10.18234/secuencia.v0i108.1823
Dossier
El poder de la solidaridad con
Chile.
La izquierda británica frente
al golpe de Estado, 1973-1979*
The Power of Solidarity with
Chile.
The British Left in Response to the Coup,
1973-1979
Mariana Perry1, https://orcid.org/0000-0003-3220-5644
1Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Gobierno, Universidad San
Sebastián, Chile, mariana.perry@uss.cl
Resumen:
El artículo busca primeramente identificar cuáles fueron
las lecciones que las distintas versiones de la izquierda británica extrajeron
del fin de la Unidad Popular y la consecuente instalación del régimen militar
en Chile, en circunstancias de un gobierno liderado por el Partido Laborista.
Asimismo, busca arrojar luz sobre cómo la actividad británica de solidaridad
con la causa chilena permitió unir y dar sentido colectivo a esta dividida y a
veces contrapuesta izquierda, representando un caso excepcional en el escenario
de Europa occidental. Para ello se revisaron las colecciones de Judith Hart y
la Chilean Solidarity Campaign en el Labour History Archive, en Manchester, y
documentos del Foreign Office en el Archivo Nacional Británico. Se complementó
lo anterior con bibliografía secundaria y entrevistas a informantes claves.
Palabras clave: Chile; golpe de Estado; izquierda británica; campañas de solidaridad;
derechos humanos.
Abstract:
The article first seeks to
identify the lessons different versions of the British left drew from the end
of Popular Unity and the subsequent installation of the military regime in
Chile, under a government led by the Labor Party. Likewise, it attempts to shed
light on how British solidarity with the Chilean cause made it possible to
unite and give collective meaning to this divided left, sometimes plagued by
infighting, representing an exceptional case in the Western European scenario.
To this end, the collections of Judith Hart and the Chilean Solidarity Campaign
in the Labor History Archive, in Manchester, and the Foreign Office documents
in the British National Archives were reviewed. This was complemented by
secondary bibliography and interviews with key informants.
Key words: Chile; coup;
British left; solidarity campaigns; human rights.
Recibido: 4 de febrero de 2020 Aceptado: 21 de mayo de
2020
Publicado: 18 de diciembre de 2020
INTRODUCCIÓN
El experimento socialista de la Unidad Popular (up) en Chile causó un importante impacto en la
política global. En un período en que la izquierda en Occidente experimentaba
un renovado impulso, la “vía chilena al socialismo” contenida en su programa de
gobierno, se posicionaba como un interesante experimento que ponía a prueba las
posibilidades del sistema democrático liberal para avanzar hacia el socialismo.
Si la revolución de Cuba había marcado la agenda de la nueva izquierda en los
1960, el proyecto de la up cumplió la función de renovar el debate
de los partidos de izquierda tradicional al buscar articular el debate teórico
y práctico sobre las posibilidades de la diada socialismo y democracia en la
década de 1970.
La utilización del caso chileno para hablar de
problemáticas locales se potenció con la vinculación que se hacía con el
sistema político del país. Hasta 1973, Chile cultivaba una imagen de democracia
estable, con un sistema de partidos de raigambre europea que permitía construir
asociaciones directas con la realidad del viejo continente, reforzando la
narrativa de que lo sucedido en Chile podía pasar en Europa. En paralelo, la
derecha europea también evaluó con preocupación el caso, especialmente a la luz
del renovado impulso que la izquierda estaba teniendo hacia finales de los años
setenta del siglo xx. Este impacto en la política europea
se enmarca en lo planteado por Marchesi (2018), quien resalta que muchos de los
eventos locales del Cono Sur, que desempeñaron un tremendo papel en moldear la
generación latinoamericana de los años sesenta, también impactaron los eventos
globales de esa década y sus postrimerías.
La atención hacia los sucesos en Chile se vio fortalecida
por la llegada de una comunidad de refugiados chilenos políticamente
organizados. La simpatía que la vía chilena al socialismo de Allende había
despertado en la izquierda europea, unido a la crudeza de la represión militar
informada por los exiliados, contribuyeron para que el caso chileno adquiriera
una importancia global pocas veces antes vista. El carácter simbólico que cobró
el quiebre del proyecto allendista superó a las filas de izquierda y convocó
también a quienes condenaron las transgresiones a la democracia en Chile y la
violación a los derechos humanos, generando apoyos transversales.
Las evaluaciones de lo sucedió en Chile no se hicieron
esperar y sirvieron para dar forma a los debates que inundaron a la izquierda
europea (Angell, 1996; 2013), especialmente, aquellos que se desarrollaron en
torno al dilema sobre las vías posibles para alcanzar el socialismo, el cual
dividía a las distintas versiones de la izquierda. La experiencia de up interpeló, por un lado, a la llamada vieja
izquierda, al proponer asociaciones entre comunistas y socialistas en un
conglomerado político que invitaba a construir la revolución desde las
instituciones “democráticas burguesas”, a través de una vía pacífica hacia el
socialismo. Por otro lado, la nueva izquierda europea confirmaba su discurso
sobre la necesidad de desmarcarse del aparato burocrático existente y barajar
otras vías para alcanzar el socialismo. Además, la lección del fin de la up, para esta izquierda radicalizada o “nueva”, era
corroborar que la alianza entre comunismo y social democracia, perseguida por
varias fuerzas en la izquierda occidental, era una falsa estrategia de
revolución servil sólo para los intereses del imperialismo y el capitalismo
(Christiaens, 2018, p. 418).
Sin embargo, al tiempo que la vía chilena al socialismo y
su fracaso ahondaban las diferencias en las estrategias de las izquierdas
europeas, las campañas de solidaridad con Chile convocaban a una audiencia
extensa, a través de la identificación con ideales abstractos como revolución,
socialismo y democracia, habilitando la acción colectiva sobre la base del
activismo en defensa de los derechos humanos. El golpe de Estado en Chile y el
duro régimen que lo procedió, se encontró con una estructura internacional
orientada a la protección y defensa de los derechos humanos que permitieron
canalizar el activismo transnacional, siendo el caso chileno el que logró
cambiar las dinámicas de solidaridad hacia el tercer mundo (Green, 2003).
