10.18234/secuencia.v0i104.1751
Dossier
Enfrentando dilemas:
práctica de cesáreas en los últimos momentos del embarazo
Coping with Dilemmas:
Practicing Caesarean Sections
during the Last Moments of Pregnancy
Alicia Márquez
Murrieta1, https://orcid.org/0000-0002-9513-5463
1Instituto
de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México. amarquez@institutomora.edu.mx
Resumen:
El
artículo busca aprehender las narraciones, experiencias y subjetividad de
mujeres embarazadas que querían un parto fisiológico, el cual por diversas
circunstancias terminó en cesárea. Mujeres mexicanas de clase media urbana,
quienes también acudieron a un curso psicoprofiláctico. Interesa reflexionar
sobre las decisiones y los dilemas que enfrentan en los últimos momentos del
embarazo, los cuales modifican un curso de acción que habían deseado e
imaginado y de qué manera les otorgan sentido. El proceso no se da en el vacío
y sí en relación permanente con discursos normativos de diverso tipo, frente a
los cuales las mujeres son capaces de navegar. Se trata de una primera
aproximación a la temática, de corte cualitativo. El análisis a partir de las
narrativas permitió aprehender la experiencia y la subjetividad que aparece en
tonos crepusculares; también nos permite confirmar que algunas decisiones
tomadas al inicio de los embarazos impactarán en lo que sucederá meses después.
Palabras clave: embarazo; cesárea; decisión;
narración; experiencia; subjetividad.
Abstract:
The
article seeks to record the narratives, experiences and subjectivity of
pregnant women who wanted a physiological delivery, which for various reasons
ended in a Cesarean section, specifically Mexican women from the urban middle
class, who also attended a psycho-prophylactic course. The article seeks to
reflect on the decisions and dilemmas they faced in the last moments of
pregnancy, which modified a course of action they had desired and imagined and
how they gave them meaning. The process does not occur in a vacuum but in a
permanent relationship with normative discourses of various types, within which
women are able to navigate. It is a first, qualitative approach to the subject.
The narrative-based analysis made it possible to capture the experience and
subjectivity that appears in twilight, while confirming that certain decisions
made at the beginning of pregnancies will affect what happens months later.
Key words: pregnancy; C-section; decision;
narration; experience; subjectivity.
Fecha
de recepción: 8 de junio de 2018 Fecha de aceptación: 8 de marzo de 2019
Introducción
Desde el momento en que les dan a
conocer su embarazo, es común que las mujeres de clase media urbana en México acudan
a un especialista. En la mayoría de los casos se trata de un ginecólogo ya
conocido o por conocer quien acompaña el proceso hasta el momento del parto.
Algunas mujeres y sus parejas de este grupo poblacional acuden, además, a
asesorías de diverso tipo, entre ellas a los cursos psicoprofilácticos. Ambas
búsquedas, sobre todo en el primer embarazo, contribuyen a estabilizar un curso
de acción novedoso, imaginando un parto fisiológico (o “natural” como muchas
personas lo llaman), otorgando algo de certeza y confianza a las mujeres, así
como en ocasiones también a sus parejas. Pero qué sucede cuando, por algún
motivo, a veces inexplicado, inesperado o urgente, el curso de acción enfrenta
a las futuras madres y a sus parejas, también presentes en algunos casos, a
“tomar una decisión” y aceptar la práctica de una cesárea.
Situaciones muy variadas llevan a estas intervenciones quirúrgicas: unas
sin gran apremio, pero con sugerencias (o francas presiones) del cuerpo médico
para realizarlas; otras, con un conocimiento desde el inicio del embarazo de la
existencia de esa posibilidad debido a variadas condiciones de salud; otras
más, actuando ante la urgencia. Frente a diversas posibilidades, como las
enunciadas, u otras, ¿cómo viven las mujeres estos procesos?, ¿cómo enfrentan
la modificación de un curso de acción, de sus expectativas y de qué manera les
dan un nuevo sentido?, ¿necesitan dárselo?, ¿cómo acomodan y reacomodan sus
vivencias, en ocasiones manteniendo sentimientos contradictorios frente a lo
sucedido?, ¿cómo aprehenden la experiencia y cómo se relaciona ello con su
subjetividad?
Las interrogantes y el interés por la temática surgen de una experiencia
personal. Sin embargo, lo relevante de investigar el tema no se limita a ella.
Se trata, en efecto, de una arista fundamental en la comprensión de los
fenómenos actuales del embarazo, parto y puerperio, de su fuerte medicalización
y del creciente número de cesáreas en el mundo y en México.1
Al revisar la literatura se encuentran trabajos que abordan de manera
crítica la medicalización del embarazo y del parto,2
y cómo los procedimientos de inducción del parto y algunas prácticas que ahora
son cuestionadas se han convertido en eventos patologizados; también el
creciente aumento de las cesáreas innecesarias (Camacaro, 2009; Costa, Navarro,
Grynszpan y Borges, 2006; Sarda, 2009). Dentro de este universo, lo que viven
las mujeres de clase media urbana aparece en algunos trabajos (Cárdenas, 2014;
Sánchez, 2003; Sánchez y Pérez, 2016; Schwarz, 2009 y 2012).
Existen trabajos de corte cualitativo-cuantitativo que buscan mostrar la
magnitud de la situación a nivel mundial, regional y nacional sobre el aumento
de las cesáreas (Editorial, 2018). Uno en particular (Betrán, Ye, Moller,
Zhang, Gülmezoglu y Torloni, 2016) señala que “Considerar solamente factores
médicos en este escenario complejo puede llegar a ser un esfuerzo inútil para
reducir cesáreas innecesarias (unnecessary cs). Factores asociados con miedos y vidas de
las mujeres y creencias culturales (cultural beliefs)
están, seguramente, contribuyendo al incremento y deben ser considerados en la
ecuación” (p. 9).
No afirman que sean los únicos. En sus conclusiones señalan la necesidad de
hacer estudios de corte cualitativo para comprender diversas razones por las
que la cesárea ha aumentado, análisis que se deberían hacer, dice el texto,
tanto en el ámbito biomédico como también entre las personas y sus experiencias
ante el embarazo, el parto y la cesárea.
También las posturas contrarias elaboran contraargumentos y establecen
puntos sobre los cuales las controversias se desarrollan. Se trata de un campo
en disputa de gran amplitud. En relación con las controversias, Sarda (2009)
establece el siguiente argumento crítico: ante las crecientes investigaciones
que muestran que las cesáreas están asociadas con efectos adversos en madres e
hijos y ante los argumentos económicos que apoyarían la idea de reducir el
aumento de dicha práctica, la profesión médica sigue sin dar prioridad a la
reducción de las cesáreas.
Una de las estrategias más poderosas de esta postura en las controversias
–explica Sarda– es insistir en la necesidad de realizar más investigación sobre
los riesgos y beneficios de los diferentes modos de parir y, por lo tanto, dado
que no se tiene una evidencia clara al respecto –continúa la argumentación–, la
cesárea sería significativamente menos perjudicial que un parto vaginal. Ante
esta constelación argumentativa –remata Sarda– la atención tiende a orientarse
a la decisión de la madre, pero esta no es problematizada en sí, ni el papel
del cuidador (caregiver) en la construcción de
dicha decisión, punto fundamental que queda fuera del análisis –insiste la
autora–. De esta manera –dice Sarda– la actual práctica obstétrica queda
desatendida (unassailed).
Entre los discursos críticos sobre la medicalización se encuentran algunas
investigaciones que indagan en las posibilidades y los beneficios de los
llamados “partos humanizados”; algunos trabajos más exploran el arraigo de la
práctica de las parteras profesionales y tradicionales (Basso y Monticelli,
2010; Berrio, 2014; Campiglia, 2017; Carrera, 2015; Pozzio, 2016; Pruvost,
2017).
Por otro lado, los cursos psicoprofilácticos, sus objetivos, su desarrollo
y la manera como las mujeres y sus parejas los experimentan se han estudiado
poco (Méndez, 2015; Sapién, 2006; Sapién y Córdoba, 2007; Sapién, Córdoba y
Salquero, 2008; Tabak, 2014).
Ambos discursos, los ginecológicos y los psicoprofilácticos, son
considerados en mi investigación como de tipo experto: unos biomedicalizados,
los otros “híbridos”; ambos se colocan en el nivel de la norma adecuada a
seguir.
En torno a las dimensiones de seguridad, riesgo, miedo al dolor también se
ha escrito y existen algunas investigaciones que muestran su enorme presencia
en los discursos medicalizadores, incluso las relaciones entre estas
dimensiones y la mayor patologización de los embarazos y los partos (Campos,
2010; Quattrocchi, 2014; Rocha, Franco y Baldin, 2011).
La literatura ha señalado cómo en la medicalización del embarazo y el
parto, así como en el aumento del uso de tecnologías, la noción de riesgo y de
dolor se encuentra muy presente. El mandato del “dolor” es casi tan importante
como el del “riesgo” en los ámbitos medicalizados. Si del parto sólo se espera
un dolor insoportable, resulta fácil pensar que se buscará a otra persona para
aliviarlo, en este caso un experto, alguien que “sabe” lo que hace (Calafell,
2018).
