10.18234/secuencia.v0i106.1713
Artículos
Analizando un relato de fotografías “únicas”: Désiré
Charnay (1857-1860)
Analyzing a Story of “Unique” Photographs: Désiré Charnay (1857-1860)
Fernando Aguayo Hernández1, 0000-0002-9726-3012
1Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, faguayo@institutomora.edu.mx
Resumen:
Este artículo analiza la imagen del explorador Désiré Charnay, es decir, la idea
y representación que se tiene sobre dicho explorador, producto del relato
escrito por él mismo, el cual ha sido retomado sin analizar las contradicciones
que existen en sus aseveraciones. En este estudio se discutirá la originalidad
de su obra fotográfica en dos sentidos; por un lado, analizándola en
contraposición con la obra del húngaro Pál Rosti y, por el otro, discutiendo los aportes científicos
de las fotografías de Charnay, sin dejar de lado el
cuestionamiento sobre la supuesta actividad de este “explorador solitario”.
Así, la hipótesis que se desarrolla es que, como toda imagen, la idea que
tenemos de este personaje es producto de la luz emitida en un tiempo y con un
propósito específico; al cambiar la distribución de la luz, es posible rescatar
a otros personajes, otras intenciones y nuevas interpretaciones a través de
explicaciones más críticas y contextualizadas.
Palabras clave: fotografía; exploradores; arqueología; Charnay;
Rosti.
Abstract:
This article analyzes the
image of the explorer Désiré Charnay,
in other words, the idea and representation people have of this explorer, due
to the story he wrote, which has been read without
analyzing the contradictions that exist in his statements. This study will
discuss the originality of his photographic work in two respects: on the one
hand, analyzing it in contrast to the work of the Hungarian Pál
Rosti, and on the other, discussing the scientific
contributions of Charnay’s photographs, without
neglecting to question the alleged activity of this “solitary explorer”. Thus,
the hypothesis developed is that, like every image, the idea we have of this
character is a result of the light emitted at a particular time and for a
specific purpose. By changing the distribution of light, it is possible to
recover other characters and intentions and new
interpretations through more critical, contextualized explanations.
Key words: photography; explorers; archaeology; Charnay; Rosti.
Recibido: 7 de febrero de 2017 Aceptado: 16 de mayo de
2019
Publicado: 9 de diciembre de 2019
Claude Désiré Charnay fue un viajero francés que desarrolló tres
temporadas de exploración en México, entre los años 1857 y 1886, realizando
actividades que actualmente se encuadrarían en las disciplinas antropológicas.
Si bien este personaje alcanzó fama por su obra escrita, ha sido más reconocido
por su labor fotográfica, la cual sirvió como mecanismo para ilustrar los
procesos a los que se refirió en sus publicaciones, así como los escritos
realizados por otros estudiosos y publicistas.
La mayor parte de lo que se ha escrito hasta el momento
sobre el trabajo fotográfico de Charnay se ha
realizado a partir de la recuperación de los grupos de imágenes encontrados en
los acervos y, sobre todo, a partir de los textos escritos por el propio autor,
pues se ha considerado que en ellos existen referencias puntuales al proceso
fotográfico, los objetivos de sus exploraciones y los recursos con los que se
desarrollaron. Sin embargo, no todo lo escrito sobre este explorador han sido
loas, ya que algunos investigadores, a la par de las reseñas sobre sus
aportaciones, han realizado también comentarios críticos a partir de análisis
puntuales sobre su actuación y su obra, lo que ha permitido matizar los
alcances de su labor.
El presente artículo busca contribuir a estos nuevos
acercamientos y análisis del trabajo de Désiré Charnay ya que, a partir de la construcción crítica de
fuentes de investigación, se puede considerar que los textos escritos por Charnay no son un cúmulo de explicaciones sobre el proceso
fotográfico, sino un discurso construido con el fin de posesionarse en el
ambiente de viajeros con pretensiones científicas.
Uno de los objetivos de este trabajo es realizar un
ejercicio comparativo de su producción fotográfica, contextualizándola con
otros objetos fotográficos creados en la misma época, con la finalidad de
dimensionar su singularidad. Asimismo, se recupera el trabajo arqueológico de
gabinete realizado en 1879 por Charles Rau, el cual
incorporó fotografías de Charnay, con el fin de
valorarlas como documentos apropiados para la investigación.
Otro de los objetivos es analizar cómo se construyó la
“imagen” que se tiene de Désiré Charnay:
un explorador y fotógrafo solitario que llegó a ser el precursor en la creación
de fotografías para el desarrollo de las disciplinas antropológicas,
prácticamente sin contar con ninguna clase de recursos. Esto porque esa
“imagen” ha contribuido a preservar una forma específica de construir las
ciencias sociales hasta nuestros días, pues tras ella se han ocultado procesos
sociales en los que participaron una gran diversidad de sujetos. En su
conjunto, este texto busca contribuir al análisis crítico de las ideas
desarrolladas sobre la fotografía y el surgimiento en el siglo XIX de las actividades en torno a las nacientes ciencias
del hombre.
Charnay y los 1 500 kilos de equipo
Désiré Charnay realizó su primer viaje a México en
1857; no fue el primero de nacionalidad francesa que arribó a nuestro país con
preocupaciones arqueológicas; sin embargo, se ha considerado el más importante
de los que precedieron a la Comisión Científica de México creada en 1864, en el
marco de la intervención francesa. Se ha dicho que la relevancia de Charnay reside en la utilización de la fotografía para la
investigación, por lo que se le ha considerado parte importante en los
antecedentes de la construcción de disciplinas tales como la arqueología o la
antropología en México.[1] No
obstante, habría que analizar cuidadosamente de dónde surge la supuesta
particularidad acerca de las actividades de este explorador. Este texto ofrece
algunas hipótesis sobre la producción fotográfica y plantean otras líneas de
investigación.
Quienes han recuperado los antecedentes del trabajo
fotográfico de Charnay concuerdan en que se inició en
la fotografía en París, y consideran que a su llegada a México en 1857 ya era
un operador de cámara experimentado; además, son unánimes al expresar su
reconocimiento a la calidad de sus registros y en enunciar la gran cantidad de
dificultades que enfrentó en la creación de esos documentos fotográficos. Sin
embargo, al abordar cómo se llevó a cabo la elaboración de estos objetos, se
descarta la evidente presencia de otros participantes en su creación, lo que ha
reforzado el discurso que ubica a este personaje como un hombre que creó su
obra en la soledad de sus viajes.
Se ha mencionado que nuestro autor siguió los pasos de
exploradores que le precedieron, pero poco se ha cuestionado la distancia que Charnay establece con ellos, a partir precisamente del uso
de la fotografía. Al momento de su llegada a México, los lugares capturados con
su lente no eran territorios ignotos. No se trataba pues de que su travesía
fuera inédita, aun cuando su narración así lo quiera hacer ver, sino de rebatir
lo ya dicho por otros, principalmente Stephens, a través de testimonios más
“fieles” e incuestionables. Esta idea de veracidad, y no tanto su recorrido, es
lo que le daría, según el autor, su particularidad. Por ejemplo, acerca de su
estancia en Izamal anota que algunas estructuras que
se encontraban en el centro mismo de la ciudad habían sido ya mostradas por
“Stephens y Catherwood en su álbum litográfico”. Pero
añade, sin perder oportunidad de señalar el valor de sus fotografías: “Este es
el momento de recordar de qué manera se entiende la historia. Tales señores
colocaron las figuras mencionadas en un desierto; al pie de la pirámide, se
encuentra un tigre enfurecido mientras que los indios salvajes le apuntan con
sus flechas. A fuerza de querer conseguir color local, se falsea la historia y
se desvía la ciencia” (Charnay, 1994, p. 158).
Para superar esas supuestas falsedades, Charnay ofrecía las bondades de la fotografía. Según su
punto de vista, la “indiferencia del público por una civilización tan original”
se debía “a las imprecisiones que la velaban a medias”, por eso se propuso
generar imágenes que detentaban entonces el prestigio de ser copias fieles de
la realidad y con ello demostrar “la exactitud de su trabajo” presentando “a la
fotografía como testigo” (Charnay, 1994, p. 29).
Antes de proseguir, es preciso analizar críticamente la
imagen que el viajero construyó de sí mismo, la cual ha sido adoptada y
reproducida por casi todos los que se refieren a este personaje para analizar
la idea de “testimonio”, de fidelidad, que incluso hoy se continúa dando a la
fotografía como prueba irrefutable de “autenticidad” (Davis, 1981, pp. 104 y
108; Esmeraldo, 2007).
Generalmente se ha reproducido la premisa de que fue un
pionero que superó las dificultades técnicas de sus viajes, pues se da
relevancia a lo que él mismo menciona en su narración sin cuestionar cómo el
autor autogenera su imagen de heroicidad, a través de su relato realizado en
primera persona, la cual se ha repetido constantemente desde su origen mismo.
