10.18234/secuencia.v0i109.1763
Artículos
Ejercitar al cuerpo: la gimnasia
femenina
en el Colegio de la Paz (Vizcaínas), 1875-1915*
Exercising the Body: Female Gymnastics
at Colegio de la Paz (Vizcaínas), 1875-1915
Genevieve Galán Tamés1**, https://orcid.org/0000-0001-8097-4881
1Colegio de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional
Autónoma de México, México, ggalantames@gmail.com
Resumen:
El artículo analiza la introducción de la gimnasia en el
Colegio de la Paz y algunos aspectos vinculados a su implementación de 1875 a
1915. A partir del estudio de este espacio, el texto ahonda en ciertas
condiciones de posibilidad históricas que permiten pensar la ejercitación
corporal y la introducción de la educación física en México, dentro del espacio
escolar. Vizcaínas puede utilizarse como ilustración del proyecto que una elite
profesional y política –comprometida con la educación de la mujer y la
consolidación de la educación física, higiénica y moderna– buscó implementar
como pauta general en los colegios del país. El texto apunta que la
introducción de la gimnasia en el ámbito escolar implicó la gradual
consolidación de un sistema de lectura y evaluación del movimiento del cuerpo.
Asimismo, ofrece indicios de la formación de profesoras de gimnasia en un
periodo en el que la educación física se estaba profesionalizando.
Palabras clave: gimnasia; higiene; educación física; cuerpo; Vizcaínas.
Abstract:
The article analyzes the
introduction of gymnastics into Colegio de la Paz and certain aspects related
to its implementation from 1875 to 1915. Through the study of this space, the
text delves into certain conditions of historical possibility that allow
thinking about physical exercise and the introduction of physical education
within Mexican schools. Colegio Vizcaínas can be used
as an illustration of the project showing how a professional and political
elite –committed to the education of women and the consolidation of physical,
hygienic, and modern education– sought to implement it as a general guideline
in the country’s schools. The text points out that the introduction of
gymnastics into the school environment entailed the gradual consolidation of a
system for interpreting and evaluating the body’s movement. It also provides
evidence of the training of gymnastics teachers in a period when physical
education was becoming more professional.
Keywords: body; physical education; gymnastics; hygiene; Vizcaínas.
Recibido: 24 de junio de 2019 Aceptado: 8 de junio de
2020
Publicado: 9 de febrero de 2021
A partir de finales del siglo xviii
–poco antes, poco después– las representaciones en torno al funcionamiento del
cuerpo humano se modificaron paulatinamente. Gracias al desarrollo de la
ciencia, la medicina y la anatomía “modernas”, entre otros saberes, el
ejercicio físico comenzó a obtener significados distintos a los que poseía
antaño y a ser valorado a partir de nuevos criterios fisiológicos y anatómicos.
En este contexto la idea de la ejercitación física, como un hábito positivo
para las sociedades, fue ganando terreno. A lo largo del siglo xix, la práctica de ejercicios físicos fue incorporada
a los distintos proyectos educativos de las naciones con el fin de aumentar la
salud corporal, mejorar las características físicas de los ciudadanos y
contribuir a la formación moral e intelectual de los individuos.
Una de las primeras formas de ejercicios físicos que se
difundió e implementó en el espacio escolar, con un carácter higiénico y
pedagógico, fue la gimnasia o gimnástica. Según se explicaba, la gimnástica era la ciencia razonada de los movimientos del
cuerpo y de su vínculo con los sentidos, la inteligencia, los sentimientos, las
costumbres y el desarrollo de todas las facultades (Amorós, 1848, p. i). En este horizonte el ejercicio gimnástico fue
considerado un arte anatómico fisiológico “necesario para la salud y el
equilibrio de las razas y obligatorio en toda sociedad caritativa y civilizada
que se preocupa de los problemas de la beneficencia y longevidad” (Fraguas,
1897, p. 2). Para el caso de México, Garrido (2016) señala que la gimnasia fue
a lo largo del siglo xix “la forma de ejercicio corporal más
acabada y sistematizada que se practicó y enseñó” (pp. 26-27). Se pensaba que los ejercicios gimnásticos eran un
método suave que con el tiempo lograrían robustecer el cuerpo de hombres,
mujeres y niños: “preparando por este medio la base para los conocimientos
morales que con posteridad se les inculcasen” (Borja, 1856, p. 4).
Con base principal en documentos del archivo histórico
del colegio, este texto tiene como objetivo analizar la introducción de la
gimnasia en el Colegio de la Paz (Vizcaínas), así como algunos aspectos
vinculados a su implementación en el periodo que va de 1875 (año en el que se
propone la creación de la cátedra) a 1915 (año en el que la cátedra es
suspendida indefinidamente por decisión de las autoridades del Colegio, debido
al agitado contexto que se vivía en la ciudad de México). A partir del estudio de
este espacio busco entender algunas de las condiciones de posibilidad
históricas que permitieron pensar antaño la ejercitación corporal y la
introducción de la educación física en México. Por condiciones de posibilidad
históricas me refiero a las circunstancias que en determinadas coyunturas
sostienen la ocurrencia de ciertos hechos, ideas, pensamientos y prácticas,
entre otros.1 A lo largo del texto
ahondaré en los siguientes puntos: la instauración y desarrollo temporal de la
clase, los profesores y los métodos de gimnasia, así como ciertos aspectos
vinculados al aprendizaje gimnástico de las profesoras y alumnas.
Estudiar la introducción de la gimnasia en el espacio
escolar podría parecer poco pertinente frente a la bibliografía que se ha
abocado recientemente a la investigación del tema.2
Sin embargo, considero que el estudio que aquí desarrollo contribuye a
articular grandes ejes temáticos –como lo son la educación, la higiene, la
educación física y la historia del cuerpo– en espacios concretos. Parafraseando
a Ginzburg (1997), la consideración de la pequeña escala (lo micro), es útil en
el sentido que se propone como un modo complementario de captar el
funcionamiento de representaciones y mecanismos más amplios, situados en un
nivel macro. Se estudia un caso o un espacio particular para apreciar
significados que podrían haber acabado por ser invisibles, o bien, porque
pueden servir de ilustración general. Desde mi perspectiva, el Colegio de la
Paz puede considerarse como un “espacio de experimentación historiográfica” de
estos múltiples temas y problemas más amplios por dos motivos: a) su permanencia ininterrumpida en el panorama de las
instituciones educativas del país, desde su apertura y a lo largo de los
distintos periodos; b) su carácter vanguardista a
nivel educativo durante la temporalidad que aquí se estudia.
El Colegio de la Paz –inaugurado originalmente con el
nombre de Real Colegio de San Ignacio de Loyola en 1767, y popularmente
conocido como Vizcaínas–, logró consolidarse durante el porfiriato como uno de
los colegios de niñas de mayor prestigio de la capital, gracias al gran interés
y apoyo financiero que le brindó el gobierno de Díaz (Torres Septién, 1997, p.
80).3 Lo que vuelve
significativo al Colegio en este periodo y para fines del presente estudio, es
que en su interior reunió –en calidad de miembros de la junta directiva,
profesores y médicos del establecimiento– a distinguidas figuras de la elite
política y profesional de la época (véase cuadro 1), artífices de la modernidad
porfiriana, comprometidos con el proyecto de una educación moderna e higiénica,
y el avance y la consolidación de la educación física en México.
Cuadro 1. Miembros de la junta directiva, profesores y
médicos del establecimiento
Figura |
Papel
en el Colegio |
|||
Joaquín
Eguía Lis (1833-1917) |
Destacado
profesor y jurista. Nombrado por Justo Sierra rector de la Universidad
Nacional de México. |
Presidente
de la junta directiva de 1877 a 1885. |
||
Alfredo
Chavero (1841-1906) |
Político,
historiador y dramaturgo. Fue regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México
y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. |
Presidente
de la junta directiva de 1885 a 1889. |
||
Sebastián
Camacho y Zulueta |
Senador
e importante empresario ferrocarrilero. Miembro de la asociación literaria El
Ateneo Mexicano. |
Presidente
de la junta directiva de 1899 a 1914. |
||
Enrique
de Olavarría y Ferrari |
Escritor,
periodista, docente y diputado federal. Colaboró en varias publicaciones y periódicos. |
Tesorero-administrador
a partir de 1885. |
||
Eduardo
Liceaga (1839-1920) |
Destacado
médico e higienista. Fue presidente del Consejo Superior de Salubridad,
director del Hospital de Maternidad e Infancia, presidente de la Academia
Nacional de Medicina y director de la Escuela Nacional de Medicina. |
Consejero
y vocal de la junta directiva de ca. 1880 a ca.1915. Dictó una serie de conferencias a las alumnas
y maestras sobre higiene entre 1912 y 1915. Participó activamente en la
supervisión higiénica de todos los trabajos y remodelaciones en el Colegio
durante esta época. |
||
Luis
E. Ruiz (1853-1915) |
Médico
higienista. Fue miembro de la Academia Nacional de Medicina, del Consejo
Superior de Instrucción Pública y vocal del Consejo Superior de Salubridad. |
Presidente
de la junta de profesores de 1890 a 1912. Catedrático en Vizcaínas, desde
1886, de las clases de: física y química, historia natural, fisiología,
pedagogía e higiene. Fue autor de diversos textos que formaron parte de la
biblioteca del Colegio y que se utilizaron también como libros de texto. |
||
Ignacio
Martínez del Villar |
Médico
y profesor de zoología de la Escuela Nacional Preparatoria. |
Vocal
de la junta directiva en 1877. Catedrático en el Colegio, de 1878 a 1902, de
las materias: fisiología e higiene y medicina doméstica. Su obra bibliográfica
fue enormemente utilizada, pues fungió como libro de texto mientras él fue
profesor. |
||
Manuel
Soriano (1837-1927) |
Médico
cirujano. Profesor de la facultad de medicina y secretario de la Academia
Nacional de Medicina. |
Médico
del establecimiento de 1890 hasta aproximadamente 1927. A su cargo estaba la
inspección médica de todas las habitantes de Vizcaínas. |
Fuentes: Archivo Histórico José María Basagoiti Noriega
del Colegio de las Vizcaínas, México; Garibay y Teixidor (1964); Mörner (2001), y Olavarría (1889).