En la revisión de la literatura me percaté que, si bien hay textos que
abordan la maternidad, la gestación, el embarazo, pocos se concentran en las
experiencias de las mujeres en los momentos cercanos al parto (Gil-Bello, 2018,
sí lo hace), las dudas que enfrentan, las tensiones que viven, la manera como
narran lo vivido.3 Si se considera el periodo
del embarazo de forma dinámica, como un proceso en el que las percepciones y
las vivencias van cambiando y que, particularmente, la cercanía del parto puede
producir experiencias particulares, resulta fundamental aprehender los últimos
meses del embarazo como una “transición”; lo mismo se podría decir del momento
de la decisión ante una cesárea. Mi texto busca dar pistas sobre cómo se viven
dichos procesos (transiciones) y cómo se reflexiona y narra sobre ellos; en
particular sobre ese momento de decisión que “interrumpe” un cierto curso de
acción; cómo se colocan las mujeres, a veces con sus parejas, delante de ese
momento de inflexión y cómo reorganizan el sentido de lo vivido (si es que lo
reorganizan), y cómo ese suceso es resignificado por las mujeres. Asimismo, de
qué manera integran (o no) los discursos de los cursos psicoprofilácticos en
estas experiencias y narraciones. Un tema particular es el relativo a los
discursos sobre seguridad, riesgo, miedo al dolor, nociones que encontraron un
lugar importante en las narraciones de casi todas mis entrevistadas.
Sintetizando, el objetivo del texto es aprehender los sentidos, las
narraciones, las experiencias y la subjetividad de las mujeres que deben tomar
decisiones al final del embarazo, las cuales modifican un curso de acción que
habían decidido y de qué manera le otorgan sentido. Así, en el texto me
pregunto por el dilema parto fisiológico/cesárea en mujeres mexicanas de clase
media urbana, el cual se va construyendo a lo largo del embarazo y encuentra su
punto culminante en los momentos cercanos al parto.4
Este proceso no se da en el vacío y sí en relación permanente con discursos
normativos de diverso tipo (mandatos de maternidad, del cuerpo sano,
familiares, entre otros).
El periodo del embarazo-parto y los cursos de acción que toman las mujeres,
entre ellos ir al ginecólogo y acudir a cursos psicoprofilácticos,5 se inscriben en una manera
de ejercer la maternidad, de ser una “buena madre”, pero también de cuidar el
cuerpo, de seguir los mandatos sobre cuerpos saludables muy presentes en la
actualidad, particularmente en el grupo poblacional que se configuró en la
investigación. Es así que elegir la adecuada y capacitada persona con quién
llevar a cabo la práctica del parto, así como el lugar y el cómo debe realizarse;
la idea de acudir, además, a un curso psicoprofiláctico y con quién hacerlo,
abonan en esos “mandatos de maternidad” y de “autocuidado”, que tienen que ver
con construcciones socioculturales y que podemos aprehender con la noción de
“prácticas reproductivas”. Es decir, no se dan en el vacío y sí tienen que ver
con marcos que cuentan con características particulares, opciones, recursos e
intereses específicos.
Por otro lado, los discursos normativos que atraviesan las vivencias de las
mujeres, se encuentran ellos mismos en disputa y mantienen tensiones sobre
nociones de género; del cuerpo sano; de la biomedicina versus
visiones menos medicalizadas. El paso por un embarazo y el parto enfrentan a
las mujeres a dichos discursos e incluso a dimensiones de lo incierto, lo
inseguro, el riesgo, el miedo al dolor.
En este navegar entre discursos las personas pueden encontrar, no sin
dificultad, la brújula. Es decir, pese a estas normatividades, las personas
cuentan con cierta idea, a veces más clara que otras, de lo que quieren y por
qué lo quieren, idea en tensión con dichos discursos que norman la manera
“correcta” de vivir un embarazo y parir.
Maternidad, experiencia y
subjetividad
Lo que analizo en las entrevistas tiene que ver, entre otras cosas, con nociones
de maternidad. Las perspectivas actuales sobre la maternidad coinciden en que
se debe problematizarla y proponer nuevas rutas desde donde entender, explicar
y transformar las maternidades (Saldaña, Venegas y Davids, 2016). En su
introducción al libro ¡A toda madre! Una mirada
multidisciplinaria a las maternidades en México, estos autores afirman
que debemos alejarnos de dicotomías que reducen la complejidad del campo y
proponer puntos de vista analíticos que eviten universalizar la experiencia de
las mujeres y la experiencia de la reproducción. También que la maternidad
siempre tiene un carácter contextual y debe entendérsela como experiencia y
construcción social. Para ello se requiere observar la articulación de diversas
jerarquías sociales encarnadas en la experiencia materna, así como de los
discursos y significados impuestos desde la cultura, manteniendo, además, una
mirada multidisciplinaria (pp. 15-16).
Por otro lado, retengo la idea de que la maternidad “no se deriva de la
función reproductiva de las mujeres, sino que es un proceso históricamente
determinado, y como tal sus características dependen de las relaciones sociales
y de las elaboraciones culturales a través de las cuales las mujeres construyen
su maternidad” (Sánchez, 2003, p. 21).
Asimismo, debemos entender la maternidad asociada con una noción de género
capaz de permitirnos ver los diversos significados construidos en distintos
contextos y ver de qué manera dan forma y son formados por la acción, en
procesos sociales e instituciones. Por ello, el género no debe ser aprehendido
como una categoría unificada sino multifacética, diversa y negociable (Sánchez,
2003).
En las sociedades occidentales desde hace algunos siglos se produjo la
“maternalización de las mujeres”, en particular en las poblaciones blancas y de
clase media, fenómeno que instituye una manera adecuada de ser madre, la “buena
madre” que se presenta como un modelo universal, natural, necesario y capaz de
definir a todas las madres en tanto se correspondería con una función biológica
y social (una de las dimensiones fundamentales de los análisis de género):
parir y cuidar de los hijos (Schenone, 2018, p. 49). También podríamos añadir
la idea de que una “buena madre” toma decisiones adecuadas y se preocupa por su
salud y la de la criatura que carga en el vientre. A través de estudios
empíricos, con coordenadas precisas sociales, geográficas e históricas, se
busca aprehender cómo se establecen estos rasgos generales; también, qué
tensiones y negociaciones se realizan.
Son útiles dos categorías analíticas: trayectoria reproductiva y prácticas
reproductivas. La primera, según Lina Berrio (2014), estaría regulada
parcialmente por la cultura reproductiva; tiene que ver con una serie de
procesos longitudinales asociados a la edad, conformados por transiciones
cruciales en la vida de las personas; procesos que también permiten observar el
modo en que las transiciones se van concatenando y van definiendo la
trayectoria específica de la persona, grupo o cohorte en un periodo mayor. En la
trayectoria se toman en cuenta diferentes transiciones (por ejemplo, el inicio
de la vida conyugal, de la maternidad, el tipo de atención obstétrica utilizada
en el embarazo y el parto, el lugar de la resolución del evento obstétrico) que
pueden dar cuenta de comportamientos individuales condicionados y reglamentados
socialmente y que corresponden a universos específicos, que marcan cambios en
los roles, en los estatus, en el lugar social ocupado por las personas a medida
que viven diversas transiciones (p. 214). Lo importante de la noción es que nos
permite integrar los sucesos, las transiciones en temporalidades y procesos más
largos. En este artículo, la trayectoria reproductiva y la idea de transición
son útiles para pensar los últimos meses del embarazo y sobre todo el momento
de la cesárea.
Para Sánchez (2003), las prácticas reproductivas, que se insertan en la
trayectoria, tienen que ver con un entramado social que tejen las mujeres al
ejercer su capacidad reproductiva, fenómeno que se puede dar en dos niveles:
aquellas que prevalecen al interior de un mismo sector socioeconómico, por
ejemplo, mujeres con similar comportamiento reproductivo y que combinan de
manera peculiar la vida familiar, de pareja, sexual y laboral; y aquellas que
tienen que ver con los caminos socioculturales o prácticas reproductivas desde
que inician su vida sexual hasta que llegan al control de su vida reproductiva,
la forma en que entretejen sus experiencias sexuales, reproductivas, de pareja,
de maternidad y crianza. Esta noción también es útil para aprehender las
prácticas del grupo poblacional que analizo.
Ahora bien, las personas no somos un mero reflejo de normatividades. La
aproximación sobre sujeto de Ana Amuchástegui es útil en mi trabajo. Los
sujetos –señala Amuchástegui (2018)– se desenvuelven en condiciones sociales y
despliegan prácticas de salud caracterizadas por su aspecto relacional,
existencial y pragmático. Tales prácticas, implican siempre encuentro y diálogo
con otros, sean profesionales de la salud, familiares, o personas que viven la
misma situación. El diálogo puede darse en tensión, estableciéndose entre
concepciones y mandatos de cómo actuar correctamente, ante otros y con uno
mismo. Un momento en donde podemos observar cómo operan las normatividades pero
también como las mujeres navegan entre ellas y otorgan sentido a sus acciones
es cuando deben “decidir”6
si quieren o no una cesárea y las maneras como otorgan sentido (o no) a esta
decisión.