De esta forma se ha dicho que “la labor de Désiré Charnay es considerada una proeza, ya que antes los
arqueólogos viajaban con un dibujante, quien elaboraba las litografías, sin
embargo, Charnay viajaba con su cámara y equipo
fotográfico completo, el cual tenía un peso aproximado de 1 500 kilos, con los
que tenía que atravesar montañas, cruzar ríos e intrincadas selvas” (Los
grandes fotógrafos, 2017). Algunos otros autores reafirman la hazaña aumentando
a 1 800 kilos la carga que debería cargar el sufrido fotógrafo (Bittencourt y Carrillo, 2014, p. 119; Davis, 1981, p. 12;
Ochoa, 1994, p. 18; Odena, 1998, p. 615); en tanto
que otros la elevan a 8 000 kilos (Podgorny, 2008, p.
581).
Se ha escrito que tomó fotografías batallando contra el
calor sofocante, la humedad y los enjambres de mosquitos, atravesando montañas
y barrancos, mares y bosques tropicales, y en medio de la inseguridad propia de
un país en guerra como México (Bittencourt y
Carrillo, 2014, p. 118; Davis, 1981, pp. 12-16; Mongne,
2001, p. 18; Odena, 1988, p. 615). Además, “cada
negativo tenía que ser preparado justo en el momento de hacer la toma y debía
ser procesado por el fotógrafo inmediatamente después, así que todo el equipo,
aparatos y medios químicos debían ser transportados en la expedición”. El gran Charnay relataría con lujo de detalles este tipo de
experiencias (Odena, 1998, p. 615). Este último
comentario nos pone ya en las coordenadas precisas para explicar la fama de la
que goza este autor: la forma en que realizó la narración de su primer viaje.
Un relato con “fuertes tintes científicos” en los que “puede adivinarse una
suerte de alquimia” (Ochoa, 1994, p. 17).
Es decir, la imagen que generalmente se tiene de Charnay como fotógrafo se construyó a partir de la recuperación
de lo escrito por él mismo, “con lujo de detalles” en el libro Ciudades y ruinas americanas, publicado en 1863. Sin
embargo, en sus posteriores textos el tema fue menguando, como se puede ver en América pintoresca de 1884 y es casi inexistente en su
obra Viaje a Yucatán, donde únicamente se remite a
tres menciones, anotadas tangencialmente (Charnay,
1978, pp. 22, 34 y 43). Es notable la diferencia de contenido en torno a la
fotografía con el paso de los años, a pesar de que, de acuerdo con el material
que se encuentra en los acervos, la cantidad de fotografías elaboradas en los
viajes posteriores es mayor a su primera incursión. Haría falta explicar cuál
sería la singularidad del trabajo fotográfico de Charnay
con respecto a lo que otros personajes realizaban en esa época, y por qué no es
un tema que se replique en sus publicaciones posteriores a 1863.
El relato de Désiré Charnay
Una explicación que se ha dado
acerca de esta diferencia en las narraciones es que la disparidad se debe a la
madurez del propio personaje (Gallegos, 1999). También
es probable que, debido a las críticas que tuvo su actuar en el viaje realizado
en 1880, Charnay adoptó un tono más circunspecto en
los relatos posteriores a esa fecha. Otras dos posibilidades serían, en primer
lugar, que en sus subsecuentes viajes usó técnicas de fotografía diferentes, lo
que hizo menos complicado los registros de imágenes, hasta llegar al de 1886 en
el que el trabajo carece ya de toda epopeya. La segunda es que, en su primer
viaje a México, en contraposición al segundo y tercero, no buscaba realizar
registros científicos, sino hacerse de una fama como explorador, por lo que resultaba
importante resaltar sus habilidades. En este texto se abordará el tema de lo
fotográfico.
Sabrina Esmeraldo afirma que Charnay sistematizó los problemas en su práctica del
colodión húmedo en el libro Ciudades y ruinas americanas,
los cuales evocan el perfil del trabajo fotográfico que realizaban los primeros
exploradores (Esmeraldo, 2007). Los arqueólogos
refieren la experiencia de este personaje de la siguiente forma: “Andaban esos
anticuarios a través de montes y valles cargando un complicadísimo equipo y
frágiles placas de vidrio. Cada foto de entonces –y las hay excelentes– era
heroica” (Bernal, 1992, pp. 113-114). Cabe preguntar, ¿hacer fotografía en
la época del colodión húmedo era una actividad heroica o Charnay
le construyó ese tono y con qué fines?
Como ya vimos, se ha repetido en diversos trabajos que el
explorador llegó a México en 1857 con tonelada y media de equipo. No debería
extrañarnos que buena parte de ese peso estuviera dedicado a sostener las
comodidades del viajero y no únicamente sus instrumentos de trabajo. No tenemos
manera de saberlo porque Charnay no anotó las
características de los medios con que disponía para emprender su labor;[2] sin
embargo, es necesario señalar que en los primeros 40 años de la fotografía, ni
siquiera en los países que se autodefinían como “civilizados”, la
disponibilidad de productos fotográficos era ilimitada, por lo que “un
fotógrafo experimentado” no podía pretender realizar su trabajo en exteriores
sin abastecerse de todo lo necesario para realizar con éxito sus registros
antes de realizar sus viajes.
Todos los operadores de cámara que hicieron sus registros
en exteriores empleando el colodión húmedo debían cargar, además de cámaras y tripiés, con un cuarto oscuro portátil, con químicos
suficientes para preparar los negativos en el instante mismo de la toma y con
los aditamentos y materiales auxiliares para procesarlos antes de que se secara
la emulsión. Esa era la complicación inherente a la técnica del colodión
húmedo.
Sin embargo, Désiré Charnay primero nos hace sentir pena porque cargaba el
equipo fotográfico a cuestas, y en su texto se queja de que “necesitaba
cristales, colodión y agua destilada que no poseía” (Charnay,
1994, pp. 115-116), por lo que podemos suponer que no siempre cargaba con
el material necesario y debía echar mano de los materiales locales, los cuales
calificó de pésima calidad (Esmeraldo, 2007, p. 86).
Lo anterior aun cuando se supondría que él conocía los manuales de la época en
los que se indicaba con precisión todo lo que un fotógrafo debería contar para
el buen éxito de su trabajo.[3]
Por ello, podemos suponer que buena parte de los
contratiempos que el autor cita y que han sido repetidos por sus biógrafos, se
debieron a la falta de organización de su expedición. Désiré
Charnay no reconoce nunca esta circunstancia y achaca
sus problemas a la ausencia de materiales locales, cosa de la que no se debería
depender, según los manuales fotográficos que refirió.[4] En este
tenor también imputa sus problemas al clima y a la naturaleza poco amable.
Igualmente son responsables de sus contratiempos la población mexicana que no
cooperaba con sus proyectos (Charnay, 1994, p. 125) y
sus propios ayudantes, los indios que, por curiosidad, se lamenta el francés,
“a pesar de mis prohibiciones expresas, no podían retirar sus dedos de los
clichés terminados”.[5]
Es importante resaltar que la mayoría de las veces Charnay escribió en primera persona las penurias sufridas y
los logros obtenidos; por ejemplo, en Chichén Itzá dice: “puse de inmediato
manos a la obra, preparé productos para el día siguiente, examiné la cámara
oscura, los reveladores y los fijadores” (Charnay,
1994, p. 170). Para hacer la toma de un edificio superando el inconveniente
ángulo en contrapicada, comenta: “Como el palacio se
levanta sobre una pirámide, debí construir sobre la explanada que le precede un
cubo de piedra de doce pies de altura, a fin de establecer mi instrumento al
nivel del edificio” (Charnay, 1994, p. 192). Además,
pareciera que, en ese ambiente hostil, no solamente luchaba para hacer sus
fotografías, sino incluso por su propia subsistencia.
De acuerdo con su narración, podríamos creer que pasó
varios meses limpiando el terreno, luego otros tantos construyendo tarimas
adecuadas para las tomas (“debí construir un cubo de piedra de doce pies de
altura”) y algún tiempo diseñando y construyendo su cuarto oscuro. También, que
en la soledad de la selva preparaba sus productos con materias primas que
seguramente él creaba como por arte de magia. Asimismo, considerando que en
condiciones óptimas un aguerrido fotógrafo ejecutaba entre ocho y diez negativos
al colodión húmedo por día, y que cada reproducción pudo haberle costado a Charnay entre dos y tres ensayos (Charnay,
1994, p. 191; Esmeraldo, 2007, p. 86), debió
invertir un tiempo considerable en correr con los negativos del lugar de la
toma al cuarto oscuro, instalado a 89 metros del lugar de exposición (Charnay, 1994, pp. 183 y 192). ¿Lo imaginan ustedes de otra
forma?
