10.18234/secuencia.v0i109.1732
Artículos
El álbum de Sara. Fotografía,
género
y familia en sectores trabajadores (Argentina, años 1940-1970)*
Sara’s Album.
Photography, Gender, and Family in Working-Class Sectors (Argentina, Years
1940-1970)
Paola Gallo1 ** https://orcid.org/0000-0001-6329-9407
1Instituto de Estudios Históricos Sociales y del Instituto de Geografía,
Historia y Ciencias Sociales (Unidad Ejecutora Conicet),
Argentina, agallo544@gmail.com
Resumen:
Este artículo analiza un álbum fotográfico que recoge
imágenes datadas entre los años 1940 y 1970 compilado por una mujer trabajadora
de Tandil, una ciudad intermedia de la provincia de Buenos Aires (Argentina).
Se considera el análisis del álbum fotográfico –en tanto soporte narrativo
singular– como una vía privilegiada para explorar las prácticas de
representación familiar y de género en sectores trabajadores urbanos. Se
argumenta que la narración visual contenida en el álbum construye una identidad
de género que tensiona con el estereotipo hegemónico del periodo de mujer
esposa y ama de casa, ilustrando así sobre las estrategias de recepción y
reapropiación de modelos ideales de mujer, familia y domesticidad en estos
sectores. Analíticamente, se propone un estudio del contenido visual y
narrativo del álbum y sus fotografías, recuperando el contexto de usos,
convenciones y significaciones en el que las mismas fueron producidas.
Palabras clave: álbum; fotografía; género; familia; sectores trabajadores.
Abstract:
This article analyzes a
photographic album containing images dated between 1940 and 1970 compiled by a
working-class woman from Tandil, a medium-sized city in the province of Buenos
Aires (Argentina). The analysis of the photographic album –as a distinctive
narrative support– is regarded as an ideal means of exploring the practices of
family and gender representation in urban working-class sectors. It is argued
that the visual narration contained in the album creates a gender identity that
contrasts with the hegemonic stereotype of the period of woman, wife, and
housewife, thereby illustrating the strategies of reception and
re-appropriation of the ideal models of women, family, and domesticity in these
sectors. From an analytical point of view, a study of the visual and narrative
content of the album and its photographs is proposed to recover the context of
uses, conventions and meanings in which they were produced.
Keywords: album; family; photography; gender; working-class
sectors.
Recibido: 27 de marzo de 2019 Aceptado: 11 de noviembre
de 2019
Publicado: 8 de febrero de 2021
INTRODUCCIÓN
La íntima conexión señalada por diversos autores entre el
desarrollo de la fotografía personal-familiar y la emergencia y consolidación
de un ideal moderno de familia, que entroncaba con las aspiraciones de
respetabilidad de las clases burguesas y los sectores medios ha dado lugar a un
sinnúmero de trabajos dedicados a explorar esa vinculación.1 Reconstruirla para el caso
de los sectores trabajadores ha sido más difícil. En gran medida porque, por lo
menos hasta bien entrado el siglo xx, en las
posibilidades de acceder a las prácticas de retratarse familiarmente, la
pertenencia social fue un vector de crucial importancia.2
En este sentido, el análisis de un álbum fotográfico
compilado por una mujer trabajadora de una ciudad del interior bonaerense
(Argentina), Sara, se presenta como una oportunidad para explorar las prácticas
de representación (del género, la pertenencia social) y los usos del registro
visual como vehículos de adopción pero también de reapropiación de modelos
ideales de mujer, familia y domesticidad en sectores trabajadores urbanos durante
las décadas intermedias del siglo xx.
El álbum compilado por Sara contiene, en 65 páginas, 602
fotografías datadas entre los años 1940 y 1970. Guarda, así, un tiempo
biográfico que
–como veremos más adelante– inicia en su juventud y su ingreso al mundo
laboral, y culmina en su adultez y su mundo familiar. Ese tiempo biográfico
confiere singularidad al álbum, porque es el que Sara decide preservar en
imágenes pero, también, porque constituye el marco experencial de la narración
visual que va desplegando en su confección.
En este trabajo proponemos reconstruir esa narración
visual contenida en el álbum intentando dar cuenta de la manera en que
pertenencia social, prácticas de representación y normatividad social se
imbrican, dando lugar a formas diversas de adopción y reapropiación de los
modelos imperantes de familia, mujer y domesticidad.
En tanto soporte narrativo singular el álbum de fotos
personal-familiar tiene, como señala Becker (2000, p. 12), una función
cultural. Reconstruir entonces la historia que contiene implica atender a las
prácticas y operaciones que vuelven al álbum objeto de memoria, espacio de
escenificación social y práctica subjetiva de construcción de la identidad
(Langford, 2013, p. 63; Rosón Villena, 2015, p. 143).
Como objeto de memoria, la narración construida en el
álbum supone procesos de selección, jerarquización y presentación de las
imágenes que, como ha señalado Langford (2013, p. 64), descansan en la
tradición oral. La relación entre oralidad y fotografía está anclada en los
funcionamientos de la memoria, por lo que la narración visual recurre a
elementos expresivos propios del discurso oral (repeticiones, comparaciones,
una estructura temporal cíclica, etc.).
Interpretar el álbum implica atender esas operaciones
tratando de descubrir su “principio organizador”. Cuando no se cuenta con la
posibilidad de visualizarlo junto con su creador(a), debemos atender al
discurso visual, determinado en el álbum por la narrativa secuencial de las
fotografías (Rosón Villena, 2015, p. 148). Es en ese “principio organizador” en
donde las imágenes encuentran su anclaje y ampliación de sentido. Por eso, la
selección y el orden tienen tanto significado como las fotografías mismas
(Kuhn, 2013, p. 111).
La estructuración y organización del álbum no sólo cuenta
una historia según elementos expresivos de la narración oral, también evidencia
la construcción de cierto ideal grupal y personal. Esto es, la narración
contenida en el álbum cuenta de una determinada manera y sobre determinados
acontecimientos, personajes, eventos. Así, la selección opera en cómo se narra,
pero también en aquello que se narra (lógica, por lo demás, de estructuración
de la memoria). Estas elecciones, empero, no son indeterminadas. Ellas
evidencian tanto aquello que resulta significativo para quien las realiza como
la manera en que esos sentidos se encuentran condicionados por un marco
representacional más amplio.
