10.18234/secuencia.v0i110.1801
Artículos
Panamericanismo y negocios
binacionales. Transportes, carreteras
y servicios turísticos
(Estados Unidos de América y México, 1920-1940)
Panamericanism and Binational
Business. Transportation, Highways, and Touristic Services (USA and Mexico,
1920-1940)
Luis Anaya Merchant1, https://orcid.org/0000-0002-4595-1921
1Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México, luisanay@hotmail.com
Resumen:
Este trabajo explora la convergencia de intereses
estatales y privados binacionales en la temprana construcción de carreteras
mexicanas. Otro objetivo es comparar la evolución del autotransporte en Estados
Unidos y México; el ejercicio se justifica porque aclara apoyos estadunidenses,
por sus impactos y porque muestra cercanías diplomáticas de dos países con
historias confrontadas. La cooperación se animó por el Panamericanismo y el New
Deal porque crearon ambientes diplomáticamente favorables. Entre las industrias
beneficiadas por las nuevas redes carreteras destacamos los servicios
turísticos. El trabajo también registra obstáculos y costos históricos
asociados con políticas erráticas. Las consecuencias de la competencia entre
automotores y ferrocarriles en ambos países es otro objeto de comparación y
estudio. Estados Unidos y México impulsaron campañas de propaganda favorables a
atracciones turísticas mexicanas cuyo destino también se explora en el trabajo.
Palabras clave: paralelismo; panamericana; industria; turismo; automotores.
Abstract:
This paper explores the
convergence of binational state and private interests in the early construction
of Mexican highways. Another objective of the study is to compare the evolution
of motor transport in the United States and Mexico; the exercise is justified
by clarifying American support for its different impacts and for analyzing a
moment of diplomatic closeness in two countries of confronted stories. The
cooperation was encouraged by Pan Americanism and New Deal because they created
diplomatically favorable environments. Among the industries benefiting from the
new road networks, we highlight the tourism services. Work also records
historical obstacles and costs associated with erratic policies. The
consequences of the competition between auto motors and railroads in both
countries are another object of comparison and study. The United States and
Mexico promoted propaganda campaigns favorable to Mexican tourist attractions
whose fate is also explored at work.
Keywords: Paralelism; panamerican highway; industry; tourism;
automotors.
Recibido: 22 de octubre de 2019 Aceptado: 27 de mayo de
2020
Publicado: 10 de mayo de 2021
INTRODUCCIÓN
La sociedad mexicana adaptó e impulsó mercados e
industrias relativamente nuevos durante su “reconstrucción posrevolucionaria”
en la década de los veinte. Un caso paradigmático de esta adaptación y adopción
lo ofrecían las nuevas posibilidades de transportación terrestre: los vehículos
automotores, importados fundamentalmente desde Estados Unidos. Sus
potencialidades se combinarían con los ferrocarriles, aunque también los
contrastarían pues su competencia terminaría acelerando su declinación. No
obstante, durante las décadas de los veinte y treinta los ferrocarriles, los
autos y los incipientes acuerdos de navegación continuaban alentando mayores
posibilidades comunicativas y también nuevas industrias. El interés de este
ensayo es mostrar la articulación de intereses particulares y estatales binacionales
en la construcción de carreteras mexicanas y esbozar sus impactos en la
industria turística. También interesa realizar comparaciones con procesos
ocurridos en Estados Unidos, pues pese a notables diferencias nacionales su
construcción sería temporalmente próxima.
Las entreguerras demarcan este ensayo. La primera
posguerra atestiguaría el comienzo de colaboraciones e intercambios de
experiencias entre los diversos agentes que promovían actividades de
“tourismo”; en esas actividades se encuentra el fermento que, al paso de varias
décadas, terminaría situando a la industria sin chimeneas como fuente
principalísima de los ingresos mexicanos (Payró, 1999).1
Para mostrar su temprana evolución, destacamos la relevancia de la carretera panamericana, puntualizando que no tendremos oportunidad
de tratar sus aspectos técnicos ni sus diversos impactos territoriales que, por
mucho, exceden estas resumidas líneas. El primer apartado esboza la concepción
temprana de las redes carreteras y la formación de la industria automotriz
comparando algunas experiencias en Estados Unidos y México. El segundo describe
problemas derivados por paralelismos de trazos carreteros y vías férreas. El
tercero describe pautas de consolidación del automóvil e impactos en la
temprana industria del turismo. El cuarto revisa condiciones de infraestructura
en proyectos de potencialidad turística, y el quinto muestra oportunidades
económicas ligadas a la carretera panamericana.
UNA NOTA COMPARATIVA EN LA TRANSPORTACIÓN
En el siglo xix, Estados Unidos comunicó sus ciudades mediante
ferrocarriles. México los “adoptó” con retrasos y contradicciones (Coatsworth,
1984).2 Un ejercicio de contrastes
observaría mayores atrasos en infraestructura portuaria y medios de navegación.
Claro, por condiciones geográficas, la transportación pluvial
(lagos y ríos) jamás podría acercarse a las condiciones que facilitaban la
comunicación estadunidense.
En un marco amplio de sistemas de transportación
sorprende lo poco que ha sido comparada la evolución de las modernas redes
carreteras mexicanas y estadunidenses. Máxime porque pese a diferencias de
escala o de capacidad profesional y técnica con la que se encaraban la construcción
de infraestructura, los problemas enfrentados por funcionarios y empresarios de
ambos países eran simultáneos y condujeron a comportamientos colaborativos.
Compartirían una atmósfera de cambio de enfoques y principios, alineada por el
deseo de salir de la depresión bajo la bandera del panamericanismo.3 Desde luego, tras esta
bandera subyacían en distintos grados los viejos objetivos hegemonistas
estadunidenses. En cualquier caso y previniendo esa posibilidad, la diplomacia
mexicana estaba dispuesta a defender su programa reconstructivo nacionalista
“tomando” la palabra a Washington y procurando cultivar acercamientos
provechosos. Al respecto debiera anotarse que la clase dirigente mexicana
sentía que esto era propicio toda vez que, desde el verano de 1933, Roosevelt
decidió empujar una política de elevación del valor de la plata que favorecería
la recuperación mexicana.4
En esta circunstancia el proyecto carretero panamericano
fue recibido como un gesto modernizador y de “buena vecindad”. Más suspicaz el
pueblo mexicano bautizó a la panamericana como la
carretera “pocha” (Beals, 1937, p. 492),5
etiquetándola así como símbolo de una modernización espuria.
En los tempranos años veinte, parecía improbable
organizar un sistema carretero coordinando esfuerzos binacionales. En Estados
Unidos las empresas ferroviarias continuaban librando sus guerras, mientras su
federalismo competitivo, diferencias subnacionales y políticas regulatorias
ralentizaban su integración (Friedlaender, 1969). En México, los
revolucionarios disputaban el Estado dificultando proyectos integrales de gran
calado. La revolución alteró fundamentalmente el funcionamiento ferroviario
pues cada facción los consideraba cosa suya. Su manejo político degradó los
caracteres técnicos que requería su administración. Trastocó su operación
cotidiana, deformó jerarquías e incentivos al capacitar, seleccionar o
disciplinar su heterogéneo personal y canceló el uso eficiente del equipo.
