10.18234/secuencia.v0i110.1765
Artículos
La Italia de Rubén Darío,
Enrique Gómez Carrillo y
José Carlos Mariátegui, 1900-1921
The Italy of Rubén Darío,
Enrique Gómez Carrillo and
José Carlos Mariátegui, 1900-1921
Rogelio de la Mora V.1 *,
https://orcid.org/0000-0001-9307-5615
1Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana,
México, rdelamora@uv.mx
Resumen:
El presente artículo examina las relaciones de Rubén
Darío (1867-1916), Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) y José Carlos Mariátegui
(1894-1930) con el contexto intelectual y cultural italiano durante sus
estancias respectivas en la península itálica. Específicamente, el análisis se
enfoca en el caso de los dos primeros, uno a través de los testimonios de su
estancia en Italia; el segundo mediante sus escritos y sus vínculos directos
con destacados decadentistas y vanguardistas; respecto de Mariátegui, sobre las
circunstancias en las que escribe sus Cartas de Italia,
en vinculación con L’Ordine Nuovo, dirigido por
Antonio Gramsci, y con la presencia de Piero Gobetti. Este texto, que recurre
en gran parte a producciones historiográficas recientes, concluye al evidenciar
la interacción de los actores con el componente histórico.
Palabras clave: contexto intelectual; Italia; Rubén Darío; Enrique Gómez Carrillo; José
Carlos Mariátegui.
Abstract:
This article examines the
relationship between Rubén Darío (1867-1916), Enrique Gómez Carrillo
(1873-1927) and José Carlos Mariátegui (1894-1930) and the Italian intellectual
and cultural context during their respective stays in Italy. In the case of the
first two writers, the article focuses on the former’s accounts of his stay in
Italy and the latter’s writings and direct links with prominent Decadentists
and avant-garde artists. In the case of Mariátegui, it examines the
circumstances in which he wrote Cartas de Italia,
in connection with L’Ordine Nuovo, directed by
Antonio Gramsci, and with the presence of Piero Gobetti. The text, which draws
heavily on recent historiographic productions, concludes by highlighting the
interaction of the actors with the historical component.
Keywords: intellectual context; Italy; Rubén Darío; Enrique
Gómez Carrillo; José Carlos Mariátegui.
Recibido: 1 de julio de 2019 Aceptado: 29 de mayo de 2020
Publicado: 12 de mayo de 2021
Interesa particularmente aquí examinar las relaciones de
tres autores en la cresta de la ola de su tiempo, Rubén Darío (1867-1916),
Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) y José Carlos Mariátegui (1894-1930), con la
atmósfera cultural e intelectual italiana (autores, actores y discursos),
durante sus estancias respectivas en Europa, si bien en circunstancias y
momentos diferentes. De manera más específica, nos detendremos en el caso de Rubén
Darío y Enrique Gómez Carrillo, uno a través de los testimonios de su recorrido
por diferentes ciudades de Italia (1900); el segundo mediante sus viajes y
crónicas, así como sus vínculos directos con destacados artistas y escritores
decadentistas y vanguardistas. Ambos representantes del modernismo, vivirán la
mayor parte de su estadía europea en Francia; Gómez Carrillo muere allí. En
cuanto a Mariátegui, quien durante su estadía europea vive la mayor parte del
tiempo en Italia (1919-1922), la atención estará puesta en su recepción de los
contenidos de la prensa en Turín, específicamente en L’Ordine
Nuovo (1 de mayo 1919-30 de octubre de 1922), dirigido por Gramsci, de
manera particular las colaboraciones de Piero Gobetti. Con tal propósito, hemos
consultado la información contenida en el Centro Studi Piero Gobetti en Turín,
y recurrido a colecciones digitalizadas disponibles.
De los tres –en la ocasión– corresponsales de prensa, los
dos centroamericanos se conocen en Guatemala y ligan una amistad –cierto,
fluctuante– que perdurará a lo largo de sus vidas.1
Estamos en 1890: Darío (23 años) dirige entonces el periódico El Correo de la Tarde, en el cual trabaja como periodista
Gómez Carrillo (17 años). En la misma ciudad de Guatemala, la imprenta La Unión
publica ese año la segunda edición corregida y aumentada de Azul…, la emblemática obra fundacional del modernismo. De
esta juvenil experiencia, Gómez Carrillo escribirá más tarde: “A él le debo, en
efecto, la primera lección de fecunda belleza. Él me enseñó a comprender que
hay en el saber escribir algo que es más que saber, y algo que es más que
escribir […] Azul… fue el evangelio que me hizo
sentir que, por encima de todo, el arte es una religión” (Ulner, 1974, p. 19).
En poco tiempo, Gómez Carrillo emigrará a Europa y será a la prosa lo que Darío
a la poesía en el modernismo.
Por su parte, José Carlos Mariátegui visita París en dos
ocasiones, al inicio y al final de su estancia italiana (1919-1923); para
entonces, Darío ya había muerto y Gómez Carrillo pasaba la mayor parte de su
tiempo en Niza. Pero si en la Ciudad Luz no coinciden, desde sus años juveniles
lee y admira la obra de Rubén Darío, a quien considera “el más grande poeta de
España y de América”.2 En cambio, Mariátegui es
menos indulgente con Gómez Carrillo; no le perdona lo que él considera ligereza
y superficialidad en sus escritos, así como tampoco sus concesiones a la
industria cultural. No obstante, como tantos otros jóvenes de su generación,
Mariátegui había ingresado al mundo de las letras a través de la puerta abierta
por los cronistas –quienes mediante sus publicaciones difundían lo más granado
del pensamiento europeo e hispanoamericano de la época–, entre los cuales Gómez
Carrillo era un maestro en su género (Chang-Rodríguez, 1982, p. 198). Con
motivo del fallecimiento del escritor guatemalteco, el pensador peruano
publicará un artículo en el que, en clave vanguardista, rinde cuentas y “tuerce
el cuello” al cisne de la crónica modernista, afirmando que el “príncipe de la
crónica” había sido un “cortesano de los gustos de su clientela […] carece de
opiniones. Reemplaza el pensamiento con impresiones que casi siempre coinciden
con las del público.”3
I
Rubén Darío se encuentra en
España como corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires en el que labora desde 1889,
cuando recibe y acepta de los editores la invitación para trasladarse a la
capital gala, y como corresponsal cubrir la Exposición Universal de París (14
de abril-2 de noviembre). De estas jornadas, Darío envía un total de doce
crónicas sobre diversos aspectos, que van desde la inauguración de la
Exposición y “la psicología de los visitantes”, hasta los pabellones de los
países invitados, tales como “La casa de Italia” y “Los anglosajones”, los
cuales La Nación publica entre abril y septiembre
de ese mismo año.4 Es en este contexto que
Darío partirá rumbo a la península itálica.
