10.18234/secuencia.v0i109.1753
Artículos
El Facundo
de Sarmiento:
problematizar la obra
desde sus ediciones póstumas
Sarmiento’s Facundo:
Problematizing the Work
through its Posthumous Editions
Hernán Fernández1, https://orcid.org/0000-0001-7381-1443
1Universidad Nacional de San Juan-Conicet,
hernan.fernan86@gmail.com
Resumen:
En este artículo me propongo estudiar, desde la historia
intelectual y la historia del libro, la trayectoria como publicación del Facundo de Domingo F. Sarmiento. Particularmente apunto a
sumar conocimientos sobre un aspecto específico: examinando cómo luego del
deceso del sanjuanino dicha obra fue apropiada por diferentes operaciones
editoriales que buscaron adaptarla a los nuevos requerimientos intelectuales.
Mi trabajo avanza sobre elementos explorados con escaso detenimiento hasta el
momento, tales como los cambios aplicados al Facundo
en tiempos póstumos al autor y los modos en que estas variaciones afectaron su
recepción.
Palabras clave: Facundo; Sarmiento;
ediciones; editores; recepción.
Abstract:
In this article I propose to
study, from the intellectual history and the history of the book, the
trajectory of Domingo F. Sarmiento’s Facundo as a
publication. I attempt to contribute knowledge on a specific aspect, by
examining the way, after the death of San Juan, this work was appropriated by
various editorial operations that attempted to adapt it to new intellectual
requirements. My article advances elements scarcely explored to date, such as
the changes made to Facundo after the author’s
death and the way these variations affected its reception.
Keywords: Facundo; Sarmiento;
editions; editors; reception.
Recibido: 3 de junio de 2019 Aceptado: 18 de diciembre de
2019
Publicado: 8 de marzo de 2021
INTRODUCCIÓN
La complejidad del Facundo de
Sarmiento, obra sustancial para el estudio del pensamiento político
decimonónico argentino y americano, ameritó la atención de disímiles áreas del
conocimiento, tales como la literatura, la sociología, la filosofía, la
geografía, etc. En esta ocasión me propongo abordarlo desde una clave de
lectura particular: su historia como publicación, centrándome en la trayectoria
póstuma que le cupo a este título sarmientino.1
No obstante, para poder avanzar sobre mi objetivo específico, es menester dar
un breve rodeo por las diferentes ediciones que el mismo autor efectuó. La
conjetura que acompaña esta aproximación inicial a mi tema principal entiende
que Facundo durante la vida del sanjuanino resultó
un texto indefinido.
La originaria edición apareció en el periódico chileno El Progreso, dentro del espacio destinado al folletín.
Sarmiento empleó dos títulos: Facundo para la
primera parte y Vida de Juan Facundo Qiroga para la
segunda.2 Este folletín abarcó
desde la introducción –“Sombra terrible de Facundo…”– hasta el capítulo xiii “Barranca Yaco!!” El tiraje comenzó el 2 de mayo
y culminó el 21 de junio. La estructura inicial del Facundo
denunciaba al “caudillismo” como el principal problema de la insipiente
Argentina. El final de la obra, con el asesinato de Quiroga, dejaba el camino
abierto para la consolidación de Rosas en el poder.3
Al poco tiempo fue llevado al formato librario4 con el nombre Civilizacion i Barbarie. Vida de Juan Facundo Qiroga. I aspecto
físico, costumbres, i abitos de la Republica Arjentina (Sarmiento, 1845).
Además, inéditas partes redefinieron el contenido, Sarmiento añadió una
“Advertencia del autor”, párrafos preliminares donde comentaba su huida de San
Juan en 1840 y dos capítulos más al final: “Gobierno unitario” y “Presente y
porvenir”. Principalmente en estos últimos capítulos el sanjuanino desplegaba
un plan de gobierno para la futura república (Fernández, 2016) y, al mismo
tiempo, intervenía políticamente buscando alentar la lucha contra Rosas
mediante la exaltación de los conflictos que atravesaba la Confederación.5
En 1851 aparece otra versión bajo la denominación Vida de Facundo Quiroga i aspecto
fisico, costumbres i hábitos de la República Arjentina, seguida de apuntes
biográficos sobre el Jeneral Frai Felix Aldao
(Sarmiento, 1851). En los prolegómenos del levantamiento de Urquiza, volvía el Facundo para incentivar el pronunciamiento del
entrerriano contra Rosas.6
El cuerpo de la obra presentó alteraciones mediante la quita de la advertencia,
la introducción y los capítulos agregados previamente. Incluso optó el autor
por realizar algunas correcciones, referidas a datos históricos o cuestiones
gramaticales, con base en indicaciones de Valentín Alsina.7 Agradeciéndole al
político unitario por sus observaciones, Sarmiento colocó una carta prólogo
dirigida a este.
Al culminar la vida de Quiroga el editor agregó
documentos –proclamas emitidas por el riojano– para fundamentar lo planteado en
el texto. Al mismo tiempo, se anexó la reseña efectuada por Charles Mazade para
la revista francesa Ambos Mundos, mostrando de esa
manera la aceptación que el relato había logrado en Europa. La principal novedad,
atendiendo la intención política del sanjuanino, emerge en la decisión de
incorporar: Aldao, texto que pasaría a integrar el Facundo definitivamente.8
En dicha semblanza el autor presentaba otro modelo de “caudillo”, en este caso
surgido durante las guerras de independencia. Con Aldao
y la eliminación de los capítulos finales, el
mensaje del Facundo adquiría innovación al
centrarse principalmente en el drama de los “caudillos”.
En la tercera edición libraria, fechada en 1868, los
amplios títulos fijados en los libros previos resultaron acotados a Facundo; ó, civilizacion i barbarie en las pampas arjentinas
(Sarmiento, 1868). Las partes en general se mantuvieron pero la vida del
“chacho” Peñaloza –El chacho, ultimo caudillo de la
montonera de los llanos. Episodio de 1863– vendría a engrosar la nueva
configuración. En plena campaña presidencial, Sarmiento desarrollaba en dicha
biografía otro tipo de “caudillo”, en este caso actuando en la etapa
constitucional suscitada desde 1853. Principalmente el autor exhibía un relato donde
él mismo figuraba como el dirigente que supo vencer al “caudillismo” cuando
ejerció la gobernación de San Juan (1862-1864) durante el último levantamiento
del “chacho”.9 Sintetizando, luego
de varios años el Facundo reaparecía con inédita
estructura, recargada contra el “caudillismo” debido a la unión de Quiroga,10
Aldao y el Chacho.
Para 1874 el escrito fue nuevamente modificado. Las
partes quitadas en 1851, salvo la advertencia, volvieron al cuerpo de la obra.11 El sanjuanino
culminaba la presidencia iniciada en 1868 y optaba por despedirse con el relato
que le había servido, entre otras cuestiones, para denunciar los males
argentinos y mostrar el plan de superación para el “caudillismo”. Siguiendo ese
fin, se colocó un frontispicio donde Sarmiento lucía la banda presidencial. El Facundo definitivo constaría de las semblanzas sobre
Quiroga –con quince capítulos, según la edición libraria de 1845–, el “fraile”
Aldao y el “chacho” Peñaloza.
Partiendo de estos aspectos característicos del Facundo durante la vida de Sarmiento, destacan al menos
dos consideraciones. Primero, el autor entiende a su publicación como elemento
político y, en consecuencia, según las necesidades coyunturales lo reescribe
para concretar diversas finalidades. Entonces, y como segundo punto, Facundo no tuvo contenido único durante la vida del
sanjuanino. Al contrario, es destacable señalar que la mutabilidad de las
partes conformó uno de los rasgos principales del escrito. En otras palabras,
la intelección del texto variará según la edición estudiada. No obstante, luego
de tal peregrinar, la obra adquiere estructura definitiva en 1874, donde
Sarmiento integra las piezas esenciales a su juicio: Quiroga
(quince capítulos), Aldao y el Chacho.
Llegado este punto del artículo es preciso advertir que,
producido el deceso del autor, el Facundo seguirá
editándose mediante diversas publicaciones que lo adaptarán al nuevo público
lector. Mi propuesta de trabajo, como lo he indicado, avanzará sobre este
aspecto y buscará exhibir cómo el Facundo fue
cambiado, alterando de este modo la comprensión de la obra. Para ello me
valdré, tal como puede apreciarse en las páginas anteriores, de los
presupuestos teóricos-metodológicos de la historia intelectual y su
consideración de los textos desde la dimensión performativa:
entendiéndolos como elementos de intervención en las diferentes coyunturas para
las que se piensan (Palti, 2009). Además daré nuevas entradas al objeto a
partir de las herramientas que brinda la historia del libro y las ediciones.12
Retomando las propiedades del Facundo
y su historia, vale enfatizar en la existencia de un complejo grupo de
investigadores interesado en mostrar las diferencias entre las ediciones. Para
continuar con mi exposición, indagaré principalmente los aportes de Alberto
Palcos, referente indiscutible en los estudios atinentes a la trayectoria
editorial de la obra. Ahora, mi lectura de la producción de Palcos, y de la
tradición que lo continuó, pretende develar que no sólo historiaron al Facundo, sino que además fijaron la necesidad de definir
un contenido canónico para la nueva generación de lectores. Avancemos sobre
este último aspecto.
