10.18234/secuencia.v0i107.1711
Artículos
“Yo maté y vi torturar”:
declaraciones públicas de un represor
en la transición argentina (1984)*
“I Killed
and Watched People being Tortured”: Public Declarations of a Repressor in the Argentine Transition (1984)
Claudia Feld**, https://orcid.org/0000-0002-1469-968X
Centro de Investigaciones Sociales, (CIS-CONICET/IDES).
Núcleo de Estudios sobre Memoria, Buenos Aires, Argentina, clavife@yahoo.com.ar
Resumen:
Este
artículo analiza las declaraciones del excabo de la
Armada Raúl Vilariño acerca de los crímenes
presenciados y cometidos por él mismo durante la dictadura militar argentina
(1976-1983). Publicadas en una revista de circulación masiva en 1984, estas
declaraciones permiten examinar los modos en que se intenta construir la figura
del perpetrador en los primeros meses de la transición política en Argentina.
El artículo aborda: a) el lenguaje y punto de vista
con los que Vilariño se refirió a los hechos; b) el “dispositivo de visibilidad” (Rancière)
para representar a Vilariño en tanto responsable y
testigo de los crímenes; c) el impacto inmediato de
estas declaraciones y sus vínculos con la “verdad fáctica” y la “verdad social”
acerca del terrorismo de Estado, y d) las nociones
de justicia en pugna en ese momento. Los resultados de esta investigación
permiten entender la transición como periodo en que las fronteras de lo decible
estaban en revisión, en que el punto de vista “crudo” del represor era
socialmente aceptable y en que las pugnas por entender la masividad y
excepcionalidad de la desaparición forzada tenían todavía un final incierto.
Palabras clave: dictadura; Argentina;
testimonio; perpetradores; ESMA.
Abstract:
This article analyzes the statements of former Navy corporal Raúl Vilariño regarding the
crimes he witnessed and committed during the Argentine military dictatorship
(1976-1983). Published in a mass circulation magazine in 1984, these statements
allow us to examine the ways attempts are made to construct the figure of the
perpetrator during the early months of the political transition in Argentina.
The article addresses: a) the language and point of
view with which Vilariño referred to the facts; b) the “visibility device” (Rancière)
used to dePICT Vilariño as
the person responsible for and a witness of the crimes; c)
the immediate impact of these statements and their links to the “factual truth”
and “social truth” about state terrorism, and d)
the notions of justice in conflict at that time. The results of this research
shed light on the transition as a period in which the boundaries of the
predictable were under review, in which the “crude” point of view of the
repressor was socially acceptable and in which the struggles to understand the
massiveness and exceptionality of forced disappearance still had an uncertain
ending.
Keywords: dictatorship;
Argentina; testimony; perpetrators; ESMA.
Recibido:
31 de enero de 2019 Aceptado: 22 de mayo de 2019
Publicado: 1 de junio de 2020
INTRODUCCIÓN
El 10 de diciembre de 1983, Raúl
Alfonsín asumió como presidente constitucional de la Argentina dando fin a
siete años de una dictadura militar que dejaba un saldo de miles de
desaparecidos y centenas de centros clandestinos de detención en todo el país
(CONADEP, 1984). Pocos días después, en el marco de las noticias y reportajes
que comenzaban a develar los crímenes dictatoriales, la escena pública se
conmovió con las declaraciones de un excabo de la
Armada, Raúl Vilariño, acerca de los crímenes
presenciados y cometidos por él mismo en el Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA).1
“Yo secuestré, maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica de la Armada” fue
el título de la primera entrevista en la revista La Semana,2 publicada el 5 de enero de
1984 y seguida por otras en los números posteriores. En poco más de un mes, las
declaraciones y fotos de Vilariño ocuparon decenas de
páginas de una de las revistas más vendidas de la época, en la que Vilariño no sólo detalló torturas y asesinatos en la ESMA sino que fue colocado como un personaje clave de
esa coyuntura transicional.3
Esa centralidad se perdió rápidamente, arrastrada por noticias sobre otros
hechos y personajes de la dictadura (Feld, 2015, p.
273), pero su construcción, no sólo mediante las entrevistas de La Semana, sino también por medio de otras informaciones
vinculadas con la ESMA, nos habla de la manera
específica en que la figura y la trayectoria de los responsables de la
represión se constituyeron en una cuestión pública. El propósito del presente
artículo es analizar los modos en que, a través de la figura de Vilariño y de sus declaraciones, la revista intentó asir,
delimitar, construir una figura que hasta entonces no se había construido
socialmente en la discusión pública argentina, la figura del perpetrador de la
dictadura. ¿Quiénes habían actuado en la represión?, ¿cómo pensaban?, ¿cómo era
posible que “gente común” se convirtiera en asesino o torturador? Estas fueron
las interrogantes que atravesaron las muchas páginas que La
Semana le dedicó a Vilariño. En cierto sentido,
esas preguntas referían también a un clima social en el que no sólo se
intentaba comprender qué había pasado con los desaparecidos y cuáles eran los
daños que la dictadura había infligido a la sociedad (Jelin,
1995, p. 119), sino también quiénes habían cometido esas terribles violaciones
a los derechos humanos y por qué habían actuado así. En ese marco, Vilariño habló de la ESMA,
pero sobre todo habló de sí mismo, componiendo un personaje tensionado entre el
cinismo y la culpa, entre la información y la sobreactuación.
Este artículo se propone analizar estas declaraciones con la finalidad de
entender algunos de los sentidos en pugna sobre la figura del represor4
en el contexto específico de los primeros meses de la transición democrática.
Para ello, abordaremos tres ejes de análisis: primero, las maneras en que Vilariño se refirió a los hechos ocurridos en la ESMA, su lenguaje y su punto de vista para relatarlos;
segundo, las representaciones que La Semana
construyó sobre el personaje de Vilariño en tanto
responsable y testigo de los hechos; tercero, su relación con la cuestión de la
culpa y el castigo, y ciertas modulaciones de la idea de justicia que se
pusieron en juego en las entrevistas. Finalmente –y ya excediendo el escenario
específico de sus declaraciones periodísticas–, examinaremos algunos hechos
posteriores que permiten calibrar el impacto inmediato y reflexionar sobre el
valor social que se les dio tanto a las declaraciones como al personaje de Vilariño.
Este artículo es resultado de una investigación que se enmarca en un
abordaje cuya propuesta es estudiar los diversos planos en los que se construye
la figura del perpetrador en la Argentina posdictatorial.5 Este enfoque postula que, al
analizar las tensiones y disputas en torno a la palabra pública de los
represores, pueden estudiarse –con más elementos que si sólo se estudiaran los
testimonios de las víctimas– los procesos sociales de elaboración y recordación
de violencias políticas del pasado reciente. Este artículo tiene como
horizonte, por lo tanto, aportar nuevos sentidos al estudio de la transición a
la democracia en Argentina y al complejo proceso de construcción de un relato
inteligible y validado socialmente sobre los CCD
de la dictadura argentina.
LA PUGNA DE SENTIDOS
EN LOS PRIMEROS MESES DE LA TRANSICIÓN
Los primeros meses del gobierno de Alfonsín pueden caracterizarse como un
periodo complejo, indeterminado y abierto en sus alternativas, con sustanciales
continuidades con el pasado dictatorial, y cargado de ambigüedades, “globos de
ensayo”, avances y retrocesos en relación con la problemática de los derechos
humanos y el conocimiento de la represión dictatorial (Feld
y Franco, 2015, pp. 365-366).6
En ese momento de sentidos en pugna y en construcción, con la convivencia de
lenguajes disímiles y de significados todavía no estabilizados sobre lo
ocurrido en el periodo dictatorial, la figura del represor
y la categoría específica para nombrar a los responsables de las violaciones a
los derechos humanos que comenzaban a conocerse por los medios masivos formaban
parte de las interrogantes abiertas y de los sentidos a construir.
Si se toma solamente la prensa masiva de la época (diarios nacionales y
revistas de interés general) como uno de los “vectores” (Rousso,
1987) para entender las luchas por el sentido de esa categoría en aquel
momento, podemos observar que la figura de los militares no siempre se
correspondía con la de los represores. Algunas voces como las de los dictadores
Emilio Eduardo Massera y Jorge Rafael Videla todavía
eran escuchadas como las de exgobernantes que gozaban
de alguna legitimidad para referirse al pasado, incluso cuando negaban
categóricamente todas las informaciones que esos mismos diarios publicaban
sobre los desaparecidos.7 Declaraciones negacionistas como las de Miguel Etchecolatz
o Luis Mendía eran reproducidas acríticamente por los diarios.8 Los oficiales que en ese
momento hablaron públicamente lo hicieron, en su mayoría, para reivindicar la
actuación de las Fuerzas Armadas, relativizar las atrocidades o justificar
“excesos” en el cumplimiento del deber, enmarcando esas declaraciones en el
argumento más amplio de que la violencia ejercida se justificaba por el hecho
de que habían actuado legítimamente en una guerra (Salvi,
2015, pp. 159-160). Por todo esto, la intervención en primera persona de Vilariño, reconociendo los crímenes y detallando
atrocidades, si bien no fue la única, constituyó, en ese marco, una
manifestación disonante y singular.9
Todas estas declaraciones se enmarcan, asimismo, en un contexto político en
el que era álgida la discusión sobre cómo juzgar y castigar a los responsables
de las violaciones a los derechos humanos. El reclamo de las organizaciones de
derechos humanos, con la consigna “juicio y castigo a todos los culpables”, se
hacía cada vez más audible, mientras el gobierno de Alfonsín proponía enjuiciar
solamente a las cúpulas de las Fuerzas Armadas, con la convicción de que se
necesitaba implementar una “sanción ejemplar” (Crenzel,
2015, p. 101), dejando sin juzgar a los perpetradores de rangos más bajos que
–según este argumento– habían cumplido órdenes (Nino, 1997, p. 113). Fue esta
última estrategia la que se implementó en ese momento y la que sirvió para
enjuiciar, un año después, en 1985, a las tres primeras juntas militares. Por
otra parte, y a pesar de que muchas denuncias todavía estaban siendo tramitadas
en tribunales civiles, la decisión fue la de “utilizar tribunales militares en
primera instancia, con un amplio derecho de apelación ante los tribunales
civiles” (Nino, 1997, p. 113).10
La preocupación general de los militares por su destino en el nuevo escenario
democrático enmarca muchas de las declaraciones de miembros de las Fuerzas
Armadas en esa coyuntura. En ese marco, la tensión entre el castigo y la
impunidad, entre la justicia y el perdón, sin llegar a tematizarse en estos
términos, enmarca toda la saga de declaraciones que analizaremos.