Aspectos esenciales pasaron a ser temas secundarios. Además, representaban la
mayor parte de la deuda externa justo cuando la
revolución desplazaba sus influencias sobre las políticas públicas. Empero su
proceso de deterioro fue entrecortado pues hubo varios intentos de
reorganización.6
En 1936, la gestión obrera evidenciaría su ocaso (Azuela,
1985; Kuntz y Riguzzi, 1996; Vera, 1943). Este se aceleró con la política de
construcción carretera para adaptar/adoptar la prometedora versatilidad automotriz,
cuya competencia aceleraría el decaimiento ferrocarrilero. Decimos “aceleraría”
porque la revolución los había dañado física y administrativamente. Es
imposible cuantificar en este breve espacio los numerosos destrozos en vías,
puentes, estaciones, equipo rodante, etc., que los diversos ejércitos causaron
en ellos. A los daños administrativos que le infringió, hay que comenzar por su
peculiar y previa integración bajo el rótulo Ferrocarriles Nacionales de México
(ffnnm) (Grunstein, 2012); su denominada mexicanización
que ocultaba una importante sobrecapitalización. Luego vendrían el caos
monetario y seguida en varias etapas –que marcharon a la par de la guerra– su
incautación. Hacia 1916-1917 estaban incautadas las líneas más importantes y
para 1919 la empresa también fungía como “agencia de promoción electoral”
(Vera, 1943, p. 71). El énfasis de este sesgo manifestaba claramente la
preeminencia que tenían las decisiones políticas sobre las técnicas; el
crecimiento del personal y el desalineamiento de sus funciones y la
desorganización resultante sólo eran sus consecuencias lógicas. Desde el
presidente Carranza hasta Calles se hicieron esfuerzos por reorganizarlos.
A diferencia de Estados Unidos, el porfiriato usó los
primeros autos suntuariamente. Parece innecesario comentar que me refiero a los
automóviles, pero debo subrayarlo, pues ante todo quiero establecer una
diferencia relevante. Una diferencia que se aclara mejor con el ejemplo del
célebre modelo T (Lizzie), de Ford, cuya enorme
aceptación popular no sólo estaba fundada en su servicio de transportación,
sino (y esto quiero enfatizarlo porque se desapercibe) en sus múltiples usos
motrices; estos estaban facilitados por lo fácil que resulta desmontar su motor
y aplicarlo a un amplio rango de tareas campiranas, la curiosidad y el
instrumental de los farmers complementó el proceso.
La asociación de estas dos características les dio su enorme arraigo popular y
con esto quiero decir –sobre todo– agrario, tal y como lo ha destacado muy
agudamente Wik (1972).7 En México la revolución
también diversificaba usos sobre bases sociales muy distintas: comenzó por los
bélicos. Desde luego, la mayoría del pueblo continuaba transportándose a pie,
caballo o ferrocarril. Pudiera decirse que la revolución matizó su adopción
incluso extravagantemente: modernizó el bandidaje (Sánchez, 1997),8 la seguridad (policía y
bomberos) y acentuó su carácter de símbolo de status.
Como arquetipos, los autos preservarían su sentido experimental y novedoso
durante la década de los veinte. Así lo confirman abundantes fotografías,
escenas literarias o peatones trágicamente atropellados “en cámara lenta”. La
expedición punitiva de Pershing también lo ejemplifica, siendo la primera gran
movilización militar motorizada terrestre antes de que Estados Unidos decidiera
combatir en la primera guerra mundial, 1914-1918 (Kersaw, 2002; Ripley, 2003).9
Inicialmente el Estado mexicano intentó absorber el
empuje del mercado estadunidense en favor del crecimiento
endógeno, asimilando su experiencia industrial por la vía de establecer plantas
de ensamble y autopartes. Infortunadamente, en el largo plazo, dichos esfuerzos
no germinaron para desarrollar una marca propia,
como sucedería con los regímenes autoritarios de Japón, Alemania, Rusia, Italia
e incluso, para un plazo menor, Argentina.10
Advirtamos que la cuestión de ¿por qué no se asimilaron estas experiencias?, no
ha recibido una respuesta sistemática.
Una diferencia crucial entre la industria automotriz
estadunidense y las europeas fue la rápida masividad de la primera. La
diferencia no radicó en el mero asunto tecnológico, sino en cambios de gestión
laboral, estandarización de partes automotrices, caída de precios y demanda. El
asunto técnico, la preocupación de los inventores del xix:
el motor de combustión interna fue de interés restringido, incluso después que
G. Selden, en 1879, obtuviera la patente del motor (Perkin, 1976, pp. 38-40).
Esto se confirma porque otros inventores aún apostaban por el vapor, logrando
velocidades impensables para motores que funcionaban con derivados del
petróleo. Realmente, su éxito llegó cuando articuló la masividad de producción
y demanda y esto sólo ocurrió con el maridaje del famoso Lizzie
y los granjeros estadunidenses.
El “Modelo T” fue célebre porque su versatilidad
incrementó la productividad y radios de acción de los granjeros. Debido a sus
conocimientos mecánicos previos pudieron adaptarlo a múltiples tareas (no sólo
traslados) e incluso sugerirían numerosos cambios a Henry Ford (Wik, 1972). Él
observaba atento las necesidades de sus principales clientes y, simultáneamente,
también alentaba el consumo urbano. Claro, la producción masiva reducía costos
que retroalimentaban su aceptación; la mayoría de los autos producidos en
Estados Unidos tenían precios inferiores a 1 000 dólares (Department of
Commerce, 1926, pp. 269 y 393). La estandarización de autopartes, la
reorganización de procesos de trabajo, el acceso a créditos bancarios y un
ambiente institucional de prosperidad facilitaron el fenómeno. Las familias
estadunidenses con automóvil se multiplicaron (Moulton, 1933; Rose, 1979). En
1895 el anuario de comercio contó 300 automóviles producidos (integrando
camiones); 30 años después eran 4 314 746 unidades. En 1925, Estados
Unidos contaba con un parque vehicular de 20 000 000: un vehículo por
cada seis personas. Este espectacular crecimiento fue constatado por el
Departamento de Comercio estadunidense (Department of Commerce, 1926, pp. 269 y
393). El contraste con México era notable. México tenía entonces 37 824
vehículos: uno por cada 376 habitantes. En Cuba, con número similar de autos,
el índice era menor: uno por cada 83 habitantes. México y Cuba eran importantes
importadores de autos estadunidenses. Falta observar que la depresión impondría
un retroceso al crecimiento de la planta automotriz que se repetiría en 1938 y con
la segunda guerra.
La expansión de entreguerras hizo a la industria
automotriz la industria líder de la economía estadunidense y a Henry Ford lo
volvió su gran capitán. Su éxito primario se aclara por haber adaptado
multifuncionalmente su “modelo T” y haber facilitado la comercialización
agrícola al extender el radio de actividades de los farmers.