EL FACUNDO Y SU
HISTORIA SEGÚN PALCOS
Alberto Palcos (1929) inició el
análisis sistemático del Facundo y sus ediciones.
Primeramente refirió al tema en Sarmiento,
producción de tinte biográfica, donde puso a consideración distintos datos
sugestivos para pensar en la transformación que sufrió el Facundo
durante la vida del sanjuanino.13
Entre otras cuestiones, Palcos advierte que la obra, en el transcurso de las
tiradas librarias, se articuló con Aldao y el Chacho. Respecto a Aldao,
lo destaca como antecedente directo del Facundo y
añade que “más tarde sería incluido en Civilización y
barbarie” (Palcos, 1929, p. 66). Sobre el Chacho,
entiende que “con los escritos sobre Aldao y
Quiroga forman su mejor libro: Civilización y barbarie”
(Palcos, 1929, p. 205). En Sarmiento es reveladora
la manera en que Palcos (1929) interpretó que nuevas historias de “caudillos”
pasaron a integrar Facundo y lo reconfiguraron en
sus diversas presentaciones.
En El Facundo. Rasgos de Sarmiento
(1934), posicionándose como historiador de la literatura,14 Palcos desarrolló el
primer trabajo especializado en las ediciones. El investigador enseñó que en el
siglo xix existieron varios Facundo y que los cambios respondían a intereses
políticos. Ahora bien, la lectura de Palcos también avanzó sobre la faceta
literaria de la obra ya que, según interpretó, el texto fue escasamente
apreciado en este aspecto. Conforme a la argumentación del estudioso,
contemporáneos del sanjuanino como Carlos Tejedor y Juan María Gutiérrez
asimilaron al Facundo entre los elementos de lucha
contra Rosas pero “no se dieron cuenta al comienzo de que este libro, fruto de
una casi sobre humana exaltación mental, descubría un panorama nuevo en el
mundo de las letras americanas” (Palcos, 1934, pp. 19-20). Incluso el mismo
Alsina en sus anotaciones “cometió el error de criticar con espíritu de
cronista un recio monumento literario” (p. 69).
Llamativamente, observa Palcos, esa falta de valoración
literaria continuó en el siglo xx, marco temporal
donde se impone como modelo de Facundo la versión
de Obras de Sarmiento (1889).15 No obstante, divisó
un problema clave en esta última publicación: “reproduce, un poco
arbitrariamente modificada y empeorada, la cuarta, tirada en París en 1874”
(Palcos, 1934, p. 37). Esto significaba que la recepción póstuma era obturada
por esa edición de Obras incapaz de contemplar los
cambios aplicados por Sarmiento a la vida de Quiroga. Partiendo de tales preceptos,
el erudito en cuestión establece la necesidad de volver sobre Facundo y su historia con el objetivo de recuperar su
complejidad literaria.16 Para decirlo de una
vez: Palcos no se limitó a historiar el Facundo,
sino que intervino con la intención de consolidar una lectura literaria de la
obra.
Bajo ese fin Palcos proyectó preparar la anhelada edición
capaz de contener y reflejar la riqueza literaria que el texto fue adquiriendo
en el transcurso de las publicaciones.17
Consecuentemente, en detrimento de la diversidad de versiones que existieron
por voluntad de Sarmiento, el trabajo del estudioso de la Universidad de La
Plata apuntaba a superarlas mediante la imposición de un Facundo.
¿Cuáles eran los aspectos que según Palcos debía tener en cuenta la obra
definitiva? La idea base sobre la que partía el investigador precisaba que la
estructura del Facundo abarcaba quince capítulos,
según el primer libro. Es decir, las restantes semblanzas que mencionó, Aldao y el Chacho, no forman
parte del Facundo. En las páginas que siguen
veremos que finalmente Palcos logró su objetivo al publicar la edición crítica
de 1938.
Es notable el contraste entre Sarmiento
(Palcos, 1929) y El Facundo (Palcos, 1934).
Cuando Palcos (1929) recrea la vida del sanjuanino, entiende que el Facundo se compone por Quiroga,
Aldao y el Chacho. Pero
al momento de analizar las versiones específicamente (Palcos, 1934), el erudito
construye una obra conformada sólo por Quiroga.
Sintetizando, desde el plano histórico, considera al Facundo
articulado en tres biografías; pero desde lo literario, el estudioso reduce el
relato a la semblanza del “tigre de los llanos”. ¿Qué permiten ver estas
particularidades? Es necesario destacar que, respondiendo a determinada etapa
de su trayectoria intelectual, Palcos interviene en la historia de las
ediciones proyectando crear una literatura nacional.18
Por tal motivo, el Facundo que ideó apuntó a
consagrarlo como la piedra basal de las letras argentinas.19
Vale decir, Palcos deja de ser un mero estudioso del Facundo ya que participa proponiendo su propia lectura y
contenido. Luego de sus investigaciones surgirá una imprescindible bibliografía
interesada en las variantes de la obra.20
No obstante; estas producciones con sus indiscutibles aportes están atravesadas
por, al menos, dos directrices prefijadas por Alberto Palcos. Primero, la
atención puesta sobre el recorrido póstumo del Facundo;
segundo, la necesidad de repensar el escrito con el objetivo de lograr una
edición crítica capaz de reemplazar a las originales. Veamos esto mediante dos
ejemplos.
Guillermo Ara (1958) abordó las variantes a la escritura
en las versiones librarias. Para este estudioso era necesario volver sobre la
historia del Facundo por que las alteraciones
hechas por el autor resultaron tan complejas que Palcos no infirió algunas. La
labor de Ara sumó nuevos conocimientos, uno de ellos fue la contabilización que
realizó de las ediciones pos Sarmiento; para el investigador, dentro de ese
grupo, el libro configurado por Palcos en 1938 superaría “con ilimitado margen”
a los demás (p. 391). De tal manera, refleja Ara la atención prestada a las
publicaciones póstumas con el objetivo de lograr efectuar un Facundo canónico.
Por su parte, Garrels (1988) examinó El Progreso para demostrar, entre otras cuestiones, que
el primigenio Facundo habría llegado hasta el
capítulo “Barranco Yaco!!” Pero Garrels revela algo más, si bien destaca la
necesidad de consultar las fuentes originales en el estudio de las ediciones,
para contrastar los cambios con el libro la investigadora utiliza el Facundo de Ediciones Culturales Argentinas (Sarmiento,
1961).21 Por ende, la
participación de Garrels no se reduce únicamente a exponer la importancia del
folletín, además consagra la versión actualizada por sobre las originales para
indagar la obra.
Volviendo a la hipótesis planteada al comienzo, los
autores citados permiten advertir que indagaron la historia del Facundo como publicación y, además, actuaron para
consagrar una edición canónica. Tal estado de la cuestión me lleva a explorar
las versiones póstumas conjeturando que estas adaptaciones hechas al Facundo transformaron el contenido sarmientino según los
nuevos intereses editoriales.
LA TRAYECTORIA PÓSTUMA DEL FACUNDO
Facundo en la primera mitad del
siglo xx
Inmediatamente luego del deceso
de Sarmiento comienza la modificación del Facundo
por parte de distintos trabajos editoriales.22
Las primeras publicaciones fueron Facundo o civilizacion i
barbarie (Sarmiento, 1888-1889),23
Quiroga, Aldao, el Chacho 1845-1863 (Sarmiento,
1889a),24 Civilizacion i barbarie. Vidas de Quiroga, Aldao y el Chacho (Sarmiento,
1889b),25 Civilizacion y barbarie (Sarmiento, 1896).26
¿Qué posibilitan observar las características de las
ediciones póstumas? Advierto que los editores encontraron diferencias para
acordar un libro. Los ejemplares de Montevideo (Sarmiento, 1888-1889) y
Santiago de Chile (Sarmiento, 1889a) buscaron aproximarse al Facundo de 1845 y 1851. En cambio, Lajuane (Sarmiento,
1889b) y Belín Sarmiento (Sarmiento, 1896) apuntaron a volver a la versión
final (Sarmiento, 1874). Esas disparidades representan una cuestión clave: la
apropiación de la obra por las diversas empresas editoriales, la muerte de
Sarmiento abrió en las postrimerías del siglo xix
la lucha por imponer un Facundo.27 Esto se acentuará
aún más con las transformaciones contextuales que traerá la centuria siguiente.
