10.18234/secuencia.v0i112.1827
Artículos
El concepto de trabajo:
perspectiva histórica*
The Concept of Work: Historical Perspective
Laura Andrea Cristancho Giraldo1**, https://orcid.org/0000-0002-6273-7863
Politécnico Grancolombiano, Bogotá, Colombia. lcristancho@poligran.edu.co
Resumen:
A partir de un reconocimiento del significado de trabajo
en la historia del hombre, el presente artículo
expone las diferentes maneras como se ha concebido el trabajo desde la profunda
transformación de las sociedades campesinas a las ciudades levemente
industrializadas con las que culminó la Edad Media, dando así inicio a la
denominada Modernidad; el hito histórico del descubrimiento de América con los
grandes contrastes de una sociedad avanzada y unos grupos indígenas con sus
saberes ancestrales propios de sus culturas nativas, que lentamente se vieron
obligados a adaptar sus saberes a los de sus colonizadores y en algunos casos
conquistadores, hasta el pensamiento contemporáneo en donde el trabajo
intelectual cobra especial fuerza y valor social y, finalmente, es expuesto el
concepto de trabajo en Latinoamérica hasta finales del siglo xx.
Palabras clave: historia del trabajo; trabajadores; sociedad; transformación social.
Abstract:
Beginning with the
acknowledgement of the significance of work in the history of humankind, this
article explains the ways work has been conceived from the profound transformation
of peasant societies to the slightly industrialized cities with which the
Middle Ages ended, marking the start of Modernity. It explores the historical
milestone of the discovery of America with the enormous contrasts between an
advanced society and certain indigenous groups with their ancestral knowledge
typical of their native cultures, which were slowly forced to adapt their
knowledge to that of their colonizers and in some cases conquerors. It goes on
exploring the contemporary thought in which intellectual work acquires a
particular strength and social value and, lastly, it explains the concept of
work in Latin America until the end of the 20th century.
Keywords: history of work; workers; society; social
transformation.
Recibido: 26 de marzo de 2020 Aceptado: 14 de septiembre
de 2020
Publicado: 28 de enero de 2022
INTRODUCCIÓN
Este trabajo forma parte de la historia del ser humano
desde su creación; para los antepasados se vinculó a penurias y necesidades,
considerándose limitante de la libertad de los individuos, y como condición
indispensable para formar parte del mundo de la “polis” como ciudadano. Por lo
tanto, la sociedad antigua fue conservadora y sólo contempló la idea de
libertad como el ocio y la contemplación, que subvaloró el trabajo manual ya
que era exclusivo de los esclavos y campesinos, quienes, a pesar de representar
la mayoría de la sociedad y cumplir una función productiva y necesaria, eran
actividades no deseables. La Edad Media trajo consigo un cambio relevante,
dándole un valor moral a las actividades relacionadas con el trabajo físico y
subvalorando las actividades que no implicaban esfuerzo o sacrificio, tales
como el comercio y la gobernanza, lo anterior gracias al preponderante papel
que desempeñó la Iglesia católica en la definición del trabajo en el mundo.
El presente trabajo expone un recorrido histórico desde
la Modernidad, y el impacto del descubrimiento de América en el cual se ponen
en manifiesto los grandes contrastes de una sociedad avanzada y unos grupos
indígenas que lentamente adaptaron sus saberes a sus colonizadores y en algunos
casos conquistadores, se dan retrocesos en el trabajo retomando la esclavitud y
el trabajo como sacrifico y penuria, pasando por el pensamiento contemporáneo,
periodo en donde el trabajo intelectual cobra especial fuerza y valor social y
en la actualidad se comienzan a esbozar nuevas formas de trabajo y ocupación;
además, el descanso se convierte en un elemento fundamental de la sociedad
moderna, el anhelo inalcanzable del asalariado relacionado con dedicar su vejez
al descanso con comodidades y un salario que le permita terminar su vida
dignamente.
Finalmente, se expone la transformación del trabajo bajo
la sociedad latinoamericana del siglo xx,
con su mezcla de culturas que construyeron su propio concepto del trabajo y
todas las preguntas con las que el siglo xxi comienza a cimentar los nuevos estudios
laborales de la región.
EL TRABAJO DESDE LA EDAD MODERNA HASTA LA CONTEMPORÁNEA
Con el declive del modelo
económico denominado feudalismo, hacia el siglo xii que culmina finalmente en el siglo xv, según Guerra (2011), a causa
de la producción más eficiente de algunos bienes en las ciudades, y como
consecuencia de las grandes migraciones de personas del campo hacia las nuevas
y florecientes ciudades, transforman el concepto de riqueza antes concebido a
partir de la posesión de tierras hacia la del dinero obtenido a través de dos
fuentes principales: la primera el comercio, y la segunda los salarios pagados
por el trabajo en las fábricas. En las zonas donde se desarrolló con fuerza el
comercio, las asociaciones o agremiaciones de artesanos tomaron tanta fuerza
que llegaron a intervenir en los gobiernos para defender sus propios intereses,
convirtiéndose así en una nueva clase social acaudalada e influyente, pero
sobre todo que comenzó a gozar de reconocimiento en las nuevas pequeñas
sociedades urbanas, convirtiéndose en el preámbulo de la producción capitalista
que expone tres principios: la propiedad privada, el trabajo asalariado y los primeros
mercados.
En este contexto es que se desarrolla el periodo
denominado La Edad Moderna, comprendido entre el siglo xv y xviii,
el cual enmarca algunos hechos históricos relevantes, tales como el
descubrimiento de América (1492) y la revolución francesa (1789), que dio
inicio a la Edad Contemporánea. Uno de los grandes cambios que trajo consigo
este periodo fue un nuevo concepto del trabajo en donde se considera una
actividad valiosa y se desprecia el ocio, porque se relaciona con la pereza.
Con el descubrimiento de América1
vinieron consecuencias socioeconómicas y políticas importantes, ya que algunos
sistemas de relaciones sociales como la esclavitud, en decadencia en Europa,
toman fuerza en las colonias. Tras este hito histórico, en el siglo xv, se presentaron contrastes
sociales muy fuertes, ya que comenzaron a convivir sociedades primitivas
dedicadas a labores como la cacería, la agricultura y la pesca junto con sus
respectivos colonizadores, y en algunos territorios con conquistadores, quienes
procedían de sociedades en donde la esclavitud y la servidumbre estaban
íntimamente ligadas con el concepto de trabajo.
