10.18234/secuencia.v0i108.1769
Artículos
Consecuencias demográficas
de dos epidemias coloniales
en las familias de Taximaroa
Demographic Consequences of Two Colonial Epidemics for Taximaroa Families
José Gustavo González Flores1, 0000-0002-4359-0106
1Universidad Autónoma de Coahuila, México, minerito3@hotmail.com
Resumen:
En este artículo se analiza la incidencia de las
epidemias de matlazáhuatl de 1738-1739 y el tifo de
1813-1814, así como sus consecuencias al interior de las unidades familiares
desde el caso de la parroquia de Taximaroa en el
obispado de Michoacán. Para lograrlo se recurrió al análisis de las partidas de
entierros mediante el método de conteo anónimo (agregativo) y el de
reconstrucción de familias. Se concluye que las epidemias de tifo afectaban
predominantemente a la población adulta y sus consecuencias fueron más
radicales que la viruela o el sarampión, ya que desarticulaban casi por
completo a las familias con la muerte del padre, de la madre o de ambos.
Palabras clave: epidemia; tifo; matlazáhuatl; familia; mortalidad; Taximaroa.
Abstract:
This article analyzes the matlazáhuatl epidemics of 1738-1739 and the typhus outbreak
of 1813-1814, together with their consequences for family units through the
case of Taximaroa Parish in the bishopric of
Michoacán. To achieve this, burial items were analyzed using the anonymous
(aggregative) counting method and the family reconstruction. The article concludes
that typhus epidemics predominantly affected the adult population and that
their consequences were more devastating than those of smallpox or measles,
since they almost completely disrupted families as a result of the death of the
father, mother or both.
Key words: epidemic; typhus; matlazáhuatl;
family; mortality; Taximaroa.
Recibido: 17 de julio de 2019 Aceptado: 23 de octubre de
2019
Publicado: 24 de julio de 2020
INTRODUCCIÓN
Durante el siglo XVIII se
suscitaron varias epidemias que asolaron a la población novohispana, sobre todo
a partir del primer tercio de dicho siglo. Si bien se han estudiado a nivel
parroquial o regional en distintos casos de la Nueva España, poco se ha dicho
en torno a sus efectos a nivel familiar. De los trabajos que han estudiado las
epidemias mediante el método de reconstitución de familias, se encuentra el de
Paulina Torres (2017b) sobre el caso de Encarnación, en el obispado de
Guadalajara, a fines del siglo XVIII y principios
del XIX. Para la epidemia de tifo de 1814, por
ejemplo, esta autora detectó que 243 familias perdieron a más de un miembro (p.
205). Las epidemias afectaban de forma distinta al entorno familiar; había unas
que golpeaban más fuerte a la población adulta, como el caso de las de tifo o matlazáhuatl, pero otras como las de viruela y sarampión
que se ensañaban más con los niños.
El objetivo principal de este estudio es analizar la
incidencia de las epidemias de matlazáhuatl de
1737-1738 y el tifo de 1813-1814, así como sus consecuencias al interior de las
unidades familiares desde el caso de la parroquia de Taximaroa.
Para este análisis se emplearon las partidas de entierros mediante el método de
conteo anónimo1 (agregativo) y el
de reconstrucción de familias.2
Sobre los registros de entierros se deben señalar algunos aspectos relevantes.
Los registros hechos por los franciscanos abarcan desde mediados del siglo XVII hasta 1754, cuando la parroquia del estudio se
secularizó. Durante este periodo sólo se registró de forma eficiente a los
indios adultos y muy mal a castas y españoles. Además, se omitió
sistemáticamente el registro de párvulos, fueran indios, españoles o castas.3 En este periodo se
registró la epidemia del matlazáhuatl de 1737-1739
con las carencias señaladas que se deben tomar en cuenta para hacer el
análisis. Luego de 1754, el clero secular asumió la administración de la
parroquia y fue más eficiente en el registro de los entierros de todas las
edades y calidades.
En el periodo colonial, la parroquia michoacana de San
José de Taximaroa tenía su sede en el pueblo de
indios de Taximaroa. Se trataba de un asentamiento
cuyos orígenes se remontaban al periodo prehispánico donde era parte de la zona
fronteriza al oriente del señorío tarasco. Con la llegada de los españoles fue
convertido en pueblo de indios cabecera, y en su jurisdicción quedaron varios
pueblos de indios sujetos, como San Pedro Jacuaro,
San Matías Cataracua, San Lucas Huarirapeo,
San Bartolo Cuitareo y San Lorenzo Queréndaro. En la
segunda mitad del siglo XVI Taximaroa
fue convertida en una de las primeras parroquias del obispado de Michoacán.
Estuvo a cargo de la orden franciscana hasta mediados del siglo XVIII cuando se secularizó. Bajo su jurisdicción
quedaron los pueblos de indios señalados, además de un cúmulo de haciendas,
ranchos y estancias en los alrededores que se fueron estableciendo durante la
segunda mitad del siglo XVI (véase mapa 1).
Mapa 1. Jurisdicción parroquial de Taximaroa
durante el siglo XVIII
Fuente: González (2016, p. 63).
En cuanto a la calidad de la población, la mayoría la
representaron los indios que se encontraban en los pueblos y algunos como
trabajadores en las haciendas. A partir de la segunda mitad del siglo XVII se fueron haciendo cada vez más numerosos los
individuos de las castas (mestizos, castizos, coyotes y mulatos, entre otros).
Pero hacia el primer tercio del siglo XVIII,
cuando ocurrió la epidemia de matlazáhuatl, todavía
eran muy inferiores demográficamente en comparación con los indios, pero para
fines del periodo colonial, cuando sobrevino la epidemia de tifo de 1813-1814,
los indios ya no eran mayoría debido a una paulatina mestización que sufrió la
parroquia (González, 2016, p. 187-197). Finalmente, los españoles siempre
fueron un grupo muy compacto que no creció en todo el transcurso del periodo
colonial. Las fuentes coloniales casi siempre dividieron a la población en dos
grandes grupos siguiendo un criterio territorial: indios, quienes habitaban en
los pueblos, y gente de razón (españoles y castas) que se ubicaban en las
haciendas o contiguos al pueblo de Taximaroa.
LAS EPIDEMIAS DEL MATLAZÁHUATL
DE 1737-1739 Y LAS FIEBRES DE 1813-1814
La sobremortalidad por causa de
las epidemias fue común desde la llegada de los españoles por el ingreso de
nuevas enfermedades. Gracias a la aparición de los registros parroquiales se ha
podido profundizar en su estudio mediante la evolución de la mortalidad de la
población. En el caso de Taximaroa, los registros de
entierros datan de mediados del siglo XVII, pero
de manera sistemática se empezaron a realizar hacia el último cuarto de dicho
siglo. Esta situación es similar para casi todos los casos del centro y sureste
de la Nueva España y algunos casos del septentrión novohispano donde hubo
presencia hispana de manera temprana (Cramaussel,
2006, pp. 177-183). Desde que el registro de los entierros se realizó de manera
eficiente, se pudieron detectar incrementos de las muertes en algunos años por
causa de las distintas epidemias que asolaban a la población. La primera de las
grandes sobremortalidades registrada en las partidas de entierros fue la
causada por el matlazáhuatl de 1737-1739. A partir de
ella, en la segunda mitad del siglo XVIII las
epidemias aparecían cada quince o 20 años, aunque en muchos casos aparecieron
en años consecutivos. La última del periodo colonial fue la conocida como
epidemia de fiebres misteriosas de 1813-1814 (véase gráfica 1).