Poco después el Lizzie también transformó las
ciudades estadunidenses. Chicago, Nueva York, Los Ángeles, Pittsburgh, etc.,
cambiarían normas y estructuras para adaptarse al nuevo axis
cultural. El fenómeno también se extendía internacionalmente con otros ritmos y
ejes espaciales. La vertiginosa expansión automotriz de la década de los veinte
aclaró que las fases experimentales quedaban atrás y que el automóvil sería el
nuevo transporte entre las ciudades y en estas. Aunque también se percibía que las ciudades
reaccionaban más rápido al desafío adaptativo que la construcción de las
carreteras que las comunicaban.
El contraste urbano de ambos países era prístino, pero en
sus incipientes carreteras, las diferencias eran menores. Dado este carácter
existían puntos comunes, como el que no estuvieran decantadas todas las ideas
en su derredor. El enfrentamiento con las compañías ferrocarrileras era
intenso; los presidentes Roosevelt y Cárdenas usarían primariamente la
construcción de carreteras para atenuar el desempleo. Aunque los discursos
oficiales hacían gala de visiones comprehensivas (Holt, 1923), lo que predominó
al construirlas fueron los “criterios” pragmáticos contra la depresión. Esta
visión reactiva redundaría en disfuncionalidades cuando ya era necesario crear
redes carreteras articuladas.
PARALELISMO Y CENTRALIZACIÓN EN MÉXICO
Una diferencia en los proyectos
carreteros fue el grado y la coherencia de la intervención estatal en México y
Estados Unidos. Desafortunadamente México siguió políticas contradictorias que
aceleraron el decaimiento del ferrocarril y acentuaron el centralismo
comunicacional y económico. Una clave distorsionante fue construir carreteras
entre la ciudad de México y ciudades importantes próximas como Puebla, Pachuca,
Cuernavaca, Cuautla, Toluca y Querétaro que alimentaban sus tráficos humanos y
comerciales. Esas carreteras provocarían que el autotransporte sustrajera al
ferrocarril cargas y flujos poblacionales constantemente. Esto afectó a su
principal centro ferroviario, la ciudad de México y en general a la red
ferroviaria pues provocó que el equilibrio de costos –por carga ferroviaria,
calculada por el indicador tonelada/kilómetro– se desplazara a recorridos más
largos; entre 1924 y 1944 el indicador subió poco más de 50% el desplazamiento
(Kuntz y Riguzzi, 1996, p. 296).
En contraste, las compañías ferrocarrileras
estadunidenses desconocían la competencia automotriz asociada con los fenómenos
de centralización y paralelismo que “desarrollaba” México. Por su fuerza,
aquellas sorteaban intentos regulatorios de la Comisión Interestatal de
Comercio (icc) (Friedlaender, 1969, p. 17).
Además, las decisiones para construir carreteras (terracería o revestimiento) eran dispersas y solían definirse por el
nivel de agencia (condados, estados y gobierno federal) de los trabajos, donde
predominaban las “municipales” (counties). Aunque
en la década de los treinta comenzó a demandarse una carretera interestatal
“transcontinental”, esta sólo fue construida hasta la “Federal-Aid Highway
Act”, de 1952. Uno de sus promotores fue Dwight Eisenhower, quien conocía la
heterogeneidad dominante desde 1919, cuando viajó de océano a océano estudiando
caminos interestatales (Weingroff, 1996). Otros fueron los tempranos touring clubs, sus promocionales y convenciones lo
testimonian (Lewis, 1997). También sociedades de ingenieros, grupos de interés
locales, gobiernos de ciudades grandes, etc., que impulsaban suburbios o
corredores industriales. Una asociación que integró estos intereses, digámoslo
así, tanto de los “expertos profanos” como de profesionales y empresarios de la
construcción, fue la American Road Builders Association (arba).
En México, surgió una visión federal con la Comisión
Nacional de Caminos (cnc) bajo la presidencia de Álvaro
Obregón, pero tenía pocos recursos, titubeaba ante los ferrocarriles y su
organización era incipiente. Con una correa política más fuerte la cnc imponía (o negociaba sobre bases más firmes)
decisiones a los empobrecidos municipios y estados subnacionales que optaban
por colaborar incluso con recursos o trabajo literalmente gratuitos. No extraña
que pronto la cnc se planteara construir una
carretera interoceánica con eje en la capital mexicana. El presidente Plutarco
Elías Calles avanzó el plan con la Acapulco-México (1927) que uniría con la
México-Puebla (1925) para finalizar en Veracruz. Otra área de la construcción
carretera que conocería modificaciones importantes sería la de su
financiamiento; iniciaron soportadas –sobre todo– por impuestos especiales: la
base fue el aumento a gravámenes de tabacos y gasolinas (tres a seis centavos
entre 1925 y 1931). Así, se seguía el ejemplo estadunidense, buscando que el
beneficiario devolviera una fracción al contribuyente, sin embargo, como aún
era pequeño el consumo de gasolina, la fuente resultó insuficiente. Ante esto
decidió destinarse una partida presupuestal que promedió anualmente
11 500 000 pesos entre 1925 y 1934. Con el presidente Cárdenas, la
partida crecería a 270 000 000 de pesos, considerada como monto
global de su sexenio. La presidencia de Ávila Camacho (1940-1946) expandió el
heredado problema financiero de los bonos de caminos que infortunadamente la
presidencia alemanista (1946-1952) tampoco pudo resolver; con mucho optimismo
se ha propuesto lo contrario (Bess, 2017).11
Desafortunadamente la gestión callista fue contradictoria en sus proyectos de comunicación
terrestre, y mientras por un lado pregonó su deseo de reorganizar los
ferrocarriles, por otro preservó, acentuada, la práctica de construir
carreteras paralelas a ferrocarriles. Hay muchos ejemplos. En el camino que se
proyectaba para Veracruz ya operaban dos ferrocarriles: el Mexicano y el
Interoceánico. Así, la nueva carretera sería paralela a una u otra empresa. El
que saldría de la ciudad de México a Acapulco sería paralelo al ferrocarril
México-Balsas, en varios tramos. En la Panamericana
600 kilómetros corrían a la par. Había paralelismos completos de Chihuahua a
Ciudad Juárez; de Monclova a Piedras Negras; de Torreón a Saltillo; de Saltillo
a Monterrey y de la capital neoleonesa a Matamoros. El paralelismo
amenazaba a cualquier nueva inversión ferroviaria porque reducía su
rentabilidad por la simple vía de incrementar la competencia de los
automotores. Esto afectaba especialmente en distancias cortas y en cargas que
demandaban mayor flexibilidad por peso o volumen. Ya señalamos que esta
situación resultó ser muy sensible entre la capital mexicana y las capitales
provinciales que la rodean: Toluca, Cuernavaca, Puebla, Querétaro y Pachuca.
Por su versatilidad en carga, horarios y precios, los automotores adelgazaban
la renta ferroviaria y aceleraban la centralización urbana, económica y
política. Terminarían por formar una megalópolis intransitable.
