10.18234/secuencia.v0i108.1731
Artículos
La forja del imperio ultramarino.
El sistema defensivo y la vida soldadesca en los presidios del Gran Caribe
en el siglo XVII: caso de la guarnición
de La Habana*
The Forge of the Ultramarine Empire. The Defensive
System and the Life of Soldiers
in the Presidios of the Greater
Caribbean in the Seventeenth Century: Case of the Garrison in La Havana
Rafal Reichert 1 .0000-0002-3462-8678
1Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de
Ciencias y Artes de Chiapas, México, rafal.reichert@unicach.mx
Resumen:
El siglo XVII, en el ámbito
de la historia colonial, se presenta como una época de constante lucha de la
corona española para conservar su predominante posición en Europa. Esta
situación tuvo sus repercusiones en las tierras americanas que, a partir de la
guerra con la Inglaterra isabelina, se convirtieron en la frontera imperial de
la monarquía hispana. Por eso, España creó un sistema defensivo contra la amenaza
extranjera. Con ello se emprendió un gran proyecto de construir y modificar
fortificaciones en las Indias, sobre todo en la región del Gran Caribe, donde
para mantenerlas se necesitaban recursos humanos y monetarios. En este
artículo, mediante historiografía y fuentes primarias de archivos de España y
México, se presenta el aspecto de la soldadesca española que sirvió en los
presidios grancaribeños. Se presentan los aspectos de
reclutamiento para las Indias, la vida cotidiana y, además, con el ejemplo de
La Habana, se analiza la precedencia originaria de los soldados indianos.
Palabras clave: Gran Caribe; guarniciones; La Habana; siglo XVII;
soldados.
Abstract:
The seventeenth century in the
field of colonial history is presented as a time of constant struggle of the
Spanish Crown to retain its predominant position in Europe. This situation had
its repercussions in the American lands that, since the war with Elizabethan
England, became the imperial frontier of the Spanish monarchy. That is why
Spain created a defensive system against the foreign threat. With this, a great
project was undertaken to build and modify fortifications in the Indies,
especially in the Greater Caribbean region, where human and monetary resources
were needed to maintain them. In this article, through historiography and
primary sources of archives of Spain and Mexico, the appearance of the Spanish
soldiery that served in the grancaribeños presidios is presented. The recruitment aspects for the
Indies are presented, the daily life and, with the example of Havana, the
original precedence of the Indian soldiers is analyzed.
Keywords: Greater Caribbean; garrisons; La Havana; seventeenth
century; soldiers.
Recibido: 23 de marzo de 2019 Aceptado: 26 de noviembre
de 2019
Publicado: 28 de julio de 2020
Las primeras incursiones de corsarios franceses al mare clausum hispano en
América, en la década de 1540, demostraron la frágil estructura defensiva de
las tierras ultramarinas, misma que, desde el descubrimiento, se basaba en las
huestes de conquistadores (varios de los cuales seguían las aventuras militares
que habían iniciado durante las guerras contra los moros) y en las milicias de
los colonos, a quienes, a partir de 1540, el rey de España Carlos I obligó a
que “tomasen las armas e hiciesen ejercicios militares organizados en
milicias”. Dos años después, el rey también exigió a las autoridades
virreinales que construyeran fortalezas en cada ciudad portuaria de la región
del Caribe, a costa de la Real Hacienda (Reichert,
2013, p. 8). Así comenzó la larga historia de las plazas militares y de los
soldados que servían en las fortificaciones de las Indias durante la época
colonial.
En este artículo se estudia, en primer lugar, la tropa
que durante el siglo XVII sirvió en las
guarniciones de los principales presidios caribeños, con un enfoque especial en
la vida soldadesca de las fortificaciones de La Habana durante los reinados de
Felipe III y Felipe IV, puerto que recibió gran apoyo de la corona debido a su
importancia en el sistema de navegación de la Carrera de Indias. Lo anterior
permitirá conocer con más detalle el servicio militar y sus condiciones, la
vida cotidiana de los militares, la procedencia de estos, y cómo evolucionó la
composición de los recursos humanos en las guarniciones indianas; en particular
se aportan datos que pueden enriquecer la historia militar de la América
colonial. Cabe decir que la elección temporal se hizo a propósito, ya que los
reyes mencionados pusieron en práctica políticas contrarias: Felipe III buscaba
la paz con sus opositores, mientras su hijo, Felipe IV, aconsejado por el
conde-duque de Olivares, se inclinó por la guerra y llevó al imperio español a
una fuerte crisis militar. En cuanto al espacio geográfico en el que se centra
la presente aportación, fue escogido debido a la enorme importancia de las
estrategias comerciales, navales y, por supuesto, militares que la corona puso
en práctica en el Caribe, las más relevantes desde el descubrimiento.
Efectivamente, en este mare clausum,
los españoles levantaron enormes castillos, baluartes y fuertes que a partir de
1586 formalizaron el sistema defensivo llamado las “Llaves del Caribe” o “las
Llaves del Nuevo Mundo”. Ese gran esfuerzo realizado por la corona en cuanto a
movilización de recursos humanos, económicos y de guerra dio como resultado la
seguridad de las flotas en la Carrera de Indias, y de las riquezas americanas
provenientes de los virreinatos del Perú y Nueva España.
La historiografía que trata sobre temas militares de Iberoamérica
es abundante, aunque las investigaciones más detalladas se centran en la época
de los Borbones españoles (Anderson, 1990; Andújar Castillo, 2004; García
Hurtado, 1999 y 2012; Kuethe, 1986; Kuethe y Marchena Fernández, 2005; Marchena Fernández,
1991; Serrano Álvarez, 2004 y 2006; Torres Sánchez, 2016); sin embargo, el
periodo de gobierno de la Casa de los Austrias ha sido menos atendido, y la
mayoría de los estudios los han desarrollado investigadores cuyo enfoque
principal se centra en el reclutamiento de los soldados en la metrópoli; en la
formación y vida cotidiana de las tropas peninsulares, además de la presencia
del ejército hispano en las posesiones europeas del imperio en Ceuta, Italia y
Flandes (Andújar Castillo, 1999; Contreras Gay, 1993-1994; García Hernán y Maffi, 2006; Martínez Ruiz, 2008; Parker, 1985; Rodríguez
Hernández, 2007, 2011, 2012 y 2013; Thompson, 1981 y 2003). En el caso de las
tierras americanas, entre los trabajos más significativos se encuentran los
efectuados por Juan Marchena, quien en sus publicaciones presentó aspectos de
organización, administración y desarrollo del ejército y de las milicias en las
Indias durante la época colonial; sin embargo, en sus obras trató solamente de
una manera general la vida cotidiana de los soldados y no se enfocó en un solo
punto de la defensa, el puerto de La Habana (Marchena Fernández, 1983a, 1983b,
1985 y 1992). También se encuentra alguna información sobre la soldadesca en la
obra de José Antonio Calderón Quijano (1996), quien inspeccionó de una manera
minuciosa las fortificaciones del Nuevo Mundo, enfocándose en el estudio de los
castillos, fuertes y baluartes que constituían el sistema español de las
Indias. Cabe señalar que se han realizado algunos estudios sobre el
reclutamiento y las tropas americanas como los de Carmen Gómez Pérez (1991,
1994), Alfredo Castillero (2011), Juan Eduardo Vargas Cariola (1987), Antonio
Rodríguez Ridao (2017), Hugo Contreras Cruces (2011),
Álvaro Jara (1971); estos tres últimos historiadores han investigado sobre el
ejército (tercio) de Chile y su participación en las guerras de Arauco. Por
otra parte, en su artículo “Las compañías de milicia y la defensa del istmo
centroamericano en el siglo XVII: el alistamiento
general de 1673”, Stephen Webre (1987) presenta el
estado de armas en Guatemala, con enfoque en su preparación y operatividad en
dicha entidad administrativa. Entre otros ejemplos, vale la pena mencionar la
aportación de Antonio Espino López (2000), quien en su texto “Las Indias y la
tratadística militar hispana de los siglos XVI y XVII” se dio a la labor de analizar la forma de hacer la
guerra de los hispanos en Nueva España, la cual, según él, siguió las pautas
marcadas por el Gran Capitán en las guerras de Italia. Su trabajo también es
interesante ya que estudia y compara tres tratados militares sobre el arte de
la guerra en América, escritos por García de Palacio, Vargas Machuca y Heredia
Estupiñán. En cambio, Paul Hoffman (1983) presenta algunos ejemplos sobre la
vida de la soldadesca en la región del Caribe, aunque su texto se enfoca
principalmente en el análisis de la estrategia defensiva de la corona española.