Gráfica 1. Evolución de las defunciones de la parroquia
de San José de Taximaroa (1674-1826)
Fuente: Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Entierros. Subseries Entierros de indios (1673-1836), Entierros de españoles
(1695-1836) y Entierros de castas (1733-1836). Cajas 70-74. Archivo Histórico
de la Parroquia de San José, Hidalgo, Michoacán (en adelante AHPSJHM), México.
En este caso se analizan dos de las epidemias más graves
que tuvieron mayor incidencia en la población adulta: el matlazáhuatl
de 1737-1739 y las fiebres de 1813-1814. Tanto la palabra matlazáhuatl
(“red de granos”, traducido del náhuatl), como las fiebres están directamente
asociadas a los síntomas provocados por el tifo, como ya se ha señalado en
varios trabajos (Canales, 2006, p. 99; Márquez, 1994, p. 222; Severo, 2013, p.
39; Talavera, 2017, p. 37). Esta palabra nunca fue usada en los registros
coloniales novohispanos, aunque se introdujo por primera vez en 1760, en
Francia, por el médico François Boissier de Sauvages de Lacroix, quien la utilizó para referirse a unas
fiebres que causaba postración (Cramaussel, 2017, p.
87).
Algunos síntomas mencionados por tratados médicos de la
época describían los rasgos propios de lo que hoy conocemos como tifo, es
decir, “fiebre que ocupa lo superior de la cabeza, agudizándose en las sienes,
vómitos, abatimiento del pulso, dificultad al orinar, perturbación de ideas,
manchas rojas irregulares. Se trataba de la enfermedad que primitivamente
llamaron los mexicanos matlazahuatl” (Montaña, 1817,
p. 19-21). Canales (2017), citando tratados de la época, señala además que “les
manaba sangre de los oídos y narices, presentaban delirio [eso significa la
palabra ‘tifo’]. Antes de la muerte se presentaban grandes fiebres y una vez
muertos, en las autopsias mostraban el hígado muy hinchado, el corazón negro
[…] el bazo y el pulmón, negros y semiputrefactos”
(p. 13).
La enfermedad conocida como matlazáhuatl
o las fiebres se trataba del tifus de tipo exantemático ya que el murino
(transmitido por las pulgas de las ratas) es de baja letalidad a diferencia del
exantemático que afecta a gran número de población (Canales, 2017, p. 12) Esta
era una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria denominada Rickettsia prowasekII. Su
transmisión es indirecta ya que necesita del piojo que fungía como “vector” o
vehículo para transmitir la infección de un individuo a otro, es decir,
hombre-piojo-hombre. Las heces de los piojos provocaban la infección cuando era
depositada sobre la piel, en ellas se encontraban las bacterias Rickettsia. Cuando las personas se rascaban las picaduras
se hacía pequeñas heridas en la piel por donde las bacterias de las heces
ingresaban al interior del cuerpo humano. Una vez que el organismo de la
persona estaba infectado, se transmitía la enfermedad al piojo cuando este se
alimentaba de su sangre. Los huevecillos del piojo infectado o liendres se
reproducían rápidamente y se transmitían a otras personas cuando compartían
almohadas, ropa, saludos; también, cuando compartían artículos personales o se
tocaban las cabezas en los juegos, e incluso por la convivencia cotidiana
(Canales, 2017, p. 15). Las relaciones familiares cotidianas eran el vehículo
por medio del que se transmitía la enfermedad; por esta razón, una vez
infectado un miembro de la familia contagiaba inevitablemente al resto,
provocando en algunos casos la muerte de uno o más, como se verá más adelante.
La epidemia de matlazáhuatl, de
1737, fue una de las epidemias más desoladoras del siglo XVIII,
como ya se ha analizado en muchos trabajos, como los de Morin (1973, p. 44) y
Calvo (1973, p. 68), pioneros en estudios de historia demográfica en México.
Ellos fueron los primeros en señalar la gravedad de la epidemia de matlazáhuatl. Dos de las obras más reconocidas sobre el
tema son, por un lado, el de Cuenya (1999) quien
estudia las repercusiones de la epidemia en la ciudad de Puebla de los Ángeles,
señalando que sus consecuencias se prolongaron durante mucho tiempo en dicho
lugar (p. 12). El otro trabajo es el de Molina (2001), que aborda la epidemia a
nivel novohispano resaltando que esta epidemia desquició el orden de los
pueblos de indios y provocó migraciones multitudinarias (pp. 196, 294). En el
caso de Toluca, la cifra de muertos fue tan alta que se multiplicó por quince
respecto a los años anteriores (Aguilera, 2013, p. 51).
En 2017 se publicó una obra colectiva que aborda esta
epidemia desde los casos de Huexotla, cerca de Puebla (Castillo, 2017, pp.
24-36); de Zinacantepec, en el arzobispado de México (Flores, 2017, pp. 54-64);
del valle de Tlacolula, en Oaxaca (Aguilera, 2017, pp. 65-85); y, en algunos
casos de la Nueva Vizcaya, en el norte de la Nueva España (Cramaussel,
2017, pp. 86-102). En todos los casos se destacan las funestas consecuencias
que no tienen parangón con otras epidemias pasadas ni futuras en muchos de los
casos, excepto en los de la Nueva Vizcaya.
En el caso de Taximaroa sólo
fue comparable con la de la viruela de 1780 en cuanto a la intensidad y número
de muertos (González, 2013, pp. 147-177), ya que las demás epidemias
(viruela-tifo de 1762-1763, infantil de 1785, la “bola” de 1787, viruela de
1798 y 1815, entre otras) tuvieron una intensidad menor (gráfica 1). De acuerdo
con los registros de entierros, la epidemia de matlazáhuatl
arribó a Taximaroa procedente del centro del
virreinato. Según se ha señalado, esta epidemia se originó en Tacuba, en agosto
de 1736, de donde pasó rápidamente a la ciudad de México, desde donde se
expandió al oriente del obispado de Michoacán siguiendo los caminos reales.4 En Taximaroa la epidemia empezó a multiplicar los decesos en
noviembre de 1737, aunque ya se había mencionado desde junio de ese año, en el
libro de entierros, con la frase “aquí se conoció ser epidemia”.5 La epidemia se
mantuvo elevando el número de decesos durante todo el año de 1738, en tanto que
hasta enero de 1739 la cifra de entierros volvió a la normalidad de los años
sin epidemia (véase gráfica 2)
Gráfica 2. Defunciones de la parroquia de Taximaroa por mes (1737-1739)
Fuente: Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Entierros. Subseries Libro de entierros de indios 3. AHPSJHM,
México.