LA CONSOLIDACIÓN AUTOMOTRIZ
El segundo lustro de la década de
los años veinte combinaba más autos con nuevas carreteras y más
“excursionistas” deseosos de transitarlas. Como sucedía en Estados Unidos, su
incipiente articulación de caminos vecinales e interestatales dinamizaba el
transporte humano y comercial. Siendo relativamente pequeña, la escala de
inversión automotriz –de uso comercial– ensanchaba los rangos de los tipos de
propiedad y de operación, lo que también parecía inducir márgenes de
rentabilidad relativamente amplios a los transportistas; es probable que ello
haya incentivado el crecimiento de cooperativas de transportistas, pero también
su transformación en empresas regionalmente predominantes, aunque estas sólo
aparecían como tendencias en estas etapas de arranque (1920 a 1940) y aún
demandan investigaciones más específicas.12
Como vimos, el gran éxito automotriz estadunidense
obedecía a muchas razones, siendo quizás la más poderosa su accesibilidad dado
el descenso de los precios de los automóviles; un descenso, en buena medida,
fundado en su eficiente producción y la continua estandarización de piezas.
Esta estandarización suele pasar desapercibida, pero fue muy dramática y queda
ejemplificada en cualquier autoparte: en los sistemas de freno, en el diámetro
de los pistones, en el tránsito de las llantas duras a los neumáticos o en sus
dimensiones (había al menos 40 medidas), tema clave para capacidades de carga y
disminución del desgaste carretero (Department of Commerce, 1928, pp. 440-445).
Este descenso sería consistente hasta que lo interrumpió la depresión.
Los “fantásticos veintes” expandieron la industria
vigorosamente en todos los continentes. Aunque Estados Unidos adquirió
rápidamente ventaja en particular con respecto a sus más próximos competidores
europeos. Al principio de la década de 1920, la discrepancia no era tan notoria
pero los tiempos la aclararían sobre una base evidente: el tiempo de
fabricación de los vehículos. No es fácil establecer una comparación precisa,
sin embargo, si se establece un rango promedio de 90 horas entre las empresas
europeas más reconocidas, no parece que caigamos en un abuso estimativo. En
contraste, Ford gastaba menos de 20 horas en producir su popular Lizzie. La consolidación fue vertiginosa y trascendente
para México que importaba más vehículos estadunidenses que Suecia, Bélgica,
Inglaterra o Cuba. El proceso de consolidación de sus exportaciones conoció
altibajos de 1913 a1926, pero luego de 1927 pareció consolidarse por encima de
11.3% del total de vehículos que producía (cerca de 3 400 000); en
1928 exportó 11.6% sobre una base de 4 357 000 (Department of
Commerce, 1929, p. 454).13 Pronto aparecieron
comercializadores de autos usados y nuevos, como los hermanos Azcárraga.14 Como solía suceder con
muchos otros aparatos mecánicos, los autos usados eran adquiridos sobre todo en
las fronteras norteñas y sus propietarios solían ejercer presión política para
beneficiarse de exenciones fiscales arguyendo, por lo general, que los
empleaban como instrumentos de trabajo. Atento a estos procesos el gobierno
realizó modificaciones fiscales para alentar la instalación de plantas
armadoras,15 el denominado “Completely
Knocked Down”, armado final de conjuntos que ha sido subestimado o
descontextualizado por estudios sociológicos (González, 1992; Samstad, 1996).
La combinación de restricciones e incentivos a empresarios propició que
comercializadores-importadores destinaran capitales a esas plantas o buscaran
alianzas con compañías estadunidenses; tal sucedió a finales de la década de
los treinta con Automotriz O’Farril, S. A., General Motors Co. de México, S.
A., Automex, tycsa, imba-mex,
Carrocerías González e Industrias Metálicas de Monterrey. En la década de los
cuarenta aumentarían con Automotriz de México, S. A., International Harvester
de México, S. A., Willys Mexicana, S. A., y Automóviles Ingleses. Y para los
años cincuenta, con Diesel Nacional, Studebaker-Packard, Representaciones Delta
y Reo de México.
Pese a interrupciones en el crecimiento de la planta
automotriz (la depresión y la expropiación petrolera; que encarecerían
vehículos, repuestos, abasto de gasolina, etc.), un rasgo muy llamativo de la
tendencia fue el bajo costo al que sucedía (véase cuadro 1). La fundación de
“armadoras” y esas interrupciones alimentarían la idea de formar una industria
automotriz nacional.
Cuadro 1. Valor de inversiones en transportes, México,
1934-1940
Tipo
de transporte |
Monto
de la inversión (pesos) |
Porcentaje |
||
Ferrocarriles |
451
198 421 |
83.0 |
||
Tranvías |
41
095 900 |
7.6 |
||
Camiones
de pasajeros |
27
984 921 |
5.1 |
||
Camiones
de carga |
6
485 531 |
1.2 |
||
Navegación |
7
359 591 |
1.4 |
||
Transportes
aéreos |
7
139 378 |
1.3 |
||
“varios” |
2
171 550 |
0.4 |
||
Total |
543
435 292 |
100 |
Fuente: Secretaría de Economía Nacional, Dirección
General de Estadística (1940).
No incluimos el número de automóviles que podrían ser
empleados en el servicio de transportación (taxis), pues la imprecisión sería
muy alta.16 Con todo queremos llamar
la atención sobre un contraste. Además, los gastos correspondientes a camiones
de pasajeros y de carga excluían las inversiones carreteras, es decir, no
incluían el gasto gubernamental (federal y estatal) que aclaraba su éxito. En
otro contraste, las inversiones ferrocarrileras eran fundamentalmente
gubernamentales. Sus problemas eran viejos pese a cambios revolucionarios, con
Obregón el demérito relevante fue administrativo: “se acababa la era de los
errores y se iniciaba la de la improvisación y el favoritismo” (Vera, 1943, p.
85). Cárdenas trasladaría su gestión a una administración obrera que encareció
costos, incrementó accidentes y perdió clientes (Beltrán, 2015). También los
tranvías –cuyo nicho principal era la ciudad de México– disminuían su
rentabilidad, sufrían robos de luz, abundancia de free
riders y radicalismo sindical (Armstrong y Nelles, 1984). Un
contraejemplo fueron los tranvías de Veracruz, vendidos a una cooperativa de
exobreros quienes la administraron bien y dieron servicio regular permitiendo
mejorar salarios y mantener el equipo. Su factor más auspicioso fue no
enfrentar una gran competencia camionera (Cooperativas, 1935).
Mientras el ferrocarril o los tranvías padecían defectos
notables, los que adolecían los automotores eran incipientes. La atmósfera de
luchas populares también favoreció sindicalizaciones de choferes en Yucatán,
ciudad de México y Puebla, con resultados diversos. En general no lastimaron la
consolidación de incipientes compañías de autotransporte; una excepción sucedió
al iniciar 1935, cuando una “huelga” bloqueó el servicio entre México y Puebla.
Interesantemente, la protesta subrayó el excesivo número de autos de alquiler,
pero también otras causas alentaban el conflicto, como el control de las rutas.