La junta directiva del Colegio (integrada por un
presidente, tres vocales y un tesorero) sostenía reuniones periódicas y era la
instancia encargada de velar por el buen funcionamiento del establecimiento en
todos los aspectos (administrativos, financieros, educativos, etc.). Para
apoyar la toma de decisiones en materia educativa, a finales del siglo xix se creó una junta de profesores, conformada por
los profesores y las profesoras del Colegio. Esta junta de profesores se reunía
periódicamente en aras de discutir distintos aspectos vinculados a la enseñanza
en el Colegio. Sus propuestas eran consideradas por la junta directiva para la
toma de decisiones, junto con los informes del médico del establecimiento y el
de las directoras de cada departamento.
Algunos de los personajes a los que me refiero y que
tuvieron un papel importante en la toma de decisiones en el Colegio o como
promotores de una educación corporal moderna e higiénica se mencionan en el
cuadro 1.4
El Colegio de la Paz fue, en cierta medida y gracias a la
labor de estos personajes, uno de los escaparates del proyecto higienista y
pedagógico moderno. Por ende, es posible afirmar que este Colegio fue un
laboratorio del proyecto de modernidad que buscó implantarse en México durante
este periodo. De ahí la representatividad de este plantel escolar para pensar
este tema en particular. Recordemos que en los años estudiados la ciudad de
México buscó convertirse en “un escaparate del orden, el progreso, la limpieza
y la salubridad” en aras de mostrar el grado de civilización y modernidad del
país (Agostoni, 2002, p. 2). Es posible afirmar que
la gimnasia, como parte de un proyecto de educación corporal e higiénica más
grande, fue una de las pruebas ineludibles de esta modernidad. La educación en
este periodo, no lo olvidemos, era una de las bases del tan anhelado progreso.
LA CLASE DE GIMNASIA DE 1875 A 1915
El 29 de diciembre de 1875 Manuel
Castilla Portugal –vocal de la junta directiva del Colegio– presentó un
proyecto para establecer una clase de gimnasia en el plantel. Es imperativo
vincular brevemente la propuesta de Castilla con algunos de los esfuerzos previos
en el país por introducir la educación física en los planteles escolares. Uno
de estos esfuerzos y que pretendió tener un carácter nacional fue, por ejemplo,
el del ministro Manuel Baranda mediante el Plan general de
instrucción pública publicado en 1843. En el
plan de Baranda se ahonda en la idea de que una de las bases “racionales y
eficaces” de la educación para todo “hombre recomendable” debe ser la educación
física y moral de los estudiantes (Ríos y Rosas, 2011, p. 35). Empero, la
continuidad de los proyectos educativos nacionales, como bien se ha estudiado,
se vio afectada debido a la convulsa situación política que atravesó el país a
lo largo del siglo xix. En 1861 nuevamente encontramos
otra clara alusión a los ejercicios gimnásticos en el proyecto educativo del
Estado, con la publicación del Decreto del gobierno sobre
arreglo de instrucción pública, publicado durante el gobierno de Benito
Juárez. Este decreto estipulaba que debían establecerse, en todas las escuelas,
clases de ejercicios gimnásticos y de esgrima. Destaca además que en esta
ocasión se hace clara alusión a la educación corporal de las niñas, al
indicarse que los ejercicios gimnásticos debían quedar comprendidos como parte
del currículo “normal” para las escuelas de niñas (Meneses Morales, 1998, pp.
183-184). Estos breves ejemplos permiten vislumbrar la importancia que la
gimnasia comenzó a adquirir como parte del currículo de una educación ideada
por el Estado. Para el caso del Colegio, con base en la documentación que he
revisado, no he encontrado, sin embargo, indicios claros de que se impartiera
una clase similar antes de 1875, a pesar de estos esfuerzos previos con
carácter nacional. De modo que la propuesta de Castilla es la primera propuesta
formal al interior del Colegio que buscó introducir la educación física.
Retomando, observamos que después de discutida la
propuesta y tras algunas modificaciones, la junta directiva la aprobó el 19 de
enero de 1876. Así, se estableció la obligatoriedad de la clase de gimnasia
para todas las alumnas menores de 21 años. Esta debía impartirse por lo menos
tres veces a la semana, después de las cinco de la tarde y en el espacio que el
profesor creyese más adecuado, mientras se esperaba la creación del jardín del
Colegio. El sistema por adoptarse debía ser el de “autogimnasia”,
pudiendo: “mezclar algunos ejercicios de mediana fuerza que no causen mal a las
alumnas”. Sólo las alumnas afectadas por alguna enfermedad y con el aval del
médico del Colegio estaban exentas de asistir a la clase. La Junta nombró
además a Joaquín Noreña (¿?-1896), destacado profesor
de gimnasia de la época, instructor de dicha clase; y estableció la suma única
de 100 pesos para la compra de todos los aparatos necesarios y su colocación.5
Salvo lo que se recopila en el Acta que deja constancia
de la aprobación de la clase, la propuesta original de Castilla no se conserva,
de modo que sólo podemos inferir los motivos que lo llevaron a proponer dicha
cátedra y los argumentos que esgrimió para señalar su importancia. Con base en
la investigación de Garrido (2016) y en los breves ejemplos que mencioné con
anterioridad, observamos que la propuesta de Castilla se inserta en un ambiente
en el que la implementación de la gimnasia en las escuelas buscaba ser la
norma, a pesar de que en la praxis permaneciera la mayoría de las veces en una
excepción. En este contexto, la promoción y práctica de ejercicios corporales
quedó comprendida dentro de las preocupaciones de la higiene escolar (Staples,
2008, pp. 32-38) y la llamada “educación integral” (Gil Mendoza, 2010, pp.
45-46). Desde este horizonte se hacía énfasis en la idea de que una población
enferma y sin sentido de la higiene era considerada una sociedad atrasada y
poco civilizada (Agostoni, 2001, pp. 73-93). La
necesidad de formar individuos robustos y sanos mediante la ejercitación física
adquiere un cariz relevante en esta coyuntura.
A la par, es interesante notar que la propuesta de
Castilla se presenta meses después de que el ministro de Instrucción Pública,
José Díaz Covarrubias, publicara La instrucción pública
en México. En este texto, Díaz Covarrubias (1875) se queja del estado en el que
se encuentra la educación en México y realiza un diagnóstico a propósito de
algunos vacíos de alta importancia que observa en las escuelas. Los vacíos a
los que alude se vinculan a la falta absoluta de toda educación corporal de los
niños, comprendiendo a la educación física e higiénica, mismas que en la época
iban de la mano.
En la mayoría de los textos el objeto de la gimnasia es
en un primer momento el cuerpo del hombre y sólo secundariamente el de la
mujer. Lo que lleva a abrir la pregunta ¿por qué esta clase debió ser
importante para el caso de los colegios de niñas? y ¿cómo podían estos cuerpos
beneficiarse con el trabajo de la gimnasia? En ese sentido, López Sánchez
(2006) argumenta que el desarrollo del pensamiento científico moderno no cambió
sustancialmente la concepción social que se tenía de los cuerpos de las mujeres
durante el siglo xix e inicios del xx. López señala que los “médicos a través de sus
discursos reforzaron la imagen femenina como un ser dependiente, débil,
emocionalmente inestable y altamente propenso a enfermar” (p. 16). Ciertamente,
la particularidad fue que a partir de la modernidad la “condición biológica”
comenzó a ser el cimiento de los argumentos “científicos” en torno a los
cuerpos de los individuos y sus diferencias. Y la “ciencia médica” el discurso
del que emanaron los discursos legítimos y dominantes para pensar los cuerpos y
su funcionamiento.
