10.18234/secuencia.v0i109.1805
Artículos
Almir de Andrade
y Raúl Scalabrini Ortiz:
dos intelectuales del populismo clásico
Almir de Andrade and Raúl Scalabrini Ortiz:
Two Intellectuals from the Realm
of Classical Populism
Rafael Rojas1
1El Colegio de México, México, Centro de Estudios Históricos, rerojas@colmex.mx
Resumen:
Este artículo propone una reconstrucción de las ideas
centrales de dos intelectuales latinoamericanos, el brasileño Almir de Andrade y el argentino Raúl Scalabrini Ortiz,
durante el periodo de formación de los populismos varguista
y peronista a mediados del siglo xx.
Interesa, en esta reconstrucción, la manera en que aquellos intelectuales y las
publicaciones que ellos impulsaron, como la revista Cultura
Política y Cuadernos de FORJA, asumían los
dilemas de la nación y las relaciones internacionales, la sociedad y su
diversidad racial y cultural, el Estado y su papel en el desarrollo económico y
la extensión de los derechos sociales. Este recorrido permite replantear viejas
cuestiones de la historia intelectual y política latinoamericana como el rol de
la ideología en el populismo clásico, la intervención de los intelectuales en
la esfera pública y el campo referencial de las ciencias sociales que se
involucra en los discursos de legitimación política.
Palabras clave: intelectuales; populismo; ideología; ciencias sociales; nación;
nacionalismo; imperialismo; soberanía; justicia social.
Abstract:
This article proposes a
reconstruction of the central ideas of two Latin American intellectuals, the
Brazilian Almir de Andrade and the Argentine Raúl Scalabrini Ortiz, during the period of formation of the Varguista and Peronist populisms in the mid-20th century.
Of interest in this reconstruction is the way these intellectuals and the
publications they promoted, such as the journal Cultura Política
and Cuadernos de FORJA, assumed the dilemmas of the nation and
international relations, society and its racial and cultural diversity, the
state and its role in economic development and the extension of social rights. This
journey allows one to revisit old issues in Latin American intellectual and
political history, such as the role of ideology in classical populism, the
intervention of intellectuals in the public sphere and the referential field of
the social sciences involved in the discourses of political legitimation.
Keywords: intellectuals; populism; ideology; social sciences;
nation; nationalism; imperialism; sovereignty; social justice.
Recibido: 16 de diciembre de 2019 Aceptado: 24 de marzo
de 2020
Publicado: 2 de marzo de 2021
En un estudio comparado sobre los populismos varguista y peronista, Alejandro Groppo,
discípulo del neomarxista Ernesto Laclau,
sostiene que aunque tanto en Brasil como en Argentina se produjo una
apropiación del concepto de Revolución, en el caso de Getulio Vargas y el
Estado Novo brasileño, aquella combinatoria simbólica, que entrelazaba
elementos de golpe militar, reforma gubernamental y movilización de masas,
resultó menos desestabilizadora para la oligarquía nacional que el experimento
de Juan Domingo Perón en Argentina. Afirma Groppo que
antes de la llamada “Revolución del 30”, Vargas, como ministro de Hacienda de
Washington Luis o como gobernador de Río Grande do Sul, era percibido como un
actor menos disruptivo que Perón como ministro de Trabajo y Previsión Social,
luego de la también llamada “Revolución argentina de 1943” (Groppo,
2009, pp. 291-303). Vargas, a diferencia de Perón, se estableció desde un
inicio como un “significante de consenso”, llamado a asegurar una
“estabilización del régimen republicano” luego del colapso del modelo
oligárquico del primer cuarto de siglo (Groppo, 2009,
p. 305).
Si bien esa tesis es perfectamente sostenible desde la
historia política comparada, una aproximación al paralelo desde la historia
intelectual permite afinar más las diferencias en la incorporación del concepto
revolucionario a ambos proyectos populistas, así como advertir las semejanzas
en el proceso de polarización política que se vive en ambos países a mediados
del siglo xx. Leyendo a
los ideólogos de Vargas y Perón y algunas intervenciones estratégicas de ambos
líderes en la construcción del nuevo glosario de la política nacional en
Suramérica, comprendemos mejor la forma en que el populismo clásico se
relacionó con la tradición revolucionaria latinoamericana, que comenzó en
México en 1910, y que seguirían el aprismo peruano y los nacionalismos
revolucionarios de Centro América y el Caribe desde los años veinte.
Interesa, aquí, releer a ideólogos del varguismo y el peronismo, en el campo intelectual brasileño
y argentino de mediados del siglo xx,
con el fin de elucidar las formas de representación del pueblo o las masas que
pusieron a circular a ambos Estados y los discursos de la identidad nacional
que transmitían. Se trata de ideólogos que no tuvieron, necesariamente, un
vínculo de “intelectuales orgánicos” con sus respectivos Estados, especialmente
en el caso argentino, pero contribuyeron a visibilizar el papel que aquellos
proyectos asignaban a Brasil y Argentina en las Américas y el mundo. A través
de los escritos de dos intelectuales, el brasileño Almir
de Andrade y el argentino Raúl Scalabrini Ortiz, y de revistas por ellos
impulsadas como Cultura Política y Cuadernos de FORJA, observaremos que el nacionalismo
brasileño adoptaba una estructura argumental sociológica, abierta a la
interlocución con las grandes potencias atlánticas, mientras que el
nacionalismo argentino combinaba acentos criollistas
e hispanoamericanistas, puestos en función de una
resistencia regional a la hegemonía de Gran Bretaña y Estados Unidos en el
hemisferio.1
El papel de la ideología en los populismos clásicos ha
llamado la atención de historiadores y politólogos. Desde los estudios
tempranos de Gino Germani, Torcuato S. di Tella y Octavio Ianni
se estableció el lugar común de que el populismo, a diferencia de los
socialismos, carecía de ideología u operaba con doctrinas de régimen reducibles
a discursos superficiales de legitimación (Germani, di Tella e Ianni, 1973, p. 2; Ianni, 1975,
pp. 52-55). El propio Ernesto Laclau, aunque
evolucionó en su percepción del populismo desde la izquierda marxista en los
años setenta a la perspectiva neomarxista de los años
2000, preservó, a través de la noción de “significante vacío”, una idea débil
del papel de la ideología en el populismo (Laclau,
1978, pp. 230-232, y 2005, pp. 129-131). La historia intelectual de los
populismos de mediados del siglo xx
en América Latina permite cuestionar esa visión de “ideología delgada”, que han
reiterado otros autores, como Cas Mudde y Ben
Stanley, y que subestima el peso de las teorías sociales positivistas,
funcionalistas y estructuralistas en aquellos movimientos (Mudde,
2004, pp. 541-563; Stanley, 2008, pp. 95-110).