Parece lógico que dados los bajos montos de inversión surgieran problemas de
inestabilidad y rentabilidad en circuitos muy transitados, pero requerimos más
estudios de esas organizaciones transportistas que incluían pequeñas
cooperativas y acaudalados empresarios. Otro factor por considerar eran las
innovaciones del mercado camionero, tanto porque había más competencia entre
muchas compañías pequeñas como porque existía mayor variedad de camiones que
podían soportar tareas más pesadas, como White, International, Reo, gmc, Ford, Dodge, Federal, Diamond, Chevrolet, Willys,
Hupmobile, Nash, Hudson, etc. No obstante, en el transporte de personas
continuaban dando gran “pelea” las camionetas y autos “coupé” de todo
propósito; claro, excluyendo –por lo regular– autos de mayor precio, como, por
ejemplo, Buick, Graham, Lincoln, Cadillac o Packard. No podemos ofrecer un
índice de precios del mercado automotriz de la década de los treinta, pero
observaremos dos puntos: a) los precios eran
superiores a los de la década anterior (cuando los precios para camiones de
pasajeros y carga oscilaron entre 1 000 y 1 500 dólares (cfr. Department of Commerce, 1929), y, b) un camión o automóvil recién importado pagaba derechos
de importación, tarifas por flete y fluctuaciones cambiarias que lastimarían la
renovación vehicular, como sucedería en 1938.17
Otro índice de la continuidad de la demanda de autos importados y la
importancia de los crecientes flujos de automóviles se refleja en el cuadro 2.
Cuadro 2. Importaciones de autos desde Estado Unidos y
Canadá, 1921-1929 y 1937-1939 (unidades)
1921 |
1922 |
1923 |
1924 |
1925 |
1926 |
1927 |
1928 |
1929 |
1937 |
1938 |
1939 |
|||||||||||||
Automóviles
incluyendo chasis (número) |
6
750 |
7
279 |
7
559 |
8
689 |
12
560 |
9
809 |
6
028 |
12
841 |
12
676 |
13
302 |
4
153 |
8
772 |
||||||||||||
Motores
y partes para automóviles (toneladas) |
244 |
428 |
1
023 |
839 |
1
058 |
|||||||||||||||||||
Camionetas
y autobuses |
12
339 |
5
909 |
5
243 |
|||||||||||||||||||||
Motores
de camionetas y camiones |
983 |
1
011 |
1
393 |
3
586 |
2
203 |
1
743 |
3
274 |
3
796 |
Fuente: elaboración propia basada en Department of
Commerce (1926, 1928); Secretaría de Economía Nacional, Dirección General de
Estadística (1940). Los datos recopilados no convergen con los libros de la
misma fuente que detallan el comercio con países extranjeros. Hay
inconsistencias entre unos y otros. Habiendo detectado más errores, tanto
simples como de clasificación en los segundos nos pareció prudente recoger las
primeras cifras, sobre todo suponiendo –lo que parece plausible– que los
segundos no fueran sino resúmenes de los primeros. Cabe igualmente observar que
los anuarios no aclaran la diferencia entre passenger cars y automóviles (antes de 1930 aparecen como
sinónimos mientras que después parecen referir objetos distintos),
circunstancia similar suele aparecer con camionetas y autobuses.
Valga una breve anotación respecto de los valores de los
autos importados en los años de inicio (1921) y fin (1939). En 1921 México pagó
5 200 000 dólares por los 6 750 autos importados; mientras que en
1939 pagó 8 700 000 dólares por 8 772. Números que indican que
el promedio del valor unitario parecía estar subiendo muy probablemente por el
consumo de vehículos de mejores gamas.18
El mayor uso del automóvil se reflejaba no sólo en los vehículos importados
sino también en los internados por turistas extranjeros. Entre los primeros
estudios relativos sobre flujos vehiculares con propósito turístico está el de
Orozco Escobosa, miembro del Comité Nacional de Turismo. Con las reservas
correspondientes a las dificultades de verificación lo reproducimos para
presentar una idea de las aportaciones fiscales del turismo; esto también
ilustra la importancia que comenzaban a asignarle funcionarios gubernamentales
y promotores privados (véase cuadro 3).
Cuadro 3. Cálculo de gastos de turistas extranjeros en
México (1937)
(Carretera de Laredo y Ferrocarriles Nacionales de México)
Medio
de transporte |
Número
de turistas |
Gasto
en dólares promedio por turistas |
Total
dólares |
Total
pesos |
||||
Auto |
120
000 |
36 |
4
320 000 |
15
552 000 |
||||
ffcc n de m |
19
500 |
200 |
3
900 000 |
14
040 000 |
||||
8
220 000 |
29
592 000 |
Fuente: cmlxxv, doc. 30989,
febrero 23, 1938, J. M. Orozco Escobosa, Memorándum para el Comité Nacional de
Turismo. cehm-carso, México.
Orozco comparó sus datos contra el flujo turístico
estadunidense a Canadá, donde las cifras eran abrumadoramente mayores;
estableciendo para ese caso poco más de 13 200 000 turistas movidos
por automóviles, tren y barco, con derramas que rondaban los
250 000 000 de dólares.19
Una cifra a todas luces muy atractiva para México.
Desde luego que
para incrementar los ingresos había que atraer al turismo y para esto había que
realizar muchas inversiones en infraestructura de transporte, hoteles y
facilidad de operación para agencias de viajes, es decir, desarrollar una
industria desconocida. Se especulaba si un engranaje clave serían las agencias
promotoras. Con vacilaciones surgirían algunas, el cálculo que hacían los
primeros promotores era que sólo recibirían una fracción muy menor de lo que
los turistas pagarían como alojamiento, que no podrían incidir en la elección
de hoteles y transportes y menos aún “conducir” a los turistas que llegaban por
automóvil. Su expectativa empeoraba estimando que apenas podrían manejar una
fracción pequeña de los turistas internados por ferrocarril. Los promotores o
agentes más relevantes –estimaban– tendrían que proceder del control de hoteles
y transportes.
INFRAESTRUCTURA Y OPORTUNIDADES
El desarrollo de infraestructura
carretera era crucial para incentivar la industria turística y la de sus
operadores. Como advertimos, las primeras reacciones de las agencias de viaje
fueron cautas; creían que pocos visitantes rentarían autos, colegían que
ganarían poco por alojamiento y que no incidirían en la elección de hoteles.
Los flujos y
rutas turísticos de 1937 eran distintos a los que hoy imaginamos: 50% del
turismo viajaba a la ciudad de México, el resto iba a Monterrey y otros puntos
norteños. Su promedio de gastos por automóvil eran 36 dólares. Pero 1937 fue un
año especial con sesgo positivo por la inauguración de la Panamericana.
Promotores mexicanos y estadunidenses querían explotarla luego de que
fracasaran intentos en Yucatán y porque la conexión con Acapulco todavía
significaba una desviación importante para los visitantes que alcanzaban la
ciudad de México. Yucatán fue ejemplo de contrastes: convergieron emprendedores
locales y autoridades estatales y federales para impulsarlo, pero hubo
inexperiencia, candor, repetición de vicios y dificultades de coordinación. El
experimento falló porque Puerto Progreso estaba “desconectado” de los puertos
del golfo, porque las navieras no se interesaron en sus pequeños flujos y
también porque las sociedades interesadas en desarrollar polos turísticos –como
la ama–, orientadas a comunicaciones
terrestres– no tenían recursos propios para generar opciones navales.
