10.18234/secuencia.v0i110.1794
Artículos
Una lucha interminable:
la tuberculosis en Baja California, México, durante el siglo xx
An Endless Fight: Tuberculosis in
Baja California, Mexico, During the 20th Century
Arturo Fierros Hernández1, https://orcid.org/0000-0002-5689-7529
1Secundaria General núm. 31, Tijuana, Baja California, México., arturofierrosh@gmail.com
Resumen:
El presente texto es un análisis histórico de la
tuberculosis en Baja California durante el siglo xx,
en el que se estudia la enfermedad como un proceso aún vigente. Aunque los
adelantos en la biomedicina y la salud pública han generado avances en el
combate contra la tuberculosis, en la actualidad Baja California ocupa uno de
los primeros lugares de incidencia de tal enfermedad. A pesar de que se han
identificado las determinantes sociales, así como de que existe un tratamiento
efectivo y una vacuna inmunizadora, la lucha contra ese flagelo está lejos de
terminar. En este artículo se esbozan las características que podría tener un
plan para la erradicación de la enfermedad, un conocimiento útil para entender
las epidemias y los sistemas sanitarios, como mostramos a continuación. Este
texto es un primer acercamiento a la temática.
Palabras clave: tuberculosis; Baja California; salud pública; endemia; vacuna bcg.
Abstract:
This text is a historical
analysis of tuberculosis in Baja California during the 20th century, in which
the disease is studied as a current phenomenon. Although advances in
biomedicine and public health have made strides in the fight against
tuberculosis, Baja California is currently one of the states with the highest
incidence of this disease. Although the social determinants have been
identified, and effective treatment and an immunizing vaccine exist, the fight
against this scourge is far from over. This article outlines the
characteristics of a possible plan to eradicate this disease, which is useful
for understanding epidemics and health systems, as we show below. This text is
a first approach to the subject.
Keywords: tuberculosis; Baja California; public health;
endemic; vaccine bcg.
Recibido: 11 de octubre de 2019 Aceptado: 21 de mayo de
2020
Publicado: 5 de mayo de 2021
A ti libélula PE
INTRODUCCIÓN
La tuberculosis en Baja California, a través del tiempo,
ha sobrepasado las medidas impuestas por los diversos gobiernos establecidos en
la región, pues las múltiples acciones sanitarias –que han incluido
intervenciones directas e indirectas– impuestas por las más heterogéneas
instituciones (nacionales o internacionales) dedicadas directa e indirectamente
al cuidado de la salud pública, han sido poco efectivas (Fierros, 2014; Gruel,
2017). Claro es que las acciones sanitarias no son menos importantes que el transcurso
mismo de la enfermedad. Entonces subyace la pregunta planteada por Ana María
Carrillo (2012, p. 94), ¿la tuberculosis es una enfermedad erradicable?
La misma autora ha analizado la historia de esta
enfermedad en su artículo titulado: “Los modernos minotauro y Teseo: la lucha
contra la tuberculosis en México” (2012). Ella examina tres momentos que,
indica, fueron “fundamentales” en el combate contra la tuberculosis. El primero
lo enmarca durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1910), el segundo en el
de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y, finalmente, analiza el de Adolfo López Mateos
(1958-1964). Nos enseña cómo la lucha contra la llamada peste blanca ha tenido
claroscuros y se ha visto influenciada por los avances de la ciencia, por
supuesto, pero también por creencias y otras situaciones relacionadas con el
accionar de los distintos órdenes de gobierno, que han tenido influjo de alguna
u otra manera en la salud pública. Pero, sobre todo, nos muestra cómo una
enfermedad ha persistido por años en México, no importando las barreras que han
impuesto los diversos regímenes políticos que han estado en el poder. El
enfoque de Carrillo orbita en lo que Diego Armus (2010) llama: historia de la salud pública, que viene a ser
primordialmente una historia enfocada en el poder, la política, el Estado, las
instituciones y la profesión médica, en la que de manera muy clara “las
relaciones entre las instituciones de salud y las estructuras económicas,
sociales y políticas están en el centro de la narrativa” (p. 7).
Asimismo, desde la perspectiva de la historia de la salud pública, Claudia Agostoni ha
analizado la tuberculosis en su artículo titulado: “‘Timbres rojos’ y el Comité
Nacional de Lucha contra la Tuberculosis, Ciudad de México, 1939-1950” (2017).
En él muestra cómo se han utilizado los avances de la biomedicina en la
aplicación pública. Siguiendo igualmente a Armus (2010), discute los problemas
de la salud grupal y estudia las acciones políticas para preservar o restaurar
la salud colectiva. Señala también los multifactoriales elementos, las
condiciones necesarias que propiciaron el desarrollo de la enfermedad y
particularmente la puesta en marcha de una estrategia para obtener recursos y
concientizar a la población en la lucha contra la tuberculosis. Centra su interés,
en consonancia con Armus (2010), en situaciones en que las políticas estatales
evalúan tanto factores epidemiológicos, como “políticos, económicos,
culturales, científicos y tecnológicos” (p. 7).
En un texto de reciente aparición, Agostoni (2019), desde
la óptica de la historia de la enfermedad,1
analiza los diversos discursos que se generaron en torno a la tuberculosis en
la ciudad de México, a la par de los esfuerzos por edificar instituciones específicamente
diseñadas para atender, asistir y “curar”2
a los enfermos en el espacio citadino entre el inicio de la década de 1920 y
los primeros años de la de 1940. Se centra en mostrarnos los vaivenes por los
que pasó la lucha contra la tuberculosis y la materialización de esta en los
dispensarios antituberculosos y el Sanatorio para Tuberculosos de Huipulco, de
la capital del país, que a decir de la autora “no han ocupado un lugar
prominente en la historiografía desde la óptica de la historia social”
(Agostoni, 2019, p. 522).
Metodológicamente, nuestra perspectiva para hacer un
primer acercamiento a la historia de la tuberculosis está también cercana a la historia de la salud pública (Armus, 2002, 2010). Al
respecto, las preguntas que buscamos contestar son: ¿cuándo comenzó a tener
relevancia la tuberculosis para las autoridades gubernamentales como problema
público?, ¿qué medidas se tomaron?, ¿hasta qué punto han sido efectivas?
Pretendemos un conocimiento útil para entender las epidemias y los sistemas
sanitarios no como una estampa, sino como una experiencia que pueda brindar
destellos de luz sobre la estela de claroscuros que han dejado las enfermedades
dentro del territorio bajacaliforniano.3
Ahí reside la originalidad de este artículo, en esbozar las características que
podría tener un plan para la erradicación de la enfermedad. Por consiguiente,
entendemos que los avances de la biomedicina y los análisis químicos
contemporáneos nos obligan a generar nuevas interpretaciones sobre el
desarrollo de una enfermedad en la sociedad, además de que no todas las
acciones que tienen que ver con la vacunación –como la que incluye la vacuna bcg– son acciones de disciplinamiento, “imposiciones
saturadas de una suerte de autoritarismo asentado en biopolíticas” (Armus,
2018, p. 840).4 Hoy sabemos, por
ejemplo, que la tuberculosis es una enfermedad infecciosa producida por
bacterias del complejo Mycobacterium Tuberculosis,
“que puede afectar cualquier órgano del tejido del organismo”, se presenta en
humanos como en otros mamíferos. Estudios genéticos recientes muestran que
existen varias cepas (García, 2013, p. 1).