Este ensayo se propone replantear el problema de la
construcción de ideologías de Estado o doctrinas de régimen bajo modelos
políticos del populismo “clásico” o “moderno” (Finchelstein,
2018, pp. 126-141). Entendemos por estos, estrictamente, los proyectos varguista y peronista en Brasil y Argentina,
respectivamente, antes de la guerra fría, y, aunque no desconocemos
experiencias similares en el gobierno o la oposición en otros países
latinoamericanos, como podría ser el caso del apra peruano, suscribimos la distinción entre
aquellos regímenes y el cardenismo mexicano, más claramente inscrito en la
tradición del nacionalismo revolucionario (Knight,
1998, pp. 223-248). Algo que llama la atención, sin embargo, es que si bien se trata de tradiciones distintas dentro de la
izquierda latinoamericana, también en el populismo suramericano se produce una
apropiación del concepto de Revolución que da sentido a la práctica intelectual
y el debate ideológico.
ALMIR DE ANDRADE Y EL TODO ORGÁNICO
Entre los múltiples intelectuales
adscritos con mayor o menor profundidad en los primeros gobiernos de Getulio
Vargas, en los años treinta del siglo xx,
y al lanzamiento del Estado Novo en los años cuarenta, destaca el abogado,
sociólogo y economista Almir Bonfim
de Andrade (1911-1991). Este escritor estudió derecho en la Universidad de Río
de Janeiro y, a principios de los años treinta, estuvo ligado a los círculos “integralistas” o filofascistas de
publicaciones como el Jornal do Brasil y, sobre
todo, A Razão de São Paulo,
dirigido por Plinio Salgado, futuro jefe de la Acción Integralista
Brasileira (aib),
principal asociación del fascismo suramericano. Como observa Helio Trindade, en su clásico estudio sobre el “integralismo”, en los años veinte y treinta, la crisis del
liberalismo y, específicamente, de la vieja república brasileña, produjo una
aproximación al fascismo de actores intelectuales y políticos que no provenían
de la derecha católica nacionalista sino de una izquierda vanguardista y
liberal, desencantada con el republicanismo oligárquico (Trindade,
1974, pp. 106-110 y 172-188).
Para fines de la década de los treinta, Andrade era
profesor de la Facultad de Derecho en Río y colaboraba con los planes de
capacitación de maestros del Ministerio de Educación varguista,
ya entonces encabezado por Gustavo Capamena. Fue ahí
que entró en contacto con la psicología social de André Omdrebane,
profesor de la Sorbona, invitado a Brasil a fines de los treinta. A través de Capamena y del ministro de Justicia, Francisco Luís da
Silva Campos, Andrade se relacionó con el director del Departamento de Imprenta
y Propaganda (dip) del
Estado Novo, Lourival Fontes,
quien le ofreció la dirección de la revista Cultura
Política, principal plataforma ideológica del varguismo.
Por medio de una política editorial cuidadosa y, a la vez, comprometida,
Andrade atrajo hacia aquella revista a figuras de gran prestigio intelectual,
como Gilberto Freyre, Graciliano Ramos y Nelson Werneck Sodré, que originalmente
habían estado distanciados u opuestos al varguismo.
En 1943, gracias a su desempeño al frente de Cultura
Política, Andrade pasó a ser director de la Agencia Nacional de
publicidad del Estado Novo.
Es interesante rastrear la aproximación intelectual de
Andrade al varguismo desde su temprano estudio A verdade contra Freud (1933),
escrito con sólo 22 años. El punto de partida de aquel ensayo era una reacción
contra una línea del pensamiento occidental que en el primer cuarto del siglo xx había puesto en tela de
juicio la tradición filosófica moderna. Andrade mencionaba a Friedrich Nietzsche
como precursor de esa escuela intelectual dentro de la que incluía a Henri
Bergson y a Sigmund Freud. En todos ellos, un comprensible distanciamiento del
positivismo había conducido a un irracionalismo que, a juicio del joven
intelectual brasileño, era inconveniente (Andrade, 1933, pp. 19-59). Los
primeros libros de Bergson, Essai sur le données inmédiates
de la conscience (1889) y Matèrie et mémoire (1896), tenían ese impulso espiritual contra
el positivismo más organicista, con el que Andrade simpatizaba. Pero ya el
tránsito a las tesis “vitalistas” de L’Énergie spirituelle (1919) implicaba
un “experimentalismo científico”, que tanto en Bergson
como en Freud, era cuestionable (Andrade, 1933, pp. 425-426).
Andrade mantenía en su libro un tono reposado que no
prescindía del reconocimiento del valor intelectual de las teorías de Freud y
el movimiento psicoanalítico. Las investigaciones del vienés sobre la histeria
y la neurosis, sus ejercicios de interpretación de los sueños, sus ensayos
sobre la historia cultural y hasta su teoría del “complejo de Edipo” eran
renovaciones del campo de los estudios psicológicos. El movimiento
psicoanalítico de la primera generación vienesa (Breuer, Reitler,
Adler, Stekel…) había hecho aportes indudables a la
clínica y las terapias de la psiquiatría (Andrade, 1933, pp. 73-130). Pero en
toda la obra de Freud y sus seguidores, según Andrade, había un “error
inicial”, de trasfondo filosófico, que respondía a un espíritu de época, propio
de todo el pensamiento posthegeliano, para el que la
relación dialéctica entre el ser y la conciencia debía ponerse en tela de
juicio (Andrade, 1933, pp. 194-214).
Aquel desacuerdo llevaba a Andrade a conclusiones
exageradas sobre “la demolición del sistema” psicoanalítico y el “fracaso del genio”
de Freud (Andrade, 1933, p. 380). La insistencia del brasileño en que las
alienaciones mentales también se formaban en la conciencia denotaba un
racionalismo tradicional, muy afín a la herencia positivista. A su vez, las
aseveraciones de Andrade sobre la “moral del psicoanálisis” como una “moral del
desánimo, el desespero y del suicidio”, convergía en la reacción católica o
marxista al psicoanálisis. La recepción entusiasta de Freud en los medios de
las vanguardias europeas y americanas de los años veinta
y treinta, especialmente en el dadaísmo, el futurismo, el surrealismo y el
cubismo, colocaba a Andrade en una posición atrasada, cuando no reaccionaria,
en relación con el irreverente movimiento literario y artístico brasileño.
En un libro posterior, Aspetos da cultura brasileira
(1939), poco antes de encabezar el proyecto de la revista Cultura
política, Andrade extendía aquella crítica al psicoanálisis y las
vanguardias por medio de una visión integradora de la sociedad y el Estado
brasileños. La postura vanguardista arrastraba una defensa de la irracionalidad
y el nihilismo que, a juicio de los ideólogos del populismo clásico, no
propiciaba el compromiso cívico que demandaba de la ciudadanía el cambio
político. Andrade lo sugería al reiterar sus objeciones a Freud, aunque
remarcando su perspectiva de “materialismo vulgar” (Andrade, 1939, p. 148). En
el médico austriaco había remanentes de una visión organicista que reducía la
conciencia “a un sistema de percepción o repositorio de nonemas”
(Andrade, 1939, p. 148). Freud terminaba siendo “incoherente e ilógico” por su
estrecha y mecanicista conceptualización de los fenómenos psicológicos
(Andrade, 1939, p. 149). “El dualismo consciencia-inconsciencia es perjudicial
–dice entonces Andrade– porque contiene vestigios peligrosos de una concepción
estática de la vida psíquica”, que impide entender lo imaginario, lo fantasioso
o lo onírico como “manifestaciones profundas de una especie de energía que crea
en nosotros la percepción consciente” (Andrade, 1939, p. 151).