El experimento evidenció deficiencias infraestructurales
marítimas y carreteras. Al noroeste del país, en
Tijuana, surgían más beneficios con menores obstáculos, sin embargo, las
autoridades estadunidenses prohibieron el tránsito en horarios que incomodaban
al turismo. El ambiente de la prohibición había
alentado la edificación de casinos que atraían al turismo estadunidense. La
permisividad de gobernadores-empresarios (e.g., Esteban Cantú, Abelardo
Rodríguez, José María Tapia, etc.) creó negocios florecientes ante los cuales
no hubo una actitud homogénea del gobierno federal hasta 1935 cuando fueron
clausurados (Cárdenas, 1979).
Luego de una década de trabajos y más de
60 000 000 de pesos, en la esquina noreste
concluía la Panamericana. Proyecto ambicioso que
unía Laredo con la capital. Se esperaba que demandara más infraestructura,
además de atraer nuevas industrias y proyectos sociales. Además, contaría con
su conexión a la red carretera norteamericana que prometía inaugurar una
memorable era de caravanas turísticas. El siguiente reto sería unirla con
Guatemala.
“La Panamericana reactivó el
interés de promotores norteamericanos y cubanos para organizar circuitos de
viaje en el Golfo de México”,20
pero los viejos obstáculos persistirían.21
La Secretaría de Comunicaciones consideró que el pésimo servicio de la Compañía
de Transportes Marítimos y Fluviales traería tantos inconvenientes, “que más
que fomentar el turismo lo alejaría de Yucatán”.22
Circunstancias políticas del cardenismo también desalentaban futuras
inversiones: el reparto agrario agitó la península, siguió la expropiación
petrolera (1938) y luego campañas negras y boicots. El gobierno respondió
reorientando prioridades y recursos ante la inestabilidad política y económica.
Advirtamos que los boicots estadunidenses fueron
suavizados por el embajador Josephus Daniels. Jugando a favor de la comprensión
binacional, presentaba imágenes positivas del presidente Cárdenas en Washington
y en México, ayudó a cambiar la idea predominante del Panamericanismo.
Nacionalista, la diplomacia mostraba cautela ante esfuerzos continentales por
desarrollar nuevos proyectos de infraestructura, mientras Cárdenas (1979),
intentaba reducir tensiones, presumir apertura y animar la solidaridad
internacional. La Panamericana le dio publicidad
positiva, incluso la denominó primer tramo
sosteniendo el compromiso de conducirla a Sudamérica. Su eco internacional
animó el Tercer Congreso Panamericano de Carreteras (Santiago de Chile, enero
de 1938) y favoreció la candidatura mexicana para el siguiente congreso,23 pero las prioridades
cambiaron por la segunda guerra mundial y concomitantes cambios de la agenda
estadunidense.
Así, la Panamericana propició
proyectos “reconstructivos” nacionales y mercados internacionales al impulsar
agroindustrias en territorios que atravesaba: la azucarera en El Mante, la
citrícola en San Roberto y Montemorelos o la algodonera en Matamoros. No
obstante, años después, el nuevo trazo carretero Querétaro-San Luis Potosí le
sustrajo flujos y desplazó el eje turístico internacional que formaba la Panamericana, es decir, marcó su declive. Además, volvió
secundarios otros caminos “petrolizados” levantados sobre caminos coloniales,
como el que mal comunicaba el sur de Tamaulipas con su centro-norte (Hernández,
2001) y que venía reorganizando corredores económicos regionales.
Al inaugurar la Panamericana,
Cárdenas cosechó frutos de antiguos jefes y adversarios. Reconociendo su
importancia y las expectativas que generaba, instruyó a su secretario de
Comunicaciones, Francisco Mújica, a que preparara una ceremonia de apertura el
1 de julio, en Laredo, en la que reunió a altos funcionarios de ambos países y
para la que solicitó confirmación rigurosa previniendo molestias por falta de
alojamiento y alimentos. Laredo carecía de infraestructura y para subsanarla se
formó una Junta de Mejoras Materiales que reformaría ampliamente este punto
fronterizo.24 Esto era un objetivo
asociado con otros que pretendía detonar la carretera Panamericana.
COOPERACIÓN Y NEGOCIOS BINACIONALES
Laredo tuvo un impacto
excepcional. La expectativa general era detonar nuevas industrias, servicios y
beneficiar poblaciones. Sonaba plausible por la multiplicidad de necesidades,
iniciando por las básicas de salud. El ingeniero José Rivera encabezó la
potabilización del agua en varias ciudades, coincidiendo con trabajos similares
en otras ciudades pequeñas, como Cuernavaca, San Miguel de Allende o Taxco,
sobre las que también se pensaba explotar su potencial turístico. El temor a la
mala calidad del agua era difícil de erradicar entre turistas pues arraigaba en
imaginarios confusos, creían que bebiéndola contraerían paludismo.25 Así, además de
infraestructura requerían campañas informativas.
Rivera ejemplificaba la trayectoria de los emprendedores
tras las redes carreteras. Trabajó para Byrne Brothers Construction Company, de
Chicago, contratada por la cnc; trabajó en esta
Comisión y fue secretario de la ama. El presidente de
ama, Luis Montes de Oca, otro buen representante,
ocupó puestos de mayor responsabilidad, destacando el haber sido Contralor,
secretario de Hacienda y director del Banco de México. En conjunto son
destacables los impulsos de esas organizaciones para construir carreteras,
hoteles, restaurantes, para apoyar esfuerzos conservacionistas, de asistencia
vial, y edición de mapas que facilitaban la actividad turística.
Desafortunadamente, carecemos de espacio para abundar sobre su aportación a la
logística que permitiría el funcionamiento de las nuevas redes carreteras.
Otros efectos importantes fueron los ramales. Su
construcción lucía menos lógica que el tronco principal. En la Panamericana destacaron tres: 1) el enlace con el Puerto
de Tampico; 2) el de Ixmiquilpan con Querétaro y, 3) el de Matamoros a Ciudad
Victoria. El primero se gestó al final de 1936, el segundo se abrió al iniciar
1940 y el tercero apareció como proyecto a mediados de 1940. Todos fueron
promovidos por intereses locales y en su mayoría tuvieron un impacto importante
en la reorganización territorial. Lo que constata el sinfín de expectativas que
generó la Panamericana o Carretera Nacional Núm.
85.
Todos los ramales serían impulsados por comerciantes
locales que interactuarían con autoridades como el jefe del Departamento de
Turismo, el general José Quevedo. Entre ellos discutirían la pertinencia de
entroncar la Panamericana y Tampico en la
Congregación de “El Pujal”, toda vez que en el primer proyecto se la hacía
atravesar por caminos de Compañías Petroleras, terrenos pantanosos y lagunas
estacionales que, seguramente lo obstruirían estacionalmente, lo que
encarecería el proyecto y su conservación. Como alternativa, las autoridades y
agentes locales propusieron que el trazo se dirigiera a ciudad Valles para
emplear la infraestructura y balnearios que ya frecuentaban los pobladores
circunvecinos y que también visitaban los tampiqueños por tren. Además,
recordaron que la Secretaría de Comunicaciones proyectaba unir la ciudad de
Valles con Tampico.26
El segundo ramal (167 kilómetros al noreste de la ciudad
de México) era importante por densidad demográfica; podría conectar poblaciones
de Hidalgo y el sur del Bajío a través de Querétaro. Al comenzar 1940, tenía
147 kilómetros casi totalmente “revestidos” (80% del trazo total).