En su análisis de la fotografía popular como un “arte
medio”, Bourdieu (2003, pp. 57-61) señalaba cómo este se sustentaba en una
práctica estereotipada que solemnizaba los momentos “fuertes” en la vida de los
individuos y de los grupos. Son las normas del grupo las que la fotografía
“fija” para propios y extraños, y es a través de ella que los individuos y el
grupo se retratan de la manera en que desearían ser vistos y como han decidido
mostrarse a los demás. Esa cualidad estereotipada de la fotografía permite
rastrear las vinculaciones entre aquello que representa y los sistemas
normativos y valorativos más amplios.
La narrativa contenida en el álbum, entonces, y en tanto
supone un proceso creativo atravesado por múltiples variables (la pertenencia
social, el género, las propias experiencias y las particulares circunstancias
históricas y culturales en las que esta es vivida) vehiculiza una construcción
de la percepción de los sujetos sobre sí mismos, y sobre su constitución como
actores sociales (Duana, 2016, p. 5). El álbum es también una práctica de
construcción de subjetivación e identidad. Nunca totalmente individual ni
totalmente colectiva, es en la narración –y en su cuota de creatividad y
selectividad– en donde se va expresando (y construyendo) el punto de vista de
su hacedor(a). Como señala Rosón Villena (2015, p. 154) el álbum es espacio
íntimo y personal, atravesado por lo social y lo institucional.
La reconstrucción de la narrativa visual que fue
desplegando Sara en la confección de su álbum, y el análisis de las operaciones
que supuso esa elaboración, nos permitirán así acceder tanto a las convenciones
que rigieron las construcciones visuales del “deber” ser (familiar, social,
genérico) en las décadas intermedias del siglo xx,
como explorar las maneras en que esas convenciones fueron experimentadas,
deseadas, puestas en “acto”, fijadas en una imagen, subvertidas o contestadas
por una mujer trabajadora de una ciudad del interior bonaerense.
Metodológicamente se propone un análisis del contenido
visual del álbum, estudiando las fotografías y la narrativa secuencial que
resulta de su disposición y organización, atendiendo a las prácticas de
representación.3 Esto es, a los modos de
producción fotográfica (quién, cómo, cuándo y dónde del acto fotográfico), al
contexto de usos y significados en el que estas fueron concebidas (dimensión
del análisis que incluye la cultura visual y las convenciones sociales y
representacionales), y a los modos de conservar y utilizar las imágenes
(Torricella, 2010a, p. 25). El análisis de esas dimensiones se complementó con
una entrevista realizada con quien atesoraba el álbum, María del Carmen, hija
de Sara.4
EL ÁLBUM DE SARA
Sara nació en Tandil –una ciudad
intermedia de la provincia de Buenos Aires (Argentina)– a fines de la década de
1920. Su familia de origen estaba constituida por sus padres (su madre era ama
de casa que realizaba labores de costura “para afuera” y su padre era empleado
del ferrocarril), un hermano mayor y una hermana menor.
Al finalizar la escuela primaria, a los trece años, Sara
ingresó a trabajar en una “casa de modas”. Un taller de costura donde aprendió
los rudimentos del oficio. En 1945, a los 17 años y gracias a las relaciones de
un tío materno empleado gráfico, ingresa como empleada en la sección
Encuadernación de La Minerva, en ese entonces una importante casa comercial
(imprenta, gráfica y librería) de la ciudad.
Un año después, Sara retoma los estudios en la Escuela
Profesional núm. 1. La modalidad vespertina le permitía congeniar los horarios
de trabajo con la asistencia a clases. Hacia la segunda mitad de los años
cincuenta, Sara ingresa a la sección femenina de la agremiación de los gráficos
(participación mediada por la iniciativa de su tío materno, que formaba parte
de la agremiación).
Por esa época, y luego de un noviazgo frustrado de cinco
años, Sara conoce en la casa de unos tíos a José. Nacido en la localidad
bonaerense de Coronel Pringles, José había arribado a Tandil en 1954 para
trabajar en el ferrocarril.
En diciembre de 1960, a los 32 años, Sara renuncia a su
trabajo en La Minerva, ya que en abril de ese año se había casado con José.
Cinco años después nacería María del Carmen, su única hija. A inicios de los
años setenta, con una ayuda económica del “patrón” de José, logran adquirir una
pequeña vivienda y se mudan de una casa que alquilaban en el centro urbano de
la ciudad al barrio Villa Aguirre (en el ordenamiento espacial que realizan los
habitantes de la ciudad, se trata del barrio que queda “pasando la ruta”), en
ese momento un espacio apenas poblado, pero que empezaba a adquirir su matiz de
“barrio de trabajadores”.
Al enviudar, Sara se fue a vivir con María del Carmen, su
hija, quien habiendo formado una familia, vivía en el mismo barrio. Sara
falleció en 2012.
En algún momento de su vida5
Sara decidió compilar un álbum con sus fotografías. A simple vista el álbum
muestra su carácter progresivo, inacabado, abierto y dinámico. Sara guarda,
selecciona, retira, reemplaza, regala y recibe fotografías.
Es evidente también que el mismo fue pensado como un
álbum de recuerdos. Sara “interviene” el álbum y deja su huella en él no sólo
por la labor de selección, jerarquización y organización que realiza, o por su
presencia en las fotografías: Sara decora las páginas, dibuja en ellas flores y
hojas, deja marcas manuscritas, vuelve comprensible el álbum indicando ocasión
y fecha de las imágenes. Todas operaciones que manifiestan la voluntad de
trascendencia de su compiladora, para que pueda ser utilizado cuando ella ya no
esté (Rosón Villena, 2015, p. 147).
Las fotografías que forman el álbum tienen diferentes
formatos, tamaños y calidades, que indican su diversa procedencia. El estado de
conservación de las mismas evidencia, además del paso del tiempo, su uso. Un
detalle nada menor es que José –que se desempeñó en diversos oficios y
ocupaciones: fue albañil, trabajó en una funeraria, vendió golosinas en un cine
de la ciudad– luego del matrimonio combinaba su trabajo como empleado de una
estación de servicio con el oficio de fotógrafo. La incorporación de la
fotografía a la vida cotidiana de Sara y su familia es absolutamente palpable
en el álbum aunque esta cotidianidad no significó que Sara la practicara.