En los albores del siglo xx
las elites dirigentes tuvieron el gran desafío de afrontar la “cuestión
social”, emergida a partir de la llegada de inmigrantes, la organización obrera
y el surgimiento de posiciones políticas que cuestionaban el statu quo imperante. La solución, en parte, consistió en
repensar el “ser” argentino “diluido” ante la marea inmigratoria y los
pensamientos importados –principalmente el anarquismo– que “intoxicaban” a la
población, con ese fin se apeló a reinterpretar el pasado: “Esa relectura debía
consistir en la búsqueda de los rasgos permanentes de la propia cultura con los
que enfrentar el cosmopolitismo. No los rasgos inciertos de algo que se habrá
de construir en el futuro sino aquellos ya definidos, que se conservan inmodificados
en el fondo de la historia” (Bertoni, 2007, p. 165).
Partiendo de esa premisa, parte de la intelectualidad,
imbuida en las ideas del positivismo de la época, apelará a configurar una
nacionalidad recurriendo a “las fuerzas morales” (Terán, 2000, p. 339). El
método seleccionado para instaurar una moralidad capaz de guiar la patria no
fue otro que el ya concebido por las generaciones liberales antecesoras: “la
educación pública y ahora animada de un núcleo fuertemente patriótico” (Terán,
2000, p. 342). En síntesis, la elite dirigente dio origen a la “educación
patriótica”, ideada para fortalecer y cuidar a la nación de aquellos agentes
externos que la perjudicaban. Enseñando en las aulas lo que estaba bien y lo
que era pernicioso para la patria, qué valores debían seguirse –amor al país y
la familia, apego al trabajo, etc.–, la “educación patriótica” definía e
imponía la moral por la cual debía regirse la sociedad argentina.
Ineluctablemente, en la instauración de la educación
patriótica, será impulsada la lectura bajo clave moral. Entre los títulos
seleccionados se encontraba el Facundo, con ese fin
aparece la primera edición del siglo xx
a cargo de Biblioteca de “La Nación”.28
Los textos pensados por los editores seguirán con los lineamientos fijados para
formar argentinos patriotas, pues compartían el lamento “por las malas lecturas
populares” y, en respuesta, reafirmaban “la necesidad de enderezar el gusto por
las publicaciones supuestamente amorales o antiestéticas: necesidad de educar a
las masas, de fomentar la ‘intelectualidad nacional’” (Merbilhaá, 2014, p. 36).29
Esta versión apareció en 1903 bajo el título Facundo, integra la introducción –“Sombra terrible de
Facundo…”–, los quince capítulos de Quiroga y el
apéndice con las proclamas del riojano. En los albores del siglo xx se intentaba volver a las tres primeras
presentaciones: empleando el título del folletín, el contenido del libro de 1845
y las proclamas de 1851. La estructura de este ejemplar privilegia un tipo de
lectura: el “caudillismo” como el mal gobierno y, en respuesta a esto, los
liberales representando la solución a esos problemas políticos.
Además, se enaltecía lo singular de la naciente
literatura argentina, así lo expresaban los responsables intelectuales de este
libro: “Facundo, como se llama generalmente y como
fue el primer título de la obra de don Domingo Faustino Sarmiento, es un libro
argentino en toda la extensión de la palabra, un libro genuinamente nacional”
(Sarmiento, 1903, p. iii).
En cuanto a las partes, ¿cuál fue el motivo que llevó a
los editores de La Nación a recortar el último Facundo preparado por Sarmiento? En el prólogo
argumentaban: “hasta hoy no se había publicado una edición realmente popular
que estuviera bien al alcance de todo el mundo y que se difundiera por el país
entero. Al contrario, todas las ediciones, inclusive la que figura en las Obras
completas, son costosas, y sólo esta última no está agotada todavía”
(Sarmiento, 1903, p. iv).
Abreviando, el móvil principal para la nueva versión se
hallaba en el agotamiento de los ejemplares originales. Ahora, la
fundamentación para acotar el contenido seguía las disposiciones que
sustentaban la colección: lograr un tomo no muy costoso para, de esa manera,
alcanzar un vasto público. El prólogo explicitaba la intención de romper con
las barreras culturales para hacer llegar el Facundo más
allá de los típicos grupos letrados: “de hoy en más, Facundo
figurará, no sólo en los estantes de las bibliotecas de las ciudades, sino
también hasta en los anaqueles de los ranchos de campaña, llenando, por fin, en
toda su amplitud, el papel que le estaba señalado desde que brotó de la
inspirada pluma de su autor” (Sarmiento, 1903, p. iv).
En conclusión, Biblioteca de “La Nación” ideó el libro atendiendo el equilibrio
entre costo y necesidad político-cultural.30
Resumiendo, en los albores del siglo xx comienza a trasladar la función del Facundo propia del campo político, para el cual lo pensó
el autor sanjuanino, a uno educativo. Pero, es preciso destacar, no se pierde
lo político, sino que convive con otros aspectos. Esta forma de entender la
obra sarmientina será retomada en la década de 1930 cuando Palcos concrete su
edición según nuevos requerimientos intelectuales.
El Facundo de Palcos apareció
dentro del marco histórico caracterizado por la crisis del modelo
agroexportador y los replanteos en torno al sistema democrático surgido a
partir de la ley Sáenz Peña (1912) y la llegada del radicalismo al poder.
Habían pasado ya casi diez años del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen y, para
los círculos intelectuales de la época, una de las principales causas y
consecuencias de ese hecho radicaba en “la cuestión de la viabilidad y
conveniencia del régimen democrático” (Falcón, 2000, p. 345). En los debates
vigentes, sostenidos por los distintos actores políticos e intelectuales
nuevamente se apelaba a la historia para explicar las problemáticas que
acuciaban al modelo político y económico de entonces. Dentro de esa vorágine
“En materia de estudios históricos, los gobiernos de la década pusieron
especial énfasis en elaborar una liturgia patriótica compuesta por
celebraciones, monumentos, identificación de lugares históricos y fijación de
efemérides; con ello continuaban demandando servicios a la Historia ahora bajo
una fórmula: ‘fortalecimiento de la conciencia nacional’” (Devoto y Pagano,
2010, p. 171).31
En consecuencia, el Estado reimpulsará una solución desde
la instrucción escolar para actuar sobre la moral. Recurriendo otra vez al rol
moralizante de la historia, diferentes medidas tendieron a regular el dictado
de la materia en las escuelas. Alberto Palcos integró el grupo de figuras que
debatieron sobre la importancia de la historia para la sociedad y,
particularmente, para el ámbito escolar.32
Desde esta perspectiva el estudioso de las ediciones prepararía un Facundo con tinte educativo y moral. Veamos de qué
manera.
Primero, el editor continuó utilizando el título Facundo para desde allí centrar el problema de la obra en
la cuestión de los “caudillos” y sus prácticas negativas en la política. A
través de Sarmiento, Palcos indicaba qué no debían hacer los argentinos
patriotas, al mismo tiempo sumó otro aspecto clave para fortalecer la
argentinidad: la literatura, destacando la excepcionalidad de las letras
nacionales según el estilo que el sanjuanino estampó en el Facundo.33
Sintetizando, Palcos interviene en el campo educativo añadiendo la importancia
de conocer la cultura propia a través de la literatura argentina.
La diferencia del Facundo de
1938 con los anteriores es que este aparece en un momento donde el Estado
argentino, sirviéndose del mecanismo montado durante décadas previas, estaba
decidido a intervenir con mayor intensidad en la formación patriótica.
Recapitulando, la proyección de Palcos apuntó en dos caminos. En líneas
generales, para satisfacer los requerimientos intelectuales de la década de
1930. Al mismo tiempo, y siguiendo con las demandas culturales del momento,
daría un paso más al aplicar una serie de recursos destinados a captar un
público estudiantil avanzado ya que es una edición crítica. ¿Cómo se pensó el
contenido para satisfacer los diversos objetivos?
El título fijado es Facundo,
el ejemplar comienza con el “Anuncio de la ‘Vida de Quiroga’”, “Advertencia del
autor”, prólogo –“A fines del año 1840…”–, introducción y la carta remitida a
Valentín Alsina. La estructura del libro integra los quince capítulos de Quiroga y el apéndice con las proclamas. En el texto se
enseñan las correcciones que Sarmiento fue realizando, sobre todo en 1851.
