10.18234/secuencia.v0i107.1746
Artículos
El pentecostalismo chileno
en los espacios Aymara y Quechua
de Bolivia (1938-1960)*
Chilean Pentecostalism in the Aymara
and Quechua Spaces of Bolivia (1938-1960)
Miguel Ángel Mansilla1, 0000-0001-5684-0787
1Instituto de Estudios Internacionales (INTE), Universidad Arturo Prat, Chile, mansilla.miguel@gmail.com
Luis Orellana Urtubia2,0000-0001-7411-2126
2Instituto de Estudios Internacionales (INTE), Universidad Arturo Prat, Chile, luis_ubl@yahoo.com
Nicolás Panotto1, 0000-0002-0513-7175
3Instituto de Estudios Internacionales (INTE), Universidad Arturo Prat, Chile, nicolaspanotto@gmail.com
Resumen:
Este artículo tiene por
objetivo analizar la génesis de la relación del pentecostalismo chileno con la
cultura Andina, especialmente la boliviana, como opción religiosa válida en el
contexto cultural. Teóricamente nos sustentamos en Clifford
Geertz, para quien la religión incluye la tradición
objetiva y subjetiva como también una visión simbólica y ostensiva de las
creencias. Metodológicamente, se utiliza como fuente de información la revista Fuego de Pentecostés, donde
aparecen reportes de misioneros pentecostales chilenos en Bolivia. Los
resultados de la investigación son: la misión como ideología civilizatoria, la
inclusión de lengua indígena, enfermedad, sanidad, sueños, visiones,
construcción de redes misionales, ritos y ceremonias.
Palabras
clave: pentecostalismo; Bolivia; Aymara; Chile.
Abstract:
This article seeks to analyze the genesis of the relationship between
Chilean Pentecostalism and Andean culture, particularly Bolivian culture, as a
valid religious option in the cultural context. Theoretically, we rely on
Clifford Geertz, for whom religion includes the objective and subjective
tradition as well as a symbolic and ostensive view of beliefs.
Methodologically, Fuego de Pentecostés
journal, in which reports of chilean pentecostal missionaries in Bolivia are published, is used
as an information source. The results of the research are the mission as a
civilizing ideology, the inclusion of indigenous language, disease, health,
dreams, visions, the construction of mission networks, rites and ceremonies.
Keywords: pentecostalism; Bolivia; Aymara;
Chile.
Recibido: 21 de mayo de 2019
Aceptado: 31 de julio de 2019
Publicado: 11 de mayo de 2020
INTRODUCCIÓN
Las investigaciones antropológicas
sobre el pentecostalismo comenzaron a mediados de la década de 1960,1 en
términos comparativos entre Chile-Brasil y Chile-Perú. Nos referimos
específicamente al trabajo del antropólogo alemán-estadunidense Emilio Willems, titulado Followers of the new faith:
Culture change and the rise of protestantism in Brazil and Chile, publicado en 1967. El mismo año el
holandés Juan Kessler publica su trabajo A study of the
older protestant missions and churches in Peru and Chile, y un año después vino el libro El refugio de las masas, del sociólogo suizo Christian Lalive d’Epinay. Estos tres
autores europeos aludieron a la relación del pentecostalismo y el
protestantismo con la cultura mapuche e hicieron breves alusiones en la misma
dirección con la cultura aymara, especialmente Kessler, al hacer referencias a las relaciones entre los
adventistas y la cultura aymara en Perú y Bolivia.
En una segunda etapa
(años setenta y ochenta) están las investigaciones sobre pentecostalismo y
cultura andina, particularmente con la aymara. Estas
indagaciones siguieron la tónica general en América Latina centradas en la
teoría de la sospecha y conspiración, donde se ve al pentecostalismo como una
arremetida de la incidencia imperialista de Estado Unidos en la región. En el
caso andino chileno, el pentecostalismo fue un instrumento de la dictadura
militar. Posturas que no fueron superadas en los ochenta, evidenciando
importantes limitaciones epistémicas, teóricas y metodológicas. Una tendencia
clara fue el refugiarse en posiciones teóricas descontextualizadas,
considerando la existencia de una insuperable realidad religiosa en la cultura aymara. Además, el conflicto fue considerado como una
realidad maligna y el sujeto indígena una víctima. En términos metodológicos
las investigaciones también fueron limitantes, al someterse a espacios
reducidos, sin permitir comparaciones regionales y continentales, al concentrar
los estudios en algunos pueblos (Cariquima, Colchane, Camiña, Putre, etc.), sin considerar estos como fronterizos. En lo
teórico se utilizaron definiciones de cultura y religión muy reduccionistas.
Por ejemplo, para la definición de religión se recurrió a las nociones de
secta/iglesia. El debate quedó atrapado epistemológicamente en una concepción
del indígena como víctima de las fuerzas sociales y procesos históricos
(Hernández, 1994). En realidad, si realizamos un abordaje epistémico-teórico
del culturalismo de Geertz
(2003), por ejemplo, podemos notar que los creyentes indígenas nunca han sido
seres pasivos de los mensajes religiosos (Garma y Embriz, 1994). Una tercera
etapa, aquellas nuevas investigaciones realizadas en el periodo posdictadura (Guerrero, 1994; Tudela, 1993) y en un
contexto de globalización que visibiliza la migración y la movilidad
transfronteriza, muestran nuevos abordajes (Mansilla, Muñoz y Orellana, 2014;
Mansilla, Muñoz y Piñones, 2016; Mansilla y Muñoz, 2017a, 2017b; Mansilla,
Piñones y Liberona, 2018; Piñones, Mansilla y Muñoz,
2016; Piñones, Muñoz y Mansilla, 2018) de una realidad étnico-religiosa muy
distinta de la descrita en la década de 1980.
No obstante, no hay
trabajos realizados durante la década de 1960 hacia atrás, considerando que el
pentecostalismo llegó al altiplano boliviano en el año 1938, y en 1957 en el
altiplano chileno. Por otro lado, tampoco se registran investigaciones
relacionadas con pentecostalismo y cultura andina desde la década de 1960 hacia
atrás. No hay que entender la antropología sólo como una ciencia social
contemporánea, limitando lo etnográfico a la observación participante del
investigador o a lo más lejos la realización de entrevistas a los sujetos de
investigación, sino también, considerando a los archivos históricos como
material antropológico. En esta dirección, algunos autores consideran que “la
antropología histórica como etnohistoria. El etnohistoriador es el antropólogo que utiliza documentos
escritos, esto es, las mismas fuentes que el historiador, pero se diferencia en
que su tarea consiste en convertir un material esencialmente histórico en material etnográfico”
(Martínez, 2006, p. 4).
En consecuencia, nuestro
trabajo pretende, precisamente, mostrar que existen muestras de estos análisis
en muchos documentos históricos, los cuales a veces no son considerados por las
ciencias sociales como material de análisis debido a su configuración. Esta
investigación no se trata de un trabajo etnohistórico ni de historia de las
religiones (o del pentecostalismo), sino más bien es un enfoque antropológico,
cuyo objetivo es describir la génesis de la relación del pentecostalismo con la
cultura andina, para comprender el proceso de ser una religión extranjera y
extraña a un contexto andino, especialmente el boliviano, a una opción
religiosa válida en el contexto cultural. Teóricamente, nos sustentamos en la
concepción geertziana de la religión, para quien
dicho campo se trata de 1) un sistema de símbolos que obra para, 2) establecer
vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones entre los
hombres; 3) formula concepciones de un orden general de existencia; 4) reviste
estas concepciones con un aura de efectividad tal que, 5) los estados anímicos
y motivaciones parezcan de un realismo único (Geertz,
2003, p. 89). Dicha propuesta parece más apropiada donde lo teórico incluye la
tradición objetiva y subjetiva de la religión como también una visión simbólica
y ostensiva de las creencias; por último, concibe lo religioso (en consonancia
con Weber y Berger) como teodiceas, es decir, como respuestas de sentido frente
a los dilemas existenciales del ser humano, tanto del dolor (enfermedades, desempleos)
como el dilema del mal (injusticias).