En cuanto al aspecto concreto de la soldadesca en La
Habana, no existen aportaciones que traten sobre el tema de forma directa, sino
que se menciona de manera general en los trabajos sobre la sociedad colonial de
la ciudad (García Abásolo, 2002; Sarmiento Ramírez y
Huerta Quintana, 2016) y en las contribuciones que se refieren a la vida
militar en el puerto; en concreto, el tema se menciona en cinco capítulos (X-XIV) del libro Llave del Nuevo
Mundo, de José Martín Félix de Arrate y Acosta (1949), historiador
cubano del siglo XVIII, el cual fue publicado por
primera vez en 1830, y en la obra de Tamara Blanes (1998), quien estudió detalladamente
el castillo de El Morro y también, entre otras cuestiones, presentó de manera
general la vida de la guarnición en dicha fortificación. Igual que los
artículos del destacado historiador cubano, Francisco Pérez Guzmán (1977, 1992,
1993), donde el historiador presenta la información sobre el sistema defensivo
cubano, con sus dinámicas de la construcción de fuertes, murallas y castillos,
además de su financiamiento. Cabe decir que en estas valiosas obras sobre la
historia militar de Cuba aparecen pocas menciones sobre la vida de los
soldados, su procedencia y reclutamiento. Finalmente, tampoco se puede olvidar
del manuscrito de Francisco Castillo (1986), La defensa de
la isla de Cuba en la segunda mitad del XVII,
donde el autor explica el funcionamiento del sistema defensivo cubano y además
señala algunos aspectos de la vida soldadesca en la isla y La Habana.
Por lo anterior, se considera sumamente importante
ampliar el conocimiento histórico sobre la vida militar en un enclave tan
importante para el sistema defensivo establecido por los Habsburgo en las
Indias, como fue La Habana. Para elaborar esta aportación se recurrió a la
historiografía existente, aunque fundamentalmente se basa en revisión
documental realizada en el Archivo General de Indias en Sevilla y en el Archivo
General de la Nación en la Ciudad de México.
SOBRE RECLUTAMIENTO Y VOLUMEN
DE LAS GUARNICIONES DEL GRAN CARIBE
Un factor sustancial para el buen
funcionamiento del sistema defensivo en las Indias fue el envío de soldados
desde la metrópoli y desde la propia América para reforzar las plazas militares
en la región del Gran Caribe. Para ese fin se realizaban levas de reclutas en
España, a través del sistema de concesiones o de comisión para los capitanes,
quienes recibían la bandera y una orden para dirigirse a un pueblo, comarca o
ciudad con el propósito de reclutar a su compañía, que después conduciría a las
Indias. Dicho régimen establecía las principales reglas para la leva, como el
sueldo, el armamento, la condición física, el estado civil, etc. (Marchena
Fernández, 1985, pp. 96-97). En los siglos XVI y XVII, las guarniciones indianas estaban conformadas en
su mayoría por oficiales y soldados peninsulares con experiencia en los
ejércitos imperiales de Flandes, y en raras ocasiones de Nápoles. Las levas se
realizaban en las regiones pobres de las Castillas, Extremadura y Andalucía,
aunque también en zonas urbanas, como ocurrió en las levas de Sevilla, Granada,
Córdoba y Madrid.1 La información más
precisa sobre las levas que se organizaban para el fortalecimiento de los
presidios americanos la aporta el manuscrito titulado Discurso
de mi vida desde que salí á
servir al Rey […], escrito por el capitán Alonso de
Contreras, quien entre 1616 y 1619 organizó reclutamientos en la Andalucía baja
(Marchena Fernández, 1985, p. 111). De hecho, este autor es el único que narró
la vida soldadesca de las tropas españolas durante la dinastía de los Austrias
en España porque la experimentó en su propia piel, y por ese motivo sus relatos
se consideran muy buena evidencia de la vida militar. Por otra parte, no puede
olvidarse que el vasto imperio americano en la época de los Austrias demandaba
recursos no solamente para el Gran Caribe, sino también para otras regiones
como la frontera norte novohispana, Filipinas, Perú, y especialmente para la
Capitanía General de Chile, donde desde el comienzo de la colonización llevada
a cabo por Pedro de Valdivia (entre los años 1540 y 1553) se desarrolló una
guerra continua con los indios mapuches, quienes se resistieron a la dominación
española durante todo el periodo colonial (Contreras Cruces, 2011, pp.
443-444).
No se sabe exactamente cuántos individuos fueron enviados
desde la metrópoli para reforzar y mantener el sistema defensivo indiano en
todas las fronteras imperiales durante el periodo de la Casa de los Habsburgo
(1516-1700), pero se puede suponer que su volumen fue más elevado de lo que
señala Marchena en el caso de Andalucía, donde, según el historiador, desde la
década de 1590 hasta fines del siglo XVII se
enviaron alrededor de 5 000 infantes para socorrer las plazas militares
indianas. Esta cifra da un panorama sobre una región en la cual se reclutaba
entre 35 y el 40% del total de soldados. Cabe decir que, a lo largo del siglo XVII, cuando la corona se enfrentaba con fuertes olas de
incursiones europeas, se realizaron varios proyectos de reforzamiento de las
guarniciones americanas, como sucedió en el año 1681, cuando Carlos II aceptó
el plan de apoyo de los presidios grancaribeños con 1
500 reclutas provenientes de Andalucía, Extremadura y las islas Canarias, lo
que argumentó por las crecientes amenazas de Inglaterra, Holanda y Francia.
