “Junta de comandantes”. Esta junta estaba constituida
por los jefes de las distintas bases militares ubicadas en los 22 departamentos
del país. No era reconocida jurídicamente, pero desempeñaba, de hecho, un papel
central en las decisiones políticas y militares del ejército. Según Rosada
Granados (2011), fue necesario girar instrucciones específicas para que se
comprendiera que la práctica de reunir al Consejo de Comandantes cesaría y que,
en consecuencia, ningún mando militar ajeno al ministro de la Defensa Nacional
participaría, junto al presidente de la república, para tomar decisiones en
materia de política nacional, asuntos de seguridad y relaciones exteriores (p.
181).
En el corto plazo, el debate
interno que desató la idea del fundamentalismo fue planteado por Gramajo (1995) en los siguientes términos: “si el Ejército
era anticomunista, como nos lo habían estado insistiendo los últimos treinta y
dos años, o si éramos prodemocráticos como se atrevía a aseverar por escrito el
nuevo Alto Mando de la institución” (p. 248). En un contexto donde, según el
diagnóstico de las fuerzas armadas, la insurgencia estaba “reducida a una
molestia”25 y las acusaciones de violación
a los derechos humanos al ejército eran cada vez más significativas, permanecer
dentro del “conservatismo extremo radical”, como lo definía Gramajo,
no tenía razón de ser. El objetivo era autonomizar doctrinariamente al
ejército, “liberarlo” de las ideologías, hacerlo más pragmático para adecuarlo
al contexto de transición. En palabras de Gramajo, se
buscaba un ejército “más pragmático en función de previsor del futuro, y en
anticipada acción para equipararse a los tiempos y a las necesidades”.26 Se buscaba la cohesión de la
institución detrás del “interés militar” y dejar de lado las “presiones
ideológicas”. “Hay que dejar que los políticos luchen en sus batallas
políticas; hay que dejar que los grupos económicos peleen sus propias batallas
económicas” (directiva 3 -“L”-M-RAJAE. Citado en Gramajo, 1995, pp. 247-248).
Este objetivo planteado por los
militares estratégicos se encontraba estrechamente anudado a la reflexión que
venía llevando adelante el ejército respecto a su relación con el poder
económico. Desde los años setenta del siglo XX
había empezado a circular entre algunos oficiales de alto rango la idea de que
la oligarquía económica explotaba al ejército. Los oficiales estratégicos
asumieron esa perspectiva, rechazaban el supuesto papel histórico de
subordinación a los grupos económicos dominantes e intentaban autonomizar al
ejército de los intereses de esos grupos. En entrevista con Schirmer
(1991b), Gramajo exclamó: “¡ya no somos los
redentores de los latifundistas de la derecha... No tenemos
contubernios, sino que somos profesionales!” (p. 13), y agregó:
Esta generación de oficiales militares es más
profesional; o tal vez no tan profesional como están cansados de ser el peón de
los políticos y hombres de negocios. Tal vez [creamos] nuestro esquema de
profesionalización porque tomamos en cuenta la realidad de que nos habían usado
y luego desechado. Estábamos acostumbrados por ellos y nadie nos dio las
gracias; nos utilizaron y luego nos echaron la culpa de todo lo malo en
Guatemala. Se trata de una nueva generación de soldados (p. 13).
Esta interpretación de la
relación ejército-burguesía nacional niega el momento de modernización política
y técnica en la que se vio inmerso el ejército a partir de 1954 y que lo llevó
a asumir en 1963, mediante un golpe de Estado, el gobierno nacional en tanto
institución. Ese proceso, como señala Torres-Rivas (1998, p. 39), condujo al
ejército a transitar desde lo pretoriano a lo bonapartista, colocándose por
encima de los intereses partidarios o privados, en tanto guardián de la nación,
inaugurando una nueva modalidad de relación entre el ejército y la sociedad.