Esbozando algunos argumentos, observamos que el cuerpo de
la mujer, a diferencia del hombre, era un cuerpo que por sus “funciones
fisiológicas particulares” (menstruación, gestación y lactancia) se agotaba
rápidamente. A pesar de que paradójicamente eran también cuerpos que tendían a
una mayor insensibilidad física (y moral) y a un mayor umbral del dolor. Lo
anterior era el origen de un sinfín de padecimientos físicos y morales (López
Sánchez, 2008). No es de extrañar que ante un cuerpo tan endeble como era el
femenino, algunos tratados de gimnasia le asignaran un espacio para pensar y
describir los ejercicios más a propósito para su constitución. Uno de los
argumentos centrales de la promoción de la gimnasia fue que esta era útil a
todas las constituciones, edades y sexos. José Sánchez, uno de los profesores
de gimnasia del Colegio, señalaba que el cuerpo femenino era el más débil y por
ende el que más fortaleza necesitaba (Sánchez, 1884, p. 79). La vida sedentaria
de la mujer (a la que por naturaleza se inclinaba) reclamaba el ejercicio
corporal como un medio para equilibrar sus fuerzas vitales y auxiliarla en su
salud. Al entrar en la pubertad, además, el ejercicio corporal se volvía muy
útil para evitarle “dolencias que son un obstáculo a su desarrollo” (Lladó,
1868, pp. 124-125). Sumado a los argumentos terapéuticos, el cuerpo femenino se
beneficiaba en términos estéticos y morales con la práctica de la gimnasia,
puesto que esta aportaba a las formas de la mujer “belleza” y “delicadeza”,
aunada a cierta robustez y vigor adecuados a su constitución (y necesarios para
auxiliarla en sus funciones de madre y ama de casa). En términos morales el
ejercicio tenía enorme trascendencia, pues le ayudaba a combatir, entre otras
cosas, el tan perjudicial ocio (tan propio siempre de este sexo) y la
irritabilidad cerebral o nerviosa.
Con base en lo esbozado, puede entenderse por qué
teóricamente la educación –que aquí calificaremos como “corporal”– de la mujer
cobre relevancia en el espacio escolar. Esta importancia se da no sólo en
términos de salud e higiene privada, sino también en términos sociales, ya que
serán estos cuerpos los encargados de parir individuos robustos y sanos, y los
responsables –como madres y mujeres– de la primera educación corporal de los
futuros ciudadanos (no hay que olvidar que estas son las encargadas del cuidado
de los cuerpos: de nutrirlos, de asearlos, de fomentar e implementar ejercicios
físicos en la primera infancia, de enseñar hábitos higiénicos, etc.). La
educación corporal e higiénica de la futura madre es hasta cierto punto la
extensión de la educación corporal de su futuro hijo. En este periodo los
médicos higienistas pensaban que
para fomentar una verdadera cultura de la higiene, era
menester enseñar los principios y preceptos de la higiene a la población. […]
los profesionales de la medicina reconocían que para esta empresa requerían
contar con el apoyo de diversos grupos sociales, y en particular con la
participación de la madre de familia. Se pensaba que la madre de familia era una
educadora por naturaleza y que era precisamente ella quien podría ayudar o
transformar las formas de vida de los mexicanos higiénica o positivamente. La
educación higiénica de la mujer se convirtió en una de las principales
preocupaciones del gremio médico durante el cambio de siglo (Agostoni, 2002, p. 4).
Algunos textos gimnásticos hacen eco precisamente de esto
último. El gimnasta Sánchez subrayaba el hecho de que la fisiología había
demostrado: “la parte que corresponde a la madre en las buenas generaciones, de
modo que inútilmente tendréis hombres robustos si las mujeres no lo fueron
también” (Sánchez, 1884, p. 16).
Al interior del Colegio contrasta que, a pesar de los
beneficios que la gimnasia aportaba a la educación de las colegialas, esta
cátedra tuvo, en un primer momento, un desarrollo un tanto accidentado según
dejan entrever los documentos con los que contamos para recrear esta historia.
Centrémonos por lo pronto en la implementación y el desarrollo de la cátedra a
lo largo de los años aquí estudiados. Observamos que en ciertos periodos de
tiempo surge la duda a propósito de si la cátedra de gimnasia, desde su
implementación en 1876, se impartió ininterrumpidamente a partir de esta fecha
y en lo que resta del siglo xix.
¿Por qué surge esta duda? Por los recibos de pago del año
de 1876 sabemos que Noreña impartió clases de gimnasia de enero a julio.6 Después de julio de 1876
la huella de Noreña, como profesor que imparte la clase de gimnasia, se vuelve
borrosa, así como la huella misma de esta cátedra en el plantel. En los
señalamientos de exámenes, actas de distinta índole, calificaciones, programas
y listas de materias, entre varios documentos consultados, de los años 1877 a
1888, no vuelve a aparecer enlistada o mencionada esta asignatura. Es decir, no
hay algún indicio contundente de la práctica de ejercicios gimnásticos en el
Colegio después de 1877 y hasta aproximadamente 1888.
No es sino hasta el año de 1889 que volvemos a encontrar
indicios de la praxis gimnástica en los documentos.7
¿Por qué ese silencio a lo largo de estos años? Son plausibles varias
hipótesis. De entrada sería factible que la gimnasia
en estos años no fuera considerada como una rama sujeta a examen o a
calificación en el Colegio –a pesar de que en algunas escuelas públicas y
privadas de la ciudad se realizaran exámenes públicos de gimnasia (Garrido,
2016, p. 62)– y que por eso no aparezca registrada en ninguna acta de examen o
de calificaciones. La ausencia de calificaciones y su registro en el programa
de exámenes o como materia a lo largo de estos años, sin duda no implica que se
anulara su ejercicio. Otra opción es que su implementación quedara englobada
como parte de otra materia, particularmente la de “higiene” (cátedra instaurada
en 1878), y que por eso no aparezca alusión clara en los documentos en general.
En este caso, como se verá más adelante, quizá sea la maestra titular de grado
o de cátedra (o la suplente), la encargada de impartir y dirigir los ejercicios
gimnásticos: lo que explicaría la falta de referencias claras a la figura del
“profesor de gimnasia” y a la materia misma. Otra posibilidad más simple es que
su práctica se espaciase, se dejase a un lado o se abandonara, al dejar Noreña
de dar clases en el establecimiento y que esta no se retomara hasta encontrar
nuevamente un profesor de gimnasia adecuado.
A partir de 1890, el general Feliciano Chavarría ocupará
el puesto de profesor de gimnasia y la cátedra, tanto en el departamento de
internas como en el de externas, quedará a su cargo.8
Si bien a Chavarría lo sustituirán posteriormente otros profesores y la clase
en general sufrirá ciertas modificaciones de horario y duración (y no siempre
se impartirá a todos los grados escolares), es posible afirmar que es a partir
de la última década del siglo xix que la práctica
de ejercicios gimnásticos –por lo menos oficialmente– permanece como una
constante del acontecer cotidiano de la vida de las educandas en el colegio
hasta 1915, año en el que la cátedra se suprime por falta de personal y
recursos, debido a la agitada e inestable situación que se vivía en el país y
que afectó fuertemente al Colegio este último año en particular.9
¿Por qué es importante observar el desarrollo temporal de
la cátedra? El caso de Vizcaínas permite apreciar en primer lugar que, a pesar
de las justificaciones teórico-corporales sobre la importancia de la gimnasia
para la educación de los cuerpos, la implementación efectiva de este discurso
no tuvo siempre un desarrollo continuo o uniforme en los planteles educativos
del país (como Vizcaínas) y enfrentó dificultades que sólo podemos inferir.
Estas dificultades pudieron estar vinculadas con la figura y el puesto del
profesor de gimnasia y la formación misma de quien desempeñaba esta cátedra. O
bien, con temores, resistencias y menosprecio del mismo personal del Colegio y
las educandas en general.10
Traigo a colación nuevamente el estudio de Garrido (2016) para abonar a esto
último. Garrido argumenta que a pesar de las opiniones favorables vertidas en
la prensa mexicana y en los tratados en torno a la educación gimnástica del
periodo, además de los esfuerzos de las autoridades escolares y los médicos en
esta materia, todavía para 1876 la población general en México mostraba
resistencia o temor hacia la práctica de ejercicios gimnásticos por
considerarlo inútil o peligroso. Pensamos que lo anterior se acentuaba aún más
en el caso de niñas y mujeres por la fragilidad de sus cuerpos.
Incluso si el silencio o la ausencia contundente de
alusiones o indicios del ejercicio gimnástico en la documentación no implicó
que esta se abandonara o se anulara, lo anterior sigue dando cuenta de la
importancia y sistematización de la misma, en términos de exámenes,
calificaciones y como parte de otras materias. Es decir, si mantenemos la
hipótesis de que la práctica de ejercicios gimnásticos se mantuvo
ininterrumpida en el plantel desde su instauración, la ausencia de
calificaciones y exámenes permite pensar que, en un primer momento –médicos,
profesores y autoridades del Colegio– quizá sólo buscaron fomentar ejercicios
corporales entre las educandas, sin evaluarlos o sistematizarlos. Ese fue el
caso más adelante, a partir de 1889, en que encontramos calificaciones
mensuales y vemos que la gimnasia formó parte de los ramos que se evaluaban en
los exámenes anuales, lo que implicó hasta cierto punto que se estableciera
paulatinamente un sistema de lectura y de evaluación del
cuerpo de las colegialas y sus movimientos, mismo que posibilitó asignar
calificaciones.