Con el apoyo prácticamente sin restricciones, a no ser en
el aspecto financiero, de Emilio Mitre, director de La
Nación, Darío tiene la libertad de proponer el lugar de destino, así
como la duración y el propósito del viaje.5
Durante su recorrido por la casa de Italia, su acompañante, el poeta y
novelista nietzscheano de origen napolitano Hugues Rabell (1867-1905), comentó
que para gustar de Italia era preciso ir a Italia. Tal consideración, aunada al
hecho de que esa tierra amada por los artistas “era mi sueño deseado […] para
todo poeta y para todo artista el viaje a Italia, el tradicional país del arte,
es un complemento indispensable en su vida” (Darío, 1915, p. lx), sin mucho pensarlo, lleva al poeta nicaragüense a
reconfirmar su disposición para cumplir con su misión en el corazón de la
historia del patrimonio cultural y artístico europeo. El objetivo y la
justificación se definen enseguida: informar a los lectores del diario
argentino sobre el Jubileo o Año Santo en El Vaticano. Por su simbolismo, uno
de los acontecimientos más importantes de la Iglesia católica romana, cuya
ceremonia de inauguración –la apertura por el Papa León XIII de la Porta Sancta de la Basílica de San Pedro– había sido el 1
de agosto. Dicho evento sigue una secuencia tradicional significativa en el
mundo católico, enraizada en la tradición hebraica, fundada en la redención, y
que, en esta ocasión, tiene como precedente inmediato el Año Santo de 1825.
El itinerario por el que se inclina Darío es el del Grand Tour, especie de viaje ritual de estudio o
esclarecimiento para jóvenes en transición a la edad adulta pertenecientes a
familias “acomodadas”, en boga a partir de las primeras décadas del siglo xviii. Podría haber variantes, pero tenía que iniciar
en París y entrar a Italia a través de los Alpes: Turín, Milano o Venecia eran
los grandes ejes del norte de la península. Así que desde el departamento que
en el Faubourg Montmartre de París comparte con
Gómez Carrillo, Darío emprende su camino rumbo a la “divina península”,
desplazándose a la cercana Gare du Nord para abordar el tren con dirección a la
capital del Pieamonte (11 de septiembre). En uno de los compartimentos de este
invento tecnológico mayor, pronto dejará atrás la “dulce Francia”, al
internarse por las faldas caprichosas de la cadena montañosa de los Alpes que
desfila por su ventana y le hace recordar Los Andes. Al día siguiente, a lo
lejos, la silueta de la basílica de Superga le anuncia su arribo inminente a
Turín, “de nombre sonoro, noble ciudad”. Una vez instalado en su hotel, recorre
las galerías, las plazas, la Via Roma, y enfrente de la Piazza Castello, asiste
a un espectáculo en el teatro Giardino Romano, cuyo inmueble –comenta, sin más
detalles– se encuentra “deteriorado”. El filósofo Federico Nietzsche, fallecido
en Weimar días antes (25 de agosto) y quien durante su última estadía en Turín
(21 de septiembre 1888-9 de enero 1889) se hospedaba muy cerca de allí, en su
correspondencia describe este local recién abierto como un “pequeño teatro
simpático”, el cual, en verano, funcionaba también un café-chantant
a la intemperie, el Giardino Caffè Romano, frente al cual solía detenerse a
comer helados y escuchar La Mascotte de Edmond
Audran (Verrecchia, 1978, p. 98). Es a una de estas funciones a la que Darío
asiste probablemente.
La próspera ciudad, “práctica y vigorosa, de trabajo y
esfuerzo”, le permite al poeta conocer esa otra faceta moderna y boyante de la
península. En un país esencialmente agrícola, la presencia de las industrias
eléctrica, química, metalúrgica y mecánica, entre las cuales la de mayor
relevancia es la del sector automovilístico –resumido en la Fabbrica Italiana
Automobili Torino (fiat), fundada en 1889–, convertía
rápidamente a la ciudad en el corazón industrial del país y, por extensión, en
el de los “productores”, es decir, en la capital del moderno proletariado
italiano. Aunque su pabellón en la Exposición Universal de París había sido una
especie de preliminar, de botón de muestra, es probable que Darío estuviera
enterado de la inauguración del primer establecimiento productivo de la fiat Corso Dante, en marzo de ese mismo año, situado a
poca distancia del castillo medieval que visita en esos días, hecho que
consigna en su diario. Darío parece predecir lo que ocurrirá allí dos décadas
más tarde, cuando asienta: “Después sabréis de sus ricas y florecientes
industrias”. Lo que sucederá en la sede de esa poderosa empresa dos décadas más
tarde, el movimiento de los consejos de fábrica, es un punto que abordaremos en
el tercer apartado de este escrito.
En aquel el momento, Darío no oculta su contrariedad al
constatar la omnipresencia de monumentos e inmuebles históricos, relacionados
mayoritariamente con la dinastía Saboya: “Por todas partes estos políticos,
estos generales, estos príncipes, me aguan la fiesta ideal que busca aquí mi
espíritu. Estos políticos son demasiado conocidos para que interesen a quien
buscan en Italia, sobre todo en el reino de la belleza, de la poesía del Arte
[…] Aquí todo es Saboya. No hay monumento, no hay vía, no hay edificio que no
os hable de la ilustre casa” (Darío, 1900, pp. 55-98).
Es difícil entender el porqué un observador de ojo severo
como Darío omite en su diario la existencia de lo que se había convertido ya en
el símbolo por excelencia de Turín y pronto de Italia, el edificio de
albañilería más alto del mundo, de 167 metros de altura, una verdadera
acrobacia vertiginosa de columnas fuertes y dinámicas, situada a poca distancia
de la Pinacoteca y otros sitios que en su diario registra, inició su
construcción en 1867 y fue inaugurada en su última fase en 1889: la Mole
Antonelliana. Imposible de escapar para la mirada hasta del visitante más
inadvertido, puede contemplarla desde cualquier punto geográfico de la ciudad.
Esta obra había causado una gran impresión al autor de El
nacimiento de la tragedia: “el edificio más genial que tal vez ha sido
construido por un absoluto impulso hacia lo alto, no me recuerda a nadie más
que a Zaratustra. Lo he bautizado ‘Ecce homo’ y lo he circundado en el espíritu
con un inmenso espacio libre”.6
Para disfrutar de la visualización plástica de su Zaratustra, el filósofo
trasgresor gustaba de sentarse a admirarla desde alguna de las cafeterías de
las proximidades; transposición arquitectónica que, quizá voluntariamente o por
cuestiones de tiempo, permanece invisible a los ojos del poeta amante del arte
y de la literatura.