Entre las páginas figuran imágenes intercaladas: de los personajes típicos
pintados en el relato, las portadas de las ediciones, retratos de Sarmiento,
Alsina, Quiroga, Lavalle, Rivadavia, etc. El editor complementaba los capítulos
con un amplio apartado: “Documentos relacionados con el Facundo”.34 Por último, vale
apuntar, si bien Palcos seguía la edición de 1874, interfería mediante la supresión
de las biografías de Aldao y Peñaloza. Las semblanzas que Sarmiento había
decidido insertar para acompañar a Quiroga eran
eliminadas definitivamente.
Respecto al rol educativo del libro: ¿De qué manera
reflejan estas características la búsqueda de un público estudiantil? Para
empezar, el nombre Facundo, al igual que en 1903,
simplifica la recepción. Dejar de lado el sintagma “Civilización y barbarie”
significaba presentar una historia no atravesada por la complejidad que dicha
fórmula impregnaba en la explicación de la sociedad y “caudillos” argentinos
donde todos los protagonistas –como el mismo Quiroga– son civilizados y
bárbaros. Desde allí se comprende la opción por suprimir Aldao
y el Chacho, escritos que extendían y hacían
más densa la narración y consiguiente lectura. Además, las imágenes implicaron
el uso de recursos didácticos para graficar el relato sarmientino.
Por todo esto, la operación de Alberto Palcos para llevar
el Facundo al plano moral difirió de la de
Biblioteca “La Nación”. El cambio de coyuntura provocó una asignación de
funciones más incisivas, de ahí los objetivos de la edición de 1938 apuntando a
formar patriotas conocedores de su literatura, historia, costumbres, etc.
Volviendo al trabajo del editor, basó fundamentalmente su meticuloso estudio en
la recuperación de las rectificaciones concretadas por el autor para el libro
de 1851. Examinemos sucintamente en qué consistió el trabajo crítico.
La edición de 1938 apareció bajo el marco de la
Biblioteca de Autores Nacionales y Extranjeros referente a la República
Argentina. Conformó el primer tomo de la entrega; el segundo fue el Dogma Socialista de Esteban Echeverría –publicado en
1940–. Según indica Palcos, la preferencia por el Facundo
para iniciar la serie se debió a que
constituye el primer libro argentino que suscita
verdadera resonancia en las letras mundiales; cuatro idiomas sabios lo
traducen. Por su agencia adquieren universalidad literaria la Pampa y el
Gaucho, Quiroga y Rosas. Sarmiento percibe la originalidad de nuestra naturaleza
y de los tipos que engendra y los lleva a su libro. En lugar de imitar lo
extraño, revela un mundo nuevo, bárbaro y primitivo aún, pero lleno de
grandiosidad y de poesía (Palcos, 1938, pp. xiii-xiv).
Palcos presentaba un libro netamente argentino, su
lectura destacaba los aspectos que hacían al Facundo
un claro exponente de la cultura nacional; es decir, para lograr que
significara un título para la educación de “patriotas”, el editor necesitó de
una operación complementaria: convertirlo en texto propio de la literatura
argentina.35 Bajo ese criterio,
la revisión para la publicación de 1938 buscó quitar todos los elementos
juzgados perniciosos para la presentación de un escrito que se pretendía consagrar
dentro de las letras nacionales. ¿De qué modo Palcos desplegó su labor crítica?
Básicamente tomó como referencia la versión de 187436
y desde allí señaló los cambios realizados por Sarmiento en 1851
–principalmente– y 1868, incluyó además una comparación con la edición de las Obras.37
Palcos, notablemente, expuso las variaciones de
determinadas palabras u oraciones. Sin embargo, mediante una lectura comparada
entre el libro de 1874 y el de 1938, logré detectar la prevalencia de otras
modificaciones aplicadas por él mismo y que no contaron con ningún tipo de
aclaración para tenerlas en cuenta o precisar el porqué del cambio. En otras
palabras, la labor del editor transcurrió más allá de la mera comparación. Sea
mediante el uso de signos de puntuación, cambio de palabras o alteraciones de oraciones,
el estudioso puso su impronta para reformar el relato. Para decirlo de una vez,
en 1938 Alberto Palcos reescribe el Facundo, la
obra ya no pertenece a Sarmiento sino a este reconocido erudito. Esta hipótesis
la desarrollaré mediante los siguientes casos en los que Palcos interviene sin
ningún tipo de explicación que fundamente la corrección.
En la edición de 1874, Sarmiento afirmaba sobre la
infancia de Quiroga: “en la escuela era altivo, uraño y solitario; no se
mezclaba con demas niños sino para acaudillarlos en actos de rebelión”
(Sarmiento, 1874, p. 51). Palcos permuta “acaudillarlos” por “encabezarlos”; en
esta oportunidad aplicaba el término utilizado en las ediciones de 1845 y 1851,
pero no realizaba ninguna llamada para señalar la variación.38 La injerencia
buscaba disminuir la intensidad del relato, amenguando el espíritu de
“caudillo” mostrado desde su infancia por Quiroga. ¿La razón? Posiblemente el
editor no quería que en un texto dirigido a los estudiantes se expusiera a los
niños con rasgos propios de un “salvaje”.
Incluso, para hacer más amena la consulta, alteró los
signos de puntuación. En algunas oportunidades agregó comas, puntos o dos
puntos con el fin de lograr una lectura más ágil. Por ejemplo, la edición de
1874 expresa: “La Junta había llamado al Gobernador con instancia, para que
desde allí, i con apoyo de todos los ciudadanos invadiese los Llanos i
desarmase a Quiroga” (Sarmiento, 1874, p. 66). Palcos modifica de la siguiente
manera “La Junta había llamado al Gobernador, [agrega coma] con instancia, para
que desde allí, i con apoyo de todos los ciudadanos, [agrega coma] invadiese
los Llanos i desarmase a Quiroga” (Sarmiento, 1938, p. 110).
Si el Facundo estaba
destinado a leerse en las aulas y convertirse en estandarte de las letras
argentinas, su consulta tenía que ser clara y gustosa. En esa dirección apuntó
el editor. La supresión de las vidas de Aldao y Peñaloza, más los ejemplos
citados de Quiroga denotan que Palcos reescribió el
Facundo. El notable trabajo crítico que desplegó no
sólo buscó recuperar las transformaciones desarrolladas por Sarmiento en las
cuantiosas versiones. Su labor apuntó a presentar un contenido propio para el
público del siglo xx. Palcos se adueña de la obra para
intervenir en el campo educativo, histórico y, principalmente, literario.
La acción editorial de Palcos tuvo notable éxito ya que
consigue canonizar al Facundo de 1938 como la mejor
versión, en adelante la mayoría de los estudiosos lo utilizarán como fuente de
consulta y, además, las nuevas presentaciones seguirán este modelo. Incluso, en
1961 Ediciones Culturales Argentinas efectuó una segunda edición, también muy
consultada por los investigadores. Este libro apareció bajo los auspicios del
gobierno, específicamente de la Dirección General de la Cultura. Entonces la
nueva presentación implicaba una lectura oficial del Facundo,
en particular, y la obra de Sarmiento, en general.39
Facundo en la segunda mitad del
siglo xx
Fueron tiempos políticos agitados
donde se buscaba estabilidad luego del derrocamiento de Juan Perón en 1955 y la
consiguiente proscripción del peronismo. Arturo Frondizi logró ganar la
presidencia en 1958 y puso en marcha un proyecto gubernamental desarrollista
donde la modernización de los diversos sectores conformaba uno de los pilares
fundamentales de la gestión.40
Dentro del ámbito intelectual, parte del debate giraba en torno al peronismo,
en cómo explicar ese nuevo fenómeno de la historia argentina.
El debate tomaría vigor dentro de la universidad, donde
la sociología “desempeñó un papel altamente significativo por el modo en que
modificó el abordaje de los fenómenos nacionales” (Terán, 2012, p. 276). La
sociología tuvo función relevante al momento de repensar la Argentina posPerón:
“Era un espacio donde se dirimían visiones del pasado histórico nacional, un
lugar en el que se resignificaba una genealogía de referentes culturales”
(Rubinich, 2003, p. 250). La disciplina traía nuevas respuestas a las
apetencias históricas de la sociedad.41
El Facundo de 1961 evidencia ese impacto de la
sociología. No es casualidad que en la presentación del ejemplar, realizada por
Mauricio Rosenthal, se fijara una lectura sociológica. Rosenthal afirmaba que
este título sarmientino conformaba un “libro fundamental de la hermenéutica y
sociología argentina”. A comienzos de los años sesenta la obra adquiría rasgos
de cientificidad.