Es importante no desconocer que algunas culturas nativas
de América ya habían alcanzado importantes desarrollos en sus relaciones
productivas, y habían logrado –además de desarrollar sus actividades del sector
primario, como ya se mencionó– desarrollar, aunque sutilmente, el intercambio.
En este sentido, Florescano (2009) en su obra El origen
del poder en Mesoamérica expone elementos de la cultura azteca en donde
se destaca la repartición del trabajo, el manejo de los excedentes en la
producción agrícola que llevaba al intercambio y la necesidad de protección de
sus posesiones a partir de la construccion de
fortalezas, que de algún modo se relacionan, por una parte, con la necesidad de
un Estado protector y benefactor y, por otro, con la propiedad privada como
elemento generador de riqueza.
Es, por lo anterior, que el descubrimiento de América por
parte de los españoles, en el siglo xv,
hace necesario que en Sudamérica se instaure un sistema de repartición de
poblaciones indígenas, tratando de imponer la cultura europea en el nuevo
continente, en donde imperó la encomienda, que pronto se fortaleció con la
movilización forzada y la esclavitud de africanos trasladados forzosamente al
continente americano con el objetivo de convertirse en la mano de obra que
reemplazó a los indígenas sublevados para llevar a cabo el trabajo manual en
las plantaciones.
Por otro lado, algunas comunidades religiosas hacia el
siglo xvii, dentro de las que destacan
los jesuitas (en Sudamérica, en particular), formaron comunidades a partir del
concepto de “reducción” compuestas por aproximadamente 500 familias que
desarrollaron relaciones sociales más de cooperación y trabajo común
(Supervielle, s. a.):
[…] cada reducción tenía tierras que se consideraban
comunes, las cosechas eran repartidas bajo la vigilancia de los padres. En
segunda instancia se repartían lotes por familia para los cultivos de sus
plantas alimenticias. El resto de la tierra seguía siendo comunal y de ella se
retiraba la producción con la cual se pagaban los impuestos reales, para el
mantenimiento de los misioneros y para el intercambio con otros productos
necesarios que no eran producidos por la misión (p. 18).
En este sentido, la premisa general de los jesuitas fue
mantener ocupados en laborales manuales a los indígenas y evitar así los
tiempos de ocio, considerado por los religiosos como pecado. De esta forma, se
evangelizaba a la población hacia la doctrina religiosa y se convertían los
hombres en individuos sumisos a la misma. Finalmente, hacia mediados del siglo xviii los jesuitas fueron
expulsados de América, dejando en estas poblaciones grandes enseñanzas que
pronto se convirtieron en los primeros eslabones de una incipiente
industrialización originada a partir de los procesos y técnicas enseñadas por
la comunidad religiosa.
Al mismo tiempo que ocurrió el descubrimiento de América,
surgió un movimiento cultural en Europa Occidental denominado Renacimiento
durante los siglos xv
y xvi. Fue un periodo de
transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. En el
Renacimiento, los ahora llamados empresarios o dueños de las industrias y de
los bancos cobraron fuerza no sólo económica, sino también escalaron
socialmente, lo que obligó a redefinir el concepto de ética y virtud; como
consecuencia, la Iglesia católica se dividió por el movimiento protestante,
ahora el trabajo dignifica al hombre y la riqueza es el resultado de una vida
laboriosa que Dios bendice (Guerra, 2011).
Durante los siglos xvi y xviii
al concepto de trabajo se le relacionó con la idea de “hacer trabajar” o lo que
hoy se conoce como “emplear” y su respectiva contraprestación en dinero, que
lentamente se transformó al compás de la movilización de las sociedades
predominantemente campesinas hacia las grandes urbes, ahora en proceso de
industrialización, al comienzo del siglo xx. Las organizaciones comenzaron a crecer
extraordinariamente, al punto de tenerse que organizar jerárquicamente, y
muchos de los artesanos que trabajaban en estas nunca tenían contacto con sus
clientes, ya que trabajaban para un empresario o intermediario que vendía sus
productos en otros mercados.
Las naciones europeas colonizadoras, posterior al
descubrimiento de América, ahora en la Edad Moderna, se vieron beneficiadas por
las riquezas provenientes de las colonias que comenzaron a movilizar mercancías
en grandes volúmenes como nueva fuente de riqueza, lo cual fortaleció el
comercio internacional. Así, comenzó a consolidarse una división de trabajo por
países, lo cual transformó los procesos de producción interna de los mismos.
Por un lado, países como España redujeron sus actividades productivas y comenzaron
a consumir en su mayoría productos importados, mientras que países como
Inglaterra se dedicaron a aumentar su producción hacia el exterior con el
objetivo de abastecer a otros países y de esta forma hacer crecer sus dominios.
Según Guerra (2011), con la revolución industrial las
industrias acapararon la mayor parte de la producción de las naciones europeas,
la producción artesanal redujo su competitividad porque que no logró la
producción en grandes volúmenes ni permitió la división del trabajo, imponiéndose
de esta forma el trabajo asalariado en las ciudades. Según Superville
(s. a.), al mismo tiempo que se dio la revolución industrial, hacia finales del
siglo xviii, se desató un fenómeno
sociopolítico importante que inició la Edad Contemporánea, la revolución
francesa; hecho que dio por terminado el feudalismo, inicialmente en Francia,
luego en toda Europa.
La revolución industrial rescató la clase social antes
marginada denominada la burguesía y la elevó en la escala social, al punto de
convertirla en la clase social dominante en términos políticos y económicos:
eran ya los dueños de los medios de producción, de la maquinaria y las empresas
que generaban productos para toda la sociedad que había migrado del campo hacia
las urbes.