Aunque nos consideramos asimismo deudores de la llamada Escuela de los Annales, quizá mayormente de sus dos
primeras generaciones –representadas por Lucien Febvre, Marc Bloch y Fernand
Braudel (Burke, 1999, 2007)–, intentamos pensar la historia de una enfermedad a
partir de la dialéctica entre pasado y presente, porque como escribió Marc
Bloch (2001): “la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia
del pasado. Pero quizá es igualmente vano esforzarse por comprender el pasado,
si no se sabe nada del presente” (p. 46).
Por lo anterior en este artículo nos proponemos analizar
la tuberculosis en Baja California como un proceso aún vigente. A pesar de los
avances en la biomedicina y la salud pública, en la actualidad esta entidad
ocupa uno de los primeros lugares en incidencia de esta enfermedad,5 en lo que respecta sólo
a la de tipo pulmonar; que es en la que nos centramos en este texto y la que
mayormente ha preocupado a las autoridades gubernamentales (Coplade, 2017, p. 30). Aunque se han “identificado”
las determinantes sociales6
(Coplade, 2017, p. 24) de que existe un tratamiento
efectivo y una vacuna inmunizadora, la lucha contra este terrible flagelo ha
estado lejos de terminar, como mostramos a continuación.
ANTECEDENTES
La lucha contra la tuberculosis
en Baja California inició durante la segunda década del siglo xx.7
Que ello no haya ocurrido antes es una cuestión multifactorial (Fierros, 2014,
p. 1): la relativamente reducida población en la entidad; 2) la escasa cantidad
de personas aglomeradas en espacios citadinos; 3) el aumento paulatino de la
enfermedad en la zona; 4) la falta de sistematización y la estimación de cifras
exactas por las autoridades locales, y, como un factor externo, podemos
señalar, 5) la falta de herramientas tecnológicas para su detección que sólo
pudo concebirse hasta algunos años después de 1882, cuando Robert Koch
“identificó al bacilo que lleva su nombre como agente causal de la tuberculosis
–y trece años más tarde– Roentgen descubrió los rayos X” (Carrillo, 2012, p.
77), su uso sólo se generalizó tiempo después. Esto ha sido probado en estudios
realizados por la historiografía local, que son el antecedente factual más
próximo al análisis que realizamos en esta ocasión.
Al respecto es pertinente mencionar los estudios
realizados por el historiador David Piñera (1991, 2006a) que dan cuenta de la
situación de las poblaciones bajacalifornianas, donde se observa cómo estas
comenzaron a surgir a finales del siglo xix
y con reducidos números de habitantes. Por ejemplo, en 1900 Ensenada –la más
importante– tenía sólo 1 727 pobladores (Piñera, 2006b, p. 249), el total en
Baja California era de 7 583 (Piñera, Jaimes y Espinoza, 2012, p. 38).
También están los trabajos realizados por el mismo Piñera
y Martínez Zepeda, enfocados a explorar las causas de muerte de las personas de
la zona a partir de los registros de defunción, que van de 1901 a 1905. Es
importante mencionar que si bien su intención no era analizar la tuberculosis
como tal, dan pistas significativas para la comprensión de la enfermedad en los
primeros años de Baja California y la tendencia de aumento que tiene hasta
nuestros días, pues es de “hacerse notar el elevado número de casos de tb y sus variantes para denominarla”. A saber, ni
siquiera en los registros oficiales tenían sistematizada la clasificación de la
enfermedad misma, como se indica en el texto aludido (Piñera y Martínez, 1994,
p. 193). En el periodo mencionado se registraron un total de 53 muertes por
tisis pulmonar y 45 por tuberculosis (Piñera y Martínez, 1992, p. 10).
Al respecto es pertinente precisar que a la tuberculosis
se le conoció con distintos nombres: tisis, escrofulosis, la gran plaga blanca,
consunción o enfermedad de agotamiento. Hubo varias clasificaciones o formas
clínicas, descritas y analizadas a detalle por Manuel Toussaint y Rafael
Lavista, médicos del siglo xix. Lavista
describió las siguientes: la tisis aguda de forma sofocante, la aguda de forma
catarral o bronconeumónica y la pleural. Para la clasificación se revisaron las
formas anatómicas y clínicas (Guzmán, Salinas y Castañeda, 2013). Lo que puede
indicar que ya se tenía una idea de la diferencia de los diversos tipos de la
tuberculosis y sus repercusiones, no así la tecnología para estudiarlos como
hoy en día.
A partir de los datos y conceptos analizados por las
obras referidas, hemos considerado necesario –para efectos de continuidad–
revisar el cuatrienio que va de 1906 a 1910 donde encontramos 42 muertes por
tisis y 47 por tuberculosis,8
tan sólo nueve muertes menos que en el cuatrienio anterior, explicable en
virtud de que durante el año de 1910 hubo un ligero aumento en la tasa de
crecimiento de 2.56, es decir, había 9 760 personas (Piñera, Jaimes y Espinoza,
2012, p. 41).
La anterior explicación es sustancial para entender por
qué la tuberculosis no se convirtió en una problemática para las autoridades
gubernamentales de la zona y que no fuera considerada un problema público.
Quizá haya habido algunos bandos, reglamentos y tal vez algunas acciones, pero
no se organizaron a través de un sistema complejo, como el que se comenzó a
formar durante el gobierno de Porfirio Díaz en la capital del país, respecto a
diversas cuestiones de salud pública (Agostoni, 2003; Carrillo, 2002). Aunque
la introducción de la salud pública en Baja California fue paulatina y se
inició durante el porfiriato, no hay pruebas que indiquen que se llevó a cabo
una campaña o acciones para el combate de la peste blanca (Fierros, 2014, pp.
41-79), si bien es cierto que en 1907 se lanzó una campaña contra la
tuberculosis en la capital del país (Carrillo, 2012), la documentación
encontrada hasta ahora nos muestra que no tuvo mucho impacto en Baja California
(Fierros, 2014).
El incremento de la importancia de la tuberculosis en la
zona también se observa a partir de su morbilidad. En agosto de 1920, Martín
Ugalde, enfermero del Departamento de Tuberculosos del Hospital Civil de
Mexicali, informó al gobierno que contrajo la enfermedad durante el desempeño
de sus funciones. Lo acreditaba mediante un certificado médico expedido por el
doctor Manuel Monter. Ugalde solicitaba la cantidad de $300.00 oro nacional
para ir a la ciudad de México a reunirse con sus familiares. La suma se le
entregó a manera de “donativo” a través de la tesorería municipal.9
Por otro lado, el incremento en la población se hace
notar de manera exponencial sólo después de la
década de 1920. Había 23 537 pobladores con 8.33 de tasa de crecimiento. Hacia
1930, se calcula que había 48 327; en esa década Baja California tuvo una tasa
de crecimiento de 8.32 (Piñera, Jaimes y Espinoza, 2012, p. 41).
Sin duda, el aumento de la población y el crecimiento de
las ciudades fueron factores que generaron condiciones para que la tuberculosis
se desplegara con más facilidad en el territorio, puesto que las cepas del Mycobacterium requieren unas densidades de población
elevadas que proporcionen reservas susceptibles para su desarrollo (Porter,
2003, pp. 25-52). A lo que habría que sumarle la dinámica sociocultural de la
población derivada de las actividades económicas, por ejemplo, los servicios de
corte sexual. Entonces la tuberculosis tomó un
papel de mayor importancia para las autoridades locales, que no dimensionaron
el problema hasta tiempo después de 1910, cuando comenzaron a aumentar las
tasas de mortalidad y morbilidad.10
Fue entonces que iniciaron acciones y tomaron medidas en contra de la
enfermedad.
LAS PRIMERAS ACCIONES
La primera y más significativa
acción fue la apertura de un lugar para recluir tuberculosos a finales de la
década de 1910, en la ciudad de Mexicali, a unas cuadras del Hospital Civil.