Gramajo hacía énfasis en todas sus intervenciones en la diferencia entre un
soldado y un guerrero: “Cualquiera puede ser un guerrero –aprender a usar un
arma, cortar el hígado y matar a todos. Esto es un esfuerzo desperdiciado. Un
soldado usa su arma conscientemente, inteligentemente, y sólo en interés del
país, no por intereses personales o de un grupo económico [...] Un guerrero
representa la fuerza bruta; un soldado representa la fuerza mínima” (Schirmer, 1991b, p. 11).27
Para los estratégicos, se trataba
de dejar de ser un “guerrero” para pasar a ser un “soldado” y para ello la
formación de los oficiales era clave.
Un nuevo rol político para las fuerzas armadas
En el marco de los procesos de
transición y de la teoría de las relaciones cívico-militares, la idea de
“profesionalización” de las fuerzas armadas se utilizó para referir e impulsar
la “despolitización” de la institución. Esta idea supone la posibilidad de
cierta neutralidad y apoliticidad de las instituciones armadas. Sin embargo, la
historia de las fuerzas armadas demuestra que la “profesionalización” no implica
necesariamente alejamiento de lo político. Por un lado, y a modo de ejemplo,
como señaló Alain Rouquié (1984), las fuerzas armadas
latinoamericanas, el proceso de profesionalización de fines del siglo XIX dio lugar al proceso inverso, al “intervencionismo
militar” que “significó el fin de la hegemonía de los civiles en casi todos los
países de la región” (p. 86).28
Por otro lado, este ejemplo indica, más que un proceso de politización de las
fuerzas armadas, una prueba de ausencia de neutralidad partidaria, es decir,
una injerencia en el sistema político, pero no una politización, porque ella ya
existe de forma inevitable (Laleff Ilieff, 2011, p. 6). Las diversas críticas a la teoría de
las relaciones cívico-militares han dado cuenta que la separación entre “lo
político” y “lo militar”, supuesto en el que se apoya esta perspectiva, es una
separación un tanto equívoca. Oculta que las fuerzas militares son eminentemente
políticas dado que su función reside en la protección de un entramado de
relaciones de poder que se configura históricamente y que expresan vínculos de
dominación (Laleff Ilieff,
2011, p. 6). Con ello queremos decir que la “profesionalización” que encaran
los militares en Guatemala a fines del siglo XX,
más que “despolitizar” a las fuerzas, intentará transformar a la institución
para asumir un nuevo rol político. Todo instrumento armado organizado del
Estado debe ser necesariamente político para defender el orden que le da vida.
Y este es el objetivo de la corriente estratégica militar: reformular el rol
(político) de las fuerzas armadas a tono con el proceso de reorganización del
orden político en el país.
La den
entendía al “poder militar” como un poder entre otros: económico, político,
social. En su nuevo sentido de misión, el ejército no aparece subordinado al
poder político, sino equiparado como un poder más. La alianza entre el gobierno
de Cerezo y el alto mando militar era una muestra de ello. Esta interpretación
del factor o “poder militar” realza la autonomía del ejército. La integración
no implica subordinación, sino autonomía en la integración para actuar
conjuntamente.
Ahora bien, el rol del “poder
militar” frente al resto de los “poderes” en la etapa de transición es
superior, está por encima de los otros poderes y sus relaciones. El ejército
mantiene una función trascendental, definida en la den,
como “cuidar la democracia”, las instituciones democráticas, garantizando la
estabilidad. Según el general Manuel Antonio Callejas y Callejas, jefe del
Estado Mayor de la Defensa Nacional: “la responsabilidad que nos asigna la
carta magna tiene un significado trascendental y un profundo contenido”.29 La Constitución de 1985
establece como funciones del ejército: “mantener la independencia, la soberanía
y el honor de Guatemala, la integridad del territorio, la paz y la seguridad
interior y exterior” (artículo 244). En el transcurso del periodo que se abre
con la implantación de la democracia representativa, ello implicaba
constituirse en el garante de la implantación de la democracia institucional,
del proceso de transición institucional, a través de garantizar la tan mentada
estabilidad.