Para afrontar dicho desafío, se otorgó al capitán de infantería don Francisco
Guerra la concesión real del reclutamiento de soldados en varios lugares de las
provincias mencionadas.2 En su cálculo, Marchena
omitió dicha empresa, que se efectuó entre 1682, año en que se enviaron 800 hombres
en galeones de Tierra Firme y de la Armada de Barlovento, y 1685.3 Entre la gente que se
embarcó también se encontraban 30 niños y 46 mujeres, así como 29 familias que
se alistaron en las islas Canarias y que fueron remitidas a Cumaná en un navío
que salió junto con la flota. En una carta fechada el 28 de septiembre de 1684,
don Pedro de Oreytia, oficial de la Casa de
Contratación, informó que, además de los 800 reclutas que habían salido dos
años antes, en los navíos de la flota a cargo del general don Gonzalo Chacón se
enviaron 200 infantes para San Juan de Puerto Rico, 100 para Cumaná, 50 para
San Agustín de la Florida y 30 para La Habana. Sin embargo, según el informe
que escribió el capitán Francisco Guerra a principios del año 1685 para la Casa
de Contratación, todavía hacían falta 320 soldados, sobre todo en las plazas
militares de La Habana, donde se solicitaban 162 soldados, y de Santo Domingo,
donde se requerían 100 soldados más.4
Por lo anterior, se puede suponer que a lo largo del
siglo XVII el número de soldados enviados a las
Indias a través de las levas regulares o forzosas pudo ser el doble o el triple
de la cantidad base propuesta por Marchena. Este argumento se fortalece todavía
más al momento de revisar el estado de plazas que se solicitaba para mantener
los presidios grancaribeños. En esa situación, tan
sólo las guarniciones a las que el virreinato de Nueva España proporcionaba
situados, que eran San Agustín de Florida, La Habana, Santo Domingo y San Juan
de Puerto Rico (véase cuadro 1), requerían en la época de Felipe III
(1598-1621) de 1 197 soldados; por su parte, durante el reinado de Felipe IV
(1621-1665) estas necesidades aumentaron en más de 300 infantes, al demandarse
un total de 1 519 soldados para cubrir el número de la tropa en las mismas
guarniciones. Posteriormente, durante el reinado del último Habsburgo, Carlos II
(1665-1700), la cantidad de plazas para cubrir las necesidades operativas de
las guarniciones del Gran Caribe creció, y su máxima demanda fue de 1 797
oficiales y soldados en los años 1680 y 1690. Estos cálculos, efectuados con
base en las reales cédulas, demuestran la gran demanda de recursos humanos para
satisfacer la operatividad defensiva de España en las Indias. Sin embargo, los
números expresados en el cuadro 1 muestran un cálculo ideal ya que debe
reconocerse que las guarniciones, sobre todo las fronterizas, como por ejemplo
San Agustín de Florida, continuamente sufrían de recursos humanos
insuficientes, y en varias ocasiones el servicio militar se encargaba a jóvenes
sin experiencia, a ancianos y a inválidos de guerra. Por otra parte, no se
puede ocultar la existencia de deserciones, que fueron una plaga en los presidios,
y finalmente el caso de las plazas muertas, donde los sueldos se quedaban en
los bolsillos del gobernador y de la oficialidad de la guarnición.
Cuadro 1. Situados novohispanos para los presidios grancaribeños, según las reales cédulas, 1598-1700
Presidio |
Años
de aplicación, cantidad anual asignada y número de soldados |
|||||||
San
Agustín |
1598-1659 |
1660-1693 |
1694-1700 |
|||||
65
859 pesos |
67
155 pesos |
73
029 pesos |
||||||
300 |
314 |
344 |
||||||
La
Habana |
1598-1630 |
1631-1684 |
1685-1700 |
|||||
70
102 pesos |
105
399 pesos |
108
729 pesos |
||||||
409 |
617 |
639 |
||||||
Santo
Domingo |
1608-1630 |
1631-1671 |
1672-1683 |
1684-1700 |
||||
23
232 pesos |
41
000 pesos |
61
049 pesos |
70
311 pesos |
|||||
159 |
244 |
362 |
418 |
|||||
San
Juan |
1598-1637 |
1638-1655 |
1656-1700 |
|||||
47
364 pesos |
50
266 pesos |
67
300 pesos |
||||||
329 |
344 |
396 |
Fuente: Reichert (2013, p. 96).
Regresando a la polémica sobre los datos que aporta en su
texto Juan Marchena, cabe subrayar que en los ejemplos arriba expresados sobre
la demanda de recursos humanos para las guarniciones americanas solamente se
presenta el cálculo de las plazas bajo la jurisdicción del virreinato
novohispano. En este sentido, es importante insistir en que en este cálculo no
se incluyeron otras plazas militares que contaban con un importante número de
soldados como Araya, Cartagena de Indias, Portobelo-Chagres, Panamá, Campeche y
Veracruz, lo que puede sustentar la idea de que el volumen de las levas
realizadas tanto en Andalucía como en otras partes de la metrópoli superaba
significativamente el cálculo que presentó en su artículo el historiador
español.
Para fortalecer esta propuesta vale la pena invocar una
de las varias peticiones que a lo largo del siglo XVII
hicieron los virreyes de Nueva España para que les enviaran refuerzos en
soldados y armamento con el fin de aumentar la capacidad defensiva de los
presidios que dependían de dicho virreinato. En este caso concreto, el virrey,
el conde de Monclova, solicitó refuerzos al rey Carlos II para defender el
territorio de su jurisdicción. En respuesta a su llamado, se enviaron en la
flota de Nueva España, a cargo de don Joseph de Santillán, 592 infantes para
reforzar los presidios de Santo Domingo, San Agustín de la Florida, La Habana y
Maracaibo. Junto con ellos también llegaron algunos capitanes y alféreces
reformados de infantería, además de tenientes de caballería y artilleros,
especialmente para La Habana y Yucatán, y maestros de carpintería, calafatería
y albañilería para Santo Domingo y Puerto Rico.5
Por otro lado, las levas de soldados en la metrópoli eran
empresas difíciles, que en el siglo XVII
encontraban una coyuntura negativa debido a que para el reclutamiento se utilizaban
los métodos más expeditivos con el fin de abaratar las levas destinadas a los
ejércitos reales situados en todas las fronteras del vasto imperio español.
Además, la descentralización del reclutamiento y su cesión a los municipios y a
la nobleza provocó una disminución en la cantidad de reclutados, y sobre todo
una reducción en la eficacia de los soldados porque en las compañías levantadas
se mezclaban soldados voluntarios y veteranos con los reclutados a la fuerza,
quienes muchas veces eran “pescados” por sorpresa en burdeles, tabernas, casas
de juego o cárceles. Una vez realizadas las levas así, con precipitación, los
soldados eran enviados al puerto de embarque con destino a Italia o a los
presidios del norte de África y las Indias (Contreras Gay, 1993-1994, pp. 100 y
114).