Diversos estudios han planteado que, al menos hasta bien
entrado el siglo xx, el hábito familiar del retrato era
una práctica primordialmente masculina (Bourdieu, 2003, p. 120; Ortiz García,
2005, pp. 189-210). El caso aquí analizado no sería la excepción, reforzado
quizás también por el hecho de que se trataba de una de las ocupaciones de
José.
Sin embargo, y aun cuando las mujeres no fueran
generalmente quienes tomaran las fotografías, las prácticas del retrato
personal-familiar constituyeron un espacio de expresión propio, dado que han
sido ellas tradicionalmente las depositarias de la memoria, en general, y del
resguardo y la confección de los álbumes fotográficos, en particular (Silva,
1998, p. 151; Rosón Villena, 2015, p. 150).
El álbum compilado por Sara sorprende por su tamaño –38 x
30 cm– y por su densidad: recordemos, 65 páginas que contienen un total de 602
fotografías. Las cubiertas y el lomo del álbum son de tapa dura color marrón
(véase imagen 1) y en su interior las hojas son de cartulina beige, cosidas en
el lomo, a modo de libro. Entre las páginas el papel transparente protege las
imágenes a la vez que permite –al no estar pegado sobre ellas– establecer un
contacto táctil con las fotografías, no sólo visual. En el interior de la
primera cubierta, sobre el extremo inferior izquierdo, se descubre la
procedencia del álbum: una etiqueta de La Minerva (la casa comercial donde
trabajaba Sara). Puede que Sara lo haya adquirido o bien que le haya sido
obsequiado. En cualquier caso, tamaño y calidad del álbum hablan de su valor
simbólico y del valor de las imágenes contenidas en su interior.
Imagen 1. Tapa del álbum.
La secuencia fotográfica se inicia cronológicamente en
1944 y las últimas imágenes son de los años setenta.6
Así, y como ya habíamos adelantado, el álbum contiene un “tiempo biográfico”
–que es el que Sara decide resguardar, recordar y fijar para sí y para los
demás– que inicia en su juventud y su ingreso al mundo laboral, y culmina en su
adultez y su mundo familiar.
Una primera vista del álbum muestra que ese relato está
organizado en virtud de un criterio temporal cronológico, más cercano a un
relato lineal. Sin embargo, un análisis más detenido evidencia que la reconstrucción
de ese “tiempo biográfico” también está realizada a partir de cortes y saltos
temporales hacia adelante que, al interrumpir la secuencia lineal del relato,
anticipan –en la narración– lo que vendrá. Cierto es que los saltos y los
cortes en la narración (hacia el futuro o hacia el pasado) responden a las
formas del relato oral. Pero aun así, interesa destacar cómo funcionan estos en
la historia que construye Sara en el álbum. En ella, esos cortes y saltos
anticipan la lectura, muestra cómo quiere ser vista antes de terminar de verlo.7
Volver sobre el álbum una y otra vez, y poder
visualizarlo junto con María del Carmen, permitió encontrar el “principio
organizador” del relato visual: prima en él un orden ritual, de “motivos” u
“ocasiones” (Silva, 1998, p. 48). Es mediante esa estrategia de selección y
organización que Sara se va inscribiendo a sí misma –y cómo se verá más
adelante, a su red amical y familiar– en las convenciones sociales de la época
(criterios de respetabilidad, principios normativos del género). Pero esa
inscripción no se da sin tensiones, y el análisis de las fotografías compiladas
en el álbum permite explorarlas.
EL RELATO Y LAS IMÁGENES
La primera página del álbum
contiene tres fotografías que muestran a Sara junto a otras jóvenes en el
taller de costura. Una de ellas las “toma” en plena tarea, mientras que en las
dos restantes se encuentran alrededor de una mesa dispuesta para una
celebración (véase imagen 2). Las diez páginas siguientes contienen fotografías
de su paso por la casa comercial. Las intervenciones que realiza Sara indicando
tiempo, espacio y motivo u ocasión de las tomas muestran que se trata de
“recuerdos”, particular y especialmente, de sus compañeras(os) de trabajo. Es a
ellas(os) a quienes decide presentar en primer lugar, y es formando parte de
ese grupo que se presenta a sí misma.
Imagen 2. Autor sin identificar (2019) [1944]. Núm. de
inventario 005174. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Instituto de
Geografía, Historia y Ciencias Sociales-Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas-Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires. Colección Familia Eseiza. Tandil.
El álbum se inicia así con imágenes que muestran a Sara
en los espacios laborales por los que transitó. Sin embargo, no es el trabajo como
actividad lo que se encuentra representado en ellas, sino lo significativo del
ámbito laboral como espacio de –y ocasión para– la sociabilidad. En esas
primeras páginas que abarcan un periodo que va de 1944 a 1960, las fotografías
seleccionadas fueron todas tomadas en ocasión de celebraciones y despedidas.
Algunas de ellas muestran a Sara y sus compañeras(os) reunidos para la ocasión
en el taller o en el amplio patio de la casa comercial; en otras, Sara y el
grupo de compañeras(os) son retratados en confiterías, clubes o restaurants
(véanse imágenes 3 y 4).
Imagen 3. Autor sin identificar
(2019) [1946]. Núm. de inventario 005179. Fototeca Digital de Ciencias Humanas.
Igehcs-Conicet-Unicen. Colección Familia Eseiza. Tandil.
Imagen 4. Foto Ros (2019) [1947]. Núm. de inventario
005184. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección
Familia Eseiza. Tandil.
La secuencia evidencia así una sociabilidad centrada en
el mundo laboral pero que, espacialmente, la excede. Es claro que el trabajo
fuera del hogar otorgaba a las jóvenes como Sara y sus compañeras mayores
oportunidades de interacción y socialización, a la vez que les permitía gozar
de una autonomía económica que habilitaba el acceso a ciertas formas y espacios
de ocio, encuentro y reunión. Sin embargo, todavía para los años cuarenta y
mediados de los cincuenta esas prácticas y espacios de sociabilidad resultaban
ser relativamente excepcionales, especialmente en las ciudades pequeñas y
medianas del interior bonaerense.