Trataremos de explorar la hipótesis de que esta serie de entrevistas a Vilariño forma parte del proceso social de construir y
delinear la categoría represor,
y también del esfuerzo por clasificar –en nociones socialmente inteligibles
para esa etapa–, las declaraciones realizadas por este tipo de actores. Por
supuesto, no fue ese el único lugar en la prensa en que se puso de manifiesto
este intento. Una gran cantidad de notas periodísticas sobre miembros de las
Fuerzas Armadas y de Seguridad, con apellidos que ya entonces eran “célebres”,
como Camps o Astiz, se publicaron en esos mismos
meses, junto con otras notas con personajes menos notorios o de menor rango.11 Aunque la interrogante sobre
quiénes fueron los responsables y por qué torturaron y mataron excede en mucho
las entrevistas a Vilariño en La
Semana, fue la gran visibilidad pública de esta construcción
periodística y su sostenimiento en el tiempo (a lo largo de más de dos meses,
más de lo que cualquier medio de prensa le suele dedicar a un tema tan puntual)
lo que nos permite elaborar algunas reflexiones para pensar los dilemas,
dificultades y sentidos en pugna en torno a la categoría represor
de ese momento específico.
“YO VI CÓMO TORTURABAN A LAS
EMBARAZADAS”:
LA ESMA DESDE EL INTERIOR
DEL APARATO REPRESIVO
Las entrevistas a Vilariño que produjo y publicó La Semana no pueden escindirse, en cuanto a su formato
periodístico, de lo que se llamó el “show del
horror”. Esta primera presentación mediática del terrorismo de Estado en la posdictadura que se desarrolló, aproximadamente, entre
enero y marzo de 1984, consistió en un conjunto de mecanismos discursivos que
produjeron el efecto de sentido de un “horror sostenido” (Landi
y González Bombal, 1995, p. 156) y de una falta de
pudor en el tratamiento de un tema sensible como el de la desaparición de
personas (Feld, 2015, p. 294). Entre otras
características, incluyó un tono sensacionalista, la exhibición constante de
exhumaciones de cuerpos “NN” (sin nombre) que
presumiblemente pertenecían a los desaparecidos, la acumulación desordenada de
datos inconexos sobre la desaparición forzada de personas, y la falta de
separaciones entre las informaciones sobre violaciones a los derechos humanos y
otras temáticas propias del “destape”.12
En ese marco, muchas revistas de actualidad que habían celebrado el
gobierno militar (Dosa, Santana y Dadazo,
2003, p. 38) empezaron a dedicar páginas enteras a informar sobre el hallazgo
de tumbas NN en diversos cementerios y sobre los
horrores cometidos en los CCD, construyendo para
sí mismas una posición de enunciación abocada a la revelación de los horrores
ocultos. Las entrevistas a Vilariño fueron centrales
en esa constitución de la propia revista como denunciante, y –en ese contexto
particular–, reunieron todas las características de esta cobertura
sensacionalista, especialmente en la construcción de las tapas, en los títulos,
fotos y bajadas.13 En ese marco, las
declaraciones de Vilariño sobre lo ocurrido en la ESMA están, como veremos, en consonancia con la
representación de la violencia de manera fragmentaria y sensacionalista que
primó en el “show del horror”.
Ahora bien, ¿en qué consistieron las declaraciones de Vilariño
acerca del centro clandestino de la ESMA? La mayor
parte de las informaciones que dio sobre la ESMA
no eran nuevas. Desde 1979 (CADHU, 1979)
circulaban
–aunque no en medios de comunicación masiva argentinos– testimonios de víctimas
que daban cuenta de los tópicos centrales abordados por Vilariño:
la violencia de los operativos de secuestro, la aplicación sistemática de
torturas, la desaparición de mujeres embarazadas y el robo de bebés, los vuelos
de la muerte (que en la entrevista a Vilariño se
denominan “vuelos sin puerta”),14
y casos resonantes de desaparecidos vinculados con la ESMA
como el de la adolescente sueca Dagmar Hagelin. Aun así, con las declaraciones de Vilariño se produjeron dos novedades importantes: Vilariño habló “desde adentro” del aparato represivo,
informando detalles sobre los que nadie (salvo los perpetradores) podía dar
testimonio; y dio nombres de otros responsables, especialmente de cuadros
jerárquicos de la Armada. Estas dos cuestiones estaban en consonancia con
varias de las expectativas sociales de ese momento, que pueden reconstruirse a
partir de la lectura de prensa de la época. En efecto, saber “la verdad” sobre
los desaparecidos se declinaba en preguntas específicas que tenían que ver, en
primer lugar, con el destino de los secuestrados (si estaban vivos o muertos;
y, si habían sido asesinados, dónde estaban sus cuerpos); en segundo lugar, con
saber qué había pasado en la escena invisibilizada de
los CCD; y, en tercer lugar, con tener los nombres
de los responsables de esas atrocidades (quiénes, con nombre y apellido, debían
ser juzgados y castigados; qué personajes de las Fuerzas Armadas debían ser
“purgados” para cimentar la democracia naciente).
En este marco, Vilariño informó, con un lenguaje
crudo y directo, sobre muchos de estos tópicos: se refirió a la tortura y
describió los instrumentos para ejecutarla,15
describió con detalle el procedimiento de quemar los cuerpos y de arrojar a los
detenidos desde aviones,16 nombró a sus superiores
(Rubén Chamorro, Luis Mendía, Jorge Vildoza, Francis Whamond, Jorge Acosta, entre otros) y mencionó sitios donde
–aseguró– estarían los cuerpos de los desaparecidos asesinados en la ESMA.17
¿Qué lenguajes y expresiones puso en discurso Vilariño
para hablar de esos crímenes?, ¿qué efectos de sentido generaron? Algunas
características de estas declaraciones son:
a) El orden errático de los
temas abordados: Si bien Vilariño habla de los
secuestros y torturas en la ESMA, de los
asesinatos clandestinos y de la ocultación de cuerpos, esta información
constituye un cúmulo de datos aislados que no permite entender, en tanto
sistema, los crímenes cometidos. Esta cualidad fragmentaria es, como dijimos,
una de las características salientes del tratamiento mediático denominado “show del horror” y se corresponde con los marcos
interpretativos disponibles en ese momento (Feld y
Franco, 2015, pp. 377-378). Pero, específicamente en estas entrevistas esto se
realiza mediante el paso abrupto de un tema al otro, la mezcla de informaciones
con opiniones y reflexiones del propio Vilariño, las
descripciones muy generales seguidas de temas puntuales y el pasaje, sin
transiciones, entre anécdotas autobiográficas y relatos de los hechos que
atestiguó.18
b) Relatos de acciones deshistorizadas, sin precisiones ni circunstancias.
En un contexto en el que otros militares se referían a los hechos de violencia
mediante el lenguaje abstracto de la guerra (Salvi,
2015, p. 160) y las víctimas daban sus testimonios basándolos en la experiencia
individual y en la “materialidad inmediata” de los actos (Galante, 2019, pp.
6-7), Vilariño se refirió a los hechos oscilando
entre ambos polos: dio detalles de acciones específicas (como, por ejemplo, las
sesiones de tortura), pero –salvo contadísimas excepciones y sólo por preguntas
insistentes del periodista– no incluyó nombres de víctimas, ni fechas o
circunstancias, colocando su narración en un tiempo abstracto y enunciando los
hechos como acontecimientos carentes de historicidad. En este marco, la crudeza
del lenguaje y el hiperdetallismo de algunas
secuencias, especialmente las de tortura, contrastan con la generalidad de los
datos, con la falta de contexto y con la vaguedad de gran parte de la
información.
c) Lenguaje degradante para
referirse a las víctimas. En las declaraciones de Vilariño
sobre la tortura, los cuerpos de las víctimas son descritos hasta en sus
mínimas reacciones, al mismo tiempo que los métodos de tortura se explican con
un lenguaje casi “técnico” que maximiza el horror de lo relatado.19 En ningún tramo del discurso
de Vilariño los desaparecidos se presentan como
víctimas (ni tampoco –vale aclararlo– como seres humanos dotados de dignidad y
subjetividad): o bien son “terroristas” y “subversivos” que de algún modo
merecían ese tratamiento,20
o bien cuerpos inertes que reciben los tormentos, o bien “pibes” y “tipos” sin
identidad ni historia que han caído en las manos del grupo de tareas (GT) de la ESMA.21 Este lenguaje deshumanizador
se enfatiza con el tono irónico utilizado por Vilariño,
en medio de ciertos segmentos que narran situaciones terribles. Por ejemplo, al
hablar de una sesión de torturas a una mujer, Vilariño
dice: “tomada con mucha delicadeza de los pelos por un individuo y por otro de
las piernas”.22 Dice, por ejemplo, que a los
detenidos del Apostadero Naval “se los hacía practicar buceo [...] sin
escafandra y sin tubo”23 o que no se dejaban
sobrevivientes para evitar “que pudieran comentar los sucesos del picnic que
habían pasado”.24 Estas ironías, lejos de
aligerar el tono y atenuar la deshumanización, la refuerzan. Lo que interesa
subrayar aquí no es el lenguaje del perpetrador, cuya obviedad es iNNegable, sino la exhibición sin tapujos de ese punto de
vista.
d) Predomino de frases
impersonales para narrar hechos de violencia. En la mayor parte de las secuencias
en que Vilariño se refiere a los hechos de violencia
ejecutados por el GT, los verbos se conjugan con
pronombres impersonales o en tercera persona. Vilariño
casi no utiliza la primera persona del singular para relatar esos hechos. En su
discurso, ese mecanismo construye un lugar de enunciación y un punto de vista. 25 Ante la lectura completa de
sus declaraciones, queda la sensación de que Vilariño
no cuenta ningún episodio de violencia en el que haya participado
personalmente, construyendo para sí mismo una cierta posición de exterioridad
con respecto a lo relatado. Cuando cuenta algún hecho en el que participó, en
general lo hace sin usar la primera persona del singular y muchas veces lo
justifica y se desresponsabiliza por lo actuado.26
En definitiva, lo que construye esa exterioridad con respecto a los hechos
es que, a pesar de que todo su discurso es presentado por la revista como una
“confesión”, Vilariño cuenta los crímenes más
terribles ocurridos en la ESMA como si no hubiera
participado en ellos. Si bien el punto de vista es el del perpetrador, esto no
se acompaña con una posición de sujeto que protagonice las acciones. En suma,
en las descripciones de hechos ocurridos en la ESMA
contrasta la crudeza del lenguaje con la generalidad de los datos, el hiperdetallismo con la carencia de precisiones en la
narración, la acumulación de episodios fragmentarios con la falta de
historicidad de los acontecimientos relatados. Teniendo en cuenta todo esto,
podemos sostener que, tal como veremos, en las entrevistas de La Semana, la puesta en escena de la “confesión” de Vilariño fue mayor y más contundente que los datos sobre la
ESMA efectivamente publicados. Da la sensación de
que, para quienes publicaron las entrevistas, interesaba más saber y mostrar
información sobre el perpetrador que sobre los hechos que contaba. Ahora bien,
¿qué dispositivo construye la revista para mostrar al propio Vilariño?, ¿cómo construye al personaje y lo coloca como
figura relevante?
