10.18234/secuencia.v0i108.1834
Dossier
“Como se le habla a un hermano”:1
la solidaridad hacia Cuba y Vietnam
en la Nueva Canción Chilena (1967-1973)
“As you Speak to a Brother”:
Solidarity towards Cuba and Vietnam
in the Chilean New Song (1967-1973)
Eileen Karmy1 * https://orcid.org/0000-0003-4174-9694
Natália Ayo
Schmiedecke2 ** https://orcid.org/0000-0002-6515-5965
1University
of Glasgow, Escocia ekarmyb@gmail.com
2Universidad
Estatal de Campinas, Brasil nati.ayo@gmail.com
Resumen:
La
Nueva Canción Chilena (NCCh) contribuyó a expresar
la solidaridad de la izquierda chilena hacia las revoluciones cubana y
vietnamita antes y durante la Unidad Popular (1970-1973). Por la particularidad
del caso chileno y su “vía pacífica” al socialismo, el apoyo a estas luchas
revolucionarias no estuvo exento de conflictos. Aquí analizamos cómo estos
artistas expresaron su solidaridad hacia ambas revoluciones y cómo sortearon o
profundizaron dichos conflictos. Presentamos dos hallazgos principales. El
primero destaca la relevancia de la NCCh en la
denuncia del imperialismo estadunidense y como expresión de solidaridad
Sur-Sur. El segundo documenta el uso de géneros, instrumentos e
intertextualidad para apoyar a dichos pueblos y validar la “vía chilena”. El
análisis de este repertorio bajo las nociones de solidaridad Sur-Sur es
novedoso, puesto que permite develar las estrategias usadas tanto para expresar
solidaridad como para insertar la “vía chilena” en el contexto de la guerra
fría.
Palabras clave: Nueva Canción Chilena; Unidad
Popular; solidaridad Sur-Sur; Cuba; Vietnam.
Abstract:
The Chilean New Song contributed to express solidarity with the Cuban
and Vietnamese revolutions before and during the Popular Unity government
(1970-1973). Due to the particularity of the Chilean case and its “peaceful way
to socialism”, this support was not without controversy. This article analyzes
how New Song artists expressed their solidarity to both revolutions and how
they either bypassed or deepened such conflicts. We present two findings. The
first highlights the relevance of Chilean New Song in denouncing the American
imperialism while showing solidarity with others. The second sheds light on the
use of genres, instruments and intertextuality to support Cuba and Vietnam but
also to validate the “Chilean way”. Analyzing this repertoire through the
notion of South-South solidarity is innovative since it unveils the strategies
that musicians used to express their solidarity while integrating the “Chilean
way” in the international context of the cold war.
Key words: Chilean New Song;
Popular Unity; South-South solidarity; Cuba; Vietnam.
Recibido:
29 de febrero de 2020 Aceptado: 26 de junio de 2020
Publicado: 1 de diciembre de 2020
INTRODUCCIÓN
Los años sesenta y setenta
latinoamericanos tuvieron como marca la expectativa revolucionaria, cuyo
referente era un escenario internacional de movimientos de protesta al orden
establecido. Acontecimientos como la revolución cubana (1959), la
descolonización africana (1956-1974), la guerra de Vietnam (1955-1975) y el
movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos (1954-1980) sugerían a
los contemporáneos que el mundo estaba por cambiar radicalmente.
En este contexto, muchos artistas expresaron su compromiso político. En el
campo musical, proliferaron movimientos a lo largo del continente que
reivindicaron la canción política como arma de lucha –caso, entre otros, de la Nueva
Canción Chilena, el Nuevo Cancionero Argentino, la Nueva Canción Uruguaya y la
Nueva Trova Cubana–. Cercanos a la izquierda política, estos movimientos
alzaron la bandera del antiimperialismo y manifestaron apoyo a procesos
revolucionarios desatados en diferentes partes del globo.
En este artículo examinaremos la relación que los músicos de la Nueva
Canción Chilena (NCCh) establecieron con procesos
de lucha armada en los años previos a y durante el gobierno de la Unidad
Popular (UP). A diferencia de la mayoría de los
movimientos revolucionarios que se desarrollaron en el llamado Tercer Mundo en
la segunda mitad del siglo veinte, las principales organizaciones políticas de
la izquierda chilena optaron por la vía pacífica o no armada de acceso al poder.
Así, formaron coaliciones para disputar elecciones y lograron elegir al
presidente socialista Salvador Allende en 1970. Su programa de gobierno,
conocido como “vía chilena al socialismo”, proponía la implementación gradual
del socialismo en Chile, respetando la institucionalidad democrática. La
“experiencia chilena” fue interrumpida violentamente por el golpe de Estado del
11 de septiembre de 1973, que condujo a la dictadura cívico-militar liderada
por el general Augusto Pinochet.
Aunque la estrategia “gradualista” o “sistémica” se impuso en la práctica,
esta generó mucha polémica al interior de la izquierda desde que la “vía
chilena” empezó a gestarse, a mediados de los años cincuenta. Durante el
gobierno de Allende se observaron tensiones, debates y diferencias entre polos
interpretativos, no sólo entre la UP y las
organizaciones de izquierda externas a la coalición, sino también en su propio
seno. Otras experiencias revolucionarias influenciaron estos embates, las
cuales fueron tomadas o como modelos a seguir, o bien como procesos
incompatibles con la realidad nacional (Casals, 2010).