Junto a lo anterior, es interesante mencionar que a
partir del siglo XVII también se realizaban
alistamientos de tropas en tierras ultramarinas. Un ejemplo de ello fue el
reclutamiento de soldados, o mejor dicho de individuos, ya que pocos de ellos
tenían experiencia militar, con el fin de formar un tercio mexicano que se
envió a Santiago de Cuba en octubre de 1657 para reforzar la operación de
recuperación de la isla de Jamaica. Con ello, por un costo de 19 473 pesos y
cuatro tomines, se alistaron y suministraron soldados de Nueva España, en
concreto de Puebla, ciudad de México, Veracruz y lugares cercanos, en cuatro
compañías, para socorrer en las islas de Barlovento a los capitanes don Luis
Bartolomé de Córdoba, don Joseph Reynoso, don Julio Henríquez y Julio López de
Figueredo. Estos soldados se agregaron al tercio mexicano que permaneció en
Veracruz desde el 21 de mayo hasta el 9 de octubre de 1657, día en que dicho
tercio se embarcó en cuatro bajeles a cargo del sargento mayor don Álvaro de
Larraspuru.6 Como mencionó en su
memoria el virrey duque de Alburquerque, en la ciudad de México se alistaron
400 hombres, y en Puebla y Veracruz otros 200 individuos, quienes llegaron a
Santiago de Cuba el 18 de octubre de 1657. Según el gobernador de Santiago de
Cuba, don Pedro de Bayona Villanueva, el problema con estos reclutas consistía
en que en su mayoría eran milicianos, pero también indios, mulatos y negros,
mal entrenados y mal equipados, por lo que el intento de recuperar Jamaica
terminó en desastre, con la derrota en la batalla del río Nuevo, donde las
tropas españolas fueron casi aniquiladas por los ingleses (Reichert,
2009, pp. 23-24). Sin embargo, algo importante que reflejó esta fracasada
acción fue que, en momentos críticos, cuando estaba en peligro su seguridad, la
corona tomaba la decisión de utilizar cualquier recurso humano con el fin de
detener la amenaza extranjera.
Finalmente, cabe decir que los reclutas novohispanos se destinaban
a las defensas tanto en el Gran Caribe, como en los presidios del norte y de
Filipinas. También en el virreinato peruano se organizaron levas, sobre todo en
las regiones de Nazca, Paracas y Cuzco, para enviar los soldados reclutados a
la frontera del Bío-Bío en la Capitanía General de Chile. A esos voluntarios,
en ocasiones, se agregaban delincuentes con delitos comunes de Lima y El Callao
para que cumplieran sus penas haciendo un servicio militar de dos a cuatro años
con goce de sueldo (Contreras Cruces, 2011, p. 3).
SOBRE LA FALTA DE DINERO
Y LA DURA VIDA SOLDADESCA
Un gran problema que tuvieron que
superar las autoridades coloniales de las plazas militares en todo el
territorio de las Indias fue la falta de recursos monetarios para pagar los
sueldos de los soldados que servían en sus fortificaciones. Dicha dificultad
fue una constante a lo largo del periodo colonial y afectó al sistema defensivo
de las Indias desde el momento de su creación, el 15 de noviembre de 1570. En
ese año, el rey Felipe II, al observar las necesidades económicas de los
presidios fronterizos, dio la orden de que los ricos virreinatos de Nueva
España y del Perú socorrieran a dichos puntos defensivos tanto con dinero como
con otros recursos (Hoffman, 1980, p. 146). Ese sistema, que consistía en
mantener las plazas militares con financiamiento externo, se denominó
“situado”, y en los siglos XVII y XVIII se convirtió en ramo significante de dinero para
los lugares poco desarrollados económicamente como las islas del Gran Caribe,
Florida, Panamá, Chile y Filipinas.
Al estudiar los situados, se puede afirmar que la raíz de
los retrasos en los pagos se encontraba principalmente en cuatro causas:
1. La falta de recursos en la caja matriz de Nueva España
y el Perú.
2. Los problemas de su transporte por los altos costos de
flete y la falta de embarcaciones.
3. Los fraudes que hacían los proveedores del situado y
los gobernadores, quienes aprovechaban su acceso al dinero de los situados para
hacer ganancias propias.
4. Las pérdidas durante el viaje por accidentes marítimos
y acciones piráticas.
Efectivamente, los retrasos en los envíos dieron lugar,
en algunas ocasiones, a sublevaciones de la tropa, deserciones, miseria,
“desnudez”, hambre y mortandad (Serrano Álvarez, 2004, p. 74). Por ejemplo, a
principios del año 1641 el virrey, conde de Salvatierra, en una carta al rey
explicaba, con base en una queja del proveedor de los situados para Santo
Domingo, el capitán Lorenzo de Soto, que “a dos años y medio […], los situados
que con gran costo de su majestad y muchas diligencias de él no han llegado de
lo que se debe para los soldados de los años de 1638 y 1639 ya que el retraso
monta 158 760 pesos”;7 afirmaba también que los
preparativos para realizar el envío en la siguiente flota no se habían podido
hacer por falta de recursos de la Real Hacienda novohispana. El virrey, al
observar el estado de emergencia provocado por el retraso de los situados, reunió
a los oficiales de la Caja Real de México y a los miembros de la audiencia para
elaborar un informe financiero de la situación de las islas y puertos de
Barlovento en relación con los situados. En ese informe, el conde de
Salvatierra explicaba que, debido a la exigencia de recursos por parte del rey
Felipe IV para el tesoro de la metrópoli, requería “grandes empeños”, los
cuales la Caja Real de la ciudad de México hacía, pero no se podía contar con
recursos suficientes para pagar los situados al mismo tiempo.8 Mientras tanto, para
sobrevivir, el gobernador de Santo Domingo, Juan Bitrián
de Viamonte y Navarra, se vio obligado a pedir varios préstamos monetarios a
los comerciantes de Santo Domingo entre los años 1638 y 1640, además de que
permitió a los soldados que hicieran compras a crédito en las tiendas. Estos
movimientos llevaron a acumular un adeudo de la real caja de 41 884 pesos,9 casi una tercera parte de
lo que se debía a los soldados por su servicio.
La correspondencia de los gobernadores y otras
autoridades de las plazas militares del Gran Caribe contiene muchas quejas y
descripciones lastimosas sobre el sufrimiento y la miseria de las tropas por
falta de dinero. Cabe señalar que estas dramáticas descripciones también
servían como medio de presión para conseguir mayores recursos en tiempos más
cortos. Un ejemplo ilustrativo es el del oficial real de Puerto Rico, el
capitán Juan de Haro, quien mencionaba que “los empeños con los mercaderes, que
proporcionaban ropa, calzados y otros útiles para los soldados, llegó a tal
grado que las pagas se las hacían ante los cajeros de las tiendas que les
habían dado créditos, los cuales las incautaban íntegras” (Vila Vilar, 1974, p.
185). Asimismo, en una relación de 1644 López de Haro, obispo de San Juan,
mencionaba: “hace siete años que no llega [el situado], y si no fuera porque el
Gobernador los viste y socorre [a los soldados] con mercadería que llegan
fiadas, anduvieran desnudos o se hubieran huido a la espesura del bosque y
vuelto cimarrones que así llaman en esta tierra a los fugitivos” (Vila Vilar,
1974). Sin embargo, en el caso de Puerto Rico, en las cuentas de los años
treinta y cuarenta del siglo XVII se observa que
los retrasos sí llegaron a pagarse, aunque en sumas parciales y con muchos
retrasos. Por ejemplo, para cubrir la deuda del año 1634 se realizaron cinco
entregas entre los años 1636 y 1641 (Sluiter, 1998,
p. 191). Al parecer ningún situado atrasado dejó de cubrirse, aunque fuera en
una parte.