En 1738, año en el que se recrudeció considerablemente la
epidemia, el número de muertos registrados ascendió a más de 700 individuos,
cifra que multiplicó por doce el promedio de muertos de los dos años previos,
sin epidemia. Incluso en una partida de entierros del 1 de noviembre de 1737 se
anotó al margen que “aquí pasó la epidemia porque cayeron casi todos aunque no
todos fallecieron”, es decir, los propios ministros franciscanos tenían la
impresión de que toda la población había enfermado.6
Debido a que no se registraban infantes no es posible saber la proporción de
muerte por edades, sin embargo, por el enorme número de muertes adultas y el
tipo de enfermedad (que afectaba primordialmente a los adultos), es probable
que estos hayan sido las principales víctimas, tal como ocurre en otros casos
novohispanos.
Luego de un periodo aciago de epidemias durante la
segunda mitad del siglo XVIII, la última gran
epidemia registrada del periodo colonial fue la de 1812-1814. En algunos
lugares le denominaron fiebres, fiebres misteriosas o fiebres epidémicas.
Desafortunadamente en Taximaroa no se registra la
causa de muerte durante todo el periodo colonial, pero se deduce que se trata
de la epidemia de fiebres por otros casos estudiados donde la alta mortandad de
esos años se debió a esa causa. Tanto esta, como el matlazáhuatl,
se ha asociado al tifo debido a los síntomas registrados y a la alta incidencia
en la población adulta, aunque en algunos casos los médicos de ese tiempo la
asociaron también a otras enfermedades (Talavera, 2017, p. 45). Para el caso
del tifo o fiebres de 1813-1814 no se cuenta con noticias cualitativas sobre
las impresiones de la epidemia. La mayor parte de los documentos e informes de
las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas de esos años, se concentraron
en describir el movimiento insurgente iniciado por el cura Miguel Hidalgo, que
en el oriente del obispado de Michoacán había prendido con mucha fuerza. En la
zona oriente del obispado de Michoacán se movilizaron tropas realistas a cargo
de diversos generales como Diego García Conde, Ciriaco del Llano, Agustín de
Iturbide, Joaquín Castillo Bustamante y Manuel de la Concha, liderados por
Félix María Calleja, en contra de los hermanos López Rayón, principalmente (Pérez,
1986, p. 183; 1990, pp. 152-153).
Según se ha dicho, esta epidemia de fiebres o tifo se
originó en la batalla del “Sitio de Cuautla”, donde el insurgente José María
Morelos había peleado con las fuerzas del general Calleja, en 1812. El
hacinamiento y la falta de higiene durante el sitio fueron los elementos que
propiciaron su propagación entre los sitiados y, al romperse, la epidemia se
difundió en el resto de la población del virreinato (Ortiz, 1994, p. 96).
A Taximaroa llegó la epidemia
en el mes de septiembre de 1813, cuando comenzó a incrementar el número de
decesos y menguó hasta septiembre de 1814. Entre 1813 y 1814 el número de
muertos alcanzó la cifra de 1 173; 404 fallecieron en 1813 y 769 en 1814.
Durante este último año el número de decesos fue 3.4 veces mayor que el de años
pasados, sin epidemia. Talavera señala para Uruapan y Valladolid, en el
obispado de Michoacán, que la epidemia de 1814 fue una crisis menor, no tan
fuerte como la de 1780 y 1786 que, por lo menos en el caso de Valladolid,
habían sido más graves (Talavera, 2013, p. 124). En el occidente y norte
novohispanos la intensidad de esta epidemia fue mucho más grave que en el
centro del virreinato. En las parroquias de Jalostotitlán y Santa María de los
Lagos, los muertos se multiplicaron por nueve (Becerra, 2017, p. 178), mientras
que, en Parral, San Bartolomé (Cramaussel, 2017, p.
94) y Parras (González, 2017 p. 221), en el reino de Nueva Vizcaya los decesos
se multiplicaron por seis, tres y cinco, respectivamente.
Por ser una epidemia de tifo tuvo mayor impacto en la población
adulta, matando a poco más de dos terceras partes del total de los fallecidos
entre 1813 y 1814, mientras que en años anteriores,
sin epidemias, las muertes por edad eran más o menos proporcionales entre
adultos y párvulos (véanse gráfica 3 y cuadro 1). Esto mismo se constata para
los casos mencionados (Severo, 2013, p. 68; Talavera, 2013, p. 143).
Gráfica 3. Defunciones de la
parroquia de Taximaroa por mes (1813-1814)
Fuente: Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Entierros. Subserie Libro de entierros de españoles 4, caja 73; Libro de
entierros de castas 3, caja 74; Libro de entierros de indios 8, caja 72. AHPSJHM, México.
Cuadro 1. Defunciones de Taximaroa
por edad (1811-1814)
Año |
Adultos |
Párvulos |
Porcentaje
Adultos |
Porcentaje
Párvulos |
||||
1811 |
125 |
105 |
54.3 |
45.7 |
||||
1812 |
122 |
105 |
53.7 |
46.3 |
||||
1813 |
263 |
141 |
65.10 |
34.90 |
||||
1814 |
492 |
277 |
63.98 |
36.02 |
Fuente: Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Entierros. Subserie Libro de entierros de españoles 4, caja 73; Libro de
entierros de castas 3, caja 74; Libro de entierros de indios 8, caja 72. AHPSJHM, México.
En ese periodo de epidemia, la guerra insurgente
recrudeció aún más la situación. El incesante traslado de personas, entre
tropas y gente que huía de la guerra, quedó reflejado en el libro de entierros
de Taximaroa, donde se registraron, entre 1813 y
1814, por lo menos 29 adultos cuya procedencia familiar se desconocía, es
decir, no hubo ni siquiera quién diera noticia de sus familiares. De este grupo
incluso cuatro de ellos fueron consignados como forasteros, pero posiblemente
los demás lo eran también. Por razones obvias, la mayoría de estos muertos
fueron enterrados de limosna ya que no hubo quien pagara sus pompas fúnebres.7 Aunque no se
registra la causa de muerte, es muy probable que la mayoría de estos decesos
fueran provocados por el tifo, ya que ocurrieron en los últimos meses de 1813 y
en 1814, tiempo en el que se recrudeció la epidemia. Cabe señalar que sólo en
dos casos se consignó la muerte como violenta.
Las epidemias de matlazáhuatl
de 1737-1738 y fiebres de 1813-1814 fueron de las que más muertos dejaron a su
paso por Taximaroa. Sus principales víctimas
estuvieron entre la población adulta. Las cifras generales de muertos ponen en
relevancia la importancia cuantitativa de lo funesto que podían llegar a ser
las epidemias, pero si ampliamos el nivel de análisis al contexto familiar, se
profundiza aún más en el impacto de las sobremortalidades y sus consecuencias
sociales. Si bien la muerte era un fenómeno recurrente, el impacto de las
epidemias al interior de las familias muestra un panorama que nos permite
acercarnos incluso a otras latitudes historiográficas, como la historia de la
familia ante la muerte. Esto se verá a continuación.