Si los monumentos que proliferan en el centro histórico
carecen de elementos para atraer su atención, en cambio Rubén Darío se
encuentra fascinado en el interior de la Pinacoteca, frente a la riqueza
contenida en obras clásicas y académicas de los maestros y otros artistas de
diferentes épocas. En este andar, se detiene para presentar y comentar, sala
por sala, algunas de las obras de creadores que admira: Macrino d’Alba,
Defendente Ferrari, Sodoma, Boticelli, Tiziano, Donatello, Van Dyck, Brueghel,
Holbein, Velázquez, Murillo, Ribera, Sánchez Coello, entre muchos otros. Al
final, renuncia a la ambiciosa tarea de transmitir en palabras todo lo que sus
sentidos perciben: “Imposible observar tanta y tanta obra meritoria” (Darío, 1901,
p. 7).
A falta de información proveniente de fuentes primarias,
cedamos la palabra a Giusseppe Bellini (1982): “Toda la obra poética de Darío,
y gran parte de su prosa, está llena de la presencia de una Italia ideal,
símbolo de la belleza, la gloria y el genio. Cuando Darío realiza, en 1900, su
anhelado viaje a Italia, las primeras páginas de su diario revelan eficazmente
la hondura de su presencia de este país en su formación cultural y en su
espíritu” (p. 367).
En realidad, en las crónicas de Darío se entrecruzan
–complementándose– dos tipos de discursos: el interpretativo, que es el de la
Italia ideal, emanando de la subjetividad y el simbolismo, por una parte, y,
por otra, el informativo, el de la Italia en su cotidianidad, tal como el
escritor viajero la percibe de manera objetiva, natural y espontánea. Esta
forma de relato es una constante en sus contenidos, incluido el de esta primera
escala, la cual concluye en la estación Porta Nuova, donde el “caballo de
hierro” lo conduce a galope con destino a Génova, el 17 de septiembre. Ve huir
el paisaje mientras piensa que Torino “ha de ser siempre triste”, coincidiendo
en ello con los testimonios de otros viajeros que lo han precedido, tales como
Flaubert.7 Al final de su trayecto,
entra a destino por San Pietro d’Arena, conjunto de conventillos que le
recuerdan el barrio de Boca. En el núcleo urbano, eslabona diversas actividades
que en el camino ha programado: divisa la urbe desde la cima del Righi y visita
el cementerio, la catedral, el palacio Rosso y el palacio Bianco, pero pronto
reconoce que: “No puedo, dado el plan de este diario, ni citar todo lo que me
interesa” (Darío, 1900, p. 72).
En Pisa, donde lo encontramos el 20 de septiembre,
describe e interpreta, en un estilo que en ocasiones puede ser telegráfico, los
tesoros artísticos o arquitectónicos que su mirada capta en el Baptisterio, el
Campanile, la catedral de San Lorenzo, la Piazza del Duomo, la Cartuja de
Calci. Las simples observaciones se yuxtaponen con relatos más elaborados,
cargados de emoción o de referencias históricas o literarias, o ambos a la vez,
a los que envuelve con imágenes poéticas. Para comprender el lugar donde se
encuentra y sus antípodas, el bardo tampoco pierde la oportunidad de examinar
el sentido y la idea del viaje (la distinción entre un (badaud
y un flâneur, por ejemplo), consustancial a la
escritura y a la lectura, y, en su caso, homologada a la melopea.8
En su viaje hacia Roma (27 de septiembre), realiza una
breve escala en Livorno para visitar, siempre “rápidamente, en un vuelo
artístico”, el Santuario della Madonna di Montenero, los astilleros y el
Palazzo Mansi; luego, retoma su camino. Parecida a un enorme museo a cielo
abierto y con una historia de más de 2 700 años, la Ciudad Eterna se ofrece al
descubrimiento diferente de Darío, del 3 de octubre al 1 de noviembre. Las
calles y las avenidas son surcadas por fieles provenientes de todos los
rincones del mundo, atraídos por el toque de campanas de las festividades del
Jubileo. En este ambiente de devoción, Darío se entrega a la tarea de visitar,
tomar notas, redactar y enviar por correo a La Nación sus propias apreciaciones de los sitios
imprescindibles: el Foro, el Coliseo, las Catumbas, Villa Borghese, el Pincio,
las basílicas de San Pedro, San Giovanni in Laterano y Santa Maria Maggiore.
Podemos conocer parte de estos episodios gracias al
testimonio del entonces ministro de Ecuador en Italia (1898-1903), novelista,
panfletista político y poeta colombiano de retórica dannunziana, exaltada y
extravagante, José María Vargas Vila (1860-1933), a quien Darío había conocido
en ocasión de la Exposición Universal de París, y con quien convive durante un
par de días (18 y 19 de septiembre).9
Sea porque él mismo estuvo presente o por haber recabado información de su
asistente Ramón Palacio Viso, Vargas Vila relata con ironía momentos
recurrentes de espontánea exaltación en que solía sumirse el poeta –oscuros a
causa de su intensidad y apenas comprensibles para quien se ha forjado en el
radicalismo libertario, anticlerical e individualista–. Este escritor, quien se
jactaba de nunca haberse arrodillado ante un mortal y que consideraba al Papa
como representante de la enemistad mortal contra la vida, cuenta que durante
las festividades del Año Santo en la Basílica de San Pedro, cuando “el grito
delirante de las multitudes” anunciaba el paso inminente del Papa, súbitamente
el poeta estalló en lágrimas y, fusionándose con el sentimiento del “alma
colectiva” (Gustave Le Bon) que allí palpitaba, se arrodilló cuando los otros
se arrodillaban, para, finalmente, quedar “postrado en una especie de
hipnósis”. En otra ocasión, encontrándose en Santa Maria Maggiore, “siguió una
procesión cirio en mano y se licuó en lágrimas, oyendo las pláticas de un
fraile franciscano”. Y, en San Giovanni Laterano –nos sigue narrando Vargas
Vila– sin premeditación, súbitamente Darío acudió al llamado de la penitencia
de un sacerdote que a su paso predicaba; se aproximó, juntó las manos y se
arrodilló, desplazándose así hasta el confesionario. En otro pasaje de su
biografía, el escritor colombiano, en un esfuerzo por comprender tales escenas,
dirá: “los yacimientos vírgenes de aquella alma, se mostraron a mis ojos, en el
raro esplendor de sus riquezas” (Vargas Vila, 1917, pp. 24-25).