En segundo lugar, es importante relacionar esta cátedra
con el desarrollo de la higiene en México y particularmente con el Congreso
Higiénico Pedagógico de 1882 y los subsecuentes congresos nacionales de
Instrucción Pública de 1890 y 1891. Estos congresos, al reestructurar las
políticas educativas en materia de planes de estudio y formas de enseñanza,
reforzaron la necesidad del ejercicio físico (y su evaluación) en el ámbito
escolar, en aras de contribuir a la buena salud y el perfeccionamiento corporal
de los educandos. Además, para algunos investigadores, estos congresos
simbolizan la injerencia del campo médico en la escuela y el hogar, al
establecerse como nuevos referentes que censuran y norman comportamientos
individuales y colectivos (Carrillo, 1999; Chaoul,
2012). Lo formulado en este congreso, así como las subsecuentes legislaciones
en esta materia, sin duda impactaron el desarrollo de la gimnasia al interior
de la escuela. Y nos revelan, como lo ha señalado Agostoni
(2002), la importancia que para los médicos higienistas tuvo la educación de la
población y la creación de hábitos higiénicos entre los mexicanos. Hábitos que
–en el último decenio del siglo xix y por lo menos en
El Colegio de la Paz– se validaron a través de los exámenes.
LOS PROFESORES Y LOS MÉTODOS DE GIMNASIA
El programa o método gimnástico
fue uno de los elementos que adquirió especial importancia en el desarrollo y
consolidación de la gimnasia decimonónica. La importancia del método o programa
recaía en que a través de este se sistematizaba el ejercicio corporal y se
posibilitaba obtener los resultados deseados. Entre todas las ramas y métodos
gimnásticos desarrollados a lo largo del siglo xix,
fue la llamada gimnasia higiénica la rama que más se popularizó y la que se
implementó en los planteles escolares, en vista de que era la que buscaba grosso modo preservar la salud de la población y
robustecer los cuerpos. La gimnasia higiénica, además, era la que tenía más
influencia benéfica sobre los cuerpos y los “organismos sanos” y la que podía
aplicarse y adaptarse a todos los sexos y edades (Campo, 1878 p. 13). Conviene
notar que, en este contexto, la gimnasia se entendió desde un punto de vista
muy general. De ahí que en el tránsito del siglo xix
al xx se englobara como ejercicio gimnástico
a diversos tipos de actividades que hoy en día no tendrían mucha relación entre
sí, como las tablas calisténicas, la natación y el
coro, entre otros (Chávez, 2007, p. 5).
En el proyecto inicial de Castilla encontramos alusión a
la “autogimnasia” como método a privilegiar en el
Colegio. Documentos posteriores, por otro lado, distinguen que la gimnasia que
debe practicarse en Vizcaínas es la “gimnasia de salón”. Pero ¿qué era y por
qué se consideraba adecuada para la educación de las colegialas? Chávez (2006)
argumenta que a finales del siglo xix, en México, se difundió una técnica de enseñanza
gimnástica adaptada a los espacios reducidos: la “gimnasia de salón”. El mote
quizá obedece al hecho de que uno de los primeros textos de gimnasia que se
difundió en el país fue el del francés Eugenio Paz: Pequeño
curso de gimnasia de salón sin aparatos, publicado en 1880. Chávez
(2006) apunta que el “manual de Paz se distinguió por apartarse de los
supuestos militarizados con los que la mayoría de las veces se asoció a la
ejercitación física y porque sus argumentos apelaban al conocimiento científico
del cuerpo humano” (p. 118).
Una lectura atenta revela que ambas palabras en los
textos y en la cotidianidad en realidad se utilizaron para aludir a métodos y
técnicas muy semejantes, si no es que idénticas que se adaptaron a las escuelas
mexicanas y a las diferencias entre los sexos y las edades. En última
instancia, estos métodos referidos y privilegiados en los documentos que
encontramos en Vizcaínas hacen alusión, por un lado, al interés de las
autoridades del Colegio y de los profesores en adaptar los métodos gimnásticos
a los cuerpos de las colegialas y las premisas higiénicas de la época. Y, por
otro, al interés de que las alumnas practiquen una gimnasia que beneficie su
desarrollo corporal y se adecue al mismo.
En Vizcaínas, como parte de esta “gimnasia de salón”, las
colegialas practicaron distintos tipos de ejercicios dependiendo de su edad. La
justificación detrás de esta diferenciación se encontró, sin duda, en sintonía
con las ideas médicas e higiénicas de la época y con las características
fisiológicas que se pensaba gobernaban a los cuerpos. Los argumentos que
justificaban esta diferenciación tienen que ver con la idea de que el ejercicio
y el movimiento del cuerpo debían ser correlativos al desarrollo de los órganos
de los individuos según su edad y su sexo. Así, los distintos movimientos
propuestos para ser ejecutados con orden y disciplina en la clase de gimnasia
incidían en ese sentido en el desarrollo deseable del cuerpo de niñas y
jóvenes. De ahí que los ejercicios no debían ser los mismos (principalmente en
intensidad y repeticiones) para cuerpos pueriles o para cuerpos que entraban en
el pleno desarrollo sexual. La edad y el sexo constituyeron un factor de suma
importancia en la lectura gimnástica moderna, pues constituyen signos
“visibles” y “científicos” que gobernaron las representaciones del cuerpo
(Castillo, 2006).
En el caso del Colegio esta premisa de graduar los
ejercicios y los movimientos del cuerpo según las etapas no fue ajena. Un
ejemplo de ello son los programas de enseñanza de clases de 1895, diseñados por
las profesoras. En estos se aprecian dos elementos importantes: a) que los ejercicios no son los mismos en la secciones
de párvulos (donde se practican “juegos libres” y “juegos gimnásticos”) y en
las de grados más avanzados; b) y que se agregan e
introducen, conforme se crece, distintos tipos de ejercicios que aumentaban la
complejidad y frecuencia.11
Así, en sintonía con los tratados de gimnasia y conforme se desarrollaba el
cuerpo de las alumnas, a lo largo de su trayectoria escolar durante esta clase
y de modo gradual se practicaron: saltos, ejercicios de respiración y de
equilibrio, flexiones de brazos y piernas (con o sin bastón), saltos, marchas
(con o sin bastón) y movimientos oscilatorios de brazos sosteniendo pesas
ligeras (mazas), entre otros. En última instancia, el ejercicio adecuado fue
aquel que privilegió vía series y repeticiones –tres veces por semana en un
lapso de 20 a 30 minutos– los “movimientos naturales” del cuerpo femenino en
aras de vigorizar su constitución, pero sin dañar sus órganos y sus formas.
Lo anterior no resulta trivial, el ejercicio corporal
encarnado en el movimiento de los distintos órganos y partes del cuerpo era,
por más evidente que parezca, el agente principal que empleaba cualquier método
gimnástico. Recordemos que “ejercicio” significaba en este contexto “el
movimiento o la acción repetida de los órganos del cuerpo” (Campo, 1878, p.
13). Uno de los fines del ejercicio corporal fue el de fomentar el movimiento
general y “natural” del organismo (un movimiento que tenía que ser regular,
continuo, rítmico, vigoroso o moderado): era este movimiento del organismo
(principalmente sanguíneo y muscular) el que estaba en el origen de los
múltiples beneficios del ejercicio físico (Sánchez, 1883, p. 13). Además, la
importancia del movimiento muscular radicaba en que era considerado uno de los
principales medios capaz de corregir la morfología humana (Vigarello,
2005, p. 17). La insistencia en distinguir, describir y sistematizar los
“movimientos del cuerpo” no es algo menor en este contexto: constituye una de
las bases de todos los esquemas gimnásticos que surgen a finales del siglo xviii. En suma, será la ejecución del movimiento la
base de la “lectura” que el profesor de gimnasia hace sobre el cuerpo del
ejercitante. Además, es el movimiento el que posibilita y permite construir
calificaciones de la clase y los exámenes de gimnasia. Y revela una concepción
nueva del cuerpo humano que implica, entre muchas cosas, la posibilidad de
medirlo y compararlo, e incluso experimentarlo (Vigarello
y Holt, 2005, pp. 304-305).