Desarrollaremos esta problemática examinando cómo la NCCh
incorporó a su repertorio discos y canciones de solidaridad con las
revoluciones cubana y vietnamita. Exploraremos de qué modo se abordaron estas
temáticas, tanto en términos musicales como líricos, textuales e
intertextuales. Al mismo tiempo, revisaremos en qué medida la incorporación de
canciones de solidaridad con Cuba y Vietnam conflictuó con la vía chilena al
socialismo, y cómo los artistas de la NCCh
sortearon o profundizaron estos conflictos.
Para ello consultamos diferentes tipos de fuentes, incluyendo canciones,
discos, documentales, materiales publicados en prensa y relatos
autobiográficos. Buscamos identificar alusiones explícitas e implícitas a Cuba
y Vietnam en el repertorio grabado por músicos representativos de la NCCh antes y durante la UP.
De este repertorio seleccionamos algunos casos musicales para analizar en
detalle. Incluimos indistintamente creaciones originales como versiones2 de
canciones anteriores; temas instrumentales y cantados; obras de agrupaciones y
solistas. El repertorio seleccionado corresponde a canciones u obras de largo
aliento que, tanto por sus textos como por sus características musicales
(género, instrumentación, arreglos), representan las problemáticas discutidas a
lo largo del artículo. Si bien algunas de estas piezas musicales fueron más
conocidas que otras, todas fueron grabadas y difundidas en los años en los que
se enmarca este estudio, siendo parte también de la circulación y recepción
musical de la época.
Con este artículo buscamos contribuir al creciente campo de investigación
sobre la historia cultural de la guerra fría, y en específico, desarrollar un
aspecto sobre la NCCh que ha sido poco estudiado,
como vehículo creador de subjetividades revolucionarias en el contexto de la
solidaridad Sur-Sur. Este trabajo colinda con distintos subcampos de la
investigación histórica y musical, por lo que usaremos una perspectiva de
análisis hermenéutica tanto en lo teórico como en lo metodológico. En el marco
de la historia cultural, interesada por las relaciones entre prácticas y representaciones
(Chartier, 2002), analizaremos el modo en que el proyecto político de la UP se posicionó y actuó en torno a las problemáticas
internacionales contemporáneas. Recurriremos a las herramientas del análisis
intertextual musical para entender las conexiones entre las luchas de Vietnam,
Cuba y Chile, y explicar cómo los músicos de la NCCh
situaron su propio compromiso revolucionario en un ámbito internacionalista.
Nuestro argumento es que la actitud de los músicos chilenos constituye un
caso de solidaridad transnacional Sur-Sur en el contexto de la guerra fría.
Como señala Featherstone (2012), la solidaridad –definida como una “relación
forjada a través de la lucha política que busca desafiar formas de opresión”
(p. 5)3– ha sido
históricamente una práctica central de los movimientos sociales de izquierda.
El autor plantea que las relaciones de solidaridad son transformadoras y pueden
realizarse “desde abajo”, sin necesariamente enmarcarse en un contexto
nacional. Considera además la necesidad de pensar la solidaridad en términos
políticos, ya que ésta permite construir relaciones entre diferentes lugares, grupos
sociales y activistas, ya sea consolidando identidades y relaciones de poder
existentes, o bien creando nuevas formas de relacionarse. Identifica también
una importante relación entre rechazo y solidaridad, ya que esta “puede
forjarse a través de antagonismos” (p. 7) y, a la vez, modelar disputas
políticas. Como veremos, la solidaridad expresada por la NCCh
con las luchas cubana y vietnamita tenía como eje la oposición a un enemigo
común: el imperialismo estadunidense. En un contexto en que los temas del
anticapitalismo y el internacionalismo estaban conectados, los movimientos
revolucionarios desarrollados en diferentes partes del mundo fueron percibidos
como “comunidades superpuestas de resistencia” (p. 8).
La relevancia de estudiar la producción artístico-cultural solidaria en el
contexto latinoamericano ha sido subrayada por Stiles Mor y Suescun Pozas
(2018, pp. 3-7), quienes afirman la capacidad que tiene el arte de enmarcar
cuestiones sociales y difundir representaciones identitarias, generando empatía.
De acuerdo con las autoras, la solidaridad supone empatía, la cual constituye
una forma de acción política y social. Black (2018) desarrolla el mismo
argumento para el caso de la música, la cual puede ser utilizada “para
transmitir una identidad común y salvar diferencias culturales, para expresar
un sentido de solidaridad con personas que comparten valores similares” (p.
121). La autora señala que la canción protesta (también llamada de compromiso
social, comprometida o revolucionaria) de los años sesenta ha sido un
“componente crucial de lucha por igualdad social y liberación del Tercer Mundo
a lo largo del hemisferio occidental y más allá” (p. 122).
A diferencia de la solidaridad Sur-Norte, que ha sido criticada por
reforzar nociones de diferencia y justificar relaciones de poder asimétricas,
las relaciones Sur-Sur, aunque no esquivan completamente el problema de la
otredad, ofrecen la posibilidad de relaciones recíprocas (Stiles Mor y Suescun
Pozas, 2018, p. 5). Cuando hablamos de “sur”, tenemos presentes dos
conceptualizaciones complementarias. La primera es heredera del Brandt Report (Independent Commission on International
Development Issues, 1980) y se refiere a los países menos desarrollados
económicamente, que en general se ubican en el hemisferio sur del planeta. Más
recientemente, el reconocimiento de que las relaciones de desigualdad no se dan
solamente entre países, sino también al interior de los mismos, llevó a la
formulación de la noción de “Sur global”. Si bien este término ha sido comúnmente
usado como una alternativa del concepto de “Tercer mundo”, en los últimos años,
ha comenzado a ser entendido como una categoría crítica que encapsula un
sentido transnacional para referirse a espacios y personas subyugados por el
capitalismo global (Mahler, 2018, p. 6). Por lo tanto, el “sur” supone la
“coexistencia de asimetrías de poder intra, inter y transnacionales y una
simultánea ‘posibilidad de solidaridad’ a través de fuerzas políticas y
sociales que resisten y buscan transformar estas desigualdades” (Muhr y
Azevedo, 2019, p. 4).