El relato del viajero es adoptado sin mayores reparos por
aquellos que recuperan su obra.[6] Por
ello, podríamos afirmar que el éxito del trabajo fotográfico de Charnay reside, principalmente, en la forma en que él mismo
lo describió, lo que ha condicionado la manera en la que se ha recuperado e
interpretado su labor. Por ello, es imprescindible hacer un análisis más
crítico de nuestras fuentes, lo que incluye no sólo el recurrir a otros
vestigios, sino, aún más importante, no pasar por alto la información que el
propio Charnay nos legó en sus textos.
En primer lugar, es evidente que, tal como sucede en la
realización de otras actividades, en los procesos fotográficos, incluidos los
que se desarrollaron bajo la dirección de Charnay, la
participación de varios individuos es decisiva. En el caso de nuestro
personaje, es importante tener esto en cuenta, ya que aun cuando en la
narración del autor se incluyen referencias a sus colaboradores, este disminuye
su importancia haciendo énfasis en sus propias hazañas, lo que ha contribuido a
que, hasta la fecha, se piense en su producción fotográfica como una obra
realizada por una única persona en condiciones extraordinarias. Asomémonos al
trabajo en el cuarto oscuro y el entorno de los registros en Uxmal:
Sobre una mesa que me prestaron en la hacienda, instalé
mis baños y mis productos. Dos indios tenían por única ocupación la tarea de
traerme agua. Otros cuatro debían ayudarme en mis operaciones, sostener un
dosel de sábana blanca encima del instrumento, para que el interior del cuarto
no se calentara demasiado; tenían que abrirme la puerta del cuarto oscuro y
cerrarla herméticamente cuando yo entraba. Otros cuarenta indios fueron
ocupados tres días en cortar el monte con el fin de limpiar los monumentos
cubiertos de maleza y plantas trepadoras. Antonio formaba mi reserva y no me
abandonaba; el sostenía la luz mientras que, sobre mi cabeza, durante el
trabajo de revelado, los cuatro primeros indios sostenían igualmente una sábana
para impedir que la gravilla de la bóveda cayera sobre la capa de colodión (Charnay, 1994, p. 183).
En este ejemplo, 40 personas trabajan en las locaciones
de registro y siete más en el cuarto oscuro, ya que se requería de la
participación de un equipo para que la producción fotográfica existiera. Charnay puede ser “liberal” al reconocer la ayuda de otras
personas para cargar, limpiar y sostener objetos, pero con el trabajo delicado
es más discreto y no otorga esas concesiones. Julieta Martínez (2018, p. 25)
señala que, a su llegada a la ciudad de México en 1858, la prensa citadina
menciona a Charnay junto a otros dos personajes,
Camus y Pinet, como “fotógrafos enviados del gobierno
francés”. Ella sostiene que pueden ser los dos amigos con los que Charnay (1994, p. 9) salió de Francia, según refiere el
propio autor en su texto. En tanto que Olivier Debroise
(1989, p. 10) apunta que Louis Goupil era el impresor
de las fotografías tomadas por Charnay. Davis (1981,
p. 16) también refiere el trabajo que hizo Goupil en
el taller fotográfico y que, en septiembre de 1860, Charnay
y Louis Goupil escalaron el Popocatépetl para tomar
fotografías. Ambas cosas, la existencia de operadores de cámara y ayudantes
especializados en el cuarto oscuro, son minimizadas en su texto.
Es por eso por lo que en la imagen
(la idea de una persona, la representación que es objeto de culto) que tenemos
de este personaje (captada por nuestros sentidos gracias a la luz que recibe y
proyecta), deja a otros participantes del trabajo en la sombra, son invisibilizados. Para explicar cómo resolvió el transporte
de 1 500 kilos de equipo se le presenta como un viajero solitario caminando en
terrenos agrestes bajo el peso de su carga. Sin embargo, existen evidencias de
que las condiciones fueron diferentes.
Como ya hemos visto, hay testimonios de la participación
de un número considerable de personas que hicieron posible los logros de Charnay, desde aquellos que participaron en la elaboración
de las fotografías hasta los que fueron utilizados en sinfín de tareas, sobre
todo las pesadas. Para poder trasladar el equipo del viajero se utilizaron todo
tipo de transportes. En ocasiones, cuando los caballos escaseaban tuvo “la
penosa” necesidad de “requisarlos” (Charnay, 1884, p.
379). En otros espacios, como Tumbalá, en Chiapas, el
aventurero afirmó que, además de la falta de bestias, los equinos “no pueden
franquear los senderos a pico”, razón por la cual “en toda la montaña, los
indios hacen el oficio de bestias de carga” (Charnay,
1994, p. 229). No solamente puso por escrito este testimonio, sino que publicó
en diversas ocasiones la imagen “Pasaje de la cordillera” (véase imagen 1), en
la que se presenta otra forma de ver al explorador y suponer que no fue él
quien cargó sobre sus hombros los 1 500 kilos de equipo, sino los animales
previstos para ello y, en su ausencia, la espalda de los pobladores locales,
quienes inclusive tuvieron que cargar al propio explorador.
El equipo fotográfico de Charnay
En esa época, algunos importantes
fotógrafos, como William Henry Jackson, no ocultaron que tenían contratados
operadores de cámara como parte del componente humano necesario para producir
sus fotografías. En su equipo había no solamente cargadores y otros peones que
fueron utilizados como “escala humana” en determinadas tomas, sino fotógrafos y
personas que preparaban los negativos y hacían trabajos en el cuarto oscuro.
Incluso varios autores, al igual que Charnay, lo
hicieron en diversas ocasiones (Davis, 1981, p. i),
se hicieron retratar en las escenas que los registraron, junto al cuarto oscuro
portátil, encima de los vestigios arqueológicos o transportando el equipo
fotográfico (Taft, 1964, pp. 296, 305). Es por ello
que, en lugar de recibir pasivamente la idea del fotógrafo solitario, debemos
analizar la existencia de firmas fotográficas para el análisis de las
relaciones sociales.
Más allá de lo escrito por Charnay
y lo que recientemente se ha recuperado sobre cómo estaban conformadas las
expediciones arqueológicas, existen evidencias gráficas publicadas en textos
para ilustrar las hazañas de los exploradores. Por ejemplo, en el grabado “Campement dans la forêt”, realizado a partir de una imagen atribuida a Charnay, un fotógrafo registró a otro fotógrafo y a un
explorador escribiendo sus notas, mientras que otros miembros de la expedición
realizan actividades para el mantenimiento del campamento. En tanto los
viajeros trabajan, el único miembro “no occidental” de la imagen aparece
plácidamente descansando sobre el tronco de un árbol (Charnay,
1885, p. 367).
Esa es la imagen que se nos ha presentado de casi todos
los viajeros como héroes vencedores de “cientos de dificultades físicas,
políticas, sociales y naturales. Sus hazañas pretenden ser un faro fiable de
veracidad y autenticidad”, convirtiendo “su aventura personal en una hazaña de
la humanidad civilizada; de la cultura occidental” (Pedro Robles, 2009, p.
210). Se podría plantear como hipótesis que la travesía de Charnay
no fue del todo excepcional en comparación con otros fotógrafos de la época, y
que su imagen de héroe, tal y como ha llegado hasta nuestros días, es producto
de una forma de presentarse, de la elaboración de su pluma acorde a los valores
de la época.
Esta imagen ha sido reproducida sin que hasta el momento
se haya cuestionado si las adversidades que el personaje relató fueron producto
de lo desorganizado de su viaje o meros recursos literarios. Sin embargo, en términos
de lo fotográfico, sí existe una singularidad en lo que respecta a su primer
viaje a nuestro país; esta originalidad consiste en que utilizó negativos de
gran tamaño para la realización de las fotografías (Esmeraldo,
2007, p. 86). Davis (1981) es enfático al señalar que fue únicamente entre 1857
y 1860 que utilizó placas tan grandes: una cámara con negativos de 36 × 45 centímetros.
De acuerdo con lo publicado en su página, el Museo Quai Branly resguarda la mayoría
de los negativos de Charnay realizados en su primer
viaje, por ello nos enteramos que en efecto la mayoría de los negativos son de
36 × 45 centímetros, pero que
también existen negativos con dimensiones más pequeñas de 30 × 40 y de 30 × 42
centímetros.[7]
Se puede decir que fue el gran tamaño de los negativos lo
que originaba verdaderos problemas al usar el colodión húmedo. “Como el nombre
de este proceso fotográfico lo indica, estas placas debieron prepararse,
exponerse, revelarse y fijarse antes de que el disolvente (éter-alcohol) se
evaporara y el aglutinante de colodión se tornara impermeable a los líquidos
del procesado” (Valverde, 2012, p. 84). El propio Charnay
(1994, pp. 162-163) señala los inconvenientes de la técnica, enfatizando el
tamaño del negativo. En tanto que Esmeraldo anota que
estas dificultades fueron la razón por la que Charnay
no volvió a aventurarse con cámaras fotográficas tan grandes (Esmeraldo, 2007, p. 86).