Quizás menos excepcionales en las jóvenes trabajadoras
que entre sus contrapartes de los sectores medios, donde la sociabilidad tendía
a desarrollarse en entornos privados y más atentos al tutelaje familiar. Para
las primeras, el trabajo fuera del hogar volvía lábiles y dinámicos los bordes
entre los espacios público y privado. Entre los sectores trabajadores, además,
la misma noción de “interior” suponía particulares sentidos y funciones, por lo
que la sociabilidad se desarrollaba, cotidianamente, en los espacios públicos.
Cierto es también que en la Argentina de entreguerras se
desplegó un escenario transformador que afectó, especialmente, el estatus de
las mujeres trabajadoras. Si por un lado las estadísticas evidenciaban la
progresiva disminución de la participación femenina en el mercado laboral, por
el otro mostraban que esta participación se diversificaba abarcando un amplio
abanico de actividades, especialmente en los sectores más modernos de la
economía, como servicios, comercio y administración.8
Una cuota de flexibilización en los criterios de
moralidad imperantes y una mayor liberalidad en las reglas de sociabilidad
alcanzaron también a las mujeres trabajadoras –en especial a ellas–
particularmente en los grandes centros urbanos, como ha señalado Dora Barrancos
(1999, pp. 199-225). Las imágenes que circulaban en los medios culturales de la
época expresaban –a la vez que vehiculizaban no sin contradicciones y
ambigüedades– estos cambios. Como ha mostrado Cecilia Toussonian (2018, pp.
88-105), en el periodo de entreguerras, las representaciones sociales sobre las
jóvenes asalariadas delineadas por la cultura de masas y la cultura del consumo
experimentaron significativas transformaciones, cargándose de connotaciones más
positivas y dotándolas de un nuevo sentido de respetabilidad.
Los alcances de estas innovaciones empero fueron
desiguales y ambivalentes. Primero, porque no todas las trabajadoras gozaron de
los nuevos aires de respetabilidad. Si el heterogéneo universo de las
“empleadas de comercio” o las flamantes administrativas se ubicaban en un lugar
de relativo estatus positivo, esto era, justamente, porque ello las distinguía
del mundo de las obreras y las empleadas domésticas.9
Y vale en este punto preguntarse por la pregnancia de estas innovaciones en
espacios alejados de las grandes urbes. En localidades que, como la tandilense,
si bien estaban experimentando transformaciones en su estructura social hacia
formas más “modernas”, todavía la sociabilidad se caracterizaba por la
proximidad espacial y física, los ámbitos de ocio (como el cine) eran aun
predominantemente familiares y donde la mirada de los “otros” era uno de los
principales mecanismos reguladores de los comportamientos públicos (Gallo y
Míguez, 2014, pp. 413-438). Es dable suponer que en estos espacios las mujeres
como Sara y sus compañeras debían redoblar esfuerzos para eludir la reputación
ambigua que generaba su presencia en el ámbito público y laboral.10
Segundo porque, como las mismas investigaciones acuerdan
en señalar, estas innovaciones tuvieron sus límites para romper con las
concepciones adversas desde las cuales se pensó tradicionalmente el trabajo
femenino asalariado. Sostenidas en los principios del ideal doméstico, estas
concepciones atribuyeron al trabajo de las mujeres fuera del hogar el carácter
de actividad excepcional (explicada por la necesidad) y, consecuentemente, de
transitoriedad y complementariedad. Ello contribuyó a reforzar las identidades
asignadas a hombres y mujeres: la de ellos en torno a su capacidad proveedora,
la de ellas anudadas al matrimonio, la maternidad y el espacio doméstico
(Queirolo, 2008, pp. 131-132; 2012, pp. 34-36).11
En este sentido, resulta significativo que Sara inicie el
álbum presentando una dimensión de sí misma centrada en el mundo laboral, la
sociabilidad amical y el espacio público. Podría estar indicando cierta cuota
de “desobediencia” respecto de las normas y los patrones de comportamiento que
imperaron en el “deber ser” de las mujeres por lo menos hasta mediados del
siglo xx.
El análisis de las fotografías que contiene la secuencia
y de las intervenciones de Sara en su presentación permite profundizar un poco
más en la construcción del relato y la manera en que, en esa construcción, se
imbrican prácticas de representación y normatividad social.
En esta secuencia –al igual que en la que le sigue– Sara
orienta la lectura y la interpretación del relato, indicando ocasión de la
fotografía y fecha, interviene también adornando las páginas. Es interesante
notar que en esas intervenciones escritas Sara copia el estilo de las páginas
de Sociales de los diarios locales. El cuidado, el orden y el viso de
formalidad que busca darle a la secuencia son indicativos del significado que
el periodo, las imágenes y los retratados tienen para ella.
El carácter formal que tiñe la secuencia es reforzado por
el hecho de que todas las fotografías que contiene fueron tomadas por
fotógrafos profesionales. Bien determinadas por la ocasión, bien por la menor
accesibilidad al retrato de grupo, bien por las convenciones estilísticas (o
bien por todo ello) las imágenes seleccionadas por Sara se caracterizan por la
uniformidad y la estereotipación. Están más sujetas a las convenciones y las
reglas sociales, y tienden a representar cómo se inscriben en ellas los
individuos. En este sentido, si el relato de Sara presenta una cuota de
“desobediencia” a la normatividad social, en ese mismo relato, las imágenes que
selecciona tienden a morigerarla.
Tensión que, en todo caso, contiene toda imagen
fotográfica y que supone un juego normativo entre retratados(as) y fotógrafo.
Así, por ejemplo, en una fotografía tomada en ocasión de la despedida de una
compañera, el componente relativamente disruptivo que puede representar la
presencia de mujeres solas en un lugar público es contenido mediante la
introducción de un elemento (el florero en la silla, delante de la mesa) que,
simbólicamente, fija a las retratadas en las cualidades que se suponen propias
de su género (véase imagen 5).
Imagen 5. Foto Cufré (2019) [1949]. Núm. de inventario
005191. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección
Familia Eseiza. Tandil.
Conocedoras de las
reglas de juego de las apariencias, las mujeres de los sectores trabajadores y
populares –como señala Bastarrica Mora (2014, p. 66)– han sabido reapropiarse
en los contextos en los que actúan de representaciones de largo alcance y
perdurabilidad.