Durante el recorrido ferroviario de los más de 200 km de
distancia que separan Roma de Nápoles, el paisaje viene al encuentro de Darío
antes de salir hacia allá, el 11 de noviembre. En esta ciudad, que en su Grand Tour italiano Stendhal califica como “el lugar más
bello del universo”, el poeta cronista, entre evocaciones de Virgilio y Séneca,
deja constancia de su visita a Capri, Sorrento, Castellammare, Pozzuoli,
Posillipio y la Cartuja de San Martino. En su viaje de retorno a París se
detiene en Florencia, en cuyos sitios consagrados (Palazzo Vecchio, Museo degli
Uffizi, entre otros) contempla “con emoción casi dolorosa” la belleza del arte
sublime. Esta perplejidad frente a la magnificencia de las obras de arte que
puede ir acompañada de malestar físico (taquicardia, vértigo, alucinaciones),
será conocida posteriormente como “síndrome de Stendhal”, por el éxtasis que
este escritor francés experimenta en la basílica de la Santa Croce, en ocasión
de su primera visita a Italia.10
Luego de la ciudad de los canales y de las góndolas,
Darío visitó Milán, desde donde tomó el tren de regreso a París. Cerrará este
fin de siglo mordiendo a un siglo nuevo, del cual tomará algunos rasgos, con
sus reflexiones del año nuevo parisiense (“Noel parisiense” y otros más),
publicadas en La Nación y, posteriormente,
incorporadas con el título de Diario de Italia en Peregrinaciones, en 1901. En su prólogo, Justo Sierra
(1901) sintetiza el estado de ánimo con que el poeta emprende, pero también
culmina, su misión periodística en el Bel Paese. Escuchémoslo: “Rubén Darío
entró a Italia como se debe entrar, con la devoción ingenuamente pagana de un
católico, dispuesto a arrodillarse en los Calvarios convertidos en Tabores,
ante los Cristos-Apolos, ante las Madonas-lirios de Angélico, nardos de
Boticelli, rosas de ternura de Rafael, de dolor de Dolci, de vida de Andrea del
Sarlo y de cielo de Bellini.”
II
A poco de cumplir 18 años, por
intermediación de Rubén Darío (si bien en sus memorias, Carrillo afirma que por
méritos propios), Carrillo fue enviado a España por el presidente Manuel
Lisandro Barillas (1886-1892), con el objetivo de adquirir experiencia y más
amplios conocimientos en Europa. En 1891, antes de llegar al país ibérico,
visita París, ciudad donde finalmente se instala –desestimando las instrucciones
de su mecenas, que lo quería en Madrid– y da inicio su vida de escritor, al
publicar su primer libro, Esquisses (1892), seguido
de Sensaciones de arte (1893), con prefacio de
Salvador Rueda. Pronto se convierte en uno de los puntales refinados del modernismo
y, si bien a veces irreverente con escritores e intelectuales españoles, el
desarrollo de esta corriente en España se debió en gran medida a su pluma. Sus
crónicas, en general gratas al gusto del público por su amenidad, serán
conocidas a través del suplemento literario de El
Imparcial. En el universo de las literaturas, sus principales
inspiradores son Victor Hugo, Gustavo Flaubert, Paul Verlaine, los hermanos
Goncourt. Darío, que también será criticado por el tono afrancesado de sus
escritos (pero siempre “en las líneas perfectamente castellanas”)11 dirá de él que “es un
escritor francés que se traduce a sí mismo”.12
En París, Gómez Carrrillo entrevista y frecuenta a
autores que llenan con su fama el mundo de las letras, como Moréas, Verlaine,
Tailhade, D’Annunzio, Marinetti y Maeterlinck. Entre las numerosas revistas que
Gómez Carrillo fundó y dirigió en el trayecto de su vida destacan: El Nuevo Mercurio (Barcelona, 1907)13 y Cosmópolis
(Madrid, 1919-1921), publicación atenta a las nuevas corrientes artísticas
americanas y europeas, que liga modernismo con vanguardia, en cuya nómina
figura gran cantidad de colaboradores ocasionales o permanentes
latinoamericanos como Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Pedro
Henríquez Ureña, Xavier Villaurrutia y Manuel Maples Arce.
De este último, Gómez Carrillo publica en las columnas de
Cosmópolis “Esos poemas eléctricos”, en octubre de
1921. De hecho, el manifiesto del movimiento artístico literario de vanguardia,
Estridentismo, será publicado tres meses más tarde en Actual.
Hoja de vanguardia, núm. 1, en la ciudad de México.
Texto en el cual el autor agradece explícitamente a los escritores que lo
inspiran: Marinetti, Renée Dunan, Rafael Lasso de la Vega, entre otros.
Posteriormente, en Soberana juventud (1967), el
poeta mexicano recordará que a raíz de la publicación de su poema en Cosmópolis, recibe de Marinetti sus manifiestos
futuristas, así como monografías ilustradas de los pintores involucrados en el
movimiento, tales como Umberto Boccioni, Gino Severini y Ardengo Soficci. La
revista dirigida por el escritor guatemalteco sirve de puente a esta transferencia
cultural y al ejercicio vanguardista fecundado por el movimiento artístico,
literario y musical italiano más importante de inicios del siglo xx.
Uno de los aspectos poco conocidos del escritor
guatemalteco es su desempeño en el frente italiano –Verona y Milán– como
corresponsal del diario El Liberal de Madrid, cuyos
envíos eran publicados también en La Nación de
Buenos Aires, entre finales de 1914 e inicios de 1915. Estos artículos serán
reunidos y editados posteriormente en forma de libro en la capital española: Campos de batalla y campos de ruina, bajo el sello de
Mundo Latino, en 1922. Como posteriormente Antoine de Saint-Exupéry cubriendo
la guerra civil española, su papel de reportero consistía esencialmente en
colectar información y redactar reportajes en el corazón de la acción, los
cuales posteriormente eran enviados y difundidos en la prensa. En sus
testimonios de primera mano propone al gran público su experiencia personal de
la guerra, la cual él vive de cerca cotidianamente: sus impresiones, visiones y
sentimientos. En su misión de informar, de dar cuenta de los hechos relativos
al conflicto militar, el viaje que Gómez Carrillo realizó en Italia se redujo
básicamente a los frentes de guerra, expuesto en permanencia a los peligros de
la guerra misma. La peculiar coyuntura bélica le impedía dejarse seducir por
las batallas del vagabundeo y el gran arte a la vuelta de cada esquina. No
obstante, los escritos de esta etapa de su vida contribuirán a mostrar su
faceta de periodista que busca la información precisa y exhaustiva, muy alejada
de su fama de bohemio y de frívolo, subrayada por Mariátegui, como veremos más
adelante.
Es un lugar común afirmar que, en el posromanticismo,
Gabriele D’Annunzio fue un modelo para la literatura hispanoamericana, pues
tempranamente será no sólo estudiado, traducido e interpretado, sino imitado.14 Su heroísmo vital, además
de servir como contrapeso a la poesía decadentista de cuño francés, fertilizará
en ciertos casos la búsqueda de nuevas formas de expresión en el campo de la
creación literaria. Así, por ejemplo, para Mariátegui “el dannunzianismo sobre
todo fue un fenómeno de irresistible seducción para el estado de ánimo
rubendariano” (Mariátegui, 1950).15
Este canto de sirena, según Pedro Henríquez Ureña, es atribuible al hecho de
que en la obra de D’annunzio se encuentra la marca peculiar de los latinos, su
sensualismo, y nadie como él ha realizado el deseo de José Enrique Rodó “de
modelar ‘con el cincel de Herediaʼ la carne viva de Musset” (Henríquez, 1960,
p. 5). Pero, a pesar de su gran presencia entre estos escritores, D’Annunzio
tiene poco contacto directo con el mundo hispanoamericano.