En cuanto a los retrasos de los situados para los
presidios de Puerto Rico y Santo Domingo, no hubo mejoras a pesar del cambio de
financiamiento de la Real Hacienda novohispana a la del Perú. Cuando las autoridades
de dichas plazas militares no obtenían sus situados desde Cartagena y Panamá,
buscaron compensarlos desde Nueva España, como ocurrió en 1667 cuando el
gobernador de Puerto Rico, Jerónimo de Velasco, pidió a la reina gobernadora
que se le traspasara el socorro a Nueva España, por lo que Mariana de Austria
escribió al virrey marqués de Mancera que:
[…] debido a la importancia de aquel puerto y presidio, y
lo mucho que conviene tenerlo con la defensa necesaria para que por falta de
ella no suceda algún accidente que después no pueda remediarse, procuréis
socorrer al presidio de Puerto Rico con la pólvora y demás municiones que os ha
pedido el gobernador pues vos conocéis su importancia y los riesgos que podrían
resultar si los enemigos lograsen algún contra tiempo por entender si allá
desprevenido de las armas y municiones necesarias queda la plaza; y por
despacho de la foja de este envío a mandar al presidente del Panamá [que] acuda
puntualmente con el situado que le toca pues es tan importante; y al gobernador
se le envían duplicados de las fojas para que lo tenga entendido y para que
pueda hacer socorro.10
Para el cumplimiento de dicha orden, en 1668 el virrey
novohispano mandó como socorro para San Juan de Puerto Rico 86 quintales de
pólvora embarcada en la Armada de Barlovento.11
Por otra parte, San Agustín de la Florida también sufría retrasos y en varias
ocasiones los capitanes de la guarnición se vieron obligados a pedir dinero a
sus propios comerciantes, como sucedió en el año 1645, cuando don Pedro de
Valdespino entregó sus ahorros a la Caja Real de dicha ciudad por cuenta de una
parte del situado de 3 458 pesos y cinco tomines, dinero con el que se compró
harina, sebo y brea. En junio de 1646 cobró su dinero del situado que vino de
México.12 El lamentable estado del
presidio de San Agustín de la Florida se describe en una carta de don Nicolás
Ponce de León, sargento mayor de las provincias de la Florida, quien decía que:
aquel presidio esta con poca defensa, por ser fortificado
de madera y no haber efectos con que repararlas; que la artillería esta sin
cureñas y que aunque el Conde de Baños, envió en el año pasado de 1662 una
compañía, al pasar por La Habana se quedó el gobernador de aquella ciudad con
40 hombres, y los que llegaron eran de poco provecho por ser mestizos y de
pocas obligaciones conque en caso de invasión no habrá 100 hombres que puedan
tomar armas.13
Así pues, era muy común que, en la correspondencia entre
los gobernadores, el virrey y el rey se tocara el tema de los atrasos o la
entrega parcial de los situados. Los primeros se quejaban de la falta de
recursos para mantener en buen estado sus presidios y guarniciones, mientras
que los segundos argumentaban la falta de recursos de la Real Hacienda, aunque
de vez en cuando salieran remesas. Finalmente, el último no dejaba de pedir que
“fuese puntual la remisión de los situados para las plazas militares y gente de
guerra de ellas […], por lo mucho que convienen para la defensa y conservación
de aquellas plazas [que] se hallen con las asistencias necesarias para ocurrir
a cualquiera amenaza de enemigos”.14
Como se puede observar, la falta de dinero estaba a la
orden del día y las autoridades españolas que gobernaban en aquellas plazas
militares tuvieron que buscar alternativas para sostener a sus guarniciones. En
algunas ocasiones pedían préstamos, en otras se veían obligados a vender los
botines de guerra, como sucedió en enero de 1655, cuando tras el desalojo de
los bucaneros de la isla Tortuga la Real Caja de Santo Domingo obtuvo 1 661
pesos y tres reales “por tantos que lo valió y montó el precio en que se vendió
en la moneda una fragata llamada La Venturada que
remitió de la Tortuga el gobernador don Baltasar Calderón, la cual apresó a
ingleses”, dinero que sirvió para pagar los sueldos del situado atrasado.15
Finalmente, el monto de los sueldos de los soldados fue
otra de las preocupaciones que se lee en la correspondencia dirigida por los
gobernadores grancaribeños al monarca. Varias
propuestas de aumentar la paga mínima encontraron la negativa de los monarcas,
como en 1603, cuando el gobernador de Cuba, Pedro de Valdés, propuso que se
aumentara la paga de tres reales y medio a cuatro al día, petición a la que no
hizo caso Felipe III. Al parecer, el rey de España no estaba enterado de que
ese sueldo era insuficiente para que se mantuviera un soldado, que tenía que
asumir, además de los gastos corrientes, el costo de sus armas, ropa y calzado
(Marrero Artiles, 1975, p. 23). Esta grave situación económica de los soldados
fue común durante todo el siglo XVII, ya que en un
informe sobre los sueldos de El Morro de La Habana (1674) consta que la paga
mínima era de 88 reales al mes, por lo que la ganancia diaria equivalía a menos
de tres reales.16
La constante falta de recursos y el endeudamiento de los
soldados provocaba que se encontraran en un bajo nivel de moral y de ánimo, que
se quejaran, y que en varias ocasiones descuidaran el oficio militar para
dedicar su tiempo a la búsqueda de otras fuentes de mantenimiento, prestando
servicio como armeros, herreros, talabarteros, zapateros, sastres o bodegueros.
Por las razones señaladas, las defensas del Gran Caribe eran más vulnerables de
lo que se podía imAGInar, y tal situación de
descontento se reflejó en las tomas y saqueos de las ciudades portuarias
fortificadas, como ocurrió en Portobello y Panamá, tomadas por Henry Morgan
(1670-1671), en Veracruz, por el Lorencillo (1683), en Campeche, tomada por
varios piratas durante el siglo XVII, y finalmente
en Cartagena de Indias, ciudad tomada por el Barón de Pointis
(1697).
SOBRE LA VIDA SOLDADESCA
Y EL ORIGEN DE LOS SOLDADOS EN LA HABANA
Un problema que se mencionó
anteriormente fue la insuficiencia de recursos humanos para mantener una
defensa eficaz. En el caso de La Habana este problema comenzó a raíz de la
ampliación de las fortificaciones de la ciudad con los nuevos castillos de El
Morro y La Punta. En las cartas del gobernador cubano Pedro de Valdés
(1602-1608), este le expresaba claramente dicho problema al rey, al mencionarle
que los castillos, murallas, baluartes, navíos y piezas de artillería no eran
suficientes para la defensa de La Habana, y que para asegurar la ciudad era
necesario aumentar el personal con nuevos soldados y artilleros que defendieran
el puerto (Sarmiento Ramírez y Huerta Quintana, 2016, p. 108). En el mismo tono
mostraba su preocupación José Martín Félix de Arrate y Acosta:
Por el mismo tiempo que el cuidado y perspicacia de
nuestros Soberanos atendió con particular esmero a que se amplificasen las
fortificaciones de esta plaza con los castillos y defensas que se han referido,
iba también dotándola de cabos militares y de competente guarnición de gente
arreglada que la guardase y defendiese en las invasiones a que estaba expuesta,
porque sin esta providencia tan necesaria serían sus fortificaciones unos
cuerpos sin alma o unos esqueletos sin vida (Arrate y Acosta, 1949, p. 63).
De hecho, cada nuevo gobernador que llegaba a Cuba solía
llevar consigo una compañía para reforzar las fuerzas insulares. Pedro de
Valdés arribó a la isla con 200 soldados, los cuales incorporó a la defensa del
puerto. Asimismo, aprovechó su posición para reformar y mejorar el estado de
defensa del presidio habanero y desalojó a todos los soldados inútiles. Con ese
movimiento, la tropa se redujo a un total de 460 infantes y 30 artilleros
(Sarmiento Ramírez y Huerta Quintana, 2016, p. 109).