EPIDEMIA Y MUERTE EN EL INTERIOR DE LAS FAMILIAS
Las epidemias de viruela o
sarampión, cuyas víctimas eran principalmente los niños, dejaban una estela de
muerte que mermaba seriamente a las familias, pero una epidemia que cobraba la
vida principalmente de los adultos, como las de matlazáhuatl
o tifo, tenía serias repercusiones a nivel familiar porque la trastornaba desde
sus estructuras. No era lo mismo que durante una epidemia muriera uno o varios
hijos a que lo hiciera el padre, la madre o ambos. La muerte de los padres
podía reducir a los demás miembros de la familia a la mendicidad o fomentar las
segundas nupcias, tal como se verá a continuación.
Para el caso del matlazáhuatl
de 1737, Cayetano Cabrera Contreras, presbítero de la época, registró, en su
conocida obra Escudo de Armas, las consecuencias
funestas de dicha epidemia en el entorno familiar en la ciudad de México. En
algunas desoladoras descripciones estaban implicadas familias completas que
perecían víctimas de la enfermedad, como en las que “caía muerto el marido,
moribunda sobre él su consorte y ambos cadáveres eran el lecho en el que yacían
enfermos los hijos” (Cabrera, 1981, p. 48). Obviamente
el autor daba énfasis a estos escenarios para justificar la gravedad de la
epidemia que, según Escudo de Armas, fue resuelta
con la entronización de la Virgen de Guadalupe en la ciudad.
Desafortunadamente para el caso de Taximaroa
no se cuenta para este periodo con documentos cualitativos que den noticia sobre
la situación familiar en tiempos de esta peste que inició en 1737. Ni siquiera
existe un padrón que ofrezca un panorama sobre las características de los
hogares y las familias en la parroquia de Taximaroa
alrededor de los años de la epidemia. Sin embargo, los propios franciscanos
quedaron tan impactados de la letalidad de la epidemia que, en el mismo libro
de entierros, señalaron la llegada de esta, en junio de 1737, y llevaron un
conteo pormenorizado del número de muertos, desde entonces hasta finales de
1738. También hicieron algunas anotaciones al margen de las partidas de
entierro en la que muestran el panorama desolador a nivel familiar.
Los franciscanos plasmaban al margen de las partidas, sin
obligación de hacerlo, anotaciones parecidas a las referidas en la obra Escudo de Armas. En el libro de entierros los frailes
alarmados plasmaban cómo la epidemia cobraba la vida de parejas y familias
enteras. En varias ocasiones los ministros añadieron en las partidas de
entierros frases como “recién muerto el esposo”, “después de que murió su
esposa murió él inmediatamente”, “el marido se está muriendo”, “estos esposos
murieron al mismo tiempo” o “hija de la recién muerta viuda de la Cruz”.8
Estas expresiones nacían, sin duda, del impacto que la
morbilidad y mortalidad estaban causando al interior de las familias y de la
frecuencia con la que varios miembros de la familia perecían por la peste.
Debido a que no se cuenta con un registro eficiente de párvulos, castas y
españoles de 1737 a 1739, para analizar las consecuencias de la epidemia en las
familias sólo se incluyen los registros de entierro de las parejas de indios
que fueron ubicados por sus nombres. Por ejemplo, en agosto, cuando la epidemia
recién llegaba a la jurisdicción parroquial, murió Juan Simón, indio de Taximaroa que probablemente contagió a su esposa y cuyo
trágico fin llegó en enero del año siguiente, es decir, cuatro meses después de
la muerte de su marido y en plena expansión de la epidemia. Peor suerte corrió
María Petrona, quien vio morir a su marido, Pascual Fabián, en mayo de 1738.
Ella murió sólo tres meses después, en agosto.
Hubo, sin embargo, muertes de consortes con un mes de
diferencia o incluso días, como el caso de Francisco de la Cruz, indio del
pueblo de Cuitareo que murió el 31 de marzo de 1738
y, menos de un mes después, el 26 de abril falleció su consorte, María Isabel.
Todavía más súbita fue la muerte de María Juana y su esposo Andrés Martín,
indios de San Lorenzo, siendo la muerte de la primera el 11 de junio de 1738 y
sólo una semana después, el 18 de junio la del esposo. La epidemia no ofreció
tregua todo ese año, lo que motivó que hubiera partidas de entierro como la de
Antonia María, en donde se expresaba que el esposo se estaba muriendo. Dicho
diagnóstico no podía ser más acertado, ya que a tan
sólo diez días de la muerte de esta, el marido también expiró. Pero lo que
alarmaba aún más en tiempo de la epidemia era la muerte casi súbita de ambos
consortes, como la de Juan Matías y María Pascuala, quienes murieron quizá con
horas de diferencia, pero los dos fueron registrados el 21 de julio de 1738.
Como este caso quedaron consignados en el libro de entierros de indios otros
más que muestran las consecuencias de la epidemia al interior de las familias,
esto sin contar con las muertes de los hijos que no fueron registrados.
El impacto de la epidemia a nivel familiar entre los
indios fue evidente, en tanto que de los 638 decesos de adultos casados en los
que se consigna el nombre de la pareja, poco más de un tercio (226) corresponde
a ambos consortes, es decir, 113 parejas.9
A nivel social esto significó que 113 familias quedaron sin padre ni madre
durante el periodo de la epidemia (de junio de 1737 a diciembre de 1738).
Aunque el fenómeno de la muerte era común, ya fuera por la alta mortalidad
infantil o por el descuido e inoperancia de las medidas de prevención de las
enfermedades en la población adulta, era raro que en un periodo de un año o
menos murieran ambos padres en una familia. Por ejemplo, entre 1734 y 1736
solamente murieron dos parejas con un rango de tiempo considerable entre un
consorte y el otro.10
Debido a las deficiencias de la fuente, ya señaladas, la
muerte de ambos padres en una familia no es sino un indicador que muestra la
letalidad de la epidemia ante la imposibilidad de conocer sus repercusiones en
los demás miembros de una unidad familiar. Mas si en una familia morían ambos
padres fue porque la epidemia cundió al interior del seno familiar o de los
hogares y se llevó a la tumba seguramente a uno o varios hijos de cierta edad.
No se debe olvidar que el padecimiento conocido como matlazáhuatl
era una especie de tifo exantemático que se acentuó más en la población adulta.
La muerte de ambos padres traía una segura desintegración
familiar, más aún si se trataba de familias nucleares como seguramente ocurrió
en algunos casos que por ahora no es posible precisar. Ello por la ausencia de
padrones en donde se especifique el tipo de hogares que prevalecía en los
asentamientos de la jurisdicción parroquial. Esto obligaría a los huérfanos a
asumir nuevas circunstancias para su subsistencia. La mayoría quizá fueron
recogidos por parientes cercanos o padrinos, como se ha comprobado para otros
casos como Yucatán (Malvido y Peniche, 2013, p. 138). Esto fomentó las familias
extendidas donde los padres y sus hijos tuvieron que convivir en el mismo hogar
con parientes o “arrimados” que se habían quedado huérfanos durante la
epidemia. En el peor de los casos, algunos de estos huérfanos tendrían que
haberse incorporado al campo laboral en condiciones desventajosas.