Contaba con seis camas y una ventanilla por donde se les alimentaba a los ahí
recluidos. El lugar era una sección más del Hospital Municipal, ubicado a
varios metros, de tal manera que se evitaran las propagaciones de tuberculosis
hacia otros enfermos.11 Esta acción revela una
mayor frecuencia de la enfermedad en la zona.
Para la década de 1920, la tuberculosis comenzaba a
presentar un problema en toda la república mexicana, donde era endémica, “las
incompletas cifras recabadas entre 1925 y 1929 [revelan] que por lo menos 1 500
000” individuos estaban enfermos (Agostoni, 2019, p. 520). En 1922 “ocupaba el
séptimo lugar dentro de las principales causas de mortalidad general” en todo
México (Carrillo, 2012, p. 89).
En Baja California hubo grandes preocupaciones. Durante
la década de 1920 la tuberculosis había cobrado relevancia en la agenda de los
gobiernos locales, tanto que fue motivo para clausurar lugares que permitían la
entrada de personas portadoras de la enfermedad. Como ejemplo está el cierre,
en 1925, de un templo perteneciente a una iglesia de corte pentecostal en
Pueblo Nuevo, Mexicali (Espinoza, 2014, p. 125). Acciones de este tipo las
hemos encontrado en Baja California, sin que tengamos referencias de que se
dieran también en otras entidades. A inicios de la misma década apareció en el
Periódico Oficial un reglamento para la desinfección de casas, que en algún
momento fueron ocupadas por personas con tuberculosis.
El reglamento fue revisado por una comisión y aprobado
por el Cabildo, entró en vigor el 27 de abril de 192012
e incluía once artículos. Llama la atención que en él se contemplaran personas
que practicaban la medicina sin título que los avalara como médicos, como se
señala en el artículo i. “Toda persona que ejerza la
medicina, con autorización o sin ella, está obligado a dar parte por escrito a
la Presidencia Municipal, del número de tuberculosos que atienda, el nombre de
los mismos, así como el de la calle y el número de la casa que habiten”.13 La intención era
localizar y frenar el avance de la enfermedad de cualquier manera y con ayuda
de quien fuera.
Este reglamento era un claro ejemplo de la cooperación en
tres sectores distintos de la sociedad: los médicos, el gobierno y los
ciudadanos. Los artículos iii, vi
y vii son muy ilustrativos al respecto:
Art. iii. La desinfección
deberá hacerse siempre, con conocimiento previo del Médico Municipal, a fin de
que se observe en la desinfección los procedimientos prevenidos en este
Reglamento. Art. vi. La Autoridad Municipal se reserva
el derecho de mandar desinfectar las casas que hayan sido ocupadas por
pacientes tuberculosos, si después de transcurridos diez días a la desocupación
o fallecimiento del paciente o pacientes, no lo verificaren los propietarios o
sus representantes, largándoles en el presente caso, el importe de los gastos
que la desinfección origine. Art. vii. Para desinfectar
una casa se procederá a hacer una fumigación con solución de formaldehida al
10% p.00; después de esto, las casas empapeladas, serán despojadas de todo su
tapiz, cuando esto sea indispensable a juicio del Médico Municipal cuyo tapiz,
será desde luego incinerando. A la pared se le dará una encalada, preparando ésta
con la misma solución de formaldehida; hecho esto se cerrarán herméticamente
todas las rendijas y se sujetará nuevamente a una fumigación de azufre y
formaldehida todo esto para cada pieza teniendo cuidado de lo que se acaba de
indicar, se practique, no solamente con los muros de la habitación desocupada,
sino también con los pisos y techo de las mismas.14
El artículo iv hacía referencia a
la ubicación de las casas y el registro que debía llevar el Ayuntamiento para
poder “notificar oportunamente a los propietarios de las fincas infestadas, que
no podrán ser éstas ocupadas nuevamente, mientras no se [ejecutara] la
desinfección”.15
Lo mencionado líneas arriba da
cuenta de manera clara del aumento de casos de tuberculosis y la importancia
que esta comenzó a tener en Baja California.16
Tanto así que se utilizó la prensa como medio de difusión de las noticias
relacionadas con la enfermedad. Aunque las acciones preventivas no fueron
constantes, debido a que el estado mexicano se encontraba débil e “inmerso en
un proceso de reconstrucción y reconfiguración” (Agostoni, 2016, p. 57), no
limitó las acciones en contra de la enfermedad, incluso se abrió un lugar a las
afueras de las ciudades. No obstante, la apertura de dispensarios
antituberculosos en Mexicali y Tijuana se dio hasta finales de la década de los
años treinta del siglo xx.
LEJOS DE LA CIUDAD:
EL “HOSPITAL” DE LA RUMOROSA
Durante la década de 1930 las
autoridades decidieron enviar los casos más severos de tuberculosis fuera de la
ciudad con la intención de evitar la propagación de la misma entre la creciente
población de Mexicali, Tijuana, Ensenada, Tecate y otros poblados, de igual
forma como aconteció en la ciudad de México (Agostoni, 2019). Para este
propósito se eligió un pequeño paraje, situado en la Sierra de Juárez, entre
las actuales localidades de Tecate y Mexicali, que años atrás había servido
como lugar para centro de gobierno (1924-1929) construido por Abelardo L.
Rodríguez, quien denominó a dicho lugar Campo Alaska (Gruel, 2017). Es
importante señalar que la elección del sitio obedecía en buena medida a las
opciones terapéuticas del momento, que estaban basadas en la benignidad del
clima y las condiciones geográficas: “la pureza y sequedad del aire, la
temperatura media –nunca extremosa– la protección contra los vientos, la
cercanía de bosques y montañas, la luminosidad, la limpieza del cielo y la calma
atmosférica”. Para favorecer el acceso de los enfermos a aire limpio y los
rayos del sol (Agostoni, 2019, p. 527).
En el referido lugar se construyó un hospital17 que, durante 27 años,
como afirma el sociólogo Manuel Gruel (2017) “no funcionó completamente como
psiquiátrico, ni como casa de salud”, ya que en distintos momentos, después de
su apertura en 1931, se utilizó tanto para albergar personas con diversas
enfermedades de tipo psiquiátrico –derivadas de la sífilis en algunos casos–,
leprosos y tuberculosos. Posteriormente se remodeló un edificio que albergaba
un cuartel militar como un “pabellón para dementes. La casa de gobierno de
Abelardo L. Rodríguez era el pabellón antituberculoso”. El número de enfermos
de tuberculosis ahí atendidos fue descendiendo, de tal manera de que para 1945
se redujo a 18 (pp. 12, 75, 132, 158).
En la disminución de la morbilidad probablemente influyó
la apertura del dispensario antituberculoso perteneciente al Hospital Civil de
Mexicali (hcm) a finales de la década de 1930. En
ese entonces, la tuberculosis tenía gran atención por parte de las autoridades
federales en todo el país, ya que al exterior de la capital había “18
dispensarios antituberculosos –dependientes ya fuera de los Servicios
Sanitarios de los Estados o de los Centros de Higiene Rural–, todos equipados
con rayos X y aparatos de neumotórax. Había, asimismo, hospitales especiales
para enfermos de tuberculosis, o departamentos específicos para ellos en los
hospitales” (Carrillo, 2012, p. 91), lo que refleja el amplio interés mostrado
en ese renglón.