La rutina diaria de las guarniciones habaneras se
enfocaba en el mantenimiento de las fortificaciones y las armas y en el
suministro de alimentos. Por ejemplo, durante el gobierno ya mencionado de
Pedro de Valdés, los soldados participaban en los trabajos de limpieza de los
terraplenes o abrían trincheras para asegurar el buen estado de las fortificaciones.17 También los soldados
colaboraban en los trabajos de reconocimiento náutico y geográfico, como
sucedió en enero de 1608, cuando se entregaron seis libras de cuerda de arcabuz
a un cabo y cinco soldados para que “fueran en una chalupa y una canoa al
puerto de Matanzas para sondearlo”.18
Además, los soldados de guardia estaban obligados a informar sobre el
movimiento marítimo del puerto, dando aviso con un disparo cuando entraban o
salían flotas y barcos. Por otra parte, los oficiales y soldados participaban
activamente en la vida espiritual apoyando durante las celebraciones religiosas
como Corpus Cristi, Pascua, Navidad y la fiesta de los Reyes Magos. Durante
estas festividades ayudaban, por ejemplo, en las procesiones, como ocurrió el 9
de abril de 1605, cuando el condestable don Juan de Aguirre recibió 40 libras
de pólvora para cargar un sacre y una moyana, además de seis cámaras grandes de
bronce para que “se haga salva a la gloria de la resurrección del Sábado Santo
después de la misa mayor y fiesta”. Asimismo, también participaban en las
fiestas de los santos patronos del fuerte o castillo, como ocurrió en el caso
de El Morro, cuando el 5 de enero 1608 se repartieron entre la guarnición 100
brazas de cuerda de arcabuz para participar en la procesión el día de los Tres
Reyes “dando salvas durante la procesión y la fiesta”.19
En la documentación histórica resguardada en el Archivo
General de Indias también se encuentran varios casos de delincuencia y crímenes
que cometían los soldados de El Morro en La Habana. Por ejemplo, en 1637 el
gobernador Juan Bitrián de Viamonte participó en el
juicio contra el artillero de dicho castillo, Antonio Gonzales, quien tomó
ilegalmente y ocultó cierta cantidad de ropa y pertenencias de los marineros y
otras personas de una carabela llamada La Concepción, que naufragó cerca del
río San Miguel a poca distancia de la ciudad.20
Al buscar el origen de los soldados que sirvieron en los
presidios del Gran Caribe, vale la pena analizar algunos datos que aportan las
cartas-cuentas en las cuales se registraba el lugar de nacimiento del soldado y
sus características físicas. Según Juan Marchena, en el siglo XVII la mayoría de la gente de guerra que venía desde
España era originaria de Castilla y León, Andalucía, Extremadura y Castilla la
Mancha. El aporte peninsular de recursos humanos para el sistema defensivo de
las Indias fue aproximadamente de 80% del total de oficiales y soldados que
sirvieron en las guarniciones americanas. Sin embargo, durante el gobierno de
la Casa de Austrias se llevó a cabo un proceso de “desnacionalización” de la
tropa americana ya que, con la conquista de los territorios continentales,
entre 96 y 98% de las huestes estaban compuestas por hispanos, y con el cambio
dinástico en el trono de España (1701) los representantes peninsulares se
redujeron a 75% del total, porque constantemente se alistaban extranjeros
aliados (italianos, irlandeses y portugueses) y, por supuesto los americanos
provenientes de diferentes partes de los dos virreinatos (Marchena Fernández,
1985, p. 94, y 1992, pp. 21-23).
Para entender los cambios en la procedencia geográfica de
los soldados apostados en los presidios grancaribeños,
se propone analizar como ejemplo las matrículas de la guarnición del castillo
El Morro de La Habana, extraídas de las cartas-cuentas registradas en la Real
Hacienda de la ciudad, que corresponden a los años 1604, 1622 y 1636. Con esta
información será posible delimitar algunos factores que influyeron en los
cambios en el origen de los soldados, quienes provenían de diferentes partes del
imperio español.
Al observar el número de soldados que sirvieron en El
Morro durante el periodo comprendido entre 1604 y 1636 (véase cuadro 2), es
interesante notar una dinámica que se corresponde con los hechos históricos
mencionados. En el primer año, la información recopilada en las cartas indica
que al final de la guerra con la Inglaterra isabelina (1585-1604) la matrícula
de la guarnición era elevada (224 soldados) y cubría más de 90% del total de la
tropa asignada para este castillo. Por otro lado, durante las épocas de paz
entre los años 1604 y 1621 se produjo una disminución en el volumen de la gente
de guerra hasta en 75% del total de la tropa asignada, estado que confirma el
registro realizado por los oficiales reales en 1622, pocos meses después de la
culminación de la Tregua de los Doce Años. En cambio, la carta-cuenta de 1636
demuestra que el número de soldados subió a un nivel de más de 95% debido a que
España estaba involucrada en la guerra de los Treinta Años, en los frentes
europeos e indianos; en este último caso los neerlandeses llegaron a amenazar
las plazas militares del Gran Caribe.
Cuadro 2. Número de soldados que sirvieron en El Morro,
La Habana y su procedencia en la península ibérica
Año |
||||||
Región
geográfica |
1604 |
1622 |
1636 |
|||
Andalucía |
89 |
80 |
89 |
|||
Aragón |
4 |
1 |
4 |
|||
Asturias
y Cantabria |
9 |
4 |
3 |
|||
Baleares |
5 |
8 |
4 |
|||
Canarias |
5 |
9 |
20 |
|||
Castilla
la Mancha |
9 |
8 |
12 |
|||
Castilla
y León |
34 |
17 |
19 |
|||
Cataluña |
3 |
2 |
2 |
|||
Extremadura |
12 |
7 |
7 |
|||
Galicia |
8 |
5 |
8 |
|||
Murcia |
1 |
2 |
1 |
|||
Valencia |
3 |
2 |
3 |
|||
Vizcaya
y Navarra |
7 |
8 |
5 |
|||
África |
0 |
0 |
4 |
|||
América |
13 |
22 |
25 |
|||
Europa |
16 |
10 |
21 |
|||
Sin
especificar |
6 |
11 |
6 |
|||
Total |
224 |
196 |
233 |
Fuente: Contaduría, leg. 1094,
fs. 11-14r; leg. 1111, fs. 33-35r; leg. 1119, fs. 48-53. AGI,
Sevilla, España.