En cuanto a la epidemia de fiebres o tifo de 1813-1814 –a
pesar de no haber sido anunciada debidamente porque la guerra insurgente
acaparaba la atención de las autoridades– empezó a notarse en Taximaroa con el aumento sustantivo de los muertos en los
libros de entierros de la parroquia, desde septiembre de 1813 y durante 1814.
Gracias al método nominativo se pudo identificar la muerte al interior de las
familias, tal como se hizo en el caso de la de matlazáhuatl
de 1737-1738. No obstante, gracias al buen registro del clero secular, donde se
asentó de manera sistemática a los infantes, las castas y los españoles fue
posible, incluso, reconstruir familias completas y el impacto de la epidemia de
fiebres o tifo de estos años.11
El 12 de noviembre de 1792 contrajeron nupcias Agustín
Antonio y María Juliana, indios del pueblo de Cuitareo.
Agustín Antonio había perdido a su primera esposa, María Simona, cuatro años
atrás. María Juliana también era viuda desde hacía once años. Dos años después
de la boda, en mayo de 1794, estos esposos trajeron al mundo a su primera hija,
María de la Luz y, el 26 de octubre de 1796, nació José Lucas. El primer varón
de esta familia no vivió más de un año; murió el 30 de octubre del año
siguiente. Fue hasta 1800 cuando nació otro varón que fue llamado José
Hipólito. En los años siguientes ya no hubo más nacimientos o decesos
registrados de esta familia hasta que, el 30 de abril de 1814, justo en medio
de la epidemia de tifo murió el padre, Agustín Antonio.
Hubo muchos casos en los que más de un miembro de la
familia moría durante la epidemia, como la familia de los indios Antonio
Domingo y María Gregoria, oriundos del pueblo sujeto de San Lorenzo. Esta
pareja se casó el 22 de diciembre de 1805. Antonio Domingo lo hacía en segundas
nupcias debido a que un año y medio atrás había enviudado por la muerte de su
primera esposa María Ignacia. Tan sólo seis meses después de la boda nació la
primera hija de esta pareja, la llamaron María Rita. Era evidente que la esposa
iba embarazada a la hora del matrimonio. Cabe señalar que las relaciones
sexuales prematrimoniales no eran algo extraordinario sobre todo en las
comunidades indígenas ya que bastaba con la palabra de matrimonio para que el
pretenso pudiera acceder a tener intimidad con la mujer (Aguilera, 2011, pp.
73-75). En enero de 1808 nació su segunda hija que fue bautizada como María
Antonia Margarita, pero en mayo de ese mismo año murió la primogénita, María
Rita. El 1 de noviembre de 1811 nació el primer varón, José Cecilio de los Santos.
En diciembre de 1813, el padre de la familia, Antonio Domingo, enfermó y murió
por la epidemia, dejando dos huérfanos y viuda. Un mes después, en enero de
1814 el niño José Cecilio de los Santos también falleció, aunque debido al tipo
de epidemia, que afectaba sólo a los adultos, no se sabe si el menor murió por
el tifo u otra enfermedad. Ni siquiera habían pasado diez años de su boda y
María Gregoria ya había perdido a su marido y dos hijos, engrosando la lista de
las viudas, que para entonces eran consideradas como desgraciadas, como se verá
más adelante.
El caso del matrimonio de Isidro de la Cruz y María de la
Luz, indios de San Lucas, ilustra lo visto ya en el caso del matlazáhuatl cuando ambos padres perecían durante una
epidemia. Esta pareja se había casado el 16 de agosto de 1773; ambos eran
viudos cuando llegaron al altar. Isidro tenía dos años en ese estado y María de
la Luz apenas cinco meses. Como se verá más adelante, las segundas nupcias eran
muy comunes y se acentuaban en los periodos posteriores a las epidemias. Un año
después de la boda nació María Josefa. Aunque no se registra el bautizo de su
segundo hijo, llamado José Ciriaco, este nació probablemente entre fines de
1775 y 1784, ya que falleció en el año de 1785 durante una epidemia infantil
(González, 2016, pp. 122-128). En noviembre de 1789 nació María Luciana y, dos
años después, María Rafaela. Muchos años y epidemias pasaron sin que se
registrara la muerte de algún miembro de esta familia hasta que, en diciembre
de 1814, justo al final de la epidemia de tifo, Isidro de la Cruz y su mujer
murieron con horas de diferencia, ya que fueron registrados el mismo día y
fueron enterrados de limosna.
Los periodos de epidemia no distinguían calidad ni
posición económica. El 20 de mayo de 1778 se casaba el acaudalado español don
Diego Tomás Gutiérrez con doña María Laureana Pozo,
hija de una distinguida familia de Acámbaro. Curiosamente, poco menos de ocho
meses después, nacía la primera hija a quien llamaron María Tiburcia. Entre
esta fecha y 1799 nacieron otros cinco hijos, tres varones y dos mujeres.
Ninguno de ellos murió en edad temprana ya que no se registra ningún deceso.
Sin embargo, llegada la epidemia de tifo cobró la vida de la madre de la
familia, en septiembre de 1813 y, poco menos de un año después, en agosto de
1814, su esposo, don Diego Tomás Gutiérrez, también perecía como una víctima
más.
Hubo casos todavía más alarmantes en los que la epidemia
se ensañó al interior de las familias. José Doroteo y María de la Luz
contrajeron nupcias el 11 de mayo de 1797. Ambos eran indios trabajadores de la
hacienda de San Andrés y en algunas temporadas laboraban para la hacienda de La
Teja. El 5 de noviembre de 1798 fue llevada al bautizo su primera hija,
nombrándola Antonia de los Santos. En diciembre de 1800 nació José Guadalupe y,
en noviembre de 1802, Juana María Francisca, quien falleció tan sólo siete días
después. Posiblemente, entre 1804 y 1813, nació otra hija llamada María
Cecilia, aunque no se halló su registro de bautizo, pero sí el de su muerte,
como se verá. Muchos años pasaron sin que se registrara ninguna muerte en la
familia hasta que, en diciembre de 1813, cuando la epidemia de tifo arreciaba,
se llevó a la tumba a tres miembros de la misma. El 9 de diciembre pereció José
Guadalupe, al día siguiente su padre, José Doroteo y, el 22 del mismo mes, su
madre, María de la Luz. Tres meses después hubo otro deceso, María Cecilia, la
hija más pequeña. En esta familia, la epidemia sólo perdonó a la hija mayor,
Antonia de los Santos.