Antes de proseguir, es necesario hacer un paréntesis para
tomar en cuenta la relación entre los negativos y las reproducciones positivas.
Si bien los tres productos fotográficos que realizó Désiré
Charnay en su primera estancia en México: 1) el Álbum fotográfico mexicano, 2) el álbum de tipos
populares y, 3) el álbum de Ciudades y ruinas americanas,
fueron realizados con una cámara que empleaba negativos de 36 × 45 centímetros;[8] debemos
recordar que todos los positivos fotográficos realizados por contacto con esos
negativos son de menor tamaño, pues al imprimir las copias positivas se hacía
una selección de la toma, sobre todo “para eliminar defectos de manufactura
evidentes en las orillas” (Bittencourt y Carrillo,
2014, p. 128).
Para sostener la hipótesis acerca de por qué Charnay utilizó una cámara tan grande, es fundamental esta
relación entre negativos y positivos.[9] También
se debe recordar que, de esos trabajos impresos originalmente en papel salado,
por lo menos en el caso de dos de los grupos, se hicieron reprografías
generando negativos más pequeños, con los que se imprimieron posteriormente
copias positivas a la albúmina. Por ejemplo, la fotografía “Puerta lateral de
San Francisco” en papel salado mide 30.4 × 42.7
centímetros, mientras que la albúmina que se imprimió con el nuevo negativo que
reprografió esa imagen, con el título “México.
Capilla protestante en San Francisco”, mide 12 × 16.8
cm.[10]
Casi todos los que hacen referencia al tema del tamaño de
las impresiones señalan que los positivos se hacían por contacto con los
negativos y que la diferencia de tamaños implicaba la reprografía para tener
nuevos negativos (Bittencourt y Carrillo, 2014, p.
122).[11]
Las dificultades de trabajar con placas de gran tamaño se
pueden medir en los resultados. Meses de trabajo y decenas de tomas produjeron
apenas medio centenar de fotografías, algunas de los cuales pudieron ser
publicables en el álbum Ciudades y ruinas (Jazzán-Dayán, 2017, p. 64) Compárese ese extraordinario
esfuerzo con el comentario que le merece a Charnay el
trabajo en la misma zona poco más de 20 años después, utilizando otra técnica y
otro tamaño de negativos: “Como viajo con mi aparato fotográfico provisto
siempre de placas secas, apenas tuve necesidad de media hora para sacar la
vista del cenote” (Charnay, 1978, p. 22).
Si era tal la dificultad, ¿por qué Charnay
utilizó ese tipo de negativos en 1857-1860? Existían opciones para escoger el
tipo de cámara y el tamaño de negativos. La mayoría de los fotógrafos de la
época sabía que lo más sensato era hacerlo con equipo que se pudiera
transportar con menos problemas. Con mayor razón debía predecirlo alguien que
proyectaba realizar un trabajo de registro en zonas de difícil acceso. Porque,
debemos recordar, la propuesta que hizo al Ministerio de Instrucción Pública
francés en 1857 consistía en un proyecto mucho más ambicioso que las
fotografías de México, pues pensaba realizar una travesía alrededor del mundo,
una especie de Tour du Monde fotográfico, lo cual
generó el interés del Ministerio (Mongne, 2001, pp.
14 y 19). ¿Por qué Charnay decidió hacerlo con
grandes placas que implicaba complejas operaciones de traslado y
sensibilización de los materiales?
Se presentan aquí tres hipótesis que no son excluyentes.
La primera es que, si desde el principio en verdad pensó hacer fotografías de
“gran formato” para el ambicioso proyecto científico, sin que hubiera una
correcta planeación al tamaño de esas pretensiones. Una segunda hipótesis, es
que, contrario a lo escrito y declarado por Charnay,
el explorador no buscaba tener testimonios de lo explorado, sino que planeó
crear imágenes fotográficas de gran formato para estremecer a quienes las
vieran y por ese medio construirse un prestigio como explorador. Y la tercera
hipótesis es que adoptó ese tamaño de placas para emular un trabajo realizado
por el húngaro Pál Rosti en
México en 1857, apenas unos meses antes de la llegada de Charnay.
Pál Rosti en México
Desde los inicios de la
fotografía, la importancia de mostrar evidencias “fidedignas” de las
exploraciones arqueológicas residía en el nuevo medio en sí, debido a que, como
el propio Charnay señala, las fotografías no son
creaciones de la imaginación de sus autores, sino “testigos” fieles de la
realidad. En términos contemporáneos se dice que son registros indiciales de un referente, huellas fisicoquímicas que
reflejan procesos concretos en un instante preciso. Desde la creación del
medio, la importancia de la fotografía consistía en generar imágenes que fueran
reflejo de lo que encuadraba la máquina, “un lápiz de la naturaleza”, pues era
“la luz la que pintaba los objetos en el fondo de la cámara” y no la
subjetividad de un artista. Si bien es importante el tamaño de las placas,
pues, de manera general, a mayor tamaño más información, es el proceso
fotográfico en sí el que cumplía con el papel de crear imágenes fieles… de la
realidad.
Otra cosa es el impacto visual que generan las
impresiones fotográficas en gran formato. Incluso hoy día, en este mundo con
millones de imágenes, las grandes fotografías creadas por diversos exploradores
(en el caso del México decimonónico: Pál Rosti, Désiré Charnay
y William Henry Jackson) resultan impresionantes.
No se han encontrado vestigios del equipo con el que los
tres “fotógrafos enviados del gobierno francés” Charnay,
Camus y Pinet planearon hacer su viaje alrededor del
mundo, para afirmar si en verdad se lanzaron a esa empresa sin los recursos
fotográficos necesarios. Antes de expresar una hipótesis sobre el particular se
hace necesario recobrar el trabajo fotográfico desarrollado en México en el año
1857 por el húngaro Pál Rosti,
ya que él y Désiré Charnay
estuvieron viviendo en la misma época en Nueva Orleans, aprendieron el trabajo
fotográfico en París en los mismos años y ambos coincidieron en México para
hacer fotografías (Jancsó, 2013, pp. 78-80).
Recuperemos algunos datos del trabajo fotográfico de Pál Rosti. Según sus biógrafos,
con el dominio de la práctica fotográfica, en 1856 Rosti
dijo que emprendería desde París un gran viaje, al “calco de la obra del gran
viajero alemán Alexander Humboldt”, expresando que la fotografía era el “medio
más eficaz para la divulgación de los conocimientos geográficos, las características
especiales de las distintas regiones, su flora, ruinas, edificios y ciudades
mediante imágenes fieles de los distintos paisajes y el clima” (Jancsó, 2013, p. 80) Así, partió hacia América y elaboró
registros fotográficos en Cuba y Venezuela, hasta su arribo a México en julio
de 1857, donde durante meses realizó su trabajo fotográfico, el cual
probablemente estaba bastante avanzado cuando en diciembre de ese año llegó Désiré Charnay a Veracruz,
coincidiendo ambos personajes en la capital del país por varios meses.[12]
Hace años Oliver Debroise
(1994, pp. 68-69) y Rosa Casanova (2005, p. 12) compararon las imágenes de
estos dos fotógrafos, destacando las características de cada uno.[13] Lo que
toca a este texto es mencionar un paralelismo mayor entre las estancias y
actividades de ambos personajes, pues lo más sorprendente es que el tamaño de
las placas que utilizó Charnay entre 1858 y 1860 son
idénticas a las que antes ya había utilizado Pál Rosti.
A partir de una observación de los positivos de papel
salado de Rosti, en los que no son perceptibles las
huellas que deja el uso de papel como negativo,[14] se
puede lanzar la hipótesis de que usó, como dicen sus biógrafos, “la técnica más
moderna de la época”, es decir, negativos de vidrio con emulsión de colodión.[15] El
tamaño de uno de los positivos que se encuentran en México es de 34 × 41 (Jazzán-Dayán, 2017,
pp. 32 y 72)[16] tamaño
similar a los de Charnay, por ejemplo “La cárcel en
Chichén Itzá” que mide 42.5 × 33.5
centímetros. Empero, existe un elemento de lo más inquietante, pues resulta
que, después del trabajo realizado en América, “no se conoce ninguna otra
fotografía de Rosti”. Sus biógrafos apuntan que eso
se debe probablemente a la pérdida de su posterior trabajo fotográfico, pero
cabría preguntarse ¿no se habrá desprendido de su equipo antes de salir de
México?, y en caso de que eso sucediera, ¿quién fue el beneficiario de ese
material?