La recepción política inglesa del caso chileno permite el
estudio de este fenómeno. La existencia de distintas versiones de la izquierda
atentas a los desarrollos en Chile, junto con la organización y desarrollo de
una campaña de solidaridad unida, permite analizar cómo los eventos en Chile
generaron división por las lecciones extraídas y, al mismo tiempo, un acuerdo
en torno a la necesidad de un activismo transnacional en contra del régimen
militar, especialmente a la luz de la reivindicación de los derechos humanos
como eje articulador. La unanimidad que convocó al activismo de la solidaridad
británica con Chile se convierte en un caso interesante para analizar la
modelación del discurso de la izquierda británica en general en un periodo de
crisis del estado de bienestar y el avance hacia el modelo neoliberal,
articulada en torno al discurso de los derechos humanos.
En el presente artículo se analizan las lecturas que la
izquierda británica realizó del golpe de Estado en Chile para extraer las
lecciones aplicables al contexto local, tal como sucedió en otros países
europeos. De manera particular, se abordan las evaluaciones realizadas por el
Partido Laborista (pl) que transitaba por un proceso de
polarización política al momento del golpe en 1973 y que sólo un año después
logró liderar el gobierno británico. En este caso se identifica cómo el caso
chileno, y la coalición de la up, alentó las
posturas presentes en el pl de trabajar hacia una mayor unidad
en la izquierda para instaurar cambios orientados al socialismo al interior del
sistema democrático. En este sentido, se encontraban con las lecciones
extraídas por el comunismo británico, quienes, a propósito de la experiencia
chilena, reafirmaban la política emanada desde Moscú, respecto a conciliar
alianzas ampliadas con partidos burgueses para transitar por medios pacíficos
hacia el socialismo.
Se analizan también las interpretaciones realizadas por
otras tendencias más radicales de la izquierda que, si bien tenían menor
importancia electoral, cumplieron un rol en el debate político local e
internacional. En este sentido, intelectuales de agrupaciones como
International Marxist Group (img), The Socialist
Register, o el Comité Internacional del Trotskismo británico utilizaron el caso
chileno para demostrar la vacuidad de la vía democrática hacia el socialismo,
confirmando la necesidad de avanzar hacia una vía revolucionaria en la
consecución de la meta. Finalmente, se aborda la especificidad del caso
británico respecto a la función que cumplió la campaña de solidaridad con Chile
en unificar las altamente contrastantes posiciones entre la izquierda británica
y articularlas bajo una idea más amplia de revolución internacional lideradas
bajo un programa de solidaridad y defensa de los derechos humanos.
La resonancia del golpe chileno en la política mundial ha
sido tratada en diversas obras en donde se destacan perspectivas generales como
en Christiaens (2018) y Christiaens, Rodríguez García y Goddeeris (2014), y
locales como en Camacho (2013), Santoni (2011), Perry (2016), entre otros. El
caso específico del impacto del golpe entre las izquierdas británicas en
conjunto con el tratamiento de las organizaciones de solidaridad no han sido lo
suficientemente abordadas. Los textos existentes tratan desde perspectivas
comparativas (Livingstone, 2018 y Jones, 2014), mientras que otros abordan
específicamente las campañas de solidaridad (Bayle, 2012).
EL VÍNCULO TRANSNACIONAL DE LA SOLIDARIDAD
El éxito de la revolución en
Cuba, la lucha en Vietnam y el caso chileno, sirvieron de inspiración y dieron
sentido de unidad a jóvenes activistas a lo largo del mundo, quienes
compartieron un sentimiento revolucionario que se desmarcaba de los contextos
locales, forjándose lo que Suri (2003) llama un “lenguaje internacional del
disenso” (p. 3). El común denominador era la idealización del concepto de
revolución, que trascendía los ejemplos concretos y aunaba a activistas en
Europa y Estados Unidos. Herederos de los sucesos de 1968, los activistas
comprometían su apoyo con todos los movimientos revolucionarios, particularmente
aquellos del “tercer mundo”, e intentaron aplicar los modelos a su propia
realidad, fuesen estos contextos coloniales, economías occidentales basadas en
el mercado o regímenes comunistas (Bracke, 2014; Eley, 2002).
Una de las maneras en que se expresó este vínculo
transnacional –principalmente entre las distintas versiones de izquierda– fue a
través de campañas de solidaridad internacional, que combatían la sensación de statu quo que imponía la lógica de guerra fría
(Christiaens, 2017). Las campañas servían, por un lado, para manifestar apoyo
activo a ciertas causas y, por otro, para generar o direccionar debates
locales. En referencia a las campañas organizadas en Norteamérica, pero
aplicables a otros casos, Power y Charlip (2009) señalan que para los
activistas el trabajo de solidaridad permitía la creación de un vínculo entre
estadunidenses y latinoamericanos, debido a que perseguían los mismos objetivos
y sostenían valores similares. En definitiva, las campañas de solidaridad
política sirvieron para conectar ideas y personas en torno a temas generales o
a un enemigo común, conformando la identidad de activistas revolucionarios aun
perteneciendo a versiones distintas (y a veces contrapuestas) de la izquierda
(Hatzky y Stites Mor, 2014).
Las campañas de solidaridad con la causa chilena se
encumbraron rápidamente en un lugar central en la política de guerra fría. Para
la izquierda radical europea, el derrocamiento de Allende se explicaba por el
estancamiento causado por los excesivos acuerdos en el marco de la dètente, por lo que culpaban tanto al imperialismo
soviético como al estadunidense por el golpe chileno. Para la izquierda
occidental alojada en los partidos políticos tradicionales, la dureza de la
represión a los simpatizantes de un gobierno socialista elegido
democráticamente conectó la causa chilena con las reflexiones teóricas que
buscaban crear referentes alejados del totalitarismo soviético. El comunismo
soviético, por su parte, enmarcó la solidaridad chilena en una necesidad de
incentivar la cooperación con occidente para combatir la percibida reemergencia
del fascismo nivel mundial, evocando de este modo recuerdos de cooperación
pasadas y proyectando espacios para mayor interacción con occidente
(Christiaens, 2018).
Mientras las lecciones del caso chileno se utilizaban
para definir estrategias políticas diversas al interior de la izquierda en
occidente, la solidaridad con el destino de la causa democrática chilena
permitía la confluencia de voluntades bajo el paraguas simbólico de defensa de
los derechos humanos lo suficientemente amplio para convocar apoyos
transversales. En otras palabras, el llamado a solidarizar con la causa
democrática chilena lograba apelar a un amplio público, pues permitía la
conexión directa entre activistas europeos y revolucionarios del tercer mundo,
conformándose así una comunidad revolucionaria imaginada (Gildea, Mark y Pas,
2011). Además, ciertos aspectos de la historia chilena, tales como la
intervención extranjera, el anticomunismo y la naturaleza de la coalición de la
up, permitían sobrepasar diferencias para reunirse en
torno a un enemigo común simbolizado en el régimen de Augusto Pinochet.