Siguiendo a Mahler (2018), la noción de “Sur global” tiene como antecedente
el discurso del Tricontinentalismo de los años
sesenta.4 Este es
entendido como un discurso referido a “una comunidad afectiva de solidaridad
que trasciende la geografía nacional y regional, y cuyas afinidades no se basan
ni en el lugar, ni el idioma, ni la sangre” (Mahler, 2018, p. 10). De este
modo, este discurso mueve la noción de color del significado racial al
político, tomándolo como base para articular una crítica al sistema global del
imperialismo a través de la denuncia de la desigualdad. Como veremos, el
argumento de que el Tricontinentalismo constituyó
la infraestructura primaria para la producción cultural de la izquierda durante
la guerra fría (p. 8), se confirma en el caso de la NCCh.
Al igual que con los materiales producidos en el marco de la Tricontinental (p.
11), encontramos también convergencias y tensiones entre la NCCh y su solidaridad hacia Cuba y Vietnam.
En este artículo desarrollaremos el argumento de que los músicos de la NCCh expresaron su solidaridad hacia Cuba y Vietnam en
sus luchas revolucionarias no necesariamente por considerarlos modelos a
seguir, sino como pueblos hermanos, en situaciones similares de explotación y
dominación imperialista. Así, sus canciones contribuirán, por una parte, a
visibilizar la importancia de apoyar explícitamente los procesos
revolucionarios de Cuba y Vietnam y, por otra, a insertar a la vía chilena al
socialismo dentro del amplio panorama revolucionario del llamado Tercer Mundo
en el marco de la guerra fría.
La historiografía sobre la NCCh ha tendido a
enfocarse en el contexto nacional, especialmente en la relación entre los músicos
y el gobierno de la UP. En los últimos años han
salido a la luz algunos estudios que buscan dar cuenta de su dimensión
internacional, ya sea examinando las conexiones con otros movimientos
latinoamericanos de la canción comprometida (Gomes, 2015 y 2018) o su
circulación internacional (Rodríguez 2015, 2016 y 2017). Estos trabajos
incluyen secciones dedicadas a las relaciones Chile-Cuba y hacen hincapié en
las asociaciones entre músicos de ambos países. La solidaridad de los músicos
chilenos con la lucha vietnamita ha sido estudiada por Gómez (2014), quien
enumera las obras musicales sobre este tema, tanto doctas como populares,
creadas entre 1965 y 1975, propone una forma de clasificar a las canciones
según sus temáticas, y subraya la variedad de formas musicales utilizadas.
Aunque este es un trabajo valioso y original, el autor no profundiza en el
análisis de las canciones ni cubre algunos músicos relevantes de la NCCh, como el dúo Amerindios. Por otra parte, Gómez
concluye que hay un denominador común en la producción discográfica estudiada:
la doble referencia a Vietnam y Cuba. Al enfocarnos precisamente en este tema,
e incluir a músicos que han sido previamente pasados por alto en este tipo de
investigaciones, buscamos aportar elementos para la continuidad y desarrollo de
esta nueva línea de estudio de la NCCh.
El artículo está organizado en tres secciones. La primera aborda el
surgimiento y desarrollo de la Nueva Canción Chilena, señalando su
posicionamiento político y su tendencia a exceder la identidad nacional. La
segunda examina los homenajes musicales a Cuba y Vietnam hechos por músicos
chilenos antes de que la UP fuera gobierno.
Finalmente, se presenta el análisis de las canciones que rinden tributo a Cuba
y Vietnam estrenadas durante los años de la UP y
se discuten las estrategias y adaptaciones que los músicos chilenos usaron para
evitar conflictos con la “vía chilena al socialismo”.
“EL CANTAR TIENE SENTIDO”:5
LA NUEVA CANCIÓN CHILENA
Inspirados en el Nuevo Cancionero Argentino, en la folclorista, música y
artista plástica Violeta Parra, y en los conjuntos de música andina con los que
mantuvieron contacto durante su estadía en París, los hermanos Ángel e Isabel Parra
inauguraron la Peña de Los Parra en Santiago de Chile en 1965. Esta Peña fue
concebida como una especie de cooperativa de artistas y tuvo en su elenco
inicial, además de los hermanos Parra, a Rolando Alarcón y Patricio Manns. En
1966, el músico y artista de teatro Víctor Jara se integró también a este grupo.
El repertorio de estos artistas se compuso de canciones que promovían una
relectura del folclor, introduciendo temáticas y sonoridades que se apartaban
de las prácticas tradicionales y conformaban un discurso latinoamericanista y
contestatario.