Igualmente, el papel y formación del profesor fue otro
elemento clave y esencial en la práctica gimnástica moderna. Esta figura
–idealmente formada en conocimientos fisiológicos, anatómicos y de método
gimnástico– era la encargada (en ocasiones junto a un médico) de elaborar un
diagnóstico del “ejercitante”, en aras de prescribir y ajustar el tipo de
ejercicio a realizar, la parte del cuerpo a trabajar y la frecuencia del
ejercicio según el temperamento, el sexo, el estado intelectual, la robustez
corporal y el objetivo del mismo, entre otros factores. Este era esencial para
marcar el ritmo a través de un instrumento musical, el grito de consignas, o
por medio de cantos y coros. El ritmo era un elemento necesario,
particularmente en la gimnasia grupal (como la que se practicaba en el
plantel), ya que garantizaba el compás, la regularidad y el orden de todos los
movimientos corporales. Es importante subrayar que sólo mediante la disciplina,
el orden y la regularidad, el ejercicio corporal podía incidir verdaderamente
en el desarrollo físico, intelectual y moral de cada individuo. Los profesores
de gimnasia debían ser receptivos al papel que jugaba el ritmo y la música en
el desarrollo de sentimientos heroicos y nobles. De ahí que idealmente estos
fuesen, hasta cierto punto, una especie de directores de orquesta con los que
se aseguraba el diagnóstico correcto del ejercitante, la implementación
adecuada de ejercicios y la garantía de la disciplina y ritmo. Lo anterior no
es asunto menor, una gimnasia mal dirigida podía tener efectos funestos en el
organismo. La práctica de ejercicios corporales exenta de las consideraciones
necesarias podía “producir trastornos de importancia, como son los del sistema
nervioso y sentidos, y ocasionar demacración, vejez prematura, reumatismo,
etc.” (Elizalde, 1867, p. 11).
La junta directiva del Colegio fue sensible, en ese
sentido, al papel que tenía el profesor de gimnasia. La junta era la encargada
de designar y ratificar a los profesores de esta materia. En este periodo se
turnarían en el puesto tanto hombres como mujeres, aunque el papel de estas
últimas, a diferencia del masculino, iría paulatinamente legitimándose. Como he
mencionado, Noreña fue designado como el primer profesor de gimnasia de
Vizcaínas.12 A pesar de su corto paso
por la cátedra, su influencia fue significativa, en primer lugar, porque a lo
largo de los años siguió siendo una figura de referencia gimnástica en el
establecimiento, puesto que su nombre aparece enlistado como sinodal del examen
de gimnasia en distintos años y para distintas secciones.13 Y, en segundo lugar,
porque colegas y alumnas suyas –interesados en la promoción de la gimnasia en
las escuelas– figurarán como profesores de la cátedra en el Colegio en los años
siguientes.
Uno de esos colegas fue Feliciano Chavarría (¿?-1894),14
quien fue designado como profesor de la cátedra en 1890. El desempeño de
Chavarría al frente de la cátedra fue más prolongado (ocupó el puesto por lo
menos hasta finales de 1892), aunque más accidentado debido a sus constantes
ausencias por negocios y enfermedades.15
Otra figura masculina titular, que tuvo un papel intermitente y significativo
de 1893 a 1897, fue la del asturiano José Sánchez Somoano
(1850-1913).16 El papel de Sánchez es
importante para pensar las transformaciones de la práctica gimnástica en el
país, ya que este profesor fue un activo promotor de la enseñanza gimnástica en
las escuelas primarias y se interesó en formar profesoras de gimnasia (Torrabadella-Flix, 2018, pp. 549-596). Sánchez es el
profesor que aparece en las fotografías de la clase de gimnasia que se guardan
en el archivo histórico del Colegio, tomadas alrededor de 1896.17 También aparece marcando
el ritmo a las colegialas de Vizcaínas en la “vista” que filmó en 1896 el
técnico francés Gabriel Veyré en su paso por México.18
LAS PROFESORAS Y EL APRENDIZAJE GIMNÁSTICO
Una cuestión significativa es
que, ante la falta o la ausencia de la figura del profesor de gimnasia, fueron
las profesoras –alumnas normalistas del Colegio en su mayoría– las que se
desempeñaron al frente de esta cátedra. Encontramos que en ciertos momentos del
periodo aquí estudiado las profesoras de los distintos grados de primaria
tuvieron la obligación de dar la clase de gimnasia; o bien, turnarse en su
impartición cuando no había profesor.19
En ciertos años encontramos la alusión directa a que una determinada profesora
en particular posea la exclusividad para la impartición de la clase. Las
profesoras que aparecen regularmente mencionadas se enlistan en el cuadro 2.
Cuadro 2. Suplentes-adjuntas y profesoras de gimnasia
Lista
de profesoras y alumnas normalistas |
Cargo
y años en el que ejerce |
Procedencia
institucional |
||
Leonor
Marenco |
Suplente-adjunta
en 1890, 1896 y 1897 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Amalia
Díaz Fernández |
Suplente-adjunta
en 1892, 1893 y 1894 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
María
Figueroa de Lobato |
Profesora
interina de 1897 a 1899 |
“Maestra
de ejercicios físicos” en la Escuela Normal para Profesoras |
||
Adela
Mörner |
Suplente-adjunta
en 1894 y 1899 Profesora
titular de 1901 a 1905 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Cira Lejarza |
Suplente-adjunta
en 1903 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Guadalupe
Márquez |
Suplente-adjunta
en 1903 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Luz
García Sánchez |
Profesora
entre 1905 y 1908 |
“Profesora
de gimnasia” en la Escuela Normal para Profesoras |
||
Feliciana
Guzmán |
Profesora
en 1908 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Esther
Pérez Palacios |
Profesora
de 1908 a 1909 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Soledad
Herrera |
Profesora
de 1909 a 1914 |
|||
Ignacia
Burgos |
Profesora
en 1915 |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Refugio
Salgado |
Profesora
de la cátedra de párvulos (en la que impartía gimnasia obligatoriamente) |
Alumna
del Colegio de la Paz |
||
Concepción
Unánue |
Profesora
de la cátedra de párvulos |
Alumna
del Colegio de la Paz |
Fuente: ahjmbn, México.
Chávez (2006) señala que todavía a finales del siglo xix la formación de profesores especializados en
gimnasia estaba poco institucionalizada en el país. Generalmente aquellos
gimnastas “experimentados” se habían formado en la milicia o en gimnasios
particulares (como es el caso de Noreña, Chavarría y Sánchez). En este periodo
iniciaban apenas los esfuerzos por uniformar la práctica gimnástica en México,
mediante inspecciones y la obligatoriedad de ciertos manuales escolares. Lo
anterior nos permite pensar en la formación que debieron de haber tenido los
profesores que ejercieron en el Colegio y dar una respuesta parcial a la
pregunta sobre la educación y acreditación de los mismos. Varias preguntas se
imponen para el caso de las profesoras: ¿cómo legitimaban su “lectura” del
cuerpo y su competencia en la materia?, ¿cómo obtenían sus conocimientos de
gimnasia: leyendo, observando o preparando un examen?, ¿por qué estas señoritas
se pensaron como idóneas para impartir la cátedra (como profesoras o adjuntas)?, ¿su selección obedece al azar o a auténticas
competencias “gimnásticas”?
Las preguntas anteriores son pertinentes en tanto que la
cátedra de gimnasia se concibió, por lo menos teóricamente, para ser impartida
por un profesor con conocimientos particulares en el tema (conocimientos que
entraban en consonancia con una lectura particular del funcionamiento y
movimiento del cuerpo).20 Conviene nuevamente
recordar que en este contexto fueron los movimientos “razonados” y
“disciplinados” del cuerpo dirigidos por el profesor o profesora los que
garantizaban los beneficios higiénicos, fisiológicos y estéticos del ejercicio
corporal en el espacio escolar. Además, era este movimiento razonado y
disciplinado el único capaz de replegar sus efectos al interior del cuerpo
humano y de incidir en el intelecto, la voluntad y la moral de los educandos.
Lo anterior constituía una de las bases de lo que aquí llamaremos como “lectura
gimnástica” del cuerpo humano. En el caso de las profesoras, las preguntas
anteriores no son del todo fáciles de responder. Empero es viable obtener
ciertos indicios y aventurar algunas hipótesis. A partir de la década de 1890
encontramos documentos que atestiguan una mayor sensibilidad por parte de las
autoridades del Colegio (principalmente de la junta de profesores en voz de
Luis E. Ruiz) respecto de que las profesoras designadas como suplentes de las
cátedras sean “competentes” en las materias que suplen.21
Por ejemplo, en junio de 1892, la junta de profesores
–instada por Ruiz– sugiere a la junta directiva que se fije el nombramiento de
suplentes fijas para cada materia que se imparte, en razón de que no todas
tienen “iguales aptitudes para todos los ramos de enseñanza, [y] no se
encuentran en condiciones igualmente favorables para el cumplimiento de
[impartir las] clases”.22 Los adjetivos y
criterios: “capaz”, “apta”, “competente” y “tener alguna práctica” comienzan, a
partir de esta década, a aparecer en los documentos que nos hablan de la
elección de las suplentes fijas y profesoras de gimnasia.23 A pesar de su poca
precisión, estos adjetivos nos permiten pensar los criterios bajo los cuales
fueron designadas las profesoras y abren las siguientes preguntas: ¿qué
implicaba ser “competente” y “apta” en el marco de la enseñanza gimnástica?,
¿estaban estos adjetivos vinculados al desempeño de movimientos corporales y a la
lectura gimnástica del cuerpo? o ¿entraban en juego otras “aptitudes” como la
puntualidad, la moralidad y el decoro personal?