En este contexto, la solidaridad con la causa chilena se
instaló en un momento preciso que por sus características podía interpelar
tanto a los activistas post 1968 europeo como a miembros de partidos políticos
tradicionales. No obstante, la propuesta tras la “vía chilena al socialismo” al
perfilarse como un segundo modelo (alternativo al socialismo soviético), generaba
tanto expectativa como desconfianza por parte de las sensibilidades de
izquierda presentes en el mapa europeo. Esto retrata un escenario de doble
dimensión. Por un lado, el caso chileno era utilizado para dividir las aguas al
interior de las izquierdas con respecto a temas como estrategias y alianzas
para alcanzar determinados fines, a la vez que la solidaridad con el mismo caso
permitía unificar voluntades en torno al discurso de defensa de los derechos
humanos.
LA IZQUIERDA BRITÁNICA
El contexto político en la
izquierda británica de los años setenta es un buen caso para analizar el
fenómeno anterior. En 1974, el pl alcanzó mayoría
para formar gobierno, con el programa más radical de su historia. Los
movimientos sindicales habían emergido como fuerza determinante, llegando
incluso a poner en jaque al gobierno conservador anterior liderado por Edward
Heath; y distintos grupos de izquierda, menores en términos electorales pero
visibles en términos mediáticos, formaban parte del espectro político de izquierda
que sintió con gran fuerza los hechos chilenos.
Hacia la década de los sesenta, Inglaterra fue azotada
por una profunda crisis económica que derivó en una crisis social y política
cuyo símbolo se expresó en la necesidad de devaluar la libra esterlina,
asumiendo de este modo el fin de un protagonismo mundial (Leys, 1989). Esta
medida impactó negativamente en el empleo de los sectores industriales,
agravando una crisis generalizada (Leys, 1989). Lo anterior significó una merma
en el apoyo a los partidos políticos tradicionales y una pérdida de confianza
en los valores socialdemócratas que habían sostenido el consenso de la década
anterior. Además, los años sesenta estuvieron acompañados de una reactivación
en la movilización política de los sindicatos, los que se perfilaron como
actores políticos trascendentales en la década siguiente. En definitiva, el
consenso de posguerra de un capitalismo benefactor hizo crisis a inicios de la
década de los setenta, revelando una polarización en la sociedad inglesa entre
intereses del capital y de los trabajadores.
Esta sensación de crisis, en donde la política del establishment había perdido autoridad, comenzó a poner en
cuestión la capacidad de la democracia parlamentaria para mantener el orden
político. Desde la elección de Edward Heath en 1970, el país había
experimentado “el período más traumático de la historia política moderna”
(Sandbrook, 2013, p. 125), con cinco estados de emergencia, dos huelgas
mineras, paros industriales y la violencia desatada en Irlanda del norte.
Aunque es posible sostener que la democracia nunca estuvo en real riesgo, la
violencia percibida daba la sensación de una sociedad fracturada, marcada por
la irreconciliable distancia entre aspiraciones de mayor movilidad social y la
imposibilidad de la clase política, y el Estado en general, de cumplir con
estos objetivos.
Escuchando a una base sindical polarizada, la Conferencia
del pl de 1971 aprobó un programa de mayor
radicalidad en vista a las próximas elecciones, incluyendo un “plan socialista
de producción, basado en la propiedad pública, con una compensación mínima a
los mandos superiores de la economía” (Leys, 1989, p. 94). De hecho, Tony Benn,
líder de la izquierda al interior del laborismo, señaló que la crisis del
sistema en 1970 le permitió al pl reencontrarse con
su ideario socialista (Benn, 1981-1982).
En el escenario de desafección con la política
tradicional, surgió una nueva izquierda británica (nib)
cuyo origen se identifica a partir de las renuncias al Partido Comunista
Británico (pcgb) luego de la invasión soviética a
Hungría en 1956 y su consolidación con la crisis del canal de Suez. Se
posicionó en un tercer lugar entre el estalinismo y la social democracia,
rechazando la bancarrota política y moral de ambos (Davis, 2009). Si bien la nib tenía un origen eminentemente intelectual,
asociado a editoriales, revistas y universidades, se nutrió del tipo de
activismo que rodeó las campañas pro desarme nuclear y en las acciones directas
de protesta civil del Comité de Acción Directa, lo que le permitió proyectar un
internacionalismo que sobrepasaba el campo de acción de la guerra fría (Eley,
2002, pp. 355-356). Sin bien la nib criticaba la
estructura anticuada del laborismo, le reconocía su hegemonía en la clase
trabajadora y su papel en la política de izquierda (Davis, 2003, p. 40).
Divididos entre su rol como meros intelectuales y políticos, la nib surgió de una crisis que forzó a muchos
intelectuales de izquierda a cuestionarse ideas preconcebidas sobre la
naturaleza del proyecto socialista, el rol cambiante del capitalismo y el rol
de la clase en este proceso.
También en las inmediaciones (y por un tiempo al
interior) del lp, se formó el International Marxist
Group (img) como una versión más radicalizada
dentro de la izquierda británica. Luego de 1968 se apartaron del pl para adherirse a la IV Internacional. El img veía la polarización al interior del pl como un hecho positivo que podía devenir en una
explosión de la colectividad, que liberase al partido de los obstáculos que le
impedían aspirar al socialismo (Davis, 2009). Su objetivo central era lograr el
derrocamiento del poder capitalista a través de la revolución para instaurar un
gobierno basado en el control democrático directo de la gente.
El pcgb, por su parte, tuvo en los años
setenta su momento de mayor influencia en el pl
por sus vínculos con los sindicatos. Esto fue el resultado de una política
trazada en 1947, cuando el secretario general, Harry Pollit, declaró la
necesidad de encontrar una “vía británica al socialismo”, señalando que
“Inglaterra vería una transición pacífica al socialismo al interior del marco
de la democracia parlamentaria sin lugar para Soviets o Dictadura del
proletariado” (Callaghan, 2004, pp. 389-390). En este proceso, el pcgb reconoció la importancia del pl en el movimiento obrero y se impuso el papel de
liberar al pl del ala derechista que obstaculizaba
su camino al socialismo. No obstante, a pesar de la polarización y giro a la
izquierda que se experimentó en Inglaterra en la década de los setenta, el pcgb decreció en importancia, principalmente por la
acentuada merma en membresía. Esta se había iniciado en 1956, tanto por el
discurso secreto de Khrushev denunciando las atrocidades de Stalin como por la
invasión a Hungría, y había empeorado por la crisis del desempleo en los
sectores claves para la militancia comunista. A la postre, fue la izquierda del
pl quien capitalizó esta polarización (Callaghan,
2004).