En los años siguientes, las canciones de los integrantes de la Peña, así
como de otros solistas y conjuntos que seguirían sus pasos, fueron adquiriendo
formas políticas más explícitas. Ya no se cantaría acerca de los bellos
paisajes del campo como habían hecho los folcloristas más tradicionales, sino
que de las contradicciones del latifundio latinoamericano y de la explotación
patrón/campesino. Este mismo interés se extrapolaría a otras regiones de
Latinoamérica, donde la explotación y la injusticia eran comunes en la minería,
la industria, e incluso en los centros urbanos. Sonoramente, este cambio de
foco se expresó en la inclusión de instrumentos musicales que hasta el momento
no eran conocidos masivamente en Chile, como el charango, la quena y las
zampoñas. Al mismo tiempo, las canciones comenzaron a sonar en ritmos
folclóricos de la región andina, compartida por Chile, Perú, Bolivia y
Argentina, tales como el huayño y el taquirari. De este modo, se hacía visible
y audible una tradición cultural que había sido negada históricamente de la
identidad chilena, especialmente después de la guerra del Pacífico.6 Esta
búsqueda por incluir la región andina y hacerla parte de la identidad nacional
era una negación a ese “blanqueamiento” histórico y una señal de unidad e
identidad latinoamericana más que nacional.
Entre los diferentes factores que contribuirían al surgimiento de la
canción comprometida en Chile, podemos destacar el clima de fuertes
antagonismos que marcó el final del mandato del demócrata cristiano Eduardo
Frei (1964-1970); el movimiento por la Reforma Universitaria (1967-1973), que
promovió la articulación entre música, juventud y política; y la realización en
Cuba del Encuentro de la Canción Protesta, entre el 29 de julio y el 10 de
agosto de 1967.7 Este último
fue organizado por la Casa de las Américas y se desarrolló en simultáneo a la
Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de América Latina que
oficializó la creación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), definida por Calvo (2018) como “la culminación de
la orientación revolucionaria del castrismo” o, en las palabras de Rey,
reproducidas por la misma autora, como “la vía para la constitución de una
nueva internacional dominada por La Habana” (p. 159).
En el Encuentro se reunieron artistas de distintos países que, entre otras
actividades, participaron en mesas redondas, realizaron presentaciones
musicales en variados escenarios, establecieron redes de contacto y
planificaron proyectos conjuntos. En una reseña para la revista Casa de las Américas, el periodista José Ossorio (1967)
destacó que las canciones interpretadas durante el evento “se referían a la
lucha de liberación, a la denuncia social y política, a la guerra de Viet Nam,
a la discriminación racial” y adoptaban formas diversas, que podrían ser
“folklóricas, populares o formas musicales modernas” (p. 140). Según el autor,
los participantes discutieron respecto al concepto de “canción protesta” y
sugirieron nombres alternativos. Sin embargo, este desacuerdo no impidió un
consenso “en cuanto a los fines que la canción protesta persigue” (p. 141), los
cuales se explicitaron en la resolución firmada al final del Encuentro:
Los
trabajadores de la canción de protesta deben tener conciencia de que la
canción, por su particular naturaleza, posee una enorme fuerza de comunicación
con las masas […] En consecuencia, la canción debe ser un arma al servicio de
los pueblos, no un producto de consumo utilizado por el capitalismo para
enajenarlos. […] La tarea de los trabajadores de la canción de protesta debe
desarrollarse a partir de una toma de posición definida junto a su pueblo
frente a los problemas de la sociedad en que vive. (pp. 143-144)
Así, los participantes reivindicaron el derecho y el deber del músico a
utilizar su oficio como medio de intervención en la sociedad y defendieron el
uso de la canción para transmitir mensajes políticos. Siguiendo el principio de
que el artista debería tomar una posición definida frente a las problemáticas
de su tiempo, el texto también denunciaba los “crímenes del imperialismo contra
el pueblo de Viet Nam”, exigiendo el fin a los bombardeos en el norte del país
y la retirada de las tropas estadunidenses del sur. Al mismo tiempo, apoyaba a
la “creciente lucha del pueblo negro de los Estados Unidos contra todas las
formas de discriminación y explotación” y a la “lucha proletaria y estudiantil
que en los países capitalistas se libra contra la explotación patronal”.
Finalmente, exaltaba la revolución cubana, “que ha señalado el verdadero camino
que deben tomar los pueblos de Asia, África y América para liberarse” (p. 144).
De este modo, se entendió el antiimperialismo como una causa común a todos los
pueblos que buscaban su soberanía y Cuba surgió como ejemplo y guía a las
revoluciones del mundo.
Influenciados por las definiciones concebidas en el Encuentro de la Canción
Protesta, como veremos más adelante, e inmersos en un ambiente de creciente
polarización política, un conjunto de músicos declaró su apoyo a la candidatura
presidencial de Salvador Allende en 1970. Entre otros, Víctor Jara, Isabel y
Ángel Parra, Rolando Alarcón, Patricio Manns, Sergio Ortega, así como los
integrantes de los conjuntos Quilapayún, Inti-Illimani, Aparcoa y Tiemponuevo
participaron en distintas actividades de la campaña electoral de la UP y grabaron canciones en apoyo al candidato de la
izquierda.8 En este
contexto, el término “Nueva Canción Chilena” pasó a ser utilizado para
referirse al movimiento de la canción comprometida chilena (Schmiedecke,
2014a). Durante los siguientes tres años, los músicos de la NCCh direccionaron su trabajo a la defensa del gobierno
electo y algunos llegaron a ser nombrados “embajadores culturales” por Allende,
lo que contribuyó para la identificación entre el movimiento y la UP (Schmiedecke, 2017, pp. 53-55).
