10.18234/secuencia.v0i110.1745
Artículos
Modelo para armar:
concepciones sobre desarrollo
y autogestión en el sindicalismo latinoamericano de orientación socialcristiana
en los años setenta
Model to Assemble: Conceptions on
Development and Self-management in Latin American Unionism with a Christian
Social Orientation in the 1970s
Gabriela Scodeller1 *, https://orcid.org/0000-0001-7919-4060
1Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales, Centro Científico
Tecnológico Mendoza-Conicet, Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina, g_scodeller@yahoo.com.ar
Resumen:
El artículo se propone revisar la concepción sobre
desarrollo y organización económica presente en el sindicalismo latinoamericano
de orientación socialcristiana en las décadas en que, tensionados por la
revolución cubana y la Alianza para el Progreso, los distintos actores sociales
de la región no estuvieron al margen de los debates sobre el desarrollo. Nos
interesa analizar la propuesta de autogestión que formula la Central
Latinoamericana de Trabajadores (clat) como respuesta,
donde conjuga en clave latinoamericana elementos de su tradición doctrinaria
con la experiencia yugoslava, apelando además a otras experiencias europeas y
de la región.
Palabras clave: América Latina; años setenta; sindicalismo cristiano; autogestión;
formación sindical.
Abstract:
The article seeks to review
the conception of development and economic organization present in Latin
American trade unionism with a Christian Social orientation in the decades in
which, torn between the Cuban Revolution and the Alliance for Progress, the
various social actors of the region were not exempt from debates on
development. We are interested in analyzing the self-management proposal put
forward by the Central Latinoamericana de Trabajadores (clat)
as a response, which combines features of their doctrinal tradition with the
Yugoslavian tradition, while appealing to other experiences from both Europe
and the region.
Keywords: Latin
America; 1970s; christian unionism; self-management; union training.
Recibido: 14 de mayo de 2019 Aceptado: 21 de abril de
2020
Publicado: 26 de abril de 2021
INTRODUCCIÓN
Las décadas de crecimiento económico que siguieron a la
segunda guerra mundial no resolvieron el problema del bienestar. El asunto del
desarrollo –y conjuntamente el de la planificación– se convirtieron, a pesar de
los matices en términos de diagnóstico o diseño de estrategias y programas, en
una cuestión ineludible en las agendas políticas y en el debate académico e
intelectual entre, o al interior mismo, de los bloques en que la guerra fría
organizaba el (des)orden emanado de la contienda mundial. En este concierto
bipolar, una tercera voz bregaba por hacerse oír, sobre todo desde el tercer
mundo: el movimiento de los “no alineados”.1
Tensionada más directamente por la revolución cubana (1959) y la Alianza para
el Progreso (1961) como modelos antagónicos de proyección del desarrollo en la
región, América Latina no estuvo al margen de dichas discusiones.
Se adosaba otro ingrediente a la polémica sobre el (sub)desarrollo:
la cuestión de la participación. A la creciente conflictividad política y
social de los años sesenta y setenta se sumaban, en los países noratlánticos,
los nuevos problemas que planteaba el acelerado proceso de tecnificación;
tornando necesaria la búsqueda de formas alternativas de articular las
relaciones obrero-patronales al interior de las fábricas, y de contener la
conflictividad por fuera de estas. Frente a la efervescencia laboral se puso en
discusión la ampliación de los canales de participación en la toma de
decisiones, y es aquí donde el modelo yugoslavo de autogestión se volvió un
faro a observar.
Puesto que representaba una vía alternativa entre los
modelos socialista y capitalista, remitiendo directamente a las problemáticas
de la planificación y de la participación, este modelo autogestionario resultó
atractivo para un conjunto heterogéneo de actores. Así, las agendas de
occidente se cruzaron con el interés de los propios líderes yugoslavos por
difundir su modelo, dando lugar a la circulación del mismo por un sinnúmero de
espacios y redes académico-intelectuales, de organismos estatales e
intergubernamentales (Zaccaria, 2018). La Organización Internacional del
Trabajo (oit) cumplió un papel central en esta
dinámica, a partir del análisis de los distintos modelos de planificación,
participación y gestión que realizaba su Instituto Internacional de Estudios
Laborales (Maul, 2017), y más puntualmente a través del estudio y divulgación
de la experiencia yugoslava.2
Los usos de estos insumos variaron según el horizonte de lectura. Pero en
general la experiencia fue acotada al nivel de la empresa, estando el interés
puesto principalmente en el funcionamiento de este sistema como forma de
gestionar la fuerza de trabajo. En un sentido más amplio, suponía la
introducción de un concepto menos radical de participación –donde el poder de
decisión era compartido con la gerencia y/o con el Estado– bajo la idea de que
ello se convertía en factor para resolver o anular los conflictos sociales
(Zaccaria, 2018, p. 225).
A la par, la experiencia yugoslava despertó un amplio
interés entre agrupamientos sociales, sindicales y políticos muy diversos en
términos de adscripciones ideológicas; también aquí generando una diversidad de
apropiaciones. En este artículo nos interesa desandar la apropiación de dicho
concepto de autogestión en la construcción que articuló el sindicalismo de raíz
cristiana en América Latina. Desde que surgió en Santiago de Chile en 1954, la
Confederación Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos (clasc) agrupó a nivel regional a los trabajadores de
dicho credo. Con los años amplió su horizonte de representación religiosa, buscando
además nuclear no sólo a trabajadores sindicalizados sino a organizaciones de
pobladores, cooperativistas, campesinos, mujeres y jóvenes. Así, en 1971 pasó a
llamarse Central Latinoamericana de Trabajadores (clat).3 Transitó un camino
propio y original, con autonomía de las instituciones con las cuales se la ha
solido identificar, sea la Iglesia católica, los partidos demócrata cristianos,4 o la propia federación
mundial de la que formaba parte, la Confederación Mundial de Trabajadores (cmt).5
Su historia se ubicó más bien próxima al proceso de radicalización por el que
atravesaron distintos sectores religiosos del continente en el marco de
renovación abierto por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y posteriormente por
la II celam (1968), cuyo correlato fue una
acelerada dinámica de secularización.6
En la coyuntura del año 1968, la clasc puede ubicarse
próxima a la corriente revolucionaria (aunque sin adscribir a la lucha armada y
con puntos de diálogo con la línea reformista y desarrollista –continuadora del
Concilio Vaticano II–).7 Llegó a ser la segunda
organización sindical en la región después de la Organización Regional
Interamericana de Trabajadores (orit)8 con quien se disputaba
la influencia sobre las masas obreras no comunistas del continente.
Nos proponemos, entonces, revisar cómo la clasc/clat se ubicó en la
mencionada discusión sobre el desarrollo; analizar cómo fue entramando un
diagnóstico sobre el subdesarrollo regional y buscando una alternativa propia,
que la diferenciase de los bloques antagónicos de la guerra fría. Entrelazando
concepciones provenientes de su raigambre socialcristiana con la experiencia de
autogestión yugoslava, sostenemos que aparecerá formulada la autogestión como
alternativa de desarrollo. Asumidas la primera en clave revolucionaria y la
segunda en clave latinoamericana, buscamos ver cómo se fusionaron en una
propuesta propia que implicó una forma de organización económica, pero también
política y social. Así, lo que nos interesa conocer es el proceso por el cual
una organización sindical cristiana llegó a elaborar la siguiente afirmación:
El socialismo de los trabajadores debe ser la primacía
del trabajo y de los trabajadores sobre el capital, la técnica y el poder… Políticamente
este socialismo es el poder del pueblo organizado. Económicamente, es la
propiedad social de los medios de producción, la planificación democrática y la
autogestión de la economía; socialmente, es la autogestión proyectada a la
sociedad global como medio de crear el cuadro de libertad y responsabilidad más
amplios posibles.9
Atendiendo al contexto internacional previamente
descrito, nos preguntamos qué tomó la clasc/clat del modelo yugoslavo y cómo llegó a él. No
pretendemos observar sólo las distintas concepciones en debate sino también los
modos, materiales y lugares del intercambio, a los actores intervinientes como
las traducciones situadas y sus resignificaciones.10
Para observar esta dinámica nos servimos de una diversidad de fuentes
provenientes de la propia organización sindical.11
Ubicamos la mirada entre 1968 y 1978, entendiendo que
este es el periodo de mayor productividad y radicalidad en los planteos que la
Central iría elaborando en torno a la autogestión como modelo propio. Las
fechas corresponden al momento en que, como veremos, una serie de eventos
marcan el inicio de un interés sistemático por parte de la clasc en la experiencia yugoslava, hasta las
definiciones más acabadas a que llegará en el marco del VII Congreso de la clat (1978).