Desde el Partido Conservador (pc),
durante el gobierno de Edward Heath (1970-1974), habían surgido voces que
proponían una posición más radical sobre la reducción del Estado y mayor
preponderancia del mercado. Esto se combinaba con una campaña nacionalista en
contra de la entrada a la Comunidad Económica Europea como de la inmigración.
Ambos temas demostraron ser populares y potenciaron el ala autoritaria dentro
del partido, polarizando a su vez el discurso político nacional.
Chile en la política británica
En este contexto, el caso chileno
fue utilizado por ambos bandos para respaldar su posición. Por un lado, el
mundo conservador esgrimió el ejemplo del manejo político y económico de
Allende para asociarlo con el peligroso camino que el laborismo y los
sindicatos estaban llevando a Inglaterra. En 1975, una editorial del periódico The Times miraba con preocupación cómo la izquierda
laborista había ganado importantes batallas al interior del movimiento: “La
izquierda en el Partido Laborista ahora es mucho más fuerte que en cualquier
otro momento del período Bevanista.” Para evitar que los socialistas se
apoderasen del pl y pusieran en peligro las
libertades, el editorialista hacía ver la necesidad de reformar el sistema
electoral para evitar que el 15% que tiene ideas socialistas terminara
gobernando por sobre el 85% que no. En este punto, la columna hizo una
comparación con Chile, señalando que fue el sistema electoral chileno el que
dio el poder al Senador Allende, “ese héroe de nuestra propia izquierda, y
resultó en la extinción de la libertad en Chile”.1
Tan cercanas y frecuentes eran las comparaciones con
Chile, que se podría atribuir a ello la visión que el Foreign Office
(conservador en su funcionamiento orgánico) tenía sobre los acontecimientos
(Livingstone, 2018). En un oficio del embajador Secondé al Foreign Office, el
primero se preguntaba extrañado por qué dilatar el reconocimiento del nuevo
régimen militar en Chile: “Cualesquiera que hayan sido los excesos de los
militares durante el golpe, la administración Allende estaba llevando al país a
la ruina económica, el desorden social y el caos político”.2 En otra carta del 28 de diciembre de 1973 dirigida al embajador Secondé,
Hugh Carless, jefe del Departamento de América Latina, comentaba el buen
trabajo del régimen en materia económica y se sorprendía por la “injusta
atención” prestada internacionalmente al cambio de gobierno en Chile: “Chile ha
sido elegido por la izquierda organizada como una nueva cruzada. El experimento
marxista no ha sido enterrado ni olvidado: se mantiene vivo y se está pasando a
la mitología del socialismo internacional. El bordado de la victoria
democrática de Allende y la lucha de la Junta se ha convertido en una causa
nueva y de moda en Europa, y también en algunos otros países.”3
Carless se lamentaba diciendo: “Parece que tendremos que
vivir con el Movimiento de Solidaridad de Chile mientras la Junta gobierne
Chile”.
Pronto se confirmaron los temores de Carless. A sólo ocho
días del golpe militar, una delegación de parlamentarios del pl se reunió con el canciller Douglas-Home para
solicitar información respecto a Chile y expresar formalmente la preocupación
del pl. En dicha reunión, el futuro primer
ministro James Callaghan “destacó que un gobierno de izquierda elegido
democráticamente ha sido derrocado. Si se otorgara el reconocimiento, su
partido presionaría al gobierno británico para que haga representaciones en
nombre de los prisioneros del nuevo régimen.”4
Todo lo anterior da cuenta del impacto que el caso
chileno causó en el escenario político británico, donde fue visto por todos los
actores como una fuente de lecciones a extraer. La lejanía geográfica de Chile
contrastaba con lo cerca que el caso estaba para la política británica, cuyo
desenlace se tornaba súbitamente en una posibilidad real para Inglaterra. Las
percepciones sobre la ingobernabilidad del sistema político daban una sensación
de punto sin retorno muy similar a lo acontecido en Chile. De hecho, para los
conservadores, el fortalecimiento de un movimiento sindical que empujaba
políticas socialistas conducía a la política y a los intereses económicos a un
abismo irremontable.
EL PL Y LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO
El vínculo oficial entre la up y el pl fue a través del
Partido Radical (pr) chileno través de la Internacional
Socialista (iiss). Parte del pr,
y sus juventudes, habían experimentado un proceso de radicalización política
hacia la izquierda, formando parte de la coalición de la up,
lo que generó sendas divisiones al interior del radicalismo. El primer contacto
oficial entre el pl y el pr,
en este periodo, se dio en el marco de una reunión especial del Bureau de la iiss, realizada en Santiago en febrero de 1973. El
objetivo de la reunión fue, en vista de las elecciones legislativas, apoyar al pr y, a través de ellos, a la up
y a Salvador Allende. Durante dicha reunión, el pl
emitió una declaración de apoyo al pr
en su lucha por “establecer la justicia social basada en el respeto de los
derechos humanos y los principios del socialismo democrático, y mejorar aún más
el nivel de vida de los trabajadores”.5
El grupo Tribune (representantes
de la izquierda del laborismo) apoyaba fuertemente las políticas de Allende.
Eric Heffer, parlamentario y líder del grupo, escribió una columna en 1972
titulada “La vía pacífica de Chile hacia el socialismo”, en donde expresaba la
importancia del experimento para todos los socialistas del mundo, subrayando el
carácter democrático de la up. Aterrizando a la
arena local, Heffer sostenía que de lograr el pl
un programa tan radical como el de la up,
se verían enfrentados a los mismos problemas y, de fallar, sería un mal día para
el socialismo en todos lados, conectando el destino de la up con un proyecto mundial (Heffer, 1972, p. 215). En
septiembre de 1973, el Comité Ejecutivo Nacional del pl
declaraba que el derrocamiento del gobierno de Allende era un fuerte golpe para
aquellos que buscaban establecer el socialismo por medios democráticos.