En 1942, la Secretaría de Salubridad y Asistencia (ssa) encomendó al médico Gonzalo Espinosa Valle,
encargado del dispensario antituberculoso18
del Hospital Civil de Mexicali, la tarea de realizar visitas los días domingo
al Sanatorio Antituberculoso de La Rumorosa, con el propósito de consultar y
vigilar la alimentación de los enfermos. En octubre de 1942 algunos de los que
padecían tuberculosis se quejaron del trato que se les daba y, como respuesta a
dichas quejas, el gobierno federal envió apoyo; 25 camas y 25 burós sanitarios,
además enviaría ropa de cama y otros. Otra de las quejas fue la deficiente
alimentación, dicho rubro fue pasado por alto, pues algunos funcionarios
consideraban que la cuota que se otorgaba para alimentación era la adecuada,
además hubo problemas de corrupción y negligencia (Gruel, 2017, pp. 115, 122,
123). Con falta de fondos e inadecuada atención, la mayor parte del tiempo que
estuvo en servicio este lugar funcionó, más como de reclusión que de atención.
En 1943 el gobierno de Mexicali adquirió una camioneta
para el traslado de enfermos desde sus hogares hasta el dispensario
antituberculoso del hcm en donde se ofrecía consulta
externa. Las preocupaciones del gobierno por el crecimiento de la tuberculosis
en la zona quedaron en mayor evidencia, cuando en septiembre de 1945 se
impartieron pláticas sobre educación higiénica al personal del dispensario y la
aplicación de la prueba de Clemens Von Pirquet, con la finalidad de “localizar
más enfermos en las colonias de Mexicali” (Gruel, 2017, pp. 125, 135). La
prueba que consistía en aplicar tuberculina de manera cutánea –extracto
proteico obtenido de Mycobacterium– no era eficaz
en su totalidad. Si a la persona que se le aplicaba había sufrido infección por
sarampión, el virus suprimía la respuesta inmune del huésped (Oldstone, 2002,
p. 106).
Las acciones realizadas hasta principios de la década de
1940 por las autoridades locales, que en ocasiones se ayudaron de fondos
federales, parecieron ser insuficientes para detener la propagación y la
consecuente endemicidad de la tuberculosis en Baja California. En ese año,
Lázaro Cárdenas “le solicito al Departamento de Salubridad Pública un programa
de higienización de los territorios, para controlar en especial las
enfermedades endémicas, sobre todo el paludismo” y la misma tuberculosis (Cruz,
2004, p. 45). El control de las mencionadas enfermedades se incluyó en el
Programa de Cooperación Interamericana de Salubridad (pcis)
en la Frontera Norte de la República Mexicana, que tenía como finalidad “el
incremento de algunas de las actividades de carácter preventivo a cargo de las
Oficinas Sanitarias en las poblaciones situadas a lo largo de la línea
divisoria con los Estados Unidos” (Hernández, 1948, p. 706).
EL PROGRAMA DE COOPERACIÓN INTERAMERICANA DE SALUBRIDAD
Para 1941 Baja California ya
formaba parte de este programa, aunque su situación era bastante precaria debido
a que no había los fondos suficientes. El programa contaba con “unidad
fotofluorografía, transportable, de tipo pesado, para la toma de películas de
35 milímetros” (Hernández, 1948, p. 710) que recorría algunos poblados
pertenecientes a estados que se encontraban en la franja fronteriza. A pesar de
poseer tecnología de punta –en número insuficiente para abarcar los poblados
fronterizos– en la zona no se tenía ninguna institución especializada en
tuberculosis, tampoco un “hospitalario o sanatorial para internar enfermos”
(Hernández, 1948, p. 711). La preocupación por el combate de esta enfermedad en
el territorio bajacaliforniano parece tener su fundamento en las cifras sobre
mortalidad arrojadas por epidemiólogos adscritos al programa, que señalaban y comparaban
el coeficiente que se presentaba en Baja California (182.3) con el de otros
estados fronterizos como “Sonora 132.8, Chihuahua 60.9, Coahuila 118.4, Nuevo
León 132.2 y Tamaulipas 134.1” por cada 100 000 habitantes, donde Baja
California ocupaba el primer lugar, lo mismo sucedía con los municipios;
Mexicali fue el más alto con 214.7 por cada 100 000 habitantes (Hernández,
1948, p. 709).
No cabe duda de que la erradicación de la tuberculosis,
no sólo de Baja California sino de toda la región fronteriza, se veía como una
misión imposible (Hernández, 1948). Por eso el pcis
intentaba cumplir con tres puntos básicos a través de los subcomités que se
formaron a lo largo de la frontera:
En primer lugar, la parte que corresponde a Educación
Higiénica en relación con tb, procurando hacer amplia difusión
popular de conocimiento sobre la manera como se contagia la tb, cómo se previene, las consecuencias inmediatas de
la enfermedad también factores económicos y sociales […] En segundo lugar, la
promoción e impulso de la cooperación privada para la resolución de los
diversos problemas que afloran como consecuencia de la influencia nociva que el
enfermo tuberculoso ejerce sobre el medio social […] En tercer lugar, la
promoción e impulso de todas las actividades dentro del medio social que
tiendan a la mejor colaboración mutua entre, las instituciones oficiales y
privadas que en alguna forma participan en la lucha contra la tb (Hernández, 1948, pp. 712-713).
Las acciones de salud pública que se generaron a partir
del pcis en contra de la tuberculosis
estuvieron limitadas por la falta de recursos económicos, materiales y humanos.
Aunque hubo algunas acciones donde se involucraron los tres órdenes de gobierno
e incluso la sociedad civil. La problemática para la correcta coordinación de
servicios de salud pública se debía en parte a la falta de vías de comunicación
entre Baja California y el “interior del país” (Cruz, 2004, p. 44), como había
señalado el presidente Lázaro Cárdenas durante su mandato.
A propósito de la ubicación geográfica de Baja
California, cabe resaltar su condición fronteriza, ya que desde finales del
siglo xix el gobierno estadunidense comenzó a
realizar acciones de salud pública en la frontera entre México y Estados Unidos
(Fierros, 2016). Esta condición fue un elemento relevante en la lucha contra la
tuberculosis pues, en 1946, autoridades de la American Public Health
Association presentaron un informe de salud pública sobre la ciudad y el
condado de San Diego, California. En él señalaban que hasta ese momento la
mayoría de las acciones para el control de la tuberculosis se habían llevado a
cabo por la Tuberculosis Association que era una organización altruista y se
movía por el apoyo del voluntariado y, en menor medida, por el Public Health
Nursing Service (Buck y Kandle, 1946, p. 4). En el mencionado informe entendían
que la tuberculosis y algunas enfermedades venéreas deberían ser tratadas de
manera inmediata por el Departamento de Salud, así como la vigilancia de las
zonas aledañas al condado, que pudieran ser focos de infección, a decir las
poblaciones de Baja California (p. 44).
Del lado mexicano la falta de recursos dificultaba la
lucha contra la tuberculosis, el médico Ricardo Hernández Ballados (1948),
participante en el programa, admitió: “No pretendemos erradicar la tuberculosis
entre nosotros a plazo breve porque sería una tarea para la cual, aun cuando
nos sobra voluntad y ponemos en ella todos nuestros esfuerzos, nos faltan
elementos materiales con los cuales poder aspirar a ese objetivo” (p. 713). Sus
expectativas eran realistas, pues fue hasta 1950 que la lucha contra la
tuberculosis “se fortaleció con la llegada al país […] de tratamientos
efectivos: antibióticos y antifímicos específicos, que dieron confianza a los
tisiólogos en la posibilidad de erradicar la enfermedad. A partir de ese
momento cambió la política de control de la enfermedad, y el tratamiento de la tb pasó a ser básicamente ambulatorio” (Carrillo,
2012, p. 94). Hernández Ballados (1948) era consciente de las condicionantes económicas
al expresar: “nos conformamos por ahora con mejorar nuestras escasas
instituciones, crear aquellas que nuestra posibilidad económica nos permita y
nos conformaremos con disminuir nuestros coeficientes de mortalidad hasta
lograr que, por lo que corresponde a la tb,
ésta deje de ser el factor tan importante que es en nuestra epidemiología” (p.