Las fábricas organizaron su nueva maquinaria y
trabajadores en edificios de grandes extensiones, bajo un nuevo orden
jerárquico en el que la figura de poder se estableció en un jefe de taller; las
nuevas máquinas mejoraron los tiempos de producción y la calidad de los productos,
el trabajador ahora asalariado tenía un horario y unas labores claramente
definidas. En este contexto, a mediados del siglo xviii, el economista y filósofo británico Adam
Smith, denominado “padre de la economía”, en su obra La
riqueza de las naciones afirmó que la fuente de toda riqueza es el
trabajo y la división de trabajo es el medio para tal fin, que finalmente se
traduce en la capacidad del individuo para obtener bienes y servicios de
acuerdo con sus necesidades. En este sentido, el beneficio individual es al
final el mismo beneficio del colectivo, y por tanto es desde el trabajo
realizado por el obrero que este puede obtener bienes producidos por otros.
Hacia el siglo xix,
Marx en su obra El capital define el trabajo como
una actividad exclusiva del hombre que permite el desarrollo del intelecto y lo
diferencia de la bestia; diferenciando el trabajo cualitativo del llamado
trabajo abstracto. Marx concibió el trabajo como una actividad natural del ser
humano que le permite apropiarse de la naturaleza y transformarla para
satisfacer sus necesidades infinitas, permitiéndole dar sentido a su vida, ya
que se hace mediante la relación del hombre con la naturaleza. En este sentido,
el trabajo es una actividad vital del hombre en el que transforma la naturaleza
en productos, y se convierte en la base de apropiación y resultado del trabajo
del hombre (Ventura, 2013).
La fuerza de trabajo fue para Marx la fuente de valor de
la que finalmente se apropia la burguesía a través de “la plusvalía”, concepto
utilizado para exponer la explotación del modo de producción capitalista, y la
fuente de acumulación de riqueza y capital medido en dinero y capacidad de
producción de este.
Como consecuencia, el trabajo industrial cambia su
concepción; que en el pasado se relacionó directamente ya sea con quién lo
hacía o con quién lo solicitaba. Debido a la división del trabajo, el trabajo
deja de ser concreto para convertirse en abstracto, ya que el trabajador logra
ver el resultado tangible de su labor porque es parte de un proceso, además de
la importancia que tiene el trabajo colectivo hasta entonces no identificado.
Lo anterior tiene como consecuencia el deterioro de la
calidad de vida de la clase trabajadora, donde se destacan los horarios de
trabajo de hasta 18 horas diarias, y otros abusos como la explotación infantil,
criticados tajantemente por los seguidores del marxismo aún hasta el siglo xx (Supervielle, s. a.).
La importancia del trabajo colectivo también es
identificada por las clases sociales trabajadoras, quienes se comienzan a
agrupar y esto da como resultado las constituciones de los primeros sindicatos,
inicialmente clandestinos y suprimidos en toda Europa, comenzando por Francia
tras la revolución francesa, a través de la prohibición de todo tipo de asociación
de los trabajadores, cuyos preceptos están materializados en la Ley Le Chapelier, nombre que se le dio a esta ley creada para tal
fin. Dicha resistencia persistió hasta finales del siglo xix en este país. En Inglaterra, por otro lado,
a comienzos del siglo xix
se aceptó la libre asociación de los trabajadores, permitiéndoles negociar los
salarios en colectivo y reconociendo los sindicatos como actores activos de
trabajo.
Otro de los grandes cambios que trajo a la sociedad
occidental la revolución industrial hacia mediados del siglo xix fue la inclusión de la mujer
en las fábricas, dado que la producción de bienes aumentó de manera
significativa y con esto surge la necesidad de mano de obra adicional,
convirtiéndose esta en una obrera asalariada, en un comienzo como una labor
secundaria de su vida, dada la especial preponderancia que aún para este
momento histórico tiene para la mujer el trabajo reproductivo y el cuidado del
hogar. Y es sólo hasta mediados del siglo xx, posterior a la segunda guerra mundial,
cuando la mujer se convierte en muchos casos en cabeza del hogar y muchas de
ellas ven la necesidad de formar parte del mercado laboral, en especial en las
fábricas manufactureras, y a partir de este momento comienzan con especial
fuerza las grandes luchas por la igualdad de género y por supuesto involucran
el ámbito laboral como uno de los pilares fundamentales de estas luchas por la
igualdad de derechos (Scott, 2009).
Por su parte, Weber (2011), en La
ética protestante concluyó que la filosofía
protestante motivó el desarrollo del capitalismo; y a través de la ideología
luterana, el espíritu tradicional altruista del ser humano deja de ser una
premisa vital del mismo; asimismo, reconoce el comportamiento racional para
lograr el éxito económico y ya no lo condena, por el contrario, lo alaba y
anima para que sea ahora parte de la realización del hombre, sin dejar a un
lado su desarrollo espiritual ahora alejado de la Iglesia romana.
El siglo xx
trajo consigo el reconocimiento de los derechos de la clase trabajadora, desde
el reconocimiento por el esfuerzo realizado y no por el producto tangible
obtenido del mismo, la importancia del trabajo para la construcción de riqueza
de las naciones y el carácter mercantil o transable de la mano de obra
materializado en un salario recibido como contraprestación por la labor, no
sólo para el trabajador, en determinados casos por un familiar dependiente del
mismo en caso de muerte, además la obtención de días de descanso semanales y
festivos, vacaciones remuneradas y, finalmente, la articulación de los derechos
humanos con el trabajo (Supervielle, s. a.).
Taylor,2
por su parte, hizo un gran aporte al concepto del trabajo a partir de sus
análisis que se resumieron en una corriente denominada “la organización
científica del trabajo”, la cual parte de la visión antigua en la que el obrero
es considerado un holgazán y el salario es un incentivo para hacer que su labor
sea productiva, pero debe ser controlado en cada una de sus funciones (control
de tiempos y movimientos) y dirigido desde una perspectiva científica. Así, la
corriente taylorista convierte el trabajo en una labor asfixiante y alienante
de acuerdo con Guerra (2011).
Friedman,3
por su parte, cuestionó el concepto de trabajo básico en el que se crea
utilidad a través de este, ya que los animales también podrían hacerlo; incluye
en este concepto, que el hombre transforma la naturaleza de acuerdo con su
conveniencia y necesidades. Así mismo (Gorz, 1991),
desde su escrito La metamorfosis del trabajo,
considera que lo que hoy conocemos como trabajo es una invención de la
modernidad, forjada en la revolución industrial.