Quizá una excepción lo constituye su relación con Gómez
Carrillo, debido a sus afinidades: ambos poseían personalidades ególatras y
compartían aficiones comunes, además de que laboraban en los medios
periodísticos parisinos. Durante uno de sus viajes a Buenos Aires, a pregunta
expresa de un periodista, Marinetti, “poeta italiano de lengua francesa”,16 declara que Gómez
Carrillo era un “viejo amigo” suyo, del cual “había sido su padrino y su
ahijado en dos duelos” (Gasió, 2011, p. 121). Bellini afirma que Gómez Carrillo
era, efectivamente, “amigo estimado” del poeta, “así como [el mismo Carrillo]
lo era de Marinetti” (Bellini, 1982, pp. 253-254). De esta relación, el mismo
Gómez Carrillo dejará testimonio en “En Roma con D’Annunzio” (Gómez, 1922, p.
291). Luego también, Amado Nervo, en un escrito en el que analiza las nuevas
tendencias en el campo del arte y de la literatura, anota: “Los marinetistas
haciendo todo tipo de contorsiones literarias para lograr un poquito de
singularidad vana. Aquí esta ahora el amigo Marinetti con su futurismo pasado
por agua, en el que sólo cree Enrique Gómez Carrillo, si es que Enrique Gómez
Carrillo cree en alguna cosa” (Nervo, 2019).
Por su parte, Consuelo Suncín (1901-1978), la viuda de
Gómez Carrillo, en la última fase de su vida, confirma en sus memorias que el
poeta italiano era uno de los amigos que su esposo más frecuentaba. Luego del
fallecimiento de Gómez Carrillo, Consuelo se convierte en Consuelo Suncín
Sandoval, Condesa de Antoine Saint-Exupéry, al contraer nupcias con el autor de
El principito. Posterior a la desaparición en los
Andes del escritor piloto, según sus propias declaraciones, Consuelo se ligará
sentimentalmente a Gabriele D’Annunzio (Carbonel y Martínez, 2010).
III
Sin pretender elaborar siquiera
un esbozo de retrato, de los que hay tantos y tan completos (algunos de ellos
ciertamente hagiográficos)17
en los estudios mariateguianos,18
únicamente destacaremos aquí algunos elementos que nos permitan entender mejor
el propósito del presente escrito. A grandes rasgos es preciso evocar que el
joven Mariátegui ingresa al diario El Tiempo, en
Lima, en 1916. Tres años más tarde, junto a César Falcón, funda el periódico La Razón (1919), lo cual coincidió temporalmente con un
conjunto de huelgas de trabajadores en pro de la jornada de ocho horas. Por
considerar que La Razón es opositor al gobierno, el
presidente Leguía conmina a las dos cabezas visibles del periódico a alejarse
del país. Frente a la disyuntiva de desoír la velada advertencia o tomarle la
palabra, aceptan marcharse como corresponsales (“propagandista en el exterior”)
a Europa. César Falcón eligió España; Mariátegui, Italia.
Es también conocido que ambos decidieron viajar juntos y
se embarcaron en el puerto de Callao (8 de octubre de 1919). Luego de una breve
escala en Nueva York, llegaron a Francia el 10 de noviembre. En París se
alojaron 40 días en el Barrio Latino, al final ellos se marcharon hacia la
península itálica, ingresaron por Génova y se detuvieron en Milán, Turín y
Pisa, en diciembre de 1919. Para Mariátegui ese fue el comienzo de una estancia
en Italia (hasta marzo de 1923) decisiva para su formación ideológica, política
y cultural, durante la cual entró en contacto con el pensamiento marxista y
cimentó sus convicciones revolucionarias.19
Los artículos que escribió y envió para El Tiempo
de Lima a lo largo de este periodo fueron reunidos y publicados posteriormente
en forma de libro con el título Cartas de Italia
(1975), de enorme importancia para comprender los fundamentos de su
pensamiento.
En Italia, Mariátegui será testigo de la consolidación
del fascismo, que con el sostén de la monarquía, los militares y los grandes
propietarios agrarios e industriales, hace frente a la izquierda y a las
conquistas parlamentarias obreras. Desde su arribo, a través del prisma de la
prensa –principal, pero no exclusivamente, de L’Ordine
Nuovo, Avanti, Il
Soviet, Critica Sociale y, posteriormente, La Rivoluzione Liberale (a partir de febrero de 1922)–
se informa y amplía su conocimiento de los grandes acontecimientos que agitan a
Italia, al continente y al mundo: las ocupaciones de tierra en la península
(Legh Rosse y Leghe Bianche), la insurrección en Hungría, las luchas obreras
alemanas, el combate por la independencia en Irlanda, la revolución rusa. De
hecho, el llamado “bienio rojo” culmina con el episodio de la ocupación de las
fábricas fiat, en agosto-septiembre de 1920,
como veremos líneas más adelante.
Para los propósitos del presente escrito, sólo nos
focalizaremos en el primero de los órganos de prensa antes mencionados, por
constituir una de sus fuentes más importantes de información20 y de inspiración;
haciendo hincapié tanto en la experiencia turinesa de democracia obrera como en
la figura de Piero Gobetti (1901-1926),21
por su impronta (al lado de Croce, Papini, Tilgher, George Sorel, Barbusse y,
claro está, Marx) en la formación ideológica y política de Mariátegui. L’Ordine Nuovo, Rassagna Settimanale
di Cultura Socialista, había sido creada por Antonio Gramsci, Angelo
Tasca (ambos 28 años), Humberto Terracini (24 años) y Palmiro Togliatti (26
años), en mayo de 1919, en Turín, sede de la fiat
y núcleo industrial del país. Desde la visita de Rubén Darío en 1900 hasta el
presente, la fiat había pasado de 450 a 10 000
obreros que laboraban en sus instalaciones turinesas (Castronovo, 2005, p. 32).
En un primer momento, los redactores de la revista
privilegiaron el aspecto cultural en la lucha revolucionaria y la necesaria
preparación de la revolución, entendida como proceso capaz de construir la
unidad entre las masas y los intelectuales. En un segundo tiempo, en
continuidad con el proyecto anterior, la revista buscaba convertirse –y lo
logró– en el portavoz del movimiento de los Consejos de Fábrica, vistos como el
medio de realización de la democracia obrera, premisa de un futuro estado
proletario. La especificidad del nuevo órgano de prensa consiste en haber sido
la única publicación del movimiento obrero turinense.