Diversos estudios de la NCCh han destacado no
sólo el compromiso político de los músicos, sino también han desarrollado
críticas a este movimiento, develando ciertos conflictos o contradicciones al
interior del mismo. Sin querer ahondar en ello, pues no es el objetivo de este
trabajo, consideramos importante mencionar la problemática en relación con el
tema de género.9 No sólo la
gran mayoría de los músicos de la NCCh pertenecen
al género masculino, sino que también cantaban al ideario revolucionario del
“hombre nuevo”. Esta problemática la retomaremos al analizar los significados
intertextuales de parte del repertorio tratado aquí. Es relevante que casi
todas las figuras cubanas o vietnamitas a las que rinde tributo el repertorio
son hombres. Y, como analizaremos en las canciones escogidas, en muchos casos
su masculinidad es exaltada como una virtud revolucionaria, tanto en el texto
poético como en el modo interpretativo. En otros, se presenta excepcionalmente
a las mujeres como sujetos activos, pero para ironizar.
En los siguientes apartados examinaremos el repertorio internacionalista de
la NCCh antes y después de 1970. Veremos que,
aunque los músicos promoverán las identidades latinoamericana y tercermundista,
y buscarán establecer lazos con procesos revolucionarios desplegados por la vía
armada, contribuirán también a diferenciar estos procesos de la vía chilena.
“UN SON REVOLUCIONARIO”:10
ANTES DE LA UP
Antes de que la Unidad Popular llegara al gobierno, ya los músicos de la NCCh realizaban homenajes a la revolución cubana y a la
resistencia vietnamita en sus grabaciones y conciertos. Estas canciones no son
sólo muestra de la solidaridad internacional que Chile estableció con luchas
revolucionarias de distintos “sures”, sino que también ayudaron a que el pueblo
chileno se identificara con estas otras luchas, contribuyendo a instalar la
solidaridad Sur-Sur en la sociedad chilena.
Ya en 1967, el disco Canción Protesta, grabado
en Cuba en el marco del encuentro homónimo contó con canciones de Rolando
Alarcón, Isabel y Ángel Parra, que representaron a Chile en dicho evento. Dos
años más tarde, la Casa de las Américas lanzaría el disco Hasta
la victoria siempre, Ché querido. Aquí, el
segundo tema editado fue una versión de Víctor Jara y Quilapayún de la canción
que el mexicano Rubén Ortiz compuso tras la muerte del guerrillero, “Zamba del
Che”. En el mismo disco grabó también Quilapayún “Canción fúnebre para el Che
Guevara”, escrita por el músico chileno Juan Capra. “Zamba del Che” fue
incluida en el lp Pongo en
tus manos abiertas… (Víctor Jara, 1969), mientras que “Canción fúnebre
para el Che Guevara” había sido grabada previamente en X
Viet-nam (Quilapayún, 1968).
Es interesante cómo estas canciones utilizan recursos no sólo textuales y
explícitos, sino que también intertextuales e interpretativos para rendirle un
homenaje al guerrillero argentino. En ambas canciones se emplearon instrumentos
y géneros musicales popularizados por la NCCh: en
la primera, un bombo legüero; en la segunda, una quena y un charango, además
del bombo. En el caso de “Zamba del Che”, se utiliza la zamba, el género típico
del norte de Argentina, para cantarle a Ernesto “Che” Guevara. La versión de
Víctor Jara no sólo mantiene el género sino que enfatiza su estilo dramático
con el uso de la guitarra, especialmente al agregarle algunos interludios. El
músico chileno también hace cambios en la letra de la canción:
Explotan al campesino Versión de Ortiz |
Explotan al campesino Versión de Jara |
Si bien sutil, el reemplazo de
estos versos en la cuarta estrofa enfatiza la situación de explotación de los
trabajadores latinoamericanos (campesinos, mineros y obreros). Por una parte, la versión
de Jara da cuenta que, diferente a como cantaba Ortiz, el dolor no constituiría
una condición particular de la vida del campesino, el minero y el obrero, sino
que de su destino en tanto trabajadores explotados. La palabra “destino” tiene
un sentido más determinista que el de “vida”, y que sería un destino compartido
por la clase trabajadora más allá de una característica de la vida de cada
trabajador. Junto a esto, el reemplazo de “sudor” por “dolor” hace explícito el
sufrimiento de las clases oprimidas; ya no se trata solamente del “sudor” por
el esfuerzo que implica el trabajo, sino que también el “dolor” de la
explotación. Finalmente, Víctor Jara canta “liberar a nuestro pueblo del
dominio explotador” (en singular), mientras que Ortiz lo hace en plural
(“nuestros pueblos”). Este cambio puede tener dos connotaciones. Por una parte,
que para hablar del pueblo latinoamericano no es necesario hablar en plural,
puesto que se entendía como a un solo pueblo, unido en una misma lucha. Por
otra, podría interpretarse también en el contexto de la construcción de la “vía
chilena al socialismo”, en el Chile pre-UP, del
que emerge esta versión, sugiriendo que ahora será el pueblo chileno el que se
liberará del dominio explotador.
Estas canciones son representativas de la creciente politización del
repertorio de los músicos que integraban la NCCh.