Agregando que “la prisa indecente” del gobierno inglés por reconocer el régimen
es un “símbolo de vergüenza para países como el nuestro con una tradición tan
larga de asociación con la democracia chilena”, por lo que se comprometían a
rechazar cualquier tipo de ayuda, ya fuese económica o militar, que facilitase
al régimen mantenerse en el poder. La declaración finalizaba señalando la
necesidad de demostrar claramente “La solidaridad internacional de los
socialistas democráticos con nuestros camaradas chilenos, quienes son víctimas
de un ataque que es esencialmente un ataque a los ideales y aspiraciones de los
socialistas democráticos en todo el mundo.”6
En las vinculaciones entre el pl
y la up, destaca de manera protagónica el
papel desempeñado por Judith Hart. Primero desde su función como representante
de su partido en los vínculos con Chile a través de la iiss
y, luego, a través de su cargo desde 1974 como Ministro de Desarrollo de
Ultramar, Hart pudo ejercer influencia directa al interior del gabinete
británico para prestar apoyo a la causa democrática chilena. Específicamente
sobre las lecciones del caso chileno para la política local, Hart escribía en
septiembre de 1973 que los socialistas en el mundo entero estaban atentos al
experimento chileno para ver si era posible construir una sociedad socialista
en un marco completamente democrático y sobre la base de cooperación entre
socialistas y comunistas. Relacionando la problemática chilena con el contexto
británico, Hart explicaba que las preguntas que habían ido emergiendo a
propósito del golpe en Chile daban cuenta del nuevo dilema al que se enfrentan
todos los demócratas socialistas; si era posible establecer el socialismo por
medios democráticos o si siempre era necesaria la fuerza. Este dilema fue
agudizado por las evaluaciones hechas por la derecha inglesa para quienes,
según Hart, declararon que “El derrocamiento de gobiernos elegidos
democráticamente, la sangrienta muerte y destrucción, y la represión violenta,
son para ellos infinitamente preferibles a la tolerancia del socialismo. Es,
por supuesto, una cuestión de relevancia directa para el socialismo europeo y
británico.”7 Las respuestas de la derecha (tanto chilena como
británica), según Hart, habrían incentivado una mayor cooperación entre las
distintas vertientes de izquierda europea, intensificando el diálogo para
maximizar las áreas de posibles acuerdos.
Vale destacar la duda que Hart explícitamente dejó
abierta, sobre la real posibilidad de alcanzar el socialismo a través de medios
democráticos y sin recurrir a la fuerza. En efecto, el caso chileno relevaba el
debate de manera más aguda que ningún otro, tensionando las posibilidades
reales de la estructura “democrática burguesa” en la consecución del
socialismo. Era un contexto en el que la política británica estaba polarizada
de manera general y el propio pl había visto cómo
posiciones más radicales ganaban predominancia, especialmente desde los
movimientos basales y sindicatos.
Tras las elecciones de 1974, el conservador Edward Heath
fracasó en lograr acuerdo para formar una coalición con los liberales,
dimitiendo como primer ministro. De esta manera, el pl
formó un gobierno de minoría. Harold Wilson, líder del pl,
convocó a nuevas elecciones para octubre del mismo año, obteniendo una estrecha
mayoría de tres asientos. Esto significaba que el pl
sólo contaba con 39.2% del voto nacional, pero aun así estaba por sobre el
Partido Conservador (35.8%). Con todo, la suma entre pl
y los conservadores en la elección de octubre sumaba 54.9% del electorado,
representando un declive electoral de los principales partidos británicos
(Leys, 1989). En esta circunstancia, el pl
inauguró un gobierno que duraría hasta 1979.
El cambio de política hacia la causa democrática chilena
entre el gobierno de Heath y el de Wilson fue notoria. Con Hart como ministro
de Desarrollo de Ultramar se redirigió toda la ayuda que Gran Bretaña había
comprometido para Chile, hacia el apoyo a la comunidad chilena en el exilio.
Para 1975, se habían destinado 250 000 libras para el trabajo con chilenos en
el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. También se
otorgaron 40 000 libras a la Cruz Roja para ayudar a perseguidos políticos
chilenos. De manera especial, se financió un programa de becas para que chilenos
pudiesen estudiar en el Reino Unido a través de la World University Service. El
gasto total en este ítem durante 1975 fue de 600 000 libras, previendo que el
año financiero 1976/1977 sería de 900 000 libras. Además, se financiaron
activamente el trabajo de otras organizaciones no gubernamentales como el
Catholic Fund for Overseas Development, dedicadas a apoyar a la comunidad
chilena exiliada en Gran Bretaña.8
En febrero de 1975, los ministros del gabinete decidieron
no renegociar la deuda que Chile mantenía con el Reino Unido. James Callaghan,
Foreign Secretary, señaló en un telegrama que mientras el régimen militar
chileno mantuviese sus políticas actuales, los objetivos políticos principales
de gobierno estarían orientadas a actuar con otros gobiernos para reinstalar el
respeto por los derechos humanos en Chile, ofrecer refugio a los perseguidos
chilenos y preservar los intereses materiales del país y mantener la base para
restablecer los vínculos tradicionales de cooperación que han existido entre
ambos países desde hace 150 años.9 Los últimos dos puntos generaron controversia al
interior del gabinete, pues se oponían a los representantes de la izquierda del
laborismo, que abogaban por una línea más dura con respecto al régimen chileno.
La división en el gabinete, generada por mantener una política más dura hacia
el régimen militar chileno, sólo era una expresión más de las divisiones que
determinaron el destino del gobierno laborista (Benn, 1989, p. 127).
A principio de los años ochenta, el connotado miembro del
pl, Tony Benn, reflexionaba sobre el caso chileno en
un contexto de fuerte repliegue de la izquierda británica y del ascenso de
Thatcher en Gran Bretaña, en lo que denominó el “Dilema de Allende”, en donde
cuestionaba el éxito real de la implementación de un programa socialista
considerando la reacción que los intereses financieros liderados por Estados
Unidos podrían tener frente a un gobierno laborista con un programa socialista
(Benn, 1981-1982, p. 9).