El predominio de las fotografías tomadas en ocasión de
“despedida” resulta significativo. Del total de 58 imágenes que conforman esta
secuencia, 25 corresponden a ocasiones de “despedida”. Y son mayoritariamente
ellas (17 de esas 25 imágenes) las agasajadas, evidenciando la trayectoria
biográfica de estas mujeres. Porque si en el caso de ellos las “despedidas”
podían celebrar tanto un viaje al exterior, como un ascenso o los años de
trabajo en la casa comercial; en el caso de ellas las “despedidas” celebraban
la salida del mundo laboral y la “entrada” a la vida matrimonial. De hecho,
esta primer secuencia de fotos termina con una imagen tomada en ocasión de
celebrar, Sara junto a sus compañeras, su “último día en la casa” (véase imagen
6).
Imagen 6. Foto Urquiza (2019) [1960]. Núm. de inventario
005344. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección
Familia Eseiza. Tandil.
Recordemos que Sara se casó en 1960, a los 32 años. En
términos demográficos, en la Argentina para ese año la edad media para el
casamiento de las mujeres era de 25.4 años, y en Tandil de 24 años (Torrado,
2007, p. 254; Pastor, 1994, p. 22). En términos de convenciones y normatividad
social, la entrada de Sara al matrimonio fue tardía, y peligrosamente al filo
de la soltería, estigma particularmente cruento para ellas. Máxime en una
ciudad del interior, en donde los “hechos de cultura” –y por la escala que
asumen los vínculos sociales”– suelen expresarse con mayor fuerza e intensidad.
Aun cuando la opción por la soltería alcanzara cierta
visibilidad en los años cuarenta (Queirolo, 2012) evidenciando incipientes
reformulaciones al modelo de domesticidad, en las décadas intermedias del siglo
xx la trayectoria vital de hombres y mujeres todavía
se ordenaba en torno al matrimonio. Y no sólo porque el orden normativo lo
instituía como el hito fundante de una familia “legitima”. Cosse señala que en
el plano de las convenciones sociales el matrimonio consolidaba la identidad
adulta y particularmente la identidad plena de las mujeres, al convertirlas en
esposa “en condiciones de ser ama de casa y madre” (Cosse, 2008, pp. 85).
La atención en el relato de la secuencia a lo
significativo que puede haber sido para Sara esta circunstancia se revela en
los cortes abruptos que realiza en la página 8 y 9, cuando salta en el tiempo
hacia adelante y se muestra como esposa (véase imagen 7).
Imagen 7. Autor sin identificar (2019) [ca. 1970]. Núm.
de inventario 005752. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección Familia Eseiza. Tandil.
De esta manera, cerrando la secuencia con la fotografía de
su despedida, y mediante los saltos que realiza en la narración, Sara termina
de inscribirse en los parámetros de respetabilidad social y en los principios
normativos de género predominantes en la época.
La página 12 inicia una nueva secuencia en el relato
hasta la página 44, abarcando el periodo 1947-1961. Se trata, esta vez, de una
narración centrada, fundamentalmente, en ceremonias y rituales de pasaje:
compromisos matrimoniales y enlaces.
Por las ocasiones retratadas, y seleccionadas, esta
secuencia presenta las mismas características que la anterior: los momentos
“fuertes” del grupo (familiar, amical) quedan fijados y solemnizados mediante
la presencia del fotógrafo y su autoridad (Bourdieu, 2003, p. 58). Se trata de
representaciones fuertemente estereotipadas, en donde poses, gestos y actitudes
se ordenan en función de lo que prescribe la ocasión, y expresan las reglas y
convenciones sociales que la enmarcan (Silva, 1998, p. 124)
En esta secuencia, Sara construye microrrelatos dentro
del relato general con imágenes de los compromisos y las bodas de su hermana,
su hermano y de sus amigas. Tanto en esta secuencia como en la anterior, las
fotografías no están pegadas, sino que se adhieren a la página con punteras (de
diferentes colores y motivos). Como ello permite retirar las fotos, intuimos
que muchas de ellas formaron parte de una sociabilidad propia de las prácticas
de armado, compilación y organización de los álbumes fotográficos, asentada en
el intercambio y el obsequio de las imágenes. Nuevamente, que esta segunda
secuencia se ordene, fundamentalmente, en torno a la representación de
compromisos y bodas (81 imágenes retratan estas ocasiones, sobre un total de
137 que contiene la secuencia) es un indicativo de la centralidad del
matrimonio para la configuración de su identidad en particular, y de las
mujeres de los estratos trabajadores en general.
Sin embargo, también en esta secuencia Sara tensiona un
relato demasiado “apegado” a los convencionalismos del ideal femenino y se
muestra, en siete fotografías, como miembro de la sección femenina del gremio
de los gráficos, en actos en homenaje a Eva Perón, en reuniones y encuentros
(véase imagen 8).12 Cierto es que son estas
fotografías las menos, pero están allí porque también formaron parte de su
experiencia, y por lo tanto, de la reconstrucción de “sí misma” que va
desplegando en la narración.
Imagen 8. Foto Cufré (2019) [1953]. Núm. de inventario
005370. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección
Familia Eseiza. Tandil.
Llama la atención en la página que da inicio a la
secuencia, al dorso de la misma, se encuentran las siguientes anotaciones:
“Recuerdo de la face. Entrega de medallas”, “Recuerdo
del picnic de la face en la Quinta Belén”, “Asamblea de
la face”.13
Fechadas en 1947 y 1948, las fotos (cuatro en total) fueron retiradas.
Sospechamos que estas imágenes formaron parte de esa sociabilidad de la que
hablábamos más arriba.
Esta segunda secuencia finaliza con imágenes de la
ceremonia civil y religiosa de Sara. Tres páginas, con quince fotos. En la
primera de ellas la participación a la boda y un recorte de diario que anuncia
el enlace acompañan dos fotos que la muestran una junto a hombres y mujeres,
otra solo junto a un grupo de mujeres. Por el contexto que las acompañan
(participación y anuncio en la prensa) y por la captura que deja ver por detrás
de los fotografiados la presencia del retrato de Eva Perón, intuimos que se
trata del agasajo de despedida de los “compañeros gráficos”.