En la breve constelación conceptual que realizo falta incorporar la noción
de experiencia y su relación con la subjetividad. Para Joan Scott (2001), la
experiencia se configura a partir de varias narrativas que sirven para
explicarla, las cuales son “inescapablemente históricas” en el sentido de ser
“construcciones discursivas, de conocimiento del yo y no reflejos de una verdad
interna ni externa” (p. 69). Expresado en clave sociológica, la experiencia y
las narrativas a ella asociada pasa por procesos complejos de reflexividad que
se encuentran ubicados en contextos históricos específicos (que deben tomarse
en cuenta y estudiarse empíricamente), así sucede con las maternidades. Es en
el trabajo reflexivo que se va configurando un sujeto que hace frente y acomoda
(se acomoda también) a los discursos y las prácticas hegemónicas. Además, la
experiencia nos permite entender la elaboración subjetiva de significado frente
a los valores imperantes en el grupo social (Sánchez, 2003).
Por todo lo anterior, si bien es importante observar las tecnologías
biomédicas, las posturas ginecológicas, los cursos psicoprofilácticos, las
controversias médicas, también es fundamental aprehender la experiencia de los
agentes sociales frente a ellos y las maneras que tienen de narrarlas; es
decir, establecer la interrelación entre tecnologías y discursos expertos y la
experiencia cotidiana de las personas (Amuchástegui, 2018). Este andar nos
encamina hacia la búsqueda de la aprehensión de las complejas interrelaciones
entre narración, reflexividad, experiencia y subjetividad.
¿Cómo me acerqué a las
entrevistadas? Aspectos metodológicos
La manera como contacté a mis entrevistadas está asociada con las redes
sociales y generó algunas particularidades. Una colega, quien trabaja temáticas
cercanas a las mías y a quien le platiqué mi interés de investigación y me
comentó que ella pertenecía a una página en Facebook,7
con aproximadamente 10 000 personas inscritas, dedicada a “dialogar” sobre
temáticas y dudas en torno al embarazo, a la crianza, a la lactancia materna,
me propuso realizar una publicación con los criterios que yo requería. En mayo
de 2017 publicó lo siguiente:
Hola
momz! Una investigadora de la UNAM[sic] está buscando mujeres que le quieran contar su
experiencia para una ponencia (obvio su relato será confidencial).
Las características son:
–Que hayan estado preparándose
para parto natural, a través del curso psicoprofiláctico, con la idea siempre
de tenerlo por esta vía y al final, haya resultado cesárea.
–Que haya sido su primer parto.
–Que el curso haya sido parte
del paquete del parto ofrecido por el hospital.
¡Muchas gracias por su apoyo!
Creo que es una buena oportunidad para dar voz a estas experiencias que luego
quedan guardadas.
Quien esté interesada yo la
pongo en contacto. [Al final incluía un emoticón
sonriendo.]8
El primer vínculo lo estableció ella y seguramente coloreó la respuesta de
las mujeres puesto que era miembro de esa página, con cierta historia de
interacción entre ella y las otras personas que la integran. Las mujeres que
decidieron responder a la publicación lo hicieron por “autoasignación”, le dieron
sus teléfonos, las contacté y concertamos citas entre los meses de mayo y
septiembre de 2017. La última entrevista fue el 18 de septiembre de ese año, un
día antes del temblor de la Ciudad de México, lo que contribuyó para que la
fase de entrevistas parara abruptamente.
Hice contacto telefónico con diez mujeres, pero se concretaron seis
entrevistas; entre otras causas, porque resultó difícil encontrar una fecha
adecuada para conversar y porque algunas se habían mudado a otra región del
país. La mayoría de las entrevistas se realizaron en cafés en los que ellas me
citaron, generalmente cerca de sus hogares, o directamente en sus casas, todas
en diferentes puntos de la Ciudad de México.
En el momento de mi llamada telefónica y durante la entrevista se establecía
un segundo vínculo, otro momento de confianza que se tenía que tejer. Sin lugar
a dudas, el primer contacto que tuvieron con mi colega, a través de la página
de Facebook, se entrelazaba con mis preguntas y sus respuestas.
Para reflexionar acerca de la experiencia, las narrativas, la subjetividad
frente a discursos normativos durante el proceso del embarazo-parto y los
dilemas ante una cesárea consideré que una aproximación cualitativa era la que
se requería, así como el uso de la técnica de la entrevista semiestructurada;
con esta lente se pueden comprender ciertas dimensiones como la subjetividad
humana, la simbolización del cuerpo, las relaciones de género, entre otras;
“aparece como una forma necesaria de acercamiento cuando la perspectiva de la
realidad que se busca conocer es el punto de vista de los actores, la
interpretación desde la experiencia vivida” (Szasz y Amuchástegui, 1996).
Perfiles similares
Las seis mujeres tienen características sociodemográficas parecidas, lo
cual quizá sea un sesgo producido por la estrategia que seguí para contactarlas.9 Al grupo que se conformó
se le puede denominar “de mujeres de clase media urbana”.
Excepto una que el embarazo y el parto los vivió en Sidney, Australia, los
demás transcurrieron en la Ciudad de México; las entrevistadas tuvieron sus
embarazos entre los 30 y los 34 años de edad; sus hijos tienen actualmente
(2019) entre uno y seis años aproximadamente, algunas con dos hijos (lo que
permitió una doble reflexión acerca de la experiencia, pese a que a mí la que
me interesaba era la narración del primer embarazo y parto).
Todas con estudios de licenciatura terminados (una con estudios de
maestría), con parejas heterosexuales, la mayoría todavía en una relación de
pareja y una separada del padre de su hijo. Durante las entrevistas no les
pregunté sobre su situación conyugal y la relación con el embarazo, punto que
puede ser importante, según lo señalan estudios que toman en cuenta la
“trayectoria reproductiva”;10
sin embargo, a partir de la manera de referirse a sus parejas, me parece que
todas estaban casadas. Un punto relevante al respecto de sus parejas, es que a
través de las voces de las mujeres se veía su presencia constante (a veces
contradictoria o en tensión) durante el embarazo y en el momento de la
decisión; la mayoría acompañándolas a las citas ginecológicas y siendo parte de
los cursos psicoprofilácticos; casi en todos los casos la pareja diciéndoles que
la decisión era de ellas cuando se presentaron momentos de inflexión,
particularmente al momento de enfrentar la decisión de la cesárea:
Él
me respetó muchísimo. En todo este proceso como que me acompañaba, pero incluso
a la hora de elegir hospital él me decía “pues al final la que va a entrar eres
tú, la que tiene que estar confiada eres tú, tú decide y yo te respaldo, pero
yo no puedo tomar una decisión por algo que es completamente tu cuerpo, tú lo
vas a sentir, yo voy a ir y voy a recibir a mi bebé y te voy a acompañar a ti
pero a mí no me van a inyectar, no me van a abrir”. Entonces él lo respetaba.
[…] Él no necea en que lo natural… “más bien lo que a ti te haga sentir cómoda,
si tú quieres un parto, espera el parto y si ya no quieres esperar el parto, ya
no lo esperes”. Él es muy práctico (Laura,11
30 de mayo de 2017).
Las seis entrevistadas trabajaban de manera remunerada durante el embarazo
y algunas renunciaron a sus trabajos después de cierto tiempo o después del
nacimiento del segundo hijo.
El costo de la hospitalización osciló entre los 80 000 y los 100 000 pesos,
aproximadamente; parcialmente cubiertos por los seguros médicos privados, de
ellas, de sus parejas o de ambos, los cuales cubrieron en promedio 60% del
total del parto. Según tres de ellas, el seguro médico también hubiera cubierto
el parto fisiológico, y una comentó que la única diferencia eran las noches de
hospitalización que el seguro cubría. Dos de ellas gastaron muy poco debido a que
fueron atendidas en servicios públicos de salud. En un caso, en México, el
costo de la cesárea fue de 1 500 pesos y el de la hospitalización de su hijo
250 pesos.12
Algunas de las características que resumí brevemente las sintetiza Cárdenas
(2014) (quien retoma a su vez los hallazgos de diversos autores): “Las mujeres
con mayor escolaridad, que residen en zonas urbanas o de mayores niveles
socioeconómicos, que cuentan con mayores ingresos o con seguros médicos
privados o que acuden a unidades médicas privadas corren un mayor riesgo de que
alguno de sus partos sea atendido mediante esta intervención [refiriéndose a la
cesárea]” (p. 115).
Entre ginecólogos y
psicoprofilácticos: el embarazo en lo cotidiano
Varias de las maneras en que las mujeres entrevistadas vivieron el embarazo
y el parto, así como el grupo poblacional que emergió (clase media urbana), se
acercan a lo encontrando en otras investigaciones en México y otros países como
Argentina (Sánchez, 2003; Sánchez y Pérez, 2016; Schwartz, 2009 y 2012).