Palcos nuevamente estuvo a cargo de la edición, las
diferencias de contenido con la de 1938 son las siguientes: quita varias
imágenes y agrega algunas misivas dirigidas a Sarmiento. Buscando reforzar el
aspecto científico, en detrimento de los recursos didácticos se ampliaba el
aparato documental. Y no sólo esto, además, respecto a la versión de 1938, el
crítico volvió a aplicar algunas modificaciones en la redacción. En otras
palabras, Palcos reescribía el Facundo de Palcos.
Es decir, para el mismo editor no perduró un texto definitivo ya que nuevamente
lo corrigió.
Las variantes de grafía y conceptuales evidencian cierta
disconformidad con el libro de 1938. Incluso en la puntuación otra vez Palcos
necesitó precisar cambios.42
Más allá de que sean pocas las alteraciones entre la publicación de 1938 y
1961, estos muestran que en el mismo editor no perduró un criterio definitivo
al momento de precisar la presentación. En la segunda mitad del siglo xx continuaba reescribiéndose el Facundo,
y lo que denotan las variaciones más frecuentes es la búsqueda por lograr un
texto con la mayor riqueza literaria posible. Vale decir que, al Facundo, ya sea para una lectura escolar o sociológica,
las ediciones coinciden en que buscan consagrarlo en la literatura Argentina.
Por último, quiero detenerme en la versión publicada por
la Biblioteca Ayacucho, ya que también será asiduamente consultada por los
estudiosos, veamos en qué consistió este libro. La Biblioteca agrupa sus
publicaciones en diferentes secciones, dentro de las mismas, el Facundo integra la “colección clásica”. Los editores
indican que “colección clásica” está conformada, en parte, por “las
publicaciones de autores que han merecido el reconocimiento universal y cuyo
hacer literario ha constituido la formación de vanguardias en el mundo”. El Facundo compone una biblioteca de carácter continental,
la obra atraviesa los límites nacionales. Al mismo tiempo, esa consagración se
basa en la faceta literaria del texto. Indaguemos esto en las características
de la edición.
Apareció en 1977, el título es Facundo,
cuenta con un prólogo de Noé Jitrik y anotaciones de Nora Dottori y Susana
Zanetti (Sarmiento, 1977). Este libro, según aclaran Dottori y Zanetti, sigue
al de Universidad Nacional de La Plata (1938) “con la salvedad de que hemos
modernizado la grafía –muy personal en Sarmiento– y la puntuación” (Dottori y
Zanetti, 1977, p. liv). Además, en los capítulos se
brindan notas aclaratorias en torno al contexto político e ideológico.
Biblioteca Ayacucho también apunta a mejorar la redacción, basándose en los
comentarios de Alsina y en la actualización de la grafía.
Las particularidades de la edición me permiten llegar a
dos inferencias. Por un lado, es destacable la relevancia de las versiones de
Palcos. El Facundo de 1938 es tomado como una
continuidad de las presentaciones sarmientinas, por eso se sigue ese libro. Por
otra parte, los editores de Biblioteca Ayacucho igualmente reescriben el Facundo, al optar por actualizar la grafía diferencian la
escritura de aquella desarrollada por el sanjuanino en tiempos decimonónicos,
exhibiendo así la impronta del siglo xx.
¿Por qué es importante tener presente la historia del Facundo desde Sarmiento hasta sus editores póstumos? Esta
respuesta requiere sumar otro punto a mi exposición. En el mismo, según
procuraré evidenciar, puede observarse cómo el entendimiento en cuanto al contenido
del Facundo varió entre la última edición preparada
por el autor en 1874 y la que logró consagrar Palcos. Para efectuar este
objetivo, compararé lecturas concretadas antes del Facundo
canónico (1938) con otras realizadas luego de su publicación.
LECTORES PREVIOS Y POSTERIORES AL FACUNDO
DE PALCOS
La recepción antes del Facundo canónico (1938)
Juan B. Alberdi redactó El Facundo y su biógrafo y, aunque no llegó a publicarlo,43 constituye una
sugerente lectura del último Facundo (1874). La
estrategia de Alberdi residió en utilizar argumentos cientificistas, pero no
pretendiendo llegar a una verdad de los hechos sino apuntando a desprestigiar a
Sarmiento, quien para la fecha había o estaba a punto de dejar el mandato
presidencial. Entre los cuantiosos puntos refutados por Alberdi, quiero
detenerme en aquellos donde recusa los fundamentos del Facundo
con base en las tres semblanzas que lo integraron en 1874: Quiroga-Aldao-el Chacho.
Desde ese enfoque, basándose en la heterogeneidad de los textos de la cuarta
edición libraria, el tucumano apuntaba incoherencias en el pensamiento del
sanjuanino. Veamos de qué forma arguyó.
En primer lugar, imputó de plagio a Sarmiento. Para
Alberdi en la misma estructura de la obra se hallaba la respuesta: “¿Por qué
lleva el nombre de El Facundo
el volumen que contiene varias obras? Porque el Facundo
es la mejor de las obras firmadas por Sarmiento. Basta compararla con las otras
para reconocer que la pluma no es la misma” (Alberdi, 1897, p. 274). Sin
ahondar en la veracidad de su afirmación, me interesa destacar la manera de
leer del tucumano: el Facundo de 1874 abarca más de
una biografía, y entre los escritos pueden apreciarse radicales disparidades de
estilos que denotarían la pluma de, al menos, dos autores.
En segundo lugar, Alberdi no tenía reparos en acusar a
Sarmiento de “bárbaro”. La violencia ejercida por el sanjuanino desde sus
publicaciones, y también mediante el poder político, lo habían convertido a los
ojos de Alberdi en un “caudillo”. La integridad del último Facundo traslucía la naturaleza violenta del exgobernador
de San Juan: “Mientras el autor pretende haber escrito el proceso de los
caudillos, el libro demuestra que ha escrito el manual de los caudillos y del
caudillaje” (Alberdi, 1897, p. 294). Agregaba el tucumano: “Si Sarmiento es uno
de los autores de su libro, también es uno de los héroes que su libro encierra.
Es, sin duda alguna, un personaje histórico al mismo tiempo que lo son Rosas,
Quiroga, Aldao, Peñaloza, y todos los caudillos que él mismo ha considerado
dignos de la historia cuando se ha dado el trabajo de estudiar y escribir sus
vidas” (Alberdi, 1897, p. 364).
¿Qué expone la lectura alberdiana? Para el objetivo de mi
trabajo, la recepción del autor de Bases (1952) es
clave porque, más allá de la operación política que estaba efectuando, exhibe
que el Facundo de 1874 era concebido como un libro
integrado por tres semblanzas de “caudillos”. Vale decir, si Alberdi llega a
cuestionar la incoherencia interna del último Facundo,
esto se debe a que la fuente que consulta le permite fundamentar sus
afirmaciones en base a los estilos disímiles que presentan sus partes: Quiroga-Aldao-el Chacho. Avancemos sobre el siguiente lector: Ricardo
Rojas.
Ricardo Rojas plasmó su lectura del Facundo
en la edición de 1916, perteneciente a la Biblioteca Argentina.44 Para este escritor e
intelectual, con el fin de mostrar la existencia de una literatura nacional, la
importancia fundamental de la obra radicaba en su aporte a las letras.45 Si bien Rojas
manifestaba la necesidad de despojar al Facundo de
toda connotación política, con su exposición en realidad estaba discutiendo
dentro de ese campo sobre la forma de entender la nación.
Según Rojas, Facundo apareció
como texto político, de combate contra Rosas. Pero, al ser pensado para la
centuria pasada, en el siglo xx no tenía vigencia.
Principalmente este estudioso quería argumentar que el planteo nodal de la
obra, “civilización y barbarie”, resultaba obsoleto para los tiempos en curso.46 La colección
apuntaba a rescatar todos los aspectos considerados propios de la cultura
argentina, por este motivo priorizaba superar el sintagma aplicado en el Facundo donde se definía que era bueno o malo para el
país. Según razonaba el erudito tucumano, si era “criollo” pertenecía a la
cultura nacional. Partiendo de esta premisa, cabe la pregunta ¿De qué manera
leyó Rojas el Facundo para llegar a sus
conclusiones?
Siempre enfatizando en lo literario, pondera el aporte
del texto sarmientino en cuanto al conocimiento que brindó sobre la Argentina,
mediante las distintas traducciones, al resto del mundo. Por otra parte, con el
afán de analizar sus rasgos políticos, repasa la historia de la publicación.