Según analiza Gomes (2015, pp. 100-116), las concepciones defendidas en el
Encuentro de la Canción Protesta se dejaron oír en discos de Ángel Parra,
Rolando Alarcón y Víctor Jara, lanzados entre 1968 y 1969. En estos se
incluyeron canciones de contenido político explícito, con una perspectiva
antiimperialista. Entre ellos destacamos el lp Por Cuba y Vietnam (1969), de Rolando Alarcón, con
acompañamiento del dúo Los Emigrantes.11
En este disco la solidaridad de Chile con ambas luchas revolucionarias se
hace explícita en un mismo álbum. El lado A, dedicado a la revolución cubana,
comienza con una composición de Alarcón llamada “Pregúntale a Cuba, hermano”,
donde se exaltan los hombres que “en su gesta de valor” terminaron con la
“noche oscura”, permitiendo que el pueblo alcanzase su dignidad. Además del
texto que directamente apoya la causa revolucionaria de Cuba, el gesto de
componer la canción en ritmo de son cubano, usando además un bongó, es
relevante. Especialmente porque en estos años el bongó aún no era usado
masivamente en Chile ni los músicos de la NCCh
eran muy asiduos a los géneros “tropicales” o “afrocubanos” en los que se usaba
ese instrumento.
Las canciones de esta sección de homenaje a la revolución cubana exaltan a
dos de sus líderes más reconocidos, a Fidel Castro y al Che Guevara. Por
ejemplo, encontramos la canción “Se llama Fidel”, compuesta por Alarcón en
conjunto con Jesús Orta Ruiz y Enrique San Martín –este último, integrante de
Los Emigrantes–; y otras dos canciones de autoría de los cubanos Eduardo
Saborit (“Sin bandera”) y Carlos Puebla (“Carta al Che”). A excepción de “El
valle de Yuro” –una cueca de Enrique San Martín incluida en el lado A–, todas
son interpretadas en ritmos cubanos, contribuyendo así a situar al oyente en
aquel ambiente revolucionario. Es decir, se comienzan a asumir ciertos géneros
cubanos, como el son, la guajira o el bolero, como expresión de la revolución
cubana. Volveremos a esto más adelante, con otros ejemplos musicales.
En el lado B del disco, Rolando Alarcón tematiza la guerra en Vietnam. Aquí
las canciones se dedican a denunciar la destrucción causada por los invasores y
a celebrar la resistencia vietnamita, representada por el “héroe” Ho Chi Mihn.
A diferencia de lo que se hacía con las canciones en solidaridad con la
revolución cubana, en el caso de Vietnam no se empleó la estrategia de usar
géneros locales. Probablemente esta diferencia respondía al desconocimiento de
las tradiciones musicales de ese país de un sur tan lejano como era el Vietnam
de los años setenta. En este caso, los homenajes se limitan al texto poético de
las canciones.
Entre ellas, resulta particularmente interesante la versión que Alarcón
graba de “Su nombre puede ponerse en verso”, poema del cubano Félix Pita
Rodríguez musicalizado por Pablo Milanés en 1968. Este homenaje que los cubanos
habían hecho al pueblo de Vietnam es tomado por Alarcón con la misma finalidad
–es decir, Cuba sirve también como un puente para conectar la lucha vietnamita
con la chilena. Este recurso ya se había usado un año antes, cuando Quilapayún
grabó una versión propia de la canción “La bola”, del cubano Carlos Puebla,
conocido popularmente como el cantor de la revolución cubana. “La bola” es un collage de canciones cubanas que mezcla diferentes
estilos, incluyendo géneros afrocubanos, y termina en ritmo de bolero con una
referencia a “Un Fidel que vibra en la montaña, un rubí, cinco franjas y una
estrella”. Mediante estas estrategias, tanto Rolando Alarcón como Quilapayún,
no sólo expresaban su solidaridad con ambas revoluciones, sino que también sumaban
la causa chilena a esta lucha más amplia contra el imperialismo.
Un segundo disco en homenaje a la resistencia vietnamita es X Viet-nam (1968), de Quilapayún. Este tema se concentra
en la primera canción, homónima, mientras que las siguientes homenajean otras
luchas.12 La canción
“Por Vietnam” denuncia la invasión yankee –“águila
negra”– al “heroico pueblo en Vietnam” y anuncia el fracaso de las tropas
estadunidenses, rematando en el último verso: “yankee
cuidado, cuidado, ya caerás, el guerrillero te vencerá”. Aunque esta es la
única canción del disco que tributa la lucha vietnamita, la carátula, donde se
muestra la imagen de un guerrillero vietnamita levantando un fusil en gesto
heroico, es suficientemente elocuente.
La significación de esta canción se refleja en que fue incluida en el
documental homónimo producido en 1969 por el Centro de Alumnos del Instituto
Pedagógico de la Universidad de Chile. Dirigido por Claudio Sapiaín y Álvaro
Ramírez, este cortometraje tematiza la marcha por Vietnam, realizada entre el 6
y el 11 de septiembre del mismo año, cuando aproximadamente 3 000 jóvenes
chilenos marcharon de Santiago a Valparaíso en solidaridad con la lucha
vietnamita (Gómez, 2014). Aquí se ponen en diálogo filmaciones de la guerra en
Vietnam con imágenes de la manifestación y la canción de Quilapayún, cuyo ritmo
y carácter refuerzan el sentido de avance y fuerza de la marcha (Farías, 2019,
pp. 241-215). La letra de la canción dialoga de manera directa con las
imágenes, por ejemplo, cuando se ve en pantalla a aviones bombarderos, se oye
el verso “águila negra ya caerás”. Pero también, imbuida de significaciones,
esta canción –cantada a varias voces– potencia el simbolismo del canto
colectivo que es transferido metafóricamente a los manifestantes, retratando su
poder grupal (p. 215).