En la tesis de ascenso, Análisis de los planes estratégicos del ejército y sus
resultados, el autor comenta que del plan de campaña “Consolidación
nacional 86” surgía como misión de las fuerzas armadas: “proporcionar las
garantías de seguridad y paz, para que pudiera desenvolverse mejor el
Presidente de la República como representante del pueblo de Guatemala, también
para un mejor desenvolvimiento político, social y económico”.30
La estabilidad, desde el punto de
vista militar, implicaba asegurar el orden público, la “seguridad”. Esta seguía
siendo prerrogativa militar. En la tesis Organización
profesional del ejército de Guatemala como fuerza armada. Un reto fututo al
alto mando del ejército, de agosto de 1986, el autor recomienda:
[...] explotar la misión que ordena al ejército mantener
la seguridad interior para que se autorice que todas las entidades, medios,
mecanismos y fuerzas de seguridad se reorganicen bajo el mando y control del
Ministerio de Defensa Nacional con un ente similar al del Estado Mayor del
Ejército mientras se alcanza y se fortalece la Educación y conciencia del
pueblo en este camino hacia la cimentación de la democracia. Posteriormente, al
lograr este objetivo, el control del Ejército sobre los organismos de seguridad
se iría diluyendo.31
En el lenguaje de la ten, el ejército se encarga de la estabilidad, que
implicaba controlar, enfrentar y/o eliminar a los “oponentes” del Estado en el
marco de la ley. De tal forma, las fuerzas armadas se erigen en “protectoras de
la democracia”, pero ya no desde el control directo del gobierno, sino desde el
cuartel.
Palabras finales
En términos generales, la den formulada por los militares estratégicos es un
resultado del contexto democratizador de las instituciones políticas de los
años ochenta en América Latina y del agotamiento de los postulados de la guerra
fría. A nivel institucional, ese proceso adquiere su forma específica: la DEN no puede entenderse si no es a partir del proceso de
reformulación de los supuestos básicos en los que se apoyaba el ejército desde
1954 plasmados en el PNSD y de la apropiación y
reformulación, por parte de los militares estratégicos, de una serie de debates
desatados en ese contexto: los debates en torno a la gobernabilidad, el rol
militar en democracia, las teorías de las relaciones cívico-militares, las
“nuevas amenazas”. Este proceso se enmarcó en las disputas que los estratégicos
llevaron adelante frente a los militares más “conservadores” respecto del rol
de las fuerzas armadas en la sociedad, del manejo de la guerra y de las
características que debía asumir la propia institución militar en la
transición.
A partir de las ideas de
“estabilidad-bienestar”, integralidad, oponentes y fundamentalismo militar que
analizamos en este trabajo surge la propuesta más importante de la den, la cual implica un nuevo rol político para el
ejército en la sociedad: proteger la democracia desde el cuartel. Una
democracia adaptada a las necesidades del proyecto estabilizador. El sentido de
democracia que los militares impulsan anula la oposición
“autoritarismo-democracia” planteado en las teorías de la transición y habilita
la integración entre la contrainsurgencia y la institucionalidad democrática.
Indudablemente, una democracia restringida a una serie de procedimientos
institucionales como los electorales, que permite la reorganización del orden
político sin modificaciones sustanciales al orden social. Esas fueron las bases
ideológicas que dieron forma a la transición en Guatemala y que permiten
explicar la posterior reconfiguración de la sociedad.
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1 Discurso de despedida del general Gramajo, mayo
de 1990. Traducción propia: “As actors in this democratization process, we are convinced that to preserve democracy, it is
necessary to protect it. Here lies
the importance of the armed forces
as a guarantor of the survival of the State.” Citado en Schirmer
(1991b, p. 11).
2 La idea de “implantación de las instituciones democráticas” de Edelberto Torres-Rivas (2007) refiere a que el tránsito a
la democratización política ocurre, más que por el desarrollo de condiciones
socioeconómicas para una democracia, por la implantación de instituciones
propias de la democracia liberal.