En este sentido, las Naciones Unidas en 1969, en el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, definieron que el
derecho al trabajo “Comprende el derecho de toda persona a tener la oportunidad
de ganarse la vida mediante un trabajo elegido o aceptado libremente”.4
Así, el trabajo considerado como derecho fundamental del
hombre es necesario para llevar una vida digna, y todos los individuos tienen
derecho a su plena y efectiva realización. Asimismo, es una actividad que le
permite al hombre producir bienes y servicios para satisfacer sus necesidades
de carácter material. Entonces, es un medio para obtener utilidad y bienestar
al mismo tiempo, sin necesariamente considerarse trabajo exclusivamente al
trabajo remunerado; también se contempla el trabajo en comunidad, el trabajo
realizado por el trabajador independiente o a cuenta propia, trabajadores que
prestan servicios a través de contratos, entre otros (Defensoría del Pueblo,
2005).
En esta misma línea, entendiendo el trabajo como derecho
fundamental, este se encuentra ligado a otros derechos, o más bien a todos los
demás derechos fundamentales. Siguiendo la Declaración de Viena (1993), todos
los derechos fundamentales se encuentran interrelacionados, son universales e
indivisibles. Bajo esta mirada, nuevamente se evidencia que el trabajo es un
medio para alcanzar el desarrollo y satisfacer las necesidades del hombre.
Ahora bien, el concepto de trabajo antes del siglo xx se refirió a la simple
producción de objetos a través de la transformación de la naturaleza en pro de
la satisfacción de las necesidades humanas. Sin embargo, después de este siglo
apareció un nuevo concepto de producción que no se limitó a la producción de
bienes materiales, sino a una producción inmaterial que incluye servicios tales
como salud y educación, entre otros. Otro cambio relevante a destacar es el
trabajo como actividad intelectual, y no necesariamente implicando un desgaste
físico del individuo, una combinación de ambos aspectos. Lo anterior, también
permeó en la sociedad alterando las relaciones sociales, tal como lo indica
Garza (2000) en su escrito “Los límites del concepto de trabajo clásico
restringido”, en donde intervienen patrones, asalariados, clientes y usuarios,
que son nuevas denominaciones sociales antes no contempladas.
En síntesis, el concepto de trabajo es heterogéneo aún en
tiempos recientes, y se puede definir a partir de dos postulados teóricos: el
primero corresponde a la visión neoclásica en la que el único trabajo
contemplado es el asalariado, en el que el precio del trabajo es el salario. El
otro es el marxista, que considera al trabajo como toda actividad relacionada
con la generación de riqueza en la sociedad. Esta segunda visión del trabajo es
la que desata el interés de la sociología, pero más específicamente de la
sociología del trabajo. Y una tercera visión contempla una combinación de la
primera y la segunda, definiendo el trabajo como un medio para alcanzar la
plenitud del hombre y al mismo tiempo los bienes y servicios que le permiten
satisfacer sus necesidades materiales.
La sociedad en la actualidad se encuentra viviendo un
proceso llamado postindustrial, en donde la propiedad privada pasó de ser el
centro de atención por la adquisición de conocimiento; la transformación de las
economías concentradas en la producción de bienes ahora también productoras de
servicios, tal como lo demuestra Daniel Bell en su obra El
advenimiento de la sociedad post-industrial
(Guerra, 2011).
Guerra (2011), considera que el punto de partida de esta
nueva sociedad se dio a mediados del siglo xx, periodo en el que el trabajo agrícola se
redujo considerablemente y el trabajo asalariado ya no sólo se concentró en
empresas productoras de bienes materiales, sino que ahora se volcaron a
solucionar las necesidades del individuo a través de la generación de
servicios. Un invento que revolucionó la sociedad y especialmente el trabajo
fue el computador personal, que unido al desarrollo de la red Internet, llevó
el mercado de casi todos los bienes y servicios a otro espacio inexplorado
hasta este siglo.
En esta misma línea, Zapata (2007) define la sociedad
actual como una sucesora de la sociedad de la producción denominada la sociedad
del conocimiento; definida como una sociedad en donde las personas deben usar
su capacidad de reflexión y observación en el quehacer diario de sus trabajos.
Lo anterior, reconoce la importancia de los desarrollos taylorianos
adaptados a los nuevos retos, con nuevos modelos de organización del trabajo
tomados de los japoneses, en donde las jerarquías y los grandes espacios de
trabajo se reevalúan, dado que los trabajadores adquieren más autonomía sobre
sus responsabilidades, mismas que ya no se miden por su destreza manual sino
por su capacidad mental.
El proceso de transformación de las sociedades
contemporáneas ha sido desigual en las diferentes sociedades, algunas han
avanzado rápidamente hacia los procesos de postindustrialización,
sin embargo, otras continúan en procesos de industrialización incipiente con la
atenuante de su inmersión en un mundo globalizado en donde se deben adaptar los
bienes y servicios a las necesidades del mundo entero. Por lo anterior, es
necesario analizar por separado estos diferentes procesos teniendo presente las
grandes diferencias ya mencionadas; y, es por esto, por lo que en el siguiente
apartado nos concentramos en describir los procesos de transformación laboral
en el territorio de interés de esta investigación, que es Latinoamérica.
LA TRANSFORMACIÓN LABORAL
EN LATINOAMÉRICA, SIGLO XX
América Latina ingresó en el
mercado mundial a comienzos del siglo xx,
a partir del desarrollo de sus primeras formas de capitalismo dependiente,
imponiendo leyes contra las tierras improductivas, haciendo expropiaciones
masivas de tierras y reubicando la mano de obra de miles de trabajadores del
sector minero y del sector agrícola hacia las nacientes industrias. Es este
proceso el que se convierte en los primeros pasos hacia el desarrollo de una
nueva clase social –que asumirá características particulares a lo largo de los
años que siguen–: el trabajador asalariado.
Además de las migraciones internas que se producen,
principalmente desde el campo hacia las ciudades, debe reconocerse que se
adiciona un flujo hacia América de inmigrantes europeos, provenientes en su
gran mayoría de España, Portugal e Italia, ubicándose muchos de ellos en la
zona atlántica por su cercanía con el mar y transformando la estructura social
de la zona (unla, 2017).