En tanto se resuelven esos interrogantes, queda la
afirmación de quienes recuperan el trabajo del húngaro que sobrevive sin las
pretensiones de lo realizado por Charnay: “las
imágenes tomadas por Rosti son únicas y de muy alto
valor: en ninguno de los tres países [Cuba, Venezuela y México] se habían
tomado antes imágenes semejantes con meros objetivos científicos y
descriptivos” (Jancsó, 2013, p. 78).
Si la producción de Charnay no
era diferente a la que hizo Rosti,[17] ¿por
qué se le ha puesto tanta atención a la obra del francés? Además de la
longevidad de uno, su pertenencia a una potencia imperial y otros factores más,
una posible explicación reside en la difusión de la obra escrita del primero y
de la forma que Charnay escribió de sí mismo.
Las fotografías “científicas”
En cuanto a que el trabajo
fotográfico de Charnay tuviera una orientación
científica, ya Debroise (1994, p. 78) había señalado
que estos fotógrafos “no buscan tanto la precisión como el efecto, la
espectacularidad”. Por esta razón es que realizó la producción de objetos
fotográficos de grandes dimensiones con el fin de impresionar a los interesados
en estos temas y no documentos propios para la investigación de gabinete.
Aunque más allá de los propósitos, se puede avanzar en
los medios empleados. Para hacerlo se proponen dos temas que estuvieron
presentes en la discusión académica acerca de la investigación arqueológica. La
primera es la preocupación expresada por exploradores y elites académicas
acerca de la destrucción y deterioro de los espacios arqueológicos; la segunda
se refiere a las implicaciones de los procesos fotográficos para la
preservación del material que supuestamente se quiere rescatar.
A mediados del siglo XIX,
cuando diversos sectores se refirieron a las antigüedades que se encontraban
abandonadas en diferentes rincones del país, los comentarios a la pervivencia
de estos objetos señalaban que las antigüedades subsistían pese a los intentos
explícitos de los conquistadores españoles por destruirlos y pese al paso de
tres siglos y de las condiciones naturales en los que se encontraban. Con la
llegada de exploradores de diverso tipo, sus crónicas describieron a sus
competidores como destructores de los espacios y saqueadores de objetos. Se
hizo común que quienes llegaban a un sitio ya descrito por sus predecesores,
denunciaban en distintos tonos la “desaparición” de objetos y hasta edificios.
Se ha justificado que esto sucedió porque los
exploradores necesitaban llevarse a su país de origen evidencias de lo que
relataban. Recientemente se ha recuperado el problema de la arqueología del
siglo XIX consistente en “la transformación de las
ruinas de la antigüedad americana en evidencia científica”, señalando que tuvo
dos soluciones generales. Por un lado, llevarse a su país los vestigios,
“fragmentar las estelas, recortar los muros y mutilar las estatuas aparecían
como alternativas posibles siempre que se contara con los recursos para pagar
el trabajo de los peones y moverlas hasta un centro poblado, salvando los
impedimentos ligados a la infraestructura caminera” (Podgorny,
2008, pp. 578 y 581). Por el otro, se trataba de hacer representaciones de las
cosas que fueran aceptadas como reflejos fieles de las antigüedades. En muchas
ocasiones, ambas opciones generaron destrucción.
En su segunda exploración del volcán Popocatépetl, Charnay llamó ladrones y “tunantes” a los que se habían
apropiado de lo que consideraba “su” cementerio prehispánico (Charnay, 1884, pp. 283-284) pero deslizó un delicado
comentario acerca de la colosal figura de Izamal
descrita y dibujada por Stephens y Catherwood en
1841. Para 1881 esa escultura ya estaba “desaparecida”, como consecuencia de
los trabajos realizados para la elaboración de los grabados que los hicieron
mundialmente famosos (Catherwood, 1978, lámina XXV; Charnay, 1884, p. 376).
El actuar de Charnay no fue
diferente. Más allá de las pérdidas ocasionadas por sus labores de extracción y
exportación de piezas, la creación de sus fotografías también propició la
pérdida de piezas y estructuras que hoy sobreviven solamente en imagen, debido
a las prácticas que tenía para la obtención de sus fotografías. Dice este
aventurero sobre su proceder en el registro de una fachada y galería: “traté de
limpiarlas y de frotar los pilares con el fin de darles un color más
fotogénico, pero sin resultados; estuve, además obligado a limpiar todos los
objetos que quise fotografiar” (Charnay, 1994, p.
221). Oliver Debroise apunta algunas consecuencias de
este proceder. Esta operación realizada en Palenque “provocó la posterior caída
de la Torre del Palacio. Asimismo, movió algunas de las estelas labradas para
fotografiarlas en mejores condiciones de luz: al permanecer a la intemperie, el
dibujo se perdió y sólo se conserva en estas imágenes incompletas” (Debroise, 1989, pp. 8-9) En tanto que en Izamal, Charnay hace las
fotografías de la cabeza monumental de estuco de cuatro metros de alto, dicha
pieza, después de sobrevivir siglos, acabó destruida por las lluvias, después
del tratamiento y las labores del fotógrafo. No queda claro si es falta
absoluta de autocrítica, o la necesidad que tenía de continuar con el guion de
su actuar, pero en 1886 escribe al constatar los desplomes y derrumbes en las
construcciones: “El aspecto de esta pirámide ha cambiado mucho desde mi última
expedición ¡Cuánta mudanza en tan pocos años!” Señalando a los que considera
evidentes culpables de la destrucción: los habitantes de la ciudad (Charnay, 1978, p. 12).
La destrucción de espacios y objetos arqueológicos
también se puede documentar para el caso de Palenque. A pesar de los destrozos
realizados antes de su llegada, Luciano Castañeda había registrado en 1808
completo y en su lugar el llamado Tablero de la Cruz de Palenque (Farcy, 1927, p. 488). Luego, en 1832, el tablero ya había
sido fragmentado en tres. La parte izquierda fue la única que permaneció en su
sitio, la de la derecha fue trasladada a Estados Unidos pasando a formar parte
del Smithsonian Institute
en 1858, en tanto que la parte central también había sido desprendida, pero se
encontraba arrumbada en el suelo (Rau, 1882, pp.
154-155).
El tema se menciona aquí para abordar la cuestión de la
tan mencionada contribución científica de la fotografía realizada por Charnay. Irina Podgorny (2008) ha
planteado el tema de los distintos mecanismos para intentar resolver “un
problema de la arqueología del siglo XIX: la
transformación de las ruinas de la antigüedad americana en evidencia
científica”, citando a un personaje que, “en 1904, expresaba que la finalidad
de la arqueología era producir ‘antigüedades portátiles’, es decir planos,
fotografías y dibujos para referir los objetos a su lugar de origen” (p. 579).
Como se ha señalado, la importancia de las fotografías de Charnay,
de estas representaciones de los objetos, radica precisamente en sus
aportaciones a las investigaciones científicas.
Sobre este tema resulta que quienes han analizado las fotografías
de Charnay no han abordado su contribución al avance
de los conocimientos sobre las culturas que registraron. Falta, por ejemplo,
investigación acerca de la óptica usada por las cámaras fotográficas y sus
efectos en cómo se reproducen los referentes que registraban. Quienes han
mencionado que el equipo usado por el explorador modificaba la perspectiva de
los monumentos (Bittencourt y Carrillo, 2014, pp.
125-126), alabando las virtudes “artísticas” del resultado, niegan que ese
fuera el propósito, pues se persiste en repetir el objetivo científico que
perseguía, por eso se recupera una investigación de época en la que se usaron
las fotografías del explorador.
En el año de 1879, Charles Rau
realizó una investigación sobre la sección del llamado Tablero de la Cruz que
se encontraba en el Smithsonian, para lo cual
recopiló los trabajos escritos y las imágenes publicadas, entre ellas una
fotografía ejecutada por Charnay de la sección
central. Resulta interesante que en esa recuperación también salieron a relucir
las opiniones que cada nuevo explorador tenía de su antecesor en lo referente a
las imágenes y su posibilidad para la investigación arqueológica. De esta
forma, Stephens señaló que los dibujos de Catherwood
eran “más correctos en proporción, diseño y sombras que los de Dupaix, y que suministran más exacto material para
especulación y estudio”. Mientras que respecto a los dibujos de Waldeck se indicaba que el artista había mejorado las
figuras originales, por lo que poco servían a la arqueología.[18]
Lo más interesante es que Charles Rau
realizó un trabajo de gabinete teniendo todas las imágenes del tablero, es
decir, las realizadas por Ricardo Almendáriz y
Luciano Castañeda (bajo la dirección de Antonio del Río y Guillermo Dupaix, respectivamente), las de Waldeck
y Catherwood, así como la fotografía de Charnay. Asimismo, Rau había
obtenido copias fotográficas de la sección del tablero que se encontraba en el Smithsonian. Con todo ese material en su escritorio
formaliza varias aseveraciones, la más general es acerca de la diferencia entre
dibujo y fotografía, considerando que “el dibujante, por más hábil que sea, no
tiene la precisión del aparato fotográfico”. Y ya refiriéndose al Tablero de la
Cruz sentencia: “La fotografía de la losa de en medio hecha por Charnay era indudablemente la más semejante al original” (Rau, 1882, p. 161).