“VER” AL PERPETRADOR: EL ASESINO
BAJO LA LUPA
La saga de entrevistas que se construye a través de los sucesivos números
de La Semana coloca progresivamente a Vilariño como un personaje clave del GT
de la ESMA, aunque ese no haya sido en absoluto su
rol,27 y como una figura relevante
de la que interesa saber casi todo: cómo fueron su infancia y su adolescencia,
cómo se viste, qué cigarrillos fuma, cómo piensa y qué siente. A medida que se
avanza en la lectura de los sucesivos números de la revista, va restándose
espacio a las descripciones de lo ocurrido en la ESMA
y va creciendo la figura de Vilariño, casi como una celebrity, con sus reflexiones,
recuerdos y diversas “andanzas”.28
La primera entrevista del número 370 se centra en los hechos ocurridos en la ESMA, pero, en el mismo número, también aparece otra
entrevista realizada por otro periodista que casi no menciona la ESMA y, en cambio, se aboca a narrar los eventos
salientes de la biografía de Vilariño.29
En los siguientes números, La Semana reúne a Vilariño con parientes de víctimas, como el padre de Dagmar Hagelin30
y la hija de Haroldo Conti,31
y con otros militares –que declaran a favor de la represión– como el almirante
Horacio Zaratiegui.32 Finalmente, La Semana dedica uno de los números a explicar la
“psicología del torturador”, con un test de inteligencia a Vilariño
y un informe realizado por especialistas. Esta centralidad del personaje en una
clave cada vez más íntima, en detrimento de la información sobre la represión,
se propone también, desde el inicio, en las imágenes que acompañan los textos.
En efecto, el primer número de la serie publica una seguidilla de fotos a
página entera en las que Vilariño se ve, con ropa
informal y aspecto despreocupado, primero delante del portón de la ESMA (véase imagen 1), luego en el cementerio de Moreno
rodeado de lápidas (véase imagen 2) y finalmente sobre un puente mirando un
terreno de relleno de basura (véase imagen 3). Las bajadas construyen una saga
que supuestamente informa, a partir de las citas entrecomilladas de las
declaraciones de Vilariño, sobre la suerte corrida
por los desaparecidos (como hemos dicho, una de las grandes demandas de
información en ese momento de la transición). Esos textos, en la crudeza de su
lenguaje, contrastan fuertemente con la imagen de un apático Vilariño en los lugares “claves” de la represión: “El campo
de deportes de la escuela está rellenado con cadáveres”.33 “Debajo de estas tumbas hay
desaparecidos”.34 “El Cinturón Ecológico
también fue rellenado con cadáveres”.35
Imagen 1. La Semana, núm. 370, 5 de enero de
1984, p. 29.
Imagen 2. La Semana, núm. 370, 5 de enero de
1984, pp. 30-31.
Imagen 3. La Semana, núm. 370, 5 de enero de
1984, p. 32.
Estas fotografías, supuestamente ilustrativas del valor testimonial de la
palabra de Vilariño, conviven con otras que se
orientan a mostrar su intimidad. Por ejemplo, en el mismo número de La Semana, hay dos fotos en una página doble completa de Vilariño con el torso desnudo en un hotel de Uruguay.36 En una se está afeitando
frente al espejo y en otra está en la cama leyendo (véase imagen 4).
Imagen 4. La Semana, núm. 370, 5 de enero de
1984, pp. 50-51.
Nos interesa subrayar esos dos focos de observación, es decir, las imágenes
que exhibe La Semana para que como lectores miremos
a Vilariño: por una parte el Vilariño
“testigo”, ubicado en los lugares clave de la represión37
y, por otra, el hombre en su intimidad, enfrentado con su propia imagen y su
conciencia. Estos no son tópicos que surgen directamente del discurso de Vilariño, sino que la revista los construye en su
presentación gráfica, en las preguntas y en la exposición de las declaraciones,
que operan como “dispositivos de visibilidad” (Rancière,
2010). En ellos se entretejen la imagen y la palabra, lo decible y lo
mostrable. En este caso, los dos polos mencionados (el testigo y el
protagonista; el escenario del horror y el de la intimidad) son fundamentales
para entender cómo, a lo largo de estas entrevistas, se intenta elaborar la
figura del perpetrador. Es la alternancia entre ambos polos, pero también su
superposición, lo que genera el efecto de sentido de “ver” tanto a Vilariño como al horror narrado. Ahora bien, ¿qué es lo que
la revista aparentemente intenta mostrar al lector, mostrando a Vilariño? Al menos dos cosas: la verdad de sus dichos y
algún tipo de acto de conciencia acerca de sus acciones. Tal como se observará,
ambos aspectos no parecen poder disociarse. A los fines analíticos, los
examinaremos de a uno.
Testimonio y verdad
¿Cómo saber si Vilariño dice la verdad? Aunque la
revista le da un lugar central en varios números y aunque presenta sus dichos
como revelaciones, la pregunta por la verdad38 atraviesa
todo el reportaje. La misma revista no parece dar un crédito total a sus
declaraciones ya que, si bien las presenta como auténticas, deja abierta una
duda sobre su veracidad. En la presentación de la primera nota, el periodista
señala que el testimonio de Vilariño puede ser “una
mentira, el delirio de un paranoico”, pero que “parece imposible que alguien
que maneja la información que posee Raúl David Vilariño
sea sencillamente un fabulador. Parece imposible que se puedan dar los nombres,
los detalles, las descripciones que él ha dado si no se ha vivido desde adentro
la guerra sucia”.39
Este efecto de sospecha se refuerza con las intervenciones del periodista
quien, reiteradamente, le pregunta a Vilariño si dice
la verdad o cómo saber que dice la verdad.40
De esta manera, la revista exhibe el carácter “fiduciario”41 del testimonio de Vilariño, que pareciera querer afianzar para darle
legitimidad al personaje. El testimonio que, según Ricoeur,
oscila entre la sospecha y la confianza, se basa en atestar, “indivisamente, la
realidad de la cosa pasada y la presencia del narrador en los lugares del
hecho” (Ricoeur, 2000, p. 211). Al mismo tiempo, “el
testigo pide ser creído” (Ricoeur, 2000, p. 212).
En ese marco, lo que presenta La Semana son
numerosos índices de “factualización” (Dulong, 1998, p. 12) que servirían para convencer al lector
de la fiabilidad de este testimonio: desde las ya mencionadas fotos de Vilariño en los lugares claves de la represión, hasta la
imagen de su dni, sus
cigarrillos y sus libros (véase imagen 5); desde el hiperdetallismo
en las descripciones de la violencia hasta los titulares y bajadas que enfatizan
el horror; desde las fotos de encuentros con familiares de desaparecidos (véase
imagen 6) hasta una gran cantidad de notas derivadas que relatan los crímenes
de la ESMA con testimonios de víctimas.42 Al mismo tiempo, la revista
se sumerge en la intimidad del personaje, muestra su desnudez (véase imagen 7),
nos brinda hasta los mínimos detalles de su biografía. Incluso le propone a los lectores entrar en su mente a través de un
test de inteligencia que se reproduce completo, con dibujos, a lo largo de más
de quince páginas (véase imagen 8).
Imagen 5. La Semana, núm. 372, 19 de enero de
1984, pp. 22-23.
Imagen 6. Vilariño con el padre de Dagmar Hagelin. La Semana, núm. 371, 12 de enero de 1984, p. 54.
Imagen 7. La Semana, núm. 372, 19 de enero de
1984, p. 47.
Imagen 8. La Semana, núm. 372, 19 de enero de
1984, pp. 32-33.
En definitiva, lo que la revista propone a sus lectores es una inmersión en
el personaje que, a su vez, está inmerso en la abyección.43 En efecto, las declaraciones
de Vilariño sobre la ESMA,
por su lenguaje, por las imágenes que utiliza cuando habla, por su punto de
vista y por su opacidad, parecieran desplegar ese universo de lo abyecto: las
ironías sobre hechos atroces, el discurso degradante y a la vez irónico sobre
las víctimas, el reconocimiento explícito de haber matado, la afirmación de la
necesidad de haber actuado como actuó, etc. Incluso algunos intentos de
exculparse, como la reiterada afirmación de que no torturó (como si torturar,
en alguna extraña jerarquía de hechos horrorosos que parecieran manejar tanto
el periodista como Vilariño, fuera más grave que
asesinar44), forman parte de esta
inmersión del personaje en lo abyecto.
Sin embargo, para que –en ese contexto y en ese escenario– esta “verdad”
dicha por Vilariño pueda construirse con algún valor
social, la revista parece no poder presentar al personaje todavía inmerso en la
abyección. Esa abyección puede operar como un índice de veridicción
con respecto a sus acciones del pasado. Sus acciones del presente, su
testimonio, por el contrario, debería estar teñido de alguna transformación
para que sea validado como tal.45
Actos de conciencia
¿Cómo “salvar”, entonces, a Vilariño de la
abyección? La revista pareciera intentar forzar algún tipo de acción moral,
algo que no surge directamente de las declaraciones, con el propósito de
construir un marco de lectura en el que Vilariño
exhiba su conciencia y no solamente que quede expuesto en su intimidad. Esto se
hace mediante varias estrategias discursivas.
En primer lugar, el ya mencionado encuentro con familiares de las víctimas.
A pesar de que Vilariño finalmente no les da ningún
dato para saber lo que sucedió con sus familiares desaparecidos en la ESMA e incluso llega a dar pistas falsas,46 la revista auspicia y exhibe
de manera espectacular el encuentro de Vilariño con
el padre de Dagmar Hagelin
y con la hija de Haroldo Conti,47
presentándolos como encuentros en los que Vilariño
intentaría reparar algunos de los males sufridos por las víctimas.
Una segunda estrategia son las preguntas que repetidamente le hace el
periodista acerca de su conciencia moral sobre los hechos. Preguntas que Vilariño no pareciera poder responder satisfactoriamente,
puesto que a cada una (si se arrepiente, si siente asco por sus acciones, etc.)
contesta con una evasiva, sin implicarse emocional ni moralmente. Un ejemplo:
Periodista:
¿Puede dormir bien, Vilariño?
Vilariño: Lo normal, como dormí siempre. Poco.
Periodista:
No me refería a la cantidad. Hablaba de la calidad del sueño. ¿Duerme
tranquilo?
Vilariño: Ahora un poco más tranquilo. No muy tranquilo.