Consideramos que esta interpelación sobre un objeto
clásico de la historiografía laboral como son las organizaciones obreras
–aunque en este caso se trate de una muy poco explorada–, contribuye a ampliar
el campo de la historia social de las y los trabajadores, combinando elementos
característicos de “la vieja, la nueva y la historia global del trabajo” (Van
der Linden, 2009). Nos interesa explorar una serie de cruces poco atendidos en
la historiografía del trabajo latinoamericana. Por un lado, no se ha reparado
en el vínculo entre sindicalismo y religión, como sí sucede en el ámbito
europeo, aunque a su vez este raramente ponga sus investigaciones en diálogo
con las experiencias latinoamericanas (Horn, 2008, 2015; Horn y Gerard, 2001;
Van Voss, Pasture y Maeyere, 2005). Por otro, tampoco se ha detenido a mirar al
sindicalismo como actor relevante en el debate sobre desarrollo y participación
iniciado en la segunda posguerra, salvo contadas excepciones (Maul, 2017;
Rodríguez García, 2010).
En línea con estudios recientes que interpretan la guerra
fría como un fenómeno global (Brands, 2010; Saull, 2004) otorgando agencia a
los actores del sur y distanciándose por tanto de aquellas interpretaciones en
que la iniciativa proviene unidireccionalmente del norte; nos interesa discutir
una imagen rígida y estática del universo sindical de aquellos años. Cuando se
le da protagonismo, este aparece lleno de yuxtaposiciones y entramados
complejos. Esta entrada al mundo del trabajo nos permite reponer a una
organización que ha quedado algo soslayada en el mapa de la contienda bipolar,
posiblemente por la dificultad de ubicar a la clasc/clat en el mismo, dadas las ambivalencias que la
tensionaron.
En las páginas que siguen, en primer lugar y como marco
de referencia de la discusión, mencionaremos un conjunto de encuentros en los
que la clasc/clat
participó, dando cuenta de su mirada y posicionamientos sobre la cuestión del
desarrollo en general, sus definiciones al respecto e influencias
ideológico-doctrinarias en las que abrevó. Exploraremos cómo ello se conectaba
con el tema de la participación de los trabajadores y, más puntualmente, cómo
los llevó a pensar el tema de la autogestión. En el segundo apartado nos
dedicaremos a analizar cuáles fueron sus exploraciones al respecto: los
diálogos con la experiencia yugoslava de modo directo, pero también mediatizada
por sus compañeros de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (cfdt); recorrido de elaboración teórica que fue
revisado y reflexionado a la luz de una experiencia más cercana: el proceso
atravesado en el Chile de la Unidad Popular.
Luego, en el tercer apartado, mencionaremos otras
experiencias históricas y contemporáneas que, aunque en menor medida, fueron
objeto de estudio por parte de la clat, en tanto que
constituían insumos para imaginar la nueva sociedad que debían construir los
trabajadores, y en la cual la autogestión era el eje articulador. Si bien como
veremos en la concepción de la clasc/clat la autogestión constituía un proceso integral, en
el segundo apartado el eje de análisis será más bien económico y el núcleo de
la discusión será la empresa; mientras que en el tercero el eje se vuelve más
político y lo que se pone en debate es el Estado. Si en el anterior veremos el
esfuerzo de la clasc/clat
por buscar experiencias que informasen su definición de autogestión, en el último
encontraremos las tareas que llevó a cabo para difundirlas al interior de la
propia organización. Finalmente, esbozaremos cuál fue el aporte creativo y los
límites del recorrido realizado por esta organización latinoamericana.
QUÉ DESARROLLO PARA QUIÉN
Abogando por una posición
anticapitalista, antimperialista (incluyendo por igual a ambos bloques de la
guerra fría)12 y tercermundista, que
a su vez apelaba y promovía la existencia de una identidad común latinoamericana,
la clasc/clat
no dejó de involucrarse en la discusión sobre el desarrollo, interviniendo en
algunos espacios organizados por distintos organismos internacionales.
Enviaron, por ejemplo, un delegado a la XII Reunión de la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal)
de 1967, quien se manifestó en contra de “una integración capitalista realizada
en el cuadro político del panamericanismo”. Desarrollo e integración siempre
aparecerían articulados en el planteo de la organización sindical. Allí
sostuvieron que la integración debía ser política, social y cultural además de
económica; de los pueblos y no de gobiernos o monopolios extranjeros.13 Lo interesante es que
su clara denuncia al sistema no la ubicó al margen de estas instancias de
debate, sino que, por el contrario, las entendieron como espacios de disputa,
en los que buscaron poner sus lineamientos sobre la mesa. Para ello se
preocuparon por informarse y formarse, y lo hicieron dentro del universo
católico.
Así, a fines de ese año 17 dirigentes de la clasc participaron de un seminario de seis semanas de
duración, en Santiago de Chile, denominado Seminario Latinoamericano sobre
Doctrina Global del Desarrollo. Fue el segundo de este tipo, organizado por el
Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (Ilades). Su objetivo era “dotar a los dirigentes
sindicales de los conocimientos necesarios para una efectiva participación de
los trabajadores organizados en los procesos de desarrollo de nuestros países
en la perspectiva del hombre, de todo el hombre y de todos
los hombres”,14 frase que aludía
directamente a la impronta humanista del dominico Louis Joseph Lebret. La Teología
del Desarrollo de la que este fue el principal exponente resultó muy influyente
en distintos círculos vinculados al pensamiento cristiano en América Latina.
Recordemos que su concepción sobre el “desarrollo integral del hombre” impregnó
al Concilio Vaticano II (Silva Gotay, 1981, pp. 41, 52-53) y para el tema que
nos convoca, sus obras estuvieron entre las más citadas por la clasc/clat.15 Además, Lebret fue
muy influyente en Brasil, sobre todo en obispos como Hélder Câmara, a quienes
la clasc leyó con asiduidad.
Pero la clasc no sólo estaba
interesada en poner en juego el contenido que se debatía detrás del desarrollo
y la integración en instancias gubernamentales o supranacionales, sino que se
aseguró de discutirla entre pares, en ámbitos obreros. En este sentido, en
marzo de 1968 se realizó un importante encuentro en Santo Domingo,16 la Primera
Conferencia Sindical sobre Desarrollo e Integración de América Latina, que se
presentó como un espacio en el que los trabajadores, convidados de piedra en la
discusión sobre el desarrollo y la integración, finalmente podrían discutir y
definir desde sus intereses, necesidades y aspiraciones, “una estrategia, una
política y una táctica, y sobre todo una acción mancomunada […] que oriente y
estimule la marcha de los trabajadores en los procesos del desarrollo y de la
integración de nuestros pueblos”. La misma convocatoria llamaba a pensar,
estudiar y debatir, a la vez que a realizar “una profunda revolución social,
cultural, política y económica” como “único camino para un desarrollo e
integración a la medida del hombre y de los pueblos latinoamericanos”.17
Dicha Conferencia se definió a favor de una tercera vía
de desarrollo: aquella que encarnaban los pueblos pobres para lograr la
liberación, rechazando a los imperialismos (tanto capitalista como comunista).
Era necesario, argumentaban, dejar de copiar e importar fórmulas de cada rincón
del mundo ya que los caminos y modelos para el desarrollo y la liberación
latinoamericana debían “nacer dentro de las clases populares y ser alumbradas
por el calor de la lucha, de la acción, del pensamiento encarnado en el proceso
revolucionario práctico de todos los días”.18
Entre diversas denuncias, enfatizaban que los “procesos
desarrollistas, implantados a nivel de gobiernos, empresarios, organismos
internacionales y tecnocracias, son solamente una nueva presentación del
capitalismo tradicional bajo las nuevas formas de neocapitalismo, que trata de
reforzar en supercapitalismo el poder de las oligarquías nacionales,
fortaleciendo inevitablemente a los monopolios extranjeros”.