En una curiosa maniobra genealógica, el pensador
brasileño encontraba los orígenes del dualismo freudiano nada menos que en
Descartes. Y frente a ese dualismo reivindicaba a los neokantianos de fines del
siglo xix e, incluso, a
Bergson, ya que estos no ponían en duda “el vínculo sustancial, fundido y
amalgamado de la indestructible unidad de la persona humana” (Andrade, 1939,
pp. 186-187). De ahí la importancia que Andrade concedía a la poderosa
corriente sociológica y antropológica que, de la mano de Gilberto Freyre, se
abría paso en el pensamiento brasileño. Con Casa grande y senzala (1934), Sobrados e mucambos (1936) y Nordeste (1937),
Freyre había logrado naturalizar el marco teórico “histórico-cultural” de las
ciencias sociales funcionalistas, especialmente asociado a la obra de Franz
Boas, conteniendo el racismo de la generación anterior, de Nina Rodríguez y
Oliveira Viana, a quienes Andrade veía demasiado atados al paradigma “neolamarkista” de la “herencia de los caracteres
adquiridos”, sostenido por autores como Weismann, Packard y Cope (Andrade,
1939, pp. 49-50). La crítica del funcionalismo británico y estadunidense
servían a Andrade para criticar el “puritanismo intolerante de la colonización
anglosajona” y, de paso, atraer el enfoque histórico-cultural de Freyre a las
tesis del mestizaje del varguismo.
El Estado Novo, tras la constitucionalización “polaca” de
1937, dio un giro en la política cultural y educativa en el sentido
nacionalista de la nueva doctrina de régimen. Sergio Miceli
destaca el papel de ministros como Gustavo Capanema
en Educación y Cultura y de Rodrigo y Mario de Andrade en el Servicio de
Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Miceli,
1984, pp. 23-30). El encargo que el Departamento de Imprenta y Propaganda dio a
Almir de Andrade de editar la revista Cultura Política se enmarca en esa subordinación de la
política cultural a la doctrina del régimen varguista.
Una de las primeras decisiones de Andrade fue atraer al equipo de redacción a
intelectuales afines o no a Vargas, como el escritor Graciliano
Ramos, que había estado preso a finales de los años treinta, el filósofo
bergsoniano Azevedo Amaral, el periodista Cassiano Ricardo, director del diario
A Manhá, que tomaban
distancia tanto del modernismo de fines del siglo xix como del vanguardismo de los veinte (Silva de
Paiva, 2009).
Esos y otros autores como Silvio Peixoto,
Severino Sombra, Jaime de Barros y Belfort Oliveira, fueron incorporados a los
trabajos del Departamento de Imprenta y Propaganda del varguismo,
una institución concebida para nuclear la intelectualidad orgánica del primer
gran experimento populista de América Latina. Cada número de la revista Cultura Política incluía glosas de los principales
artículos de la Constitución de 1937, redactada por el jurista antiliberal
Francisco Campos. El eje conceptual del cambio constitucional del “Estado novo”, según Andrade, era el de “democracia social y
evolutiva”, una expresión que condensaba el propósito de rebasar la “democracia
liberal” heredada del siglo xix
y que había colapsado con la “República vieja” en 1930. En el primer número de Cultura Política, dicho
concepto de “democracia social y evolutiva” se plasmaba de esta manera:
Las instituciones sociales y políticas son procesos que
se desarrollan en el tiempo. No es posible forzar transformaciones prematuras.
Vivimos en un mundo convulso, en el que la democracia prevalecerá, pero la
democracia es una institución viva, que evoluciona con las mutaciones de la
vida, es un ideal de solidaridad humana, con respecto al trabajo y los frutos
del trabajo, de lealtad y sinceridad de cooperación de todos los hombres para
el bien común (Andrade, 1945, p. 7).
Y agregaba aquel editorial:
El Estado debe ser socialmente útil. La democracia
procura una forma superior de convivencia y solidaridad humana. Sus objetivos
son distribuir bienes sociales en la medida de las necesidades y capacidades de
cada quien, asegurar el orden para una mejor eficiencia del trabajo, fortalecer
los vínculos de solidaridad económica, afectiva y moral entre los individuos y
las clases, disciplinar las fuerzas económicas y políticas para que no
proliferen los individualismos y pueda haber mayor justicia entre los hombres,
equidad y respeto y comprensión mutua (Andrade, 1945, p. 8).
Andrade defendía una noción integral de la vida
intelectual, en la que se entrelazaban la economía y la política, la literatura
y el folclore, las artes y las ciencias, las tradiciones y las costumbres, la
filosofía y la técnica (Andrade, 1945, p. 5). Esa integralidad, que intentaba
ser captada por el concepto de “cultura política”, suponía, a su juicio, una
“visión humana estereoscópica” (Andrade, 1945, p. 11). El Estado aparecía en
esa ideología como el organismo integrador de todas las funciones del cuerpo
social, lo cual era reflejado por Andrade y otros articulistas de la revista en
textos sobre el corporativismo agrícola, el diseño de una monumentalística
nacional en el espacio público, la centralización del gobierno y el rol de los
municipios (Andrade, 1945, pp. 15-17).
Según Azevedo Amaral (1941, p. 157), el integralismo varguista era
resultado de una evolución histórica que superaba, primero, la política
imperial, luego la política republicana, y que desembocaba en la que llamaba la
“Revolución Brasileira” de los treinta, cuya más nítida conceptualización era
la Carta Magna del 10 de noviembre de 1937. Silvio Peixoto,
por su parte, pensaba que esa tradición histórica describía una lógica ascendente
del principio de la “unidad nacional” en tres fases: el imperio, la república y
la revolución (Peixoto, 1941, p. 175). Mientras que
Severino Sombra (1941, p. 42) sugería que el nacionalismo democrático del
Estado Novo era obra de un proceso de maduración del “derecho natural
racionalista” que había roto, finalmente, con los rezagos del racionalismo
borbónico.
En cada número de Cultura Política se
transcribía un artículo de la Constitución de 1937 –sobre la propiedad, el
municipio, el poder judicial, el trabajo manual, la ideología del nacionalismo
democrático– y, a la vez, el escritor Graciliano
Ramos comentaba los cuadros de costumbres del Nordeste brasileño. En esas
crónicas que luego se reunieron póstumamente en los volúmenes Linhas
Tortas (1962) y Viventes das Alagoas (1962), Ramos presentaba los desiertos y las
llanuras de los cangaceiros como un mundo puro, que
simbolizaba la identidad nacional postulada por el varguismo.