Periodista:
No ha tenido ninguna pesadilla…
Vilariño: Y siempre uno tiene pesadillas. Si bien no tan
intensas o tan, este… reales como tuve en una época, cada tanto uno puede tener
pesadillas.
Periodista:
¿Le ha tocado revivir algo de lo que hizo durante su actuación en el Grupo de
Tareas?
Vilariño: Casi todas las pesadillas giran en torno a lo
mismo.48
En tercer lugar, la revista parece forzar esa acción moral para que, ya que
Vilariño no se arrepiente conscientemente, lo haga de
manera inconsciente mediante el test psicológico. Un ejemplo de ello es el
epígrafe que se pone en la foto donde se reproducen los dibujos que Vilariño tuvo que hacer para ese test. “El último peor
recuerdo de Vilariño. Vilariño
dibujó una tumba NN. Un símbolo. ¿Se lo dictó su
conciencia, su arrepentimiento? ¿Se lo dictó su necesidad de ser justificado?
Bajo este dibujo escribió: ‘Para que nunca más, ni yo ni nadie’.”49
Finalmente, como el acto de conciencia no se produce, La
Semana enfatiza cada vez más el discurso biográfico de Vilariño, que operaría de algún modo como una explicación
que, nuevamente, lo rescataría de la abyección. Por ejemplo, el reportaje en el
que Vilariño cuenta su vida se abre con la siguiente
pregunta: “Cómo y por qué se convierte un hombre en un asesino?”50 En otro tramo, ante
preguntas personales y cuando Vilariño dice “no
quiero hablar de mi vida”, el periodista justifica sus preguntas diciendo: “Me
parece una cuestión fundamental para intentar saber cómo es que llegó a ser un
criminal”.51 ¿Cuál es entonces el rol de
ese recorrido biográfico?, ¿por qué deberíamos saber detalles de su vida?
Porque, ya que Vilariño no se arrepiente ni muestra
una mala conciencia, quienes leemos podríamos exculparlo al conocer cómo vivió
antes de transformarse en un asesino. En ese marco, la foto en la que Vilariño se mira al espejo (imagen 4) podemos leerla como
una metáfora de la operación que estaría intentando construir todo el reportaje:52 que la conciencia “se acuse
a sí misma”, como propone Jankélévitch cuando define
la mala conciencia.53
Pero Vilariño sigue presentándose como un
personaje inmerso en los crímenes que relata, de modo que, ya que no se genera
ningún desacople entre su pasado y su presente, ningún arrepentimiento, la
revista exhibe espectacularmente el supuesto intento de Vilariño
por “pagar sus culpas” e ir preso. Esta sería la última estrategia que se
intenta para rescatar a Vilariño del universo de lo
abyecto y construir el valor de verdad de su palabra. Examinaremos con más
detenimiento este punto.
“PAGAR LAS CULPAS”: EN BUSCA DE
LA JUSTICIA
El último número de La Semana dedicado a Vilariño se abre con un título a doble página que dice:
“¿Qué tiene que hacer Vilariño para caer preso?
¿Emborracharse? ¿Robar una gallina? ¿Qué?”.54
Esta idea de que Vilariño irá preso la va
construyendo la revista desde la primera entrevista. Allí se explica de qué
manera Vilariño se acercó a dar su testimonio a La Semana después de haber ido al juzgado federal de
turno donde no le tomaron la declaración.55
Según él, era perseguido por otros miembros del GT
que querían matarlo y suponía que haciendo pública su confesión estaría a
salvo. En ese mismo número, le dice al periodista:
Yo
quisiera que recalques por qué recurro a la revista. Yo fui primero a
Tribunales, secretaría del señor Sasso, Juzgado
Federal de turno el lunes 26 [de diciembre de 1983]. Explico por qué fui y me
dicen que me busque un abogado patrocinante. Me
confieso un asesino, inculpado mejor y nadie me lleva el apunte. Yo no fui a la
prensa para que esto sea una bomba. Voy porque recurro primero a Tribunales.56
También en ese número, La Semana manifiesta que
llegó a un acuerdo con Vilariño para publicar sus
declaraciones con el compromiso de que “se va a entregar” a la justicia. Sin
embargo, el número siguiente presenta a Vilariño en
el ya mencionado viaje a Uruguay, donde un periodista de La
Semana no sólo sigue entrevistándolo, sino que lo acompaña en su
encuentro con Ragnar Hagelin,
mientras un fotógrafo de la revista cubre todo el viaje. Aun así, la
publicación sigue insistiendo en que Vilariño irá
preso y titula al reportaje del número 372, con Vilariño
todavía en Uruguay, “Antes de entregarse, esta confesión”.57 La saga continúa en el
número siguiente, con el regreso desde Uruguay, el título de tapa: “Volví para
que todos vayan presos conmigo”, y la nota principal titulada en el mismo
sentido: “Yo les dije que volvería, que me iba a entregar. Aquí estoy”.58 La convicción de los
periodistas de La Semana de que Vilariño
confesará ante la justicia e irá inmediatamente preso es flagrante.59 Incluso Alberto Amato, en un
artículo muy posterior, sigue insistiendo en la disposición de Vilariño para “pagar sus culpas” y en la inacción de la
justicia para castigarlo:
Eran
los finales de 1983 y los inicios de la primavera alfonsinista. A la revista
‘La Semana’ había llegado un suboficial de la Armada que decía tener
información sobre la represión ilegal en la ESMA:
el cabo Raúl Villarino [sic].
Apareció con un catálogo de espanto porque, dijo, sus ex jefes y sus camaradas
querían matarlo. Fue un amplio reportaje bajo la condición de que, una vez
terminado, se presentara a la Justicia. Así fue. Total que, a las dos horas, el
tipo estaba otra vez en la revista: el juez federal, resabio del proceso
todavía, lo había dejado en libertad y abandonado a su suerte.60
Ahora bien, mientras La Semana publicaba esta
saga, entre diciembre de 1983 y febrero de 1984, se desarrollaba la mencionada
disputa sobre cómo juzgar a los responsables de los crímenes dictatoriales, y
en esos primeros meses del gobierno alfonsinista finalizó imponiéndose la
estrategia de, por una parte, juzgar inicialmente a las cúpulas y no a los
subordinados de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, y, por otra parte, recurrir
en la primera instancia a los tribunales militares, específicamente al CONSUFA
(Nino, 1997). De modo que, si se examinan las medidas tomadas en ese contexto
inicial por el gobierno de Alfonsín, no parecía tan evidente que un integrante
sin mando del GT 3.3.2, como lo era Vilariño, fuera inmediatamente preso sólo por “entregarse a
la justicia”. La decepción de la revista por el hecho de que Vilariño seguía libre, aun después de presentarse ante un
juez,61 se expresaba en el
mencionado titular del número 374: “¿Qué tiene que hacer Vilariño
para ir preso?”
Más allá de la posible ingenuidad de los periodistas, más allá de la
narrativa policial que debía terminar con el happy ending
del villano tras las rejas, esta afirmación de la
revista, sostenida a lo largo de toda la saga, nos permite entender una de las
modalidades en las que se declinaba la idea de justicia en aquella coyuntura específica
de la transición. Para la revista –y según algunas interpretaciones también
para buena parte de la opinión pública (Landi y
González Bombal, 1995, p. 161)–, que actuara la
justicia no implicaba que alguien sería juzgado, sino que el asesino iba a
“pagar las culpas”; no significaba que sería sentenciado, sino que iría preso;
no consistía en sopesar los diversos testimonios y constituir la prueba, sino
en que Vilariño se declarara culpable; no requería
entender la posición relativa de Vilariño en el
aparato represivo y su responsabilidad ante crímenes que habían sido cometidos
por una estructura dentro del Estado, sino exhibir públicamente a un “asesino
confeso”. Se trataba, en definitiva, de borrar el proceso judicial y aplicar
directamente el castigo.
Sin embargo, en ese mismo contexto, aun con las limitaciones que eran
propias de esa coyuntura (Acuña y Smulovitz, 1995,
pp. 52-53), la justicia estaba actuando. Y el personaje que había sido detenido
a partir de las declaraciones de Vilariño no había
sido él mismo, el “asesino confeso”, sino el vicealmirante Rubén Jacinto
Chamorro, exdirector de la ESMA, quien no hacía
más que negar los crímenes que Vilariño denunciaba.62
El 19 de febrero de 1984, Chamorro regresó a Buenos Aires proveniente de
una larga misión en Sudáfrica y fue arrestado al bajar del avión y llevado al
penal de Ezeiza por una causa en la que se indagaba
su presunta vinculación con la organización de extrema derecha Triple A. En
pocos días, el juez Dibur declaró la falta de mérito
en esa causa, pero Chamorro siguió preso a disposición del CONSUFA por otras
causas abiertas, “por desapariciones de personas, presuntamente alojadas en la ESMA, cuando el ex jefe naval era su director”.63 El 12 de marzo, después de
un largo testimonio de Chamorro ante el CONSUFA, en el que negó los crímenes y
también la participación de Vilariño en el GT de la ESMA, el CONSUFA
decidió dictarle prisión preventiva rigurosa.64
Los diarios que informan esta medida consignan a Vilariño
como “uno de sus principales acusadores”.65
Mientras tanto, Vilariño había declarado en
diversas instancias institucionales, repitiendo –aunque con distintos énfasis y
variando los temas centrales– lo que había dicho para La
Semana. El 23 de enero había intentado brindar su declaración ante el
juez federal Marquardt, quien no la tomó por haber
remitido la causa a la justicia militar. El 16 de febrero había dado su
testimonio ante la CONADEP, ratificando “en todas sus partes las declaraciones
hechas para la revista La Semana y dadas a
publicidad en distintos números de la misma”.66
El 25 y 26 de marzo, Vilariño realizó una larga
declaración ante el Ministerio de Defensa, que fue luego elevada al CONSUFA,
con acusaciones específicas contra Chamorro.67 El
mismo Consejo Supremo citó a declarar a Vilariño,
quien en una larga deposición el día 30 de mayo, se refirió a los crímenes de
la ESMA en los que estaba imputado Chamorro.68 En los legajos de la causa
se incluyen varias veces, como anexo, las entrevistas fotocopiadas de La Semana, que terminan, de esta manera, transformándose
en un testimonio judicial.69
Sin embargo, como si protagonizara una novela de Dostoievsky,
Vilariño sigue buscando su castigo. El 18 de febrero
de 1984, es llevado a la localidad de Azul para testimoniar sobre un hecho
mencionado por él en las entrevistas: la cremación de cadáveres NN en el cementerio de la localidad de Las Flores, en la
provincia de Buenos Aires.70
En esas circunstancias, roba un automóvil de la policía y huye. El juez de Azul
solicita, entonces, la detención de Vilariño y que se
le impida salir del país.71
En los primeros días de marzo,72 Vilariño es detenido en la localidad patagónica de Catriel y trasladado a Azul por el robo de un automóvil
Ford Falcon.73 Aun así, a fines de ese mes Vilariño está nuevamente en libertad dando testimonio
contra Chamorro ante el ministerio de Defensa y con una custodia por orden del
Ministro del Interior, a pedido de la CONADEP, ante las reiteradas denuncias de
que sus excamaradas lo buscan para matarlo.74 En este marco, el “asesino
confeso”, transformado ahora en “testigo clave” –y además amenazado–, deberá
probar la fiabilidad de su testimonio en otro escenario: la causa contra Chamorro
que lleva adelante el CONSUFA.