Ante la noticia del embarazo se piensa un camino a seguir, se navega en
mares coloreados por la trayectoria reproductiva; estos primeros pasos, estas
prácticas reproductivas pueden tener un mayor o menor impacto en los momentos
cercanos al parto y en las decisiones que se deberán tomar (transiciones muy
importantes dentro de la trayectoria reproductiva).
El proceso del embarazo-parto que se integra en la trayectoria con
prácticas reproductivas específicas se percibe en mis entrevistadas.13 En cuanto supieron que
estaban embarazadas, algunas enfatizaban que había sido un embarazo buscado,
otras que no era buscado pero sí deseado, otras que simplemente supieron que
estaban embarazadas, acudieron con ginecólogos ya conocidos o recién
recomendados; tuvieron un seguimiento constante y accedieron a diferentes
tecnologías reproductivas, las cuales estuvieron más presentes conforme se
acercaba el momento del parto. Las mujeres describían lo que habían vivido con
detalles técnicos, con lenguaje, categorías y terminología médica muy precisa.
Una de las tecnologías –presente en todas mis entrevistadas– fue el
ultrasonido, realizado cada mes en algunos casos. Varias de mis entrevistadas,
debido a condiciones de salud previas –como la diabetes o el hipotiroidismo–
fueron monitoreadas, incluso cada dos días, durante las últimas semanas del
embarazo.14
Cinco de las mujeres se atendieron con ginecólogos (cuatro mujeres y un
hombre) y una con matrona (en Sidney, Australia).15
Cuatro (Laura, Gisela, Inés y Dulce) tuvieron sus cesáreas en hospitales
privados, dos en un hospital ubicado al oeste de la ciudad, conocido por su
apoyo a los partos fisiológicos, y las otras dos, en un hospital con dos sedes,
en Tlalpan-Sur y en la colonia Roma-Sur;16
otras dos mujeres (Irma y Lorena) se atendieron, una, en instalaciones del
sector público de salud de Australia y la otra en una institución pública de
salud en México (Hospital General del Sistema Nacional de Salud, de alta
especialidad).
Con respecto a asesorías de otro tipo, y en particular a los llamados
cursos “psicoprofilácticos”, las seis mujeres acudieron a ellos (no todos se
llamaban de esa manera: por ejemplo, uno se llamaba “Curso para nuevos
padres”). En cuatro casos el curso psicoprofiláctico estuvo asociado al
hospital (Inés, Dulce, Irma y Lorena). En dos de ellos (Inés y Dulce) los
cursos estuvieron incluidos en el paquete hospitalario y, de hecho, en esos
casos, la presencia del curso psicoprofiláctico en el “paquete” fue una de las
razones para elegir el hospital. Una de ellas, Inés, embarazada en el momento
de la entrevista, se encontraba haciendo todo para poder tener un parto
fisiológico en su segundo embarazo.17
Las otras dos mujeres, Irma y Lorena, cuyos cursos estaban asociados a los
hospitales, pero no inscritos en algún paquete, eran las de los hospitales
públicos, en Australia y México.
En contados hospitales públicos en México existe la posibilidad de tener un
curso psicoprofiláctico. Hasta el momento conozco el de mi entrevistada
(Hospital General Dr. Manuel Gea González, en Tlalpan, al sur de la Ciudad de
México) y uno que detecté en la literatura, el Hospital Regional 1º de Octubre
del ISSSTE, ubicado en la zona norte metropolitana
(Sapién, 2006).
Parece existir una relación entre las características socioeconómicas,
culturales y geográficas de las entrevistadas y querer un parto “natural”,
fisiológico, así como la búsqueda de otro tipo de asesoría; parece darse
asimismo una relación entre estas elecciones y la trayectoria reproductiva de
personas cercanas como madres y hermanas;18
asimismo, las diversas redes de pertenencia desempeñan un papel importante
(consejos de amistades, familiares menos cercanos, suegras, compañeras de trabajo).
De manera particular, la transmisión de experiencias por parte de madres a
hijas, incluso la propia manera de venir al mundo apareció en mis entrevistas.
Por ejemplo, en varias se narra con precisión cuánto tiempo y cuántos
centímetros de dilatación tenían sus mamás al nacer ellas. En la narrativa de
Inés queda clara la relación entre el psicoprofiláctico y la familia:
Es
un tema muy familiar, toda mi familia, todas mis tías han sido parto
psicoprofiláctico, todas mis primas, bueno no todas, hay unas que sí han tenido
cesárea, pero todas ¡siempre han sido así, como pro-parto! ¡Todo natural! Todo
es como muy de mi familia, muy de mi mamá. Mi mamá estuvo igual, o sea los tres
fuimos partos naturales psicoprofilácticos, y pues yo también (Inés, 2 de junio
de 2017).
Después de este breve resumen de los dos caminos, desarrollo a continuación
con más detalle cada uno, sin olvidar que en este artículo son aprehendidos
ambos como discursos expertos, maneras en las que se manifiestan normatividades
y formas de “lograr” ser una buena madre y “tener” un buen cuidado de sí misma
y del bebé.
El camino biomédico:
atenderse con un ginecólogo durante el embarazo
La decisión de con quién hacer el seguimiento del embarazo puede desempeñar
un papel relevante para lo que ocurrirá meses después.19
La relación de los ginecólogos y los hospitales, así como los equipos con los
que trabajan puede orientar e influir sobre ciertas prácticas. En las
narraciones de las entrevistadas se percibía la relación entre ginecólogos y
equipos de trabajo, así como cierta organización del espacio en relación con
las prácticas ginecológicas.20
Cárdenas (2014) afirma que el tipo de institución donde los doctores ejercen su
trabajo puede afectar la frecuencia en el empleo de la cesárea.
Fueron con ginecólogos que ya conocían porque las atendían de tiempo atrás;
en el camino, algunas buscaron nuevas opciones. En dos casos, la decisión de
con quién atenderse tuvo que ver con el sistema de salud: en Australia, Irma se
hubiera atendido con las matronas en turno de los Servicios Públicos de Salud,
pero al entrar a un programa piloto, fue durante todo el embarazo con una matrona
que le asignaron (lo mismo sucedió en su segundo embarazo). En el caso de
Lorena, la decisión tuvo que ver con su salud y la ginecóloga pertenecía a un
hospital público; fue la que le asignaron dadas sus características de diabetes
e hipotiroidismo.
La elección del curso psicoprofiláctico y el para qué
Se puede datar a finales de los años cincuenta la llegada del método
psicoprofiláctico21 a México, traído por
Stefanovich y la doctora Stoopen. Fue en el Hospital Central Militar que se
hicieron las primeras prácticas por Santibáñez Moreno y Fuentes Calvo; los
médicos Manuel Mateos Cándano y Graciela Orgay dieron al método
psicoprofiláctico un carácter más médico e intervencionista (Sapién, 2006, p.
25). En el sistema de salud público tuvo momentos importantes de expansión,
profesionalización e institucionalización entre 1959, 1971, 1975, hasta llegar
al Hospital Regional 1º de Octubre del issste en
donde el doctor Sergio Villalobos, jefe de los Servicios de Ginecología y
Obstetricia, inauguró en 1981 el Servicio de Psicoprofilaxis Perinatal (Sapién,
2006, pp. 25-26).
Entre las principales razones por las que esta práctica sería benéfica se
encontrarían las siguientes: evitar problemas en el parto porque los cursos
permitirían que estos procesos se desarrollaran con mayor facilidad; los cursos
tienen el objetivo de dar a la mujer embrazada conocimientos y actitudes
físicas adecuadas para enfrentar este momento (por ejemplo, le enseñan a
confiar en las habilidades de su cuerpo para entender y participar activamente
en el trabajo de parto y en el nacimiento); el conocimiento de lo que va a
pasar y va a sentir; el entrenamiento en las técnicas para manejar el dolor y
responder a él propiciarían cambios en la mujer; los cursos, al involucrar a la
pareja, contribuirían a que ambos, hombre y mujer, se hagan responsables del
embarazo y se hagan cargo del nacimiento (Sepién, 2006, p. 27).
Sapién (2006) observó los cursos en la investigación que realizó y
sintetiza los contenidos más destacados: rutina de ejercicios de fisioterapia
obstétrica, relajación corporal y mental, técnicas de ventilación, posición de
decúbito lateral izquierdo, extensión abdominal, simulacro de trabajo de parto,
simulacro de expulsión, examen antes del trabajo de parto, preparación de la
ida al hospital para el parto, explicación de la rutina hospitalaria para y
durante el parto, consejos sobre cómo atender al recién nacido, acompañamiento
a la embarazada en tocología, lactancia materna a libre demanda, cuidados y
recomendaciones para mantener la salud en el embarazo (pp. 47-51).
La oferta privada de estos cursos en México es muy variada y extensa, como
ejemplo tenemos la Asociación Nacional de Instructoras en Psicoprofilaxis
Perinatal (anipp). Asimismo se cuenta con una gran
variedad de técnicas y cursos, como el referido por una entrevistada “el
hipnoparto”; la incorporación de parteras profesionales y tradicionales, o el
trabajo de doulas, etcétera.