En el tercero convergieron intereses de Matamoros y su
vecina Brownsville. En la primavera de 1939, comerciantes texanos encabezados
por J. Wounter, presidente de su Cámara de Comercio, ofrecieron 50 000
dólares para construirlo. La Secretaría de Obras Públicas les respondió que su
“subsidio” no bastaba para iniciar la obra y les propusieron comprar bonos para
todo el tramo (500 000 dólares). Bajo este supuesto la carretera quedaría
lista rápidamente. Esta respuesta no arredró sus intenciones, pero expusieron
su interés de cubrirse ante fluctuaciones por cambio de divisas y dificultades
para retornar su capital.27
El naciente Departamento de Turismo propondría objetivos
ambiciosos; intentó coordinar actividades de autoridades municipales. Las
conminaría a conservar tradiciones, “pavimentar”, crear jardines, introducir
agua potable, alumbrado, etc. Además, les pedía información de ferias,
“bellezas naturales”, fiestas patrióticas y religiosas para promoverlas y también
reglamentaba edificaciones para “armonizar estilos locales”.28 Al hacerlo inventó nuevos
rostros en los “muchos Méxicos” que los autos y carreteras conectaban.
En el anhelo de conciliar el pasado con la modernidad,
esta tenía mejores medios para publicitar las nuevas formas de vivir el turismo
y eventos que lo gestaban. Los transmitiría por radio29
y “películas a colores”. Con películas y numerosos reportajes fotográficos y
periodísticos fue registrada la inauguración de la Panamericana.
William Furlong, director de la Asociación Interamericana de Autopistas (aia), las exhibía como noticiarios y cortometrajes.
Furlong potenciaría la representación de la ama
en San Antonio, Los Ángeles, Tucson, Chicago y Nueva York.30
El interés binacional en pro
de las carreteras mexicanas era del todo palpable. En México y Estados Unidos
florecían compañías y campañas que supervisaban alcances, logros y problemas
del creciente flujo carretero. Ejemplo de ello fue el impulso propagandístico
de los pasquines Mapa, The Monterrey Greeter y Hoteles. Los dos primeros eran órganos de la ama. Mapa tenía un
propósito amplio y brindaba información de la mayor parte de la red carretera
nacional, mientras The Monterrey Greeter, sostenido
por socios regionales, se concibió para ofrecer información turística a
anglohablantes, enfatizando atractivos neoleoneses. El interés se multiplicó en
periódicos de Texas, Mississippi, Chicago, Nueva Orleáns, etc. El lejano Boston Herald Sunday comisionó a Gerould para informar su
experiencia al viajar por auto en la Panamericana.31
CONCLUSIONES
Pese a altibajos, el periodo de
entreguerras fue crucial para la industria automotriz y el desarrollo de la red
carretera mexicana. Tras su impulso subyacieron intereses de todo tipo,
incluyendo afanes modernizadores del stablishment
y, sobre todo, el deseo de responder pragmáticamente a la contracción económica
del final de la década de los veinte. En la década de los treinta, un nuevo
empuje carretero dinamizó a transportistas, hoteles, bancos, centros de recreo,
etc. El empuje vino de numerosos esfuerzos de coordinaciones locales, estatales
y binacionales, aunque no siempre fueron exitosos.
Esa segunda etapa también fue permeada por sentimientos panamericanistas. Fue un camino largo de 1924 a 1938,
desde Washington hasta Santiago de Chile, iniciado semioficialmente por países
interesados en la idea de construir una carretera Panamericana.
El enorme desafío abría la posibilidad de que actores privados y funcionarios
binacionales de muy diversos rangos colaboraran, aunque al faltar programas
coherentes o al haber urgencias terribles, la construcción de carreteras
siempre podía enredarse bajo políticas de corte inmediatista. Claro, el
programa roosveltiano era más complejo, pero como sus Civilian Conservation
Corps, sus programas carreteros también intentaban –ante todo– atender el grave
problema social del desempleo. Al final, la política contracíclica de Roosevelt
ayudó a Estados Unidos a salir de la recesión y a subsanar recelos en su
política hacia Latinoamérica. Este marco ayudó comercialmente a México; los
primeros signos vinieron con el acuerdo de la plata, que se ratificarían en la
contención de boicots y en su neutralidad frente a la política expropiatoria de
Cárdenas.
En estos escenarios, las actuaciones individuales
tuvieron un peso relevante. Referimos el de Daniels para el “nuevo trato” y
“buena vecindad” que disminuyeron presiones por repartos agrarios y la
expropiación. La colaboración binacional de funcionarios facilitó trabajos
carreteros. Faltaron muchos personajes, cuya actuación sería relevante, como
Vicente Cortés Herrera, Ulises Irigoyen o el jefe del Buró de Caminos Públicos,
Thomas MacDonald, quien inspeccionó obras en Jalisco y del “Camino
Panamericano”;32 asimismo, expresidentes y
exministros empresarios que incursionaron en los atractivos negocios del
turismo. Por cortedad del espacio centramos la atención al impredecible éxito
del automóvil en México. Arrasó literalmente al ferrocarril, algo también
debido a una política descoordinada y en los hechos ¿inconscientemente?
antiferrocarrilera.
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cehm-carso Centro de Estudios Históricos
de México-carso, México.
1 En 1998 aportó fiscalmente 30 000 millones de pesos, 15% de la
contribución total.
2 Coatsworth estudió impactos sociales, costos económicos y alternativas
existentes al adoptar esa industria para “desarrollar” al país. El resultado
fue paradójico.
3 La más vieja “confección” de la bandera se atribuye a Simón Bolívar, pero
bajo la promoción de Washington ya en la primera conferencia de la “Unión
Panamericana” (1890), era clara la intención de constituir al hemisferio como
una zona de libre comercio. Este trabajo se sitúa en la era
Roosevelt con la implantación de su política de “buena vecindad”.
4 Sobre la reunión de Roosevelt con la delegación mexicana que conoció su
decisión y la relevancia de integrar la participación de Canadá, Perú, Bolivia
y Chile, véase Archivo Plutarco Elías Calles (en adelante apec), gav. 63, exp. 109, leg. 5/7. Fideicomiso
Archivo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca (en adelante fapecyft), México.
5 El autor afirmó: “Panamericanismo es un término comercial, facturado en
Estados Unidos y significa: ‘compren nuestros productos’. Era un eslogan
servido en banquetes “que apadrinaban compañías de cables, intereses navieros y
fabricantes de automóviles”.
6 Elías Calles y Ávila Camacho alentaron avances que la contracción económica
o la guerra frenaron. Grunstein (2008) y Valencia (2015) han reflexionado sobre
esos proyectos.