Las canciones y discos comentados hasta aquí exaltaban la figura heroica
del guerrillero.13 Sin
embargo, algunos de los músicos de la NCCh se
vieron conflictuados por las diferencias de los procesos revolucionarios de
Vietnam y Cuba con el caso chileno. Esta problemática se potenció especialmente
con las campañas electorales que llevarían a Salvador Allende a la presidencia
en 1970. De este modo, los tributos musicales a la revolución cubana y la
resistencia vietnamita comenzaron a chocar con el proceso chileno.
A partir de entonces, los músicos de la NCCh
no sólo esquivaron el uso de conceptos revolucionarios alusivos a la vía
armada, sino que también explicitaron la particularidad del caso chileno: la
vía electoral. Al mismo tiempo, los sellos grabadores tradicionales e incluso dicap, que era mantenido por el Partido Comunista de Chile,
al cual gran parte de los músicos de la NCCh
estaban afiliados, demostraron resistencias a que las canciones reivindicaran
la vía armada.
Respecto a las producciones de dicap, por
aquel entonces llamado Jota Jota, el músico Eduardo Carrasco comenta en su
libro sobre Quilapayún que durante la producción del lp
X Viet-nam (1968):
Surgieron,
además, algunos problemas políticos acerca del contenido de las canciones:
fuimos citados varias veces para discutir los textos, que eran puntillosamente
analizados para que no fuera a haber en ellos contradicciones con la línea del
partido. Una de las canciones, motivaba particular inquietud, la “Canción
Fúnebre al Che Guevara”. El Che era en Chile un símbolo mirista, y se corría el
riesgo de hacerle propaganda al enemigo. Como los dirigentes de la Juventud no
se ponían de acuerdo, el problema se llevó a la dirección del Partido. El texto
fue sometido al Secretario General, Luis Corvalán, quien dio su aprobación: el
Che era un comunista, y los ultras no tenían por qué apropiarse con
exclusividad de su imagen (Carrasco, 2003, p. 129).
La caracterización del Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (mir) –defensor del
modelo cubano de transición al socialismo– como “enemigo” explicita las
divisiones al interior de la izquierda chilena y deja entrever los límites que
se impusieron a los acercamientos entre los dos países. Si hacia finales de los
años sesenta los músicos se mostraban seducidos por la idea de la vía armada,
la conformación de la UP y la definición de un
programa de gobierno común a las principales organizaciones de izquierda
llevaron a un cambio de discurso.
Por ejemplo, en 1967, Víctor Jara lanzó por la multinacional emi Odeon un disco sencillo que incluía “El aparecido”,
una composición de su autoría en homenaje al “Che” Guevara. Impedido por la
casa grabadora de registrar en el sello del vinilo una dedicatoria explícita,
Jara escribió simplemente: “A E. (Ch). G.”, aludiendo a Ernesto (Che) Guevara
(Jara, 2007, p. 123). Esta canción la grabó más adelante el conjunto
Inti-Illimani en el álbum Autores chilenos (1971),
con un arreglo realizado por el compositor Luis Advis que
incluye quena, charango, tiple colombiano y bombo legüero al estilo argentino.
Por su parte, Quilapayún grabó en su lp Quilapayún 3 (1969), también lanzado por emi Odeon, dos canciones que remitían al Che: “Elegía”
(también difundida como “Elegía al Che Guevara”), de Eduardo Carrasco, y
“Ñancahuazú”,14 de
Patricio Castillo. Es interesante como ambas, sin tener texto, rinden un
homenaje al guerrillero argentino. La primera comienza con una guitarra
arpegiando y otra haciendo la melodía, a la cual se suman las voces masculinas
del conjunto cantando suave y solemnemente en el estilo que en la ópera se
conoce como “boca chiusa” o “coro a boca cerrada”.15
Luego de repetir la melodía, la canción crece en sonido e intensidad, la
guitarra comienza a rasguear y las voces a cantar “ohh”, enfatizando la épica
del guerrillero. Para finalizar, retoma la misma suavidad y sutileza del
comienzo, enfatizando, introspectivamente, la figura del mártir.
Es llamativo que sólo un año después de su grabación esta canción fuera
incluida en el filme Venceremos (Chaskel y Ríos,
1970), el cual documenta el fuerte y “persistente contraste entre la vida de la
clase alta y la clase trabajadora” (Farías, 2019, p. 216). El uso de “Elegía”
en el filme tiene una doble significación: remitiéndose al sentido más textual,
alude directamente al Che Guevara, pero siguiendo una interpretación
intertextual, representa al levantamiento del pueblo chileno a pesar de la
fuerte represión hacia la clase trabajadora. El crescendo de
esta canción, que va de lo más suave y sutil a lo más fuerte e intenso, ilustra
la creciente confrontación de clases al interior de la sociedad chilena y
enfatiza el carácter de mártir de los trabajadores que, con conciencia
revolucionaria, se enfrentan a la policía y la oligarquía en una protesta
(Farías, 2019, pp. 216-217).
A su vez, la canción “A Cuba” (aunque fue compuesta en 1969, se editó en
disco en 1971) de Víctor Jara, es ilustrativa de la manera en que el compositor
“se integra con entusiasmo al proyecto de hacer una revolución a la chilena”,
según destaca Rolle (2005, p. 7). La canción rinde un homenaje a la revolución
cubana y a sus líderes, posicionándolos como herederos de José Martí, es decir,
continuadores de la lucha por la liberación de América del dominio
imperialista. En este sentido, Cuba sería un ejemplo a seguir por los países
hermanos: “Si yo a Cuba le cantara, / le cantara una canción / tendría que ser
un son, / un son revolucionario, / pie con pie, mano con mano, / corazón a
corazón, / corazón a corazón, / Pie con pie, mano con mano, / como se le habla
a un hermano, / si me quieres, aquí estoy, / ¿qué más te puedo ofrecer, / sino
continuar tu ejemplo? / Comandante compañero, / ¡viva tu revolución!”