Hemos tenido oportunidad de encontrarnos con álbumes de
bodas, enteros ellos dedicados a la ocasión. Generalmente esta es una práctica
más propia de los sectores medios, con mayor disponibilidad para acceder a un
número suficiente de fotografías “profesionales” que ameriten completar un
álbum, al álbum mismo y a una ceremonia y posterior celebración que los
justifiquen. Es posible que entre los sectores trabajadores, la menor
posibilidad de contar con esos recursos lleve a que todos los acontecimientos
considerados importantes –personales, familiares y sociales– se compilen en un
mismo álbum, entre ellos los de boda y casamiento. Aun así, el lugar que Sara
le asigna a su propia boda en el relato pareciera, sino contradecir, al menos
relativizar lo que hemos venido planteando respecto de la centralidad del
matrimonio. Pero a la vez, toda esta secuencia expresa esa centralidad.
La serie de quince fotografías replica las
convencionalidades propias de la representación del acontecimiento: José y Sara
en el Registro Civil firmando el acta y saliendo del lugar. La llegada de Sara
a la ceremonia nupcial, bajando del auto, entrando a la iglesia; fotografías de
la ceremonia religiosa, saliendo de la iglesia del brazo de José; los recién
casados en la cabecera de una mesa larga, rodeados de los invitados (el grupo
más allegado, familiar y amical),14
Sara y José apreciando los regalos. Así, toda la secuencia privilegia el
contenido normativo del matrimonio e indica el valor social asignado a la
fotografía como “evidencia” del estatus alcanzado.
La serie de su boda cierra la segunda secuencia en la
narración contenida en el álbum, y abre la tercer y última secuencia. En la
serie, y a partir de ella, Sara cambia el “estilo” de la presentación, dejando
que sólo la narrativa visual nos oriente en la interpretación: sin fechas, sin
anotaciones, las fotografías pegadas nos dicen que estas ya no están pensadas
para ser intercambiadas, ni reemplazadas. Por lo demás, la narración pareciera
desbordarse, al atiborrarse de imágenes las páginas del álbum. El número de
fotografías, la disparidad de tamaños, la escasísima presencia de imágenes
profesionales y el tono más informal –no por ello menos atados a las
convenciones– de los retratos evidencian la presencia de la cámara en la vida
cotidiana.
En Argentina la práctica del retrato doméstico no se
masificaría sino hasta bien entrados los años cincuenta, gracias a la
incorporación de nuevas franjas de población al mercado de consumo, al
abaratamiento de sus costos y a la simplificación de sus procedimientos
(Torricella, 2014, p. 5). Con todo, vale la pena recordar que la fotografía
ingresa a la vida doméstica de Sara y su familia en tanto estrategia laboral.
La secuencia inicia en la página 44 (dorso) y con ella
finaliza el álbum. Su armado está hecho en torno a la representación del grupo
familiar. Allí donde se han analizado álbumes compilados por mujeres de
sectores medios se ha destacado la representación de la familia nuclear (Silva,
1998, p. 141; Pérez y Torricella, 2005, pp. 99-116). En la narración visual que
construye Sara son escasísimas las imágenes de la familia arquetípica, mientras
que la familia ampliada es la protagonista y la idea de parentesco se extiende
abarcando hermanos(as), primo(as), abuelos(as), nueras, yernos y amigos(as) que
pasan a formar parte de la red mediante padrinazgos y madrinazgos. Así, en la
última parte del álbum es el grupo familiar el que gana centralidad visual. Lo
que se evidencia no sólo en la abundancia de su registro, sino también en la
tonalidad de las fotografías: poses más relajadas, imágenes lúdicas, mayor
informalidad y espontaneidad. No es la “ocasión” (despedidas, bodas,
compromisos) lo que se representa, sino el grupo familiar.15
En las imágenes seleccionadas la representación del grupo
familiar tiende a fijarse en espacios abiertos y genéricos, antes que en el
interior doméstico. Amén de que esto pueda responder a efectos deletéreos de
cambios más amplios y generales en las convenciones representacionales (véase
nota 15), es posible también suponer que en los sectores trabajadores la noción
de “interior” como escenario representativo se encuentre en gran medida
condicionada por límites materiales y físicos.16
Pero aun así, no deja de ser significativo que en la
narración visual que construye Sara en esta última secuencia los registros en
espacios domésticos no abunden, aunque si estén evocados en las imágenes:
posando en el umbral, en una puerta, en la vereda, los espacios representados
son una prolongación de la vivienda, y las capturas fotográficas parecieran
connotar un vínculo de exterioridad que relativiza su importancia como espacio
de inscripción identitaria (véase imagen 9). De esta manera, en la selección
que Sara realiza, presenta una imagen de ella centrada en el mundo familiar
pero a la vez visualmente “descentrada” del ámbito doméstico.17
Imagen 9. Autor sin identificar (2019) [ca. 1970]. Núm.
de inventario 005557. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección Familia Eseiza. Tandil.
Ahora, si bien en la narración visual las tomas en el
ámbito doméstico son escasísimas, es en él en donde Sara tiende a mostrarse en
su papel de madre. Estos pocos registros permiten, nuevamente, dar cuenta de la
compleja relación entre prácticas de representación, espacios representacionales
y género. Es que en este punto, las fotografías seleccionadas parecen
conformarse a los roles genéricos de padre y madre imperantes. Así, por
ejemplo, si en el caso de José la toma remite al ideal de padre proveedor y
protector, en donde el plano amplio deja ver que padre e hija son capturados en
la gasolinera donde trabajaba, y la toma de cuerpo entero proyecta a la vez
distancia (la diferencia de altura entre la pequeña y su padre) y protección,
puesto que es él quien la toma de la mano (véase imagen 10). En el caso de
Sara, la escena registrada en el espacio doméstico remite al ideal maternal de
cuidado, afecto y contención. El plano corto refuerza estos sentidos,
proyectando la relación en términos de proximidad e intimidad (véase imagen
11).
Imagen 10. Autor sin identificar (2019) [ca. 1970]. Núm.
de inventario 005652. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección Familia Eseiza. Tandil.