Por su parte, Chamorro –en tanto principal acusado de los dichos de Vilariño– se encarga, en sucesivas presentaciones, de
demoler su credibilidad, describiéndolo nuevamente como un personaje abyecto,
no a causa de los crímenes que había cometido como integrante del GT de la ESMA, sino por su
dudosa moralidad como marino:
Mi
opinión personal es que (Vilariño) fue
convenientemente sobornado para que diga estas cosas, de lo que he averiguado,
la catadura moral de este señor, dejaba mucho que desear, hay sanciones graves
para él en el lapso en que estuvo en la Armada, de manera que eso es todo lo
que le puedo decir, y forma parte de la campaña emprendida en contra de las
Fuerzas Armadas de las cuales, el Señor Presidente y los Señores Vocales,
pienso que tienen absolutamente conciencia de lo que está ocurriendo.75
En el mismo sentido, el CONSUFA solicita a la Armada el legajo de Vilariño para evaluar su capacidad (¿su fiabilidad?) como testimoniante, especialmente para conocer las sanciones que
pudo tener durante su trayectoria en la Marina.76
Desde la Armada, se multiplican las acusaciones de que Vilarño
está loco (o “desequilibrado” como repite el almirante Zaratiegui
en la nota de La Semana en que se consigna su
encuentro con Vilariño),77
o que tiene intereses lucrativos al hablar. La voz sobresaliente, en ese marco,
fue la del defensor de Chamorro, el almirante Horacio Mayorga, quien un tiempo
después hablaba así de Vilariño:
Hubo
mucha gente que negoció con el asunto. Fíjese lo de Vilariño.
[…] Yo no conseguí que el Consejo Supremo detuviera a Vilariño.
Los del Consejo son tan viejitos que, un día después del interrogatorio, Vilariño les dijo: “yo vuelvo el lunes”, y no apareció más.
Fontevecchia (el dueño de la editorial Perfil) le
había pagado 72 mil dólares, y después tampoco sabía qué hacer para sacárselo de
encima. Fue todo una farsa. Yo he probado que Vilariño miente en la totalidad de acusaciones que le hace
a Chamorro: cuando dice el día tal yo estaba en la ESMA,
uno se fija y, por ejemplo, en esas fechas se encontraba en la Antártida o
detenido en otro destino (Lanata, 1985, p. 24).
En definitiva, ya sea por el lenguaje de sus declaraciones, por las
inexactitudes, por las hipérboles o por las mentiras lisas y llanas, las dudas
sobre la veracidad de sus dichos quedaron abiertas. Sin embargo, algunos elementos
de su testimonio –sobre todo los que fueron ratificados luego por otros
testigos– fueron utilizados por la justicia.78
Posteriormente se pierden sus huellas, no se sabe si murió, si lo mataron, si
huyó a otro país. El hecho es que, en la reapertura de los juicios después de
2005, cuando los cuadros más bajos de la ESMA
empezaron a ser enjuiciados tras la anulación de las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, Vilariño no figuró como imputado.
Y así como había entrado espectacularmente en la escena pública ocupando
decenas de páginas de la prensa, su figura dejó de ser visible y ni su nombre
ni sus acciones se recuerdan en las actuales rememoraciones de ese centro
clandestino.
PARA CONCLUIR: UNAS PALABRAS DESDE
EL CENTRO DE LA OSCURIDAD
Al llegar a este punto y antes de iniciar la conclusión, es necesario
incluir un comentario personal. Debo expresar una sensación que me acompañó a
lo largo de la escritura de este texto. Reconozco que demoré meses en realizar
la lectura completa de los reportajes a Vilariño,
tratando de superar un sentimiento de rechazo que se imponía cada vez que
intentaba leerlas o, a veces, simplemente al recorrer los títulos y las fotos
de esas páginas. Imagino que a los lectores y lectoras de 1984 estas
entrevistas no les causaron la misma impresión. Por el contrario, si estos
reportajes tuvieron un lugar preponderante en cinco números seguidos de una
revista masiva, lo más probable es que hayan producido fascinación más que
rechazo. O, tal vez, una construcción discursiva como esta se había
naturalizado en el marco del episodio más amplio del “show
del horror”. Como sea, gran parte del análisis presentado aquí tuvo que ver con
descifrar, aunque sea de manera parcial e incompleta, las razones de tal
sensación de rechazo. No es mi propósito abundar aquí en este punto, sino que
intentaré presentar, a continuación, una serie de ejes analíticos, a manera de
conclusión, que considero que permiten interrogar y reflexionar sobre estas
cuestiones ligándolas al caso específico de las declaraciones de Vilariño.79 Asimismo, pueden dar pistas
para reflexionar, de manera general, sobre las construcciones de sentido en
torno a la categoría represor que circularon
públicamente en los primeros momentos de la transición política en Argentina.
El primer eje a abordar, a manera de conclusión, es el “dispositivo de
visibilidad” que construyó la revista para “hacer ver”, en la misma operación
discursiva, tanto a Vilariño como a los crímenes
atroces que relató. Como se observa en nuestro análisis, tanto en los paratextos como en las declaraciones, la revista construyó
dos tipos de distancia: la cercanía –y una intimidad casi excesiva con el
personaje y con los horrores que narraba– y el alejamiento –y una posición casi
cínica de Vilariño con respecto a la violencia
relatada. La superposición de estos dos focos de visibilidad es lo que generó
el efecto de sentido de lo que aquí denominamos “abyección”. Más allá de los
intentos, que hemos descrito, de la misma revista por “rescatar” de la
abyección a Vilariño (desde algún acto de conciencia
que no se cumplió hasta la tan mentada entrega a la justicia), el punto de
vista del represor y su lenguaje inmerso en la jerga deshumanizadora de los CCD están en el centro de esta construcción mediática.
Son maneras de representar el horror atravesadas por la mirada y la cosmovisión
del represor. Este episodio nos habla, por lo tanto, de una etapa en la que la
negociación de los límites de lo decible y escuchable estaba en constante
cambio (Feld y Franco, 2015). Si en 1984 era audible
un discurso construido desde el punto de vista “crudo” del represor, ese
discurso no era el único y no terminó hegemonizando el campo de las denuncias
sobre el terrorismo de Estado. Muy por el contrario, en ese mismo momento, ante
la CONADEP y en otros ámbitos públicos, muchos de los testimonios de
sobrevivientes de la ESMA fueron construyendo un
relato más preciso y austero que el realizado por Vilariño.
Tal vez por eso –y por muchas otras razones que hacen tanto al contexto como a
la posición de los militares que hablaron en ese momento–, fue la figura de los
sobrevivientes y los familiares de desaparecidos la que terminó constituyéndose
en testimonio legítimo acerca del terrorismo de Estado en ese contexto
transicional (Feld y Messina, 2014). Posteriormente,
ese punto de vista “crudo” del represor reapareció en algunos episodios
puntuales (declaraciones de Julio “Turco Julián” Simón y de Miguel Etchecolatz, en 1995 y 1997, respectivamente), pero
encontró un rechazo social, además de denuncias específicas de las
organizaciones de derechos humanos. Esto significa que, junto con un cúmulo de
saberes sobre el funcionamiento de los CCD y sobre
el aparato represivo, los sobrevivientes (y muchas de las instancias
institucionales donde se presentaron y configuraron estos testimonios, como el
informe Nunca Más y el juicio a los excomandantes)
fueron construyendo una posición de enunciación que humanizaba a las víctimas, reparando
en parte, simbólicamente, el tratamiento deshumanizador de los CCD. Esto, que fue la construcción y el aprendizaje de
un largo proceso social, queda al descubierto al leer, más de 30 años después,
las declaraciones de Vilariño.
Un segundo eje está relacionado con el anterior y se refiere al tipo de
declaración que realizó Vilariño: ¿qué acto de habla efectuó?, ¿se trató, en definitiva, de una
confesión?, ¿de un testimonio? Lo que hemos visto es, justamente, el pasaje
desde una expectativa de confesión o arrepentimiento, hacia una posición
testimonial. Pero, ¿puede Vilariño ser simplemente un
testigo de lo que narra? O, en otras palabras, ¿por qué (me) incomoda tanto que
una figura así pueda considerarse, simplemente, un testigo ocular de los
crímenes cometidos en la ESMA? Más allá del uso
judicial que pudieron haber tenido a posteriori las
declaraciones de Vilariño, la simple idea de que un
perpetrador pueda contar los hechos como si no hubiera participado en ellos
parece poner en duda la calidad misma de su testimonio. La posición testimonial
se ve enturbiada, opacada, por esa otra posición que es simultánea: la de
participante (“asesino”, secuestrador, miembro del GT).
Retomando las proposiciones de Ricoeur (2000),
podemos decir que Vilariño “vio porque allí estaba”,
pero también que estaba allí porque participó, aunque en esa instancia no pueda
determinarse el nivel específico de responsabilidad de sus actos. Estos dos
polos (protagonista y testigo) pueden entenderse como dos centros de gravedad
hacia donde pivotea el sentido de sus declaraciones. Por eso, su validación
como testigo está siempre amenazada y, más allá de que haya relatado hechos
“verdaderos” (verdad fáctica), su “verdad” (verdad social) también está
asediada por el silencio y el ocultamiento que, sabemos, formó parte de estas
mismas declaraciones. Este núcleo de silencio puede hallarse en todas las
declaraciones de represores, tal como explican Oberti
y Pittaluga (2016), más allá de lo rimbombante de las
“revelaciones” que parecieran dar:
El
silencio es, en rigor, un elemento constitutivo –y perpetuador– del dispositivo
disciplinador del terrorismo de Estado; su
persistencia bajo la extendida forma del “pacto de silencio” entre los
victimarios de todos los rangos expresa no sólo –y no tanto– su tenaz adhesión
a las motivaciones y los métodos empleados sino, más fundamentalmente, una
dimensión del mismo dispositivo de terror (p. 11).
En síntesis, es el contraste entre la exhibición espectacular de Vilariño en las páginas de La Semana y
el núcleo duro de terror desde el que declara –un núcleo que permanece
inconmovible a lo largo de las decenas de páginas que ocupan sus
declaraciones–, lo que opaca y distorsiona su lugar como testigo.