7 No es fácil identificar los usos de los primeros camiones
durante el porfiriato, pues no había incentivos que alentaran su importación
por empresarios que los conocían e incluso los requerían. Los desincentivaba la
falta de infraestructura, servicios, combustibles y refacciones. Algunas
compañías (e.g., Cervecera de Toluca) los empleaban para sus entregas. El
Estado porfiriano no se apresuró a proveer a bomberos o al correo cuando otros
Estados ya lo hacían. Su empleo en la minería mexicana también conoció otros
obstáculos –asociados al modo como interactuaban las pequeñas empresas con las
predominantes– y a la inestabilidad de los precios metalíferos, antes de 1905 y
luego de 1907. Es claro que su situación no semejaba la de Estados Unidos.
8 La famosa banda del automóvil gris, popularmente identificada con políticos
y policías. Sus víctimas no reconocerían el automóvil ¿Fiat, Lancia, Chalmers,
Packard? Sánchez asumiría que fueron varias bandas; aparentemente aficionadas
al gris.
9 Subsistía el empleo de energía animal por resistencias al cambio en
ejércitos, altos costos del rearme, el carácter experimental de las
tecnologías, etcétera.
10 Fundada en 1927, en Córdoba, la Fábrica Argentina de Aviones (fada), hacia el final de los años cuarenta albergó
varios laboratorios para desarrollar vehículos terrestres y marítimos
comercializables. Un corolario de ese proceso fue transformarla en Industrias
Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (iame)
que produjo –casi artesanalmente– durante cuatro años el Justicialista;
sólo su motor (Porsche-Boxter, 1 500 cc) era importado. Su experiencia y
el aliento peronista influirían en la instalación de Industrias Kaiser
Argentina (ika) que fabricó el Kaiser, la Kaiser Estanciera
y del célebre “petitero”, entre otros autos
fácilmente identificables (McCloud, 2015). Estas experiencias tenían rasgos
semejantes con Aeroplanos Suecos Sociedad Anónima, saab.
11 Como cualquier otra emisión de bonos, estos integraban la deuda pública y
se saldaba con transferencias fiscales futuras y otros instrumentos. No podemos
tratar con amplitud los problemas de este método de financiamiento que,
indudablemente, acentuó el proceso inflacionario en México durante 1942-1945.
Aquí anotaremos que el avilacamachismo erogó 579 000 000 de pesos, de
los que 77.24% se costearon con bonos y lo restante con impuestos, véase Sousa
(1946, pp. 417 y ss.). Este método se modificó al final del alemanismo al
introducir el sistema de peaje en la autopista México-Cuernavaca, que –por
cierto– suscitó una gran controversia pública. Los bonos de caminos eran una
parte sustantiva del famoso sobregiro del gobierno federal con Banco de México,
posteriormente quedaron integrados a la cuenta “valores diversos” de sus
informes anuales.
12 Afortunadamente hay algunas para las décadas siguientes (Álvarez, 2017). En
la ciudad de México, la expansión de transporte público en “camiones” aparece
ligada a la huelga de tranviarios de 1926, siendo ampliamente reportada por la
prensa. Entrecomillo camiones porque, la mayoría parecen haber sido trucks (camionetas adaptadas vernáculamente) y autos
grandes los que respondieron a esa súbita demanda.
13 Infortunadamente no podemos desglosar de esa fuente el porcentaje de
camionetas y camiones exportados. Sin embargo, de los reportes de años previos
y de este se colige que era una fracción muy menor. Como es sabido esta
tendencia se interrumpió después de 1929.
14 Emilio, Gastón y Rogerio Azcárraga Vidaurreta con vínculos empresariales en
Monterrey, Texas y Nueva Orleáns se asociaron con Stanley Copeland para
importar autos Ford. La “Azcarraga Copeland” tuvo varias agencias antes de
transformarse en la “Compañía Automotriz Nacional, S. A.”
15 La Ley de Fomento a las Industrias Nuevas y Necesarias (abril 1926) y otras
similares de 1931 facilitaban crear plantas de montaje. La sustitución de
partes importadas fue un proceso más lento y errático.
16 Tendría, desde luego, que ser una fracción del parque vehicular base, que
por entonces (1932-1934) debía oscilar por el orden de las 65 000 unidades.
Sin embargo, estas cifras son controversiales y muy probablemente carecen de
subregistros. Otras dificultades radican en estimar correctamente el efecto de
la contracción de las importaciones (formalizadas e internamientos ilegales)
con motivo de la depresión.
17 cmlxxv, doc. 30354, dic. 1938. Archivo Luis Montes de Oca. Centro de Estudios
Históricos de México carso (en adelante cehm-carso).
18 Es importante que se haya sostenido un ritmo de importación, sobre todo
porque a partir de 1926 ya operaban una planta de ensamblado Ford, que fue
“ampliada” en 1932 (Anaya, 2013). La interacción de la nueva oferta interna y
las importaciones fue compleja y coincidente con otros procesos que afectaban
el mercado local e internacional. También la estadística de camionetas y
autobuses requiere mayor análisis, entre otras razones porque fue más dinámica
que la década previa, por haber más marcas competidoras, por la mayor
diversificación de usos e, incluso, por la respuesta de la ensambladora Ford.
19 Según cifras del Dominion Bureau of Statistics, cfr., cmlxxv, doc. 30989. cehm-carso,
México. Lo más atractivo era que el promedio de gasto de los turistas
estadunidenses en Canadá era menor a lo gastado por los que visitaban México.
20 cmlxxv, doc. 30366, 1937. cehm-carso, México.
21 Freeman (2010) ha explorado las competencias o rivalidades comerciales de
los promotores cubanos. Y, naturalmente, esta posición existía y era fuerte.
Aquí llamamos la atención a un punto de vista que enfatizaba la
complementariedad, mismo que no prosperó por las razones expuestas.
22 cmlxxv, docs. 28228 y 28279, 1937. cehm-carso, México.
23 cmlxxv, doc. 32823, 1939. cehm-carso, México.
24 cmlxxv, docs. 26692, 26996 y 27133, 1936. cehm-carso,
México.
25 cmlxxv, doc. 26361, 1936. cehm-carso, México.
26 cmlxxv, docs. 26940 y 27390, 1936 y 1937. cehm-carso,
México.
27 cmlxxv, docs. 26940 y 33487, 1936 y 1937. cehm-carso,
México.
28 cmlxxv, doc. 27417, 1936. cehm-carso, México.
29 Como las ceremonias de inauguración con los presidentes mexicano y
estadunidense que interesó a Pathe, Fox y Paramount. Funcionarios de la ama y arba trabajaron para
arreglar este tipo de pormenores del encuentro presidencial.
30 cmlxxv, doc. 32424, 1937. cehm-carso, México.
31 R. Gerould, “Adventures lurks in every turn of Mexican highway”, The Boston Herald Sunday, 21 de febrero de 1937; “Jacala
y Chapulhuacan en la carretera panamericana”, The Boston
Herald Sunday, 28 de febrero de 1937. Recuperado de
http://www.bostonherald.com/
32 MacDonald reportaba al secretario de Estado, S. Welles. Cortés Herrera,
subsecretario del ramo, era su enlace; su relevancia se confirmó al ser
nombrado primer “Gerente General de la Administración del Petróleo”.