EL PARTIDO COMUNISTA DE GRAN BRETAÑA Y EL GOLPE EN CHILE
La visión del golpe por parte del
pcgb estuvo representada por Jack Woddis, líder del
Departamento Internacional del partido. En una columna titulada “Mitin para
apoyar la democracia chilena”, Woddis hacía un llamado a todos los demócratas
ingleses a exigir la liberación de los prisioneros y detener la represión. Con
ello, se desmarcaba de la lógica izquierda y derecha para el caso chileno,
ampliándolo a una confrontación que interpelaba a los demócratas en términos
generales.10 Esta línea era la reforzada por Moscú, desde donde se
impulsó la creación de amplios frentes antifascistas para dar cara
internacionalmente a la campaña en contra del régimen de Pinochet. El sentido
de esta política era la evocación de un pasado europeo asociado a los frentes
populares que buscaba revitalizar el papel del comunismo como principal
opositor a la emergencia de un percibido fascismo universal, representado por
Pinochet en el caso chileno, a la vez que reivindicaba un rol de defensa de los
derechos humanos revitalizando una deslegitimada imagen internacional
soviética. El poder de la solidaridad con Chile, y la posibilidad del campo
soviético y sus filiales, de representarse como los principales defensores de
las víctimas de la represión, facilitaban la cooperación entre este y occidente
bajo el amplio rótulo de la defensa de los derechos humanos (Christiaens,
2018). Mientras el vínculo entre el pcgb
con Moscú se mantuvo, en casos como el Partido Comunista Italiano, se utilizó
el caso chileno para construir distancias con el campo soviético, dirigiendo
importantes desplazamientos doctrinarios hacia lo que se conoció como el
Eurocomunismo (Santoni, 2011).
Al igual que el pl,
Woddis utilizó el caso chileno para extraer lecciones aplicables a la realidad
británica y enfatizar lo acertado del programa del partido: “La vía británica
al socialismo”. La primera lección era la necesidad de atraer a la gran mayoría
de los trabajadores a la causa del socialismo: “millones votan Labour, pero aún
no comprenden la necesidad del socialismo, mucho menos qué se debe hacer para
lograrlo”. Segundo, se debía atraer y liderar otras secciones del pueblo que
estaban siendo explotadas por los grandes monopolios. La conformación de una
“alianza amplia democrática” permitiría tomar los pasos necesarios para la
lucha parlamentaria y extraparlamentaria para romper el poder político y
económico de los monopolios. Asimismo, era necesario hacer cambios democráticos
al interior del Estado, especialmente del Ejército, para reducir la posibilidad
de que la clase gobernante lo usase en contra de un gobierno de izquierda.
En otro documento del pcgb
se estableció la relación directa con Chile al sostener que en Gran Bretaña se
estaba usando la misma táctica que en Chile: una violencia de derecha orientada
a crear caos y, por tanto, entregar una excusa para el golpe militar. Es la
conclusión a la que llegó el pcgb tras el
“apresurado reconocimiento de la Junta” por parte del gobierno Tory, la que
demostró el desdén de las clases altas frente al proceso democrático y su
disposición a utilizar la fuerza en contra del pueblo británico cuando este
elija un gobierno dispuesto a realizar un ataque al poder de los grandes monopolios.11
Finalmente, y en una línea similar a las conclusiones de
Hart, el pcgb enfatizó la necesidad de construir
“amplias alianzas democráticas” para defender los derechos de los trabajadores,
identificando un potente movimiento hacia la izquierda en el último tiempo. “El
asesino golpe de estado en Chile ha despertado la ira y los profundos
sentimientos de solidaridad internacional del movimiento laborista y sindical
británico. Rara vez el movimiento ha estado tan unido”.12
VISIÓN DEL GOLPE CHILENO DESDE LA NUEVA IZQUIERDA (NIB) Y
EL INTERNATIONAL MARXIST GROUP (IMG)
Como ya se mencionó, los
radicales europeos (en donde la nib y grupos como el img se encontraban), culparon a los excesivos acuerdos
entre Estados Unidos y la URSS en el marco de la dètente
por hechos como los ocurridos en Chile. Asociaron el fracaso del “reformismo
burgués” de Allende con el imperialismo soviético y sus políticas estratégicas
en el tercer mundo. Además, enfatizaron las similitudes entre la interferencia
de multinacionales como la itt en Portugal y
Chile, denunciando el uso que Occidente hacía del eslogan anticomunista para
legitimar su involucramiento. La lección extraída para esta línea era que la
alianza entre comunistas y socialistas –altamente incentivada por el establishment de izquierda europea–, era una falsa
estrategia para la revolución, puesto que sólo serviría a los intereses del
capitalismo (Christiaens, 2018, pp. 418 y 430). La asociación del régimen de
Pinochet, con las violaciones a los derechos humanos en el campo soviético,
unificaron tanto a grupos como el img como a otros
intelectuales de la nib en un rechazo tanto al reformismo
como a la dètente entre Este y Occidente.
En sus esfuerzos por abordar temas como la correcta
estrategia para alcanzar el socialismo, junto a su marcado internacionalismo,
algunos de los intelectuales de la nib
acudieron a influencias teóricas externas para dar sentido a su proyecto. En
este marco, el caso de Chile se enarboló prontamente como modelo (o
antimodelo). El mismo año de 1973, Ralph Miliband, quien fundó una de las
revistas fundamentales del movimiento, The Socialist
Register, reflexionaba sobre el golpe en Chile, señalando que no había
nada novedoso en como reaccionaron quienes buscaban resguardar sus privilegios,
pero sí habían impuesto difíciles preguntas para las personas de izquierda
sobre la “estrategia” apropiada en los regímenes occidentales para la
transición al socialismo. La lección sobre la estrategia en Chile se enlazaba
con la cuestión del Estado y el ejercicio del poder. Un gobierno dispuesto a
ejecutar cambios reales debe orientarse a implementar reformas innovadoras
tendentes a la democratización del Estado. Esto puede evitar la confrontación
o, en su defecto, minimizar sus efectos. La organización de redes de poder paralelas
que complementen el poder del Estado y faciliten una estructura para la
movilización de las masas. Miliband finalizaba estableciendo que la lección
definitiva del caso de Chile no tiene relación con el uso de más o menos
violencia en la persecución de un fin revolucionario, sino que, en último
término, lo que realmente importa es constatar hasta qué punto los responsables
de la dirección de esa lucha son capaces y están dispuestos a generar y alentar
eficazmente su aplicación, es decir, fomentar la movilización organizada de las
fuerzas populares (Miliband, 1973, p. 473).
Tariq Ali, representante del ala radical de la nib, escribió el documento “Lecciones del golpe”.13 En este culpó a la up y específicamente al Partido
Comunista de Chile (pcch) por no preparar a la clase
trabajadora para un eventual enfrentamiento con las instituciones de la
burguesía. Ali señalaba que, por un lado, el golpe era un escenario previsible
frente al cual la up no se supo preparar y, por otro, el pcch había sido reformista y colaboracionista,
aliándose con partidos burgueses y defendiendo el camino democrático-burgués.