Metodológicamente,
utilizaremos como fuente la revista Fuego de Pentecostés, donde aparecen reportes de misioneros pentecostales
chilenos, y en los cuales se evidencia su apreciación de los aymaras y quechuas, esencialmente sobre su relación con el
evangelio, la asistencia al templo o la conversión. Su estudio nos ayudará, en
forma parcial, a responder algunas preguntas: ¿cómo fue la relación del
pentecostalismo chileno con la cultura aymara
boliviana en sus inicios?, ¿qué estrategia o recursos sociales y simbólicos
empleó el pentecostalismo para ganar conversos indígenas?, ¿qué nos dicen las
declaraciones misioneras pentecostales sobre la cultura andina? Si no
existieran esos retazos de información escrita, “no habría ninguna posibilidad
de que estos individuos, con su vida y sus desgracias, surgiesen de la sombra
en lugar de tantos otros que permanecen en ella” (Foucault, 1996, p. 83), es
como “si no hubiese existido, pero sobrevive gracias a la colisión con el poder
que no ha querido aniquilarla o al menos borrarla de un plumazo” (p. 83). En
resumen, el estudio de estos archivos, pese a mantener una visión institucional
del sujeto, nos permitirán acceder a importantes fragmentos de documentación, a
partir de “las declaraciones, las parcialidades tácticas, las mentiras
impuestas que suponen los juegos del poder y las relaciones de poder” que se
reflejan entre las líneas de su redacción (Foucault, 1996, p. 81).
LA MISIÓN PENTECOSTAL
COMO IDEOLOGÍA CIVILIZATORIA
Grupos religiosos
como los pentecostales, que sustentan su legitimidad en la cantidad de fieles,
buscan acercar esta oferta simbólica a espacios que a ellos les parece
coherentes, como los indígenas. Quienes encuentran y aceptan nuevos símbolos
religiosos culturalmente afines lo hacen porque, como destaca Geertz (2003) “estos suministran una garantía cósmica no
sólo de su capacidad de comprender el mundo sino también, de dar precisión a
los sentimientos y emociones que experimenta” (p. 101). Como toda misión religiosa,
los pentecostales buscan la legitimación política nacional y/o local a través
de su quehacer misional: “Llegamos a Cochabamba el 10 de diciembre de 1938 y el
29 de enero [de 1939], inauguramos nuestro primer local en este país [...]
fuimos a presentarnos a la Autoridad para los cual nos hicimos acompañar del
Cónsul de Chile. El señor Alcalde […] nos entregó la ciudad en nuestras manos,
con la sola excepción de la Plaza 14 de Septiembre.”2
Esta cita resulta
llamativa porque en Bolivia no existía separación entre Iglesia y Estado, pero
sí había libertad religiosa, excepto en la plaza mayor, donde se encontraba la
catedral católica.
La prédica en la calle
ha sido utilizada como la principal estrategia de visibilización
pública por los pentecostales chilenos. Los primeros misioneros pentecostales
trasladan esta práctica de evangelización a Bolivia, pero con escasos
resultados, pues como destaca Geertz (2003, p. 122),
el papel de la religión difiere histórica, social y culturalmente. Entre las
grandes dificultades, encontramos que dicha estrategia de prédica conlleva una
visión individualista de lo religioso, mientras que Bolivia era, y es, un país
mayoritariamente indígena en donde las relaciones comunitarias están por sobre
el individuo. Estas limitaciones se hacen aún más patentes cuando se trata del
pentecostalismo de la época, al ser considerada una religión extranjera y
extraña para la comunidad andina. Dado que el pentecostalismo en Chile era una
religión de los pobres, al no poder convertir a los indígenas bolivianos con
rapidez, entonces los líderes buscaron adecuarse a la cultura local y llegar a
los más pobres desamparados: en este caso a los enfermos.
Esta inculturación instrumental de los pentecostales a la
cultura local implicaba ofrecer los recursos simbólicos y sociales que las
personas pudieran necesitar; en tanto, “fusionaba el ethos
pentecostal con la cosmovisión indígena, y de este modo, recurrir a los
símbolos de dicha cosmovisión, para ofertar sanidad según las necesidades
individuales, familiares y comunitarias” (Geertz,
2003, p. 122). Como señalamos antes, el pentecostalismo era, para los
bolivianos, una religión extranjera, extraña y excluyente, pero aún era posible
constituirse en una opción de sentido: “Salimos a la calle y predicamos al aire
libre y al entonar nuestro primer himno la gente corría por las calles para
oírnos […] El cántico de los Anunciadores de las Buenas Nuevas rompía el
silencio de las tinieblas y daba oportunidad a las almas perdidas para
encontrar la luz y el gozo de salvación por la fe en Cristo.”3
El canto también es un
recurso emotivo que transmite, canaliza emociones, sentimientos y forma parte
del proceso terapéutico. El relato desprende varias metáforas que los
misioneros pentecostales chilenos realizan en la construcción del otro, en este
caso el boliviano, y el nosotros, evangélicos chilenos. En tanto el ethos, según Geertz (2003), “es el tono, el
carácter y la calidad de vida, estilo moral y estético y la disposición de
ánimo” (p. 121). Por lo tanto, el pentecostalismo busca ese encuentro entre el ethos pentecostal/andino y la
cosmovisión pentecostal/andina. Y, en tanto, en el pentecostalismo concibe
García (2009) “el mundo como un escenario de un gran combate, de una guerra
crucial entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas” (p. 62), traslada
esta lucha al ámbito de la cultura y, por lo tanto, los otros eran
representados como el “silencio de las tinieblas”, las “almas perdidas” o los
“frutos”, mientras que el nosotros como “anunciadores de buenas nuevas”,
“sonido de la luz” y “sembradores”. Habiendo identificado el ethos andino como lo oscuro, se
necesitaba con urgencia convertir a nativos para mostrar una opción religiosa
“razonable al mostrárselo como representante de un estilo de vida idealmente
adaptado al estado de cosas” (Geertz, 2003, p. 89).
Los pentecostales
comienzan a buscar el encuentro con la cosmovisión andina, con el fin de
situarse y legitimarse como una religión plausible para los oyentes indígenas.
Pero, sin antes enfrentar nuevas resistencias,
Estamos trabajando en la
predicación del evangelio con muchas dificultades. Aquí la gente es muy
rebelde, el martes salimos a predicar a una plaza, nos apedrearon, y sucedió
que ellos tienen por ahí un Cristo que llaman de la esperanza y se quemó o
ellos le prendieron fuego y nos echaron a nosotros la culpa. Nos atizaron a la
policía. Así estamos predicando al Señor, con calumnias.4
Al canalizar los
pentecostales la violencia religiosa hacia la autovictimización
y una especie de “mesianismo”, elementos que tomarán como parte de su ethos y de ese modo obtener la
atención entre los lugareños. Asimismo, la violencia y la persecución son
tomadas como recursos simbólicos que fortalecen las expectativas del proyecto
misionero y que posteriormente adornarán los mitos fundacionales. Lo anterior,
permite que, en unos pocos meses, los pentecostales envían nuevos misioneros
chilenos a Bolivia. Ahora tienen misioneros en Oruro y Cochabamba.5 Pero se
continúa destacando la persecución, en vez de describir otras experiencias:
Continuamos los trabajos al aire
libre, eso sí que con mucha persecución. Una noche se nos levantó un grupo de
hombres y mujeres y nos corrieron hacia el local y una chola le dio unos
cuantos puñetes al hermano Irigoyen [...] Otra tarde se levantó amenazante otro
grupo de hombres y mujeres y tuvo que intrrvenir un
agente de policía. Un Domingo un grupo de unas cuantas cholas nos insultaron
mucho en Quechua.6
Se integra así la
retórica de la tenaz resistencia, pero a su vez añadida como parte del ethos misionero. Pese a la
adversidad que relatan los misioneros en Bolivia, esta oposición se comprende
como una contienda por sus creencias religiosas y no por ser chilenos, no
obstante, para los relatores, eso no importa: sólo interesa
resaltar el imaginario sufriente del misionero. Los misioneros recurren
al conocido imaginario del cholismo para referirse a las mujeres indígenas bolivianas (aymara y quechua), que supone la determinación de una
barrera racial donde ellos se autoconsideraban
blancos y, por ende, con cierto estatus de superioridad social. Por
consiguiente, el sentido de evangelizar implicaba también civilizar. La
ideología misionera trata, entonces, según Alves (1979) “en todos los lugares
donde el movimiento misionero se implantó, los nativos aprenden que su cultura
es pagana. Por tanto, la conversión es el esfuerzo de romper con ella” (p.