A primera vista, los datos que se aportan en el cuadro 2
pueden confirmarse con la tesis que sostuvo en su estudio Juan Marchena (1985,
p. 94) y que Irving Thompson (2003, pp. 17-38) profundizó en su artículo sobre
reclutas; es decir, que las bases del ejército americano en el siglo XVII estaban conformadas por soldados provenientes en su
mayoría de la metrópoli, con una fuerte presencia de andaluces (entre 38 y
41%). En el primer año estudiado, 1604, se observa que la tercera parte de la
guarnición era de procedencia andaluza, con un total de 89 soldados que
representaban 39.7% de todos los alojados en el castillo. La mayoría de ellos
provenía de ciudades como Sevilla (quince soldados), Córdoba (ocho), Jerez de
la Frontera (seis), Málaga (cuatro), Sanlúcar de Barrameda (cuatro) y Granada
(cuatro). La región que le seguía en aportación de recursos humanos para El
Morro de La Habana era Castilla y León, de donde procedían 34 soldados (15.2%
de total), la mayoría de ellos de las ciudades de Madrid (siete soldados), La
Távara (seis), Ávila (cuatro), Zamora (tres) y Burgos (dos). En tercer lugar,
se hallaban los hombres de guerra provenientes del resto de Europa, 16 personas
(7.1% de total), de Portugal (once soldados), Italia (tres) e Irlanda (dos),
países en aquel entonces aliados de la corona española. Los americanos,
representados por trece individuos (5.8%), constituían la cuarta fuerza de la
guarnición y en su mayoría venían de las ciudades de México y La Habana (cuatro
soldados de cada una), dos de Yaguana (isla Española), uno de Cartagena de
Indias, otro de Santiago de Cuba y otro de Campeche. El quinto grupo estaba
representado por doce infantes (5.4%) que provenían de Extremadura; la fuerza
más notable de esta región tenía su origen en Badajoz (cuatro soldados),
seguida de las ciudades de Alcántara, Mérida y Trujillo (dos soldados de cada
lugar).
Es interesante comparar estos datos con los que aporta
Juan de Marchena sobre las huestes de Cortés y Pizarro, que conquistaron los
imperios mexica e inca. Al iniciar la colonización española de las Indias, la
región que aportó más recursos humanos para este fin fue Castilla y León,
representada por 28.8% del total de los conquistadores, seguida de Andalucía
con 21.8%. También Castilla La Mancha (14.5%) y Extremadura (17%) contribuyeron
significativamente durante la época del contacto. Sin embargo, y como lo
demuestran los registros de los soldados de El Morro, se puede suponer que en
menos de un siglo esas proporciones cambiaron sustancialmente. Como se observa
en el cuadro 3, en la primera mitad del siglo XVII
Andalucía tomó la supremacía indiscutible en aportación de soldados. En cambio,
a lo largo de dicho periodo los hispanos de Castilla y León, Castilla La Mancha
y Extremadura cedieron su posición en cuanto a número no solamente a los
andaluces, sino también a los europeos, representados sobre todo por los
portugueses, debido a la Unión de las Coronas Ibéricas (1580-1640), y a los
americanos, quienes en especial a partir del censo de 1622 comenzaron a tomar
fuerza entre la soldadesca de El Morro, mientras que casi un siglo antes apenas
representaban 0.2% (un soldado) (Marchena Fernández, 1992, p. 21).
Cuadro 3. Comparación del origen geográfico entre las
huestes conquistadoras y la guarnición de El Morro, La Habana
Huestes
de Cortés |
El
Morro, La Habana |
El
Morro, La Habana |
El
Morro, La Habana |
|||||
1521
y 1532 |
1604 |
1622 |
1636 |
|||||
Origen
geográfico |
Porcentaje
(%) |
|||||||
Andalucía |
21.8 |
39.7 |
40.8 |
38.2 |
||||
Aragón |
0.4 |
1.8 |
0.5 |
1.7 |
||||
Asturias
y Cantabria |
0.8 |
4.0 |
2.0 |
1.3 |
||||
Baleares |
0.6 |
2.2 |
4.1 |
1.7 |
||||
Canarias |
0.2 |
2.2 |
4.5 |
8.6 |
||||
Castilla
la Mancha |
14.5 |
4.0 |
4.1 |
5.2 |
||||
Castilla
y León |
28.8 |
15.2 |
8.8 |
8.2 |
||||
Cataluña |
0.4 |
1.3 |
1.0 |
0.9 |
||||
Extremadura |
17.0 |
5.4 |
3.6 |
3.0 |
||||
Galicia |
1.0 |
3.6 |
2.5 |
3.4 |
||||
Murcia |
0.8 |
0.5 |
1.0 |
0.4 |
||||
Valencia
y Levante |
0.4 |
1.3 |
1.0 |
1.3 |
||||
Vizcaya
y Navarra |
8.1 |
3.1 |
4.1 |
2.2 |
||||
Las
Montañas |
1.4 |
– |
– |
– |
||||
África |
– |
– |
– |
1.7 |
||||
América |
0.2 |
5.8 |
11.3 |
10.7 |
||||
Europa |
2.9 |
7.1 |
4.8 |
9.0 |
||||
Sin
especificar |
30.3 |
2.7 |
5.9 |
2.6 |
Fuente: Marchena Fernández (1992, p. 22); Contaduría, leg. 1094, fs. 11-14r; leg. 1111,
fs. 33-35r; leg. 1119, fs. 48-53. AGI, Sevilla, España.
Al igual que en el año 1604, en las cifras de los años
1622 y 1636 todavía se percibe la fuerte presencia de soldados andaluces en la
guarnición de El Morro de La Habana, la mayoría procedentes de ciudades como
Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Jerez de la Frontera, Granada, Córdoba, Cádiz,
Andújar, Ayamonte y Écija. En 1622 y 1636 el segundo lugar lo ocupaban los
soldados provenientes del propio seno americano (11.3% y 10.7% del total), la
mayoría de ellos originarios de regiones bajo la jurisdicción de Nueva España,
destacando la contribución de la ciudad de México (tres y seis soldados),
aunque los registros también señalan la participación de reclutas procedentes
de Durango, Puebla, Mérida, San Agustín de Florida, La Habana, Puerto Príncipe,
Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico y Santiago de los Caballeros de
Guatemala. Por otra parte, también aparecen registrados soldados originarios
del virreinato peruano, la mayoría de Cartagena de Indias (dos infantes cada
uno de los años), y de Santa Marta, Lima y Santa Fe de Bogotá.
La tercera fuerza la conformaban los europeos (4.8 y 9%)
y estaba compuesta en su mayoría por portugueses de ciudades como Braga,
Oporto, Lisboa, Tavira y Viana, pero también de las islas Madeira y Azores. Los
italianos que se encontraron en los registros de los años 1622 y 1636 provenían
en especial de Génova, Nápoles y Sicilia. Es interesante notar que en estos dos
años aparecen registrados por primera vez soldados procedentes de las islas
Canarias (4.5 y 8.6%), originarios de lugares como Las Palmas, Tenerife, San
Cristóbal de La Laguna, Garachico y La Gomera, lo cual fue el resultado de una
serie de órdenes reales emitidas a partir de la segunda mitad del siglo XVII referentes al traslado de las poblaciones de
aquellas islas a América. También es interesante que en el registro de El Morro
del año 1622 aparecen ocho soldados de Palma de Mallorca, lo que sugiere que se
alistaron soldados en Baleares para reforzar las tropas españolas al comenzar
la guerra de los Treinta Años, ya que anteriormente, en 1604, y posteriormente,
en 1636, los baleares aparecen en menores cantidades (cinco y cuatro soldados).