Y que “el actual proceso de integración latinoamericana
representa en definitiva la última etapa de consolidación del imperialismo
capitalista en América Latina”.19
La Carta de Santo Domingo, emanada de aquel evento y
firmada por dirigentes sindicales de 26 países latinos pertenecientes a la clasc, agregaba que el “desarrollo integral” en
América Latina, en la perspectiva de liberar a sus pueblos, suponía la creación
de una “nueva sociedad” y la “formación de hombres nuevos”; así, sus resultados
serían evaluados en función de la “promoción humana y popular” que lograse
producir. En otras palabras, nada de lo anterior podría realizarse sin una real
y completa (económica, social, política y cultural) integración latinoamericana
y no panamericana.20 Como se puede
observar, la clasc/clat
anclaba algunas de sus definiciones en los marcos de la Doctrina Social de la
Iglesia y en la Teología del Desarrollo, aunque paulatinamente iría
introduciendo elementos que hacían a su ubicación específica como actor
sindical del tercer mundo y de una América Latina donde bullían ideas y
prácticas revolucionarias, en donde el movimiento obrero constituía un actor
“irremplazable” para terminar con una Latinoamérica “dominada y dependiente”.21
En esa línea, para 1972 el diagnóstico de la clat –presentado en la III Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo realizada en Chile–22
era que dicha situación de dominación/dependencia económica se estaba
profundizando en la región, dado que la industrialización era “inducida, controlada
y apropiada” por conglomerados económicos transnacionales, principalmente
estadunidenses. Alertaba que a causa de ello los acuerdos de integración y
comercio en favor de los países menos desarrollados en realidad estaban
beneficiando a las subsidiarias latinoamericanas de dichas firmas. Proponía
entonces a este organismo un cambio radical de estrategia, a favor del
“desarrollo solidario de todos los pueblos” y la participación de las
organizaciones obreras en la elaboración de nuevos planes y programas.
Resulta evidente que la clasc/clat no esquivó una discusión tan propia de la época
como fue el desarrollo en general y de la región en particular. Pero lo
interesante es observar, comparativamente, cómo se ubicó en la dinámica del
debate. Si atendemos a la demanda por “participación en el desarrollo”
pareciera que la clasc/clat
no se diferenció de los planteamientos de otras organizaciones sindicales
contemporáneas, por ejemplo, de su principal rival, la orit.
Sin embargo, la perspectiva con que cada una se introdujo en la polémica es
opuesta. Mientras que esta última reclamaba ser parte de los planes de
desarrollo programados para la región apelando al lugar que para ello les
destinaba la Alianza para el Progreso y el sistema de organismos panamericanos
intergubernamentales, por tanto avalando sus programas de desarrollo e
integración (Scodeller, 2017); el tono de la clat
no sólo era de denuncia a dichas instituciones por cuanto en América Latina los
trabajadores estaban marginados de la “gestión y control del desarrollo
económico y social”,23 sino que además
cuestionaban el modelo de desarrollo capitalista y dependiente que buscaban
implantar. La síntesis de ambas cuestiones, es decir, la aspiración de participación
de los trabajadores, pero en el marco de un desarrollo humanista e integral,
como veremos, estará dado por la propuesta de autogestión como forma de
organización económica, política y social (Central Latinoamericana de
Trabajadores, 1978, pp. 181-187).
Este esbozo sobre las concepciones de la clasc/clat, en relación con
el desarrollo, permite advertir un corrimiento en su identidad socialcristiana.
Sin romper con esa matriz, la irá radicalizando al son de la dinámica de
confrontaciones sociales que ocurrían en la región,24
en un proceso de secularización que además compartía con sus organizaciones
hermanas de la cmt. Si bien la crítica al capitalismo
continuaba formulándose en clave humanista cristiana, se hará en un tono cada
vez más radical.
En este proceso, cada vez con mayor claridad el tema del
desarrollo se fue imbricando con la necesidad de “construir una nueva economía”.25 Entendida como elaboración
que debía provenir de las propias bases de la organización esta estuvo, a su
vez, estrechamente articulada a la autogestión como modelo en que la economía
quedaba “en manos de los trabajadores”. De nuevo, sin desprenderse de su visión
humanista, ello implicaba pensar en “una economía del hombre, de todo el
hombre, de todos los hombres y de todo el pueblo”.26 Nótese ya el agregado
colectivo a la formulación original de la Teología del Desarrollo. A desandar
el recorrido de cómo esta concepción se fue articulando, nos dedicaremos a
continuación.
LA AUTOGESTIÓN COMO HORIZONTE DEL DESARROLLO
La clasc/clat anudó su preocupación por la participación de los
trabajadores en las esferas económica y política de la organización social a la
experiencia yugoslava de autogestión. Dar cuenta de esta significaría un
estudio en sí mismo y de otra índole al que aquí nos interesa; por la
complejidad y densidad del caso como por su extensión temporal y variantes, pero
además, por la diversidad de interpretaciones y debates existentes alrededor de
la experiencia.27 Metodológicamente
además, no es nuestra intención definir al modelo yugoslavo como punto de
partida inicial y estático en relación con el cual despejar otros, sino reponer
el modo en que la clasc/clat
fue construyendo su aproximación al mismo: por qué le despertó interés, los
mecanismos por los cuáles llegó a él, sus interpretaciones y reformulaciones,
mediadas por otras organizaciones, lecturas y procesos históricos, como veremos
a lo largo de este apartado.
A partir de 1969 se puede advertir un interés sistemático
por parte de la clasc en la experiencia de autogestión
yugoslava. Según la prensa de la organización, el vínculo se habría iniciado a
partir de una visita que realizó una delegación de sindicalistas yugoslavos, a
fines de 1968, a su sede en Caracas, interesados en profundizar su conocimiento
y contactos con una central obrera que reconocían por su antimperialismo y
búsqueda de autonomía sindical. Los visitantes, a su vez, se ocuparon en
divulgar su experiencia de autogestión.28
Es así como aproximadamente seis meses después, invitados
por el Consejo Central de los Sindicatos Yugoslavos (ccsy),
una delegación de la clasc viajó a Yugoslavia. En una
estadía de doce días, visitaron sindicatos, fábricas, centros asistenciales y
unidades agrícolas de producción en Serbia, Macedonia y Eslovenia.29 Nuevamente, la clasc recibió la visita del director del Departamento
de Relaciones Internacionales del ccsy, quien en esta
oportunidad dictó dos conferencias sobre la autogestión de los trabajadores. Y
a su vez, los latinoamericanos fueron invitados a realizar un nuevo viaje de
estudios recorriendo diferentes empresas y regiones.30
Asistirían luego al II Congreso Nacional de Autogestores de Yugoslavia,
realizado en Sarajevo a fines de noviembre de 1970.31
También enviaron un representante a la Primera Conferencia Internacional de
Sociología sobre la Autogestión y la Participación, realizada en diciembre de
1972 en Dubrovnik, donde sindicalistas, especialistas en la materia y técnicos
de organismos internacionales debatieron en torno a distintas experiencias a
nivel mundial.32
Pero la participación de los trabajadores en el diseño y
gestión de emprendimientos, tanto en la esfera económica como política, no era
una novedad histórica que surja con la experiencia yugoslava. ¿Qué fue entonces
lo que motivó el interés de la clasc por su modelo
de autogestión? Como para tantos otros movimientos y organizaciones de lo que
genéricamente se denominó Nueva Izquierda,33
para la clasc Yugoslavia representaba un país
autónomo del bloque soviético, que había realizado un camino original de
socialización y que además podía dialogar con sus concepciones sobre la
propiedad como bien común. De allí que comenzaran esos asiduos intercambios a
fin de empaparse de su modelo de desarrollo en términos teóricos y prácticos.
La experiencia yugoslava resolvía, en principio, muchos de los dilemas no
resueltos de una tercera vía que el sindicalismo de orientación socialcristiana
aspiraba proponer. Engarzaba de forma muy fluida con una concepción cada vez
más contundente entre la dirigencia de la clasc/clat, por la cual la imaginación de una nueva sociedad
y economía a construir debía ser fruto de la creatividad de los propios
trabajadores; quienes no sólo debían ser los creadores sino los principales
ejecutores de aquella. En este sentido, desde su perspectiva el proceso
yugoslavo también resolvía el problema de un Estado que aplastaba la autonomía
de los sujetos.