237), y la ideología misionera también se hace parte del ethos civilizatorio, en cuanto el ethos “se trata de la actitud
subyacente que un grupo tiene ante sí mismo y ante el mundo que la vida
refleja” (Geertz, 2003, p. 121).
El sentimiento de
hostigamiento es resignificado, García (2009) destaca que “la persecución [es
concebida] como una estrategia de la providencia que causa la mayor difusión
del mensaje” (p. 74). Así lo afirman los misioneros: “La persecución ha servido
para ver la mano del Señor en nuestra defensa, porque Dios ha usado de entre
ellos mismos para defendernos. También ha servido para tener una buena
concurrencia en nuestras reuniones [...] Con todo vemos que para el obrero
cristiano en Bolivia la misión se hace difícil porque la mayor parte de la
gente habla el quechua y el aimará.”7
Como toda ideología
misionera, no ve el bien en los “misionados”. No obstante, uno de los problemas
que captan los misioneros es un problema cultural, algo que ni siquiera el
catolicismo logró sortear: el indígena. ¿Qué hacer?, ¿predicarles en español o
en su idioma nativo?, ¿permitirles el liderazgo o tratarlos con paternalismo?
Los pentecostales chilenos esto lo resuelven al intrgrar
al indígena al liderazgo y dar paso a la prédica en su idioma vernácula. Lo
significativo fue que los pentecostales no centraron el origen de la violencia
y la persecución en las personas, sino lo asumen como un símbolo metafísico que
respondía a fuerzas espirituales hostiles: “el diablo también está en Bolivia y
ha querido interrumpir nuestra labor; pero todo ha servido para que el
Evangelio llegara también a las autoridades, los que después sólo se ha
preocupado de nosotros para protegernos”.8
Durante los primeros
diez años, el pentecostalismo chileno en Bolivia fructificó muy poco, tanto en
Cochabamba como en Oruro:
En Cochabamba [...] sólo quedan
hermanos dispersos. Hacía tres meses que se reunían tres o cuatro para ayunar y
leer la palabra de Dios en el día del Señor. Al anuncio de nuestra visita y
buscando a otros, tuvimos reuniones todas las noches […] Nos contaron con toda
franqueza, sus odiseas, al pretender con el espíritu que primeramente habían
recibido comulgar con denominaciones que asiduamente les invitaban a sus
congregaciones.9
Sólo queda un ministro
local, como es el pastor Salguero, quien es el único que predica en quechua y
viaja, a lo menos, una vez al año a Chile, pidiendo el envío de misioneros.
Este vive en La Paz donde trabaja como mecánico y en la misma casa realiza
cultos y congrega algunos pocos conversos.10
Sin embargo, dos décadas más tarde de su llegada, el pentecostalismo comienza a
despegar en Bolivia. Uno de los grandes estímulos fueron los efectos de la
revolución de 1952, especialmente en lo que refiere a la transformación en la
cosmovisión social sobre los indígenas, quienes, además de su ethos sociocultural particular,
comienzan a ser reconocidos desde un sentido más estrictamente de clase, como
campesinos que como indígenas. Es decir, se le niega su diferenciación étnica,
se le niega su cultura. Si los misioneros pentecostales antes eran étnicamente
distintos, ahora son socialmente similares: ambos son pobres. Por lo tanto, el
discurso religioso pentecostal se hace más coherente con la cosmovisión andina,
en tanto la cosmovisión “se hace emocionalmente convincente al presentársela
como una imagen de un estado de cosas peculiarmente bien dispuesto para
acomodarse a tal estilo de vida” (Geertz, 2003, p.
89).
El protestantismo
siempre fue rechazado por ser la religión del blanco, del opresor, del
extranjero; ahora el pentecostalismo viene a ser la religión del moreno, del
explotado y del extraño. Pero algo que irá cambiando con la conversión de los aymaras y quechuas es que comenzarán a predicar en su
idioma vernáculo y, por lo tanto, dejarán de ser los extraños. Se encontrarán
así la hermandad indígena (los aymaras se dicen
hermanos) con la religiosa (de la misma manera, los pentecostales se dicen
hermanos). De este modo el liderazgo indígena que fue asumiendo las misiones
pentecostales en Bolivia, su oferta de comunidad y sanidad adquieren sentido
porque son anunciadas según el universo lingüístico y simbólico andino a través
de la lengua indígena junto a sus sueños y visiones. El último paso será que,
al reconocer estos pueblos a los pentecostales como parte de la hermandad,
entra en acción la solidaridad y la reciprocidad andina, la donación de
terrenos y materiales para la construcción de templos.
LA INCLUSIÓN DE LENGUA INDÍGENA EN LOS CULTOS
PENTECOSTALES
Lentamente el
pentecostalismo se va arraigando en espacios indígenas, al incorporar líderes
de las mismas comunidades para que presidan los locales de predicación,
iniciando grados de autonomía y dinámicas, en tanto sus contenidos también se
van configurando desde las cosmovisiones indígenas. Esto lo hace distinto a
otras iglesias protestantes, e inclusive pentecostales que trabajaban en
ciudades y otras poblaciones (Tamagno, 2007; Terán,
2005). El pentecostalismo chileno en Bolivia tempranamente se interesa por “la
cuestión religiosa indígena”; no obstante, no fue algo inédito en la zona, pues
los protestantes adventistas habían iniciado un trabajo similar, con
predicadores itinerantes entre Puno y La Paz ya a comienzos del siglo xx, por el año 1911 (Sthal,
1920; Valenzuela, 2000).
Pero ahora serán los
misioneros chilenos quienes emplearán recursos y estrategias que tendrán éxito
en Bolivia: “Bolivia es un país muy raro en sus costumbres, dialectos, etc.
Todos recordarán que mi hermano Irigoyen cantaba algunos himnos en Quechua,
pero hoy no solamente canta, sino que también toda su predicación en calles,
plazas y mercados, lo hace en Quechua.”11
El uso del canto en idioma indígena, que históricamente fue despreciado por las
misiones e iglesias cristianas, llama la atención de los indígenas. Los
cánticos asumen la misma dimensión que ya Geertz
(2003) aplicó a otros casos, “el simbolismo del cántico se concentra en el
problema del sufrimiento humano e intenta afrontarlo colocándolo en un contexto
con sentido” (p. 101). De forma antagónica, el protestantismo misionero liberal
afirmaba que las lenguas indígenas iban a desaparecer y por tanto no era
necesario enseñar el evangelio a las comunidades en su lengua nativa ya que ni
siquiera sabían leer o escribir en su propia lengua; por ello había que
instruirlos en español (Piedra, 2002). Desde un camino contrario, los
protestantes misioneros y pentecostales emplearán con éxito un modelo de
contextualización y participación nativa donde el idioma es el principal
acercamiento a la cultura.
La lengua es la
principal forma de intrrpretar y transmitir los
símbolos sagrados, pues estos “tienen la función de sintetizar el ethos de un pueblo y su
cosmovisión” (Geertz, 2003, p. 89). Los misioneros
pentecostales inician el aprendizaje del idioma para predicar, pero sobre todo
para evangelizar, discipular y constituir un líder local,
El quechua y el aymara son los dialectos que se hablan en general [...] Hoy
día hay numerosos grupos “evangélicos” que van minando el poder absoluto de la
religión de siglos en Bolivia. Estos sectores no comulgan con prácticas
pentecostales y se caracterizan por un fuerte espíritu de controversia. Pero la
continua propaganda escrita y oral está preparando el ambiente para la neta
obra de Dios.12
De igual modo el
pentecostalismo, como en otras realidades indígenas, no predica en la tabula rasa, sino que aborda las creencias católicas
populares, con el objetivo de hacer del protestantismo un adversario y así
construir un espacio de disputa de sentido con el catolicismo como enemigo
religioso. De este modo, se diferencia de los grupos religiosos anteriores al
valorar la lengua vernácula: “el país es minero por excelencia y ahora está en
un furor por aumentar su producción de sus inestimables depósitos de petróleo.