Los nuevos habitantes de América Latina, además de reestructurar los tejidos
sociales de la región, trajeron consigo nuevas formas de organización y
asociación; las primeras organizaciones obreras estaban caracterizadas por una
carencia de organización, lo cual no les permitía desarrollar una estructura a
nivel nacional ni mucho menos un aparato burocrático consolidado.
Así, hacia comienzos del siglo xx los sindicatos empezaron a aparecer
lentamente en algunos sectores, especialmente en aquellos donde había grandes
concentraciones de trabajadores, tales como en ferrocarriles, la construcción
de puertos y la extracción minera. Las principales razones de inconformidad de
los obreros estaban relacionadas con las condiciones precarias de sus trabajos
en relación con sus salarios, causales directas del deterioro de sus
condiciones de vida y de salud:
[…] durante la década de 1920 comienza a desplegarse un
proceso de resistencia casi sin precedentes, que tuvo como protagonistas a los
trabajadores de las economías de enclave agrícola. Enlazando con la tradición
de lucha campesina, pero con una representatividad sectorial más amplia de sus
líderes, y como continuidad de las huelgas de mineros y de petroleros en Chile,
Bolivia y Venezuela en la década anterior, se desarrollaron huelgas de alto
impacto que conmocionaron las estructuras de dominación locales (unla, 2017, p. 6).
Por lo anterior, la organización del trabajo se
caracterizó por la fortaleza de unos modelos jerárquicos basados en mecanismos
de control y autoridad sobre los trabajadores, contrarios a los modelos
estadunidense y europeo concentrados en la división del trabajo, la reducción
de los tiempos ociosos, el aumento de la productividad y la reducción de costos
de producción.
El creciente desarrollo de las economías latinoamericanas
del siglo xx fomentó
también la vinculación masiva de la mujer en el mercado laboral de la región,
aunque de manera desigual en los diferentes países, especialmente en sectores
que requerían mano de obra poco calificada y de bajo costo, como, por ejemplo,
el sector agrario. Para el caso de la incorporación de la mujer en otros
sectores, como el manufacturero, se dio hacia finales del siglo xx, y está fuertemente vinculada
con el aumento en las tasas de escolaridad de la población y las nuevas
necesidades de producción que fueron surgiendo en el proceso de incorporación
de las economías regionales en el mercado mundial (Maubrigades,
2018).
Este proceso de mundialización de la economía, en donde
se marca la división del mundo hacia mediados del siglo xx, en particular después de las guerras
mundiales, América Latina se dedica a la producción de bienes primarios y
manufactureros básicos, dejando a los países desarrollados el papel de la
producción de capital; es decir, de maquinaria. Es así como surge el modelo
denominado “sustitución de importaciones”, que fomentó la producción interna de
bienes primarios y algunos bienes manufacturados básicos que pretendían suplir
las necesidades de bienes de consumo al interior de Latinoamérica y la
importación únicamente de bienes de capital, con el propósito de fortalecer al
interior de estos países su capacidad productiva y fomentar su incipiente
industria (Vázquez, 2017).
En los diferentes países latinoamericanos los modelos de
sustitución de importaciones fueron aplicados de diferentes formas, tal como lo
indican Catalano y Novick (citado en Garza, 2000).
Por ejemplo, en Argentina, la organización científica del trabajo se orientó
hacia el control de los trabajadores a partir de mecanismos de control en una
estructura jerárquica de tipo piramidal; asignación de labores en puestos
fijos, resultado de acuerdos colectivos.
En el caso de México, a partir de la revolución mexicana
a comienzos del siglo xx
(1910), el modelo laboral se concentró en tres frentes: el primero, las
políticas laborales de salarios y empleos; el segundo, las discusiones
tripartitas (Estado, trabajadores y empresarios); y, finalmente, los salarios
llamados indirectos o seguridad social adicional al salario nominal.
En Brasil, por su parte, las industrias se concentraron
en la división del trabajo a partir del establecimiento de pasos y procesos,
sin dejar de lado la fuerte presencia del Estado en la definición de criterios
de asignación de salarios, estructura de los contratos y seguridad social, al
igual que en el resto de América Latina.
En lo concerniente a los procesos de modernización
tecnológica, hasta mediados de la década de los ochenta en la mayoría de los
países de la región, se consideró innovación al simple hecho de sustituir
máquinas desgastadas por unas nuevas con algunos valores agregados adicionales.
También es el momento en el que se comienzan a aplicar algunos elementos de un
nuevo modelo considerado el “modelo japonés”, el cual consistió en la
organización del trabajo en grupo aplicando la premisa “just
in time”, reduciendo inventarios a partir de la producción sobre pedido en
corto tiempo, simplificando los procesos pero
conservando altos estándares de calidad (Novick,
2000).
Al mismo tiempo, con los aumentos de productividad
alcanzados a partir del nuevo modelo de producción, las relaciones laborales se
flexibilizaron desarrollando una nueva institucionalidad, tal como lo indica
Garza (2000). A finales del siglo xx
aparece la corriente económica llamada neoliberalismo que retoma los preceptos
clásicos de la economía, en la que se autorregulan los mercados limitando el accionar
del Estado a la simple regulación de estos.
La flexibilización laboral se enlazó con una nueva
relación de los factores trabajo y capital, dejando en este nuevo contexto el
factor trabajo y, en particular, los salarios a las fuerzas del mercado, considerando
el trabajo como un mercado que se ajusta por sí solo sin necesidad de ningún
tipo de intervención estatal. Así, los conceptos de oferta y demanda se ajustan
adaptándose a este mercado y permitiendo la distribución y asignación de
salarios y puestos de trabajo.
En esta misma línea, si la oferta de trabajo, es decir,
la cantidad de individuos interesados en trabajar, excede la demanda o los
puestos de trabajo disponibles, esto resultaría en unos salarios más bajos.