En esta temporalidad podemos calificar el “aprendizaje”
gimnástico-corporal de las profesoras (y también hacerlo extensible a las
alumnas) como empírico y teórico. Es decir, un aprendizaje “empírico” obtenido
a partir de la posible asistencia a la cátedra de gimnasia y la implementación
de exámenes (como sustentantes o sinodales). Y un aprendizaje teórico obtenido
a partir de la lectura de ciertos textos higiénicos y gimnásticos ubicados en
la biblioteca del Colegio y de materias que proporcionaron un conocimiento del
funcionamiento del cuerpo y de la importancia del ejercicio como medida
higiénica. Este conocimiento se difundió principalmente a través de la clase de
higiene establecida en el Colegio a partir de 1878. Desde esta perspectiva, el
desarrollo corporal sólo era plausible por medio de la higiene: único arte apto
para la “conservación fisiológica” de las facultades físicas de los niños (Memorias del primer Congreso Higiénico-Pedagógico, 1883).
Importa subrayar que es, sobre todo aquí, en este diseño curricular y en el
interés por la formación de las profesoras, donde podemos ver reflejada esta
idea del Colegio como un escaparate de la modernidad porfiriana y de la
importancia que ciertos médicos, higienistas y gimnastas otorgaron a la
educación de la mujer.
Ahondo primero en torno al aprendizaje que califico como “empírico”, centrándome especialmente en las
profesoras. Es importante subrayar (por más evidente que esto pueda parecer)
que la asistencia a la clase de gimnasia implicó (además del trabajo personal
sobre el cuerpo) el aprendizaje de movimientos corporales y ejercicios
musculares entre las profesoras-alumnas, que posteriormente podía ser
reproducido por ellas. Es sugerente que algunas de las profesoras antes
mencionadas (véase cuadro 2) fueron también simultáneamente, durante el tiempo
que enseñaron, alumnas de la cátedra de gimnasia. Un ejemplo de esto es la
clase de gimnasia, con carácter obligatorio, exclusiva para profesoras que se
establece en marzo de 1893 a cargo de Sánchez.24
Esta se impartía los martes, jueves y sábados de 5 a 6 de la tarde. Entre otras
cosas las profesoras, bajo la supervisión del profesor, hacían “ejercicios de
mazas”.25 Lo anterior es signo del
interés de la junta directiva para que las profesoras, al igual que el resto de
las alumnas, practicaran periódica y metódicamente la gimnasia. Importa
subrayar lo anterior debido a que implicó la posibilidad de obtener una
formación particular o complementaria en este ramo, misma que posteriormente
podría ser replicada o implementada por las profesoras al suplir o asumir la
titularidad de la enseñanza gimnástica.
Conviene señalar que no se conserva mayor documentación
que dé cuenta del tiempo que permaneció vigente la cátedra de gimnasia
exclusiva para las profesoras con carácter obligatorio. Un relato reproducido
en las memorias de Julia Mörner (2001, pp. 133-134),
antigua alumna y profesora del Colegio, hace pensar que quizá la clase anterior
se trató de un evento particular en la vida del plantel, destinado a que las
profesoras adquirieran un diploma de gimnasia. Incluso si esta clase funcionó
sólo ese año (1893) o se concibió hipotéticamente para que las profesoras
pudieran acreditar el examen de gimnasia o mejorar sus conocimientos en la
materia, lo que importa notar es que estos indicios nos permiten pensar los
caminos que siguió la formación corporal posible y deseable de las señoritas en
materia de gimnasia en el Colegio.
De lo anterior se desprende además la relevancia que
tuvieron los exámenes anuales en el aprendizaje empírico-corporal de las
profesoras. Es decir, los exámenes aparecen también como otro instrumento de
aprendizaje corporal que contribuyó en mayor o menor grado a legitimar una
“lectura del cuerpo” y obtener competencia en la materia. Las profesoras del
Colegio (así como las educandas) fueron examinadas en este ramo en más de una
ocasión.26 Así, observamos que
conforme se termina el siglo, los exámenes de gimnasia servirán para acreditar
y legitimar una lectura e instrumentalización del cuerpo, al ser la gimnasia
una de las competencias a evaluar que se comienza paulatinamente a integrar en
la formación escolar y como normalista.27
De ahí que –en lo particular– los exámenes sean importantes, ya que son muestra
de un conocimiento que, por creerse relevante para la formación docente de las
mujeres, se irá sistematizando en aras de otorgar competencia a las profesoras
en el ramo. Sin duda, esta cuestión debe vincularse a los estudios sobre la
profesionalización de la carrera normal para las mujeres y la institucionalización
de la enseñanza de educación física en el país en este periodo (Alvarado,
2004). Este proceso de institucionalización tuvo como fin difundir y uniformar
la enseñanza gimnástica a través de la implementación de exámenes, la creación
de academias de gimnasia e inspecciones, así como la publicación de una
metodología particular vía los manuales escolares (Martínez, 2011).
Un aspecto importante de este proceso y que echa luz a la
interrogante sobre la formación gimnástica de las profesoras del Colegio, fue
la creación de la Academia de Gimnasia Sueca, fundada por Alberto D. Landa (la
cual funcionó de 1903 a 1905 al interior de la Escuela Preparatoria) (Chávez,
2006, pp. 83-85). Sabemos que las profesoras del Colegio –Luz García
Sánchez, Adela Mörner y Amalia Díaz– fueron
acreditadas en esta academia, entre 1902 y 1904. Para ello debieron pasar una
serie de pruebas académicas que constataron la adquisición de los conocimientos
contemplados en el programa. Aquí, las clases y el conocimiento se dividía en
práctico y teórico. En las clases prácticas se realizaban diferentes lecciones
de tipos de ejercicios, mientras que en las teóricas se ahondaba en
conocimientos anatómicos y fisiológicos que buscaban mostrar la influencia del
ejercicio físico sobre el cuerpo humano.28
Estas profesoras, principalmente Mörner y Díaz,
contaron con el apoyo pleno de la junta directiva del Colegio para complementar
su formación como profesoras de gimnasia. Otro signo que nos muestra la
importancia que adquirió la educación de la mujer como una de las bases del
progreso y el fomento de la salud pública y privada.
En cuanto al aprendizaje “teórico”, destaca la
importancia que tuvo la cátedra de higiene como medio para proporcionar a las
alumnas de escolaridad avanzada un conocimiento del funcionamiento del cuerpo y
de la importancia del ejercicio como medida higiénica. En este periodo los
médicos no dejaron de señalar que de nada servían las disposiciones
legislativas y las acciones del gobierno “frente a la falta de una educación
moral, intelectual e higiénica de los mexicanos” (Agostoni,
2002, p. 5). De ahí que la práctica de la gimnasia en este periodo no puede
entenderse sin la educación higiénica, de la que proviene hasta cierto punto.
La higiene se entiende en este contexto como “el arte de conservar la salud, es
decir, el conjunto de reglas cuya observancia nos hace permanecer sanos” (Ruiz,
1888, p. 5). No hay que olvidar que la gimnasia es en gran medida promovida
socialmente con ese fin y objetivo. Además, es gracias al llamado “impulso
higiénico” –como han señalado varias investigaciones– que se comenzó a difundir
la gimnasia en las escuelas, particularmente entre la población escolar
femenina.
En este contexto, el papel de los médicos e “higienistas”
fue fundamental, pues fueron estos los que “adaptaron” los ejercicios a las
características anatómicas del cuerpo femenino y sus funciones fisiológicas
(Chávez, 2006, pp. 81-82). Pero no sólo eso, según constatamos para el caso del
Colegio, son también estos médicos higienistas (Martínez del Villar, Ruiz y
Liceaga) los que difunden, socializan y adaptan entre las alumnas –a través de
sus clases, exámenes y textos– ciertos conocimientos fisiológicos y anatómicos
del cuerpo humano. Conocimientos que sirvieron como marco para orientar no sólo
las prácticas gimnásticas sino también las prácticas corporales en un sentido
más general y, por qué no, una cierta representación del funcionamiento del
cuerpo entre las colegialas.
Los programas de clase y documentos que nos hablan de los
contenidos que revisaban y que tenían que aprender las alumnas para sustentar y
aprobar los exámenes correspondientes a esta materia son valiosos registros que
nos muestran el conocimiento higiénico y “científico” que se difundía sobre el
cuerpo humano. Uno de los temas abordados en esta clase era precisamente el de
“ejercicios musculares y movimientos”. Este tema –que tenía como fin mostrar la
notable influencia de esta actividad en la salud– englobaba, en palabras de
Martínez, “diversas especies de ejercicios, [la] necesidad del ejercicio
corporal para la salud, [y distintos tipos de] ejercicios gimnásticos muy
especialmente para el desarrollo de la caja torácica.”29
Aunado a estos documentos manuscritos, los libros que se
utilizaban en clase constituyen otra valiosa pista para ver el tipo de
conocimiento corporal que era socializado en el plantel. Además de estar
ubicados en la biblioteca colegial del siglo xix,
sabemos por las actas de las juntas de profesores que estos textos se leían en
clase y constituían la base de los contenidos del curso.30 De entre estos textos
nuevamente destacan aquellas obras de la autoría de los profesores antes
mencionados. Como: Nociones elementales de higiene privada
(1888), de Luis E. Ruiz, y Tratado de higiene privada y social por Lacassange
(1881), de I. Martínez del Villar. Fue particularmente este último texto
el que más se usó para esta clase. En este, Martínez hizo énfasis en la idea de
que las principales condiciones para una buena salud eran el aire oxigenado, la
alimentación suficiente y el ejercicio muscular. A propósito de esto último,
Martínez anotaba que debido a que la masa muscular formaba la mayor parte del
volumen de nuestro cuerpo, el ejercicio se volvía indispensable para “la
actividad de las combustiones”, de la nutrición y para la manutención del calor
animal, en última instancia: para el sostenimiento mismo de la vida (Martínez
del Villar, 1881, pp. 120-123).