En otro orden de cosas, ¿qué nos dice esta saga sobre la coyuntura
específica posdictatorial y sobre la necesidad de
hacer inteligible la figura del represor? La noción
de represor –ya lo hemos advertido– no aparece en
las decenas de páginas dedicadas a Vilariño. Tampoco
en otras notas dedicadas a declaraciones de militares.80
El intento por clasificarlo de alguna manera, por parte de los periodistas y
editores de La Semana, se basa fuertemente en la
categoría “asesino”, que convive a veces con la de “criminal” y la de
“torturador”. Está fuera de nuestras pretensiones hacer una historia crítica de
la utilización de la categoría represor desde la
transición, pero sí podemos advertir que, en la coyuntura específica que hemos
analizado, las categorías para mencionar a los responsables de los crímenes
dictatoriales parecen declinarse, casi siempre, en nociones que involucran
acciones individuales y no colectivas. Tal vez, los lenguajes disponibles para
asir los crímenes que se estaban “revelando” en la prensa masiva en ese momento
eran esos; tal vez no se tenía todavía una idea de la amplitud y la
sistematicidad de la masacre (Feld y Franco, 2015).
Es evidente que, como ya hemos dicho, las categorías utilizadas para referirse
a los perpetradores estaban en pugna y dependían, más allá de las
presentaciones espectaculares de los medios de comunicación, de algún grado de
sentido común que todavía se hallaba en proceso de construcción acerca de la
masividad y el carácter sistemático de los crímenes dictatoriales. Por otra
parte, las nociones utilizadas en los reportajes a Vilariño
(“asesino”, “asesino confeso”, “criminal”) remiten directamente al universo de
significados del lenguaje policial y no al del ámbito político. Esto significa
que ni la masividad del crimen ni su motivación política salen a la luz en las
categorías utilizadas para nombrar a los perpetradores en esa coyuntura.
Al mismo tiempo, lo que se advierte es la dificultad para pensar en los
responsables directos de la represión fuera de los “excesos” o los desvíos (de
ahí la insistencia en la pregunta que hace la revista: ¿cómo se vuelve
torturador una persona común?). Porque la dificultad, aparentemente, es pensar
a la desaparición como sistema. En la clave policial que sirve como marco de
interpretación de los crímenes narrados por Vilariño,
importa la acción y no el lugar en la estructura; importa si mató o no, pero no
en qué contexto. Lo que es notorio es que, mientras estas entrevistas se
publicaban en la prensa masiva, lo que se iba instalando como decisiones
políticas acerca del juzgamiento a los militares era el procesamiento de las
Juntas militares y no el de los ejecutores inmediatos del terrorismo de Estado.
Esa tensión entre la justicia debida hacia las
víctimas (Vilariño irá preso) y la obediencia debida de los victimarios (sólo se juzgará a
las cúpulas) es lo que se pone en evidencia en la resaltada y luego frustrada
expectativa que construye la revista de que Vilariño
se “entregará a la justicia” e irá preso.
Para terminar, ¿por qué este personaje tuvo tanto protagonismo en esa
coyuntura? ¿Fue en sí mismo tan importante o expresaba algo más? La tensión,
que ya hemos mencionado entre los relatos abstractos y los hechos concretos
sirve como pista para pensar en alguna respuesta. Tal como hemos dicho, cuando Vilariño se refirió explícitamente a los crímenes cometidos
en la ESMA lo que relató, en su mayor parte, no
fueron acontecimientos historizados y situados sino
ejemplos generales, “modelos” de acciones para ilustrar las maneras en las que se
actuaba en la ESMA. De la misma manera, la revista
parece construir un modelo de perpetrador que serviría como prisma para
entender a los distintos componentes del aparato represivo y por eso insiste en
desplegar todos los elementos posibles para “conocerlo” (biografía, test
psicológico, fotografías, etc.). Pareciera que, conociendo a este personaje se
podrá conocer a cualquier “asesino” de las patotas de la dictadura. Pero,
nuevamente, este prisma ocluye un verdadero conocimiento, limando los costados
políticos, estructurales, colectivos y sistemáticos de la represión. Otra vez,
“ver” desde el centro de la oscuridad, para que lo fundamental continúe invisibilizado.
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maté y vi torturar en la Escuela de Mecánica de la Armada. Buenos Aires:
Perfil.
OTRAS FUENTES
Archivo
[CONADEP] Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas, 1984b, legajo 3839, testimonio de Raúl David Vilariño.
[CONSUFA] Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas, causa 1238/2006, ESMA, cuerpos 1-10.
Represores mencionados
Acosta, Jorge Eduardo. Comandó el área de Inteligencia del Grupo de Tareas
(GT) 3.3.2 de la ESMA.
Astiz, Alfredo. Integrante del GT
3.3.2 de la ESMA. Participó en el secuestro de Dagmar Hagelin y estuvo
infiltrado entre las Madres de Plaza de Mayo para posibilitar el secuestro de
un grupo de ellas y de dos monjas francesas en diciembre de 1977.
Camps, Ramón. Responsable principal de los CCD
que funcionaron durante la dictadura en la Provincia de Buenos Aires.
Chamorro, Rubén Jacinto. Director de la ESMA
hasta 1980.
Etchecolatz, Miguel. Director de Investigaciones de la
Policía de Buenos Aires y principal colaborador de Camps en los CCD de la Provincia.
Massera, Emilio Eduardo. Integrante de la primera Junta Militar
de la dictadura. Jefe de la Armada y responsable de los CCD
que funcionaron en el ámbito de la Marina, entre ellos la ESMA.
Mendía, Luis. Jefe de Operaciones Navales entre 1976 y 1977. Responsable
principal de los “vuelos de la muerte” organizados desde la ESMA.
Simón, Julio. Alias “Turco Julián”. Torturador del CCD
“Olimpo”.
Videla, Jorge Rafael. Jefe del Ejército entre 1975 y 1978. Integrante de la
primera Junta Militar de la dictadura y presidente de facto entre 1976 y 1981.
Vildoza, Jorge. Jefe de operaciones del GT
3.3.2 de la ESMA.
Whamond, Francis. Integrante del GT
3.3.2 de la ESMA. Denunciado por torturas y por
robo de bienes de personas secuestradas en ese CCD.
1 En la ESMA, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, funcionó uno
de los CCD más activos del periodo dictatorial. Se
calcula que por allí pasaron 5 000 detenidos-desaparecidos y sobrevivieron
menos de 200. La categoría “centro clandestino de Detención” es una noción
nativa, acuñada especialmente mediante la investigación de la Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), a inicios de la transición
argentina. Más recientemente, se ha acuñado la noción de “Centro Clandestino de
Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE)”
con la que suele referirse a la ESMA en el ámbito de
los derechos humanos, pero que resulta una categoría anacrónica con respecto a
los hechos analizados en este texto. Para los efectos de facilitar la lectura,
utilizaré la noción de “Centro Clandestino de Detención” o su abreviatura, CCD, dejando en suspenso un análisis más detallado de
ambas categorías, sus usos, limitaciones e implicaciones históricas y teóricas.
2 La revista La Semana, de tirada masiva, publicaba temas de
actualidad y noticias de la farándula, con un tono ligero y sensacionalista. A
pesar de que en varias ocasiones La Semana se
incorporó a las campañas de propaganda a favor de la dictadura e intentó
desacreditar las denuncias internacionales por las violaciones a los derechos
humanos, en las postrimerías del régimen la revista fue clausurada en varias
oportunidades y su director, Jorge Fontevecchia,
dueño de la editorial Perfil que publicaba la revista, fue secuestrado por un
tiempo breve en uno de los centros clandestinos de detención de la dictadura.
En los últimos meses del régimen, La Semana se
volcó a publicar denuncias sobre los crímenes de la “guerra sucia” al igual que
muchos medios masivos, como la revista Gente.
3 El número 370 de La Semana, del 5 de enero de 1984, contiene dos
entrevistas que completan casi 30 páginas. Otras cuatro entrevistas aparecieron
el 12, el 19 y el 26 de enero, y el 2 de febrero de 1984 (números 371, 372, 373
y 374, respectivamente). Posteriormente, las declaraciones de Vilariño fueron editadas y publicadas en forma de libro por
la misma editorial (Vilariño, 1984). Este libro
quedará fuera de análisis en el presente artículo, ya que reúne, con otro
formato, similares declaraciones que las publicadas por la revista.
4 La noción de represor es una categoría nativa que proviene de las
organizaciones de derechos humanos y ha sido utilizada para denunciar el
terrorismo de Estado y a sus ejecutores. Se refiere tanto a los ejecutores
materiales y directos como a los responsables mediatos e intelectuales. Como se
verá en este artículo, no es una noción utilizada por las notas periodísticas
aquí estudiadas. Sin embargo, nos serviremos de ella en este texto, a falta de
otra categoría englobante y colectiva de uso en la coyuntura analizada. Existe
otra categoría de uso social en Argentina para referirse a los perpetradores,
la de “genocidas” que, si bien estuvo presente en el discurso de los organismos
de derechos humanos tempranamente, adquirió mayor presencia social luego de la
sentencia de la causa que condenó al excomisario
Miguel Etchecolatz a cadena perpetua en 2006 por
acciones criminales realizadas “en el marco de un genocidio”. Los dilemas sobre
los usos y límites de esta categoría con respecto a los crímenes dictatoriales
en Argentina han abierto un debate en el plano social y en el académico que se
encuentra todavía abierto (al respecto véase, entre otros, Feierestein,
2007, y Vezzetti, 2014). En este texto, no nos parece
pertinente utilizar dicha categoría, porque no ha sido central en los debates
de la etapa analizada y porque en este estudio no hemos interpretado el proceso
histórico en términos de la categoría genocidio.
5 PICT 2013-0299, “Las
declaraciones públicas de represores: narrativas y
conflictos en la memoria social sobre el terrorismo de Estado en la Argentina”.
Para algunas consideraciones sobre esta perspectiva, sus desafíos, tensiones y
obstáculos, véase Feld y Salvi
(2016). La investigación que enmarca este artículo fue desarrollada en el marco
del mencionado PICT por un equipo de
investigadores(as) –bajo mi dirección– a lo largo de cinco años de trabajo. Si
bien las fuentes para esta investigación amplia son numerosas y variadas
(fuentes judiciales, bibliográficas, de prensa, archivos desclasificados,
observaciones participantes de juicios y de sitios de memoria, entrevistas a
sobrevivientes, familiares y figuras claves de los emprendimientos de memoria y
de la realización de juicios por Delitos de Lesa Humanidad), para este artículo
puntual –centrado en un episodio de los primeros meses de 1984– nos hemos
basado en material de prensa de ese periodo (revistas La
Semana, Gente, Somos,
Libre y Siete Días; y
diarios La Nación, Clarín,
Tiempo Argentino y Crónica),
así como en los primeros cuerpos de la llamada “Mega Causa ESMA” que contienen el juicio iniciado por el Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas (CONSUFA), al que
nos referiremos en la sección sobre la justicia de este trabajo. En cada caso
concreto, citamos las fuentes específicas.