La experiencia seminal de los Consejos de Fábrica
corresponde al periodo de ocupación de fábricas, cuya máxima intensidad se
produce, al mismo tiempo que culmina en derrota, en agosto-septiembre de 1920,
aunque desde fines de junio la situación en la parte septentrional de Italia
era ya objetivamente revolucionaria. La Torino, que había recibido a Mariátegui
a vuelta de año (1919-1920), era en ese entonces la única ciudad con
aspiraciones a convertirse en el Petrogrado italiano. El pensador peruano
recordará después la constitución de los comisarios de fábrica (Comitato di Studio dei Consigli di Fabbrica Torinesi)
llevada a cabo en la oficina metalúrgica de la Brevetti-Fiat, así como la
cuestión de la toma de poder revolucionario que estaba al orden del día. En
efecto, compuesto por varios grupos de izquierda –a
la cabeza de Antonio Gramsci–, los comisarios no sólo libraban una batalla por
horarios o salarios, sino que defendían el principio según el cual el gobierno
de las fábricas debería estar en manos de la clase obrera, e igualmente que el
orden del trabajo y de la producción debería ser controlado por los productores
(obreros manuales, técnicos e intelectuales): se trataba de una revolución in statu nascendi.
Por ser parte de los actores y por encontrarse en primera
línea, L’Ordine Nuovo cubrió con información de
primera mano lo que allí ocurría. Tales acontecimientos evidenciarán la ruptura
insalvable al interior de las fuerzas socialistas (revolucionarios,
maximalistas y reformistas). La escisión se formaliza en el XVII Congreso
Nacional del Partido Socialista Italiano, en Livorno, efectuado del 1 al 21 de
enero de 1920, año en el que Gramsci figura entre los fundadores del Partido
Comunista. Mariátegui, quien asiste a este congreso, recordará más tarde que la
razón principal de tal ruptura había sido ideológica y que, de las tres
tendencias en presencia, el Comintern había hecho suyos los puntos de vista de
la fracción minoritaria comunista (Mariátegui, 1975, p. 93). Según Anna
Chiappe, es en el curso de estas jornadas –probablemente en el Teatro Goldoni o
en el San Marco– donde continuarían las sesiones de la fracción comunista, en
las que Mariátegui ve y escucha a Gramsci durante sus intervenciones.22 En todo caso, el
conocimiento que Mariátegui tiene del ordinovismo de Gramsci y de Gobetti no se
limita a su paso por la capital del Piemonte o Livorno. Con un tiraje de 30 000
ejemplares, impresos en Turín y su provincia, así como en Lombardía, el diario
se difundía ampliamente y podía adquirirse con regularidad en numerosos puntos
de distribución en las principales ciudades de Italia (Viglongo, 2017, p. 17).
Directamente o a través de las observaciones de Gramsci,
la lectura de L’Ordine Nuovo es el punto de
encuentro entre Mariátegui y Piero Gobetti,23
piedra angular en la concepción del proletariado que el pensador peruano
adoptará y adaptará a la realidad concreta de su país natal y a la historia y a
la cultura americana. Sin ser comunista, Gobetti es amigo de Gramsci y de los
comunistas de su entorno, y colabora como crítico de teatro y literario en la
revista.24 De pensamiento liberal,
enmarcado en los horizontes de Keynes y John Stuart Mill, pero crítico del
Estado italiano, está persuadido que la revolución o es portadora de libertad o
se transforma pronto en su opuesto; por tanto, una revolución o es liberal (en
el sentido de liberadora) o no es una revolución. También piensa que, si un
proceso revolucionario debe suscitarse, este será guiado por el movimiento
obrero, no por la burguesía que, entregándose al fascismo, demostraba (en
Italia) haber agotado su misión histórica (Gobetti, 1996). Asimismo, estima –en
su posición de resuelto adversario de todo programa de socialización de los
medios de producción– que “el experimento marxista” en Rusia había fracasado,
porque el juicio ético-político no coincide con el económico; en todo caso,
había sido una confirmación del liberalismo, lo cual constituye para él una
paradoja: “La ironía de la historia es que los primeros intereses burgueses,
luego de tantos discursos de civilidad mística y desinteresada, se han creado
en Rusia en nombre del marxismo”(Gobetti, 1997, p. 425). Sin embargo, su
abierta simpatía por la obra de Lenin y, aún más, de Trotsky, era explícita.
Su formación como estudiante en la Universidad de Turín
estuvo marcada por su maestro el economista Luigi Einaudi e influida por el
pensamiento de Benedetto Croce y Giovanni Gentile. En la atmósfera del biennio rosso, en la que los liberales no eran ciertamente
revolucionarios y los revolucionarios eran todo menos liberales, a causa de su
postura, distante de la marxista de Gramsci, Gobetti fue rudamente criticado
por Palmiro Togliatti en las mismas columnas de L’Ordine
Nuovo (mayo de 1919). Crítica que también pudo haber obedecido
colateralmente a los lineamientos de la Tercera Internacional Comunista, creada
en Moscú tres meses antes, a la cual L’Ordine Nuovo
estaba adherida y era portavoz (hasta 1924). Su labor consistía en depurar los
elementos reformistas dentro del Partido Socialista de Italia.
En su reflexión y desarrollo del pensamiento liberal, que
se avecinaba a una interpretación no ortodoxa del marxismo, Gobetti se
preguntaba y trataba de resolver la cuestión fundamental relacionada con el proceso
de formación de la voluntad colectiva –“el problema de los problemas”, según
Gaetano Salvemini–; es decir, cómo formar una nueva clase política capaz de
derrotar y sustituir el dominio de la burguesía italiana. La respuesta
consistía en preparar cultural y políticamente nuevos cuadros ligados a las
masas populares aptos para conducir al país luego de la caída del fascismo; la
política debe ser realizada en forma de educación. Con este objetivo, Gobetti
puso en marcha un movimiento de acción ligado a la actividad periodística y
editorial, materializada –además de su Energie Nove
(1918-1920) y su colaboración con L’Ordine Nuovo
(1919-1920)– en Revoluzione Liberale (febrero de
1922-noviembre de 1925), la revista cultural quincenal Il
Barretti (diciembre 1924-enero 1925) y la casa editorial Piero Gobetti
Editore.25 La revista de oposición
al fascismo, a la cual –como señala Robert Paris (1961, p. 9)– Mariátegui es
“un asiduo y atento lector”, Revoluzione Liberale
no tarda en ser intervenida por el comisario de la policía de Torino, quien
seguía las instrucciones de Mussolini con el fin de impedir al joven talentoso
toda actividad editorial, incluso las publicaciones periódicas, en enero de
1925. Para proseguir su combate, Gobetti se marchó a París, donde fallece en un
hospital a los 25 años, el 11 de febrero de 1926, tres meses antes del arresto
y el encarcelamiento de su amigo Gramsci por el mismo régimen
contrarrevolucionario.