Una situación todavía peor padeció la familia del
matrimonio integrado por José Paulino y María Antonia, indios gañanes del
rancho de la Virgen. El 7 de septiembre de 1796 esta pareja se casó y durante
los diez años posteriores tuvieron cinco hijos. En 1798 nació María Catalina,
dos años después vio la luz María Mauricia Isidra. En 1802 y 1804 nacieron
María Concepción Gil y Juana María Feliciana, respectivamente. Finalmente,
María Timotea nació en agosto de 1806, pero tan sólo
dos meses después, el 5 de octubre, ya había muerto. Posiblemente entre 1807 y
1813 nació María Estefanía, aunque no se halló su registro de bautizo, pero sí
el de su entierro. A la llegada de la epidemia de tifo, prácticamente toda la
familia enfermó y, para el mes de febrero de 1814, el espectáculo fue
siniestro. Uno a uno fueron pereciendo todos los
integrantes de la familia. El 5 de febrero la hermana mayor, María Catalina, y
la menor, María Estefanía, murieron quizá con horas de diferencia. Tres días
después, su madre María Antonia había expirado. Ni una semana pasó cuando, el
12 de febrero, llegó el turno de José Paulino, el padre de familia y, dos días
después, pereció María Isidra, la última de la familia que quedaba con vida.
Así como estos casos, podrían describirse muchos más en
los que la epidemia causó estragos dentro de las familias de la parroquia de Taximaroa. En términos generales, de los 1,173 decesos en
los años de 1813 y 1814, más de un tercio (430) eran familiares directos, es
decir, esposos, padres e hijos o hermanos. De entre ellos, en 310 casos
perecieron dos miembros de una misma familia y, en los otros 120 casos, fueron
más de dos familiares los fallecidos durante la epidemia. Cabe señalar que, del
total de las víctimas adultas por la epidemia, 575 eran personas casadas. De
ellos hubo 44 parejas de esposos (15% del total de los adultos casados) que
perdieron la vida durante la epidemia, lo que representó literalmente la
desintegración de esas familias. Para la parroquia neogallega
de Encarnación, también se encontró que las epidemias alteraban la
configuración de la familia, pues para las epidemias de 1780, 1786-1787 y 1798,
28% de los decesos ocurrieron entre familiares (Torres, 2013, p. 231).
Las epidemias alteraban de manera irremediable la
configuración de las familias, más aún cuando morían uno o los dos padres. En
el primer caso la pareja que quedaba viuda reingresaba al mercado matrimonial
susceptible de contraer segundas nupcias. Entonces, otras de las consecuencias
de las epidemias en las familias fueron las segundas y ulteriores nupcias,
fenómeno muy común en los periodos posteriores a las sobremortalidades. Esto
podía considerarse como una estrategia de supervivencia familiar del padre o
madre de familia que había superado la epidemia. Asimismo, era un mecanismo que
coadyuvaba en la recuperación demográfica luego de las crisis también de tipo
demográficas.
VIUDOS, VIUDAS Y SEGUNDAS NUPCIAS DESPUÉS DE LAS
EPIDEMIAS DE 1737-1738 Y 1813-1814
En las poblaciones del antiguo
régimen era muy común que los viudos o las viudas, luego de la muerte de su
pareja, buscaran casarse nuevamente. Varios casos estudiados para Nueva España
así lo sancionan. En San Luis de la Paz, 80% de los viudos volvieron a casarse,
a menos de un año de la muerte de su pareja, durante el matlazáhuatl
de 1763. En Tula ocurrió algo similar con la epidemia de 1739 (Rabell, 1990, p. 24). Los casos de los centros mineros de
Bolaños (Carbajal, 2008, p. 141) y Sombrerete (Arenas, 2014, p. 278), al
occidente y norte de Nueva España, confirman la premura con la que los viudos
buscaban casarse luego de las crisis demográficas. De la misma manera, durante
los últimos 40 años del periodo colonial, en la villa de la Encarnación, en
Nueva Galicia, los matrimonios aumentaban considerablemente luego de las epidemias
con incidencia en la población adulta, gracias a las segundas nupcias (Torres,
2013, p. 236) (véase gráfica 4).
Gráfica 4. Segundas y posteriores nupcias en la parroquia
de Taximaroa (1667-1822)
Fuente: Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Matrimonios. Subseries Matrimonios de indios (1667-1834), españoles (1646-1834)
y castas (1731-1836), cajas 19-25. AHPSJHM,
México.
En Taximaroa, la epidemia de matlazáhuatl de 1737-1739, además del crecido número de
muertos, había dejado un saldo sobresaliente de indios e indias adultos en
disponibilidad de casarse, es decir, debido a la enorme cantidad de personas
que enviudaron ante la muerte de su pareja, había una especie de sobrepoblación
en el mercado nupcial hacia 1739. En Taximaroa,
alrededor de 400 personas perdieron a su pareja en el periodo de la epidemia y
estaban con la posibilidad de volver a casarse, junto con los solteros y
doncellas que habitualmente lo hacían año con año. Esto sin contar que todavía
en los primeros meses de dicho año, debido a las últimas secuelas de la
epidemia, murieron 21 adultos de los que siete eran viudos que habían perdido a
su consorte el año anterior y, los otros catorce, integraban siete matrimonios
que posiblemente habían contraído la enfermedad, pero murieron hasta 1739.12
Regularmente, el número de matrimonios de los indios
oscilaba alrededor de las 55 celebraciones anuales, pero en 1739, luego de que
la epidemia de matlazáhuatl había pasado, entre los
viudos que dejó la epidemia y los solteros que cotidianamente se casaban,
provocaron un crecimiento espectacular más allá de los 120 enlaces nupciales.
Esta cifra duplicó la de los matrimonios en años sin epidemia. De los 240
consortes implicados en los matrimonios señalados, 148 eran viudos, es decir,
más de dos tercios (68%). Este crecido número de nupcias se realizó en su
mayoría en los meses de febrero y julio, periodos en los que por lo regular
había más celebraciones matrimoniales en años sin epidemia.
Otro tanto pasó con la epidemia de fiebres o tifo de
1813-1814. De los 755 adultos que murieron entre 1813 y 1814, 487 quedaron
viudos,13 convirtiéndose en
potenciales candidatos al matrimonio. Poco antes de la epidemia, el promedio de
matrimonios anuales era de 75 pero, desde 1814, la cifra de matrimonios aumentó
alcanzando los 114 enlaces. En el año de 1815 se registró un descenso en el
número de los matrimonios, pero en 1816 la cifra nuevamente se disparó alcanzando
las 123 uniones matrimoniales. A diferencia de los viudos que dejó el matlazáhuatl de 1737-1738, en el tifo de 1813-1814, los que
perdieron a sus parejas no acudieron en masa en el año siguiente a contraer
matrimonio, sino que lo hicieron de manera menos vehemente. Se debe tomar en
cuenta que en 1815 una epidemia de viruela volvió a golpear a la población y
eso posiblemente ralentizó o postergó las segundas nupcias.