Asimismo, el tamaño de la población es el que determina la tasa de
participación y, por lo tanto, la oferta de trabajo de los individuos, la cual
es una decisión de cada persona y depende de su interés en descansar o
trabajar. También se supone que la oferta de trabajo cumple la ley de rendimientos
marginales decrecientes, es decir que después de una determinada cantidad de
trabajadores, contratar uno adicional generará un decrecimiento en la
producción; asimismo, que los trabajadores poseen información completa del
mercado, tal como son los valores de los salarios, horarios, tipo de trabajo,
etc., lo que les permite tomar decisiones racionales en las que balancean sus
tiempos de ocio y trabajo (Garza, 2000).
Garza (2000) considera también que los dueños de las
empresas que demandan trabajo tienen conocimiento del mercado y son agentes
racionales, además, los mercados son competitivos sin ningún poder de mercado,
ni de su parte ni de los trabajadores que contrata.
En este orden de ideas, los salarios nominales se
vincularon directamente a los cambios en el nivel general de precios con el fin
de mantener el valor del salario real en el tiempo, o la capacidad adquisitiva
de los trabajadores. No obstante, no fue aplicado en todos los países
latinoamericanos ni en todos los sectores productivos.
En este nuevo contexto, se gesta un nuevo modelo
productivo en el que los países latinoamericanos se abren a las economías
internacionales y al proceso de globalización; asimismo, se eliminaron muchas
de las negociaciones colectivas entre empresa, Estado y trabajadores, ya que
fueron privatizadas la mayoría de las empresas productivas de los Estados.
Los Estados latinoamericanos, hacia finales del siglo xx, desarrollaron instituciones
encargadas de regular el trabajo y los conflictos entre los trabajadores y los
empleadores, y dejaron de intervenir directamente sobre el tipo de contratación
y sobre la producción de los sectores, con el objetivo de facilitar la entrada
y salida del mercado de los trabajadores a los puestos de trabajo, lo que en
otras palabras es la denominada flexibilidad laboral, retomando las ideas ya
mencionadas de los preceptos clásicos de la economía.
En Latinoamérica en los años setenta se dieron dictaduras
militares, que se convirtieron después de dos décadas en consolidados gobiernos
civiles. En particular, el caso de Chile llama la atención porque representó la
entrada del neoliberalismo en esta nación de manera violenta y abrupta, a
partir del golpe militar dado en 1973 por Augusto Pinochet derrocando el
gobierno comunista de Salvador Allende, posibilitando la economía de mercado a
partir de la liberalización de la economía y relevando el papel preponderante
del Estado en la producción de bienes y servicios, ideas fomentadas por la
famosa escuela de Chicago. Es así como los gobiernos, ahora, dedicaron su
accionar durante las últimas décadas del siglo pasado hacia el control de la
inflación y la tasa de cambio, es decir, a los flujos de dinero, alejándose así
de la producción de bienes y servicios o de la denominada economía real, bajo el
supuesto neoliberal que asume que, una vez que son ajustadas las variables
macroeconómicas, los sectores productivos funcionan sin necesidad de
intervenciones de ningún tipo (Espinoza, 2003; Garza, 2000).
También, el modelo neoliberal trajo consigo una reducción
de la calidad de vida de la clase trabajadora, y un ejemplo de esto es la
subcontratación de los trabajadores que articulan las empresas productivas con
otras empresas oferentes de mano de obra. Igualmente, se evidencia la creación
de mediana industria con bajos niveles de productividad y calidad, explicado en
muchos casos por los bajos niveles de uso de la tecnología. Por otro lado, se
hicieron reformas a los sistemas de seguridad social, a la contratación
colectiva y a las leyes del trabajo.
Martha Novick expone la idea de
que la industrialización en Latinoamérica fue tardía respecto a los países
europeos (Garza, 2000). Una de las razones que sustentan esta afirmación apunta
a las políticas de sustitución de importaciones de los gobiernos latinoamericanos
basadas en modelos de subsidios y proteccionismo de las industrias nacionales,
las cuales fortalecieron el desarrollo industrial al interior de los diferentes
países, aislándolos de los criterios de productividad del resto de las
naciones, debido a sus mercados cerrados para el ingreso de bienes y servicios
producidos fuera de su producción local.
En Latinoamérica, como resultado de las grandes luchas
sociales del siglo xx, se permitió la reflexión sobre el impacto de los
procesos de industrialización y su inclusión en la cotidianidad del individuo.
En este sentido, las consecuencias fueron las nuevas formas de organización del
trabajo ampliamente criticadas. Hacia mediados de los ochenta se flexibilizaron
los contratos laborales y el Estado dejó de desempeñar un papel activo en la
producción de los países de América Latina; por su parte, el cambio
institucional permitió la desregularización de la relación laboral o del
contrato laboral, permitiendo a los empleadores usar diferentes tipos de contratos
de trabajo que ahora también se llamaron prestaciones de servicios bajo
subordinación (Richter, 2011).
Asimismo, en las últimas décadas del siglo xx se redujeron las
organizaciones sindicales que se habían fortalecido en las instituciones del
Estado, como resultado de los procesos de privatización de bienes y servicios
provistos por el sector público.
Grandes críticas y discusiones se dieron alrededor de
esta serie de cambios estructurales de la sociedad, y en particular del
concepto de trabajo, dentro de las que se destaca el institucionalismo;
corriente que discutió con los neoclásicos en razón a su desprecio por las
instituciones encargadas de la normalización del mercado de trabajo.
En el panorama descrito nace la corriente ideológica
latinoamericana denominada la Sociología del Trabajo en América Latina, como
análisis disciplinar específico encargado de estudiar el cambio del modelo
productivo clásico, la organización social del trabajo y los efectos de la
globalización en las formas capitalistas de producción. Además, se consolidó la
Asociación Latinoamericana de Sociología del Trabajo (Alast), la cual desde su constitución en los
ochenta ha desarrollado tres líneas de investigación:
1. Incorporación de nuevas tecnologías en América Latina
y cómo en esta región la mayor parte de los procesos productivos continuaron
siendo intensivos en el uso de mano de obra.
2. Nuevas formas de organización del trabajo, el
empoderamiento del trabajador con la empresa en pro de la productividad de
esta; sin embargo, los empresarios no simpatizaron con la negociación
colectiva, ya que las decisiones estratégicas de la empresa seguían en sus
manos.
3. Flexibilización laboral y la pérdida de los derechos
laborales en muchos casos.