Es un país del futuro, ‘Caika, niyquichej; Ñahuisniyquichejtaokariychej,
campostajkahuaypajka, imaraicuchusyurajllañarutuypajkacashancu’”
[Jn. 4. 35]. El texto en quechua dice “alzad vuestros
ojos”.13 Dado
que “los símbolos religiosos apuntan no sólo hacia la existencia del bien sino
también hacia la del mal y hacia el conflicto entre ambos” (Geertz,
2003, p. 121), por lo tanto, se intrrpreta la
existencia del mal, tanto externa como internamente al individuo, en la figura
del diablo. De la misma manera, el pentecostalismo es una religión que
polemiza, incluso con el protestantismo, al responsabilizarlo de captar a los
creyentes ganados por los pentecostales chilenos,
En nuestra visita tocamos tres
ciudades; primero Oruro, donde estuvo el asiento de la misión por 7 años y
donde ha permanecido y queda un grupo organizado, que ha resistido los embates
de “los años solos y sin experiencia”, “bautizadores”,
y “maestros de toda suerte”, mantienen un local de predicación, testifican en
la calle en castellano y en quechua, cooperan en el culto en todo sentido.14
Se trata de una fuerte
competencia religiosa entre pentecostales y protestantes. Pero esa
animadversión es una historia que viene desde Chile, dado que los pentecostales
fueron expulsados del seno metodista, malestar que permaneció por mucho tiempo.
Pero las estrategias simbólicas y sociales de los pentecostales son eficientes,
en tanto, “el hombre depende de símbolos y de sistemas de símbolos, y esa
dependencia es tan grande que resulta decisiva para que el hombre sea una criatura
viable” (Geertz, 2003, p. 96), generando crisis. Si
ello no se resuelve, aunque sea simbólicamente, se buscan otros universos de
sentido, y es ahí donde la búsqueda de respuesta se encuentra en los sueños y
visiones, algo que los pentecostales le asignan gran valor como recurso de
revelación.
SUEÑOS Y VISIONES
Los pentecostales
van a integrar y ofrecer recursos coherentes con la cosmovisión indígena, tales
como los sueños y las visiones, recursos culturales importantes para las
comunidades receptoras. Estos elementos fueron identificados en otras
investigaciones varias décadas más tarde y en otros contextos de América Latina
(Foerster, 1989; Muratorio,
1982). Los sueños y las visiones cumplen una función central entre los
indígenas y los pentecostales (Andrade, 2004; Garma, 1987; Guerrero, 1994;
Miller, 1979). He aquí un relato:
Una noche tuve una visión en el
mismo templo, durante la reunión, era en forma de un pescado negro, muy grande,
de un color totalmente negro con una cola también negra y larga, que salió del
centro de la Iglesia y con la cola casi me dio un ramalazo, yo clamaba al Señor
con todo mi corazón, y al fin salió ese monstruo por el techo. Y así
desapareció la visión. Luego se manifestó el Espíritu del Señor, una hermana
fue tomada en llanto y gritos y se levantó a pedirle perdón a todos y al mismo
tiempo una niña de 10 años fue tomada del mismo espíritu, y llorando clamaba
que la perdonaran todos los hermanos […] En ese instante el hermano Alva rompió
en llanto, la hermana Agustina por
otro lado impulsada del mismo espíritu pedía perdón a su esposo... A los pocos
días nos han criticado las otras misiones, diciendo que damos gusto a la carne,
pero con estas manifestaciones ha empezado para nuestra patria las primeras
gotas de esa lluvia gloriosa que es el derramamiento del Espíritu Santo.15
Esta narrativa es puesta
como un relato de origen del pentecostalismo en Bolivia. La interpretación del
crecimiento y expansión será propicio al mundo indígena: visiones, sueños,
oraciones, cultos catárticos, donde participarán hombres y mujeres, adultos y
niños. De este modo, se van haciendo diferencias entre la actividad religiosa y
la experiencia religiosa (Geertz, 2003), donde, en
esta última, los símbolos serán de vital importancia para gestar procesos de resignificación en todos los sentidos, sean religiosos o
sociales. Los peces tienen una gran importancia simbólica en el imaginario
cristiano, especialmente en el pentecostalismo de estos años, cuyos conversos
venían del mundo agromarítimo. Por tanto, soñar con
peces es símbolo de resurrección y fertilidad, pero si es negro, representa una
liberación de aquello que impide dicho éxito. Por otro lado, el relato también
da cuenta de los conflictos que los cultos pentecostales producen, por su
carácter exático y catártico, lo cual generaba
vergüenza al protestantismo misionero vinculado a la razón y las emociones
controladas.
No obstante, lo que era
rechazable para el protestantismo, fue atractivo para los conversos indígenas,
ya que “la centralidad de la religión no está en solucionar problemas, sino en
brindar los recursos simbólicos para hacerlos más tolerables, soportables y
sufribles” (Geertz, 2003, p. 100). Y en esto el
pentecostalismo fue efectivo, ya que en sus cultos los indígenas encontraron la
libertad para expresar sus emociones y sentimientos al llorar, gritar y cantar,
y experimentar la liberación, aunque sea por momentos, de años de opresión.
Grupos como los campesinos, indígenas y subproletariados tenían la posibilidad
de liberarse emocionalmente por la vida dramática que les ha tocado vivir, por
los años de injusticia y miseria social. Todos esos sentimientos trágicos
podían ser liberados en el culto pentecostal, sin temor ni vergüenza, pues las
manifestaciones eran atribuidas a la acción del Espíritu Santo.
El pentecostalismo, como
toda tradición religiosa, “afirma enérgicamente la proposición de que la vida
hiere, lastima” (Geertz, 2003, p. 99) y, por tanto,
promueve la búsqueda de esos tiempos y espacios catárticos para la liberación
emocional, para luego levantarse y enfrentarse a la cruda realidad, aunque esta
no haya cambiado en la vida cotidiana. Pero, sí ha cambiado la realidad interna
del individuo y puede mirar la situación sin embozo. Las manifestaciones de los
sueños, oraciones, visiones y cultos catárticos comenzaron a brindar frutos,
especialmente con el pastor Salguero, de origen boliviano y conocedor del
idioma quechua, “nos está bendiciendo el Señor en este nuevo local, he mandado
hacer otras bancas porque ya las 10 bancas con que cuenta nuestro local ya
están llenas”.16 Con los
líderes bolivianos y el uso de la lengua, pero además la prédica y los mensajes
divinos insertos en la cosmovisión andina, los pentecostales comienza a
despegar dos décadas después, tal como lo señalara Riviere
(2007).
Fue un crecimiento
lento, “hemos comenzado el año 1954 con novedades, tres nuevos hermanos nos han
dado el bendito Espíritu y también la Escuela Dominical ha crecido”.17 La
Escuela Dominical, una estrategia pedagógica que nació en un contexto urbano y
proletario en la Inglaterra del siglo xvii,
cumplía una doble función: alfabetización y socialización religiosa. Los
pentecostales, además, añadieron el otorgamiento de comida a estas escuelas
informales, dado que asistían niños pobres. Esto ayudó a muchos indígenas a
aprender a leer y escribir, inspirados en la motivación de que el Espíritu
Santo los ayudaría y los capacitaría para el aprendizaje, porque Dios así lo quería,
para que las personas leyeran individual y comunitariamente la Biblia.
Cualquiera que sea, “el papel que desempeñe la intervención divina en la
creación de la fe, primariamente, por lo menos la convicción religiosa, aparece
en el plano humano partiendo del contexto de actos concretos de observancia
religiosa (Geertz, 2003, p. 107).