Imagen 11. Autor sin identificar (2019) [ca. 1970]. Núm.
de inventario 005701. Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Igehcs-Conicet-Unicen. Colección Familia Eseiza. Tandil.
CONSIDERACIONES FINALES
Los acervos de fotografías
personal-familiares pueden convertirse en una vía privilegiada para explorar
las complejas relaciones entre normatividad social, prácticas de representación
y construcción de subjetividades. Particularmente cuando nos encontramos con
acervos que nos abren una pequeña ventana al mundo personal, familiar y social
de actores cuyas huellas en el pasado son difíciles –aunque no imposible– de
rastrear.
El propósito de este trabajo consistió en analizar
prácticas de representación y reapropiación de modelos ideales de mujer,
familia y domesticidad en sectores trabajadores urbanos durante las décadas
intermedias del siglo xx a partir del estudio del álbum
fotográfico de Sara, una mujer trabajadora de una ciudad intermedia del
interior bonaerense (Argentina).
Partimos de considerar que las operaciones de
jerarquización, selección y organización que supone el armado de un álbum
fotográfico responden a las expectativas de representación de su hacedor(a) –en
el carácter icónico y en su estatus de “evidencia” reside el gran poder de la
fotografía–. Pero puesto que las narrativas visuales –en tanto narrativas
personales– están siempre entramadas en los guiones culturales (sociales,
genéricos) de su época, ya sea porque se adecúan a ellos o porque los desafían,
el resultado es una narrativa visual en la que se condensan expectativas,
experiencia y normatividades.
Durante las décadas intermedias del siglo xx las mujeres argentinas –y especialmente las mujeres
trabajadoras– fueron objeto de diversas interpelaciones, ambiguas y
contrastantes entre sí. Desde el plano de los discursos y las representaciones
las reformulaciones al modelo de domesticidad las invitaban a sentirse bellas,
dignas y cómodas en su papel de trabajadoras. Al mismo tiempo, se las impelía a
“retornar al hogar”. Hasta bien entrados los años sesenta, el destino modélico
de las mujeres continuó siendo el matrimonio, la familia, el hogar y la
maternidad.
Es claro que al momento de construir una narración sobre
sí mismas, las mujeres como Sara contaron con una serie de repertorios
(discursivos, visuales, normativos) que posibilitaban acercamientos con, y
distanciamientos de los cánones establecidos.
Su álbum, en este sentido, es significativo, porque aun
cuando en él las imágenes y los relatos contienen el ideal imperante de
conyugalidad y maternidad, a la vez, construye una presentación de sí
distanciada del mundo doméstico, e inscrita también en el espacio público de
las sociabilidades laborales, amicales y gremiales.
En este sentido, si en la narrativa visual contenida en
el álbum la redundancia en la representación de determinados momentos u
ocasiones evidencian una cuota de conformidad con las convenciones de su época
y lugar; los cortes, saltos y representaciones “divergentes” muestran –en la
misma dinámica del relato– las tensiones a las que dan lugar los procesos de
recepción y reapropiación. Muestra también que estos asumen tonalidades
singulares según la pertenencia social.
Por cierto, la particular configuración que conformidades
y distanciamientos adquieren en la narración visual que construye Sara no
representa a todas las mujeres de su época, condición y lugar. Pero, sin
embargo, resulta significativa para pensar la manera en que muchas de ellas se
relacionaron con los modelos ideales de mujer, familia y domesticidad
imperantes (cómo adecuaban a ellos sus subjetividades, mediante qué formas de
apropiación los resignificaban). En suma, cómo se sirvieron de los recursos
simbólicos disponibles para modelar –según su pertenencia social, y en espacios
delimitados por una constelación de valores, patrones de conducta y cánones
estéticos– creativamente sus identidades.
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1 Pueden consultarse al respecto, y sólo a título ilustrativo, los trabajos
de Riego (1994, pp. 217-233) y Rosón Villena (2006, pp. 293-305) para el caso
español. El reciente trabajo de Valencia Pulido (2018, pp. 198-224) para el
caso de México, y Pérez y Torricella (2005, pp. 99-116) y Cuarterolo (2006, pp.
39-53) para el caso argentino. Para un estudio de los vínculos entre la función
social de la fotografía y la ideología de la familia moderna, véase Hirsch
(1997). Para una historia de las fotografías familiares véase Hirsch (1981).
2 Por eso quizá también los estudios sobre la relación entre fotografía y
sectores trabajadores han tendido a privilegiar el análisis de los discursos
visuales construidos en torno a estos sectores. Véase Priamo (1999, pp.
289-291). Para el caso de México, el trabajo de Thompson (1993, pp. 107-120). Y
una excepción para el caso argentino en el análisis del álbum fotográfico de un
inmigrante ucraniano en James y Lobato (2003, pp. 151-175).
3 Representar es producir significados. Stuart Hall (1997, pp. 13-64) concibe
a los procesos de representación como instancias clave en la producción de
sentido y, por lo tanto, constitutivas del entramado social y cultural. Los
“lenguajes” de la representación son múltiples, y la fotografía es uno de
ellos. En toda práctica, sentidos y representaciones se producen y recrean
desde posiciones sociales determinadas (Chartier, 2005).
4 Entrevista a M. Eseiza, realizada por Paola Gallo, 16 de abril de 2017,
Tandil, Argentina.
5 En la entrevista realizada a María del Carmen –y en la que fuimos
visualizando juntas el álbum– ella manifestó no recordar cuándo inició Sara el
armado del álbum. Sí nos dijo que del álbum se ocupaba sólo Sara.
6 Como se verá más adelante, Sara dejó de datar sus fotografías allí donde el
álbum empieza a retratar su vida de casada, por lo cual no se pudo establecer
con certeza las fechas de las imágenes que conforman la última parte del álbum.
La datación surge de estimar las fechas de las fotografías compiladas junto con
María del Carmen (por ejemplo, tomando como referencia la edad que ella tenía
en las imágenes contenidas en el álbum).
7 Como señalan Daniel James y Mirta Lobato, los álbumes fotográficos están
organizados según distintos criterios de temporalidad. La narrativa diacrónica
–general, abstracta y universal– convive en el álbum con el anacronismo que
dota a la narración de la singularidad de la experiencia de su autor(a). Véase
James y Lobato (2003, p. 156).