713), por lo que es necesario hacer mención que entre 1939 y 1950 las ofertas
de la biomedicina para curar la tuberculosis eran “inciertas” (Agostoni, 2017,
p. 201).
DESPUÉS DE LOS TRATAMIENTOS
Historiadores, epidemiólogos y
expertos en salud pública coinciden en que después de la década de 1950 el
combate contra la tuberculosis en México fue favorecido cuando la
quimioterapia, la vacuna bcg y los antibióticos “modificaron las
estrategias” para prevenirla y curarla (Agostoni, 2017, p. 200). Aunque entre
finales de la década de 1940 y principios de la 1950 se había descubierto la
estreptomicina –por Waskman en 1945–, el ácido paraaminosalicítico –por Lehman
en 1946– y la hidracida del ácido isonicotínico –por Robitzek y Selikof en
1952–, es casi seguro que su uso se generalizaría entre la sociedad civil
tiempo después de su descubrimiento. El uso de estos antibióticos fue
paradójico, pues aunque ayudaron en atenuar el problema, enseguida aparecieron
cepas resistentes (Ferreira y Velázquez, 1993, p. 98; Porter, 2003, p. 171).
La vacuna dio esperanzas de anulación, pero aun así, en
Baja California la enfermedad seguía presentado cifras ascendentes en su
morbilidad, tan sólo de 1946 a 1949 se infectaron 1 769 y de 1949 a 1951 lo
hicieron 3 940 (Gruel, 2017, p. 145). No es de sorprendernos que las cifras
hayan ido en aumento para el trienio que va de 1951 a 1953 con 4 092 infectados
(Gruel, 2017, p. 145), ya que durante esos años hubo un aumento de población.
En 1940 había 78 907 habitantes y para 1950 aumentó a 226 956, pues de
hecho en este año se dio la tasa de crecimiento más alta del siglo xx, con 11.14% (Piñera, Jaimes y Espinoza, 2012, p.
41). Si se consideran las cifras porcentualmente, vemos que en esos años hubo
una reducción en la morbilidad. Los programas preventivos habían tenido cierto
margen de éxito, porque este no es un indicador de personas recuperadas por la
aplicación de antibióticos.
Pero la vacuna contra la tuberculosis no llegó a Baja
California –al menos de manera oficial– sino hasta los primeros años de la
década de los cincuenta mediante campañas de vacunación. Esto fue así pues
aunque la campaña contra la tuberculosis que había incluido la vacunación con bcg se inició en una parte de la república mexicana
“desde la década de 1930” (Carrillo, 2017, p. 130), en la zona no había
suficientes recursos humanos y materiales para brindar la atención médica que
demandaba la creciente población, ni hablar de organizar una campaña de vacunación.
Es verdad que en 1941 se creó el Hospital General de Tijuana,19 pero las polémicas
entorpecieron la difusión de la vacuna porque
en 1950 varios bebés recién nacidos, vacunados con bcg oral durante los primeros diez días de vida,
murieron de tuberculosis generalizada […] La vacunación oral se suspendió, como
en la mayoría de los países en ese momento, pero la controversia también afectó
la vacunación intravenosa. Los que se oponían a la bcg
oral sugirieron métodos de control aprobados por la experiencia, y los
defensores de la vacunación contra la tuberculosis tardaron diez años en poder
regresar la vacuna a México (Carrillo, 2017, p. 130).
La realidad es que había pocos recursos médicos y
paramédicos hasta para la instalación de hospitales pertenecientes al Instituto
Mexicano del Seguro Social (Olvera, 2014, p. 16) que inclusive hace algunos
años tuvieron un papel preponderante en las campañas de vacunación. El retraso
de la llegada de la vacuna a la zona se vio obstaculizado por falta de
organización. En Baja California este proceso se intensificó a finales de la
década de los setenta y principios de la de los ochenta, como consecuencia del
Programa Nacional de Inmunizaciones de 1973. Otra de las consecuencias fue la
aparición de la cartilla de vacunación en 1979 (LatinComm, 2015) que es hasta
nuestros días un requisito para el ingreso de los niños a los niveles
preescolar y primaria (ya sea pública o privada).
Posteriormente se organizó una campaña de vacunación
masiva mediante el Programa Nacional de Inmunizaciones, en el que se establecía
la aplicación de cuatro vacunas obligatorias, entre las que estaba la bcg (las otras eran antipoliomielítica, dpt, antisarampión y el toxoide tetánico). “En apoyo a
este programa, desde 1980 se organizaron jornadas intensivas de vacunación con
características y denominación diversas pero con objetivos similares”: primero
fueron las Fases Intensivas de Vacunación, después los Días Nacionales de
Vacunación, que posteriormente se nombraron Semanas Nacionales de Vacunación y,
finalmente, Semanas Nacionales de Salud. En 1985 se publicó un decreto que
establece como obligatoria la Cartilla Nacional de Vacunación y, en un esfuerzo
por la unificación de los programas, en 1991 se creó el Programa de Vacunación
Universal (Hurtado y Matías, 2005, p. 50).
El aumento de las cifras comenzó a representar un
problema binacional entre México y Estados Unidos, desde finales de la década
de 1930, pero el énfasis en la tuberculosis se incrementó a partir de la década
de 1950, cuando en ambos lados de la frontera se crearon programas de control
que tenían un enfoque transfronterizo. Uno de ellos fue el cure tb, operado por el
Programa de Control de Tuberculosis del condado de San Diego, California,
iniciado en la década aludida (Organización Panamericana de la Salud, 2011, p.
63).
Además, se realizaron estudios en la zona por expertos de
ambos lados, muchos de ellos auspiciados con fondos federales. Un ejemplo de
esto es el que se llevó a cabo en Mexicali y el área rural, efectuado mediante
un convenio entre la ssa, la Organización Mundial de la
Salud (oms) y el Fondo de las Naciones Unidas
para la Infancia (unicef). En este programa, tan sólo en
el municipio de Mexicali, de 1962 a 1963 se examinó con fotofluorográfía a 7
304 personas, de las cuales 132 dieron positivo (Izaguirre, Blancarte y Santos,
1964, p. 798).
La aplicación de antibióticos generó un descenso de 50%
en la mortalidad, pues entre 1963 y 1974 hubo 2 927 muertes ocasionadas por la
tuberculosis, según informó Enrique Verduzco (1980), asesor del Departamento de
Enfermedades Crónicas y Degenerativas de la Jefatura de Servicios de Medicina
Preventiva, del Instituto Mexicano del Seguro Social (imss).
Aun así, los tratamientos eran poco efectivos, aunque se habían descubierto
otros antibióticos como el etambutol en 1969, ya que había escaso seguimiento
por parte de los pacientes. Durante mayo de 1974, de las 314 personas
detectadas con tuberculosis, sólo 73 dieron seguimiento de manera correcta
(Sentíes, Ortiz, Bonilla, Rodarte y Escobedo, 1974).