Todo tiempo, lugar y
ocasión significaba una posibilidad de conversión, predicación, culto o para
levantar una pequeña congregación. Por ello, para un pastor no importaba
cuántos kilómetros podía viajar para ganar o atender a una sola persona, ya que
dicho individuo tenía mayor prioridad que su familia, vecinos y conocidos. No
era el presente lo que importaba al pentecostalismo, sino el futuro: el
porvenir de una nueva congregación,
Visité la ciudad de Juliaca, aquí
viven 2 familias de nuestra Iglesia que se trasladaron de La Paz (Bolivia)
[...] Visité también el pueblo de Conima, situado en
los alrededores del “Lago Titicaca”, donde tuve la oportunidad de celebrar tres
reuniones [...] En seguida seguí el viaje al Puerto de Puno. Conviene hacer
notar que todos estos pueblos son de habla Aymará,
pero gracias a Dios que no tuve dificultad alguna con el dialecto.18
El dolor, la enfermedad,
todas eran posibilidades para predicar y orar por sanidad. Un pastor podía
ayunar, arrodillarse y orar por horas o todas las noches. No era la sanidad lo
que finalmente hacía que el enfermo se convirtiera o sanara, aunque la sanidad
también influía en la conversión, sino la preocupación de alguien desconocido
por su vida, tal como lo muestra el relato que sigue, “fuimos con un hermano a
las Yungas […] llevamos el mensaje de salvación, repartimos tratados y nos
gozamos en las reuniones de la noche [...] habían hermanos enfermos, los
ungíamos en el nombre del Señor y alcanzaban sanidad”.19
ENFERMEDAD Y SANIDAD
En el caso de las
enfermedades, se inserta el dolor dentro de un universo de sentido
significativo, “efecto reconfortante que estriba en última instancia en poder
dar a la persona enferma un vocabulario que le permita comprender la naturaleza
de su mal y referirla a un mundo más amplio” (Geertz,
2003, p. 101). Dado que la enfermedad y el dolor generan dramas
individuales, familiares y sociales, la “dramatización permite el abandono de
la pasividad y la reafirmación de que es posible a cada uno intervenir en la
vida cotidiana” (Silveira, 2000, p. 58). Más aún cuando la interpretación que
hacen los pentecostales sobre la enfermedad y la sanidad, tiene vínculos
estrechos con la tradición cultural (Garma, 1985; Guevara, 2009), y más aún
cuando dicha concepción se trata de una cosmovisión dualista que concibe el
mundo como un espacio de confrontación de fuerzas positivas y negativas (Moulian, 2005, 2008).
Cada vez los lugares de
prédicas se hacen más lejanos, y debido a las distancias, los pentecostales van
insertando otras estrategias para predicar, como es el caso del uso de la
bicicleta, “el Cuerpo de Ciclistas […] Que por ningún motivo se deshagan de sus
rápidos caballitos […] De esta manera serán siempre fieles ayudadores de sus
Pastores y del crecimiento de la Obra”.20
De este modo, los pentecostales siguen la tradición católica cuasimodista, no sólo de atraer
a la gente a la iglesia, sino llevar la iglesia a la gente, sobre todo a los
espacios rurales. Lo innovador es que los pentecostales no lo hacen sólo por
Semana Santa, sino todos los fines de semana, buscando a la gente en sus
espacios laborales, sobre todo a los enfermos. De este modo, la práctica
religiosa pentecostal logra traslaparse con la cosmovisión andina,
materializando el origen del mal en el diablo. La solución es la conversión, y
la terapia es el acompañamiento, con el objetivo de que el paciente logre
captar nuevos conversos como recurso para recuperación y sanidad. De ese modo,
el llamado “problema del mal es la verdadera naturaleza de las fuerzas
destructivas que moran en la persona y fuera de él” (Geertz,
2003, p. 121). Por lo tanto, la única forma de superación es el acompañamiento.
Los pentecostales logran
captar de la cosmovisión indígena la necesidad de acercar o no separar lo sagrado
de lo profano. Para ello, llevaron la prédica, “aun a los interiores de los
mercados”.21 De este
modo la religión se acerca al trabajo, algo que es muy propicio para las
comunidades andinas, cuyo centro son los mercados. El hecho de que los
pentecostales acerquen la iglesia al mercado les brindó oportunidad para que
las personas pudieran conocerlos, “una mañana al salir de misa yo y mi familia
bajamos por el mercado Campero; entonces oí la palabra por el predicador
evangélico […] Y así llegué a la Iglesia Pentecostal […] en Junio de 1941 […]
aprendí a leer leyendo la Biblia, para servirle en su viña y trabajar sólo para
Él”.22 De este
modo, el pentecostalismo mostraba mayor eficiencia que el catolicismo en la
oferta y administración del sentido y el problema del mal.
La estrategia más
significativa fue llevar la oferta de sanidad al mercado y a las calles,
sacralizando los espacios profanos, y de ese modo mantener a raya el problema
del mal, y así generar en la conciencia de los conversos un reencuentro entre
el problema del bien y el mal (Geertz, 2003). Pero
dicha solución de sentido no implica, necesariamente conversión:
El Señor ha acompañado con
prodigios y milagros de sanidades. En la unción por la fe, el Señor ha sanado a
varias personas de diferentes enfermedades, pero por desgracia, se han
conducido como los nueve leprosos que no volvieron a dar gracias al Señor. A una
de ellas el médico le había calculado 4 días de vida, recibió la unción por la
fe, y el día antes de vencerse el plazo fijado, fue sanado por el Señor.23
Pese a orar por los
enfermos y ser estos sanados, no se trataba de un intercambio simbólico de
oración y terapia o enfermedad y sanidad a cambio de conversión, lo que
resultaba en un intercambio de un don fallido como se aprecia en la cita
anterior. No obstante, ya se había inscrito como opción simbólica eficiente.
Dicha dinámica entre sanidad y conversión no era entendida de la misma manera
por los indígenas como esperaban los pentecostales. Por lo tanto, se entiende
lo religioso como un servicio civil más que una conversión. Es la oración y la
imposición de manos para sanar a los enfermos permite al pentecostalismo,
paulatinamente, constituirse en una oferta religiosa distintiva,
Oremos para que Bolivia sea para
Cristo, y le comunico que la dueña de casa donde vivo se está convirtiendo al
Señor y Él está haciendo la obra. Estaba enferma y va sanando; a Él sea la
honra y gloria, y ella pide a todos los hermanos chilenos que ayuden en oración
para que se conviertan sus cinco hijos y cinco hijas. Estamos trabajando mucho
para el Señor. Su visita a Bolivia ha sido bendición.24
La oferta pentecostal se
va afianzando de manera significativa pues, por un lado, ofrece terapia de
sanación y acompañamiento, pero por otro, también se transforma en un canal a
través del cual la persona misma interpreta su situación y condición
existencial. Como dice Geertz (2003), “hay por lo
menos tres puntos en los que el caos amenaza irrumpir en el hombre: en los
límites de su capacidad analítica, en los límites de su fuerza de resistencia y
en los límites de su visión moral” (p. 97). En este sentido, el pentecostalismo
ofrece un horizonte de sentido coherente con la cosmovisión andina.
Los pentecostales
también tienen que luchar con los mitos que se construyen sobre las minorías
religiosas,
Oía decir que al pueblo venían
los masones, que comían a las gentes, por lo cual
les tenía miedo, buscaba la manera de no encontrarme con ellos. Más tarde
cuando salí de la casa de mis tíos; trabajé en la casa de protestante;
así lo llamaban al predicador cristiano. Ellos oraban y cantaban, pero yo no
llegué a comprender el verdadero significado, aunque también cantaba y oraba
con ellos, pero lo hacía, por deber nada más. Un día vino una amiga y me
insinuó acompañarle a la chichería donde habíamos bebido algunas copas de
chicha, cuando llegué a mi trabajo, el predicador me echó de la casa diciéndome
que era borracha.25
En el relato aparecen
los mitos urbanos en relación con los protestantes, que encontramos en casi
toda América Latina, quienes eran considerados masones, “comegentes” o “que
pisotean el rostro de las vírgenes católicas”, imaginarios que también se
extendieron al judaísmo y al comunismo.
Se resalta el carácter
puritano y ascético del protestantismo, intolerante frente a cuestiones morales
tales como el consumo de bebidas alcohólicas, aunque los pentecostales
abordaban dicha problemática de una forma mucho más positiva. Para un
protestante, un alcohólico era un vicioso. Para un pentecostal, representaba
una persona enferma que necesitaba ser sanado y liberado por el Espíritu Santo.