Pero tampoco se trataba de reproducir un esquema que más
o menos se adaptase a sus concepciones político-ideológicas. En la inauguración
del Congreso Latinoamericano de Trabajadores Bancarios, el secretario general
Emilio Máspero sintetizó lo que venimos expresando. Definió a la clasc como “profunda e irreversiblemente anticapitalista”, a la vez que afirmó: “no podemos
quedarnos en el anti porque nuestra misión
histórica es construir una nueva sociedad, y por lo tanto una nueva economía”,
para luego argumentar:
Ya estamos fatigados y furiosos al mismo tiempo al
constatar el fracaso de tantas teorías económicas copiadas en el extranjero y
que obedecen a modelos de desarrollo económico que terminan haciendo más
dependientes, más explotados y más enajenados a nuestros pueblos. ¡No copiemos
más! Es necesario crear un nuevo pensamiento
económico y esto debe ser hecho por los propios trabajadores.34
La originalidad era también una de las virtudes que se
reconocía al proceso encarado por los trabajadores yugoslavos. De hecho, ya en
los inicios de este vínculo, cuando los delegados de este país presentaron su
experiencia de autogestión, en la prensa de la clasc
se resaltaba que “no tienen modelo de donde copiarse” pues “no están por un
tipo de socialismo burocrático”.35
El inicio de esta búsqueda por parte de la clasc coincide temporalmente con su nueva Declaración
de Principios de 1968. En la misma, al referirse a la empresa sostenían: “El
movimiento obrero debe orientar sus esfuerzos de pensamiento y acción en la
realización de fórmulas de autogestión de la empresa y de la economía en
general.”36 A partir de entonces
la insistencia sobre la importancia de la autogestión se volvería constante, y
se desarrolló cada vez con mayor profundidad. Cabe señalar que en la concepción
que la clat fue entramando a lo largo del
tiempo, esta no se limitó a aspectos económicos (sea a nivel de empresa o de la
economía en general), sino que suponía, llevaba directamente, a la práctica de
“una auténtica, real e íntegra democracia”, pues además del poder económico
colocaba el poder político en manos de los trabajadores.37 Este, enfatizaban, es
el modo a través del cual se abrían “posibilidades de responsabilidad y
participación” a los trabajadores, al asumir un papel determinante en la
organización de la sociedad toda.
A la vez, sin mencionar ejemplos concretos, advertían
sobre la distorsión del sentido de autogestión que suponían algunas
experiencias latinoamericanas (denominadas como empresas comunitarias o
cooperativas), por cuanto la autogestión no era realizable bajo el actual
sistema capitalista. La misma exigía un proceso previo de liberación, de
revolución política, económica, social y cultural. En otras palabras, era el
“fundamento del nuevo proyecto histórico de nueva sociedad”.38 Aplicarla de modo
aislado en el marco de los esquemas vigentes cambiaba por completo su sentido.
Al respecto alertaba como “en los propios EE. UU. y en otros países comienzan a
interesarse en la autogestión como una forma nueva de ‘relaciones humanas’, de
‘relaciones industriales’ para aumentar la productividad, la falsa
‘participación’ del trabajador en la empresa y en la economía y evitar así
indefinidamente el cambio radical del sistema capitalista. Más bien para
reforzarlo.”39
Buscó claramente alejarse de esa perspectiva. Desde su
órgano de expresión periódico, en varias oportunidades se explicó el funcionamiento
de la autogestión en Yugoslavia y sus ventajas. Se resaltaba la síntesis que
suponía dicho modelo entre la propiedad social de los medios de producción y la
gestión en manos de los trabajadores (quienes definían desde los planes de
producción hasta sus ingresos y normas de disciplina).40
Se fue entonces explicitando y explicando, en teoría, qué se entendía por
autogestión. Así, a través de sus publicaciones es posible precisar qué era lo
que la clat recuperaba del modelo yugoslavo y,
sobre todo, con qué sentidos. Entender esta especificidad es relevante ya que,
como aludimos, el yugoslavo se había transformado en un ejemplo extendido
también para los países del bloque capitalista que la propia clat denostaba, en gran medida en la versión
edulcorada puesta en circulación por la oit.
Así, en la marea de usos del concepto de autogestión que
circulaban a nivel internacional, la clat
fue muy clara en sus delimitaciones. Pero llegar a estas no fue un proceso de
diálogo unidireccional ni con un único interlocutor. En buena medida, la
significación de la autogestión yugoslava fue mediada por la reapropiación que
de la misma había realizado un referente cercano a la clasc/clat dentro de la cmt,
la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (cfdt).
Es en parte a partir de la centralidad que la bandera de
la autogestión ocupó en el Mayo Francés que la clasc
tomó nota y comenzaría a interesarse por esta cuestión que sus pares de la cfdt ya venían discutiendo desde algunos años atrás.
Efectivamente, al calor de aquel acontecimiento y abrevando fuertemente en la
experiencia yugoslava en marcha (Georgi, 1995), la cfdt
produce importantes aportes y reflexiones teóricas que influenciaron el campo
del sindicalismo latinoamericano, sobre todo en Brasil (Iturraspe, 1986, pp. 36
y 51). Según el argentino Carlos Custer, entonces secretario general adjunto de
la cmt, la clat
tomó como insumos las producciones francesas en la materia;41 lo cual puede
observarse en los textos que, elaborados por dicha central sindical, eran
traducidos y utilizados en distintas instancias de formación ya desde 1969.42
En camino a su VI Congreso de 1971,43 la clat ya se definía claramente a favor de la propiedad
social de los medios de producción y de la planificación democrática, ambos
conceptos que, de la mano de la autogestión, eran bandera de la organización
francesa. Como han señalado F. Georgi y L. Heerma van Voss (2005), es
importante resaltar que las últimas dos nociones denotan la pervivencia de
ciertos principios inherentes a la doctrina socialcristiana, a la vez que
rupturas significativas. Por ello, si bien la cmt
adoptó formalmente estos tres pilares en los setenta, no todas las
organizaciones miembro europeas lo hicieron con el mismo énfasis que la cfdt, o que la propia clat.
Por otra parte, el concepto de “planificación
democrática” que la cfdt (entonces bajo su apelativo
confesional, cftc) incorporó a fines de los años
cincuenta44 difería del término
de “planificación social” empleado en el sistema yugoslavo, y que a su vez se
alejaba del modelo soviético de “planificación centralizada” (Zaccaria, 2018,
p. 213). Ello nos está indicando no sólo la mediación de los sindicalistas franceses
en la reflexión sobre el caso yugoslavo que operaba en la clat, sino la fuerza de esta. La incorporación de este
concepto a la vez informaba y reforzaba el vínculo entre economía y política
que nutría la noción “integral” de autogestión y democracia que, como vimos,
sostenía la clat.
Si por un lado, desde esta última, el proceso yugoslavo
fue mirado con una lente tonalizada por las resignificaciones de la cfdt, a la vez se reenfocaba a la luz de las dinámicas
históricas que más próximamente tenían lugar en el continente. Así, en las
definiciones más acabadas sobre autogestión que podemos encontrar hacia
1973-1974, se tornaron centrales sus propias perspectivas sobre la construcción
de poder, influidas de modo particular por el devenir del proceso chileno. En
términos generales, este se convirtió en una referencia concreta y cercana a
partir de la cual discutir su concepción de sociedad y de individuo, de
desarrollo económico y de democracia política, de revolución y el rol de las y
los trabajadores en ella. Respecto de las cuestiones que se vinculan de modo
más directo con este artículo, engrosó de modo directo sus reflexiones y
postulados en torno a la autogestión, en particular en lo que hacía al rol del
Estado.