Fue precisamente en el año mencionado que padecer
tuberculosis apareció en el Código Civil para el estado de Baja California
(artículo 264) como causa de divorcio. Años más tarde se realizó una reforma al
artículo 94, en donde se indicaba que para contraer matrimonio era necesario
presentar un certificado suscrito por un médico titulado, en donde se asegurara
la ausencia de tuberculosis. Es importante enfatizar esta cuestión, pues hoy en
día ya no se exige este certificado, sólo una prueba que descarte enfermedades
de transmisión sexual.20
A pesar de lo anterior, a finales de la década de los
setenta y principios de la de los ochenta, se llegó a creer que la tuberculosis
podía controlarse y erradicarse debido a los métodos de detección, los
tratamientos y las campañas de vacunación masiva. Estas últimas siguieron
durante las décadas subsecuentes, “a partir de 1971, comenzó la producción de
la forma liofilizada de esta vacuna en el Instituto Nacional de Higiene, usando
la cepa Danesa 1331” (LatinComm, 2015).
En este contexto y debido a un programa de control
inadecuado, la resistencia a los fármacos antituberculosos ha aumentado. […] en
1976 reportaron una resistencia inicial a la isoniacida y estreptomicina del
3.9 y 14.3%, respectivamente. Ya, en 1982 [se] reportó 6.6% de resistencia
inicial a la isoniacida, 0.8% a la rifampicina y 15.4% a la estreptomicina. En
1995, [se] informó 9% a isoniacida, 2% a rifampicina y 12% a estreptomicina.
Por último en el Proyecto de Vigilancia de Resistencia a Fármacos
Antituberculosos, [ha encontrado] resistencia en tres estados mexicanos (Baja
California, Sinaloa y Oaxaca), reportaron que la resistencia en casos nuevos y
retratados a la Isoniacida fue del 12.9 y 50.5% respectivamente, para tasas de
multifármacorresistencia de 2.4 y del 22.4%, lo que habla de que en nuestro
país también existen altos niveles de resistencia (Villalba, 2003, p. 487).
Contrariamente de los esfuerzos, aún hacia 1991 Baja
California figuraba entre los estados con mayor índice de mortalidad,
acompañado de Chiapas, Veracruz y Oaxaca. Para esa década las preocupaciones
habían aumentado de manera exponencial, durante 1999 se llevaron a cabo varias
reuniones para tomar acciones conjuntas entre autoridades de México y Estados
Unidos en contra de la tuberculosis (Organización Panamericana de la Salud,
2011, p. 11). Por su parte la Comisión de Salud Fronteriza México-Estados
Unidos resaltó en 2003, “en México la tasa de incidencia nacional de la
tuberculosis disminuyó en un 15 por ciento entre 1995 y 2000, mientras que en
los estados fronterizos sólo disminuyó un cinco por ciento, su tasa de
incidencia es significativamente más alta que la nacional pues la tasa nacional
fue de 15.7 mientras que en los municipios fronterizos la tasa fue de 33.4
casos por cada 100,000 habitantes en el año 2000” (López, 2014, p. 33).
Para contrarrestar los embates de nuevos ataques de cepas
de tuberculosis resistentes a los antibióticos, en 2010 se creó la Iniciativa diez contra la tb,
planteada desde 1995. La enfermedad parece causar más que preocupaciones y
mover la burocracia médica de ambos lados de la frontera. A través de esta se
propuso “identificar y responder a las oportunidades y retos que no pueden ser
solucionados de manera unilateral por ninguno de los países actuando
separadamente”. Fueron necesarios “esfuerzos binacionales de cooperación a lo
largo de la frontera, con el propósito de reducir la morbilidad y mortalidad a
causa de esta enfermedad y reducir su transmisión” (Organización Panamericana
de la Salud, 2011, p. 62). Las cosas parecen estár lejos de terminar así, pues
día con día hay un tráfico exagerado de personas entre los dos países.
A inicios del siglo xxi
Baja California “ocupa el primer lugar a nivel nacional en mortalidad por tb; en el año 2000 se registraron 157 defunciones con
tasa de mortalidad de 6.57 y en 2016 se presentaron 241 defunciones y tasa de
6.82 por cada 100 mil habitantes”. Esta situación ha sido señalada como un
asunto prioritario por las autoridades estatales, han enfatizado que se
requiere “la implementación de políticas públicas que garanticen su atención
integral por sus connotaciones sociales, culturales y económicas” (Coplade, 2017, pp. 30-31). Aun así, no se ha visto la
atención en esta área de la salud.
UNA CUESTIÓN POR DEFINIRSE
La lucha contra la tuberculosis
en Baja California está lejos de acabar. Las dinámicas sociales, demográficas,
económicas e incluso culturales de la población parecen ser las causas en las
que se encuentra la respuesta para dar fin a la enfermedad. No es casual que un
médico mexicano a inicios del siglo xx
escribiera –en tono profético–: “a pesar de todos los esfuerzos de los
terapeutistas y de los higienistas, el problema de la tuberculosis sigue siendo
tan pavoroso como antes” (Carrillo, 2012, p. 89). Porque, en efecto, la
tuberculosis no es una enfermedad “infecto-contagiosa reemergente”, como
indican las autoridades gubernamentales (Coplade,
2017, p. 7), sino una enfermedad que ha habitado en la zona por más de 100 años
y se ha presentado en estado latente y constante. Nunca desapareció y como se
observa ha incrementado su prevalencia con el paso de los años. Sobre todo
cuando, en 2015, se encontraba en el número catorce de las principales causas
de mortalidad en Baja California, con 211 decesos y una prevalencia de 6.06 (Coplade, 2017, p. 27).
Proyecciones alentadoras de las autoridades
gubernamentales indican que para 2030 esperan poner fin a la “epidemia” de
tuberculosis, además de la de sida (Coplade, 2017, p. 12) en donde sólo parecen estar
involucradas dos instituciones de salud, Isesalud
e Issstecali (p. 51), cuando hoy en día Baja California
cuenta con más de 3 000 000 de habitantes y la realidad es que hay pocos
espacios para brindar dicho servicio al total de la población. Estamos en
espera de una bala mágica que sea rápida o un programa de salud pública
realmente efectivo. A diferencia de enfermedades como el sida,
la tuberculosis tiene cura, si se detecta en sus etapas tempranas.
La vacunación ha sido un buen recurso para evitar muertes
prematuras por la enfermedad. La aplicación de la vacuna durante los últimos
quince años ha tenido gran impacto, “el mayor número de casos de tb se presentó entre los años 2004 y 2006, con 6, 9 y
5 respectivamente”. En 2016 se registró sólo un caso (Coplade,
2017, p. 12), es decir, la vacuna funciona solamente con ciertos grupos, cuando
los organismos son receptores; no obstante, para que funcione como método profiláctico
en el total de la población y tenga un impacto a gran escala, se requiere crear
un programa que sea integral, que considere las dinámicas sociales,
demográficas, económicas y culturales propias de las ciudades de Baja
California.
Consideramos que el programa integral deberá tener en
cuenta como asuntos prioritarios en las políticas públicas los siguientes
aspectos: 1) el crecimiento acelerado y en buena medida carente de organización
que registran, a partir de los años ochenta del siglo xx,
las ciudades bajacalifornianas, especialmente Tijuana y Mexicali. En la primera
de ellas la situación es crítica, dada la proliferación de conjuntos
habitacionales causantes del hacinamiento de personas. En Mexicali, la mayoría
de la población se concentra en un espacio reducido del área urbana (Flores,
2015). 2) La situación fronteriza de la entidad, que atrae del interior del
país flujos migratorios incidentes en problemas demográficos antes aludidos y
que son proclives a la propagación de la tuberculosis. Por último, 3) los
factores ambientales a los que están expuestos los enfermos de vih, especialmente susceptibles a la enfermedad
(França y Ferreira, 2013).
En el plan integral que sugerimos han de contemplarse
acciones que consideren los tres aspectos señalados, interrelacionándolos
debidamente, a fin de que las medidas sanitarias de higiene pública que se
tomen alcancen un sentido de integralidad.