Rojas decide usar como fuente el tomo vii
de las Obras preparado por Belín Sarmiento. El
motivo de dicha selección se debe a que el intelectual asimiló a este Facundo como un equivalente al de 1874. Partiendo de esa
consideración, afirma: “En la edición de 1874 (París, Háchete, 4a. edición
castellana) el libro comprendía ya las tres biografías o vidas de Quiroga,
Aldao y el Chacho, como aparece en el volumen vii
de las Obras Completas” (Rojas, 1916, p. 2).
Ricardo Rojas indagó al Facundo
desde su trayectoria editorial con un doble objetivo. Primero, para aclarar que
los diversos cambios sufridos hasta el libro final de 1874 no hicieron otra
cosa que ampliar el relato en torno a los “caudillos” y la cuestión
“civilización y barbarie”. Segundo, esto último le permitía fundamentar por qué
su consulta estuvo acotada a ciertas páginas del cuarto Facundo
librario: “Nosotros no damos aquí sino la Vida de Facundo,
pues forma parte del paisaje descripto y de la doctrina esquematizada en esos
términos; ‘Civilización y Barbarie’” (Rojas, 1916, p. 22). En otras palabras,
optó solamente por Quiroga debido a que la tesis
central que el intelectual intentaba rebatir principalmente se encontraba en
esta biografía.47
¿Qué tienen en común un lector del siglo xix –Alberdi– y uno del xx
–Rojas–? Por un lado, coinciden en frecuentar al Facundo
definitivo, es decir el de 1874.48
Al mismo tiempo, ambas figuras comparten con base en la fuente un entendimiento
común en cuanto a las partes del contenido: Facundo
desde la última versión preparada por Sarmiento se integraba por Quiroga-Aldao-el Chacho. Para finalizar resta avanzar sobre la
recepción luego de la edición de Palcos, de este modo podremos ver qué tipo de
lectura se impuso desde 1938.
La recepción después del Facundo canónico (1938)
Con el fin de estudiar la
temática “caudillo” y “caudillismo” en la época de Rosas, Jorge Myers (1998)
utilizó al Facundo como una de sus fuentes
principales. El trabajo de este investigador, fiel a la propuesta, hace
dialogar a Sarmiento con algunos contemporáneos como Herrera y Obes para cruzar
las diferentes maneras de interpretar el fenómeno. Para Myers (1998), respecto
a la distinción del gobierno de Rosas con el “caudillismo”, es el sanjuanino
quien “al contrario de la mayoría de los investigadores, supo dar efectivamente
cuenta, tanto en su Civilización y barbarie como en
sus demás escritos sobre el tema” (p. 89).
Al mismo tiempo, sostiene Myers, Sarmiento con su Facundo es una referencia ineludible porque “tiende a
arrastrar el término de ‘caudillo’ de su acepción original a otra que, sin ser
puramente peyorativa, imbuye sin embargo a la figura del caudillo de todas
aquellas cualidades poco recomendables” (p. 84). Pero si en esa obra el
sanjuanino logra la consagración como pensador político en torno a la
problemática, según la óptica de este reconocido historiador, una cuestión
paradójica emerge: el “caudillismo” en el Facundo
no representa un concepto “denso” ya que “opera simplemente como un tópico más
en el interior de aquella constelación vertiginosa de analogías múltiples que
se superponen las unas a las otras” (p. 83).
A partir de ese panorama, Myers sugiere que para
conseguir configurar la idea de Sarmiento en torno al “caudillo” y el
“caudillismo”, es necesario buscar en otros textos más allá del Facundo “como su Fraile Aldao,
su Vida del Chacho, o su
Conflictos y armonías que en su utilización del término aproximan
desarrollos posteriores” (Myers, 1998, p. 84). El filoso análisis de Jorge
Myers no advierte algo expuesto en la historia de la publicación: el Facundo no fue un escrito “dado” o “definitivo”, al
contrario, con miras políticas el autor le sumó nuevas biografías de
“caudillos”.
Partiendo de la historicidad del Facundo
se puede argumentar que en 1851 Sarmiento realiza una operación política donde
condensa el relato contra el “caudillismo” al aunar Quiroga
con Aldao. Y en las últimas dos ediciones, a raíz
de la síntesis ente Quiroga, Aldao
y el Chacho, el libro definitivamente centró el discurso en la cuestión
de los “caudillos” y el “caudillismo”. Al detenerme en las fuentes empleadas
por Myers comprendo el porqué de su planteo. El historiador utilizó el Facundo de Ediciones Culturales Argentinas (1961), y para
Aldao toma Vidas de Fray Félix
Aldao y El Chacho de la editorial Argos
(1947).49 Su lectura se basó
en textos actuales, por eso se entiende que leyó por separado lo que Sarmiento
aunó en el siglo xix.
Para la versión del Facundo
de 1993,50 Carlos Altamirano
(2005) preparó una introducción que volvió a publicar en Para
un programa de historia intelectual. Principalmente el investigador
pretende mostrar la complejidad del escrito en cuanto a las teorías
explicativas e ideas que confluyen en el mismo. Respecto a la historicidad,
Altamirano (2005) expresa “El propio Sarmiento –que no dejó de volver sobre Facundo, entregándolo a la imprenta con variantes de
importancia en la segunda edición y la tercera– comentaría al dar indicaciones
para una cuarta, que el libro era ‘una especie de poema, panfleto e historia’”
(p. 38).
Pero en realidad esta alusión al camino recorrido por la
obra no busca repensar las ediciones; tiene otro fin, el historiador apunta a
discutir con aquellos que intentan encasillar la obra dentro de un género o
estilo: “Más que un estilo, lo que Facundo deja ver
es una variada gama de recursos de estilo o de formas que le dan su particular
andadura. En fin, a medida que la unidad dejó de ser una norma, tanto como un
principio por discernir en la obra, la cuestión del acuerdo interno del texto
perdió interés como problema por resolver” (Altamirano, 2005, pp. 38-39).
Altamirano no deja de leer el Facundo
desde la visión canónica,51
a pesar de señalar el carácter multiforme y mencionar las otras biografías de
“caudillos”,52 aplica los criterios
actuales de no problematizarlas dentro del libro. Incluso, dicho investigador,
realiza una breve biografía de Sarmiento citando sus diversas publicaciones,
pero sin caracterizar a las nuevas ediciones del Facundo
aparecidas en las diferentes etapas de la vida del autor.
La semejanza entre Myers y Altamirano –dos destacados
historiadores–, a pesar de trabajar aspectos disímiles del Facundo, es clara: ambos analizan la obra desde versiones
actualizadas, y no sólo esto, son libros que siguen el formato canónico. Ambos
estudiosos, en consecuencia, denotan la efectividad de la edición de 1938, si
antes de Palcos podía leerse el Facundo integrado
por tres biografías, luego de su intervención la recepción varía según los
estándares editoriales del siglo xx.
CONSIDERACIONES FINALES:
SOBRE LA NECESIDAD DE REPENSAR LAS EDICIONES CANÓNICAS
Para finalizar quiero detenerme
en dos consideraciones. Primero, la historia póstuma del Facundo
devela que el proceso de apropiación de los editores inició inmediatamente
producido el deceso de Sarmiento. Facundo comenzó a
sufrir el cercenamiento de sus partes ya desde la versión aparecida en Uruguay
(1888-1889). También desde temprano se operaron cambios en torno al carácter de
la obra, alejándola de su faceta político original para llevarla a una moral.
Sin embargo, entre otras cuestiones, lo que quise destacar en el transcurso del
artículo es que la intervención de Palcos será la más exitosa debido a que,
para la camada de lectores perteneciente a la segunda mitad del siglo xx hasta la actualidad, su Facundo
representa la mejor edición. Esto entrama aceptar un libro de tinte
literario, donde se margina el relato “caudillista” de Aldao
y el Chacho que Sarmiento pensó para
complementar a Quiroga.
El otro punto en el que preciso detenerme es la necesidad
de volver a las fuentes primarias al momento de realizar trabajos historiográficos.
¿De qué sirve historiar una obra clave de Sarmiento y de la historia argentina
como es Facundo? Precisamente, si lo que se
pretende estudiar es el pensamiento sarmientino, resulta sustancial recurrir a
sus textos evitando los filtros editoriales que aplican modificaciones con
criterios ajenos al autor. El peligro del anacronismo es latente cuando no se
consultan los documentos primarios, precisamente en este trabajo busqué exponer
las posibles faltas en las que los historiadores podemos incurrir al perder de
vista la complejidad histórica de un escrito como el Facundo.
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1 Cabe recordar que el deceso de Sarmiento se produjo el 11 de septiembre de
1888.