Para los pentecostales el alcoholismo no era un problema individual, sino
espiritual: el diablo era el que llevaba a una persona a beber. Esto implica
que, “el problema del mal es la idoneidad de los recursos simbólicos para
suministrar una serie viable de criterios éticos, de guías normativas que
gobiernen nuestras acciones” (Geertz, 2003, p. 102).
Por tanto, si el borracho se convertía al pentecostalismo, se le acompañaba, y
si tenía alguna recaída, la responsabilidad no era de él, sino del diablo; esto
hacía más tolerable su acompañamiento.
REDEFINICIÓN DE LA COMUNIDAD
Y CONSTRUCCIÓN DE REDES MISIONALES
Los investigadores
pioneros destacaron que el crecimiento pentecostal se debía a que este grupo
religioso funcionaba a partir de un fuerte sentido de lazo comunitario (D’Epinay, 1968; Kessler, 1967; Willems, 1967; Foerster, 1989).
Esta característica se observa en la Iglesia Evangélica Pentecostal (IEP),26
en las redes comunitarias, oscilando entre lo transversal y lo longitudinal,
desde Santiago a Valparaíso, luego a la Serena hasta Antofagasta pasando por
Calama; y desde aquí a ciudades y pueblos bolivianos. Cuando un pastor viajaba,
se va deteniendo de lugar en lugar. En el caso del espacio andino, aprovecha
las redes y caminos que han transitado los aymaras
desde sus mismos ancestros: “Salimos de Antofagasta, el que escribe y el Pastor
Tomás López, el viernes 3 de agosto por tren hasta Oruro, él fue el asiento de
la misión del Pastor Manuel González que regresó a Chile. Allí nos esperaba el
Pastor Daniel Salguero, vino a encontrarnos desde La Paz, el cual nos acompañó
desde allí en toda nuestra estadía en el vecino país, bajamos por el norte, por
Arica.”27
La IEP hace usos de estas redes ondulatorias, tanto del
lado chileno como del lado de Bolivia y así va aflorando el esfuerzo misionero,
haciendo uso de las redes comunitarias:
El 2 de marzo de 1958, el Señor
nos concedió la oportunidad de un nuevo local en la ciudad de La Paz (Bolivia),
con la asistencia de los pastores Daniel Salguero de La Paz, el pastor Manuel
Vera de la ciudad de Cochabamba y Luis Orellana de esta Iglesia [...] Hicimos
un almuerzo a la chilena, a las dos de la tarde la consagración donde
asistieron 100 personas, y después de esta reunión tuvimos un desfile en la calle.
La reunión de la noche se efectuaron casamientos y bautizos [...] en Bolivia
hay amplia libertad de culto.28
Se debe hacer una
diferencia entre los pastores que dirigen una iglesia y los “encargados de
obras”: los primeros son chilenos y los segundos bolivianos. De igual modo, los
primeros eran extranjeros y migrantes, y, como tales, siempre mantienen una
añoranza por su país de origen. Saben que en cualquier momento dejarán Bolivia,
por tanto una forma de volver al país es a través de
la comida, una de las formas más comunes de canalizar dicha nostalgia. Así, la
construcción de redes comunitarias entre pastores chilenos era una necesidad
fundamental. De este modo, las iglesias dirigidas por pastores eran centros
neurálgicos de misiones a otros barrios y pueblos cercanos:
Salimos de la ciudad de La Paz,
en una gira misionera pedestre con destino al pueblo de Laja que dista 42 kms […] nos fuimos a dicha región a predicar la palabra de
Dios a los habitantes de habla aymará […] para llegar
al pueblo ya mencionado, entramos a la casa de una familia nativa para
hablarles de nuestro Señor Jesucristo, luego de hablarles de este Cristo, que
salva y compungidos de corazón oraron con nosotros y nos ofrecieron comida […],
después de esta bendición y de este trabajo nos despedimos de esta familia, y
cuando continuábamos nuestra caminata el padre de familia de la ya mencionada casa
nos salió al encuentro en su bicicleta y nos ofreció su casa para alojarnos en
la noche […] ya llegados al pueblo empezamos el trabajo de predicación con el
sistema Pentecostal de predicación casa por casa y esquina por esquina, tuvo
éxito este trabajo porque muchas personas salieron de sus hogares para oír las
buenas nuevas de salvación en cuanto al de dialecto aymará
no tuvimos dificultad alguna, porque el Señor llevaba entre los jóvenes un buen
interprete, de tal suerte que todos predicamos, hasta el pastor chileno.29
El hecho de que los
pentecostales vayan de pueblo en pueblo, de lugar en lugar a predicar, y que
sean recibidos, es justamente por el valor que los andinos otorgan el escuchar
las prédicas en su lengua nativa. Esto admite encontrar simpatizantes y nuevas
conversiones, y por su puesto un conjunto de redes de casas que, a su vez, les
permitirá alcanzar a otros lugares y personas. De igual modo, los pentecostales
se ven beneficiados por la reciprocidad y gentileza aymara:
al recibirles, sienten la necesidad de retribuir, y lo hacen no sólo con
comida, sino también con alojamientos.
El superintendente,
pastor Morgues, quien fue migrante (misionero y obrero) por 19 años en
Argentina, incentivará las misiones, pero también la relevancia de las redes
comunitarias para los viajes y visitas misioneras, y de este modo acompañar y
motivar sus misioneros en Bolivia,
Nos dirigimos a La Paz,
acompañados por el Pastor Vera, el Pastor Salguero y familia nos recibió con
mucho gozo; estuvimos con ellos trabajándole al Señor… hasta La Paz tuvimos la
dicha de ser acompañados por el Pastor Vera, donde quedó muy agradecido por
nuestra visita, donde vio que el Señor no lo habían dejado sus hermanos
chilenos, que siempre estarán orando por esos campos.30
En el año 1958, el superintendente
Morgues envía un nuevo misionero a Bolivia, en este caso en la ciudad de Oruro,
donde hubo varios intentos de trabajo misional, pero sin resultados exitosos,
Por segunda vez el Señor me
concede la posibilidad de visitar Bolivia, cumpliendo un encargo de nuestra
conferencia recién celebrada en Osorno, de ir a dejar al Pastor probando Carlos
Rodríguez P., a Oruro (Bolivia). Después de preparar el viaje y los documentos
necesarios, nos juntamos en Antofagasta, el Pastor Rodríguez, su esposa y dos
hijos de 12 y 15 años [...] Estuvimos algunos días en la Iglesia de
Antofagasta, donde fuimos atendidos como hijos del Rey.31
Estos viajes permitían
visitar iglesias y congregaciones nacionales y locales en el camino, de donde
se levantaban ofrendas para ayudar a los nuevos misioneros, que viajaban con su
familia. Así lo muestra este relato,
Salimos de Antofagasta en tren
hacia Oruro, llegando al día siguiente a las 10 ½ de la mañana, nos esperaban
los pastores, Salguero, Orellana y varios hermanos de la Iglesia de Oruro, en
la tarde llegó el pastor Manuel Vera de Cochabamba. En la reunión de la noche y
en presencia de 5 pastores fue presentado el Pastor Rodríguez […] en esa noche
habían más de 50 personas, todos contentos y alegres y hasta cantaron en su
dialecto.32
Como señalamos
anteriormente, el hecho de que en esta primera etapa los pastores de iglesias
pentecostales en Bolivia sean chilenos, permite que entre ellos construyan una
mayor cercanía comunitaria, lo que se transmite a las iglesias. Las visitas
misioneras, y su posterior reporte de iglesia en iglesia, tienen, según Geertz (2003), “la finalidad de dar una imagen específica y
concreta de verdadero sufrimiento humano” (p. 101), según lo concebían los
pentecostales. Y este sufrimiento, cuyo modelo está encarnado en el misionero y
su familia, permite la sensibilización para que distintos creyentes contribuyan
con dinero para misiones. Pero, además, los viajes eran aprovechados por los
dirigentes de la IEP, para conocer congregaciones
y otras pequeñas comunidades religiosas que había en distintos poblados, tanto
del norte de Chile como de Bolivia,
Viajamos a Sacaba donde está
ubicado el pastor Vera, esta iglesia tiene un grupito Quillacoyo,
Parotani y Sacaba […] gracias al Señor hay algunos
frutos. Visitamos todos esos pueblos, predicamos al aire libre, celebramos
varias reuniones, se recibieron algunos probandos, en
Plena Comunión y Bautismos […] la gente tiene hambre de las cosas de Dios, se
esperan muchos frutos […] salimos para La Paz, estuvimos con el pastor Salguero
en La Paz, nuevo gozo, más tarde con el pastor Orellana, ese día en la noche
tuvimos reunión en la Iglesia del pastor Orellana en Villa San Antonio,
asistieron más de 30 personas... un local cedido por un hermano en barrio Caiconi. J. Gómez y A. Fernández. Pastores chilenos.33
Uno de los aspectos
destacado por los pastores pentecostales chilenos de los andinos bolivianos es
su solidaridad, generosidad que manifiestan, especialmente con el forastero y
que se aparecía en los relatos. De tal manera, el pentecostal aymara y también el quechua se constituye en una comunidad
dentro de la comunidad aymara (Tudela, 1993). El
relato destaca: “al otro día un hombre de habla aymara
nos invitó a su casa para que le habláramos a su familia de la Palabra de Dios,
tuvimos la dicha de caminar 5 kms, hasta su hogar
donde nos gozamos de haber conocido otra familia, ellos están dispuestos a
servir al Señor”.34 Dado
que estas zonas estaban apartadas, los sacerdotes católicos no iban a esos
lugares. Es por ello que se valora de manera particular la labor misionera
pentecostal. Más bien, se trata de una valoración mutua: los aymaras valoran la predica en su idioma y ellos responde
con generosidad y reciprocidad, “Señor nos use como él quiera y así seremos
buenos soldados y eficientes instrumentos en las manos del Señor […] con estas
hermosas cualidades de un verdadero obrero de los campos del señor, podremos
apreciar el valor de imperioso llamado de Jesús a sus verdaderos discípulos.