Algunos de los cursos de tipo psicoprofiláctico se ofrecen en los
hospitales privados, incluso, en algunas ocasiones pueden estar incluidos en
los “paquetes” de parto, como señalé al reseñar las opciones elegidas por
algunas de mis entrevistadas.
Comparando, en los cursos privados y públicos (sólo en dos casos)22 elegidos por mis
entrevistadas, la secuencia de actividades referida por Sapién es prácticamente
idéntica. Además, las mujeres entrevistadas pusieron énfasis en que el
psicoprofiláctico sí las había preparado para el parto y que contribuyó a
enseñarles cómo detectar las señales de que el parto se aproximaba; también les
ayudó a saber relajarse, visualizar lo que iba a pasar, reducir su miedo y su
estrés; la presencia y acompañamiento de la pareja que propiciaba el
psicoprofiláctico fue un rasgo que cinco de ellas resaltaron (Irma, no mencionó
nada al respecto); aprehender cómo cuidar al bebé al llegar a casa fue
fundamental y algunas técnicas de lactancia materna.
Una razón para asistir al curso, mencionada de una u otra forma por todas
las entrevistadas, era la búsqueda por manejar el dolor durante el parto.
Algunas le llamaron “miedo al dolor”. Varias de las entrevistadas manifestaron
su ansiedad, su miedo al dolor, el no saber qué ocurriría, la falta de control;
para algunas el psicoprofiláctico fue muy útil para reducir estas sensaciones,
sin embargo, en un caso estos cursos le generaron más miedo.
Realizo una breve síntesis de sus narraciones. La primera entrevistada,
Laura, fue a un curso pequeño, en una colonia al norte de la ciudad, cercano a
donde sus padres viven. Fue a ese curso porque su hermana se lo recomendó; en
el segundo embarazo fue a un curso de hipnoparto. Con su primer hijo, buscó un
psicoprofiláctico en cuanto supo que estaba embarazada. Le pareció un buen
curso, la instructora insistía en la capacidad de parir de las mujeres pero
también daba su lugar al saber médico. La entrevistada señala que el curso “iba
muy bien” con ella y su marido, y su forma de pensar, porque impulsaba el parto
pero también eran respetuosas de las personas que preferían cesáreas y
colocaban en su justa dimensión a los gineco-obstetras; por ejemplo, dice que
insistían en que si había alguna complicación médica “no se aferraran”. También
mencionó mucho durante la entrevista el mensaje que les transmitían en el curso
acerca del cuerpo de las mujeres, de cómo estamos hechas para parir y de la
animalidad de las personas.
Gisela fue a un lugar especializado en partos “naturales” y llegó a él vía
Internet; como ya estaba muy adelantado el embarazo, asistió a pocas sesiones.
Acudió ante la falta de información por parte de la ginecóloga que daba
seguimiento a su embarazo. El curso le sirvió para conocer otras experiencias y
para la comunicación con su pareja; sin embargo, le parecía que a las
instructoras les faltaba información. El curso, en lugar de quitarle miedos,
contribuyó a aumentarlos, sobre todo con respecto a los riesgos en la salud:
“Un tema que ellas daban era el de cómo era el embarazo, dónde se gestaba, cuáles
eran los riesgos de salud. Una vez durante los temas fuertes nos pusieron un
video de un parto extremo y yo decía ‘bueno, con esto no me dan ganas para nada
de tener un parto’. Además, era como un video muy viejo. Manejaban mucho la
administración del dolor” (Gisela, 30 de mayo de 2017).
Las instructoras le parecieron demasiado “proparto” y “antiginecólogos” y
“anticesáreas”. Considera que a su ginecóloga no le encantaba que fuera, lo
toleraba pero cuando había intromisiones de ese campo en el suyo, se molestaba.
La tercera, Inés, fue al incluido en el paquete del hospital donde tendría
el parto. Ella quiso un curso psicoprofiláctico porque es un tema muy familiar,
dijo, al menos de su familia porque la de su esposo es más de la idea de no
sufrir, sobre todo en el siglo xxi. Al estar
incluido en el paquete del hospital no buscó otro. La sesión que más le
interesaba era sobre el manejo del dolor en el parto: “me interesaba justo en
la parte del manejo del dolor y el curso tenía unas clases buenas, interesantes
[…]. Me acuerdo que cuando fue la clase del dolor se me hizo buenísima y dije
‘esto es lo que me va a ayudar en el parto’” (Inés, 2 de junio de 2017).
La ginecóloga de Inés toleraba poco el psicoprofiláctico. De hecho le dijo
que en el gremio se llamaba el “circoprofiláctico” porque, le decía: “llegan
muy valientes y luego ya te piden la epidural”. En su segundo embarazo fue a
otro que le parece mucho más especializado y profesional (quiere un lugar que
apoye claramente el trabajo de parto); de hecho, de ahí salió la recomendación
para el ginecólogo con el que se estaba atendiendo el segundo embarazo y la
recomendación para la doula que la acompañaría
durante el nacimiento de su segunda hija.
La cuarta entrevistada, Dulce, también asistió al curso incluido en el
paquete del hospital, recomendado por una tía. Durante la entrevista comentó
varias veces que ella y su esposo eran bastante escépticos, sin embargo, le
sirvió sobre todo para tener una gran seguridad con el bebé una vez en casa. A
su doctor le parecía bien que asistiera, sobre todo si con eso ella estaba
tranquila y relajada, pero también le pedía que si había un conflicto de
opiniones, diera peso a la suya, particularmente ante las varias amenazas de
aborto y de parto prematuro que vivió durante el embarazo. Durante la
entrevista criticó mucho a las instructoras del curso por tener una postura tan
“antigineco-obstetras”. Afirmaba que hasta les daba miedo, a ella y a su
marido, decirles que ellos no tenían problema si el embarazo terminaba en cesárea.
Irma habla del “curso para nuevos padres” a partir de los siete meses, el
cual es parte del sistema de salud en Australia; con un costo bajo, no es
obligatorio pero lo recomiendan. Ella no tiene una buena impresión del curso;
lo que aprendió, lo hizo a través de libros y nadando con las matronas (en ese
espacio de socialización conoció muchas más cosas, me dijo).
Lorena estaba muy entusiasmada por el curso. Le dio mucha tranquilidad
sentirse informada: “pero te das cuenta que por más informada que estés, es
como un mundo súper desconocido, entras a un mundo que no controlas, que nadie
controla” (Lorena, 18 de septiembre de 2017).
Lo expresado por las mujeres se acerca a lo detectado en un estudio en
Guatemala. Las mujeres de la investigación en Guatemala manifestaron que el
curso les ayudó a conocer acerca de las respiraciones, a mantener el control
psicológico durante el trabajo de parto, también les ayudó a sentirse más
tranquilas y con menos miedo. Algunas mujeres consideraron que la
priscoprofilaxis previene algunas complicaciones durante el trabajo de parto
(Méndez, 2015), punto no mencionado por mis entrevistadas. Cabe aclarar que en
ese país, a partir de lo que aparece en el trabajo referido, no integran la
temática del cuidado del bebé, ni el de la lactancia materna.
En este rápido recorrido por las experiencias de mis entrevistadas se
observa cómo los expertos de uno y otro campo (ginecólogos e instructoras de
los cursos psicoprofilácticos) tienen imágenes y posturas sobre el otro campo,
incluso francas críticas.
Las mujeres navegan entre esas opiniones, a las que se suman las de
familiares y amistades, lo que puede servir o llegar a producir tensiones,
dudas, incertidumbres o hasta malestares.
Momentos de decisión
En todas las narraciones se detecta la importancia de la confianza, de la
buena comunicación e información, así como del respeto y la escucha en la
relación entre las mujeres, a veces su pareja, y sus ginecólogos. Parece darse
un vínculo estrecho entre querer algo (parir de manera “natural”, fisiológica)
y sentir ser tomada en cuenta y escuchada. Al analizar las entrevistas, observo
que algunas de estas mujeres, en algunas ocasiones, no percibieron esa escucha,
sino informaciones y actitudes no muy claras por parte de sus doctores (incluso
también en los cursos psicoprofilácticos). Hay un caso, Inés, en donde la
confianza parece haberse roto; la entrevistada habla incluso de engaño.
¿De qué manera estos sentimientos y percepciones contribuyen a la manera
como se procesó posteriormente la experiencia de la cesárea y a la manera como
se la integró en la subjetividad? Es un aspecto fundamental que debemos indagar
con mayor profundidad.
Todas las entrevistadas dicen haber querido un parto fisiológico desde un
principio. Algunos estudios muestran que las mujeres nulíparas tienen
disposición a hacer frente a complicaciones obstétricas antes de solicitar una
cesárea electiva (Cárdenas, 2014).