A partir de los grandes cambios estructurales que desató
la apertura de los mercados en Latinoamérica de mediados en los años ochenta,
surgió un movimiento denominado Nuevos Estudios Laborales, el cual analizó
elementos como la flexibilización laboral, los cambios tecnológicos en la
producción y las nuevas formas de producción, entre otros (Garza, 2000).
Esta nueva corriente ideológica de estudios laborales
expuso la teoría de la dependencia, que fue una tendencia mundial de la segunda
mitad del siglo xx,
en donde se trasladaron los procesos productivos que implicaban grandes
contrataciones de mano de obra poco calificada hacia los países
subdesarrollados. Sin embargo, esta teoría no fue suficiente para explicar la
dependencia de los países industrializados que se acentuó durante la época y
sus efectos sobre los mercados laborales en los países subdesarrollados.
Garzo (2000) expuso que los estudios sociológicos del
trabajo en un principio se concentraron en estudiar los procesos que requerían
los diferentes trabajos y el análisis del trabajo desde el interior de las
organizaciones, dejando de lado los análisis sobre los mercados de trabajo, sus
asimetrías e imperfecciones.
Tal como Guerra (2011) lo indica, la misma globalización
ha hecho que muchas de las temáticas abordadas por la ciencia sean nuevas, pero
la esencia es la misma. Un hecho importante a destacar es que la sociología del
trabajo en Latinoamérica ha abordado temas y líneas de investigación con origen
en otros espacios geográficos, dentro de los que se identifican las líneas
tanto francesa como anglosajona.
La reflexión sobre temas laborales hasta los años ochenta
en el mundo se concentró en la organización de las industrias (Richter, 2011),
y tal vez el punto de partida de tal interés en la materia es la investigación
sobre la planta de la Western Electric, en Hawthorne, realizada por el
sociólogo Elton Mayo en el periodo de 1923 a 1932. Esta fue la que sentó las
bases de la sociología empresarial, en el que se abren las empresas a los
aportes de la ciencias sociales para mejorar su
funcionamiento y a este tipo de estudios más adelante se les denomina el
“enfoque adaptativo” (Guerra, 2011).
Como resultado de los estudios de esta corriente de la
sociología, se encontró que el único tipo de contratación existente, hasta los
años ochenta, era el modelo asalariado en el que el trabajador recibía un
salario fijo por realizar un trabajo a tiempo completo en una empresa.
Muchas investigaciones analizaron la evolución del
trabajo a partir de la división y su estructura y las estructuras de las
organizaciones, pero algo que llama la atención es la identificación de la
diferencia entre empleo y trabajo que se analizará más adelante (Prieto, 2007).
Así, en 1946, la American Sociological Association se reunió para analizar los avances en la
sociología industrial, también llamada de las organizaciones por Max Weber en
1969, quien planteó que, a partir del tipo de dominación burocrática
materializada en reglamentos, jerarquía de funciones, entre otros, se establece
una relación de subordinación (Carballo, 2011).
Por su parte, el Fondo de Cultura Económica (fce) en el año 2000 sistematizó
algunos resultados de la investigación en estudios laborales en América Latina,
que permitió ampliar el concepto de trabajo y sociología del trabajo; tales
como los efectos del neoliberalismo en la economía, pero especialmente en los
mercados laborales que pronto desmejoraron la calidad de vida de los
trabajadores (Garza, 2000).
Finalmente, los estudios del trabajo desarrollados a la
luz de la sociología del trabajo han analizado los cambios de la sociedad del
siglo xx, especialmente a partir de
sus efectos sobre el trabajo reconocido, con matices diferentes en los casos de
las sociedades capitalistas desarrolladas y las subdesarrolladas. La relación
social llamada trabajo se puede analizar a partir de los diversos modelos de
producción en los contextos de cada sociedad (Carrasquer,
Torns, Tejero, Romero, 1998).
CONCLUSIONES
El concepto de trabajo ha
evolucionado junto con la historia del ser humano. La sociedad antigua fue
conservadora y dio mucho valor al ocio y la contemplación y despreció el
trabajo manual, ya que era exclusivo de los esclavos y campesinos, quienes, a
pesar de representar la mayoría de la sociedad y cumplir una función productiva
y necesaria, eran actividades no deseables. Ya en la edad media se invirtieron
los papeles del ocio y el trabajo gracias al preponderante papel que desempeñó
la Iglesia católica en la definición del trabajo en el mundo.
Durante la modernidad se transforma radicalmente el
concepto del trabajo, pasando de ser relacionado con penurias y sacrificios, a
ser considerado una actividad valiosa y fundamental del hombre, hecho que aún
en la actualidad es valorado en estos términos.
El descubrimiento de América condujo al mundo a
consecuencias socioeconómicas importantes. Algunos sistemas como la esclavitud,
en decadencia en Europa, fundamentaron la fuerza de trabajo en las colonias
americanas, en donde comenzaron a convivir sociedades primitivas dedicadas a
labores como la cacería, la agricultura y la pesca, junto con nuevos habitantes
conquistadores quienes procedían de sociedades en donde la servidumbre estaba
ligada al concepto de trabajo, replanteando en América el concepto de trabajo
propio de las culturas precolombinas.
Las naciones europeas, posterior al descubrimiento de
América, se incorporaron a un nuevo momento histórico llamado la Edad Moderna,
siendo beneficiadas por las riquezas provenientes de las colonias que
comenzaron a movilizar mercancías en grandes volúmenes como nueva fuente de
riqueza, lo cual fortaleció el comercio internacional. Así, comenzó a
consolidarse una división de trabajo por países, lo cual transformó los
procesos de producción interno de los mismos.
Es importante reconocer que las culturas nativas de
América, antes de la llegada de los españoles al territorio, ya habían
alcanzado importantes desarrollos en sus relaciones productivas, y habían
logrado además de desarrollar sus actividades del sector primario, la
extracción y posesión de metales preciosos como base de sus posesiones
valiosas.
La revolución industrial rescató la clase social antes
marginada denominada la burguesía y la elevó en la escala social, al punto de
convertirla en la clase social dominante en términos políticos y económicos:
ahora son los dueños de los medios de producción, de la maquinaria y las
empresas que generan productos para toda la sociedad, los que habían migrado
del campo hacia las urbes.