Sin los conocimientos que proporcionaron estas otras
educaciones teórico-corporales, el papel de la gimnasia al interior del Colegio
no puede entenderse. Bajo ese tenor pueden leerse las reglas proporcionadas por
Liceaga a las colegialas, las cuales se difundieron al interior del Colegio a
modo de manuscrito.31 Para conservar la salud y
correcto vigor corporal, Liceaga recomendaba seguir ciertas reglas higiénicas.
Estas reglas aludían a distintos aspectos (todos tópicos comunes de los textos
de higiene decimonónica), como la vestimenta, el baño, las habitaciones y la
ejercitación física. Con respecto a la ejercitación señalaba: “los ejercicios
deben practicarse todos los días a fin de que se conviertan en hábitos para que
se continúen haciendo la vida entera” (p. 10). Liceaga destacaba que para que
las alumnas se dieran cuenta de la importancia de dichas reglas, era necesario
transmitirles ligeramente “una idea del sistema y aparatos que componen el
cuerpo humano y de su manera de funcionar”, en aras de que, por un lado,
comprendan y no olviden esas nociones elementales, y por otro, para que puedan
explicarlas a los niños (p. 41). Se puede afirmar hasta cierto punto que,
para volverse hábito, el ejercicio corporal requirió de una base científica,
teórica e higiénica accesible a todos (en este caso accesible a las alumnas),
es decir, una base científica-teórica que sirvió de sustento a las reglas de
higiene y como marco al ejercicio del cuerpo. Insisto, fuera de este sustento,
el ejercicio corporal –como praxis y hábito– no se comprende en este horizonte.
Como dos ramas que se imbrican una a la otra, el discurso higiénico es el marco
teórico necesario para entender la importancia de la ejercitación corporal
(entendida como el movimiento sistemático y disciplinado del cuerpo) y, a su
vez, el ejercicio del cuerpo es la acción necesaria que garantiza su
mantenimiento y el éxito de los procesos de aprendizaje en el ámbito escolar.
CONCLUSIONES
En esta investigación pretendí
esbozar algunos de los aspectos vinculados a la introducción e implementación
de la cátedra de gimnasia en Vizcaínas, en el periodo de 1875 a 1915. Ciertos
elementos han quedado fuera, pero esperan ser retomados en futuras
publicaciones fruto de la investigación en curso. La gimnasia se introdujo en
los colegios como una disciplina cuyo objetivo –entre otras cosas– fue el de
contribuir a la salud corporal y social, así como el de fortalecer e incidir en
la educación del cuerpo. En este contexto el cuerpo de las alumnas –en su
futuro rol materno– encerró en su interior el porvenir de los nuevos
ciudadanos, contribuyendo con la gimnasia al desarrollo físico, moral e
intelectual deseable de estos cuerpos femeninos en crecimiento. Lo anterior
permite explicar la importancia que ciertos médicos, higienistas y gimnastas
otorgaron a la educación de la mujer. Una educación que, como vimos, también
fue gimnástica. Es por ello que, nuevamente, hago alusión a esta idea del
Colegio como un escaparate de la modernidad porfiriana, en donde el trabajo de
la gimnasia sobre el cuerpo fue un signo visible de este proyecto de
modernidad.
Considero que el caso del Colegio puede utilizarse como
ilustración general del proyecto que una elite profesional y política (y por
qué no, higiénico-gimnástica), buscó implementar como la norma general en todos
los colegios del país, y en este caso particular, en los colegios de niñas. El
caso de Vizcaínas permite ver que la introducción de la gimnasia en el espacio
escolar implicó, en un primer momento, la paulatina consolidación de un sistema de lectura y de evaluación del cuerpo de las
colegialas y sus movimientos, materializado en la asignación de calificaciones
y en la implementación de exámenes para este rubro.
En un segundo momento, el estudio de Vizcaínas ayuda a
obtener indicios de la formación de profesoras de gimnasia en un periodo en el
que la educación física se estaba profesionalizando. La implementación de la
gimnasia implicó –particularmente por parte de las alumnas-profesoras– el
aprendizaje de una disciplina corporal y de una representación “científica” del
funcionamiento del cuerpo humano. Es decir, la práctica gimnástica (acompañada
de la materia de higiene) proporcionó a las alumnas más avanzadas un
conocimiento del funcionamiento del cuerpo y de la importancia del ejercicio
como medida higiénica. Este conocimiento, además, implicó el aprendizaje de una
“lectura del cuerpo” y la implementación de movimientos corporales.
Por último y en un tercer momento, el ejercicio
gimnástico supuso por parte de las educandas un trabajo personal sobre el
cuerpo, cifrado en la adquisición de conocimientos higiénicos, de la ejecución
y repetición de movimientos corporales y ejercicios musculares. Ciertos autores
han subrayado cómo en este contexto el llamado impulso higienista y la
revolución médico-científica contribuyeron a sustituir la moralidad por la
salud como modelo del porvenir y la felicidad humana (López Sánchez, 2006, p.
16). Los “profesionales de la medicina asumieron la responsabilidad de fomentar
el progreso del país a partir del fortalecimiento de la salud de sus
habitantes” (Agostoni, 2006, p. 402). Es posible
afirmar que la práctica gimnástica desempeñó aquí un papel central para la consolidación
de lo anterior.
Para el año de 1910 la educación física estaba (por lo
menos en apariencia) relativamente generalizada en el ámbito escolar y formaba,
según lo estipulaban los reglamentos oficiales, parte del programa general de
enseñanza de la mayoría de los estados de la república mexicana. Lo anterior es
suscrito en los oficios que todos los estados enviaron a la capital, a
solicitud del comité que se formó en junio de 1909, para representar a México
en el Tercer Congreso Internacional de Higiene Escolar, celebrado en París, en
1910.32 El comité, presidido por
Justo Sierra, Ezequiel Chávez y Eduardo Liceaga, estaba formado por médicos
especialistas, los directores de las escuelas normales y algunos arquitectos.
En estos oficios, dicho comité –preparando su participación en el Congreso– solicitó
“datos relativos a los progresos que haya alcanzado la higiene escolar en los
diversos Estados de la Federación”. Los datos se solicitaron mediante un
cuestionario, una de las preguntas fue la siguiente: “Datos referentes a la
educación física de los alumnos. Escuelas en que se imparte y programas
conforme a los cuáles se lleva a cabo”. En la mayoría de las respuestas
observamos que la educación física se imparte sin mayores contratiempos en las
escuelas oficiales de los estados. No obstante, quedan pendientes más estudios
que nos muestren las vicisitudes particulares de la implementación y
consolidación de la gimnasia en las escuelas mexicanas. El estudio del Colegio
de la Paz revela que la introducción de la gimnasia en el espacio escolar no se
dio de manera llana, para garantizar su éxito hubo que atender toda una serie
de elementos vinculados, entre otras cosas, a la consolidación de una lectura
particular del cuerpo y la formación docente. Estos estudios permitirán sopesar
si Vizcaínas, dentro de todo, es un caso paradigmático y aislado de la
educación que una elite buscó brindarle a las niñas y jóvenes bajo su
supervisión. Por lo aquí expuesto Vizcaínas se presenta como el escaparate de
un modelo que –atendiendo a las ideas de la época sobre el progreso, la
higiene, la civilización, la nación, el cuerpo, la educación, el movimiento y
la mujer– buscó ser la pauta general.
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OTRAS FUENTES
Archivos
agn Archivo General de la
Nación México, México.
ahjmbn Archivo Histórico
José María Basagoiti Noriega, del Colegio de las Vizcaínas, México.
1 Para pensar las “condiciones de posibilidad”, remito al lector a la
siguiente cita: “comprender [históricamente] no es esconderse en una ideología
ni dar un apelativo cualquiera a lo que permanece oculto. Comprender es tener
que encontrar en la misma información histórica aquello que la vuelve pensable”
(Certeau, 1993, p. 21)
2 Para el caso de México sobresalen los estudios en torno a los deportes
(entendidos como actividades físicas de competencia realizadas de manera
secularizada, en las que impera la igualdad de condiciones para los
competidores, la especialización de la disciplina y la racionalización de
reglas, cuya finalidad es registrar y superar récords), especialmente a partir
del porfiriato y a lo largo del siglo xx.