En 1972, avanzado el gobierno de la Unidad Popular, la clat se manifestó en contra de las “fuerzas
reaccionarias, de derecha, facistas [sic] que
intentan bloquear el actual proceso político chileno”, a la vez que realizó una
serie de críticas al proceso en marcha. Festejaban que dos tercios de quienes
votaron en 1970 se hubiesen manifestado “en contra del sistema capitalista y en
favor de una sociedad socialista”, pero defendían el derecho de
“autodeterminación” del pueblo chileno para definir qué tipo de sociedad
socialista se debía construir, no aceptando “cualquier tipo de socialismo”. De
lo contrario, sostenían dos referentes de la clat
chilena, se operaría “un auténtico proceso de enajenación colectiva que es la
negación misma de todo auténtico proceso de liberación económica, social,
política y cultural. En efecto, cambiar de patrón no es liberación.” Esta
última frase refería críticamente al paso hacia un capitalismo de Estado tal
como lo propugnaba el Partido Comunista (pc),
mientras que la clat reclamaba que el proceso de
nacionalizaciones en los sectores estratégicos debía ir acompañado de fórmulas
de gestión y control con mayor participación de los trabajadores.45
En julio de 1973, en su XIII reunión, el Consejo de la clat elaboró un documento –que formuló como un
“llamado constructivo” al gobierno y distintas fuerzas populares y
progresistas– en el cual los instaban a continuar el proceso de transformación
dentro de las perspectivas de una “socialización liberadora” que debía
desarrollarse sobre la base de la libre determinación de los trabajadores y el
pueblo chileno.46 Así mismo, allí
criticaban al gobierno de Salvador Allende por sus
claras muestras de intervenciones extranjerizantes, todo
lo cual puede significar un mero cambio de patrón y una apropiación del poder y
de los medios de producción en manos de tecno-burocracias estatales,
desplazando a las clases trabajadoras de la gestión y control efectivos de todo
el proceso, impidiendo que surjan fórmulas originales de autogestión de los
trabajadores no solo en la economía sino en toda la sociedad chilena.47
Sobre todo en discusión con el pc
–al que tildaban de stalinista– y su aparato sindical, proclamaban la
construcción de un “socialismo democrático y autogestionario donde los
trabajadores seamos la vanguardia”.48
Así, los referentes de la clat se declaraban partidarios de la
socialización de los medios de producción siempre que ello fuese acompañado por
“fórmulas de control y de gestión que faciliten una verdadera autogestión de la
economía por parte de los trabajadores, junto con una planificación democrática
de la misma”.49 Reaparecen, ahora
analizando una experiencia concreta latinoamericana, los tres conceptos clave
de la propuesta de la cfdt.
En menor medida, otros casos históricos y contemporáneos
fueron objeto de estudio por parte de los cuadros de la clat,
en la medida que constituían insumos para el diseño de la nueva sociedad a
construir y en la que la autogestión integral era el eje articulador.
FORMACIÓN PARA LA NUEVA SOCIEDAD
La propia clat,
al declararse partidaria de la autogestión “como perspectiva original de
control y gestión de la economía en manos del pueblo, de
los trabajadores, de los usuarios, de los consumidores”, enfatizaba que
esta “no se copia ni se importa. Es una aspiración profunda del Movimiento de los Trabajadores,
que se construye en la realidad original de cada país y de cada Continente”.50 Con lo cual las
referencias europeas, llegasen directamente desde Yugoslavia o mediatizadas por
la reapropiación que de la misma hicieran los franceses, tenía que ser puesta
en tensión con la realidad de un continente que ellos caracterizaban como
dependiente. Efectivamente, otras experiencias de autogestión a escala regional
(Chile, Perú, Argentina, entre otras) fueron discutidas en el seno de la clasc/clat, aunque no
fueran puestas en circulación a través de su órgano de divulgación periódico51 –como hizo
reiterativamente con el caso yugoslavo–, sino estudiadas en distintos eventos
de formación.
Así, en el marco del Proceso Colectivo de Elaboración
Ideológica (pcei) que arrancó en 1973 con el objeto
de llegar a elaborar desde las bases del movimiento el modelo de nueva sociedad
que la clat aspiraba a construir,52 se llevó a cabo en la
utal el I Seminario Ideológico Latinoamericano, en el
que vale la pena detenerse. Su título fue “La autogestión económica base de un
proyecto alternativo de nueva sociedad”. Fue pensado como una instancia de
estudio y elaboración de materiales y propuestas que debían nutrir las
instancias de formación política de las bases del Movimiento.53 Participaron de este
encuentro dirigentes sindicales, pero también técnicos y expertos, convocados
especialmente por su “práctica, estudio o investigación”. Estos debieron
realizar un proceso de “preparación remota y próxima”54
sobre los distintos temas a abordar a lo largo de las dos semanas que duró el
seminario desarrollado a fines de 1974.55
A lo largo de las jornadas se discutió, en primer lugar,
un diagnóstico en términos económicos, políticos, sociales y culturales del
capitalismo a escala global y en la región, con la mirada puesta en el impacto
sobre los trabajadores y sus organizaciones. Luego se analizó desde el punto de
vista teórico la socialización de los medios de producción, y a la luz de ello
distintas experiencias históricas en América Latina y el mundo. Entre ellas, la
de las comunidades industriales peruanas creadas durante el gobierno militar de
Juan Velasco Alvarado; las más de 200 empresas autogestionadas que habían
funcionado bajo el gobierno de la Unidad Popular en Chile; “la experiencia
argentina con sus características propias”;56
los modelos de socialización de la Unión Soviética y los países del bloque
socialista; y en particular, el caso yugoslavo, caracterizado como el más
“avanzado”.57
Como se puede observar, todas las referencias remitían a
casos surgidos –aunque con claros matices (sea mediante legislación, apoyo
técnico o financiero)– al amparo del Estado. Llama la atención que no se
analizasen aquellas experiencias que se gestaron contra el sistema jurídico o
en el marco de confrontaciones político-sociales.58
Si bien las fuentes disponibles no nos permiten discernir el detalle de la
evaluación que se hacía de cada uno y las discusiones detrás de los tópicos
enunciados, en principio el recorte efectuado abre interrogantes en torno a la
preocupación de la clat por el rol del Estado en los
procesos de socialización. Parecería que, más allá de sus críticas a los
procesos de burocratización, no habría posibilidad de pensarla al margen de un
entramado institucional ya consolidado. Esto contrastaría, en principio, con su
reiterada apelación no sólo a la autogestión sino a la autoorganización o al
autogobierno, palabras con que evocaba su concepción del poder. De hecho, como
resultado del seminario se pretendía llegar a esbozar una propuesta de
autogestión micro y macroeconómica que se enmarcase dentro de la “Planificación
democrática”.59 Insistimos en la
importancia que adquiere este concepto traído de la cfdt
y que denota la búsqueda de democratización “del poder, del tener y del saber”.60 Es decir, la
descentralización del poder –tanto del capital como del Estado–, creando como
nuevo centro el del pueblo organizado; tal como llegaría a definirse en el VII
Congreso de 1978 (Central Latinoamericana de Trabajadores, 1978, pp. 181-187).
Puesto que sin el involucramiento de los trabajadores no
habría una transformación real, la clat
se preocupó por promover que dicha participación fuese consciente, a través de
la formación de todos sus miembros. Con este objetivo, los cuadernillos
elaborados para el trabajo de base dentro del pcei
divulgaron las ideas fuerza hasta aquí esbozadas, en términos sencillos y
ofreciendo a su vez una mirada articulada de sus concepciones en materia de
organización social. El Primer Ciclo, en el cual se proponía realizar un
diagnóstico de la situación latinoamericana, concluía planteando que como parte
del camino revolucionario que debían encarar los países pobres, debían
transformarse “los modos de producción y cambiar cualitativamente la concepción
de la propiedad, destinos de los ingresos y objetivo de la actividad
económica”; mientras que en el plano social y político debía encararse la “creación
de verdaderos canales de participación que posibiliten la autogestión social”
(Central Latinoamericana de Trabajadores, s. f. a, tema xv,
p. 24).
Más concretamente, a lo largo del Segundo Ciclo de
formación enfatizaban que la empresa, en tanto comunidad de trabajadores, debía
ajustarse al Bien Común. Se exigía que el trabajador participe, de forma plena,
en la toma de decisiones. El hombre no podía realizarse como persona humana en
la empresa capitalista, explicaban, donde es explotado, donde se enajena su
espíritu y queda reducido a un simple robot de producción o mera mercancía. Por
ello el movimiento obrero debía orientar sus esfuerzos de pensamiento y de
acción a la realización de fórmulas de autogestión de la empresa y de la
economía en general. También la economía debía estar orientada, dirigida y
controlada por los trabajadores organizados. Proclamaban, a fin de lograr una
economía “humanista, comunitaria y democrática”, “la democratización de la
propiedad de los bienes de producción a través de la gestión comunitaria de
todos los productores, cualquiera sea su aportación y especialidad, para lograr
una efectiva socialización de los medios de producción”.