En consideración a los valores morales y la coherencia
intelectual que Gobetti sostuvo a lo largo de su breve existencia, Mariátegui
declaró haber experimentado hacia su persona una “afectuosa asonancia”, y –como
subraya Robert Paris– Gobetti será “un punto constante de referencia, tanto en
el plano de la concepción literaria como en el de la política y la metodología
e incluso, se puede decir, de la concepción ética de la vida” (Paris, 1961, p.
6).
Para comenzar a cerrar el presente apartado,
estableceremos a grandes líneas ciertos paralelos entre ambos pensadores
perseguidos políticos y muertos jóvenes.26
En torno al mito de la revolución social como expresión de la voluntad, no del
intelecto, idea central en la atmósfera del pensamiento de la época (en cuya
reflexión lanzan las bases Georges Sorel, Henri Bergson, Romain Rolland y
Ortega y Gasset), Mariátegui afirma: “La fuerza de los revolucionarios no
reside en ciencia sino en su fe, su pasión, su voluntad. Es una fuerza
religiosa, espiritual, mística”.27
Por su parte, Gobetti (1969) sostuvo que el “discurso revolucionario se
inscribe en una matriz de carácter mesiánico”, y que la lucha contra el
fascismo, “antes que política, es de naturaleza moral, tiene un valor
religioso”; por tanto, añade, “mi lugar está necesariamente en la parte de más
religiosidad y voluntad de sacrificio. La revolución hoy se sitúa en todo su
carácter religioso” (pp. 419-420). En otro momento, manifiesta que “el socialismo
y el comunismo no son ideales que persigue una sociedad, sino que tienen una
función histórica como mitos de acción”.28
Ambos comparten también un rechazo a la ideología iluminista del progreso (que
crea la ilusión peligrosa de felicidad por obra del orden imperante) y, desde
perspectivas diferentes, una crítica aguda contra la burguesía. Asimismo, los
dos se entregaron a la tarea de organizadores de cultura,29 entendiendo la necesidad
de vincular el combate político con la literatura y el arte; impulso en el cual
la fuerza motriz del cambio lo constituye la prensa, cuya función principal es
elevar el nivel cultural de la clase trabajadora.
A MANERA DE CONCLUSIONES
El punto de partida de este
trabajo consistente en interrogarnos sobre las relaciones de los tres autores
aludidos con la atmósfera cultural e intelectual italiana durante sus
respectivas estancias en Europa, y nos marcó el camino para indagar sobre nuestros
supuestos iniciales. En esta conexión entre actores y componente histórico, en
los tres grandes apartados que integran el cuerpo principal del presente texto,
hemos seguido las pistas de Rubén Darío por diferentes ciudades de Italia,
pasado por el tamiz las experiencias de Gómez Carrillo y, en un tercer momento,
observado de cerca aspectos del “momento mariateguista” en Italia,
De los protagonistas analizados, los tres recorrieron o
realizaron estancias de breves a prolongadas en el Bel
Paese y escribieron e interpretaron –al mismo tiempo que contribuyeron a
difundir masivamente en el mundo hispanoamericano– su historia, su arte, su
literatura, sus mitos y su realidad política. A pesar de la común francofilia
de Rubén Darío y Gómez Carrillo, admiración no tan presente en el caso del
escritor peruano, también los tres compartieron una fascinación por el arte y
el mundo del pensamiento y de la cultura italiana; seducción y conocimiento
evidenciados en sus publicaciones respectivas. De sus contemporáneos, los tres
conocieron lo esencial de las obras de D’Annunzio y de Marinetti, por haber
recibido su influencia o, en el caso de Gómez Carrillo, por haber cultivado
relaciones de amistad. Si Darío y Mariátegui comprenden y admiran la obra del
histriónico autor de Il piacere, su postura será
crítica y sin halagos.30
El viaje a Italia guardará un significado diferente y
especial: elevado al rango de realización de un sueño, o bien, en lo
concerniente al pensador peruano, la atmósfera ideológica y política se
encuentra propicia para insertarse de manera original y crítica en el
pensamiento marxista. No obstante, si bien a partir de inquietudes diferentes e
incluso divergentes, otro punto de convergencia es la idea del viaje espiritual
y del viaje a través de la geografía. Gómez Carrillo, por ejemplo, se
autodefine como “El cronista errante” y se considera “ciudadano del mundo”;
Rubén Darío es un desarraigado “por excelencia”, y el Amauta,
en continuo movimiento, un hombre que decide ver Italia con sus propios ojos,
sin lentes capciosos de la erudición, sin literatura.31
De igual manera, hemos visto cómo en los escritos de
Darío el culto del yo, la exaltación y la subjetividad son elementos con
frecuencia presentes en su búsqueda de una realidad más allá del mundo real. En
el caso de Gómez Carrillo, por la fuerza de las circunstancias testigo y
narrador del conflicto armado durante su estadía en Italia, sus artículos
periodísticos, precisos y bien documentados, contribuirán a desvanecer la
reputación de superficialidad que empañaba su obra, trivialidad sobre la cual
el autor de los Siete ensayos fundaba su juicio. En
cambio, en Mariátegui, L’Ordine Nuovo y, en
particular, la obra de Gobetti, constituyen unos de los puntos de mayor
densidad interpretativa y de propuesta creativa para la acción, cuya reflexión
está contenida en Cartas de Italia. Sin embargo, no
es posible hablar de una influencia directa. Mariátegui bebió de fuentes
diversas, tomó un poco de todas partes; aunque las afinidades entre Gobetti y
Mariátegui son numerosas, puesto que compartían intereses comunes. En Italia
asimilará igualmente la cosmovisión y aspectos del pensamiento de autores
diversos: Bergson (reacción al positivismo), Georges Sorel (rechazo al
determinismo que privilegia la estructura económica a la acción
revolucionaria), Miguel de Unamuno (la humanidad y la religiosidad, el ideal de
Don Quijote), el surrealismo (transformar el mundo, cambiar la vida) y –en
apariencia diametralmente opuesto– Nietzsche (asimilación original de motivos
nietzscheanos dentro de su concepción revolucionaria) (véase Ibáñez, 2011, pp.
11-24).
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1 Sobre esta relación amistosa, fluctuante tras las bambalinas, véase Fernández
Ordoñez (2016).
2 José Carlos Mariátegui (Juan Croniqueur), “Luisa Morales Macedo, artista
admirable”, El Tiempo, 23 de septiembre de 1916, p.
2.
3 José Carlos Mariátegui, “El príncipe de la crónica”, Variedades
de Lima, 3 de diciembre de 1927.