‘Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la
siega.’”35
Entre los aymara se valora el uso de las metáforas desde militares a
metáforas agrícolas. Hay otros elementos que son coincidentes entre
pentecostalismo y mundo indígena, es el uso de metáforas climatológicas porque
se trataba de un pentecostalismo chileno con notable influencia rural y
campesina, “hemos recibido del Pastor Salguero que son como el agua fría al
alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras”.36
De igual modo, en Oruro
el pentecostalismo de origen chileno va creciendo por esta época, “en Oruro […]
al pastor Rodríguez le fueron impuestas las manos y quedó como un diácono en
nuestra Iglesia. En esa ocasión se recibieron 10 miembros como probando, hubo
un casamiento, bautismos y dos en plena comunión”.37
Estas narraciones muestran que no se perciben sentimientos antichilenos
de militares, políticos, o de la población en general. Los actos de violencia
están más relacionados con las respuestas a la prédica pentecostal, que también
es de alguna manera violenta.
Justamente estas
inestabilidades políticas y el efecto que tiene en las comunidades aymaras ayudan a convertirse al pentecostalismo, “Bolivia
ha estado en estado de sitio por algunos disturbios políticos, pero nosotros
con todo eso pudimos gozar de reuniones que en Cochabamba hubo que alargarlas
hasta las once”.38 Según Tudela, quien destaca que el cambio religioso
propuesto por los pentecostales y aceptado por la comunidad aymara,
es reflejo de un cambio y un conflicto ideológico (Tudela, 1993).
RITOS Y CEREMONIAS
El pentecostalismo
no habría tenido arraigo en la cultura andina con un sistema simbólico
incoherente con la cultura (Geertz, 2003, p. 107).
Este enraizamiento no es pacífico ni armónico, sino conflictivo, pues los
sujetos no reciben los nuevos símbolos ni aceptan las nuevas ritualidades de
una manera pasiva. Así como la cultura y las religiones, también los individuos
son marcados por luchas entre tradiciones simbólicas heredadas y adquiridas.
Este es un proceso fuertemente conflictivo. No obstante, el carácter simbólico
de los fenómenos culturales se inserta siempre en contextos y procesos
históricamente específicos (Thompson, 1998, p. 203).
El pentecostalismo tuvo
problemas con el protestantismo porque estos últimos siempre acusaban a los
pentecostales por sus cultos catárticos. Se trataba de una diferencia en
términos de configuración ritual, especialmente de los espacios litúrgicos. Para
los protestantes, los cultos bulliciosos y descontrolados de los pentecostales
eran causantes de que las personas discriminaran o estigmatizaran a todos los
evangélicos,
Tuvimos el gozo de llegar a la
casa del Pastor Manuel Vera… donde nos reunimos desde el jueves 11 hasta el
domingo 14, en la localidad de Sacaba (COCHABAMBA).
Las reuniones eran concurridas por unas 15 a 18 personas [...] Pese a las
dificultades que este siervo del Señor tuvo al principio, pero Dios está
obrando y llamando a las almas a su redil, las dificultades ya están pasando;
pero ahora se está presentando la dificultad de la persecución que le hacen
otras denominaciones.39
Los ritos pentecostales
como la prédica en la calle, los cultos catárticos, el desborde de emociones en
público (inclusive en la calle), las vigilias extensas y bulliciosas, generaban
muchas veces malestar entre los vecinos. De igual modo, los protestantes
criticaban a los pentecostales por considerar que ellos levantaban espacios cúlticos cerca de sus templos, o bien se “robaban” su
feligresía. Por otro lado, los pentecostales también predicaban contra el
protestantismo por considerar sus ritos cúlticos
fríos y sin espíritu. El siguiente relato da cuenta del tipo de configuración
carismática y emotiva de los cultos pentecostales:
El señor se manifestó en la
oración de la noche, cuando todos los santos estamos reunidos en ferviente
clamor y alabanzas delante de su presencia... Estábamos orando los hermanos...
Mientras clamábamos en espíritu el hermano Lucio comenzó a saltar desde un
lugar a otro y lo tuvo largo rato sin conocimiento, pero consciente del Señor,
hasta terminar la oración no abrimos la puerta porque el Señor estaba con su
bendita presencia entre nosotros [...] También tomó a mi Luzmila y al hermano
René Álvarez y muchos curiosos se juntaron a las puertas y cuando se levantaron
fue abierta la puerta, aunque algunos golpeaban que se les abriera.40
Pero los pentecostales
no consideraban que sus ritos cúlticos sean
bulliciosos o desordenados, sino que decían que “donde está el Espíritu de
Dios: ahí hay libertad”, la cual se manifestaba de diversas maneras,
especialmente notorias y emotivas. Incluso esta afirmación bíblica no sólo era
un eslogan, sino también un canto. De igual modo existía otra frase que decía:
“los hombres sabemos a qué hora comienza el culto pero
sólo ese Espíritu sabe a qué hora termina”. Esto daba lugar a la libertad
emocional y la extensión del culto hasta medianoche. Se trata de “una forma
ritual, donde los estados anímicos y motivaciones que los símbolos sagrados
suscitan en los hombres y donde las concepciones generales del orden de la
existencia que ellos formulan para los hombres se encuentran y se refuerzan los
unos a los otros” (Geertz, 2003, p. 107).