En un plano más político, citando un documento de 1971,
se afirmaba que el “socialismo comunitario”61
era la “síntesis histórica de la democracia autentica e integral: personalista,
pluralista, comunitaria, inspirada en los valores originales del Movimiento de
los Trabajadores y en los valores del humanismo cristiano”. Si la socialización
colocaba los bienes en general al servicio de todos los hombres, explicaban a
sus bases que ello permitiría la realización, promoción y desarrollo integral
de cada individuo, siempre en términos personales y colectivos. Les advertían,
también, sobre la importancia de evitar el estatismo, la tecnocracia y la
burocracia, que llevaban a la despersonalización. En la misma tónica divulgaban
su objetivo de propiciar “una política de economía planificada, pero por métodos
democráticos y populares, rechazando de plano todo predominio y monopolio
burocrático y tecnocrático”. El énfasis, una vez más, estaba puesto en
transmitir la idea de construcción colectiva y creativa con base en esquemas y
modelos propios, y a la “participación decisiva de los trabajadores organizados
en la elaboración de los [planes de desarrollo], buscando llegar a la
autogestión de la economía y al gobierno de la misma por los trabajadores y
para beneficio de la nueva comunidad”.62
Para finalizar, cabe señalar que a pesar de –o quizás
por– los esfuerzos para definir en sus propios términos la autogestión y
difundir esta concepción al interior de la propia organización, la cuestión
quedó más bien confinada en un plano teórico. Dentro de este, las tensiones que
se han ido despuntando a lo largo del texto se entrecruzaron con la laxitud con
que se construyó su línea sindical, que osciló entre posiciones más o menos
clasistas o reformistas (Scodeller, 2020; Wahlers, 1991). A la luz del devenir
posterior –cruzado por el avance de políticas económicas neoliberales,
regímenes autoritarios de derecha y el giro conservador dentro de la propia
Iglesia católica– en que la propuesta sobre autogestión fue quedando rezagada,
cabría preguntarse hasta qué punto logró, a lo largo de la década que aquí
hemos reseñado, hacerse carne entre el conjunto de los trabajadores de la clat.
REFLEXIONES FINALES
El recorrido realizado nos ayuda
a aproximarnos a un actor escurridizo y difícil de definir por sus múltiples –y
a veces en teoría contradictorias– adscripciones, y quizás por ello poco
abordado en la historia del movimiento obrero latinoamericano.
Mirado desde el concierto mundial de debates, permite
ubicarlo como parte del proceso de secularización que impregnó a las
organizaciones sindicales de raigambre confesional en la época, y más
específicamente en sintonía con las dinámicas de radicalización que dentro de
dicho horizonte compartían las regionales de la cmt
del tercer mundo y algunos sindicatos como el francés y el canadiense. En esta
línea y en relación con la amplia circulación del modelo de organización
económico yugoslavo, su diálogo directo con dicha experiencia a través de los
viajes e intercambios o a través de la auscultación de la cfdt, le permitió recuperarla en su sentido más
rupturista con el orden capitalista.
Ubicado en el contexto latinoamericano, nos muestra a un
actor que no rehuyó a los debates sobre el desarrollo regional, aportando una
solución que, en sintonía con la posición equidistante de la cmt respecto de los bloques comunista o capitalista,
buscó alejarse de una confrontación que denunciaba como falaz. Aparece entonces
la autogestión como un camino alternativo para emprender el desarrollo en
América Latina. En esta construcción, la clasc/clat recuperó y superó su matriz cristiana desde un
posicionamiento revolucionario a la vez que tomó y resignificó la experiencia
yugoslava en clave latinoamericana. Llegó así a esbozar su modelo de
autogestión, como basamento de la nueva sociedad que imaginaba.
Los préstamos tomados de una Yugoslavia que, como para
tantos otros, era referencia por cuanto proponía una vía socialista
diferenciada del modelo soviético (la propiedad social, la descentralización de
las funciones del Estado), a su vez en diálogo con un sindicalismo francés
cristiano de izquierda (el socialismo democrático), operan sobre una base que,
a pesar de su desconfesionalización, sigue siendo de raíz socialcristiana (el
bien común, la empresa como comunidad, el desarrollo integral). Dichos
préstamos se produjeron, además, en un universo de preocupaciones compartidas
por las corrientes sindicales de distinto signo ideológico, las que discutían
sobre el desarrollo, la planificación, la participación de los trabajadores en
distintas instancias de gestión. Pero se leen desde una realidad específica
(una región caracterizada como dependiente, subdesarrollada, acosada por los
imperialismos) y a la luz de algunas experiencias regionales como las peruana,
chilena y argentina (con matices todas surgidas al amparo de políticas
estatales).
En estos cruces, y siguiendo su propia demanda de
originalidad, la clasc/clat
se esforzó por dotar de una tonalidad específica al concepto de autogestión. La
carnadura que le otorga no llegó, quizás por falencias propias, quizás por su
misma prédica e insistencia en la esperanza creativa de las masas, a esbozarse
más que como un modelo para armar, que debía proyectarse siguiendo la praxis de
las y los trabajadores latinoamericanos –pero que quedó en el plano teórico–.
Pero sí avanzó en definir sus contornos, y en este sentido la autogestión sería
entendida como: integral, en tanto no se limitaba al ámbito de la empresa o de
la economía, sino que involucraba todos los aspectos de la vida;
anticapitalista, en tanto no había espacio para el desarrollo de este tipo de
experiencias dentro de un sistema liberal; y vendría construida desde adentro y
desde abajo, otorgando centralidad al movimiento de trabajadores organizados.
La marca de agua estuvo dada nuevamente por su matriz cristiana, en tanto la
autogestión se formuló en relación –como proceso y resultado– con el socialismo
comunitario como modelo tentativo de nueva sociedad.
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1 Recordemos que el mismo tomó forma al amparo del gobierno yugoslavo, país
que celebró la I Conferencia del Movimiento de Países No Alineados, en 1961.
2 Ya en 1962 publicó un extenso volumen titulado La
gestión obrera de las empresas en Yugoslavia.
3 Desde 1967 su sede se trasladó a Caracas. Su mayor influencia estuvo entre
los sectores campesinos y urbanos pobres de los países menos desarrollados,
logrando instalarse con mayor fuerza en Venezuela, Ecuador, República
Dominicana, Colombia y otros países de la zona del Caribe. Se estima que para
1968 aglutinaba entre 500 y 1 000 000 de adherentes y simpatizantes. Según la
propia organización, la cifra llegaría a los 5 000 000 (Máspero, 1964, pp.
161-181). Obtuvo fondos para la realización de sus actividades del Instituto de
Solidaridad Internacional (isi) de la Fundación
Konrad Adenauer –su principal aportante– y de la Fundación Misereor (ambas
alemanas), de la Fundación Alberto Hurtado de Chile y del Fondo de Solidaridad
de la cisc/cmt, entre otros aportes menores
provenientes de sindicatos cristianos europeos (belgas y franceses, entre
otros). Para una historia descriptiva institucional y distintas
caracterizaciones se pueden consultar los estudios de Alexander (2009, pp.
199-227); Córdova (1968); Francis (1968); Scodeller (2020); Wahlers (1991).
4 Por ejemplo, si bien en la región los gobiernos de Eduardo Frei Montalva,
en Chile y de Rafael Caldera, en Venezuela fomentaron y financiaron algunas
actividades del sindicalismo cristiano en sus países, ello no implicó un
alineamiento de la clasc/clat
con los gobiernos democratacristianos.
5 Más bien la clasc/clat
influyó sobre esta, al ser la principal organización regional. Para 1968
representaba 40% de sus afiliados. Sobre la cmt
–previamente denominada Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (cisc)– véase Pasture (1994).
6 En este marco muchos grupos cristianos tomarían un rumbo aún más radical,
comprometiéndose en los conflictos y luchas de los oprimidos –lo que en muchos
casos se realizó por la vía armada–. Por su parte, la Teología de la Liberación
acompañó este proceso proponiendo una lectura marxista de la Biblia con base en
la cual analizar la realidad socioeconómica de la región.
7 Para una caracterización de estas líneas véase Silva Gotay (1981, cap. 1).
La propia organización identificaba tres corrientes dentro de las iglesias
latinoamericanas: una tradicionalista, la capitalista y otra revolucionaria.
Central Latinoamericana de Trabajadores (s. f. a, tema xii,
p. 23).
8 Afiliada a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales
Libres (ciosl). Sobre la orit
consultar a Alexander (2009, pp. 109-172). Para un estudio comparativo con su
par europea, véase Rodríguez García (2010). Sobre la ciosl
véase Carew, Dreyfus, Van Goethem, Gumbrell-McCormick y Van der Linden (2000).
Para un análisis de las relaciones de la orit
con la afl-cio, véase Walters Jr. y Van
Goethem (2013).
9 La cita corresponde al documento “Estrategia y política” discutido en el VI
Congreso de 1971, citado en Wahlers (1991, pp. 259-260).