Uno de los estudios que contribuye a introducir este tema en la historiografía
mexicana es Beezley (2004). Con el objetivo de
sistematizar los estudios en torno a la educación física en aras de ampliar el
campo de estudio y no limitarlo sólo a los deportes, Garrido (2016) ha
introducido el término “cultura física”. Entendido como “el conjunto de ideas,
prácticas y creencias respecto al ejercicio corporal que se expresan en
determinada sociedad” (p. 12). En ese tenor más “amplio” (en el cual busca
insertarse esta investigación), se destacan los siguientes estudios: Chávez
(2015); Garrido (2014, 2016); Martínez Moctezuma (2011), por mencionar algunos.
Desde una perspectiva similar, Saint Martin y Attali
(2016) han propuesto asimismo el término de “actividad física” para estudiar
las actividades propuestas en el espacio escolar que buscan ocuparse del
desarrollo físico del cuerpo, sin limitarse únicamente a las prácticas
deportivas.
3 El Colegio, fundado y patrocinado por la Cofradía de Aránzazu, abrió sus
puertas en 1767. En la segunda mitad del siglo xix
cambió su nombre a Colegio de la Paz (en el siglo xx
volverá a retomar su nombre original). En el periodo que aquí nos ocupa el
Colegio se dividía en tres departamentos: el departamento de internas
(conformado por las niñas y jóvenes, así como por las profesoras, que habitaban
el Colegio y se educaban en este); el departamento de externas (conformado por
las niñas y jóvenes que se educaban en el Colegio, pero que no habitaban en
este); y el departamento de asilo (conformado por mujeres que seguían habitando
el Colegio aunque ya no se educaban en él). En este
texto, me centró únicamente en el departamento de internas. Para ahondar más en
la historia del Colegio, consúltense los clásicos, Muriel (1987) y Olavarría
(1889). De reciente aparición, véase a modo de orientación, Galván Lafarga
(2017).
4 Debido a que hablaré de ellos más adelante, en este cuadro no se menciona a
los profesores de gimnasia, cuya labor también es fundamental.
5 Actas de juntas celebradas de enero de 1875 a diciembre de 1883. Estante 4,
tabla v, vol. 12, f. 31, verso y 33, fs.
18663-18665. Archivo Histórico José María Basagoiti Noriega (en adelante ahjmbn), México.
6 Comprobantes de pago. Útiles escolares. 1875-1878. Estante 17, tabla iv, vol. 2, doc. núm. 20. ahjmbn,
México.
7 Libro copiador. 1886 a 1890. Estante 6, tabla v,
vol. 15, fs. 302-312, fls. 18719 a 18729. ahjmbn, México.
8 Informes y documentos anexos. Estante i,
t. iii, vol. 15. ahjmbn,
México.
9 De igual forma, entre 1915 y 1921 esta cátedra comenzará a mutar y
transformarse en la clase de “cultura física”, “ejercicios físicos” y
“educación física”. Lo anterior es tema de otro ensayo.
10 En otro espacio desarrollo la posible “recepción” o “agencia” que las
alumnas y profesoras hicieron de la gimnasia.
11 Documentos presentados a la Junta de 1895. Estante 19, tabla i, vol. 7, fls. NC2233 a
NC2252. ahjmbn, México.
12 Para más información sobre la formación de Noreña, consúltese Garrido
(2016, pp. 48-56 y 110-111).
13 Documentos presentados a la Junta de 1891. Estante 19, tabla i, vol. 2, fl. NC508; Actas
de exámenes del año 1892. Estante 4, tabla iv,
vol. 9, f. 56, fl. NC13992; Calificaciones de 1893.
Estante i, tabla iv,
vol. 3, fls. NC14613B, NC14661B, NC14616B y NC14573B.
ahjmbn, México.
14 Para más información sobre la formación de Chavarría, consúltese Garrido
(2016, pp. 46-48 y 71).
15 Libro copiador. 1886 a 1890. Estante 6, tabla v,
vol. 15, f. 471, fl. 18888; Documentos varios.
Mantenimiento. Planes de estudio. Reglamento. 1888 a 1893. Estante 19, tabla iv, vol. 14; Documentos presentados a la Junta de
1890. Estante 19, tabla i, vol. i.
ahjmbn, México.
16 Aparece también como José Sánchez y González de Somoano.
17 Fotografía de la clase de gimnasia de profesoras (ca.
1896). Sección fotografía antigua, paquete 2, sobre 4. ahjmbn,
México.
18 Veyré fue el encargado de
traer consigo a América el cinematógrafo Lumière. Durante su estancia en México
realizó diversas filmaciones. Una de estas es la de las “Alumnas del Colegio de
la Paz en traje de gimnastas”. La filmación puede consultarse en https://catalogue-lumiere.com/defile-de-jeunes-filles-au-lycee/
19 Cursos y comunicaciones presentadas a la H. Junta Directiva. 1885, 1888,
1895. Estante i, tabla iii,
vol. 14, varias fojas; Actas de juntas celebradas de febrero de 1893 a julio de
1901. Estante 4, tabla v, vol. 14, f. 62 verso y folio 18892
verso; Documentos presentados a la junta de 1896. Estante 19, tabla i, vol. 8, fl. NC2679. ahjmbn, México.
20 Documentos varios. Mantenimiento, Planes de estudio, Reglamento. 1888-1893.
Estante 19, tabla iv, vol. 14, núm. 2 bis. ahjmbn, México.
21 Documentos presentados a la junta de 1890. Estante 19, tabla i, vol. 1, fl. NC 287. ahjmbn, México.
22 Documentos presentados a la Junta de enero a agosto de 1892. Estante 19,
tabla i, vol. 4, fl.
NC1160. ahjmbn, México.
23 Copias de comunicaciones 1893 a 1894. Estante 4, tabla iii, vol. 30, comunicación núm. 10; Documentos
presentados a la Junta de enero a agosto de 1892. Estante 19, tabla i, vol. 4, fls. NC1155 y NC1217.
ahjmbn, México.
24 Documentos presentados a la Junta de enero a agosto de 1893. Estante 19,
tabla i, vol. 4, fls.
NC1443, NC1456, NC1463, NC1480, NC1508, NC1526, NC1536, NC1554, NC1569, NC1622,
NC1623 y NC1672. ahjmbn, México.
25 Copias de comunicaciones de 1893 a 1894. Estante 4, tabla iii, vol. 30, comunicación núms.
8 y 10; Actas de juntas celebradas de febrero de 1893 a julio de 1901. Estante
4, tabla v, vol. 14, fs. 8 a 12, fls. 18838-18842. ahjmbn,
México.
26 Calificaciones. 1893. Estante i, tabla iv, vol. 3, fl. 14605B;
Lista de calificaciones de las alumnas de primaria elemental, superior y
normal, 1890 y 1897. Estante i, tabla i, vol. 1bis, s. f., ahjmbn,
México.
27 Actas de juntas celebradas de febrero de 1893 a julio de 1901. Estante 4,
tabla v, vol. 14. ahjmbn,
México.
28 Informe rendido por el C. profesor Alberto D. Landa de la Academia Gratuita
de Gimnasia Sueca por él dirigida. Estante 22, tomo ii,
vol. 7, pp. 799-800. ahjmbn, México.
29 Documentos presentados a la Junta de 1895. Estante 19, tabla i, vol. 7, fl. NC2286. ahjmbn, México.
30 Señalamientos de exámenes. 1881. Estante 4, tabla iii,
vols. 26 y 27, f. 22, fl. 10206; Junta de profesores.
1892-1906. Estante 4, tabla iii, vol. 28, acta
núm. 6, fs. 5 a 7, fls. 10324 a 10326; Documentos
presentados a la Junta de 1895. Estante 19, tabla i,
vol. 7, fls. NC2256 a NC2258; Documentos varios.
Mantenimiento, Planes de estudio, Reglamento. 1888-1893. Estante 19, tabla iv, vol. 14. ahjmbn,
México.
31 Cinco libretas manuscritas de alumnas, reglas de higiene del doctor Liceaga
[manuscrito]. Estante 22, tabla iii, vol. 5, pp.
1-45. ahjmbn, México.
32 Representación Mexicana del Tercer Congreso Internacional de Higiene
Escolar de junio de 1909a julio de 1910. Caja 274, exp.
19, f. 140. Archivo General de la Nación, México (agn).
* Este
texto forma parte del proyecto: “El ‘gesto corrector’: educación corporal en
los colegios femeninos de la ciudad de México en la época moderna (1843-1921)”.
unam. Programa de Becas Posdoctorales en la unam, becaria del Instituto de Investigaciones
Históricas, asesorada por la doctora Susana Sosenski
Correa.
** Doctora en
Historia y Civilización, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (ehess), París, Francia. Profesora asociada “C” de
tiempo completo en el Colegio de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, unam. Agradezco a las responsables del Archivo
Histórico José María Basagoiti Noriega, Vizcaínas, su valiosa orientación y
apertura: María Eugenia Almaraz, Janet Toledo y a su directora, Ana Rita
Valero. Esta investigación toma en consideración únicamente y en su mayoría,
documentos de este archivo, así como obras que formaron parte de su biblioteca
colegial en el siglo xix.