8 En términos globales, la participación femenina en el mercado laboral
disminuyó desde finales del siglo xix, pasando de 42.9%
en 1895 y 29.9% en 1914, a 22.6% en 1947. Para el mismo periodo, el desempeño
de las mujeres en actividades industriales, comercio o de servicio aumentó
pasando de 16.1% en 1895 y 20.1% en 1914, a 44.3% en 1947. Véase Torrado (2003,
p. 211).
9 Para una lectura sobre las representaciones sociales de las empleadas
administrativas y de comercio vigentes en la época, véase Queirolo (2012,
2014); Toussonian (2017). Sobre las representaciones imperantes de las obreras,
véase Armus (2000); Lobato (2007, pp. 283-320). Para el caso de las empleadas
domésticas véase Acha (2018, pp. 63-127).
10 El censo de 1947 señala para el partido de Tandil que de las 19 514 mujeres
de catorce años y más de edad, 3 412 declararon ocupación asalariada (IV Censo General de la Nación, 1947, t. 1, p. 144).
11 Las investigaciones acuerdan en señalar la configuración y consolidación en
las primeras décadas del siglo xx en la Argentina de
un modelo de domesticidad que conectó con los principios de respetabilidad de
los sectores medios urbanos. Sostenido en la pauta de la familia nuclear y una
clara diferenciación de roles en su interior (ellas en el hogar exaltando su
condición de madre y esposa, ellos en el ámbito público sosteniendo la
autoridad en su papel de proveedores) el modelo de familia doméstica se
convirtió –no sin conflictos y contradicciones– en un horizonte normativo para
todos los sectores sociales. Véase Míguez (1999, pp. 21-45); Nari (2004, pp.
55-71); Liernur (2014, pp. 543-580). Sobre el concepto de domesticidad, véase
Maynes (2003, pp. 297-337).
12 Los estudios han coincidido en destacar las ambigüedades del discurso y las
políticas del peronismo en torno a la mujer, y en especial a la mujer
trabajadora. El peronismo ciudadanizó a las mujeres y estimuló su participación
política y social. Pero lo hizo desde una matriz política y discursiva que
privilegió su rol tradicional como esposas, madres y amas de casa. En este
sentido, el peronismo apeló a la mujer trabajadora, enalteciendo y dignificando
su figura dotándola de valores positivos y reformulando la ecuación negativa
entre trabajo y respetabilidad, al tiempo que desplegaba las condiciones
materiales y simbólicas para su “retorno al hogar” (Bianchi, 1993, p. 701).
Véase James (2000) y Lobato (2007, pp. 307-310) para una lectura sobre las
representaciones de la mujer trabajadora durante el peronismo. En cuanto a la
concepción del lugar de la mujer en la sociedad y los rasgos de su política e
interpelación discursiva, véase Bianchi (1993, pp. 697-708); Di Liscia (1999,
pp. 33-49); Girbal Blacha (2006, pp. 93-112). Para una evaluación del impacto
de las políticas del peronismo en el universo familiar de los sectores
trabajadores y populares, véase Cosse (2006); Acha (2018, pp. 129 y 181).
13 Creada en 1922, la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas (face) –originalmente pensada para nuclear a las
empleadas de comercio– se constituyó, según Graciela Queirolo, en un espacio de
integración, contención y socialización para sus socias. Reconociendo la
existencia de hecho del trabajo asalariado de las mujeres de la face, al igual que el peronismo, privilegió una noción
de excepcionalidad del trabajo femenino (Queirolo, 2016).
14 Hemos analizado en otra oportunidad la importancia de la representación del
grupo en ocasiones de bodas y compromisos, y los espacios en los que estos
suelen representarse en el caso de los sectores trabajadores (Gallo, 2016).
15 Registros más informales y espontáneos no implica ausencia de convenciones
representacionales, por el contrario, hacia mediados del siglo xx la espontaneidad se convirtió en una nueva norma
representacional asociada al ideal de la “familia feliz” acicateada por la
masificación de la práctica fotográfica, la simplificación de los
procedimientos, el discurso publicitario y por la misma práctica doméstica, que
multiplicó las oportunidades y el registro de actividades “ordinarias” y cotidianas.
Véase Boerdam y Oosterbaam (1980, pp. 108-110); Torricella (2014, pp. 9-10).
16 En su análisis de álbumes familiares colombianos durante el siglo xx, Silva (1998, p. 173) señala que son los sectores
medios quienes multiplican los escenarios interiores (salas de estar, livings, comedor) en las capturas fotográficas.
17 Cierto es que hacia los años sesenta la centralidad del espacio íntimo y doméstico
como ámbito privilegiado de realización femenina experimentaba reformulaciones
–como el ideal de domesticidad mismo– en consonancia con las dinámicas
modernizadoras que habilitaron nuevos espacios sociales para las mujeres y
nuevos modelos de feminidad. Sin embargo, fueron mayoritariamente las mujeres
de los sectores medios quienes protagonizaron estos cambios. Véase Cosse (2010,
pp. 118-176). Para un análisis de la relación entre identidad y espacio
doméstico en la fotografía familiar de sectores medios de la ciudad de Mar del
Plata entre los años treinta y los sesenta, véase Torricella (2010b, pp.
351-366). Un estudio sobre la relación visual con el ámbito doméstico en las
fotografías de sectores trabajadores del gran Santiago en los años cincuenta
que arriba a conclusiones similares a las nuestras en Velázquez Quiroz (2017).
* Este
trabajo se enmarca en el proyecto: “Mundo familiar, sociabilidad y prácticas de
formación de pareja (1920s-1970s)”, radicado en el programa de investigación
“Actores, ideas y proyectos políticos en la Argentina contemporánea”, dirigido
por Estela Spinelli (D/269). Programa de Incentivos (unicen).
** Doctora en
Historia. Investigadora del Instituto de Estudios Históricos Sociales y del
Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (Unidad Ejecutora Conicet). Docente de grado y posgrado de la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Aires (Argentina). Sus temas de investigación abordan la historia sociocultural
de la familia, la infancia y la educación.
Agradezco las sugerencias de los
evaluadores anónimos. Quiero agradecer, además, la atenta y estimulante lectura
de una versión previa del trabajo de María Bjerg.