10 M. Espagne (1999) nos permite pensar las transferencias culturales como una
traducción hacia otros códigos, siendo el contexto de recepción determinante en
la selección y reformulación de aquello que se desplaza. Sin embargo, tomamos
la advertencia que formulan M. Werner y B. Zimmermann (2006) en cuanto a que, remitirnos
sólo a los estudios de transferencia nos ubicaría frente a una mirada limitada
donde las transacciones se ciñen a dos polos, presuponiendo una
direccionalidad; existiendo además cierta invariabilidad en las categorías de
análisis y marcos de referencia iniciales. Estos autores sugieren un enfoque
más relacional, que atienda a la complejidad y ubique su foco en la cuestión
del cambio, donde la importancia de la intersección no se limite al momento de
encuentro sino al proceso, existiendo una multiplicidad de posibles
entrecruzamientos, donde las transformaciones pueden ser simétricas o
asimétricas, y multidireccionales.
11 Hemos consultado las distintas prensas de la organización, libros, documentos
y folletos publicados por su sello editorial Fondo Latinoamericano de Cultura
Popular (flacpo), como así también cuadernillos
e informes referidos a sus actividades e instituciones educativas. Las fuentes
editadas citadas en este artículo se encuentran disponibles en el archivo del
Instituto Internacional de Historia Social (iihs),
Amsterdam, mientras los documentos internos han sido consultados en el Centro
de Documentación e Investigación sobre Religión, Cultura y Sociedad (kadoc), de Lovaina.
12 Para la Central la contradicción entre norte y sur en términos de
desarrollo prevalecía sobre aquella que oponía a este y oeste en términos de
ideologías: “capitalismo o comunismo” –decían– no era más que un “dilema
imperialista”. Central Latinoamericana de Trabajadores (1978, p. 65).
13 “Los trabajadores hacia la integración: queremos una vía no capitalista y
latinoamericana. Ponencia de la clasc en reunión de cepal”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, junio de 1967, p. 2.
14 “Dirigentes sindicales a seminario sobre doctrina global del desarrollo”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, octubre de 1967, p. 3,
resaltado en original. Vale la pena señalar que en 1966 se realizó, también en
Santiago de Chile, organizado conjuntamente por la oit
y la cepal, un Curso para Sindicalistas
Latinoamericanos sobre Planificación y Desarrollo Económico y Social. De estas
instancias de formación participaron en su gran mayoría cuadros de la orit. Esta última, ahora en colaboración con la
Organización de Estados Americanos (oea),
ese mismo año organizó un Seminario Internacional sobre Integración Económica y
Social de América Latina. Como se ve, el tema del desarrollo resultaba
acuciante para el sindicalismo latinoamericano en sus distintas vertientes
ideológicas (Scodeller, 2017).
15 Por ejemplo: Desarrollo - Revolución solidaria y Manifiesto por una
civilización solidaria (publicados en español en la década de los años
sesenta). Sobre la influencia de otros pensadores del cristianismo social
francés como P. Teilhard de Chardin, J. Maritain, E. Mounier, entre otros,
véase Löwy (1999).
16 La elección del lugar –“país símbolo de la lucha contra el colonialismo
interno y el colonialismo internacional”– tenía un peso simbólico: homenajear a
quienes empuñaron las armas contra la dictadura y para impedir la ocupación
militar por Estados Unidos. Por ello, “significa señalar claramente que el
desarrollo y la integración que buscamos no es la misma que buscan los grupos
imperialistas y las oligarquías nacionales. Significa expresar que el
desarrollo y la integración que queremos es con el pueblo y contra los grupos
extraños a la realidad de nuestros países.” “Primera conferencia sindical para
el desarrollo y la integración de América Latina”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, marzo de 1968, p. 2.
17 “Primera conferencia sindical para el desarrollo y la integración de
América Latina. Punto de encuentro de aspiraciones y necesidades comunes”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, abril de 1968, p. 8.
18 “Los pueblos dirán en cada caso la última palabra”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, junio-julio de 1968, p. 2.
19 “Carta de los trabajadores para la liberación y la unidad de los pueblos de
América Latina”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, junio-julio de 1968, pp. 6-7.
20 En sintonía, la cmt organizó la Primera Conferencia
Sindical Mundial sobre los Problemas del Tercer Mundo (Roma, octubre de 1968),
cuyo eje principal fue el tema del desarrollo. Entre otros puntos, allí se
resolvió realizar un estudio profundo y sistemático del tema a fin de arribar a
una definición original y a una estrategia sindical nueva. “Una estrategia
global del desarrollo y un programa concreto de acción sindical. Primera
conferencia sindical mundial sobre los problemas del tercer mundo”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, octubre de 1968, p. 2. A esta reunión siguieron encuentros en los
distintos continentes que culminaron en 1973 en la Primera Conferencia de
Trabajadores del Tercer Mundo, lo que muestra el persistente interés en
discutir la cuestión del desarrollo por parte del sindicalismo nucleado en
torno a esta confederación, expresándose en la misma tónica que venimos
relatando. “Trabajadores de todo el mundo reunidos en Ginebra: el desarrollo
como proceso permanente de liberación”, clat. Vocero del Movimiento de los
Trabajadores comprometido con la liberación de los pueblos de América Latina,
Caracas, octubre-noviembre de 1972, pp. 20-22.
21 Editorial, “1971 Año del VI Congreso Latinoamericano de Trabajadores”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, enero-febrero de 1971, p. 2.
22 El título del informe presentado fue Las nuevas
modalidades de la dependencia externa y de “modernización” de las economías
latinoamericanas. “El peligroso desarrollismo”, clat. Vocero del Movimiento de los Trabajadores comprometido con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, abril de 1972, p.
12.
23 “Primera conferencia internacional de sociología sobre la autogestión y la
participación”, clat. Vocero del Movimiento de los Trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, enero de 1973, p.
12.
24 Recordemos que la década de los setenta iniciaba con una serie de sucesos
que daban cuenta del ascenso de la conflictividad social y de un reverdecer del
clima de época revolucionario que caracterizó a esta etapa: el Cordobazo
argentino de 1969, el triunfo de la Unidad Popular chilena en 1970, el
surgimiento de guerrillas urbanas en el Cono Sur y la radicalización de las
movilizaciones político-sociales de sectores estudiantiles, religiosos, culturales,
académicos, etc. Fue también con el cambio de década que no sólo se incrementó
la conflictividad laboral, sino que en muchos de los países latinoamericanos se
produjo una radicalización política y un “giro hacia la izquierda” de la clase
trabajadora (Roxborough, 1997).
25 “Congreso latinoamericano de bancarios acuerda nacionalización de la banca
de América Latina con gestión decisiva de los trabajadores”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario
en América Latina, Caracas, septiembre de 1971, p. 1.
26 “Visita la clasc el Director de Relaciones
Internacionales del Consejo Central de Sindicatos Yugoslavos”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas,
enero-febrero de 1971, p. 8 (cursivas mías).
27 La bibliografía sobre el caso yugoslavo es abundante y variada, para una
síntesis actualizada remitimos al artículo de Goran Musić (2011).
28 “Sindicalistas yugoslavos visitan sede central de la clasc”,
clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, enero-febrero de 1969, p. 10.
29 “Delegación clasc visita Yugoslavia. Contactos con
los trabajadores y con la experiencia de autogestión”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, septiembre-octubre de 1969,
p. 8.
30 “Delegación clasc visita Yugoslavia. Contactos con
los trabajadores y con la experiencia de autogestión”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, septiembre-octubre de 1969,
p. 8.
31 “Por una economía en manos de los trabajadores”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, mayo-junio de 1970, p. 11;
“La clasc asiste al segundo congreso de
autogestores de Yugoslavia”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario en América Latina,
Caracas, agosto de 1971, p. 3.
32 “Primera conferencia internacional de sociología sobre la autogestión y la
participación”, clat. Vocero del
Movimiento de los Trabajadores comprometidos con la liberación de los pueblos
de América Latina, Caracas, enero de 1973, p. 12.
33 El denominador que la clasc/clat
compartió con este conjunto heterogéneo de actores fue una clara definición
anticapitalista que no los aproximaba mecánicamente al socialismo realmente
existente, sino por el contrario a la búsqueda de nuevos lenguajes, prácticas
políticas y modos de organización social y comunitaria.