Sin el tono de denuncia de la novela Vidas secas (1938),
las crónicas de Ramos en Cultura Política revestían
al Estado Novo de un discurso de autenticidad cultural, que rebajaba los
acentos desarrollistas de la ideología populista.
Otros autores de la revista como el propio Andrade y
Jaime de Barros se encargaban de insertar ese discurso de la identidad nacional
en un americanismo de corte hemisférico (Barros, 1941a, p. 34; 1941b, p. 60). A
diferencia de algunos textos de Andrade de los años treinta, críticos del
protestantismo anglosajón, ahora, en el contexto de la segunda guerra mundial,
la visión de Estados Unidos era moderadamente positiva. El propio Vargas había
transmitido ese cambio de percepción sobre Estados Unidos en sus diarios, donde
comentaba una comunicación paralela con Benito Mussolini y Franklin D.
Roosevelt, claramente favorable al segundo, en quien veía, no sin “hipérboles
criollas”, la “simpatía irradiante y el pacifismo sincero” y la “oratoria
clara, simple, pero llena de imaginación” del pueblo americano (Vargas, 1995,
p. 563). Vargas y sus intelectuales rechazaban la “imprevisibilidad de las
democracias liberales” en la segunda guerra, y achacaban su crisis al
agotamiento del modelo individualista del siglo xix, pero temían más al fascismo italiano y,
sobre todo, al nazismo alemán (Vargas, 1995, pp. 313-317).
En ensayos de Andrade de los años cuarenta, como Formação
da sociologia brasileira (1941) o Contribuição a História administrativa do Brasil (1949),
la neutralidad varguista ante el conflicto mundial y
la naciente guerra fría adoptaba un cariz historicista, en el que la
equidistancia frente a las superpotencias hegemónicas era explicada por una
tradición imperial venida a menos. Con la Revolución del 30, aseguraba Andrade,
el sentido profundo de la evolución social brasileña cristalizaba en el Estado
(Andrade, 1949, p. 9). Había indicios de una exégesis de aquella evolución en
discursos presidenciales de Campos Sales y Rodrigues
Alves a principios del siglo xx,
pero con Vargas y el Estado Novo, ese evolucionismo, de raíz sociológica,
superaba la prueba de una revolución, que era una “lección de realismo”
(Andrade, 1949, p. 9). Tanto en el espesor sociológico del discurso de la
identidad como en un americanismo hemisférico, abierto al diálogo con Estados
Unidos y Europa, el varguismo se diferenciaba del
llamado “tercerismo” peronista, más enfáticamente
opuesto a la hegemonía anglosajona en el Atlántico.
Existe una notable coincidencia, aunque también matices,
entre las ideas manejadas por Andrade en Cultura Política y
la que trasmitían, desde 1936, los jóvenes editores argentinos de Cuadernos de FORJA, la principal publicación de la así
llamada Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. En el primer
número de aquella publicación se plasmaba una declaración de fe nacionalista: “forja quiere afrontar los problemas argentinos con
criterios argentinos, porque considera que el vicio más funesto que padecemos
es la entrega ominosa de la economía nacional a la colonización de las grandes
potencias imperialistas”.2
Más adelante los miembros de la Redacción (Gabriel de Mazo, A. Gutiérrez Diez,
José Gabriel, Homero Manzione, Arturo Jauretche,
Jorge del Río, José D. Espeche, Luis Dellepiane…) afirmaban encontrarse libres
de “influencias banderizas exóticas”, como el “sovietismo
y el fascismo”, y “puesta el alma en lo más noble de las tradiciones
igualitarias” argentinas.3
En los números de Cuadernos de FORJA
se proyectó un nacionalismo argentino que buscaba más continuidad que ruptura
con el republicanismo de Hipólito Yrigoyen y, a la vez, se colocó el problema
de los recursos naturales, especialmente el petróleo, y de los servicios
públicos (gas, transporte, electricidad, ferrocarriles, empréstitos…) bajo el
radio de acción del Estado.4
Los ensayos de Luis Dellepiane, en aquella publicación, eran especialmente
reveladores de lo que podría entenderse como una insinuación de eje populista
latinoamericano dentro de la geopolítica mundial. Así como Dellepiane llamaba a
asimilar las enseñanzas de la expropiación petrolera mexicana, no ocultaba
simpatías hacia el giro soberanista del varguismo y
la lucha de la República Española contra el fascismo, ni críticas elocuentes al
“imperialismo inglés”, la “plutocracia yanqui” y la “dictadura staliniana de la Eurasia soviética” (Dellepiane, 1939, pp.
4-8).
Dellepiane y los intelectuales del grupo Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina (forja)
sostenían en 1939 que en el contexto de la guerra
inminente, “Moscú y Berlín estaban más cerca de lo que parece”, y llamaba a
replantear el liderazgo del “espíritu americanista” desde el Sur del continente
(Dellepiane, 1939, pp. 6 y 8). El lenguaje de aquellos jóvenes argentinos, como
el de los escritores y científicos sociales reunidos por Almir
de Andrade en Cultura Política, partía de la
premisa histórica de que el varguismo y el peronismo
eran movimientos sociales y políticos que adaptaban a las condiciones
suramericanas el “contenido antimperialista de la Constitución de 1917 en
México” (Dellepiane, 1938, p. 19). La “lección de Méjico”, especialmente tras
la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas, era un estímulo al “deber
revolucionario” de radicalizar la izquierda argentina, sobre todo la izquierda
de la Unión Cívica Radical, una corriente que veían destinada a interpelar,
paralelamente, al imperialismo angloamericano, el fascismo europeo y el
frentismo prosoviético del comunismo internacional
(Dellepiane, 1938, p. 19).
SCALABRINI ORTIZ: DE LA NADA A LA PROFECÍA
El uso del concepto de Revolución
en el peronismo arranca con la resemantización del
evento del golpe militar de junio de 1943. En un principio, los líderes del
movimiento, como los generales y ministros de Guerra, Pedro Pablo Ramírez y
Edelmiro Julián Farrel, negaban que en Argentina se
hubiese producido una revolución. El primero, por ejemplo, decía: “yo no he
llevado a cabo ninguna revolución, porque de hecho no ha habido ninguna
revolución. El ejército actuó no en una revolución, sino para proveer a
Argentina de una solución al gran problema institucional del país, cuando su
orden constitucional estaba corrompido por completo” (Groppo,
2009, p. 181). El importante intelectual católico Gustavo Franceschi, en
cambio, se acercaba a la formulación del golpe como Revolución cuando afirmaba
que “no se trataba de una revolución política ni tampoco de un cuartelazo,
estamos enfrentando un fenómeno más profundo y sustancial, no es solamente
sustituir a unos hombres por otros” (Groppo, 2009, p.