En las seis entrevistadas, ¿cuáles fueron las razones médicas para la
práctica de la cesárea narradas por ellas? Laura tuvo su cesárea en la semana
42 porque el niño no bajaba y en su segundo embarazo en la semana 39 con cinco
días y ante una presión alta que no cedía; Gisela, en la semana 37 también
porque no había bajado el bebé y no se presentaban contracciones; la tercera,
Inés, en la semana 40, estuvo con contracciones durante muchas horas pero no
dilataba más allá de tres centímetros.
La cuarta, Dulce, tuvo su hijo en la semana 34 y cinco días (tuvo un
embarazo muy difícil con varias amenazas de aborto y de parto prematuro);
empezó el trabajo de parto con contracciones que le parecían raras “nada más
las contracciones ¡una sensación rarísima! Y yo decía… no sé, no te puedo decir
qué sentía, pero yo decía ¡esto no está bien!” (Dulce, 5 de junio de 2017). Iba
a ser parto fisiológico y fue cesárea porque en el trabajo de parto el bebé
movió su brazo y se atoró, el doctor trató de moverlo pero no pudo y ella ya no
dilataba más.
Irma tuvo la cesárea en la semana 41 (en Sidney, Australia), empezó
teniendo un parto fisiológico, pero no dilataba después de varias horas de
trabajo de parto. En su segundo parto, pidió cesárea porque “sabía” que
sucedería lo mismo.
Lorena es diabética y tiene hipotiroidismo, lo que no le impedía tener un
parto fisiológico, pero su hijo tenía que nacer en la semana 38. Lorena
enfatiza que muy pronto supo que era un embarazo de “alto riesgo” y nombra a la
diabetes y al hipotiroidismo como sus dos “enfermedades”. En la semana 38 fue a
inducción del parto pero se dieron cuenta que el niño se había volteado de
nuevo y venía podálico: “A mí me citan, yo no iba a cesárea, yo iba a una
inducción de parto […] porque, aparte él, ya se había volteado, entonces todo
era para inducir parto natural, pero tenía que ser esa semana, no se podía pasar”
(Lorena, 18 de septiembre de 2017). Con la inducción y las contracciones el
bebé empezó a tener sufrimiento fetal y tuvieron que realizarle una cesárea de
emergencia.
Llama la atención la precisión de la información que me dieron estas
mujeres, aún años después de haber tenido a sus hijos: recuerdan con mucha
exactitud el peso, la talla; narran con gran detalle la sucesión de hechos
hasta llegar a la cesárea. También, es importante resaltar el énfasis que
hacían (y el que hacen muchas mujeres al narrar sus partos) en la dilatación y
en los centímetros que se logró avanzar por hora, así como en los
estancamientos.
¿Y cómo se da sentido a lo
ocurrido?
En mis entrevistadas, y a partir de la narración que hicieron, parecería
que en tres casos la cesárea fue necesaria y se realizó ante momentos de
emergencia (Dulce, Irma y Lorena); en el caso de Laura, si bien, no aparece
como una emergencia, la cesárea se percibe como una decisión acorde con las
circunstancias; en el caso de Gisela queda la duda acerca de la necesidad de la
intervención quirúrgica; un caso genera muchas dudas e Inés así lo expresa:
Desde
la semana 29 siempre estuvo abajo, digamos que siempre estuvo en posición pero
no se encajaba. Entonces sólo me decían eso, que no se encajaba, pero no me
explicaban nada. Por ejemplo, te puedo decir ahora, en mi segundo embarazo qué
es el borramiento, en ese momento solamente me decían “¡uy, yo creo que no se
va a borrar tu cuello!” Pero yo ni siquiera entendía a que se referían con eso.
[…] Lo que me dijeron, ya acercándose la fecha, cuando yo tenía casi treinta y
nueve semanas, fui [con la ginecóloga] y me dijo “¡el sábado vas a tener casi
cuarenta!” Yo el lunes cumplía cuarenta semanas. Entonces, lo que ella quería
era inducirme ¡el sábado!, o sea dos días antes. Me dijo “¿qué te parece si te
vienes, te inducimos y ya? [ponerle oxcitocina, práctica muy generalizada en
México y hoy fuertemente cuestionada]. Y si no se puede, pues ya termina en
cesárea, pero te inducimos porque ya vas a estar a dos días, ya estás lista”. O
sea, como toda doctora te decía “es que no hay que correr riesgos, porque si te
empiezas a pasar (de eso sí me acuerdo muy bien) la placenta se puede
calcificar y bueno, o sea, como que se empieza a complicar mucho si te pasas de
la cuarenta” (Inés, 2 de junio de 2017).
Además de las dudas que aparecen en el extracto de entrevista, vemos que se
usa la noción de riesgo, que es enunciada por la ginecóloga. La presencia de
discursos de seguridad, de riesgo, de dolor en el campo médico y sobre todo en
momentos cercanos al parto coincide con los hallazgos de varias investigaciones
(Campos, 2010; Rocha, Franco y Baldin, 2011; Quattrocchi, 2014).
Un curso “normal” de acción, que fue interrumpido por la cesárea (una
transición), ¿de qué manera es reflexionado por estas mujeres? Laura estaba
segura de que su ginecóloga había sido respetuosa de su búsqueda proparto hasta
los límites de la seguridad.23
Está segura que tomaron la mejor decisión y narraba que había vivido todo con
tranquilidad, aunque varias veces en la entrevista repitió la frase “sí siento
que me quedé a deber mi parto”.
En
mi caso, de mi hijo que mi doctora dijo “ya no”… y sí, a lo mejor me pude haber
esperado tres días más… ¿y si le pasaba algo?…Yo estoy tranquila con esta
decisión. Sí siento que me quedé a deber mi parto pero en términos de salud
siento que fue la mejor decisión que pudimos haber tomado, que ya mi niño no
tenía que estar allá adentro. Y siento que si por mi necedad le hubiera pasado
algo, entonces sí no te lo perdonas. Creo que sí es importante, es que no sé
cómo decirlo… quitarle el estigma a la cesárea. No pasa nada, tampoco tienes
que tener un parto si no quieres. Para mí es lo mismo un aborto, una cesárea,
un parto, es tu decisión, tú decides cómo traer a tus hijos al mundo o decides
no traerlos al mundo, es una decisión personal (Laura, 30 de mayo de 2017).
Gisela no está muy segura de la postura de la ginecóloga, considera que fue
buena doctora para ella porque hizo un seguimiento adecuado de su
hipotiroidismo y su embarazo, pero no le daba información que ella le pedía y
fue ese el motivo para acudir a los cursos psicoprofilácticos:
Como
yo vi que no me decía nada, pues yo decía que parecía que me estaba atendiendo
una tos, como si no tuviera molestias. ¡Pero yo tenía mucho miedo porque para
mí era la incertidumbre total! Me dije, “no tengo embarazadas cercanas” […] No
tenía como que el entorno. Entonces, le dije [a su pareja], “pues vamos con
alguien, sé que hay cursos y sé que van los dos papás, entonces está muy bueno
para nosotros” (Gisela, 30 de mayo de 2017).
Gisela no está molesta porque todo salió bien, además, con su pareja se
pusieron rápido de acuerdo. En su narrativa aparece varias veces la idea del
miedo:
No
nos tomó mucho tiempo [se refiere a su pareja], realmente como hemos sido
instruidos pues en esa área [se refería al seguimiento estrecho de doctores y
en hospitales], no pasa nada. Entre mi miedo del dolor como que escondido y
entre que, en verdad, te juro, no tenía contracciones […] fue en una consulta
que la doctora dijo “aquí hay de dos sopas: te lo inducimos o cesárea ¿qué
quieres? No va a ser natural porque no tienes contracciones […]”. La pregunta
se la contestamos en el siguiente minuto, o sea, no había nada que pensar
(Gisela, 30 de mayo de 2017).
La tercera, Inés, la más crítica de todas ante la cesárea y la actitud de
la ginecóloga, piensa que su ginecóloga no era proparto, “si leí cuáles son las
señales de que tu doctor no es proparto y en mi caso ella sí las tenía, bueno,
y las tuvo. ¡Definitivamente no es una ginecóloga proparto!” (Inés, 2 de junio
de 2017). Inés es a quien percibí con más sentimientos encontrados al narrar lo
sucedido. No cambió de doctor porque no lo tenía tan claro en ese momento y
porque sentía que la traicionaría, ya que era su ginecóloga desde hacía muchos
años. Ella no parece convencida de que fuera necesaria la cesárea y varias
veces en la entrevista repitió que no se había informado y preparado lo
suficiente, pareciendo cargar con la responsabilidad de la cesárea y atribuir a
su falta de preparación el hecho de haber llegado a una.
La cuarta, Dulce, está convencida que su ginecólogo fue muy respetuoso y
que hubiera tenido un parto de no haber sido un embarazo tan complicado pero,
sobre todo, que hicieron lo posible para lograr el parto fisiológico. Considera
que su cesárea fue absolutamente necesaria. Dulce afirma categóricamente que en
un siguiente embarazo tendría cesárea: “Hoy, si yo tuviera otro hijo
programaría la cesárea desde el minuto número uno, para nuevamente tener una
cesárea. No tiene nada de malo, pero la gente no es como uno” (Dulce, 5 de
junio de 2017).