La importancia del trabajo colectivo también es
identificada por las clases sociales trabajadoras, que se comienza a agrupar y
da como resultado las constituciones de los primeros sindicatos, inicialmente
clandestinos y suprimidos en toda Europa, comenzando por Francia tras la
revolución francesa.
En el siglo xix,
Marx expuso su idea del trabajo como una actividad exclusiva del hombre que
permite el desarrollo del intelecto y lo diferencia de la bestia, diferenciando
asimismo el trabajo cualitativo del llamado trabajo abstracto. Esto convirtió
al trabajo en una actividad vital del hombre en el que este transforma la
naturaleza en productos y se convierte en la base de apropiación y resultado
del trabajo del hombre.
América Latina ingresó al mercado mundial a comienzos del
siglo xx, a partir del desarrollo de
sus primeras formas de capitalismo dependiente, imponiendo leyes contra las
tierras improductivas, haciendo expropiaciones masivas de tierras y reubicando
la mano de obra de miles de trabajadores del sector minero y del sector
agrícola hacia las nacientes industrias. Es este proceso el que se convierte en
los primeros pasos hacia el desarrollo de una nueva clase social, que asumirá
características particulares a lo largo de los años que siguen: el trabajador
asalariado.
En el siglo xx,
los sindicatos aparecen en Latinoamérica lentamente en algunos sectores,
especialmente en aquellos donde había grandes concentraciones de trabajadores,
tales como en ferrocarriles, en la construcción de puertos y en la extracción
minera. Las principales razones de inconformidad de los obreros fueron la causa
de las condiciones precarias de sus trabajos en relación con sus salarios,
causales directas del deterioro de sus condiciones de vida y de salud.
Las economías de la región crecieron en el siglo xx, hecho que generó la
necesidad de contratar más mano de obra, especialmente en sectores que
requerían bajos niveles de calificación, como el sector agrario, lo cual
desencadenó la primera vinculación masiva de la mujer en el mercado laboral de
la región, aunque de manera desigual en los diferentes países.
La incorporación de la mujer en el mercado laboral se dio
hacia finales del siglo xx,
y está fuertemente vinculada con el aumento en las tasas de escolaridad de la
población y las nuevas necesidades de producción que fueron surgiendo en el
proceso de incorporación de las economías regionales en el mercado mundial.
Hacia mediados del siglo xx, América Latina se
dedica a la producción de bienes primarios y manufactureros básicos, dejando a
los países desarrollados el papel de la producción de capital, es decir, de
maquinaria, dando origen al modelo de sustitución de importaciones. Ello
fomentó la producción interna de bienes primarios y algunos bienes
manufacturados básicos que pretendían suplir las necesidades de bienes de
consumo al interior de Latinoamérica y la importación únicamente de bienes de
capital, con el objetivo de fortalecer al interior de estos la industria
nacional.
A finales del siglo xx aparece la corriente económica del
neoliberalismo que retoma los preceptos clásicos de la economía, en la que se
autorregulan los mercados limitando el accionar del Estado a la simple
regulación de estos. La flexibilización laboral se relacionó con una nueva
relación de los factores trabajo y capital, dejando en este nuevo contexto el
factor trabajo y en particular los salarios a las fuerzas del mercado,
considerando el trabajo como un mercado que se ajusta por sí solo sin necesidad
de ningún tipo de intervención estatal.
En este nuevo contexto, se gesta un nuevo modelo
productivo en el que los países latinoamericanos se abren a las economías
internacionales y al proceso de globalización; asimismo, se eliminaron muchas
de las negociaciones colectivas entre empresa, Estado y trabajadores.
Los Estados latinoamericanos, hacia finales del siglo xx,
desarrollaron instituciones encargadas de regular el trabajo y los conflictos
entre los trabajadores y los empleadores, y dejaron de intervenir directamente
sobre el tipo de contratación y sobre la producción de los sectores, con el
objetivo de facilitar la entrada y salida del mercado de los trabajadores a los
puestos de trabajo, lo que en otras palabras es la denominada flexibilidad
laboral, retomando las ideas ya mencionadas de los preceptos clásicos de la
economía.
En el panorama descrito, se desarrolló la corriente
ideológica llamada Sociología del Trabajo en América Latina, como análisis
disciplinar específico encargado de estudiar el cambio del modelo productivo
clásico, la organización social del trabajo y los efectos de la globalización
en las formas capitalistas de producción.
A partir de los grandes cambios estructurales que desató
la apertura de los mercados en Latinoamérica de mediados en los años ochenta,
surgió un movimiento denominado Nuevos Estudios Laborales, que analizó
elementos como la flexibilización laboral, cambios tecnológicos en la
producción y las nuevas formas de producción, posibilitando la entrada de la
región al presente siglo con nuevos retos en torno a su definición de trabajo y
lo que este significa para el hombre y su autorrealización.
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1 El descubrimiento de América ocurrió en 1492, con la llegada a América de
una expedición dirigida por Cristóbal Colón por mandato de los reyes católicos
(Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón).
2 Frederick Winslow Taylor (20 de marzo de 1856-21 de marzo de 1915) fue un
ingeniero industrial y economista estadunidense, promotor de la organización
científica del trabajo y es considerado el padre de la administración
científica.
3 Milton Friedman fue un estadista, economista e intelectual estadunidense de
origen judío que se desempeñó como profesor de la Universidad de Chicago, nació
en 1912 y falleció en 2006 en California.
4 Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Naciones
Unidas, Derechos Humanos, Oficina del Alto Comisionado,
https://www.ohchr.org/sp/professionalinterest/pages/cescr.aspx
* Este
artículo es derivado de un capítulo de contextualización histórica de la tesis
doctoral Pertinencia de la política económica en materia
de generación de empleo “decente” en la ciudad de Bogotá, Colombia,
Universidad Nacional de Educación a Distancia, España.
** Doctora en
Análisis de Problemas Sociales. Docente de tiempo completo en el programa de
Economía en Politécnico Grancolombiano, Bogotá, Colombia. Línea de
investigación: mercado laboral, sociología del trabajo.