Era la más semejante, pero tenía evidentes problemas para
la investigación, por ello Rau tuvo que seguir
trabajando con todas las representaciones imagéticas
para realizar su trabajo. Esta situación no era de lo más reconfortante para
los usuarios de la fotografía. Después de los entusiastas inicios de la
aplicación de este medio como herramienta de arquitectos y arqueólogos, varios
de sus iniciales promotores expresaron las limitaciones de la fotografía y su
inferioridad frente al dibujo (Scharf, 2001, p. 105).
Particularmente Waldeck escribió un texto con este
contenido, referido específicamente a las fotografías de Charnay,
tomando como ejemplo precisamente la parte central del Tablero de la Cruz,
realizando una reflexión general acerca del medio.[19]
Rau reconoció que la fotografía del tablero de la Cruz tenía problemas para
usarla en su investigación. No era clara y se encontraba desvanecida, por lo
que las figuras representadas eran sumamente difíciles de distinguir (Rau, 1882, pp. 161-162). Resulta sintomático que cuando
Charles Rau trata de justificar a Charnay,
cite el texto de Ciudades y ruinas en donde el
francés refiere los problemas que tuvo para la realización de las fotografías
en Palenque. Además de que sean justo esas condiciones de la realización de las
imágenes, las que Frédéric Waldeck
señala como criticables para una investigación seria.
Exagerando para darle color a su texto, Waldeck afirmó que “la cantidad de dificultades y peligros
no le habían permitido al Sr. Charnay quedarse más de
veinticuatro horas, por eso sus fotografías parecían haber sido tomadas de
pasada. Otros exploradores no retrocedieron ante estos obstáculos” y remata
señalando el tiempo que estuvieron en Palenque él y otros viajeros, “por mi
cuenta, no me he quedado ahí menos de dos años”.[20] Es
decir, la investigación arqueológica y la manufactura de representaciones
adecuadas de los objetos requería organizar expediciones que contaran con
tiempo suficiente para su realización satisfactoria. También se requería de
equipo fotográfico que generara imágenes apropiadas de las antigüedades. Por el
contrario, para hacer fotografías “artísticas” de gran formato, no había
necesidad más que de unos cuantos días y muchos indios que limpiaran el
terreno.
Reflexiones finales
Para cerrar este texto que
analiza lo escrito por Désiré Charnay,
resulta interesante recuperar una acusación que hizo este autor para justificar
los problemas en sus registros fotográficos en Palenque. En su texto más
conocido dice que uno de las dificultades para realizar sus fotografías se
debió a que los indios “no quisieron de ningún modo limpiar las hierbas que
cubrían el friso de la fachada, tampoco cortar los árboles que estorbaban y que
escondían la mayor parte de los detalles. Tenían miedo, decían, de ver el
edificio derrumbarse bajo sus pies” (Charnay, 1994,
p. 222). Si al Estado mexicano no le interesó preservar los vestigios
arqueológicos o no quería incomodar a los exploradores con reclamos, es
importante revalorar que Charnay y otros viajeros
similares tuvieron un freno en los pobladores locales, incluso cuando estos
eran presionados por las autoridades.
Existen evidencias de que ciertos sectores de las
poblaciones por las que Charnay cruzó o en las que se
asentó a la fuerza, no compartían sus puntos de vista ni objetivos. En Mitla,
al observar que algunas elevaciones del terreno podrían ser tumbas llenas de
“ricos tesoros científicos”, escribió que se esforzó “por realizar algunas
búsquedas, pero en vano; los indios no permiten tocar los viejos recuerdos de
sus ancestros. Hubiera necesitado el apoyo del gobierno, el cual la agitación y
la amenaza de un sitio me impidieron obtener.” En otra ocasión señala que
existe una actitud beligerante de los indios que vigilan “que ninguna mano
profana ataque” restos de su pasado. Charnay define
esta actitud, “como a todo lo que concierne a su pasado”, de “una supersticiosa
veneración”. Y señala que en su objetivo de “extraer los tesoros que encierran”
algunos sitios, requería del apoyo que no puede “obtener de un gobierno
desorganizado que no podía sostenerse a sí mismo”. En ese sentido se puede
decir que, lo que Charnay calificó de “actitud hostil
de los indios” (Charnay, 1994, pp. 117, 121 y 125),
fue lo que permitió la preservación de parte del patrimonio arqueológico.
Sin embargo, estas y otras actitudes de los locales
fueron calificadas por el explorador como la miseria moral de los mexicanos, y
dado que publicó Ciudades y ruinas americanas
cuando la intervención militar francesa contra nuestro país ya estaba en
marcha, el explorador exclamó sin tapujos: “México sólo puede aplaudir el éxito
y el desarrollo de la expedición francesa” (Charnay,
1994, p. 89). Esto porque en su narración los únicos que parecen ser
beneficiarios de su respeto o consideración son los sabios y estudiosos con
nobles intereses en su trabajo de exploración y descubrimientos.
La invisibilización, la
reproducción de los comentarios racistas y la naturalización de la humillación
de las personas por quienes se sentían superiores, sean estas las elites
mexicanas o los exploradores, ha sido parte de la construcción de las ciencias
sociales. Por eso resulta paradigmática la imagen de Charnay
“Pasaje de la cordillera” (véase imagen 1), ya que entre los que han analizado
el trabajo de Désiré Charnay,
pocos han comentado directamente la imagen o la justificación que dio el
explorador para montar a un semejante.[21]
En todo caso se ha ponderado el discurso de las molestias
que sufrió Charnay, el sentimiento desagradable donde
se mezcla un “profundo disgusto por la humillación que se impone a un ser de la
misma naturaleza que uno y que lo lleva, por así decirlo, sobre su lomo”. Con
todo, el explorador estuvo listo para justificar el uso de la montura, porque
era “un medio de locomoción muy usado en la montaña y que no posee ningún
atractivo”, y a que, a final de cuentas, para él, “el desdichado tiene tan poca
conciencia de su degradación, que uno termina por acostumbrarse” (Charnay, 1994, p. 251). Para evitar “acostumbrarnos” a las
imágenes de dominio y explotación de personas, se propone esta imagen de
“Paisaje de la cordillera” como la representación más adecuada de Désiré de Charnay y una forma de
reflexionar cómo se hacía la investigación de lo social en buena parte del
siglo XIX.
El uso de la fotografía como parte de las investigaciones
arqueológicas se planteó desde la presentación del daguerrotipo en 1839 y en
los años siguientes se hicieron registros empleando distintos procesos de
manufactura en diferentes partes del mundo. En el caso de México, el barón
Emmanuel von Friedrichsthal realizó los primeros
daguerrotipos de la zona maya en 1840 y tres años después John Lloyd Stephens y
Frederick Catherwood llevaron una cámara de
daguerrotipos durante su segundo viaje (Casanova y Debroise,
1989, pp. 24-25; Taracena y Sellen, 2006). Es muy
probable que entre esas primeras exploraciones y los registros que realizó Pál Rosti de Xochicalco en 1857,
se hayan producido otras indagaciones que usaron la fotografía como parte de
sus trabajos de registro, nuevas investigaciones son necesarias para rescatar
estos procesos e imágenes.
En ese contexto, Charnay no fue
propiamente un pionero; sin embargo, hasta el momento ha sido publicitado por
difusores de temas culturales (no académicos) como si este personaje no
solamente fuera un héroe de las exploraciones arqueológicas, sino el iniciador
de la fotografía en este campo en todo el mundo (Gómez, 2014; Grupo Salinas,
2018; Reyna, 2018). Charnay no fue el primero en
hacer este tipo de registros, no hizo su trabajo fotográfico en solitario, no
utilizó una técnica diferente a la empleada en la época y existe la hipótesis
razonable de que su trabajo buscó emular el realizado por Pál
Rosti. Quedan varios pendientes, entre ellos,
realizar un análisis de los procesos de manufactura usados en las fotografías
de Charnay y Rosti. Pero
para avanzar es pertinente romper con la idea que hemos venido cultivando
acerca de las labores de los exploradores y fotógrafos del pasado.