4 Fechas 30 de abril, 1, 23, 28 y 29 de mayo; 4 y 5 de junio; 9 de julio; 1,
16 y 29 de agosto; 6, 15 y 24 de septiembre. Un análisis de las colaboraciones
de Darío para La Nación se encuentra en Colombi
(1997).
5 Véase Teodosio Fernández (2016).
6 Carta a su amigo Heinrich Kolselitz, fechada el 30 de octubre de 1888
(Nietzsche, 2008). Para Nietzsche, la vida buena es ascendente, mientras que la
vida mala es descendente. De ahí el elogio alusivo al impulso hacia lo alto.
7 Flaubert describe a Turín como la ciudad más tediosa del mundo, al igual
que el Marqués de Sade, quien estuvo allí en dos ocasiones (Massimo, 2007).
Esta sensación de melancolía, de tristeza, está presente en los simbolistas y
es recurrente en la literatura modernista. Rubén Darío la había reflejado en
“Canción de carnaval” (en Prosas profanas y otros poemas,
1896), y volverá a hacerlo en “Melancolía” (en Cantos de
vida y esperanza, 1905). El “sol negro”, el “mal del siglo”, es el signo
distintivo del artista. El mal perdura, sus imágenes y sus formas cambian.
8 Como lo atestigua Vargas Vila, Darío era ya por estas fechas un consumidor
consuetudinario de bebidas alcohólicas. Vargas (1917, p. 30).
9 Si bien se conocieron personalmente en París, su relación, marcada por la
enemistad, data de 1894, así como rememora Vargas Vila en la biografía, que le
consagra a Rubén Darío, un año después de su fallecimiento (1917). En esta
biografía, que es también un ensayo panegírico pletórico de imágenes, el
escritor colombiano desglosa las circunstancias de su encuentro en Roma y
discurre sobre la estrecha amistad que lo uniría con el admirado vate nicaragüense
en años subsecuentes.
10 Darío (1904) volverá tanto a esta ciudad como a Venecia, en mayo de 1904,
ocasión en la cual escribirá un artículo sobre cada una de ellas, mismos que
serán incluidos en la segunda parte de su Tierras solares
(pp. 81-192).
11 Juan Varela, “A manera de prólogo” (Darío, 1900).
12 Citado en el prólogo a Enrique Gómez Carrillo (1925).
13 En la que colaboran o son traducidos Marinetti, Max Nordau, Rubén Darío,
Miguel de Unamuno, Jean Moréas, Salvador Rueda, Amado Nervo, Francisco García
Calderón, Santos Chocano, entre otros.
14 Por ejemplo, el escritor, ensayista y representante diplomático ecuatoriano
Gonzalo Zaldumbide (1882-1965) publica su estudio La
evolución de Gabriele D’Annunzio, en 1909.
15 José Carlos Mariátegui, “La influencia de Italia en la cultura
Hispano-Americana”, Variedades, 25 de agosto de
1928, Lima.
16 Rubén Darío, “Marinetti y el futurismo”, La Nación,
5 de abril de 1909.
17 En los escritos sobre Mariátegui había sido una especie de tradición. Razón
por la cual Robert Paris (1966, pp. 1065-1072) saluda como obra más objetiva,
al mismo tiempo que señala deficiencias, el trabajo de Guillermo Rouillon (1968).
18 A título de ejemplo: John M. Baines (1972); Michael Löwy (1987); Antonio
Melis (1992, pp. 521-528); Estuardo Núñez (1994; 1964, pp. 179-197); Robert
Paris (1966, pp. 1065-1072; 1961, pp. 3-13; 1981).
19 Una reciente aproximación al viaje de Mariátegui en Italia, enfocada a su
formación intelectual, se encuentra en Gianandrea Nodari (2018, pp. 147-181).
20 Información, no obstante, deficitaria, como no podía ser de otra manera,
debido a la distancia y a la falta de acceso a fuentes originales. Con todo y
esos bemoles, no hay punto de comparación con la información a la que
Mariátegui hubiera podido tener acceso a través de la prensa en Perú.
21 Mariátegui consagrará posteriormente tres artículos a Gobetti, publicados
en Mundial, entre julio y agosto de 1929, luego
reagrupados en El alma matinal: “Piero Gobetti” (12
de julio), “La Economía y Piero Gobetti” (20 de julio) y “Piero Gobetti y el
Risorgimento” (12 de agosto).
22 “Anna Chiappe rememora su vida junto a José Carlos Mariátegui”, entrevista
por Víctor Campos, Caretas, Lima, 2 de mayo de
1989. Recuperado de
https://cortinasdehumo.wordpress.com/2016/11/27/anna-chiappe-rememora-su-vida-junto-a-jose-carlos-mariategui/
23 Los trabajos que se han centrado u ocupado en parte de la relación entre
Mariátegui y Gobetti son: Treves (1946); Paris (1961, pp. 3-13); Núñez (1964,
pp. 179-197); Casetta (1967-1977, pp. 53-106); Melis (1979). Más recientemente,
Beigel (2005).
24 Gramsci (1972) dirá de él: “no era un comunista y probablemente nunca lo
hubiera sido, pero que había comprendido la producción social e histórica del
proletariado” (pp. 376-377).
25 Gobetti crea la casa editorial en marzo de 1923. En dos años publica cien
libros de autores antifascistas, pero también liberales, católicos,
simpatizantes del movimiento obrero, socialistas, sindicalistas revolucionarios
e incluso el “fascista” Curzio Malaparte. Luigi Einaudi y Gaetano Salvemini,
sus maestros, publicarán allí Le lote del lavoro
(1924) y Dal patto di Londra alla pace di Roma
(1925), respectivamente. Citado en Polito (2019, pp. 206-207).
26 Sobre la sinonimia entre Gramsci y Mariátegui, véase Aricó (1978).
27 José Carlos Mariátegui, “El hombre y el mito”, Variedades,
11 de octubre de 1924.
28 Piero Gobetti, “Guerra agli apolitici”, La Rivoluzione
Liberale, año iii, núm. 10, 4 de marzo de 1924, p.
40.
29 Mariátegui funda la casa editorial Minerva (1925), la revista mensual Amauta (1926), organiza Central General de Trabajadores
de Perú, funda el Partido Socialista del Perú y publica sus 7 ensayos sobre la realidad peruana (1928).
30 Mariátegui (1950) dirá de él: “un gran poeta y gran histrión, merece ser
considerado como el producto genuino del suelo y de la raza italiana. Pero
D’Annunzio no es más que un modelo de una serie interminable”.
31 En respuesta a la pregunta de cuál es su afición predilecta, Mariátegui
(1994) responderá: “Viajar. Soy un hombre orgánicamente nómada, curioso e
inquieto” (p. 1392).
* Doctor
en Historia por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París
(ehess, por sus siglas en francés). Sus líneas actuales
de investigación se centran en el trabajo intelectual, pensamiento y modernidad
en América Latina, siglos xix-xx.