34 “Congreso latinoamericano de bancarios acuerda nacionalización de la banca
de América Latina con gestión decisiva de los trabajadores”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, septiembre de 1971, p. 1
(cursivas mías).
35 “Sindicalistas yugoslavos visitan sede central de la clasc”,
clasc. Vocero del
sindicalismo revolucionario en América Latina, Caracas, enero-febrero de
1969, p. 10.
36 “Por una economía en manos de los trabajadores”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, mayo-junio de 1970, p. 11.
37 “Para realizar la autogestión hay que liquidar el actual sistema
capitalista”, clat. Vocero del
movimiento de los trabajadores comprometidos con la liberación de los pueblos
de América Latina, Caracas, julio-agosto de 1973, p. 17.
38 “Para realizar la autogestión hay que liquidar el actual sistema
capitalista”, clat. Vocero del
movimiento de los trabajadores comprometidos con la liberación de los pueblos
de América Latina, Caracas, julio-agosto de 1973, p. 17.
39 “Para realizar la autogestión hay que liquidar el actual sistema
capitalista”, clat. Vocero del
movimiento de los trabajadores comprometidos con la liberación de los pueblos
de América Latina, Caracas, julio-agosto de 1973, p. 17.
40 “Delegación clasc visita Yugoslavia. Contactos con
los trabajadores y con la experiencia de autogestión”, clasc. Vocero del sindicalismo revolucionario
en América Latina, Caracas, septiembre-octubre de 1969, p. 8.
41 Entrevista a Carlos Custer por Gabriela Scodeller, 1 de noviembre de 2018,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
42 Por ejemplo, ilates. Apuntes para Organizadores
Sindicales. IV Curso-Seminario Latinoamericano para Organizadores Sindicales de
la clasc, Caracas, 28 de junio al 27 de
julio 1969. Colección August Vanistendael, BE/942855/757/1054. Aclaremos que
hasta 1974 en que se inauguró la Universidad de los Trabajadores de América
Latina (utal), el principal centro de formación
de la clasc/clat
fue el Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales “Humberto Valdés” (ilates), cuyo funcionamiento comenzó a fines de 1966.
43 La etapa abierta a partir de este congreso ha sido caracterizada por
algunos estudiosos como la “fase ultraizquierdista” de la organización
(Wahlers, 1991, cap. v).
44 Recordemos que la noción surgió en la Francia de posguerra donde la
cuestión de la democracia resultaba central, específicamente del grupo
minoritario de izquierda Reconstrucción (Georgi, 1995, pp. 33-39).
45 “Chile: cambio de patrón no es liberación”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, julio de 1972, p.
6.
46 “La clat seguía con preocupación crítica y
constructiva el proceso chileno”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, octubre-noviembre
de 1973, p. 9.
47 “La clat seguía con preocupación crítica y
constructiva el proceso chileno”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, octubre-noviembre
de 1973, p. 9.
48 “Chile: cambio de patrón no es liberación”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, julio de 1972, p.
6.
49 “Chile: cambio de patrón no es liberación”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, julio de 1972, p.
6.
50 “Perspectivas y estrategia. El objetivo más importante del VI Congreso de
la clasc: construir el poder organizado de
los trabajadores para la liberación y la nueva sociedad”, clasc. Vocero del sindicalismo
revolucionario en América Latina, Caracas, noviembre de 1971, p. 11
(cursivas del original).
51 Tanto la prensa (que a lo largo de los años tomó distintos nombres) como
otros documentos editados desde Caracas tenían por destinatario a militantes y
cuadros de distinto nivel.
52 Diseñado y coordinado de modo centralizado, se buscaba la formación de los
trabajadores de base a la vez que la recuperación de sus saberes e inquietudes.
Funcionó a partir de Círculos de estudio que implementaban el Método de
revisión de vida desarrollado por el fundador de la Juventud Obrera Católica (joc), el belga J. Cardjin. Para dar cierta unidad al
proceso se escribieron una serie de cuadernillos temáticos por cada ciclo de
estudio. Sobre esta experiencia y el proyecto pedagógico de la clasc/clat consultar
Scodeller (2016).
53 “I seminario ideológico latinoamericano: La autogestión económica base de
un proyecto alternativo de nueva sociedad”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas, noviembre-diciembre
de 1974, p. 2.
54 Este era un método de trabajo implementado en los seminarios de formación
de cuadros, donde los asistentes debían prepararse previamente para el evento,
a partir de una serie de materiales de lectura y tareas que le eran asignadas
por la organización. En este caso, entre las actividades se les solicitó
realizar un listado de los libros o documentos que circulasen en su país sobre
la temática.
55 utal. Circular 013/74. Asunto: Convocatoria al I Seminario Ideológico a Nivel
Latinoamericano. San Antonio de los Altos, 23 de julio 1974. Colección August
Vanistendael, BE/942855/757/340, kadoc.
56 Aunque no se la nombra, por su contemporaneidad podemos suponer que se
refiere a la experiencia de cogestión –aunque sus referentes hablaran de
autogestión– de la empresa Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (segba), puesta en marcha una vez asumido el tercer
gobierno peronista (1973-1976). Vale la pena traer el comentario del dirigente
sindical y entonces presidente de segba Juan José
Taccone, quien recuerda una conversación, en 1973, junto al entonces secretario
general de Luz y Fuerza, Oscar Smith, con Juan Domingo Perón al respecto: “Se
habla ahí de comunidad organizada, se habla de comunidad de servicios y surge
de Perón la idea de ‘autogestión’. La denominación de ‘autogestión’ en nuestro
caso nada tenía que ver con los yugoslavos. Les relato cómo fue. Se buscaba
darle la forma a la palabra comunidad, entonces se llegó a la conclusión de que
la mejor forma de definirla era mediante el término ‘autogestión’. Preocupado
por los etiquetamientos que pudieran ponernos le dije a Perón: ‘Nos van a
acusar de marxistas, General’. Perón sonrió y nos tranquilizó: ‘La palabra
autogestión no tiene nada de marxista, absolutamente. La palabra autogestión
tiene valor cristiano y comunitario’” (Taccone, 1983, p. 18). La anécdota deja
entrever, por un lado, lo equívoco del término, la multiplicidad de usos y
sentidos en circulación –lo cual corrobora la importancia de conocer en cada
caso cómo el mismo fue entendido y aplicado–. Por otro, muestra más allá de
matices ideológicos, lo extendido del sustrato cristiano en muchas de las
experiencias de participación obrera en los años setenta.
57 “I seminario ideológico latinoamericano: La autogestión económica base de
un proyecto alternativo de nueva sociedad”, clat. Vocero del movimiento de los trabajadores comprometidos con la
liberación de los pueblos de América Latina, Caracas,
noviembre-diciembre de 1974, p. 2.
58 Por ejemplo, aquellas que F. Iturraspe agrupa como “contestatarias”: las
colectivizaciones españolas durante la guerra civil, los consejos obreros de la
Italia de entreguerras, entre otras (Iturraspe, 1986, p. 21).
59 utal. Circular 013/74. Asunto: Convocatoria al I Seminario Ideológico a nivel
Latinoamericano. San Antonio de los Altos, 23 de julio 1974. Colección August
Vanistendael, BE/942855/757/340, kadoc.
60 La nueva sociedad estaría signada por la “socialización de los medios de
decisión, de producción y circulación, como de la cultura, la ciencia y la
tecnología” (Central Latinoamericana de Trabajadores, 1978, pp. 181-187).
61 Esta formulación fue parte del horizonte de un sector de la Democracia
Cristiana en los setenta. Pudo escucharse de boca del candidato chileno en las
elecciones de 1970, Radomiro Tomic. Posteriormente, se discutió extensamente en
un Seminario de estudios sobre el Socialismo Comunitario realizado en Cartagena
en 1973 (Partido Demócrata Cristiano Chileno, 1987, pp. 30-54).
62 Si bien hemos evitado el entrecomillado, se respetó el sentido y
vocabulario utilizado por la clat en los
cuadernillos 3, 5 y 6 correspondientes al Ciclo II:
Aportes de la clat al movimiento de los trabajadores, cuyos títulos
respectivamente eran: Empresa-Propiedad-Economía; Política-Democracia; Desarrollo–Planificación-Integración
(Central Latinoamericana de Trabajadores clat,
s. f. b).
* Doctora
en Historia, Universidad Nacional de la Plata. Línea de investigación: procesos
y experiencias de formación sindical en Argentina y América Latina.