Irma acudió con su matrona cada mes. Hacia el final del embarazo empezaron
a intervenir también médicos porque el niño no nacía. Cuando se rompió la
fuente, vieron meconio pero en Australia –dice la
entrevistada– no lo toman como un dato alarmante o estresante. Sí hubo un poco
de sufrimiento fetal. El momento del parto fue de emergencia. Ella tiene total
claridad que la cesárea era necesaria. De hecho, en su opinión, insistieron
demasiado en el parto fisiológico. En su segundo embarazo pidió la cesárea
desde un inicio, lo que en Australia, en el servicio público de salud no era
habitual, según Irma, más bien se deja llegar a la mujer embarazada hasta la
semana 39 y es a partir de ese momento que se vislumbra la posibilidad de la
intervención quirúrgica, si antes no se ven complicaciones, me explicó. Pero
ella sabía que el parto terminaría en cesárea:
Me
metieron al quirófano y la matrona me dijo “ya écheselo natural, lo puede
hacer”. Yo le dije “no, no va a ser natural, va a ser cesárea”. Me preguntó por
qué y le dije que tenía muchas razones pero principalmente porque sé que esto
va a terminar en cesárea, instinto […] levantan a [nombre de su hijo] y tenía
[…] un (true nut) un nudo así [hace un gesto con su
mano para mostrar un nudo], 100% nudo, que al momento de nacer natural se iba a
estrangular y le iba a cortar…, o sea iba a terminar en cesárea de emergencia
otra vez ¡de todas formas! […]. Entonces, en el momento en que la matrona
recibe a [nombre del niño], me voltea a ver, se disculpa y me dice “tenías
razón, iba a terminar en cesárea” (Irma, 24 de agosto de 2017).
Lorena confía plenamente en el trabajo de su ginecóloga en el Hospital de
Alta Especialidad. En cuanto se enteró de su embarazo y dadas sus
“enfermedades” y el seguimiento que ya le hacían en el Instituto Nacional de
Nutrición, la canalizaron. Ella y su pareja decidieron ir al Gea González y ya
ahí le asignaron a la jefa de Ginecoobstetricia de la institución. Está muy
contenta con el seguimiento que le dieron. Iba cada quince días y al final cada
dos; era “una chambota” –dice–: “La ginecóloga me quiso porque vio el
compromiso que teníamos con el embarazo”. Afirmó tener una confianza total con
la doctora: “Nunca buscamos [se refiere a buscar segundas opiniones]. La verdad
es que yo soy como de la idea de que hay que confiar en el doctor, si a él le
vas a otorgar tu vida y la de tu bebé, lo que dijera, yo lo hacía y nunca
buscamos otras opciones […] Nunca lo cuestionamos [la posibilidad de la
cesárea], si llegamos a la semana 38 y él no ha nacido, va a ser cesárea”
(Lorena, 18 de septiembre de 2017).
Está convencida que fue una cesárea necesaria.
En este recorrido se pueden percibir las maneras cómo las mujeres, muchas
en diálogo con sus parejas, reconstruyen la decisión y establecen el grado de
necesidad de la cesárea, con dudas, inflexiones, tensiones, sentimientos de
culpa o de reivindicación. La reflexión a posteriori de lo ocurrido les da una
mayor o menor certeza y confianza. Estoy convencida que dicha capacidad
reflexiva también se dio a partir de su decisión de responder a la publicación
en Facebook y en el momento mismo de la entrevista, en el diálogo que
sostuvimos.
Durante la entrevista conversamos sobre el hecho de haberse sentido
interpeladas por la publicación y de los porqué habían decidido responder,
primero a mi colega y después a mí la solicitud de entrevista y a narrarme su
experiencia. Hago una rápida síntesis: contestar a la convocatoria y contarme
lo que vivieron fue importante en el marco de una reivindicación actual por “lo
natural” y de crítica a las cesáreas, es decir, que querían exponer la idea de
que algunas sí son necesarias y que algunos ginecólogos buscan auténticamente
llevar a la mujer a un parto (sobre todo lo enfatizaban Laura y Dulce). En este
mismo sentido, también ellas dos enfatizaban que no se es mejor o peor mamá si
se tiene una cesárea por necesidad o por elección. En un sentido diferente,
Inés, quien fue la más crítica en su narrativa con respecto a lo vivido,
señaló: “a la fecha me pregunto si mi cesárea era necesaria o no”.
Para todas es importante compartir lo que vivieron porque hay muchos mitos
y poca información y es un tema sobre el que se habla poco; consideran que su
experiencia algún día podría ayudar a otra mujer a comprender lo que vives.
También, dos de ellas (Irma y Lorena) mencionaron el término de violencia
obstétrica, que yo no introduje en ningún momento en la entrevista, no para
referirse a su experiencia pero sí porque saben de la temática y les parece muy
importante documentar más casos y tener más información sobre lo que sucede:
Creo
que sí es importante hacerlo público. Una, porque mi experiencia es diferente a
la de muchas en México; porque es real el hecho de la depresión posparto [tema
que no fue mencionado por mí en la entrevista]; también es real que una cesárea
es un atropello a tu cuerpo, pero que muchas veces no es que quieran, sino que
es necesario. Pero yo sí considero que en México hay muchas. Una buena
investigación formal es necesaria para que mucha gente se dé cuenta de que
realmente lo estamos haciendo mal y no es realmente mal porque sí, es muchas
veces por creencia ¿cómo podemos mejorar algo? (Irma, 24 de agosto de 2017).
Reflexiones conclusivas
Las seis narraciones sintetizadas en el artículo hacen aparecer diferentes
escenarios: en algunos casos la cesárea parece necesaria, en otros existen
dudas y en otros más parece lo más adecuado.
En la indagación sí parece confirmarse que las mujeres llegan al embarazo
con ciertos conocimientos y muchos consejos y que la presencia de las redes de
adscripción desempeñan un papel central en los caminos que se recorrerán;
también, que la decisión sobre el camino a seguir, tomada desde el inicio del
embarazo, orienta lo que ocurrirá meses después.
Por otro lado, en el trayecto hacia el parto en los primeros embarazos, y
sobre todo los momentos cercanos al parto y las decisiones orientadas a él,
pueden vivirse con incertidumbre y dudas. Es decir, mucho de lo aprendido
resulta poco útil para lo que se está viviendo por primera vez. Prácticamente
todas las entrevistadas dejaron ver estas dudas y reflexionaban, unas más que
otras, sobre el poco control que se tiene y lo desconocido de lo que viene.
Como se pudo apreciar en el artículo, en estos contextos, los discursos
expertos, tanto los que provienen de la biomedicina, como los que provienen de
la psicoprofilaxis (también los discursos transmitidos por familiares y pares
–las diversas redes de adscripción y socialización–) son útiles. Sin embargo,
también pueden producir una especie de cacofonía cuando no son claros, son contradictorios
o no respetan las diferencias. En algunas ocasiones esta multitud de discursos
silencian o distorsionan la voz de las mujeres; en otras, sus voces logran
abrirse paso, manifestarse y ser escuchadas, por la propia mujer y por los
otros, de maneras tenues o fuertes.
Las mujeres, su voz y decisión están en una relación de tensión ante
nociones de normalidad, de riesgo, concepciones sobre el dolor, ante mandatos
sobre el ser buena madre y el autocuidarse. En este contexto, la posibilidad de
tener opciones “materialmente posibles y que sean parte “del reino de la
posibilidad” (Kabeer, 1999), sobre las cuales decidir, se vuelve fundamental.
La información, la confianza y la escucha atenta y respetuosa emergen en
las narrativas aquí analizadas. Parece existir una relación estrecha entre
estas dimensiones y la manera como las mujeres tienen experiencias que
enriquecen y transforman su subjetividad. Es así que la sensación de tener poco
espacio para poder explicar en detalle lo que ocurre, lo que sienten, las dudas
que tienen, así como no conocer y poder analizar las opciones disponibles,
aparece como una faceta clave en estos procesos, a la cual debe prestársele
mayor atención.
El primer acercamiento a la temática indica que la mayoría de las mujeres (incluso
sus parejas) perciben lo ocurrido en tonos grises. Utilizando el término de
Clark (2005) considero que las narraciones nos hablan de momentos crepusculares
(twilight moments) con respecto a lo vivido (y no
de vivencias en blanco y negro), a la decisión de la cesárea y la manera cómo
les fue presentada tal opción, al mayor o menor espacio que tuvieron para
reflexionar sobre ella. En dos casos las tonalidades serían quizá un poco más
tendentes a lo oscuro: en Inés se vislumbra un cierto grado de desazón que se
abre camino de manera tímida entre las palabras y los gestos; en Laura, pese a
percibirse su convencimiento sobre lo necesario de su cesárea, repitió varias
veces en la entrevista que su parto algo le había quedado a deber.
No se puede afirmar que existió una sola manera de atravesar la
experiencia, de recomponer los sentidos de la acción y procesar subjetivamente
lo vivido. Las narraciones y la manera como se va dando la experiencia otorgan
la posibilidad para que estas mujeres puedan elaborar subjetivamente
significados sobre la maternidad, encontrar la tonalidad adecuada para pensarse
frente a lo vivido y ajustar diversos discursos normativos a sus vidas.