2 Según Pagliai (2012, p. 35), el título fue Civilización
i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y luego resultó acotado a Facundo. Incluso Cabo y Nijensohn comparten la idea en
torno al primer nombre (Cabo y Nijensohn, 2012, p. 727). Pero no advierto ni en
el folletín ni en el anuncio de la publicación esa denominación, la serie
inicia con el título Facundo y luego varía a Vida de Juan Facundo Quiroga.
3 Posteriormente, entre octubre de 1845 y febrero de 1846, en el periódico El Nacional –de Montevideo– tuvo lugar una reproducción
del folletín de El Progreso. Al ser una versión del
Facundo que se limita a transcribir la primera
realizada por Sarmiento, opté por no considerarla entre las principales a tener
en cuenta dentro de la trayectoria de la obra; sin embargo, es necesario tener
presente su existencia.
4 Palcos (1934, p. 19) señala que el libro habría aparecido el 28 de julio.
5 En estas páginas Sarmiento aludía al levantamiento correntino –desarrollado
entre 1843 y 1847–, las problemáticas mantenidas con Paraguay y Brasil y la
gestación del bloqueo naval anglo-francés al puerto de Buenos Aires –iniciado a
mediados de 1845.
6 Urquiza hizo pública su decisión de enfrentar al gobernador de Buenos Aires
el 1 de mayo de 1851. Sarmiento previamente había advertido la tensión entre
ambos líderes federales, por ello publicó Argirópolis en
1850 y en abril de 1851 ya tenía lista la segunda edición libraria del Facundo (Fernández, 2017).
7 También en la grafía se aplicaron modificaciones, empleando por ejemplo el
uso de la “u” junto a la “q”.
8 El título original de Aldao es Apuntes biográficos, precedió a la historia de Facundo
Quiroga y tuvo una trayectoria editorial similar a esta última: primero se
imprimió en las páginas de El Progreso –en febrero
de 1845– y al poco tiempo salió en folleto.
9 En 1863 El “chacho” Peñaloza llevó adelante un levantamiento montonero,
finalmente sería vencido y ajusticiado sin juicio previo ese mismo año. La
biografía que escribe Sarmiento apunta, entre otros tópicos, a exaltar la
manera en que se llevó adelante la lucha contra el “caudillo” y su montonera.
10 Una aclaración necesaria sobre el uso que emplearé del título Quiroga. Ya que, siguiendo con una de las hipótesis a
desarrollar, el Facundo desde 1851 pasaría a estar
integrado por más semblanzas de “caudillos”, considero congruente diferenciar
dentro de la obra los distintos textos biográficos. En consecuencia, en ciertas
oportunidades adopto el nombre empleado en las Obras de
Sarmiento (1889a) –Quiroga– para referirme a la vida del líder riojano muerto en
1835 y, de ese modo, distinguirla del resto de las semblanzas que componen el Facundo. El mismo criterio aplico al utilizar los nombres
Aldao y el Chacho.
11 Sobre el nombre del libro aplicó el autor breves modificaciones en el uso
de signos de puntuación y en la grafía para redefinirlo en
Facundo ó civilizacion i barbarie en las pampas argentinas.
12 En este punto sigo los postulados de Chartier (1993) cuando discrimina al
texto del libro, sosteniendo que este último es el soporte pero “cuyos
dispositivos y organizaciones guían y constriñen la operación de producción del
sentido” (pp. 19-20). Según entiendo, cada edición, sean las sarmientinas o las
póstumas, fueron pensadas en sus respectivos contenidos estratégicamente con el
fin de realizar una determinada operación en el campo de lectura propio del
momento de la publicación. Por este motivo es preciso atender los elementos
editoriales –formato, títulos, imágenes, redacción, etc.– empleados para captar
la atención del público lector y definir un mensaje determinado.
13 Alberto Palcos fue catedrático de la Universidad Nacional de La Plata,
institución en la cual dirigió la biblioteca entre 1930 y 1946. Sus primeras
publicaciones tomaron temas propios de la sicología, dentro de estas se pueden
citar dos libros: El genio: ensayo sobre su génesis, sus
factores biológicos y sociales y sus funciones en la especie y en la sociedad
(1920) y La vida emotiva (1925). Posteriormente
encarrilaría los estudios hacia cuestiones históricas, publicando numerosos
trabajos, de los cuales destacan: Sarmiento. La vida. La
obra. Las ideas. El genio (1929), El Facundo:
rasgos de Sarmiento (1934), La visión de Rivadavia
(1936), Echeverría y la democracia argentina
(1941), Hechos y glorias del general San Martín
(1950). Palcos tiene un marcado interés intelectual en esta serie de estudios:
enfatizar en la función moral de la historia para la formación de una
conciencia nacional.
14 Según ya indiqué, Palcos particularizó en la necesidad de pensar la
argentinidad. Con este fin, en la década de 1930, enfatizó en la invención de
una tradición literaria argentina mediante las ediciones del Facundo (1938) y el Dogma Socialista
(1940).
15 Edición a cargo de Luis Montt, veremos las respectivas características en
el apartado siguiente.
16 Sobre el ejemplar de las Obras (Sarmiento,
1889a), concluía Palcos que era lamentable “como esa edición, tenida por la definitiva, sirvió de base a todas
las que se han sucedido hasta la fecha, todas
reproducen aquel error y difunden un texto deficiente de ‘facundo’”
(Palcos, 1934, p. 85).
17 Según Lucila Pagliai una de las definiciones en torno a qué es lo literario
lo entiende como “un hecho estético –lugar de
encuentro entre autores y lectores– en tanto experiencia sensible que apunta a
emocionar y conmover –y también a trasmitir y a convencer– apelando a un
conjunto de relaciones complejas mediatizadas por la palabra” (Pagliai, 2013,
p. 14). Partiendo de esta concepción, en el transcurso del artículo al momento
de referirme a “riqueza literaria”, “aspectos literarios”, etc.; aludiré a la
forma estratégica en que se construye y busca mejorarse la redacción de un
escrito ya sea mediante la utilización de determinadas palabras o conceptos, la
coherencia de las oraciones, debida ubicación de signos de puntuación,
etcétera.
18 Entiendo por literatura nacional a aquella que “se configura como tal
cuando, a lo largo del tiempo, un conjunto de obras –integrante de un
determinado entorno geográfico, lingüístico y social– se organiza en un todo
coherente cuyos rasgos distintivos definen/expresan/representan, a través de la lengua compartida, las peculiaridades de
la cultura y algo tan vago e intangible como la ‘identidad’ o el ‘espíritu’ de
una nación” (Pagliai, 2013, pp. 13-14). Siguiendo su objetivo, afirma Palcos
(1934): “Desde la publicación del Facundo,
Sarmiento adentra, en la multitud de trabajos, en el corazón de la historia y
del paisaje nacional, abriendo rumbos a la literatura argentina” (p. 20).
19 Incluso en la segunda edición de El Facundo,
Palcos (1945) suma un capítulo titulado “De la originalidad del ‘Facundo’”. En
las nuevas páginas compara la calidad literaria de Sarmiento con la Echeverría
y Mármol; esta elección no es casual, al contrario, trae a colación a dichos
escritores del siglo xix para mostrar que el sanjuanino
estuvo a la altura de las figuras consideradas entre los padres de la
literatura nacional.
20 Entre estos trabajos podemos distinguir: Ara (1958); Cabo y Nijensohn
(2012); Carilla (1959); Garrels (1988); Gowa (1948); Moglia (1955); Pagliai
(2012); Scarano (2012); Tacca (2000), etcétera.
21 Este ejemplar es una reedición del libro preparado por Palcos en 1938.
22 En este apartado comentaré las ediciones que considero sustanciales para
comprender la historia del Facundo posSarmiento.
Las del siglo xix porque son las que inicialmente
aparecen una vez muerto el autor, la de Biblioteca “La Nación” debido a que es
la primera publicada en el siglo xx, las de Palcos
(1938; 1961) y Biblioteca Ayacucho (1977) porque
son la más consultadas actualmente.
23 Versión configurada en Montevideo, impresa en formato de bolsillo y
dividida en tres tomos, uno fechado en 1888 y los restantes en 1889. Articula
el contenido de 1845 y 1851: carta de Alsina, introducción de 1845 y Quiroga. Los editores colocaron una nota en el texto
indicando que no compartían las ideas vertidas en torno a la independencia de
Uruguay y de dos figuras políticas: Gervasio Artigas y Fructuoso Rivera.