6 La primera etapa del alfonsinismo,
antes de la publicación del informe Nunca Más
(diciembre 1983-noviembre 1984), puede separarse de la etapa posterior (Feld y Franco, 2015). A esa primera etapa se referirá el
análisis comprendido en este artículo.
7 Al final de este artículo
se anexa una lista de los militares mencionados en este artículo, con
información muy sucinta sobre sus responsabilidades en la represión. Véase
declaraciones de Massera en Tiempo
Argentino, 24 de enero de 1984, p. 4; y la carta de Videla reclamando el
“honor de la victoria” para las Fuerzas Armadas por su actuación en la “lucha
contra la subversión”, Tiempo Argentino, 12 de
abril de 1984, p. 3.
8 Véase Clarín, 14 de marzo de 1984, p. 6; y Tiempo Argentino, 23 de marzo de 1984, p. 6. El comisario
Miguel Etchecolatz había sido Director de
Investigaciones de la Policía de Buenos Aires y principal colaborador de Camps
en los CCD de la Provincia. Luis Mendía fue Jefe
de Operaciones Navales entre 1976 y 1977, y como tal fue el principal
responsable de los “vuelos de la muerte” organizados desde la ESMA.
9 Las primeras
declaraciones con detalles de la represión provenientes de un miembro de las
fuerzas represivas se produjeron ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos
(CADHU), por parte del policía Rodolfo Peregrino
Fernández, el 8 de marzo de 1983.
10 Por esa razón, el Consejo Supremo
de las Fuerzas Armadas (CONSUFA) concentró muchas de las causas contra los
militares responsables. Una de ellas, abierta a partir de las declaraciones
periodísticas de Vilariño. Poco después, en octubre
de 1984, eso se revertiría con la llamada avocación de la Cámara Federal y el
inicio del juicio a los ex comandantes de la dictadura (Nino, 1997, p. 127).
11 Véase, por ejemplo, la larga
entrevista al Almirante (re) Horacio Zaratiegui en la revista Gente,
núm. 964, 12 de enero de 1984; la cobertura a la detención del general Ramón J.
Camps en Gente, núm. 966,
26 de enero de 1984, y las declaraciones del general Luciano Benjamín Menéndez
en Gente, núm. 963, 5 de enero de 1984, y Siete Días, núm. 866, 18 de
enero de 1984). Para un análisis sobre este tipo de declaraciones en la
coyuntura estudiada, véase Salvi (2015).
12 Por ejemplo, los títulos remitiendo
a los desaparecidos muchas veces se publicaron junto con fotos de mujeres
desnudas en las tapas de revistas masivas (véase, entre otras: Gente, núm. 966, 26 de enero de 1984; Gente, núm. 968, 9 de febrero de 1984). Para un
desarrollo más amplio del “show del horror”, véase Feld (2015).
13 Aunque estos paratextos
por sí mismos construyen sentido y sin ellos se perdería mucho del “fenómeno Vilariño”, en el presente artículo sólo analizaremos fotos,
títulos y bajadas cuando refuercen el sentido de los elementos examinados en
las entrevistas o cuando nos den pistas específicas para elaborar hipótesis en
torno a la manera de construir la figura del represor
en este contexto.
14 Los llamados “vuelos de la
muerte”, que eliminaban a los detenidos-desaparecidos arrojándolos adormecidos
al Río de la Plata o al mar desde aviones en vuelo, constituyeron la forma más
sistemática y usual de asesinato en la ESMA y
otros CCD de la dictadura. El testimonio de Vilariño que tempranamente los describe ha sido casi
olvidado en la memoria social argentina, ya que estos “vuelos de la muerte”
parecieron revelarse por primera vez cuando –más de diez años después de las
declaraciones de Vilariño- otro marino de la ESMA, el excapitán Adolfo Francisco Scilingo,
los describió en su testimonio vertido en 1995, en un libro y en un programa de
televisión (Verbitsky, 1995; Feld,
2009). El testimonio de Scilingo sobre su propia
participación en los “vuelos” que eliminaban detenidos-desaparecidos de la ESMA generó una gran repercusión y, según hemos
analizado en otro lugar, colaboró en la apertura de un nuevo ciclo de memoria
en Argentina (Feld, 2009).
15 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 35.
16 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 37.
17 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, pp. 29, 30, 32.
18 Es claro que el orden de las
informaciones depende en gran parte del editor de la revista y de las preguntas
del periodista, pero es necesario decir también que no es el único posible. De
hecho, en otros tramos en que a Vilariño se le
pregunta por su biografía, el relato se hace más fluido, ordenado y coherente.
19 Aunque retomaremos esta reflexión
en la conclusión, es necesario subrayar la dificultad que genera el hecho de
referir y analizar estos discursos sin prolongar, al mismo tiempo, el horror
inevitablemente asociado a ellos. La mencionada crudeza del lenguaje de Vilariño nos enfrenta al dilema de cuánto citar
textualmente, sin cruzar el umbral de respeto que imponen los acontecimientos
relatados. Ante este dilema, la decisión para este texto ha sido no transcribir
extensamente el relato de Vilariño, sino mencionar
algunas frases, referir a su temática y citar las fuentes para que pueda
seguirse el argumento del análisis.
20 Véase, entre muchos otros
ejemplos, La Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984,
pp. 36 y 40.
21 Por ejemplo, La Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 52.
22 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 36.
23 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 38.
24 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 41.
25 Por ejemplo, explica cómo eran
los vuelos en los que el GT asesinaba a los
secuestrados arrojándolos con vida al mar y para ello utiliza solamente
impersonales o voz pasiva, omitiendo así mencionar quién
realizaba las acciones: “Eran vuelos que se hacían
desde Ezeiza. Se colocaba
el avión, se acercaba el camión, se subían los guerrilleros en estado de coma o de idiotez
y se salía al río. Allí eran
largados desde el aire” (La Semana, núm.
370, 5 de enero de 1984, p. 37. Cursivas mías). Lo mismo sucede cuando se
refiere a las torturas: “Se empleaban diversos
medios para obtener información que se deseaba” (La Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 35. Cursivas
mías).
26 Por ejemplo: Periodista: ¿Nunca pensó,
en el momento de disparar [en los operativos de secuestro], que tal vez
estuviera matando inocentes? / Vilariño: Sí, pero había que defenderse. Y tiraba al
montón, y más de una vez uno hirió a alguien
que estaba o pasaba por ahí, así como tal vez se
haya detenido a gente que después se perdió y que no tenía nada que ver” (La Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 36. Cursivas
mías).
27 Por testimonios posteriores de
sobrevivientes e intervenciones de otros miembros de la Armada, se puede
inferir que Vilariño no sólo fue un integrante con
poco poder de decisión del GT de la ESMA, sino que ha sido también un personaje marginal en
los acuerdos y alianzas internos que tenían los integrantes de esa fuerza
represiva.
28 Es necesario aclarar que no hemos
podido reconstruir la biografía de Vilariño salvo por
el material ya mencionado que publicó editorial Perfil: la saga de entrevistas
y el libro. Por esa razón, no contamos con informaciones que permitan cotejar
los datos publicados allí. En este marco, y a los efectos de este análisis, no
centraremos nuestro interés en los datos biográficos de Vilariño
sino en la construcción de su figura que realiza la revista.
29 La primera entrevista a la que
nos referimos fue realizada por Ricardo Ibarlucía (La Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, pp. 26-46) y la
segunda, con un contenido principalmente biográfico (La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, pp. 47-53) está firmada por
Alberto Amato, secretario de Redacción de La Semana,
quien además viajó con él a Uruguay y hace las entrevistas publicadas en los
números siguientes. Para la preparación del presente artículo, en febrero de
2018, hemos solicitado una entrevista a Alberto Amato que rehusó brindar.
30 La
Semana, núm. 371, 12 de enero de 1984, pp. 54-61. El caso de la joven sueca Dagmar Hagelin, secuestrada y
asesinada en la ESMA en 1977, tuvo especial
repercusión en los medios internacionales, durante la dictadura.
31 La
Semana, núm. 374, 2 de febrero de 1984, pp. 10-13. El escritor Haroldo Conti fue secuestrado en mayo de 1976 y permanece
desaparecido. El caso también tuvo, tempranamente, resonancia internacional.
32 La
Semana, núm. 373, 26 de enero de 1984, pp. 30-41.
33 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 29.
34 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, pp. 30-31.
35 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 32.
36 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, pp. 50 y 51.
37 Estos lugares son los que podían
fotografiarse en aquel momento ya que el predio de la ESMA
continuaba en poder de la Armada y, por lo tanto, el fotógrafo de prensa no
podía ingresar a sacar fotos. Por otra parte, debemos aclarar que la
designación de estos lugares como “claves” para la represión provienen del
discurso de la revista y no tienen que ver con reconstrucciones posteriores del
accionar represivo que no han demostrado, por ejemplo, la denuncia de Vilariño acerca de los basurales de la provincia de Buenos
Aires.
38 En este punto, hablamos de verdad
en el sentido fáctico, esto es, saber si lo que dice Vilariño
se corresponde con acontecimientos que efectivamente sucedieron. Más adelante
problematizaremos la noción de verdad para intentar comprender qué nociones
entraban socialmente en juego y en tensión ante la publicación de estas
entrevistas.
39 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 35. Cursivas del original.
40 Al final de la primera
entrevista, tiene lugar el siguiente diálogo, que da cuenta, no sólo de las
sospechas por parte del periodista sino también de la incapacidad (y las
oscilaciones) de Vilariño para construir, desde su propio
discurso, la credibilidad de sus dichos, incluso desacreditándose él mismo –de
cierta manera– como sujeto moral para decir la verdad: “Periodista: ¿Cómo sé
que usted no miente? / Vilariño: Ah, no sé, no tengo
forma de demostrárselo […]. Pero le juro que es así, que digo la verdad […]
aunque no sé cuál puede ser el grado de credibilidad de una persona que ha
cometido ciertos delitos”. La Semana, núm. 370, 5
de enero de 1984, p. 46.
41 “Al decir el testigo que ‘aquello
existió’ dice tres cosas a la vez. La primera es ‘yo estuve allí’; este es el
meollo mismo de la ambición de verdad de la memoria. […] Pero el testigo dice
también algo más, no solamente ‘yo estuve allí’, sino también ‘créeme’, esto es,
apela a la confianza del otro, con lo cual el recuerdo entra en una relación
fiduciaria, o sea, de confianza, planteándose en ese mismo momento la cuestión
de la fiabilidad del testimonio” (Ricoeur, 2002, p.