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1 Según The Lancet, las series muestran que la tasa global de
nacimientos por cesárea se ha duplicado en los últimos quince años hasta llegar
a 21% y que el aumento es de 4% anual. El número especial dedicado a las
cesáreas, indica asimismo que la OMS calcula entre
10 y 15% como máximo porcentaje para la práctica de la cesárea; por encima de
esos porcentajes la OMS considera que se está
haciendo un uso excesivo de la misma (Editorial, 2018, p. 1279). En México “los
datos para 2012 indicaban que poco más de 45% de los nacimientos fue por
cesárea” (Pozzio, 2016, p. 105). No solamente se trata de un alto porcentaje;
también se verifican aumentos considerables en las tasas de nacimientos por
cesárea en las últimas décadas en el país.
2 No todos los trabajos
tienen la misma conceptualización del término “medicalización”. Me inscribo en
la literatura que lo aprehende en tanto proceso que antes pertenecía a otros
ámbitos y que poco a poco “entra” en el campo médico y desde ese lugar es
tratado (Murguía y Ordorika, 2016). El embarazo y el parto son ejemplos de este
deslizamiento (véase Márquez Murrieta, 2016).
3 La noción de narrativa
tiene un lugar central en mi investigación y se vincula con la perspectiva
cualitativa de la misma; para mí, remite a la idea de que las personas, a
través de procesos reflexivos, otorgan sentido a sus acciones y son capaces de
integrarlos en una secuencia, con cierta causalidad. Véase en Hamui (2011), un
interesante análisis sobre la temática.
4 Una vez dictaminado
anónimamente el texto, fue discutido en los seminarios Salud, Historia y
Sociedad Contemporánea, y Riesgo y Medicalización en México. Agradezco a sus
integrantes, así como a Graciela de Garay, Lina Berrio y Fabiola de Lachica,
las críticas y comentarios que hicieron. A Cristina Sacristán, de manera
particular, por la formulación de esta frase. También, a los dictaminadores
anónimos. Espero haber retomado lo esencial de sus ricas y profundas
sugerencias. Mención especial tienen las mujeres que compartieron conmigo sus
narraciones. Gracias por la confianza. Por supuesto, la responsabilidad de lo
escrito es enteramente mía.
5 No son los únicos. En las
narrativas de mis entrevistadas fue visible la importancia de haber recurrido a
información de todo tipo: libros especializados, revistas, consultas a páginas
de Internet; también, el lugar preponderante de conversaciones con madres,
hermanas, amigas, suegras y con desconocidas a través de redes sociales, como
Facebook. Esto también contribuye a ir formándose una vivencia del embarazo y
del parto.
6 Cabe preguntarse cómo
sería la calidad de las decisiones en estos casos y si las mujeres conocen
todas las alternativas, si siquiera las imaginan. Resulta clave la reflexión
que Naila Kabeer (1999) hace sobre el poder y la decisión. Para ella se trata
de relaciones estrechas entre dimensiones estructurales y decisiones
individuales; la “habilidad” para tomar decisiones implica tres dimensiones:
recursos (condiciones previas), agencia (proceso) y logros (lo que viene
después, los resultados, la magnitud, profundidad y extensión del cambio
producido por la decisión). “Al tratar de establecer si un logro tiene que ver
con decisiones significativas, nos debemos preguntar si otras elecciones eran
no solamente materialmente posibles, sino también qué tanto eran concebidas
como siendo parte de los reinos de la posibilidad (within
the realms of possibility).” (p. 442).
7 En las entrevistas
conversamos sobre esta página y los usos que mis entrevistadas le han dado (así
como a otras redes sociales); también sobre los beneficios que le encuentran,
cómo les ha servido en momentos de inquietudes e interrogantes.
Este
tipo de espacios se añaden a los que tradicionalmente han sido estudiados,
lugares de socialización entre mujeres para intercambiar conocimientos, dudas,
miedos, información precisa; experiencias en torno al embarazo, los partos, la
lactancia materna, etc. Claudia Carrera encontró lo mismo en su investigación,
2015.
8 Explico brevemente el
porqué de los criterios: 1. Querer un parto fisiológico y buscar un curso
psicoprofiláctico me permite indagar sobre dos discursos expertos con los que
lidian las mujeres; 2. Que el embarazo terminara en cesárea me parecía
importante porque enfrenta a los sujetos a una decisión (más o menos “libre”) y
permite detectar “transiciones” y dilemas asociados a estas; 3. Un primer
embarazo y parto enfrenta a las mujeres a una mayor incertidumbre que los
subsecuentes (si los tiene); 4. Que el curso sea parte del paquete hospitalario
puede ser una pequeña ventana para detectar, a través de las narrativas de las
mujeres, tensiones, contradicciones, inconsistencias al interior del discurso
especializado de los médicos y del espacio hospitalario de tipo privado. Si
bien, todos los criterios fueron adecuados, considero que este último, que me
sigue intrigando y pareciendo una veta importante a analizar, se tendría que
indagar a través de otras vías.
9 Habría que preguntarse si
el perfil de las personas que pertenecen a esta página se orienta hacia ciertas
características socioculturales y socioeconómicas.
10 Véanse, por ejemplo, varios
capítulos en Sánchez (2014).
11 Todos los nombres de las
entrevistadas fueron cambiados. Guardé solamente la primera letra de su nombre.
12 El recién nacido tuvo que
quedarse unos días en el hospital para observación.
13 Una aclaración. Mi investigación
no se centró en la narración del posparto y de la lactancia. Sin embargo, llama
la atención el peso que tiene la lactancia en las narraciones de mis
entrevistadas, así como las tensiones y ambivalencias que produce la
experiencia de amamantar y su relación con los mandatos de la “buena madre”.
Con respecto a este punto, algunas mantenían una postura crítica frente a los
cursos psicoprofilácticos y a la importancia e insistencia sobre la leche
materna.
También
se observan, en las narraciones, tensiones acerca de la nueva organización del
tiempo y la repartición de tareas a partir de la llegada de un hijo o hija al
hogar.
14 Las prácticas reproductivas de
las mujeres de ingresos medios de la investigación de Sánchez (2003) tienen
mucho en común con lo encontrado en mi investigación: vivieron el embarazo y el
nacimiento con muchas exigencias, “como tareas a desempeñar exitosamente” y
para ello se auxiliaron de especialistas (libros, artículos, psicólogos,
técnicos y médicos); prestaron gran atención a sus cuerpos, por ejemplo,
llevando un seguimiento mensual del embarazo. Se hicieron varios estudios,
llevaron dietas balanceadas y tomaron cursos para adquirir información y
conocimientos; estas mujeres intentaron tener sus partos con el método psicoprofiláctico
y buscaron controlar el miedo y el dolor (p. 219).
15 Dudé si incorporar la experiencia
de Irma en mi investigación. Dado que se trata por el momento de una
aproximación a las narrativas de las mujeres ante la cesárea, decidí dejarla
pese a ser una experiencia geográfica e institucional muy distante y diferente.
16 Los costos y el tipo de hospital
en donde se lleva a cabo la práctica tienen que ver con una reflexión muy
importante en la literatura acerca de las desigualdades y la estratificación en
el campo de la salud materna y en el acceso a la salud. Véase Freyermuth (2014).
17 Su segunda hija ya nació. No he
podido volver a entrevistarla pero me comentó por mensaje que nació también por
cesárea.
18 El peso de dichas opiniones y
sugerencias y la orientación que pueden dar a las decisiones es enfatizado en
diversas investigaciones. Véase por ejemplo el trabajo de Carrera (2015).
19 Existe un trabajo muy interesante
en México, el cual “documenta experiencias y percepciones de mujeres que
atendieron su embarazo y parto en distintos modelos de
atención”, Freyermuth (2015). Cursivas mías.
20 En el artículo me enfoco en las
mujeres y sus narrativas sobre lo vivido y no abordo la relación con los
contextos materiales, tecnológicos, los insumos y los espacios en donde las
prácticas se llevan a cabo; dimensión importante que queda pendiente para otras
reflexiones y trabajos. Véase Campiglia (2017), en especial el apartado
titulado “La cesárea como icono de la permeabilidad del mmh
a la lógica de mercado”.
21 Me detengo brevemente en la
historia de los cursos psicoprofilácticos para explicar algunas
particularidades, por ejemplo, incluir en su temario “los cuidados del bebé”
(lo que no aparece en sus inicios, ni se observa en otros países).
22 En el caso de Irma, prácticamente
no hubo narración sobre el curso porque le pareció muy malo. Sin embargo, se
enfocó mucho en los cursos posparto y la utilidad que tuvieron para ella. La
importancia de estos, señalaba, era enorme en contextos de poca o nula ayuda
doméstica (como en Australia) y para que las mujeres socializaran su
experiencia.
23 Tuvo un segundo embarazo y
también quería un parto fisiológico, el cual también concluyó con una cesárea,
con la misma ginecóloga.