En este sentido, Ali señaló que fue el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir), un grupo de ultraizquierda que defendía la vía
revolucionaria para alcanzar la meta socialista, el único grupo político que
hizo algo concreto por generar la revolución.14
Para Ali el golpe en Chile era una reafirmación de las
visiones esenciales desde el marxismo-leninismo sobre el Estado y sus aparatos.
Estas podían ser estudiadas desde la polémica entre Lenin y Kautsky, en donde
Lenin sostenía la absoluta necesidad de destruir el aparato estatal burgués
para pavimentar el poder de la clase trabajadora.15 Por ello, Ali entendía que no había mayor novedad en las lecciones que se
extraen del golpe en Chile. Con respecto a las acciones de solidaridad
posteriores al golpe, Ali criticaba el llamado del pcgb
a “Apoyar la democracia chilena”, denunciándolo como engañoso. El llamado no
debía ser restablecer una democracia “burguesa”, puesto que el contexto general
por el que se luchaba era el socialismo.16
Asimismo, Gerry Hedley, importante representante del
trotskismo en Inglaterra y fundador del Comité Internacional de la Cuarta
Internacional, resaltaba que con el caso chileno se perfilaba el verdadero
debate entre dos estrategias: la vía pacífica o la vía revolucionaria. El
fracaso de la vía reformista de la up
era interpretado como un llamado a todos los revolucionarios del mundo “a
denunciar clara y explícitamente la colaboración de clase del comunismo chileno
y, al mismo tiempo, construir solidaridad y ofrecer consejo concreto para los
revolucionarios en Chile”.17
En línea con lo sostenido por Hedley, Ali (1977) señalaba
que la solidaridad debe llevarse a la clase trabajadora y no sólo trabajar en generar
resoluciones condenatorias. Se debía acentuar la relevancia de Chile para la
lucha de la clase trabajadora, tanto en Inglaterra como en el resto de Europa
occidental: “Chile puede ser una tierra lejana, pero lo que pasó allá, ha
tenido un impacto profundo en las secciones avanzadas del movimiento de la
clase trabajadora en toda Europa” (p. 23). Para el caso británico, Ali (1977,
p. 23) sostuvo que no sólo era un momento propicio en el contexto político
inglés para reactivar la movilización de la lucha de la clase trabajadora, sino
que era vital. Lo anterior debido a que el ejército británico, al igual que su
par chileno, declaraba ser neutral, apolítico y profesional, pero una atenta
mirada a la intervención en Irlanda del Norte y el trabajo del Brigadier
Kitson, demostraba lo contrario.
EL FRENTE UNIDO DE LA SOLIDARIDAD CON CHILE
A pesar de las diferentes
lecturas que el golpe de Estado en Chile, y el consecuente régimen militar,
despertaron en las distintas versiones de la izquierda británica, todas vieron
la necesidad de prestar apoyo a la causa chilena a través de campañas de
solidaridad. Desde ahí, dejaron las diferencias de apreciación políticas que
marcaban las distintas evaluaciones del gobierno de Allende y acordaron formas
de denuncia y activismo político en contra del régimen militar. Asimismo, la
participación en la campaña de solidaridad permitió la construcción de un
puente revolucionario con todas las campañas de solidaridad con la causa
chilena que proliferaron en Europa y el resto del mundo, y por extensión, con
una comunidad revolucionaria imaginada que conectaba activistas europeos con
revolucionarios del tercer mundo.
La unificación en torno a las campañas de solidaridad
desde una dividida izquierda se facilitó además pues la campaña por Chile marcó
un desplazamiento de un marxismo internacional y revolucionario a un ideario
liberal basado en la defensa de los derechos humanos y la democracia (Gildea,
Mark y Pas, 2011). Antes de 1973, las organizaciones de derechos humanos o no
existían o eran muy pequeñas en su alcance. Como dice Patrick William Kelly
(2013), “Chile, más que cualquier otro país, rediseñó el terreno del activismo
en Derechos Humanos, especialmente en el plano transnacional” (p. 166). En
concreto, el golpe en Chile, y especialmente el activismo de las campañas de
solidaridad, alteró los entendimientos existentes en derecho internacional y
soberanía estatal, pues las violaciones de derechos humanos ejercidas por el
régimen de Pinochet dejaron de ser un tema de jurisdicción doméstica y fueron
consideradas de responsabilidad internacional. Al respecto, Samuel Moyn sitúa
al activismo por los derechos humanos como “la última utopía”, tras las
derrotas del activismo derivado del año 1968, permitiendo el encuentro de
distintas sensibilidades de izquierda tras la narrativa de las campañas de
solidaridad por Chile (Moyn, 2012).
Con el advenimiento en 1974 del pl
en la dirección del gobierno, los grupos británicos de solidaridad con la causa
democrática chilena proliferaron. Desde el gobierno se financiaron diversas
organizaciones orientadas a apoyar a la comunidad chilena en el exilio
británico. Muchas de estas organizaciones eran apartidistas y tenían como
denominador común la denuncia de la violación de los derechos humanos
perpetrados por el régimen militar chileno. Entre ellas, cabe destacar a
“Academics for Chile” y al “Joint Working Group for Chilean Refugee” (Bayle,
2012).