A medida que la IEP comienza a extenderse hacia zonas rurales y
campesinas, adentrándose más al territorio aymara,
los conflictos con los protestantes van disminuyendo. No obstante, ello no
significaba que se le hiciera más fácil, sino que aún existía un rechazo a la
nueva religión por considerarse extraña y extranjera. Estas experiencias de
persecución y discriminación son útiles para que el pentecostalismo reformule
su mito fundacional en Bolivia, “el hermano Valencia tuvo en Sacaba la
bendición de recibir algunos puntapiés y le hicieron pedazos los tratados que
repartió y se los tiraron a la cara. El Pastor está visitando una familia en Mollimolle, a unos 2 kilómetros de Sacaba; también tiene
una familia en Quillacoyo; es un pueblo que está a 25
kilómetros de Sacaba.”41
De esta manera, a fines
de la década de 1950 el pentecostalismo chileno se adentraba más al mundo
andino, sobre todo a los espacios rurales, fundamentalmente en aquellos lugares
donde prácticamente ni el catolicismo ni el protestantismo había llegado,
Con el Pastor Vera nos dirigimos
el día 15 a Cochabamba, y en la noche celebramos una reunión en la casa del
hermano García; el martes 16, en la mañana, nos dirigimos con el Pastor Vera a Parotani, a unos 52 kilómetros de Sacaba; allí el Pastor
Vera tiene unos 10 hermanos, sin contar los niños, en ese lugar se efectuaron
reuniones; martes en la noche y el miércoles 17; después que terminaba la
reunión los hermanos se quedaban más de una hora cantando con nosotros al Señor.42
Lo significativo es que
personas del mundo indígena no sólo se convertían, sino que además prestaban
sus casas o bien donaban un lugar para realizar cultos pentecostales o levantar
templos. Estos espacios se transformaban en instancias cúlticas,
pero también de oraciones INTErcesoras y de ayunos, a
veces en casa u otras en el desierto, el “flamígero coraje consiste en aquellas
propensiones a ayunar en el desierto, a realizar solitarias incursiones al
campamento enemigo y a estremecerse pensando en dar algún golpe maestro” (Geertz, 2003, p. 94), en este caso ganar familias y
comunidades indígenas completas, y para ello había que combatir con el mal a
través del ayuno, la oración y las vigilias.
Otras de las
ritualidades muy significativas de los pentecostales para los nuevos líderes
locales aymara fueron las conferencias locales,
regionales, nacionales e INTErnacionales. Dichos
eventos representaban una posibilidad de reubicación y dignificación social
para aquellos pastores que venían de contextos de marginación por ser
indígenas, campesinos, obreros o, a veces, por tener historias de vida sumidas
en problemáticas con el alcohol, la violencia y el abandono, en el caso de los
varones. En estos eventos había que llegar bien vestidos, lo que para la época
significaba ascenso social. Por ello puede parecer que el pentecostalismo
inducía a los indígenas a abandonar sus vestimentas indígenas, pero ellas eran
también el símbolo del desprecio y de la ignominia en las ciudades. Por lo
tanto, el traje pentecostal era símbolo de honorabilidad, honra y de ascenso social,
por lo menos para el tiempo de asistir a conferencias en las ciudades.
Estos encuentros
significaban también la posibilidad de contar sus testimonios: el acceso a la
palabra y ser escuchados. Cuanto más dramático y trágico era el testimonio, más
honrado y legitimado era entre los pares pentecostales. Ahí no importaba tanto
la dimensión del templo, por lo menos no todavía, sino con cuánto sudor,
discriminación, dolor, oraciones y ayuno había costado levantarlo, según los
relatos testimoniales que compartían. Es por ello que un pastor pentecostal no
quedaba tranquilo con una pequeña congregación, sino que debía abrir varias:
Con fecha 19 de diciembre de
1959, el Señor nos concedió la oportunidad de viajar a la amada República de
Chile, en compañía de mi esposa para asistir a las Conferencias […] El Señor me
habló por su Espíritu Santo que llegando a mi regreso a Bolivia me esperaba una
bendición […] Una vez que llegué de Chile visité parte de nuestro campo en Moho
(Perú) y el día domingo 31 de julio del presente año (1960) tuve la oportunidad
de inaugurar un nuevo local, con una asistencia de unas 37 personas a la
Escuela Dominical.43
El ingreso al pastorado permitía a los obreros religiosos una posibilidad
de ascenso social y además la posibilidad de viajar, que si bien es cierto no
siempre se contaban con los recursos económicos, sí existían redes para
hospedar de lugar en lugar donde hubiese otros pentecostales.
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1 Walter Hollenweger (1976),
teólogo suizo, publica en 1966 su tesis doctoral, Manual
del movimiento pentecostal considerada como el estudio pionero en los
estudios del pentecostalismo mundial, y después su conocido libro: Los pentecostales.
2 Fuego de Pentecostés, 1939, núm. 127, p. 8.
3 Fuego de Pentecostés, 1939, núm. 127, p. 8.
4 Fuego de Pentecostés, 1957, núm. 335, p. 16.
5 Fuego de Pentecostés, 1939, núm. 130, p. 8.
6 Fuego de Pentecostés, 1939, núm. 127, p. 8.
7 Fuego de Pentecostés, 1939, núm. 127, p. 8.
8 Fuego de Pentecostés, 1940, núm. 145, p. 6.
9 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
10 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp.12-13.
11 Fuego de Pentecostés, 1940, núm. 145, p. 6.
12 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
13 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
14 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
15 Fuego de Pentecostés, 1953, núm. 290, p. 13.
16 Fuego de Pentecostés, 1953, núm. 290, p. 13.
17 Fuego de Pentecostés, 1954, núm. 297, p. 14.
18 Fuego de Pentecostés, 1961, núm. 378, p. 5.
19 Fuego de Pentecostés, 1961, núm. 378, p. 5.
20 Fuego de Pentecostés, 1940, núm. 135, p. 9.
21 Fuego de Pentecostés, 1940, núm. 145, p. 6.
22 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
23 Fuego de Pentecostés, 1940, núm. 145, p. 6.
24 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
25 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
26 La Iglesia Evangélica Pentecostal tiene un tronco
común con la Iglesia Metodista Pentecostal, nacida luego del avivamiento de
1909 y que se constituye como iglesia en abril de 1910 dirigida por Willis Hoover. Desde un comienzo publicaron una revista
institucional con una regularidad mensual, que venía de un laico presbiteriano,
llamada Chile Evangélico y que al ser admirador del
movimiento pentecostal se transformó en el gran difusor del movimiento, y por
ese motivo la revista pasa a la administración de la Iglesia Metodista
Pentecostal en el año 1910 con el nombre de Chile
Pentecostal. Sin embargo, Willis Hoover cambia
el nombre de la revista a Fuego de Pentecostés en
el año 1928. En el año 1932 se produce un cisma, producto de una lucha
nacionalista, ya que Hoover era estadunidense, pero
que en realidad se trató de una lucha de poderes por dirigir el movimiento
pentecostal. Fue inevitable el cisma, de donde se separa el pastor Manuel Umaña
quedando con el nombre de la Iglesia Metodista Pentecostal y retoman el nombre
de la revista Chile Pentecostal, y el grupo de
pastores que quedó apoyando a Hoover pasan a llamarse
Iglesia Evangélica Pentecostal, que continúan la revista Fuego
de Pentecostés. Gracias a esta competencia por el carisma, ambas iglesia lograron crecer y permanecer, sin evitar
permanentemente pequeños cismas, pero hasta hoy son las dos denominaciones más
grandes de Chile y las representaciones sociales que hay sobre los pentecostales
están referidos a ellos.
27 Fuego de Pentecostés, 1951, núm. 267, pp. 12-13.
28 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 348, p. 17.
29 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 348, p. 18.
30 Fuego de Pentecostés, 1957, núm. 338, p. 12.
31 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 346, p. 18.
32 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 346, p. 18.
33 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 346, p. 18.
34 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 346, p. 18.
35 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 346, p. 18.
36 Fuego de Pentecostés, 1953, núm. 290, p. 13.
37 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 349, p. 15.
38 Fuego de Pentecostés, 1958, núm. 349, p. 15.
39 Fuego de Pentecostés, 1957, núm. 338, p. 12.
40 Fuego de Pentecostés, 1954, núm. 297, p. 14.
41 Fuego de Pentecostés, 1957, núm. 338, p. 12.
42 Fuego de Pentecostés, 1957, núm. 338, p. 12.
43 Fuego de Pentecostés, 1961, núm. 378, p. 5.
* Este
artículo es resultado del proyecto FONDECYT Regular núm. 1180924, “La fe mueve
fronteras”. Además, agradecemos a la VRII de la
Universidad Arturo Prat, por el financiamiento para la asistencia al Congreso
de FIFREM realizada en Creel, Bocoyna,
Chihuahua, México, en junio de 2019.