3 El general Gramajo fue director de operaciones
del Estado Mayor General del Ejército (emge) entre 1976 y 1978; subdirector de la
Escuela Politécnica (1978-1979) y coordinador del sexto curso de Comando y
Estado Mayor del Centro de Estudios Militares (1980). Ejerció la subjefatura del emge
durante la dictadura 1982-1985. Durante el gobierno de Vinicio Cerezo,
considerado el primero de la transición a la democracia, fue jefe del Estado
Mayor de la Defensa Nacional (1986) y ministro de la Defensa Nacional (de
febrero de 1987 a mayo de 1990). Es uno de los líderes del sector estratégico
de las fuerzas armadas. La categoría “estratégicos” para designar a este sector
militar –junto con otras como “institucionalistas”– comenzó a ser usada con
frecuencia en los medios de comunicación a partir de la entrada en la escena
pública de Gramajo. Es usada, asimismo, por varios
analistas y, también, por los mismos oficiales “estratégicos”. Aquí la
retomamos porque consideramos que logra dar cuenta de una diferencia sustancial
con la otra corriente importante de las fuerzas armadas, “los conservadores”,
frente a los que disputan el control de la institución: aquellos incorporan el
pensamiento estratégico y el pragmatismo, mientras estos se mantienen en una
posición inflexible respecto al lugar de los militares en la sociedad, la forma
de llevar adelante la guerra y el gobierno del país. He trabajado sobre el
pensamiento de los militares estratégicos en el periodo 1978-1986 en Sala
(2018b). En ese mismo trabajo analicé las divisiones entre “estratégicos” y
“conservadores” en las que se apoya este artículo.
4 Para mayor información sobre este proceso histórico, véase Figueroa Ibarra
et al. (2013).
5 Otros analistas enfatizan en el gobierno de Arana Osorio (1970-1974) como
un momento de consolidación del proyecto militar. Véase, por ejemplo, Poitevin (2000).
6 Dentro de las vertientes clásicas de la sociología militar, la que se
inaugura con Samuel Huntington (1995) se caracteriza por enfatizar en la autonomización de la institución armada respecto del resto
de la sociedad, mientras que la iniciada por Morris Janowitz
(1967), propulsa la idea de integración. Fue Janowitz
quien se interesó por identificar las características socioeconómicas,
políticas y culturales que los militares compartían con otros sectores de la
sociedad a la que pertenecían y que contribuían a definir su profesionalismo.
Llamó civilinización al
proceso por el cual estas incorporan lógicas y prácticas del mundo civil en el
ámbito castrense (Soprano, 2013).
7 Directiva núm. 3 -”L”-M-RAJAE-I-87. Diciembre de 1986. Colección EMP, GT-DAP-PR-01-07-S010-04,
1986, 1. Archivo Histórico General de Centroamérica (en adelante AHGC), ciudad de Guatemala.
8 Expusieron el subjefe del EMDN, general Juan
Leonel Bolaños Chávez, el director de Operaciones del EMDN,
coronel Mario Rolando Terraza Pinott, el director de
Asuntos Civiles del EMDN, coronel Mario René
Enríquez Morales y el ministro de la Defensa, general Héctor Gramajo.
9 Véase el foro nacional 27 Años de Lucha por la Libertad. Transcripción del
foro nacional, organizado por el consejo empresarial, 27 Años de Lucha por la
Libertad, una presentación oficial del Ejército de Guatemala. Colección ICA núm. 1485. Archivo Histórico. Centro de
Investigaciones Regionales de Mesoamérica (en adelante Archivo histórico CIRMA), Antigua, Guatemala.
10 Los títulos de las tesis de Curso de Comando y Estado Mayor reflejan los
debates vigentes entre la oficialidad, por ejemplo: “Educación militar en los
oficiales para fortalecer la democracia actual en el país” (1988);
“Introducción a la guerra política en el Ejército de Guatemala” (1988);
“Posición del ejército en un gobierno democrático”; “Importancia del ejército
como garante de la seguridad del Estado” (1988), entre otros, en Catálogo de tesis de Curso de Comando y Estado Mayor.
Biblioteca del Estado Mayor de la Defensa Nacional, ciudad de Guatemala.
Consultado en septiembre-noviembre de 2016.
11 Centro ESTNA, Curso 1989-1990. Colección Infostelle, signatura 81. Archivo histórico CIRMA, Antigua, Guatemala.
12 Véase al respecto la entrevista al general Julio Balconi
en Kruijt y Van Meurs
(2000, p. 99).