LISTA DE REFERENCIAS
Agostoni, C. (2003). Monuments of
progress modernization and public health in Mexico City 1876-1910.
Calgary: University of Calgary Press.
Agostoni, C. (2016). Médicos,
campañas y vacunas. La viruela y la cultura de su prevención en México,
1870-1952. México: Instituto de Investigaciones Históricas-unam.
Agostoni, C. (2017). ‘Timbres rojos’ y el Comité Nacional
de Lucha contra la Tuberculosis, Ciudad de México, 1939-1950, Revista CONAMED, 22(4),
199-201. Recuperado de
https://www.medigraphic.com/cgi-bin/new/resumen.cgi?IDARTICULO=79270
Agostoni, C. (2019). Del “armamento antituberculoso” al
Sanatorio para Tuberculosos de Huipulco en la Ciudad de México, 1920-1940. História, Ciências, Saúde Manguinhos, 26(2), 519-536. doi:
https://doi.org/10.1590/s0104-59702019000200009
Armus, D. (2002). La enfermedad en la historiografía de
América Latina moderna. Asclepio, 54(2), 41-60. doi:
https://doi.org/10.3989/asclepio.2002.v54.i2.140
Armus, D. (2010). ¿Qué historia de la salud y la
enfermedad? Salud Colectiva, 6(1),
5-10. Recuperado de https://www.scielosp.org/j/scol/i/2010.v6n1/
Armus, D. (2018). Sobre Claudia Agostoni, Médicos,
campañas y vacunas. La viruela y la cultura de su prevención en México
1870-1952, Historia Mexicana, 68(2),
838-841. doi:
http://dx.doi.org/10.24201/hm.v68i2.3596
Bloch, M. (2001). Apología para la
historia o el oficio de historiador. México: Fondo de Cultura Económica.
Buck, C. y Kandle, R. (1946). Public
health in San Diego County and City. Nueva York: American Public Health
Association.
Burke, P. (1999) La revolución
historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989.
Barcelona: Gedisa.
Burke, P. (2007) Historia y teoría
social. Argentina: Amorrortu.
Carrillo, A. M. (2002). Economía, política y salud
pública en el México porfiriano (1876-1910). História,
Ciências, Saúde Manguinhos, 9(suplemento),
67-87. doi:
http://dx.doi.org/10.1590/S0104-59702002000400004
Carrillo, A. M. (2012). Los modernos minotauro y Teseo:
la lucha contra la tuberculosis en México. Estudios,
número especial, 85-101. doi:
https://doi.org/10.31050/re.v0i0.2556
Carrillo, A. M. (2017). Vaccine production, national
security anxieties and the unstable State in nineteenth and twentieth century
Mexico. En: C. Holmberg, S. Blume y P. Greenough, The
politics of vaccination: a global history (pp. 121-147). Manchester:
Manchester University Press.
Coplade (Comité de Planeación del
Desarrollo) (2017). Programa sectorial de salud
2015/2019. Recuperado de
http://www.copladebc.gob.mx/programas/sectoriales/Programa%20Sectorial%20de%20Salud.pdf
Cruz, N. (2004). Baja California en
el contexto de la política de población durante el periodo cardenista,
1930-1940. (Tesis de maestría). El Colegio de la Frontera Norte,
Tijuana, Baja California.
Espinosa E., Paredes F. y Málaga A. (1959). Tuberculosis
bovina en México. Boletín de la Oficina Sanitaria
Panamericana, 46, 136-139.
Espinoza, P. (2014). La Iglesia
católica ante el Estado posrevolucionario en Tijuana, 1926-1935. (Tesis
de maestría). Universidad Autónoma de Baja California, Tijuana, Baja
California.
Ferreira, E. y Velázquez, O. (1993). Tuberculosis en
México: otro emisario del pasado. Boletín Mensual de
Epidemiologia, 7, 97-111.
Fierros, A. (2014), Historia de la
salud pública en el Distrito Norte de la Baja California 1888-1923.
México: Conaculta.
Fierros, A. (2016). Los inicios de la salud pública en
Baja California, México, y California, Estados Unidos, siglos xix y xx. Región y Sociedad, 28(67),
315-346. doi:
https://doi.org/10.22198/rys.2016.67.a805
Flores, G. (2015). Proyecciones de población urbana y
rural de las localidades de Baja California 2015-2030. Recuperado de
http://www.copladebc.gob.mx/publicaciones/2015/Proyecciones%20de%20poblacion%20urbana%20y%20rural%20de%20las%20localidades%20de%20Baja%20California%202015-2030.pdf
França, N. y Ferreira, M. (2013). Los factores sociales y
ambientales asociados a la hospitalización de los pacientes con tuberculosis. Revista Latino-Americana de Enfermagem, 21(2), 1-8. doi:
https://doi.org/10.1590/S0104-11692013000200006
Gruel, M. (2017) Rumor de locos El
Hospital de La Rumorosa, 1931-1958. México: Instituto Sudcaliforniano de
Cultura.
García, A. (2013). Epidemiologia
molecular de la tuberculosis en Baja California. (Tesis de maestría).
Universidad Autónoma de Baja California, Ensenada, Baja California.
Guzmán, S., Salinas, C. y Castañeda, G. (2013). La
tuberculosis en México: aportaciones del Museo Anatomopatológico, 1895-1899. Revista de Investigación Clínica, 65(1),
94-101. Recuperado de
https://www.medigraphic.com/cgi-bin/new/resumen.cgi?IDARTICULO=42463
Hernández, R. (1948). Programa de lucha antituberculosa
en la frontera norte de México. Boletín de la Oficina
Sanitaria Panamericana, 19, 706-713.
Hurtado, C. y Matías, N. (2005). Historia de la
vacunación en México. Revista Mexicana de Puericultura y
Pediatría, 13(74), 47-52.
Izaguirre, A., Blancarte, R. y Santos, C. (1964).
Panorama epidemiológico de la tuberculosis pulmonar en México. Salud Pública de México, 5, 787-801.
LatinComm (2015). Historia y avances de la vacunación en
México. Recuperado de http://www.latincomm.com/
López, A. (2014). Los pacientes con vih/sida en Tijuana y la
accesibilidad a los servicios de salud como factor determinante de la
adherencia terapéutica. (Tesis de doctorado). El Colegio de la Frontera
Norte, Tijuana Baja California.
Mercado, R. (1986). Los pioneros de
la medicina en Tijuana. México: Litografía Rivera.
Oldstone, M. (2002). Virus, pestes e
historia. México: Fondo de Cultura Económica.
Olvera, A. (2014). El seguro grande. El Río, 24, 15- 17.
Organización Panamericana de la Salud (2011). Situación de la tuberculosis en la frontera México-Estados
Unidos. El Paso Texas: Organización Panamericana de la
Salud/Organización Mundial de la Salud.
Piñera, D. (1991). Los orígenes de
Ensenada y la política nacional de colonización. México: Universidad
Autónoma de Baja California.
Piñera, D. y Martínez, J. (1992). Datos
para la historia demográfica de Baja California. Causas de defunción: 1901-1905.
Tijuana: Instituto de Investigaciones Históricas-uabc.
Piñera, D. y Martínez, J. (1994).
Baja California 1901-1905. Consideraciones y datos para su historia demográfica.
Tijuana: uabc /unam/sdsu.
Piñera, D. (2006a). Los orígenes de las poblaciones de Baja California. Factores
externos, nacionales y locales. México: uabc.
Piñera, D. (2006b). Las compañías colonizadoras y los orígenes de las
poblaciones. En M. Samaniego, Breve historia de Baja
California (pp. 99-124). Mexicali: Universidad Autónoma de Baja
California.