Cabe señalar que entre los soldados de la guarnición de
1636 se encontraban cuatro de Orán, Argelia, probablemente españoles que
servían en aquel puerto africano, o que tal vez nacieron en aquel lugar y
después se trasladaron a América. En este sentido, es de interés mencionar que
la mayoría de los españoles que llegaron al presidio de La Habana forjaron su
experiencia militar luchando en Flandes; este grupo, en el año 1636
representaba 41% del total de la guarnición. Asimismo, entre los soldados
reclutados en la metrópoli se encontraban vagabundos y delincuentes.21
CONCLUSIONES
El objetivo de la presente
aportación ha sido proporcionar un acercamiento a la poco conocida historia de
la soldadesca incorporada al sistema defensivo de las Indias durante el siglo XVII. En el texto se ha expuesto el aspecto de
organización de las defensas indianas, el desafío que emprendió la corona
española después de las acciones piraticas ejercidas contra los
establecimientos hispanos en América a partir de los años 1540. En una manera
general se han mencionado los proyectos que tomaron los oficiales reales para
mejorar las defensas donde la clave era el levantamiento de las fortificaciones
en los puntos estratégicos del Gran Caribe. Sin embargo, el propósito de este
trabajo se centró en la presentación de información histórica para vislumbrar
los problemas más comunes (falta de paga, falta de vestimenta, baja moral,
deserciones y demás), que tuvieron que afrontar tanto las autoridades civiles
responsables por el correcto funcionamiento de las defensas americanas, como la
oficialidad militar, especialmente en la región del Llave del Caribe.
En el artículo también se aporta información sobre la
demanda de soldados para mantener en buen estado las guarniciones grancaribeñas y sobre el reclutamiento en los territorios
metropolitanos. Además, se ha descrito la importancia de las fortificaciones,
en las cuales su vida cotidiana pasaban los soldados rasos, quienes sobre todo
al servir en las plazas militares alejadas de los centros de poder como fueron
los casos de las guarniciones de San Agustín de Florida y San Juan de Puerto
Rico, sufrieron las consecuencias de la falta de recursos monetarios para su
mantenimiento, de tal modo que en varias ocasiones tuvieron que buscar otras
ocupaciones o pedir préstamos para mantenerse con vida y brindar caudales para
sus familias. Esta situación también propiciaba deserciones, delincuencia y,
sobre todo, baja moral entre quienes defendían esos puntos estratégicos para la
navegación y el comercio entre la metrópoli y las Indias.
Por otra parte,
con el ejemplo del castillo de El Morro de La Habana se han presentado
estadísticas sobre el origen de los soldados que durante las primeras cuatro
décadas del siglo XVII defendían el puerto cubano.
A partir de estos datos, se observó que el papel más importante lo desempeñó la
gente de guerra proveniente de Andalucía, de donde eran originarios más de un
tercio del total de soldados. Otro aspecto importante fue la disminución del
número de individuos procedentes de las dos Castillas y de Extremadura,
mientras incrementaba la cantidad de extranjeros procedentes de países aliados
de España (portugueses, italianos e irlandeses), y de los propios americanos,
quienes década tras década tuvieron mayor presencia en la guarnición de El
Morro. También es de destacar que la mayoría de la gente que entraba a servir
en dicho castillo era de origen urbano (más de 60%) y no campesino. También es
interesante el hecho de que más de 40% de los reclutas provenientes de los
reinos de España tenían experiencia en la guerra debido a su participación en
la lucha contra los herejes rebeldes de Flandes.
Finalmente, es importante mencionar que los datos
analizados de El Morro pueden reflejar las tendencias y dinámicas de toda la
región grancaribeña, lo que se ha podido corroborar,
con algunas variaciones, en los casos de los castillos La Punta de La Habana y
San Juan de Puerto Rico.
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Archivos
AGI Archivo General de Indias,
Sevilla, España.
AGN Archivo General de la Nación,
México.
1 Informes de diferentes autoridades sobre el reclutamiento en Cartas cuentas
de Cuba. Contaduría, legs. 1094, 1111 y 1119. Archivo
General de Indias (en adelante AGI), Sevilla,
España.
2 Otorgamiento al capitán Francisco Guerra una concesión real del
reclutamiento de soldados para las Indias. Santo Domingo, leg.
464, f. 34. AGI, Sevilla, España.
3 Cartas del oficial real Pedro de Oreytia. Santo
Domingo, leg. 464, fs. 39-40. AGI,
Sevilla, España.
4 Cartas del oficial real Pedro de Oreytia y el
capitán Francisco Guerra. Santo Domingo, leg. 464,
fs. 48-49r. AGI, Sevilla, España.
5 Carta del virrey conde de Monclova al rey solicitando gente de guerra.
México, leg. 60, fs. 7-9r. AGI,
Sevilla, España.
6 Informe del virrey duque de Alburquerque sobre los gastos para el tercio
mexicano. Contaduría, leg. 886, fs. 51-60r. AGI, Sevilla, España.
7 La carta del virrey Conde de Salvatierra al rey Felipe IV sobre la
situación de retrasos en situados. Reales Cédulas Duplicadas, vol. 49, exp. 484. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), México.
8 La carta del virrey Conde de Salvatierra al rey Felipe IV sobre la
situación de retrasos en situados. Reales Cédulas Duplicadas, vol. 49, exp. 484. AGN, México.
9 Cartas cuentas de Santo Domingo. Contaduría, leg.
1057, fs. 33-49r. AGI, Sevilla, España.
10 La carta de la reina gobernador Mariana de Austria al virrey marqués de
Mancera. Reales Cédulas Duplicadas, vol. 26, exp.
159. AGN, México.
11 La carta de la reina gobernador Mariana de Austria al virrey marqués de
Mancera. Reales Cédulas Duplicadas, vol. 26, exp.
159. AGN, México.
12 Cartas cuentas de San Agustín de Florida. Archivo Histórico de Hacienda,
vol. 472, exp. 43. AGN,
México.
13 Informe de Nicolás Ponce de León sobre el estado de presidio de Florida.
Reales Cédulas Originales, vol. 7, exp. 157. AGN, México.
14 Carta del virrey Conde de Baños al rey Felipe IV sobre el estado de
presidios de Barlovento. Reales Cédulas Originales, vol. 27, exp. 89. AGN, México.
15 Cartas cuentas de Santo Domingo. Contaduría, leg.
1060, f. 7r. AGI, Sevilla, España.
16 Cartas cuentas de La Habana. Contaduría, leg.
1155, f. 87. AGI, Sevilla, España.
17 Cartas cuentas de Cuba. Contaduría, leg. 1103, f.
29-30. AGI, Sevilla, España.
18 Cartas cuentas de Cuba. Contaduría, leg. 1103, f.
38. AGI, Sevilla, España.
19 Cartas cuentas de Cuba. Contaduría, leg. 1103, f.
11. AGI, Sevilla, España.
20 Juicio contra el artillero, Antonio Gonzales, quien tomó ilegalmente y
ocultó cierta cantidad de ropa y pertenencias de los marineros y otras personas
de una carabela llamada La Concepción. Escribanía, leg.
12A, fs. 1-47. AGI, Sevilla, España.
21 Cartas cuentas de Cuba. Contaduría, 1094, fs. 11-14r; leg.
1111, fs. 33-35r y leg. 1119, fs. 48-53. AGI, Sevilla, España.
* El
artículo es el resultado del proyecto del PRODEP-SEP titulado,
Movimientos Globales en Escalas Locales. Reformismo, Liberalismo y Modernismo
en Chiapas, Centroamérica y el Caribe (clave UNICACH-CA-30).
Agradezco los comentarios y las observaciones de la doctora María Eugenia Claps Arenas y del doctor Antonio García Espada,
integrantes del Cuerpo Académico Estudios Históricos de Chiapas, Centroamérica
y el Caribe (CESMECA-UNICACH).