13 Sobre el discurso de la gobernabilidad, véanse Camou
(2010) y Torres Rivas (1993).
14 Ejército de Guatemala. Manual de guerra
contrasubversiva elaborado por la Escuela de Comando y Estado Mayor del CEM para fines de
instrucción [TE-06-1]. Guatemala: Centro de Estudios Militares, sin
fecha. Biblioteca del Estado Mayor de la Defensa Nacional. Consultado en
noviembre de 2016.
15 I-77-IV-88. Influencias de las corrientes ideológicas
en el ejército. tesis de ascenso, febrero de 1988. Guatemala: Centro de
Estudios Militares, p. 2. Biblioteca del Estado Mayor General del Ejército.
Ciudad de Guatemala.
16 Nos basamos aquí en el concepto de “poder contrainsurgente” de Edelberto Torres Rivas (1998). Los datos de violaciones a
los derechos humanos a partir del gobierno de Cerezo son una muestra concreta
de esta forma de organización del orden político. Véanse al respecto ceg (1995). Según Carlos
Figueroa Ibarra (1999), durante el gobierno de Vinicio Cerezo Arévalo
(1986-1990) las cifras de desaparecidos alcanzaron en algunos años dimensiones
parecidas a las del gobierno del general Carlos Arana Osorio (1970-1974) y son
superiores a las del periodo del general Kjell Laugerud (1974-1978). En iguales términos puede hablarse
del gobierno de Jorge Serrano Elías (1990-1993), cuyo primer año, con 147 casos
de desaparición forzada, es más elevado que cualquiera de los años de gobierno
del general Laugerud.
17 Entrevista al coronel retirado Jorge Ortega Gaytán, realizada por Laura
Yanina Sala, ciudad de Guatemala, 26 de febrero de 2016.
18 Discurso del ministro de Defensa Héctor Alejandro Gramajo
Morales, 30 de junio de 1987, pp. 4-5. Fondo ICA,
núm. 1484. Archivo histórico CIRMA, Antigua,
Guatemala.
19 Huntington inventó el término “control civil” con el objeto de reflexionar
acerca de la reducción del poder militar. El “control civil”, según Huntington,
se puede lograr mediante dos formas: el control subjetivo y el objetivo.
Mientras que el primero se refiere a la búsqueda de la subordinación mediante
una adhesión particularista de los miembros de las fuerzas con los civiles, el
segundo hace referencia a la obtención de la misma por intermedio de las normas
legales del régimen. Los efectos del control subjetivo tienden a producir la
politización castrense, mientras que el otro favorece su profesionalización.
20 Directiva núm. 3 -“L”-M-RAJAE-I-87, diciembre de 1986. Colección EMP,
GT-DAP-PR-01-07-S010-04, 1986, 1. AHGC, ciudad de
Guatemala.
21 Entrevista al expresidente de Guatemala, Marco Vinicio Cerezo Arévalo,
realizada por Laura Yanina Sala, ciudad de Guatemala, 3 de febrero de 2016.
22 Directiva 3 -“L”-M-RAJAE-I-87, Colección EMP, GT-DAP-PR-01-07-S010-04,
1986, 1. AHGC, ciudad de Guatemala. El glosario de
la Directiva de marras define “carácter profesional” de la siguiente manera: es
la facultad de actuar por medio de decisiones acertadas y justas, basadas en
conocimientos, estudios, prácticas y técnicas continuas, aplicándose al mismo
tiempo los principios de igualdad, justicia y equidad, en beneficio de la mayor
eficiencia en el cumplimiento de la misión.
23 I-52-X-86. Organización profesional del ejército de
Guatemala como fuerza armada. Un reto fututo al alto mando del ejército.
Tesis de ascenso, agosto de 1986. Guatemala: Centro de Estudios Militares, p.
49. Biblioteca del Estado Mayor de la Defensa Nacional, ciudad de Guatemala.
Consultado en noviembre de 2016.
24 Entrevista al coronel retirado Jorge Ortega Gaytán, realizada por Laura Yanina
Sala, ciudad de Guatemala, 26 de febrero de 2016.