184). Franceschi, editor de la revista católica Criterio,
sostenía que la revolución tenía que ser social, no meramente política como en
tiempos de Hipólito Yrigoyen: debía enfrentarse a la “politiquería” con una
ampliación de la base social de la política.
Es el propio Perón quien definirá más claramente el golpe
de junio del 43 como una revolución social o como una revolución de “espíritu
social” (Groppo, 2009, p. 195). El nuevo ministro de
Trabajo y Previsión Social se refería al manifiesto militar de junio de 1943
como “proclama revolucionaria” y presentaba al llamado Grupo de Unificación
como un agente de un cambio más sustancial que el que transmitían los
documentos oficiales. Con evidente eficacia, Perón transformó simbólicamente el
golpe en Revolución por medio de una retórica que ponía énfasis en la
decadencia de la clase política de la República y, a la vez, en la necesidad de
situar el proyecto de gobierno en sintonía con las demandas sociales de los
trabajadores argentinos. Es interesante observar el surgimiento de aquel
lenguaje populista en los documentos militares argentinos, que Perón conocía
muy bien por haber estudiado la historia de dicha institución.
En una conferencia en el Colegio Nacional de la
Universidad de la Plata, en junio de 1944, conmemorando el primer aniversario
del golpe, Perón sugería que la asonada militar del año anterior era una
respuesta a la coyuntura internacional de la segunda guerra mundial, que podía
“encender luchas fratricidas” en el continente americano, a pesar de lo lejos
que estaba de Europa (Perón, 1973, p. 32). Luego, en una orden del coronel
Perón, como ministro de Guerra, a los oficiales del ejército, se sostenía que
la guerra era la ocasión para articular la “neutralidad política”, la “economía
social” y la “independencia económica” como objetivos básicos de un programa
integral de renovación del Estado argentino (Perón, 1973, pp. 96-108). Allí el
líder argentino hablaba claramente de lo que sucedía en Argentina como una
revolución que se encaminaba hacia su constitucionalización o, lo que es lo
mismo, hacia su final: “la Revolución entra en su etapa final y el gobierno
encara resueltamente la normalización constitucional, levantando el estado de
sitio y aprestándose a convocar al pueblo de la República para la elección de
sus mandatarios” (Perón, 1973, p. 95).
La Secretaría de Trabajo y Previsión Social era, según
Perón: “un jalón que se clava en la hora constitutiva inspirada en la
Revolución del 4 de junio” (Perón, 1997, p. 115). No era aquella idea retrospectiva
o a posteriori, incorporada al relato sobre la
ascensión del peronismo al poder, sino una certeza constatable en los discursos
del entonces secretario de Trabajo. Al facilitar el despliegue de la nueva
política obrera, el viejo Grupo de Unificación militar contribuía a una
resignificación de la proclama, más bien técnica, del 4 de junio de 1943, como
punto de partida de una política social de Estado. Con Perón en la Secretaría
de Trabajo iniciaba, propiamente, la “era de la política social” en la historia
argentina, lo que representaba, ni más ni menos, un cuestionamiento a fondo de
las premisas liberales y republicanas predominantes en la nación suramericana,
entre Sarmiento e Yrigoyen (Perón, 1997, pp. 47-48, 117-122 y 515-516). Dicha
política social arrancaba como una colonización populista del movimiento
obrero, especialmente contra los comunistas, pero aspiraba, a la vez, a una
reformulación de la plataforma liberal del Estado, más eficaz que la propuesta
por el comunismo:
Los patrones, los obreros y el Estado construyen las
partes de todo problema social, y quienes lo resuelvan tendrán el mérito de
impedir la intromisión en las cuestiones gremiales de la especulación política
y el confusionismo generalizado […] El Estado argentino intensificará su deber
social, no puede ser un espectador, debe involucrarse en la defensa de los
intereses y la mejoría material de los obreros, frente a la patronal (Perón,
1997, p. 113).
Entre 1943 y 1946, cuando Perón pasa por las secretarías
de Trabajo y Guerra y el cargo de vicepresidente, hasta el lanzamiento de su
candidatura tras el fin de la guerra, el programa populista va perfilándose
como una apuesta por la reconfiguración del sistema político. Perón triunfó con
el apoyo de tres partidos de reciente creación, el Partido Laborista, el
Partido Independiente y una escisión de Unión Cívica Radical llamada Junta
Renovadora. Aquella alianza daría lugar a la corriente propiamente llamada
“justicialista” o “peronista”, pero que inicialmente se llamó Partido Unido de
la Revolución y luego Partido Peronista. De manera que hasta los años que
siguieron a la primera elección de Perón, el término Revolución estaba
incorporado como uno de los principales conceptos políticos del nuevo régimen.
Durante la campaña electoral, en los primeros meses de 1946, Perón dio forma a
esa asimilación por medio del enunciado de su proyecto “orgánico”:
¿Qué es un gobierno orgánico? Es una agregación de
fuerzas sólidamente aglutinadas que tiene a su frente a un estadista, que no
debe ser forzosamente ni un genio ni un sabio, sino un hombre a quien la
naturaleza ha dotado de una condición especial para abarcar un panorama
completo que otros no ven. Ese hombre tiene dos o tres discípulos para que
cuando muera haya quien lo prolongue en el tiempo y el espacio. Detrás de ellos
viene la plana mayor del partido, que tiene ocho, diez, veinte especialistas o
técnicos para cada rama del Estado, que son los candidatos a ser ministros, se
preparan desde el llano con estudio y sacrificio, y no hay problema del país,
por insignificante que sea, que en su rama ni lo dominen y tengan la solución,
para que, al llegar al Gobierno, abran el cajón de su escritorio, saquen el
plan y ordenen su inmediata ejecución (Perón, 1997, pp. 18-19).
En un discurso en Santa Fe, en febrero de 1946, Perón
agregaba que una estructura así, que repartía sus funciones entre el líder, los
técnicos, el partido y la masa, nunca había existido en Argentina. Y agregaba
que su puesta en práctica, por medio de una serie de reformas “orgánicas” bien
pensadas, era una confirmación del carácter “revolucionario” del golpe de junio
de 1943. El argumento revolucionario y el reformista se mezclaban en la
retórica organicista de Perón, creando tautologías en la que el movimiento se
definía como revolucionario por ser reformista y reformista por ser
revolucionario. Todos los hitos del peronismo, antes de la campaña
presidencial, como la revuelta de junio de 1943 o la movilización pacífica a
favor de Perón en octubre de 1945, cuando el líder fue encarcelado por el
general Farrel, adquirían un nuevo sentido
providencial en el lenguaje de Perón:
En la mente de quienes concibieron y gestaron la
Revolución del 4 de junio estaba fija la idea de la redención social de nuestra
Patria. Este movimiento inicial no fue una “militarada” más, no fue un “golpe
cuartelero” más, como algunos se complacen en repetir: fue una chispa que el 17
de octubre encendió la hoguera en la que van a crepitar hasta consumirse los
restos del feudalismo que aún asoma por la tierra americana (Perón, 1997, p.