En el caso de Charnay, a pesar
de que no hemos querido verlo, las evidencias del trabajo colaborativo están
ahí presentes, por ello es necesario recuperar la información sobre los
viajeros decimonónicos que realizaron diversas actividades en México, por
ejemplo, poniendo atención no solamente en los “beneficios” que aportaron, sino
también en el patrimonio que se llevaron a sus lugares de origen. Puede suceder
que la información sea menos cuantiosa o que se encubran esos datos, o que
deliberadamente no se quiera poner atención a esos temas incómodos para no
empañar el buen nombre de grandes personajes que, se piensa, hicieron tanto por
la cultura en México. Dichos personajes se cobraron por adelantado los
supuestos servicios prestados. Viajaban muchas veces con recursos de sus
gobiernos, desarrollaban sus actividades con protección del gobierno mexicano y
sus representantes locales, se aprovechaban del trabajo, explotaban física y
económicamente a la población local, se llevaban piezas históricas y las
vendían a buen precio. Y, a pesar de ello, es impresionante que estos relatos
casi épicos sigan siendo atractivos como historias de sufridos personajes, de
héroes desinteresados en la creación de imágenes en beneficio de la humanidad.
Lista de referencias
Acevedo, E. (1995). El legado artístico de un imperio
efímero. Maximiliano en México, 1864-1867. En Testimonios
artísticos de un episodio fugaz, 1864-1867 (pp. 33-193). México: Museo
Nacional de Arte/Patronato del Museo Nacional de Arte/Instituto Nacional de
Bellas Artes.
Bernal, I. (1992). Historia de la
arqueología en México. México: Editorial Porrúa.
Bittencourt, J. y Carrillo, P. (2014). A través del lente del explorador: una
aproximación al álbum fotográfico Ciudades y ruinas
americanas, de Désiré Charnay.
Boletín de Monumentos Históricos, tercera época
(31), 116-131.
Casanova, R. (2005). De vistas y retratos: la
construcción de un repertorio fotográfico en México, 1839-1890. En Imaginarios y fotografía en México 1839-1970 (pp. 3-57).
Barcelona: CONACULTA/INAH/Lunwerg.
Casanova, R. y Debroise, O.
(1989). Sobre la superficie bruñida de un espejo.
México: Fondo de Cultura Económica.
Catherwood, F. (1978). Visión del mundo maya 1844.
México: Cartón y Papel de México.
Charnay, D. (1884). Mis descubrimientos en México y en la América Central. En América pintoresca: descripción de viajes al nuevo continente
por los más modernos exploradores. Carlos Wiener, doctor Crevaux,
D. Charnay, etc., etc. (pp. 275-476)
Barcelona: Montaner y Simon.
Charnay, D. (1885). Les Anciennes Villes du Nouveau Monde, Voyages d’Explorations au Mexique et dans
l’Amérique Centrale.
1857-1882. París: Hachette.
Charnay, D. (1978). Viaje a Yucatán a fines de 1886.
México: Fondo Editorial de Yucatán.
Charnay, D. (1994). Ciudades y
ruinas americanas: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal. México:
Dirección General de Publicaciones-CONACULTA.
Davis, K. (1981). Désiré Charnay,
expeditionary photographer.
Albuquerque: University of New Mexico.
Debroise, O. (1989). Claude Désiré Charnay. México: Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes/Instituto Nacional de Bellas Artes/Centro Cultural Santo Domingo.
Debroise, O. (1994). Fuga mexicana. México: CONACULTA.
Esmeraldo, S. (2007). Techniques photographiques
de Désiré Charnay: les negatifs au collodion.
En Le Yucatán est ailleurs, expéditions phothographiques (1857-1886) de
Désiré Charnay (pp.
86-88). París: Musée du quai
Branly-Actes Sud.
Farcy, C. (1927). Discurso preliminar histórico. 1834. Anales
del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, V(119), 485-498.
Gallegos, J. (1999). Dos visitas a México, ¿un solo país?
La mirada en dos libros de Charnay. En Los pueblos indios y el parteaguas de la independencia de México
(pp. 269-316). México: Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM.
Gómez, J. (2014). Las vírgenes de Charnay.
Forasterongt. Recuperado
de https://forasterongt.wordpress.com/2014/07/03/colodion-charnay/
Grupo Salinas (2018). Claude Désiré Charnay. Arte &
Cultura. Recuperado de http://www.arteyculturags.org/2018/04/14/claude-desire-charnay-2/
Jancsó, K. (2013). Húngaros en los trópicos. Rosti Pál y otros viajeros en el Caribe y en América Central en la
segunda parte del siglo XIX. En Acta hispánica XVIII
(pp. 73-82). Szeged: Departamento de Estudios Hispánicos-Universidad de Szeged.
Jazzán-Dayán, S. (2017). La mirada artística de la modernidad. Alfred Briquet en México. En G. Leroy y
S. Jazzán-Dayán. Alfred Briquet 1833-1926 (pp. 14-73). México: Museo
Nacional de Arte.
Los grandes fotógrafos (17 de marzo de 2017).
Claude-Joseph Désiré Charnay
(1828-1915). [Blog spot]. Recuperado de
http://losgrandesfotografos.blogspot.mx/2017/03/claude-joseph-desire-charnay-1828-1915.html
Martínez, J. (2019). Las mestizas yucatecas en la obra de
Désiré Charnay: 1860-1882.
En Fotógrafos extranjeros, mujeres mexicanas. En
proceso.
Mongne, P. (2001). Désiré Charnay:
Explorateur, archéologue, photographe et écrivain. En D. Charnay, Voyage au Mexique
1858-1861 (pp. 13-55). París: Ginkgo Éditeur.
Mongne, P. (2009). El sendero iconográfico. La imagen de las Américas
popularizada: dos ejemplos mesoamericanos. En F. Pino-Díaz, P. Riviale y J. Villarías-Robles
(eds.) Entre textos e imágenes. Representaciones
antropológicas de la América indígena (pp. 193-199). Madrid: Consejo
Superior de Investigaciones Científicas.
Ochoa, L. (1994). Prólogo. Pasajes amargos. En D. Charnay. Ciudades y ruinas americanas:
Mitla, Palenque, Izamal, Chichén
Itzá, Uxmal (pp. 11-27). México: Dirección
General de Publicaciones-CONACULTA.
Odena, L. (1988). La fotografía. En C. García y M. Valle (coords.),
La antropología en México. Panorama histórico. T.
6. (pp. 611-634). México: INAH (Colección
Biblioteca del INAH).
Pedro Robles, A. E. de (2009). Viajeros, selva, ciudades
pérdidas e ídolos feos. Antigüedades americanas en el pensamiento americanista
europeo del siglo XIX. Indiana,
26, 209-232. doi:
http://dx.doi.org/10.18441/ind.v26i0.209-232
Podgorny, I. (2008). Antigüedades portátiles: transportes, ruinas y comunicaciones
en la arqueología del siglo XIX. História, Ciências, Saúde – Manguinhos, 15(3),
577-595.
Rau, Ch. (1882). Tablero del Palenque en el Museo Nacional de los Estados Unidos.
Anales del Museo Nacional de México, II(2), 131-203.
Reyna, C. (24 de octubre de 2018). Désiré
Charnay: incansable explorador. Gatopardo.
Recuperado de https://gatopardo.com/cultura/desire-charnay/
Rodríguez, J. (2007). Ciudades y ruinas americanas: la
versión nacional. Alquimia, 31, 22-23.
Scharf, A. (2001). Arte y fotografía. Madrid: Alianza
Editorial.
Schávelzon, D. (2003). La Comisión Científica Francesa a México (1864-1867) y el
inicio de la arqueología en América. Pacarina, Arqueología y Etnografía Americana, año III(3), 313-322.
Taft, R. (1964). Photography and the American scene:
A social history, 1839-1889. Nueva York: Dover
Publications.
Taracena, A. y Sellen, A. (2006). Emanuel von Friedrichsthal:
su viaje a América y el debate sobre el origen de la civilización maya. Península, I(2), 49-67.
Valverde, F. (2012). Désiré Charnay: vista panorámica de la Ciudad de México. Alquimia, 44, 83-85.
Otras fuentes
Archivos
Archivo Fotográfico Manuel Toussaint
del Instituto de Investigaciones Estéticas-Universidad Nacional Autónoma de
México, México.
Fototeca Nacional, SINAFO-Instituto
Nacional de Antropología e Historia, México.
Fundación Cultural Televisa, México.
Mapoteca Manuel Orozco y Berra, Secretaría de
Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, México.
Imagen 1. [Grabado de Ch. Barrant
S. (atribuido)]. En Charnay (1885, p. 433).
[1] Como lo señalan diversos especialistas en temas de arqueología mexicana,
con Charnay “aparece un importante elemento técnico
nuevo: la cámara fotográfica” (Bernal, 1992, p. 113; Bittencourt
y Carrillo, 2014, pp. 117 y 124; Davis, 1981, p. 16; Esmeraldo,
2007; Odena, 1988; Schávelzon,
2003).
[2] Otros textos hacen referencia a la lista de materiales con los que, en la misma
época, distintos fotógrafos realizaban sus tomas en exteriores (Taft, 1964, p. 309).