24 Tomo vii de Obras,
preparado por Luis Montt y aparecido en Chile. Integra Quiroga,
Aldao y el Chacho, si
bien el modelo del tomo vii se asemeja al de 1874, esto no
significó que Montt haya seguido la lógica de la última edición sarmientina. El
editor chileno compiló según el tema –“caudillos”– las biografías de Quiroga,
Aldao y Peñaloza y por ello aplicó un título tan particular. Además Montt
agregó un elemento ajeno a Quiroga –la carta a
Matías Callandrelli– y uno a Aldao: “Testamento de
Aldao”.
25 Libro a cargo de Lajouane, sigue la estructura de Obras.
Agrega un frontispicio de Sarmiento; además suma los retratos de Quiroga,
Rosas, Aldao y Peñaloza. Por el título que aplica, modifica la lógica editorial
de Montt ya que, al considerar a los tres textos –Quiroga,
Aldao y el Chacho–
parte del Facundo, asemeja su libro al último que
preparó Sarmiento en 1874.
26 Reedición del tomo vii de las Obras.
El editor cambió, en esta oportunidad fue Belín Sarmiento. Continúa con la
línea editorial de Lajouane, consistente en asimilar el tomo al Facundo de 1874.
27 No obstante, vale destacar que pervivió en los cuatro libros una lectura
política por parte de los diversos editores. Por este motivo, por ejemplo,
quienes publicaron al Facundo en Montevideo tomaron
recaudos para aclarar su distanciamiento respecto a los comentarios de
Sarmiento en torno a Artigas y Rivera.
28 Biblioteca de “La Nación” fue un proyecto editorial que buscaba imprimir
ejemplares a bajo costo para alcanzar un público amplio. Patricia Willson
(2004) define a la colección de la siguiente manera: “Primera conjunción
empresa periodística-libro del siglo xx,
en la que un diario se sirve de un ‘fondo editorial’ para generar lectores en
la Argentina” (pp. 47-48).
29 Es preciso aclarar que este Facundo no se
piensa específicamente para las escuelas, pero integra los escritos
considerados necesarios para formar a la población argentina.
30 Al parecer el éxito de la edición fue notable, a la vista está que
Biblioteca de “La Nación” realizó nuevos tirajes en 1906, 1909, 1910 y 1911.
31 Para Diana Quattrocchi-Woisson (1995) “la oficialización del saber
histórico y el control del Estado sobre la memoria colectiva toman en esta
época una amplitud extraordinaria. Objeto de una reglamentación institucional
sin precedente, la Historia se vuelve una verdadera cuestión de Estado. La
institucionalización del saber histórico otorga a la historia un lugar
privilegiado en un dispositivo tendiente a controlar cada vez más la memoria
nacional” (p. 141). No es casualidad que en la década de 1930 hayan surgido
prestigiosas instituciones historiográficas como la Sociedad de Historia
Argentina (1931), la Academia Nacional de la Historia (1938) y el Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (1938) (Devoto y Pagano, 2010,
pp. 173-174).
32 Por ejemplo, en 1937 Palcos participó en el II Congreso Internacional de
Historia de América, donde expuso sus ideas y propuestas referidas a la
enseñanza de la historia en los colegios (Cataruzza, 2001, p. 458).
33 Palcos no es el primero en destacar el vínculo de la literatura con la
formación de la patria. Al contrario, previamente Ricardo Rojas y José
Ingenieros, con disímiles lineamientos, pensaron colecciones editoriales para
cimentar una tradición literaria y, desde allí, dar forma a la cultura nacional
(Degiovanni, 2008).
34 Entre los textos que lo componen sobresalen: “Nota de Valentín Alsina al
libro ‘Civilización i barbarie’”; “Civilización y barbarie. Del americanismo i
de las repúblicas del Sur.- La sociedad arjentina.- Quiroga.- Rosas.- Revue de
Deux Mondes, 15 de septiembre de 1846, por Charles Mazade”,
“carta Al profesor don Matías Callandrelli” y “Prefacio. De la traducción
inglesa por Mrs. Horace Mann”.
35 La cuestión de literatura y educación para definir la argentinidad fue algo
que atravesó el pensamiento de Palcos en esta colección; así, por ejemplo, en
el prólogo al El Dogma Socialista el editor
destacaba las contribuciones literarias de Echeverría: “Como poeta presta dos
grandes servicios a las letras del Plata: introduce la revolución romántica y,
gracias a la mentada cautiva, incorpora el paisaje nacional
como tema de inspiración literaria. Señala, de tal suerte, rumbos en la América
Latina: en adelante los artistas e intelectuales, si desean dar una nota propia
y ser algo dentro de las letras mundiales, deberán dejar de lado la imitación
servil y dedicarse a captar las peculiaridades del medio y de los tipos
neocontinentales” (Palcos, 1940, p. xviii).
36 “En los trabajos antes recordados [refiere a El
Facundo (1934) y algunos escritos periodísticos destinados también a
marcar los errores del volumen vii de las Obras] indicábamos la edición de París, la última
aparecida durante la existencia de Sarmiento, como base de una buena reedición,
despojándola, desde luego, mediante el cotejo con las precedentes, de los
pequeños lunares que presenta” (Palcos, 1938, p. xxii).
37 En otras notas, señalaba Palcos la influencia de Alsina sobre Sarmiento al
momento de efectuar arreglos particulares.
38 Llamativamente este cambio también fue efectuado en Obras
(Sarmiento, 1889a), exhibía así Palcos una similitud con el tan vituperado
criterio de Montt.
39 Esta edición pertenece a una colección de libros, seis en total, donde se
compilaban cartas de Sarmiento y algunos escritos públicos, como la Vida de Dominguito; Facundo
fue el primer tomo de la colección.
40 Fruto de tal impulso modernizador, aparecieron instituciones como el Conicet, Eudeba y el Fondo Nacional de las Artes.
41 La economía también tuvo aportes considerables para entonces en la
renovación de los estudios históricos. Incluso para Devoto y Pagano “En muchos
sentidos, la historia económica constituía por entonces el territorio en el que
es más factible la colaboración de los historiadores con las nuevas ciencias
sociales” (Devoto y Pagano, 2010, p. 415).
42 Por ejemplo, Sarmiento escribía: “Pero lo que hai de averiguado, es que su
padre pidio una vez al Gobierno de la Rioja que lo prendieran para contener sus
demasías, i que Facundo, antes de fugar de los Llanos, fue la ciudad de la
Rioja donde a la sazón se hallaba aquel” (Sarmiento, 1874, p. 55). Palcos
rectifica: “Pero lo que hai de averiguado, es que su padre pidio una vez al
Gobierno de la Rioja que lo prendieran para contener sus demasías [suprime
coma] i que Facundo, antes de fugar de los Llanos, fue la ciudad de la Rioja
donde a la sazón se hallaba aquel” (Sarmiento, 1961, p. 86).
43 El
Facundo y su biógrafo apareció, junto a Belgrano y sus historiadores, en el quinto tomo de los Escritos póstumos (1897).
44 El cuerpo de esta versión únicamente se compone de la vida de Quiroga
–quince capítulos–. En un apéndice se agregan las proclamas del riojano, la
carta a Matías Callandrelli, la introducción de 1845 y la carta prólogo
remitida a Valentía Alsina.
45 “A las intuiciones de su autor como artista, debió este libro su éxito
extraordinario, desde el día de su aparición […] Por eso lo tradujeron a
diversos idiomas, para dar a otras gentes la visión de nuestra vida pampeana, y
mostrar en la raíz del desierto el germen de nuestras luchas. Por eso se han
desprendido del volumen, como páginas de antología popular, las siluetas del
Rastreador, del Baqueano, del Gaucho malo y del caudillo silvestre” (Rojas,
1916, p. 24).
46 “Esta fórmula ha prestado sus servicios al progreso del país, pero es
tiempo ya de comenzar a denunciarla por lo que tiene de parcial y de peligrosa”
(Rojas, 1916, p. 22).
47 A esta razón posiblemente respondió la opción de Rojas por reducir el Facundo de Biblioteca Argentina específicamente a Quiroga.
48 Según vimos, Rojas no lee esa fuente directamente, no obstante toma el Facundo de Obras (1896) en
representación del libro de 1874.
49 Esta versión integra la colección de la Biblioteca Argos dirigida por Luis
Baudizzone, José Luis Romero y Jorge Romero Brest.
50 Sarmiento (1993). El libro sigue, según expresan los editores, el modelo de
Facundo preparado por Palcos (1938).
51 Utiliza como fuentes el Facundo de Espasa Calpe
(Sarmiento, 1993) y Ediciones Culturales Argentinas (Sarmiento, 1961).
52 “Sarmiento escribió numerosas biografías, la del fraile Aldao, la del
‘Chacho’ Peñaloza, la de Franklin, la de San Martín, la de su hijo Dominguito,
entre otras” (Altamirano, 2005, p. 25).