27).
Ya desde entonces Perón comienza a trazar los
presupuestos de lo que será el revisionismo histórico argentino, estudiado por
Tulio Halperin Donghi, cuando sostiene que el dilema
en Argentina no es “entre libertad y tiranía, entre Rosas y Urquiza, entre
democracia y totalitarismo”, sino “entre justicia e injusticia social” (Perón,
1997, p. 28). Durante el primer gobierno, entre 1946 y 1949, aquel proyecto,
condensado en el “primer plan quinquenal”, fue difundido intensamente en todos
los foros imaginables. Perón hablaba con todos: líderes sindicales,
trabajadores de fábricas, los empleados de aduanas, los miembros de los clubes
de esgrima, los estibadores del puerto de San Nicolás o la elite de Buenos
Aires, reunida en el teatro Colón. El decálogo del “plan quinquenal” era
resumido por Perón, ante esos auditorios heterogéneos, con un lenguaje llano,
que rebajaba los aspectos técnicos de la planificación económica, y traducía en
términos soberanistas y justicieros el programa revolucionario del gobierno.
Es en esos años, previos a la Constitución de 1949, que
algunos intelectuales cercanos al grupo forja, de
la Unión Cívica Radical yrigoyenista, como Arturo Jauretche y, sobre todo, Raúl
Scalabrini Ortiz, se acercaron al peronismo. A diferencia de los miembros
centrales de forja, como el propio Jauretche,
Homero Manzi o Gabriel del Mazo, que mantuvieron siempre su lealtad a la Unión
Cívica Radical, Scalabrini Ortiz abrazó el peronismo con toda la carga
fundacional que intentaron darle los artífices del golpe militar del Grupo de
Oficiales Unidos (gou)
el 4 de junio de 1943. Tres años antes, en 1940, este poeta y agrónomo corrientino había publicado, en forma de libros, dos
ensayos, Política británica en el Río de la Plata (1940)
e Historia de los ferrocarriles argentinos (1940),
que hacían votos por una regeneración nacional en Argentina, basada en la
recuperación de la soberanía económica del país, pero que habían aparecido en
una versión preliminar en los ya citados Cuadernos de FORJA,
órgano de aquel grupo.5
En el primero de aquellos ensayos, Scalabrini hacía su
contribución al revisionismo histórico cuando argumentaba que la historia
política argentina, desde la generación de 1810, era la historia de la
dependencia de la Gran Bretaña. Con la excepción de Mariano Moreno, decía, los
padres fundadores adoptaron “las doctrinas corrientes en Europa y se
adscribieron a un libre cambio suicida” (Scalabrini Ortiz, 1965a, p. 11). Aquel
legado liberal y, por liberal, antinacional y antipopular, había sido altamente
costoso para el país. La “realidad argentina” representaba un “imperativo
espiritual” para las clases gobernantes (Scalabrini Ortiz, 1965a, pp. 9-13).
Debía pasarse de la entrega a los intereses extranjeros, como “factor
primordial del antiprogreso”, a una “economía al
servicio de la esperanza” (Scalabrini Ortiz, 1965a, pp. 254-286 y 358-359). La
tradición liberal había depreciado tanto las condiciones de vida del pueblo
argentino que derechos sociales básicos, como la alimentación, la vivienda y el
vestido debían ser considerados como “problemas nacionales” (Scalabrini Ortiz,
1965a, p. 358).
En el segundo libro, la Historia de
los ferrocarriles argentinos, Scalabrini utilizaba la crisis de la red
ferroviaria del país como metáfora de la sangría de la riqueza nacional. La
colonización había creado “redes venales” que depredaron los recursos naturales
de la nación y enriquecieron las arcas coloniales e imperiales, especialmente
las británicas. Pero el lenguaje nacionalista de Scalabrini Ortiz comulgaba más
con un “americanismo”, muy propenso a la defensa de la herencia de los
migrantes e hijos de migrantes en el Río de la Plata, que a un argentinismo al
estilo de Ezequiel Martínez Estrada en su gran ensayo Radiografía
de la pampa (1933). Las fronteras de ese americanismo llegaban hasta
México, no más allá, en un sentido deliberadamente restrictivo, que excluía a
Estados Unidos y Canadá, a razón de una “unidad de idiomas, razas fundadoras,
religiones y costumbres” (Scalabrini Ortiz, 1940, p. 15). En las palabras preliminares
de su ensayo, Scalabrini (1940) anotaba:
Europa jamás buscó en América el establecimiento de una filialidad. Fue hostil y casi cruel con lo autóctono,
primero, con lo asimilado, después. Europa solo quiso extraer oro, al
principio. Minerales, más tarde. Materia prima y alimentos, ahora. De fuerza y
compulsión se valió antes. De habilidad y astucia financiera, actualmente. De
todos modos, fue de provecho la finalidad. Por eso el estudio del factor
económico es fundamental en las relaciones de Europa y América (p. 11).
Y agregaba:
Lo indiscutiblemente americano fue tronchado en América
[…] América es un sentimiento, un estado del alma, no una materialidad y menos
una consanguinidad. Ser poroso para ese sentimiento y no impermeable puede
únicamente motivar una jactancia de americanidad. El simple nacer aquí de
padres aquí nacidos es un ocurrimiento de índole
civil no trascendente. Hijos de extranjeros fueron Moreno, San Martín y
Belgrano, ejecutores de la primera liberación americana del Río de la Plata (p.
14).
En el paisaje argentino, según Scalabrini (1940), no
había esos elementos de autenticidad que deslumbraban a otros escritores
nacionalistas, como el propio Martínez Estrada o Graciliano
Ramos en Brasil, sino desolación:
Pueblo pobre: así es el nuestro. Llanuras insípidas en
que la imaginación trabaja constantemente, ríos inhumanos, montañas
inaccesibles y estériles conforman la patria. El fruto de sus pampas es para
otros y para otros sus carnes y sus pensamientos. Estamos de prestado sobre la
tierra que aún está por conquistar y sobre la que tenemos apenas una leve
apariencia de dominio político, no real (p. 15).
Esto escribía el joven poeta y agrónomo en 1940. Seis
años después, en medio de la movilización peronista, que culminará al año
siguiente con la Constitución, Scalabrini ha renacido. En el que es, tal vez,
su libro de ensayos más cuidado, desde un punto de vista estilístico, Tierra sin nada, tierra de profetas (1946), el escritor
rinde testimonio de la metamorfosis que ha experimentado por efecto de la
promesa peronista y su contacto directo con las multitudes del justicialismo.