25 “La política como continuación de la guerra: general Gramajo”,
Boletín de la Agencia Centroamericana de Noticias
ACEN-SIAG, núm. 64, 8 de julio de 1986. Colección rt, signatura 757. Archivo histórico CIRMA, Antigua, Guatemala. En su libro La estrategia fallida. El ocaso de la guerra popular prolongada,
el militar retirado Víctor Manuel Ventura Arellano (2015) también sostiene que
antes de la asunción de Cerezo la guerrilla constituía una “molestia”, no una
amenaza.
26 Discurso del ministro de Defensa, general Héctor Gramajo
Morales, 30 de junio de 1987, p. 5. Fondo ICA núm.
1484. Archivo histórico CIRMA, Antigua, Guatemala.
27 Véase, asimismo, Alejandro Gramajo, exministro de
la Defensa. Mario Roberto Morales, entrevista. “La Guatemala de la posguerra.
Una serie de entrevistas destinadas a visualizar nuestro futuro más inmediato” Revista Crónica, 6 de mayo de 1994, p. 24. Colección CHS,
C8, núm. 13. Archivo histórico CIRMA, Antigua,
Guatemala.
28 La “profesionalización”, concepto ambiguo, se usó en reiteradas ocasiones
para describir procesos de cambio en las fuerzas armadas. Así, por ejemplo, a
fines del siglo XIX se utilizó para caracterizar
el proceso de conformación de las fuerzas armadas como institución nacional que
hizo del oficio militar una profesión permanente, remunerada, que requiere
estudios y preparación física e intelectual sujeta a normas burocráticas
codificadas (Rouquié, 1984, p. 85). En el contexto de
las transiciones al régimen democrático, la idea de “profesionalización” se
asoció, en América Latina, con la idea de “despolitización” y autonomía
castrense. En otros países occidentales, como señala Sabina Frederic
(2013), la idea de “profesionalización” se utilizó para referir al proceso de
cambio derivado de la eliminación del reclutamiento obligatorio de soldados en
el marco del fin de la guerra fría.
29 Expresión del general de Brigada, Manuel Antonio Callejas y Callejas, entonces
jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, en el foro nacional 27 Años de
Lucha por la Libertad. Colección ICA núm. 1485.
Archivo histórico CIRMA, Antigua, Guatemala.
30 I-86-X-89. Análisis de los planes estratégicos del
ejército y sus resultados. Tesis de ascenso, julio de 1989. Guatemala:
Centro de Estudios Militares. Biblioteca del Estado Mayor de la Defensa
Nacional, ciudad de Guatemala. Consultado en noviembre de 2016.
31 I-52-X-86. Organización profesional del ejército de
Guatemala como fuerza armada. Un reto fututo al alto mando del ejército.
Tesis de ascenso, agosto de 1986, p. 47. Guatemala: Centro de Estudios
Militares. Biblioteca del Estado Mayor de la Defensa Nacional, ciudad de
Guatemala. Consultado en noviembre de 2016.
* Este
texto es una reescritura de la primera parte del tercer capítulo de mi tesis de
maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional de General
San Martín (UNSAM) titulada La
encrucijada militar: cambios políticos y fuerzas armadas en Guatemala,
1982-1996. Una aproximación sociohistórica a las
transformaciones en la institución militar guatemalteca.
** Socióloga y
doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), maestra en Estudios Latinoamericanos por la UNSAM. Es becaria doctoral del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
con sede en el Instituto de Estudios de América Latina y El Caribe (IEALC) por la UBA. Es
docente regular de la Universidad Nacional de José C. Paz. Integra el Grupo de
Estudios sobre Centroamérica (IEALC-UBA) (en
http://geca.sociales.uba.ar/). Trabaja con herramientas de la Sociología
Histórica, la Antropología y la Sociología Política. Sus temas abordan los
procesos de violencia política en Centroamérica, las relaciones entre las
fuerzas armadas sur y centroamericanas y las doctrinas militares durante la
guerra fría, así como la guerra fría y los procesos transnacionales en ese
periodo en América Latina.