El caso de Florencio Blas, indio de San Pedro, ilustra el
proceder de gran parte de los que quedaron viudos durante la epidemia de matlazáhuatl de 1737-1738 que buscaban volver a casarse con
celeridad. Florencio Blas se casó con María Candelaria, una india también de
San Pedro, el 9 de agosto de 1726. Con esta mujer procreó por lo menos dos
hijos: Marcelo, bautizado el 14 de febrero de 1730, y Lorenza, el 24 de agosto
de 1732. Durante la epidemia de matlazáhuatl, el 17
de mayo de 1738 murió su mujer. Tan sólo ocho meses después, el 15 de febrero
de 1739, Florencio Blas volvió a casarse, ahora con Dominga María, una viuda
que también había perdido a su marido durante la epidemia, en abril de 1738. De
este nuevo matrimonio nació Blasa Candelaria, a
principios de febrero de 1750. Florencio Blas volvió a enviudar, en diciembre
de 1762, por la muerte de Dominga María, posiblemente durante la epidemia de
tifo de ese año (González, 2016, p. 115-119).
En la misma situación se halló Gaspar Sureque,
indio de Taximaroa. Aunque no se localizó la partida
de matrimonio, posiblemente se casó a fines de la década de 1720 con María de
la Cruz, con la que tuvo cinco hijos entre 1730 y 1736. El 14 de enero de 1738
perdió a su esposa, justamente cuando la epidemia causaba grandes estragos en
la población. Con cinco hijos huérfanos, Gaspar Sureque
empezó a buscarles una madre lo más pronto posible. A su vez, Paula Manuela,
india también de Taximaroa, se había casado con
Antonio Flores el 25 de noviembre de 1733. Hasta antes de la epidemia había
tenido dos hijos, pero en julio de 1738, la peste acabó con su marido dejándola
viuda y con dos hijos huérfanos. Tanto Gaspar Sureque
como Paula Manuela, viudos por causa de la epidemia de matlazáhuatl,
vieron necesario buscar pareja para resguardo de sus hijos. En marzo de 1739
decidieron casarse, Gaspar tenía poco más de un año de haber enviudado y Paula
Manuela apenas siete meses. Esta nueva pareja tuvo otros nueve hijos entre los
años de 1740 a 1758. Al año siguiente, Gaspar Sureque
volvió a quedar viudo con la muerte de su segunda esposa, Paula Manuela, el 10
de mayo de 1759. Este prolijo indio habría procreado 14 hijos, de 1728 a 1758,
con sus dos esposas.
Para la epidemia de fiebres o tifo de 1813-1814, también
hay algunos casos que muestran la importancia de que las segundas nupcias
debían ser lo más pronto posible. Por ejemplo, José María Luis perdió a su
esposa durante los primeros meses de la epidemia, en noviembre de 1813, pero
para abril de 1815, se casó nuevamente, esta vez con María Magdalena. Caso
similar fue el de Felipe Hernández quien enviudó en enero de 1814 y se casó en
segundas nupcias un año y diez meses después con Juana María, es decir, en
marzo de 1816. De la misma manera, José Perfecto Campos quedó viudo el 24 de
octubre de 1813, cuando la epidemia comenzaba a prender en la parroquia de Taximaroa. En un año y cuatro meses se casó con María
Margarita López. Una de las segundas nupcias al menor tiempo, con respecto de
la muerte de la primera consorte, la tenemos en el caso de José Tomás Merlos,
quien había enviudado de María de la Cruz Díaz, el 24 de abril de 1814. El
viudo ni siquiera esperó a que terminara ese año pues en diciembre, es decir,
siete meses después de haber enviudado, contrajo nupcias nuevamente, ahora con María
Josefa Campos.
En muchos casos la premura era por la necesidad de buscar
madres o padres sustitutos para los huérfanos como ya se vio en algunos casos
de la epidemia de matlazáhuatl, de 1737-1739. José
Mariano Cabrón, español del rancho de la Longaniza dentro del valle de Jacuaro, contrajo nupcias con la española María Guadalupe
Gutiérrez, el 26 de noviembre de 1794, quien le dio cuatro hijos entre 1804 y
1814. Cuando la epidemia menguaba sus efectos, el 10 de noviembre de 1814, la
mujer falleció de la debilidad provocada por el tifo y el parto de su último
hijo, quien había nacido un día antes. Los cuatro hijos huérfanos encontraron
una madre sustituta en María de los Ángeles Trujillo, con quien Mariano Cabrón
se casó el 18 de agosto de 1817, a sólo dos años de haber enviudado. Esta mujer
también era viuda de Longinos Cañas, con quien se había casado en febrero de
1803 y había procreado tres hijos, dos de los cuales habían muerto antes de
noviembre de 1814.
En síntesis, volverse a casar poco tiempo después de
haber enviudado durante las epidemias de matlazáhuatl
de 1737-1738 y tifo de 1813-1814 muestra la importancia del estar casado como
estado ideal para la sociedad colonial de Taximaroa,
donde la viudez se consideraba como un estado transitorio. Las razones de este
afán por parte de los viudos para matrimoniarse sin dejar pasar mucho tiempo,
obedecía probablemente a dos razones: la primera era porque tanto el derecho
canónico14 como los decretos
episcopales,15 inspirados en la
carta de San Pablo a Timoteo, en el Nuevo Testamento de la Biblia (2005),
señalaban que “por eso quiero que todas las viudas se casen, que tengan hijos,
que sean amas de casa y que no den lugar a las críticas del enemigo” (I Ti. 5,
14), ya que se creía que las viudas jóvenes podrían corromperse sin la tutela
de un hombre. La segunda razón era que los viudos, al casarse de nueva cuenta,
podían obtener una madre sustituta que atendiera en casa a los hijos huérfanos
de madre, mientras que las viudas obtenían un padre para sus hijos huérfanos,
así como la protección económica y moral de un marido.
CONCLUSIONES
Las epidemias fueron un suceso
frecuente en las poblaciones del antiguo régimen, que menguaba las poblaciones
con altas cifras de muertos. En el caso de Nueva España las principales
epidemias se debieron primordialmente a tres enfermedades: viruela, sarampión y
fiebres o matlazáhuatl. Las epidemias de 1737-1738 y
de 1813-1814 fueron dos de las más relevantes por la alta cantidad de muertos
que provocaron y por tener una alta intensidad, de acuerdo con el factor
multiplicador (o número de veces que se multiplican las muertes con respecto
del promedio de los dos años anteriores sin epidemia), que se empleó en este
estudio para medirlas. La de matlazáhuatl de
1737-1738 fue la de mayor intensidad de todo el periodo colonial y la de
1813-1814 fue la tercera más fuerte, sólo detrás de la viruela de 1780.
Las epidemias de tifo afectaban predominantemente a la
población adulta y sus consecuencias fueron más radicales, en tanto que
desarticulaban casi por completo a las familias con la muerte del padre, de la
madre o de ambos. Ante la muerte de los padres y, en general de los adultos,
las familias se veían afectadas al perderse el sostén económico de los
integrantes en edad de producir o lograr el sustento a los miembros más
vulnerables. Ante esto, los huérfanos posiblemente debían salir a ganarse la
vida mendigando o, en el mejor de los casos, eran recogidos por sus familiares
y posteriormente se contrataban como aprendices o ayudantes, e incluso como
“arrimados” en las haciendas y otros centros de trabajo. Sin embargo, sobre
este tema es necesario abundar con más casos sobre la afectación de las
epidemias en la estructura familiar, al igual que documentar con datos
concretos las estrategias de supervivencia de los huérfanos.