Desde un ámbito político de izquierda, destaca la Chilean
Solidarity Campaign (csc), fundada por el pcgb, el pl y los sindicatos
británicos. La csc fue una plataforma que, desde sus
inicios, buscó ser un espacio lo más amplio posible para evitar fracturas que
impactaran negativamente su trabajo (Bayle, 2010). Mike Gatehouse, principal
secretario de la asociación, afirmaba la importancia de mantener un “un
conglomerado de izquierda amplio […] porque, en todas partes en Europa, las
campañas de solidaridad se separaron y dividieron muy al inicio, debido a que
los diversos grupos trotskistas tomaron el ejemplo de Chile como el principal
ejemplo del fracaso del comunismo” (Jones, 2014, p. 32). De ahí que, al poco
tiempo de su fundación, se incluyó en el directorio de la csc al img y al Socialists
Workers Party, los dos grupos trotskistas más grandes en Inglaterra al momento
del golpe. Esto reviste una particularidad del caso inglés en comparación con
Francia o Italia en donde la interacción entre estas dos ramas de la izquierda,
subrayando sus divergentes evaluaciones del caso chileno, se hacía especialmente
difícil. En Inglaterra, la inclusión de los grupos trotskistas al directorio de
la csc en la toma de decisión referente a
la dirección de la campaña, además de mantener el frente de izquierda amplio,
tuvo como segundo objetivo controlar las críticas de estos, tanto a las
actividades de la csc como a la política de la up (Jones, 2014). Como muestran los reportes de las
reuniones anuales, las resoluciones propuestas por las diversas agrupaciones
para el informe final eran cuidadosamente analizadas y su contenido final era
sometido a voto por el consejo directivo. Esto permitía reconocer y minimizar
las diferencias de enfoques para poder mantenerse como parte de la
organización. Como ejemplo, la propuesta de resolución del pl, aprobada por 70 votos a favor y 0 en contra,
establecía que los principales objetivos de la csc
debían ser aislar a la Junta y proveer de solidaridad concreta a todas las
fuerzas de oposición al régimen. Estos objetivos, insistía la resolución,
debían ser aprobados por todas las agrupaciones afines a la campaña para la
“máxima eficiencia de una campaña unificada”.18
Según el secretario de la csc,
esta amplitud permitió apuntar hacia la unidad.19 En las conclusiones del secretario para la reunión anual de 1976 de la csc, se justificaban las acciones de solidaridad con
Chile a raíz de las violaciones a los derechos humanos del régimen de Pinochet,
ordenando de este modo el discurso que permitía unificar a una amplia gama de
individuos y colectividades.20 En el mismo reporte se contabilizaban 19 sindicatos
nacionales adheridos y 5 800 000 la membresía conjunta. Con la csc, la izquierda británica implementó las lecciones
aprendidas de las separaciones desastrosas del movimiento de solidaridad por
Vietnam y de la experiencia de la solidaridad francesa con Chile, en donde las
diferencias políticas fracturaron la actividad colectiva de la solidaridad
(Jones, 2014, p. 33).
En octubre de 1976, un editorial de Chile
Fights (revista editada por la csc)
señalaba que “la causa por Chile ha alcanzado virtualmente todo los sectores
del Labour y el movimiento progresista de Inglaterra” reconociendo que “el
movimiento sindical británico ha llegado a ver la lucha chilena como una parte
integrante de la suya propia” y que las amenazas que buscaron eliminar a la
clase trabajadora en Chile “han sido reconocidas por los trabajadores
británicos como una amenaza para los trabajadores de todas partes”. Prueba de
lo anterior es que la marcha en protesta del golpe de Estado en Chile reunió a
10 000 personas que caminaron desde Hyde Park a Trafalguar Square,
representando “la mayor presencia de manifestantes desde las marchas por la ley
de las relaciones industriales”.21
La participación de los distintos actores de la izquierda
británica en la campaña de solidaridad les permitió, por un lado, “publicitar
eventos en Chile, convencer a nuestro gobierno de no dar ayuda o cualquier tipo
de asistencia a la Junta Militar […] desincentivar todas las formas de
intercambio comercial o contacto con Chile con el fin de aislar a la Junta” y,
por otro, “trabajar en conjunto con el movimiento en otros países para una
efectiva solidaridad transnacional con el pueblo de Chile”.22 Esto les permitió formar parte de una comunidad revolucionaria que se
había movilizado por la defensa de los derechos humanos en todo el mundo. Al
respecto, Chile Fights finalizaba indicando que “el
movimiento británico de los trabajadores sabe que la lucha por el pueblo
chileno es parte esencial de la lucha internacional por el socialismo”.23
CONCLUSIONES
La experiencia chilena, lejana
geográficamente, pero cercanas políticamente, fue utilizada por las distintas
vertientes de la izquierda británica para extraer lecciones aplicables a su
propia realidad. A propósito del fracaso de la up
y el régimen que se instaló, se debatieron temáticas locales que apremiaba a la
izquierda del momento. El golpe en Chile se usó desde los partidos
tradicionales (como el Laborista y el Comunista) para apelar a la unidad del
movimiento obrero en contra de la derecha británica y los grandes monopolios.
Por su parte, los grupos pertenecientes a la nueva izquierda británica y sus expresiones
más radicales usaron el golpe para confirmar sus apreciaciones sobre la
democracia burguesa y las diferencias con los partidos de la vieja izquierda
europea.
Sin embargo, más allá de las diferencias que dividieron a
la izquierda británica, fue la acción de la solidaridad con Chile una de las
pocas instancias que permitieron el trabajo en conjunto y que facilitó la
conexión con una comunidad revolucionaria ampliada. La solidaridad con Chile
permitió la identificación de un activismo transnacional reunido en torno a la
defensa de los derechos humanos difícilmente cuestionable, lo que facilitaba la
acción colectiva tanto con actores locales como con actores globales. Este
activismo transnacional posibilitaba reflexiones sobre la política local en la medida
en que activismo y reflexión política eran entendidos como productos de un
mismo movimiento global por el socialismo y la democracia. La actividad
transnacional por la causa chilena permitía canalizar voluntades que habían
visto con decepción el curso de la política soviética, por un lado, y un
resurgimiento del espíritu colectivo a favor de un futuro socialista y
democrático, por otro. Las lecciones particulares que cada agrupación había
interpretado no impidieron que la potencia del movimiento de la solidaridad por
la causa chilena moldeara los contornos del debate en la izquierda occidental,
el que se ordenó tras el eje de los derechos humanos.
Esta adhesión por parte de un amplio arco de la izquierda
inglesa (y europea) en torno a la defensa de los derechos humanos, en el caso
chileno, y las potencialidades de su lectura en las temáticas locales, permiten
redefinir el rol de casos del “Tercer Mundo” en la lógica de la guerra fría. Al
interpelar y movilizar a tantos y tan diversos actores, el fin de la Unidad
Popular y la consecuente instalación del régimen militar, desafió la
unidireccionalidad norte-sur y reforzaron la idea de que eventos del Cono Sur
fueron claves en moldear tanto la política de izquierda como el activismo
transnacional de la generación que procedió a 1968, invitando a repensar los
contornos de la guerra fría.
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17 Hedley (1977, p. 48). iisg Bro 431/8. iish,
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18 Annual General Meeting, December 14, 1974, Islington, p. 7. Chilean
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19 Entrevista a Mike Gatehouse, realizada por Mariana Perry. 28 de agosto de
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22 Chile Solidarity Campaign Trade Union Conference. Delegate’s briefing. N°1:
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23 “Three years on”, Chile Fights, núm. 21.
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* Este proyecto fue financiado por la Agencia Nacional de Investigación y
desarrollo (anid)/postdoctorado/3180014.