26).
42 Véase, entre otras: “El caso de
las embarazadas torturadas y desaparecidas”, La Semana,
núm. 371, 12 de enero de 1984, pp. 18-27); “1976-1979. La historia negra de la
Escuela de Mecánica de la Armada”, La Semana, núm. 371,
12 de enero de 1984, pp. 35-46); “El país de la tortura”, La
Semana, núm. 372, 19 de enero de 1984, pp. 48-51; “El caso del doctor Magnasco y las embarazadas desaparecidas”, La Semana, núm. 373, 26 de enero de 1984, pp. 28-29.
43 La abyección no es propia de
cualquiera que haya cometido hechos atroces. Según Kristeva,
lo que vuelve abyecto a un ser humano es “lo que perturba una identidad, un
sistema, un orden. Lo que no respeta los límites, las reglas. El entre-dos, lo
ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal de buena conciencia,
el violador sin vergüenza, el asesino que finge salvar [...] Todo delito, en
tanto señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el delito premeditado, el
asesino tortuoso, la venganza hipócrita lo son más aún porque redoblan la
exhibición de la fragilidad de la ley” (Kristeva,
1998, p. 114).
44 Por ejemplo, el siguiente
diálogo: “Vilariño: Pero no está dentro de mí
torturar. No lo siento, no lo entiendo. Yo sé que la gente no va a creerme que
yo no torturé. Pero a mí lo que me interesa es lo que me queda a mí. /
Periodista: ¿Piensa usted que la gente va a creerle cuando lea que usted no
torturó? / Vilariño: La gente va a creer que yo soy
un asesino”. La Semana, núm. 370, 5 de enero de
1984, p. 52.
45 Salvi (2018, p. 884) se
refiere a este mecanismo como “un efecto de desacople entre lo que el represor
hizo en el pasado –y que lo convierte en asesino– y lo que el represor puede
hacer en el presente –que un asesino pueda hablar de lo que hizo y romper el
pacto de silencio”.
46 A. Amato, “Una búsqueda desesperada
y vana”, Clarín, 10 de febrero de 2015. Recuperado
de
https://www.clarin.com/politica/desaparecidos-dagmar-hagelin-uruguay-dictadura_0_SJXxNNcDQl.html
47 La
Semana, núm. 371, 12 de enero de 1984, pp. 54-61; y núm. 374, 2 de febrero de
1984, pp. 10-13.
48 La
Semana, núm. 372, 19 de enero de 1984, p. 21.
49 La
Semana, núm. 372, 19 de enero de 1984, p. 26. Véase imagen 8. Más allá de la
interpretación que la revista hace del dibujo y que no tiene que ver
necesariamente con los sentimientos de Vilariño,
llama la atención la ambivalencia de ese “nunca más”. ¿“Nunca más” qué? No
necesariamente quiere decir que “nunca más” va a matar. Por el contexto y la
manera de referirse a la represión, también podría interpretarse como “nunca
más” ser atacado por la “subversión” o perseguido por sus camaradas, por
ejemplo.
50 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 48.
51 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 48.
52 Y acaso también, en ese contexto
transicional, puede interpretarse como una metáfora para toda la sociedad: los
relatos del horror son expuestos crudamente para que la sociedad se mire
horrorizada al espejo cobrando conciencia y preguntándose lo mismo que se le
pregunta a Vilariño, ¿cómo llegaron a cometerse estos
crímenes?
53 “la mala conciencia es una
condenación; es una conciencia que se acusa a sí misma, que tiene horror de sí
misma. […] la conciencia se encuentra directamente en lucha consigo misma; y
como no puede mirarse a la cara ni desviar la mirada, se encuentra atormentada
por la vergüenza y los remordimientos” (Jankélévitch,
1987, p. 28).
54 La
Semana, núm. 372, 19 de enero de 1984, pp. 10-11.
55 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 1.
56 La
Semana, núm. 370, 5 de enero de 1984, p. 53.
57 La
Semana, núm. 372, 19 de enero de 1984, p. 18.
58 La
Semana, núm. 373, 26 de enero de 1984, p. 7.
59 La primera larga entrevista
termina así: “Periodista: Ahora lo espera la justicia, Vilariño.
/ Vilariño: Sí, aunque sea un asesino. Gracias”. La Semana, núm. 370, 19 de enero de 1984, p. 46.
60 A. Amato, “Una búsqueda
desesperada y vana”, Clarín, 10 de febrero de 2015.
Recuperado de
https://www.clarin.com/politica/desaparecidos-dagmar-hagelin-uruguay-dictadura_0_SJXxNNcDQl.html
61 El 23 de enero de 1984, Vilariño se presentó ante el juez federal Eduardo F. Marquardt, pero como la causa había sido remitida por ese
mismo juez a la justicia militar, no se le tomó testimonio ni se lo detuvo. Ver
el relato completo de esa presentación en La Semana,
núm. 373, 26 de enero de 1984, pp. 60-61. Véase también CONSUFA, causa
1238/2006, ESMA, cuerpo 1, pp. 214 y ss.
62 La estrategia de la defensa de
Chamorro, a cargo del Contraalmirante Mayorga, no sólo trató de negar los
crímenes de la ESMA relatados por Vilariño, sino que también intentó probar la falsedad de su
testimonio. En ese marco, en agosto de 1984, Mayorga redactó un detallado
informe para instalar la duda acerca de que Vilariño
haya pertenecido al gy
3.3.2. de la ESMA; para evidenciar las
ambigüedades, falta de datos e imprecisiones de sus declaraciones; y para
mostrarlo –a partir de diversas sanciones disciplinarias recibidas por Vilariño en su paso por la Armada– como un hombre “poco
confiable” (CONSUFA, causa 1238/2006, ESMA, cuerpo
6, pp. 4-40). Este informe derivaría en una denuncia por falso testimonio en
noviembre de 1984. El análisis detallado de las alternativas y derivas de la
causa del CONSUFA hasta la avocación de la Cámara Federal, exceden los alcances
de este artículo.
63 Clarín, 22 de febrero de 1984,
p. 4.
64 CONSUFA, causa 1238/2006, ESMA, cuerpo 2, p. 115.
65 Véase diarios Clarín, Crónica y Tiempo Argentino del 14 de marzo de 1984.
66 CONADEP. 1984b. leg. 3839. Testimonio de Raúl David Vilariño.
67 La
Nación, 27 de marzo de 1984, p. 5.
68 Declaración testimonial de Vilariño ante el CONSUFA fechada el 30 de mayo de 1984.
Causa 1238/2006, ESMA, cuerpo 2, pp. 19-141.
69 La primera denuncia sobre los
crímenes de la ESMA ante el juez Marquaradt la hizo una fiscal en enero de 1984 a partir de
las entrevistas a Vilariño en La
Semana. Los primeros anexos de la revista figuran en la causa 1238/2006,
ESMA, cuerpo 1, pp. 243-269. Posteriormente, en la
misma causa, se vuelven a presentar como anexo en varias ocasiones.
70 Clarín, 22 de febrero de 1984,
p. 4.
71 Tiempo
Argentino, 28 de febrero de 1984, p. 4.
72 Tiempo
Argentino, 5 de marzo de 1984, p. 4; y 8 de marzo de 1984, p. 7.
73 Clarín, 15 de marzo de 1984; La Nación, 13 de marzo de 1984.
74 La
Nación, 26 de marzo de 1984, p. 5.
75 CONSUFA, causa 1238/2006, ESMA, Declaración Indagatoria de Chamorro ante el
CONSUFA, cuerpo 1:95. En esta declaración indagatoria de febrero de 1984,
Chamorro sostuvo que Vilariño no integraba el GT y negó todo vínculo con él. Chamorro murió en 1986
sin haber sido juzgado por los crímenes de la ESMA.
76 CONSUFA, causa 1238/2006, ESMA, cuerpo 1:222.
77 La
Semana, núm. 373, 26 de enero de 1984, p. 41.
78 Por ejemplo, en 2015, en el
tercer tramo de la causa ESMA, la fiscal utilizó
el temprano testimonio de Vilariño como un elemento
importante para constituir la prueba acerca de los denominados “vuelos de la
muerte”.
79 Como se sostiene a continuación,
los ejes que se desarrollan en esta conclusión sirven, según nuestro argumento,
para intentar reflexionar sobre esta sensación de rechazo. Entendemos que esta
sensación no es sólo personal, sino que proviene de una construcción de sentido
generada por la propia revista que se contrapone con una construcción memorial
elaborada a lo largo de varias décadas en cuyo centro está la valoración del
punto de vista de las víctimas, la consideración de las acciones de la
represión clandestina como crímenes aberrantes y la idea de que esos actos
deben ser condenados. Algunos de los ejes que colaboran a reflexionar en tal
sentido son los desarrollados en esta conclusión: el dispositivo de visibilidad
basado en el punto de vista y el lenguaje de Vilariño,
la ausencia de una mala conciencia y de un acto de arrepentimiento o confesión,
la posición de “exterioridad” frente a los actos con que construye su
“testimonio”, el silenciamiento de las informaciones más relevantes sobre el
destino de los desaparecidos, y la construcción de la figura de Vilariño como un “criminal” en un crimen cuya dimensión
colectiva, social y política está ausente.
80 No es que la categoría esté
completamente ausente del material de prensa revisado, pero en la mayor parte
de las notas de prensa no constituye una categoría colectiva o englobante para
designar al conjunto de los responsables de un mismo tipo de crimen. En
términos más amplios, cuando estas revistas se refieren a militares
involucrados en los crímenes de la dictadura lo hacen mencionando el cargo
militar y luego el nombre completo o sólo el apellido. De manera genérica, no
se usa ninguna categoría que de antemano presuponga la responsabilidad en los
crímenes (perpetrador, responsable, genocida, etcétera).
* Esta investigación
se desarrolló en el marco del proyecto PICT
2013-0299, “Las declaraciones públicas de represores: narrativas y conflictos
en la memoria social sobre el terrorismo de Estado en la Argentina”, financiado
por la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica de Argentina, a través de
su Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (FONCYT).
** Agradezco a Valentina Salvi, a Luciana Messina, a Marina Franco y a Celina Flores
por sus comentarios a una primera versión de este texto, así como a los(las)
investigadores(ras) que participaron en la discusión de este trabajo durante el
segundo seminario de discusión “Investigaciones y debates sobre la palabra
pública de los represores” (IDES, 7 de septiembre
de 2018). Agradezco también por su colaboración para conseguir y clasificar
parte del material de esta investigación a Julieta Lenarduzzi,
Gabriela Mattina y Julieta Lampasona.