Cuenta que una tarde de octubre de 1945, mientras que un sol a plomo caía sobre
la Plaza de Mayo, de pronto se vio arrastrado por enormes columnas de obreros,
que lo convencieron de que una nueva “muchedumbre heteróclita” asumía los
destinos de la nación (Scalabrini Ortiz, 1946, p. 33). La experiencia, narrada
en tono epifánico por el escritor, daba pie a toda
una apología de la fusión entre el individuo y la masa:
En las cosas humanas el número tiene una grandeza
particular por sí mismo. En ese fenómeno majestuoso a que asistía, el hombre
aislado es nadie, apenas algo más que aterido grano de sombra que a sí mismo se
sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud
tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de
todos nos redimía. Presentía que la historia iba pasando junto a nosotros y nos
acariciaba suavemente como la brisa fresca del río (p. 35).
Es entonces que el nacionalismo se acerca a un criollismo
–o a un nativismo–, y a una defensa del “espíritu de la tierra” que es
traducida en términos de política económica como un avance acelerado hacia el
control estatal de los recursos naturales, la banca y los servicios públicos
(p. 35). Aclaraba Scalabrini que ese “espíritu de la tierra” era “tenso,
corpóreo y multifacetado”, pero que su experiencia
sólo podía alcanzarse por medio de una disolución del individuo en la masa, que
implicaba la ruptura radical no sólo con la tradición liberal, tanto de la
filosofía como de la economía, sino con corrientes de pensamiento de la segunda
posguerra como el psicoanálisis y el existencialismo (p. 35). Se llegaba así a
una confluencia intelectual bastante precisa entre el antiliberalismo varguista de Andrade y el peronista de Scalabrini, aunque
con la peculiaridad de que en el segundo caso la discontinuidad se extendía a
los proyectos keynesianos y cepalinos que impulsaban
economistas como Raúl Prebisch.
En escritos posteriores al suicidio de Vargas en 1954 y
al golpe militar contra Perón de 1955, autodenominado, por cierto, “Revolución
Libertadora”, los dos autores asumieron en sus escritos un duelo similar. Pero
mientras Andrade intentaba reconciliar el legado del varguismo
con las tesis de la Cepal, Scalabrini en los artículos valientemente opositores
contra los gobiernos de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, reunidos
luego en el libro Bases para la reconstrucción nacional (1965),
acusó a Prebisch de ser agente de la inteligencia
británica y denunció sus “planes” e “informes” como intentos de desmantelar la
política económica peronista (Andrade, 1973, p. 21; Scalabrini Ortiz, 1965b, p
23). Scalabrini murió en 1959, por lo que no llegó a constatar el impacto radicalizador de la revolución cubana sobre la izquierda
peronista. Andrade, que sobrevivió al golpe de Estado contra Joao Goulart y al giro marxista del populismo brasileño, llegó a
comulgar con las tesis anticomunistas de la guerra fría.
CONCLUSIÓN
A través de la obra de Almir de Andrade y Raúl Scalabrini Ortiz hemos ilustrado la
forma en que el campo intelectual de viejas democracias oligárquicas en crisis
interviene en el despliegue de un discurso de legitimación para el nuevo
régimen populista. Desde las experiencias clásicas del varguismo
y el peronismo, en los años treinta y cuarenta, esos procesos están ligados a
un uso del concepto de Revolución desde las elites del cambio de régimen que no
reúne los rasgos característicos de otras revoluciones como la mexicana, la rusa
o la china: levantamiento armado popular, destrucción del orden previo,
alteración de jerarquías sociales. El concepto de Revolución, sin embargo, se
vuelve central para la legitimación del nuevo Estado, como parte de un lenguaje
político que transmite el sentido de reconstitución jurídica en tanto
“necesidad histórica” (Koselleck, 2012, p. 169).
Publicaciones como Cultura Política en
Brasil o Cuadernos de FORJA en Argentina
constituyeron, además, plataformas del saber en las que ideólogos de la
izquierda populista entablaban diálogos significativos con el campo de las
ciencias sociales, tal y como sucedía en las redes de otras izquierdas,
especialmente las marxistas, comunistas y nacionalistas revolucionarias.6 Esta aproximación pone en
cuestión, por tanto, los enfoques excepcionalistas
que tienden a asociar el populismo con un grado cero de la ideología, que
operaría en torno a significantes vacíos más que a verdaderos resortes
doctrinales para la acción política.
Buena parte de la historiografía y la teoría política se
resiste a considerar aquellas publicaciones y sus líderes intelectuales dentro
de la izquierda latinoamericana. Incluso en el caso de Cultura
Política, la revista brasileña de los años cuarenta, observamos acentos
y énfasis en torno a la soberanía nacional, la justicia social y la integración
racial, bien ubicados en otras tradiciones de izquierda, pero que se le
escamotean por un desprecio a enfoques funcionalistas u organicistas propios de
la época. Los prejuicios ante el imaginario político de aquellos populismos
conducen a una subvaloración de la densidad ideológica de los mismos, que
incurre en una equivocada lectura de sus premisas teóricas.
LISTA DE REFERENCIAS
Amaral, A. (1941). Realismo político y la democracia. Cultura Política, 1, 157.
Andrade, A. de (1933). A verdade contra Freud. Río de Janeiro: Schmidt
Editor.
Andrade, A. de (1939). Aspetos de cultura brasileira.
Río de Janeiro: Schmidt Editor.
Andrade, A. de (1945). Cultura política en su nueva fase.
Cultura Política. Revista Mensual de Estudios Brasileños,
v(5), 1.
Andrade, A. de (1949). Contribuição a História administrativa do Brasil. Río de Janeiro: Livraria José Olympio Editora.
Andrade, A. de (1973). O capital nos
sistemas económicos. Río de Janeiro: Editora Rio.
Barros, J. de (1941a). La política de Brasil en América. Cultura Política, 1, 34.
Barros, J. de (1941b). La influencia de las guerras
europeas en el destino de América. Cultura Política,
5, 60.
Bergel, M. (2018). forja: un
pensamiento de la desconexión. En C. Altamirano (ed.), La
Argentina como problema: temas, visiones y pasiones del siglo xx. Buenos Aires:
Siglo XXI.
Corral, R., Stanton, A. y Valender,
J. (eds.) (2018). Laboratorios de lo nuevo. Revistas
literarias de México, España y el Río de la Plata en la década de los 20.
México: El Colegio de México.
Crespo, R. (2010). Revistas en
América Latina. Proyectos literarios, políticos y
culturales. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Dellepiane, L. (1938). El petróleo de Méjico y el deber
argentino. Cuadernos de FORJA, ii(4).
Dellepiane, L. (1939). Conducta argentina ante la crisis
de Europa. Cuadernos de FORJA, ii(9).
Finchelstein, F. (2018). Del fascismo al populismo en la historia.
Buenos Aires: Taurus.
Fiorucci, F. (2011). Intelectuales y peronismo. Buenos
Aires: Biblos.
Germani, G., di Tella, T. S. e Ianni,
O. (1973). Populismo y contradicciones de clase en América
Latina. México: Era.