A través del estudio demográfico del caso de Taximaroa, una parroquia del obispado de Michoacán, durante
dos epidemias (la del matlazáhuatl de 1737-1738 y las
fiebres de 1713-1814) se demuestra cómo estos sucesos llevaban a la tumba a
familias completas o, en el mejor de los casos, las mutilaba provocando otros
fenómenos como la búsqueda de las segundas nupcias. Gracias al método de
reconstitución de familias se puede indagar un poco más respecto de las
consecuencias de las epidemias en los grupos familiares y los trastornos que
sufrían comúnmente durante o después de una sobremortalidad. Ante la
omnipresencia de la muerte en el entorno familiar, el viudo o la viuda
preferían las siguientes nupcias antes que el luto a la pareja fallecida, ya
que volverse a casar era una estrategia de supervivencia misma.
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Universidad Autónoma de Coahuila.
OTRAS FUENTES
Archivo
AHPSJHM Archivo Histórico de la
Parroquia de San José, Hidalgo, Michoacán, México.
1 En el método agregativo, un evento demográfico se convierte en una variable
susceptible de cuantificar. De esta manera se pueden estudiar de manera general
las estructuras y dinámica demográfica de un grupo humano. En este caso con
este método se analizó la evolución de la mortalidad de la población de Taximaroa tanto anual como mensual.
2 Se aplicó el método de reconstitución de familias para ver las
consecuencias en el entorno familiar. Tal como Louis Henry (1983) lo sugiere,
se ubicó el matrimonio y posteriormente los bautizos de todos los hijos hasta
la muerte de uno de los padres, lo cual cierra la reconstrucción de la familia.
Sólo se reconstruyeron algunas familias que sirvieron como ejemplo para el
momento histórico que se estudia. Tradicionalmente se ha señalado que este
método es inaplicable para los casos de las parroquias novohispanas por todos
los “escollos metodológicos” tales como la migración, la ausencia de
patronímicos de los indios y lo amplio de las parroquias. (Rabell,
1990, p. 9). Sin embargo, ya ha quedado demostrado con muchos estudios la
viabilidad del método, por ejemplo, el trabajo de David Carbajal (2008) para el
caso de Bolaños, o el de Tomás Dimas Arenas (2014). Para el caso de Michoacán,
Oziel Talavera (2007) fue el primero que reconstruyó familias en un pueblo de
indios (pp. 269-326) Otro caso, de los casos más exitosos últimamente, es la
obra de Paulina Torres Franco (2017a), quien aplica el método de Henry para el
caso de la parroquia de Encarnación, en el obispado de Guadalajara.
3 Esta situación era muy recurrente en el caso de las parroquias con pueblos
de indios administradas por franciscanos tal como lo demuestra el caso de
Huexotla, por mencionar alguno, donde no se registraban las defunciones de los
párvulos (Castillo, Vázquez, Galicia, Navarro, 2017, p. 34). La razón era que
los decesos de los infantes en los pueblos de indios no representaban una
consecuencia en el sistema de recaudación de tributos, es decir, no eran
tributarios y no alteraban las matrículas. Los registros de tributarios servían
a las autoridades hispanas para hacer calcular las tasaciones de los tributos
que cada pueblo debía hacer a la corona.
4 La ruta México-Valladolid fue trazada desde el siglo XVI
y tenía dos vías, una por el norte que seguía la ruta
Toluca-Ixtlahuaca-Maravatío-Acámbaro y, la segunda, que recorría
Toluca-Zitácuaro-Tuxpan (Castañeda, 2006, pp. 263-266; González, 2013, pp.
147-177).
5 Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Entierros. Subserie Libro de
entierros de indios 3. AHPSJHM, México.
6 Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Entierros. Subserie Libro de
entierros de indios 3. AHPSJHM, México.
7 Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Entierros. Subserie Libro de
entierros de españoles 4, caja 73; Libro de entierros de castas 3, caja 74;
Libro de entierros de indios 8, caja 72. AHPSJHM,
México.
8 Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Entierros. Subseries Entierros
de indios 3. AHPSJHM, México.
Desgraciadamente para las siguientes epidemias, el clero secular (llegado en
1754) no tuvo la misma “curiosidad” en anotar datos cualitativos que reportaran
la gravedad e incidencia de las epidemias, ya que sólo se dedicaron a asentar
las partidas de entierros sin distinguir los momentos de sobremortalidad, tal
como lo hicieron los franciscanos durante la epidemia del matlazáhuatl
de 1737-1738.
9 El total de muertos indios adultos, de junio de 1737 a diciembre de 1738,
fue de 777. De esta cifra 100 fueron solteros o doncellas y en 38 casos no se
especificó el nombre de la pareja por tratarse de “viudas viejas” o muertos
foráneos. El número de decesos que incluyó a esposo y esposa de un mismo
matrimonio fue de 226. Véase Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie
Entierros. Subseries Libro de entierros de indios 3. AHPSJHM,
México.
10 De 1734 a 1736 murieron 115 adultos, sólo cuatro de ellos eran esposos, es
decir, dos parejas.
11 Los datos para la reconstrucción de familias fueron obtenidos de: Fondo
Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Bautismos. Subserie Libro de bautismos
de indios núms. 1-17, españoles núms.
1-5, y de castas núms. 1-8, cajas 1-12. Fondo
Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Matrimonios. Subserie Libro de
matrimonios de indios núms. 1-8, de españoles núms. 1-6, y de castas núms. 1-3,
cajas 19-23. Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Bautismos. Subserie
Libro de entierros de indios núms. 1-8, de españoles núms. 1-5, y de castas núm. 1-3, cajas 70-74. AHPSJHM.
12 Fondo Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Entierros. Subserie Libro de
entierros de indios 3. AHPSJHM, México.
13 De los 1 173 muertos, 755 eran adultos. De ellos 180 eran solteros y 575
casados. Si descontamos a las 44 parejas en las que ambos murieron, el total de
personas que enviudaron fueron 487. Véase Fondo Parroquial. Sección
Sacramentos. Serie Entierros. Subserie Libro de entierros de españoles 4, caja
73; Libro de entierros de castas 3, caja 74; Libro de entierros de indios 8,
caja 72. AHPSJHM, México.
14 Murillo (2004, libro IV, título XXI: de las segundas nupcias).
15 En la visita pastoral hecha por el obispo de Michoacán, fray Marcos Ramírez
de Prado, hacia 1656, en Taximaroa compelía a las viudas
y viudos a casarse en un plazo de dos meses. Dicha visita se encuentra en Fondo
Parroquial. Sección Sacramentos. Serie Casamientos. Subserie Libro de
casamientos de españoles (1646-1683), fs. 10-15, caja 21. AHPSJHM, México.