Piñera, D., Jaimes, R. y Espinoza, P. (2012).
Trayectorias demográficas de Baja California y California, 1900-2000.
Contrastes y paralelismos. Estudios Fronterizos, 13(26), 33-61. doi:
https://doi.org/10.21670/ref.2012.26.a02
Porter, R. (2003). Breve historia de
la medicina desde la antigüedad hasta nuestros días. México: Taurus.
Sentíes, R., Ortiz, A., Bonilla, J., Rodarte, H. y
Escobedo, A. (1974). Bases del programa de control de la tuberculosis en
México. Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana,
4, 479-493.
Verduzco, E. (1980). La mortalidad por tuberculosis en la
República Mexicana durante el periodo 1963-1974. Salud
Pública de México, 2, 191-228.
Villalba, J. (2003). Tuberculosis: un problema de
actualidad. Gaceta Médica de México, 139(5), 471- 492.
OTRAS FUENTES
Archivos
iih-uabc Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja
California. Copias de acervo documental del Archivo General de la Nación,
México.
ahgebc Archivo Histórico del Gobierno del Estado Baja California.
1 La historiadora deja muy clara su postura teórica respecto al abordaje que
hace de la tuberculosis, basada en los presupuestos presentados por Armus.
“alude a diferentes temporalidades, tanto a tiempos largos o, a lo que se
podría llamar, “la historia natural de la enfermedad”, y a tiempos
relativamente más cortos […] marcados o atados a los avatares generales de una
historia necesariamente más específica y acotada a una ciudad o a un país. Esos
tiempos más cortos, en ocasiones encuadrados por los quiebres de la historia
política, pueden elucidar intervenciones específicas, la “creación y
consolidación de agencias estatales”, la movilización de nuevas alianzas de
sectores sociales y profesionales y la politización de una enfermedad”, es
decir, su investigación tiende a enunciarse desde un tiempo corto (Agostoni,
2019, p. 521).
2 La autora del texto hace énfasis acerca de que “curar” era muy relativo en
ese momento y era casi sinónimo de mejora.
3 Esta investigación no pretende ser una historia
sociocultural de la enfermedad, que ha servido como “excusa o recurso
para discutir otros tópicos, [porque la historia
sociocultural de la enfermedad] apenas dialoga con la historia de las
ciencias biomédicas y se concentra en las dimensiones sociodemográficas de una
cierta enfermedad” (Armus, 2002, p. 45).
4 La importancia que la vacuna ha tenido en la medicina es crucial desde que
Albert Calmette y Camille Guéran, en 1921, lograron aplicarla con éxito en el
hospital la Charité, de París. La vacuna llegó a México en 1925. Fernando
Ocaranza, entonces director del Instituto de Higiene, recibió cepas del bacilo.
Sin embargo, la vacuna ha sufrido grandes controversias a lo largo de los años.
Es bien sabido que en 1929 algunas decenas de niños murieron en una ciudad de
Alemania, después de ser vacunados, debido a la “contaminación accidental de la
vacuna con una cepa virulenta”, aun así, se comenzó a producir en México desde
1931 hasta 1991 (Carrillo, 2017, pp. 127, 137).
5 La “tasa de morbilidad varía de 40.82 en el año 2000 con 1 037 casos a
47.63 con 1 684 casos en el año 2016”, durante el 2017 el “mayor número de
casos se registró en la jurisdicción de Tijuana con 893” (Coplade, 2017, p. 30).
6 Las autoridades han señalado en el programa sectorial de salud 2015-2019:
“Se trata de un padecimiento asociado a determinantes sociales tales como la
marginación, la migración, las comorbilidades y la situación social de los
pacientes, lo que dificulta su control e interrupción de la cadena de
transmisión” (Coplade, 2017, p. 24).
7 Durante el transcurso de la primera mitad del siglo xx
“la tb pulmonar ocupó un lugar prioritario
en los programas de salud pública implementados a nivel internacional. En
México, de manera similar a cómo aconteció en diferentes países europeos y
latinoamericanos, la contención de los contagios se sustentó en los
dispensarios, los sanatorios y los hospitales” (Agostoni, 2017, p. 200).
8 Extractos de actas de defunciones del Registro Civil de Ensenada, Tijuana,
Mexicali y Tecate de 1906 a 1910. Datos para la historia demográfica de Baja
California, exp. 4/8. Copia del Archivo General de la Nación, México, en Acervo
Documental del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Autónoma de Baja California (en adelante iih-uabc),
México.
9 Periódico
Oficial del Distrito Norte de la Baja California, Ensenada, Distrito Norte de la Baja California, 5 de agosto de 1920, t. xxvi, núm. 6, p. 4.
10 Para dimensionar el asunto, el caso de Tijuana es ilustrativo, lugar en
donde tan sólo de 1890 a 1939 murieron 430 personas
por tb; de estas sólo
9 fueron registradas antes de 1910 (Mercado, 1986, p. 107).
11 “Los pioneros de la medicina en el Valle de Mexicali”, Archivo Histórico
del Gobierno del Estado de Baja California (en adelante ahgebc),
1910, exp. 23, México.
12 Periódico
Oficial del Distrito Norte de la Baja California, Ensenada, Distrito Norte de la Baja California, 5 de junio de 1920, t. xxxiii, núm. 31, p. 5.
13 Periódico
Oficial del Distrito Norte de la Baja California, Ensenada, Distrito Norte de la Baja California, 5 de junio de 1920, t. xxxiii, núm. 31, p. 5.
14 Periódico
Oficial del Distrito Norte de la Baja California, Ensenada, Distrito Norte de la Baja California 5 de junio de 1920, t. xxxiii, núm. 31. p. 5.
15 Periódico
Oficial del Distrito Norte de la Baja California, Ensenada, Distrito Norte de la Baja California 5 de junio de 1920, t. xxxiii, núm. 31, p. 5.
16 Este aumento fue notorio durante la década de 1930, y al parecer, se dio en
toda la república mexicana. En 1934 se calcula que la “mortalidad por tb en todo el territorio nacional alcanzó 54.4
defunciones por cien mil habitantes” (Hernández, 1948, p. 706).
17 Antes de 1947, el personal “del hospital se componía de un administrador,
dos enfermeras, tres mozos, dos lavanderas e igual número de cocineras”.
Situación que parece haber cambiado a partir de la fecha aludida pues,
“Francisco Díaz Gómez, un estudiante de medicina de la Universidad Autónoma de
México; prestador de Servicio Social, mencionó un número diferente: cinco mozos
repartidos entre ambos pabellones. Durante las 24 horas del día, cada
enfermera, cocinera y lavandera cubría un turno de ocho horas. La misma jornada
laboral funcionó para los mozos, quienes se repartieron dos en el pabellón de
locos y uno en el antituberculoso” (Gruel, 2017, p. 210).
18 Aunque en los “dispensarios del Departamento de Salubridad Pública el
tratamiento era gratuito, no existía entonces ningún específico efectivo contra
la tuberculosis; y se recurría para intentar curarla lo mismo a luz
ultravioleta, yodo, oro e inhalaciones de ozono; que a efluvios de alta
frecuencia, baños eléctricos y aplicaciones de vacuna de bacilos de tortuga.
Como los medicamentos, además de poco efectivos eran muy costosos, se
consideraba que lo más práctico era evitar el contagio” (Carrillo, 2012, p.
93).
19 Manuel Ávila Camacho, exp. 562.11/42 ADD. iih-uabc.
20 Periódico
Oficial del Estado de Baja California, Mexicali, Baja California, 31 de enero de 1974, t. lxxxi,
núm. 3.