Groppo, A. J. (2009). Los dos príncipes: Juan D. Perón y
Getulio Vargas. Buenos Aires: Universidad Nacional Villa María.
Ianni, O. (1975). La formación del Estado populista en
América Latina. México: Era.
Knight, A. (1998). Populism and neo-populism
in Latin America, especially in Mexico. Journal of Latin American Studies, 30(2), 223-248.
doi:
https://doi.org/10.1017/S0022216X98005033
Koselleck, R. (2012). Historias de conceptos. Estudios sobre
semántica y pragmática del lenguaje político y social. Madrid: Editorial
Trotta.
Laclau, E. (1978). Política e ideología en la teoría
marxista. Capitalismo, fascismo y populismo. México: Siglo XXI.
Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica.
Lippi Oliveira, L., Pimenta, M. y Castro Gomez, Á. M.
(1982). Estado Novo: ideologia e
poder. Río de Janeiro: Zahar.
Mio Salla, T. (2017). Graciliano
Ramos e a cultura política. Mediação editorial e construção do sentido. São Paulo: Edusp.
Miceli, S. (ed.) (1984). Estado e
cultura no Brasil. São Paulo: idesp.
Mudde, C. (2004). The populist
Zeitgeist. Government and Opposition, 39(4), 541-563. doi:
https://doi.org/10.1111/j.1477-7053.2004.00135.x
Peixoto, S. (1941). La tradición política del principio de unidad nacional. Cultura Política, 3, 175.
Perón, J. D. (1997). Obras completas
(8 tt.). Buenos Aires: Fundación Universidad de la
Producción y el Trabajo/Fundación de la Universidad a Distancia “Hernandarias”.
Perón, J. D. (1973). Diálogo entre
Perón y las fuerzas armadas. Buenos Aires: Centro de Documentación
Justicialista.
Petra, A. (2017). Intelectuales y
cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la Argentina de la
postguerra. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Pita, A. (2009). La Unión
Latinoamericana y el Boletín Renovación. Redes de intelectuales y revistas
culturales en la década de los 20. México: El Colegio de México.
Scalabrini Ortiz, R. (1940). Historia
de los ferrocarriles argentinos. Buenos Aires: Editorial Reconquista.
Scalabrini Ortiz, R. (1946). Tierra
sin nada, tierra de profetas. Devociones para el hombre argentino.
Buenos Aires: Editorial Reconquista.
Scalabrini Ortiz, R. (1965a). Política
británica en el Río de la Plata. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra.
Scalabrini Ortiz, R. (1965b). Bases
para la reconstrucción nacional. Buenos Aires: Plus Ultra.
Sigal, S. (1991). Intelectuales y poder en la década del
sesenta. Buenos Aires: Puntosur.
Silva de Paiva, V. da (2009). La organización del campo
intelectual en el Estado Novo (Brasil, 1937-1945). Recuperado de
http://cdsa.aacademica.org/000-008/139.pdf
Sombra, S. (1941). El absolutismo moderno y el
advenimiento del derecho natural racionalista. Cultura
Política, 9.
Stanley, B. (2008). The thin ideology of
populism. Journal of Political
Ideologies, 13(1),
95-110. doi:
https://doi.org/10.1080/13569310701822289
Trindade, H. (1974). Integralismo. O fascismo brasileiro na década de
30. São Paulo: Difusão Europeia
do Livro.
Vargas, G. (1995). Diario. 1930-1936
(2 tt.). Río de Janeiro: Fundação
Getúlio Vargas.
Velloso, M. P. (2003). Os intelectuais
e a política cultural da Estado Novo. En J. Ferreira y L. de A. Neves Delgado, O Tempo do Nacional-estatismo: do início
da década de 1930 ao apogeu
do Estado Novo. Río de Janeiro: Civilização
Brasileira.
OTRAS FUENTES
Revistas
Cultura Política (1940-1943)
Cuadernos de FORJA (1936-1942)
Bibliografía
Amaral, A. (1941a). La evolución de la política imperial.
Cultura Política, 2, 31.
Amaral, A. (1941b). La evolución de la política
republicana. Cultura Política,
3, 154.
Amaral, A. (1941c). La revolución brasileira. Cultura Política, 5, 133.
Andrade, A. de (1941a). Política y cultura. Cultura Política, 2, 5.
Andrade, A. de (1941b). La soberanía internacional de
Brasil. Cultura Política, 3, 5.
Andrade, A. de (1941c). Brasil y la centralización del
nuevo gobierno. Cultura Política, 4, 5.
Andrade, A. de (1941d). Democracia social y economía. Cultura Política, 6, 161.
Andrade, A. de (1941e). Los grandes trazos de la
Constitución del 10 de noviembre de 1937. Cultura Política,
5, 5.
Andrade, A. de (1941f). El concepto brasileño de
municipio. Cultura Política, 9, 181.
1 Aunque escasa, hay una bibliografía atendible sobre aquellos dos grupos
intelectuales: Bergel (2018); Fiorucci (2011); Lippi Oliveira, Pimenta y Castro Gomez
(1982); Mio Salla (2017); Sigal
(1991); Silva de Paiva (2009); Velloso (2003).
2 “Los Cuadernos de forja”, Cuadernos de FORJA, año i,
núm. 1, 25 de mayo de 1936, Buenos Aires, p. 4.
3 “Los Cuadernos de forja”, Cuadernos de FORJA, año i, núm. 1, 25 de mayo de 1936, Buenos Aires, p. 4.
4 Gabriel de Mazo, “El pensamiento escrito de Yrigoyen”, Cuadernos de FORJA, año i,
núm. 2, 3 de julio de 1936, Buenos Aires, pp. 7-21. Véase también a A. Gutiérrez Diez, “La coordinación de los transportes”, Cuadernos de FORJA, año i,
núm. 3, octubre de 1936, Buenos Aires, pp. 6-11; Raúl Scalabrini Ortiz y Luis
Dellepiane, “Petróleo e imperialismo. El ejemplo de Méjico y el deber
argentino”, Cuadernos de FORJA, año ii, núm. 4, septiembre de
1938, Buenos Aires, pp. 15-27; Jorge del Río, “El problema de la electricidad.
Estructura del trust” y “El servicio público del gas: inconvenientes de su
oficialización”, Cuadernos de FORJA, año ii, núm. 5, octubre de 1938,
Buenos Aires, pp. 10-22.
5 Raúl Scalabrini Ortiz, “La política británica en el Río de la Plata. Las
dos políticas: la visible y la invisible”, Cuadernos de
FORJA, año i, núm. 1, 25 de mayo de 1936,
Buenos Aires, pp. 5-19; Raúl Scalabrini Ortiz, “Historia del ferrocarril de
Córdoba”, Cuadernos de FORJA, año ii, núm. 6-7, noviembre de
1938, Buenos Aires, pp. 3-62.
6 Véanse, entre otros, Corral, Stanton y Valender
(2018); Crespo (2010); Petra (2017); Pita (2009).