[3] Charnay (1994, pp. 145 y 222) cita el
escrito por Monckhoven: A
popular treatise on photography also a description of, and remarks on, the stereoscope
and photographic optics,
etc. etc.
[4] Sería muy interesante encontrar otras expediciones fotográficas de la época
del colodión húmedo realizadas en exteriores en las que sus protagonistas
pudieran fabricar con éxito sus componentes en espacios no urbanizados, incluso
de los países europeos. Charnay (1994, p. 145)
refiere que un alivio a sus problemas se debió a que un amigo acababa de
recibir de Francia algunos de los productos que necesitaba.
[5] Charnay (1994, pp. 191, 192-193). Charnay se enfrentó al calor que deforma la cámara y el
chasis en madera, a la arena, al polvo y a los insectos que se adhieren a la
imagen (Odena, 1988, p. 615; Esmeraldo,
2007, p. 86). Por falta de espacio no se hace referencia aquí a otros autores
que escriben sobre diversos temas de la fotografía, en los que se reproducen
todas las quejas de Charnay y alaban la heroicidad
del personaje.
[6] Actualmente se encuentran en curso algunas investigaciones en torno a la
obra de Charnay, las cuales plantean nuevas
interpretaciones a través del contraste de lo expuesto por el francés e
información de archivo y otros documentos, como la propia fotografía. Ejemplos
de lo anterior son la investigación de Adam Sellen, presentada en el ciclo de
conferencias Viajeros e Intelectuales en el Área Maya durante el Siglo XIX,
realizado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM del 27 al 29 de noviembre de 2017 y en Martínez
(2018).
[7] Además de la presencia de otra cámara, existen otras dos posibles
explicaciones no excluyentes para esta situación: la primera es que esos
negativos más pequeños se adaptaran al chasis de la cámara y, la otra, que
tiene una confirmación en la ficha del supuesto negativo original de “La Cárcel
en Chichén Itzá”, es que se trata de negativos copia realizados en fechas
posteriores al primer viaje, aunque esto no se indique en la página del Museo Quai Branly. Véase Museo Quai Branly-Jacques Chirac.
Colecciones. Désiré Charnay,
fotografías. En
http://www.quaibranly.fr/fr/explorer-les-collections/base/Work/action/list/?orderby=null
&order=desc&category=oeuvres&tx_mqbcollection_explorer%5Bquery%5D%5Btype%5D=icono
&tx_mqbcollection_explorer%5Bquery%5D%5Bclassification%5D=&tx_mqbcollection_explo
rer%5Bquery%5D%5Bexemplaire%5D=&filters[]=D%C3%A9sir%C3%A9%20Charnay%7C1%7C
[8] Charnay (1994, p. 162); Davis (1981, p.
142); Valverde (2012, p. 84). Se indica que 43 “de las fotografías del álbum
[de Ciudades y ruinas americanas] se produjeron a
partir de negativos de vidrio y cinco a partir de negativos de papel” (Bittencourt y Carrillo, 2014, p. 128; Esmeraldo,
2007, p. 86).
[9] Negativos de 36 × 45 centímetros y
positivos más pequeños. A modo de ejemplos, diremos que la fotografía más
grande de la llamada “La vista de la ciudad de México”, realizada con cinco
tomas independientes que al unirse crean el panorama de la ciudad, mide
41 × 29.9 centímetros. Distrito
Federal. Varilla OYBDF02-780-OYB-725. Secretaría de Agricultura, Ganadería,
Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, México.
Mientras que del álbum de 46 láminas con 48 fotografías denominado Ciudades y ruinas americanas, la fotografía “La cárcel en
Chichén Itzá” mide 42.5 × 33.5 centímetros.
Monumentos arqueológicos S.A.G., L3-A3-5, 12932. Secretaría de Agricultura,
Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, Mapoteca Manuel Orozco y
Berra, México.
[10] “Puerta lateral de San Francisco”, Álbum Fotográfico Mexicano. CMICH13.
Fundación Cultural Televisa e IIe-unam,
México. Como ejemplo de esta práctica consistente tenemos que la fotografía de
la Mapoteca Orozco y Berra “La piedra de la cruz en Palenque”, la cual mide
40.2 × 25.3 centímetros, y la pieza
“La piedra de la cruz Palenque” que mide únicamente 22.6 × 14.9 centímetros. Monumentos arqueológicos S.A.G.,
L3-A3-5, 12945. Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y
Alimentación, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, México; y número de inventario
426294. Fototeca Nacional, México. Tema ya abordado por Casanova (2005, p. 22).
[11] Aunque existen otros puntos de vista. Al referir el menor tamaño de la “versión nacional” de Ciudades y ruinas, Rodríguez (2007) comenta que ya otros han señalado los procesos de reprografía, pero señala: “aunque también pudo invertir la lente de la ampliadora reduciendo de esta manera el formato de la imagen” (p. 22). Sin tomar en cuenta los testimonios de la época acerca de la dificultad de ese proceso dada la inexistencia de fuentes de luz constantes.
[12] En 1859, ya en Europa, Rosti imprimió por lo
menos cuatro álbumes fotográficos sobre América, exponiendo sus 47 piezas en
papel salado (entre ellas 32 de México) en los siguientes meses, en los que
provocó las elogiosas expresiones de los académicos (Jancsó,
2013, pp. 78-80).
[13] La comparación que se hizo entre ambos autores fue sobre los temas
(arquitectura colonial, instalaciones industriales y las arqueológicas, etc.),
los recursos formales y la composición de las imágenes; lo que llevó a Debroise a concluir que Rosti
evitaba el pintoresquismo y su serie, aunque menor a la de Charnay
“revela un punto de vista más moderno y un rango temático más amplio” (Debroise, 1994, p. 69). No emitieron opiniones acerca de
los objetos fotográficos porque las afirmaciones acerca de las imágenes de Rosti se hicieron a partir de reproducciones impresas a
fines del siglo XX y no con la consulta de los
objetos fotográficos.
[14] Agradezco a las restauradoras perito de la Fototeca Nacional, Berenice
Valencia y Daniela Carreón, compartir conmigo sus conocimientos y la
información obtenida, resultado de la consulta directa de los materiales en el
acervo de Budapest.
[15] Jancsó confunde el proceso fotográfico utilizado por Rosti, pues afirma que sus positivos son albúminas y llega
a especular que para las tomas fotográficas “utilizó el proceso del papel
encerado inventado por Le Grey” (Jancsó, 2013, p.
78).
[16] Las fotografías que se encuentran en Budapest, véase en:
http://opac3.mnm.mon
guz.hu/en_GB/online-collection/-/results/540312e5-42be-46f8-8183-5da31d403d55/solr#display
Result
[17] En términos temáticos, la diferencia entre Charnay
y Rosti es que el francés realizó en su primer viaje
un álbum de tipos populares. En sus publicaciones posteriores, Charnay incorporó fotografías de tipos populares e
indígenas realizadas por otros fotógrafos como Cruces y Campa, Huertas y Cía. y
Teoberto Maler (Charnay, 1884, pp. 272, 273 y 356; Charnay,
1885, pp. 31, 33, 35, 77, 233 y 441). Estas fotografías casi siempre se
han atribuido a Charnay por la simple razón de que
aparecen en sus publicaciones.
[18] Waldeck, “tan buen dibujante como mal
arqueólogo” (Farcy, 1927, p. 492). “Aunque el mérito
de estos dibujos es digno del más alto aprecio, despiertan en el ánimo del
observador algunas dudas sobre su absoluta semejanza con los objetos que
representan” (Rau, 1882, p. 143).
[19] Apunta Waldeck: La ventaja de la aplicación de la
fotografía a la arqueología residía en la velocidad con la que se obtienen las
impresiones fotográficas y su perfecta precisión, pero siempre será inferior en
la fotografía comparada con otras artes gráficas, porque es impropia para
reproducir los colores y los detalles. F. de Waldeck,
Les antiquités mexicaines
et la photographie. Le Trait D’Union, 19 de abril
de 1862, pp. 3-4. Debroise (1994, p. 80) refiere este
texto de Waldeck y Esther Acevedo (1995, p. 162) lo
recupera en el contexto más amplio sobre cómo “el uso de la fotografía amenazó
el poder de la litografía”.
[20] Y con la sentencia de que se trataba de un viaje de aventuras, desprovisto
de interés para la ciencia. F. de Waldeck. Les antiquités mexicaines et la photographie. Le Trait
D’Union, 19 de abril de 1862, pp. 3-4. Otros
autores señalan que Charnay no estuvo solamente 24
horas, sino nueve días en Palenque (Bittencourt y
Carrillo, 2014, p. 121).
[21] Davies (1981, pp. 182-183). Para uno de los biógrafos de Charnay, la imagen le remite únicamente a una idea que se
puede desarrollar dentro de lo que denomina un sendero iconográfico. Es decir,
una imagen (Mongne, 2009, pp. 193, 198 y 265).