Este homenaje se refuerza por la interpretación en ritmo de son (primera parte)
y de guajira (segunda parte), utilizando instrumentos de percusión
característicos de dichos géneros, como el bongó, el güiro y las maracas.
Es importante mencionar que, desde los años cincuenta en Chile, este tipo
de instrumentos los utilizaban ampliamente las orquestas de música bailable,
etiquetadas como “tropicales” y que no tenían una connotación política clara
como la NCCh. Es decir, los géneros e instrumentos
afrocubanos estaban más asociados a las orquestas bailables tropicales que al
folclor latinoamericano (véase Karmy, Vargas, Mardones y Ardito, 2013). Poco a
poco, y con motivo de homenajear la revolución cubana, los músicos de la NCCh comenzaron a incorporar estos géneros e
instrumentos en su repertorio,16
como haría Rolando Alarcón en su disco Por Cuba y Vietnam
(1969), y Víctor Jara en su canción “A Cuba”.
Sin embargo, con “A Cuba”, Jara no se limita a exaltar la revolución
cubana, sino que también establece un límite entre su modelo revolucionario y
el caso chileno, distinguiendo y definiendo el camino escogido por la UP: “Como yo no toco el son / pero toco la guitarra /
que está justo en la batalla / de nuestra revolución / será lo mismo que el son
/ que hizo bailar a los gringos, / pero no somos guajiros / nuestra sierra es
la elección”. Estos versos, con los que concluye la canción, dan luces sobre su
estribillo, en el que Jara sugiere que el lugar para “conocer a Martí y a
Fidel”, “conocer los caminos del Che” o “trabajar a la caña de azúcar” es Cuba
–y no Chile–. Aquí hay un mensaje claro de Jara –en tanto miembro del Comité
Central de las Juventudes Comunistas– para los sectores más radicalizados de la
izquierda, con los cuales busca disputar la filiación a la revolución cubana.
En “A Cuba”, por tanto, reconocemos lo que vendría a ser un eco de las
relaciones entre la revolución cubana y la vía chilena al socialismo: por un
lado, la solidaridad entre los dos procesos; por otro, la demarcación de
especificidad de cada uno de ellos.
DE LA CANTATA AL ROCK: DURANTE LA UP
Durante la UP, la cantidad de canciones
grabadas por músicos de la NCCh que exaltaban la
figura del guerrillero y los movimientos de lucha armada fue menor que en el
periodo anterior.17 Sin
embargo, los homenajes a Cuba y Vietnam persistieron. En 1971, Quilapayún grabó
su lp Vivir como él (Nguyen
Van Troi) que, en la cara A incluye la cantata popular homónima,
compuesta por el cubano Frank Fernández, con interludios instrumentales
escritos por el chileno Luis Advis, dedicada al héroe vietnamita Nguyen Van
Troi. Advis había escrito en 1970 la “Cantata Popular Santa María de Iquique”,
sentando un importante precedente en la música chilena al mezclar elementos del
folclor, la música popular y académica en una pieza musical de largo aliento,
con relato y otros elementos dramáticos.18
Es interesante cómo esta nueva cantata popular, por su estilo e
instrumentación, remite a esta primera cantata de Advis. Es también una obra de
largo aliento (de casi 19 minutos) que denuncia un hecho histórico trágico –en este
caso, el fusilamiento de Nguyen Van Troi–, interpretada por Quilapayún y Héctor
Duvauchelle, en el relato, e interludios instrumentales.
Aquí las voces masculinas del conjunto, el uso de las cuerdas (guitarra y
charango) y las quenas en contrapunto enfatizan el dramatismo y la épica que
busca transmitir la obra. Un ejemplo de esto es el fragmento en el que se canta
“A pesar del sufrimiento / cantamos, cantamos” con una entonación de la voz muy
suave que sigue una estructura armónica inesperada. Esta no sólo enfatiza el
dramatismo de estos versos, sino que musicalmente expresa la contraposición del
dolor y la alegría que habrían sentido los vietnamitas prisioneros. Con los
versos siguientes, “porque mientras la carne sufre / el pensamiento / está en
el día de la victoria”, la armonía resuelve enfatizando la épica del triunfo.
En el interludio inmediatamente siguiente, se oyen dos quenas en contrapunto,
con ciertas disonancias, acompañadas de guitarra y charango rasgueando en ritmo
de taquirari –género de la tradición musical andina– y otros recursos
dramáticos ya usados en los interludios de “Santa María de Iquique”.
En “Vivir como él”, la legitimación del uso de la violencia como un medio
de defensa se hace explícita. Nguyen Van Troi es tomado como un símbolo de la
lucha antiimperialista y encarna los valores de patriotismo, coraje y justicia.
Al contrario, Estados Unidos aparece representado como enemigo de la patria
(invasores, imperialistas, traidores, asesinos) y, por lo tanto, “Hay que darle
muerte al invasor. / Hay que matarlo”. La cantata termina con la afirmación de
que la muerte de Nguyen Van Troi no fue en vano, porque “Por Vietnam estamos
dispuestos a dar / hasta nuestra propia sangre”.
Este espíritu coincide con las palabras de Fidel Castro pronunciadas en el
discurso de clausura de la Conferencia Tricontinental, en 1966 (Schmiedecke,
2015, pp. 229-231):
El
imperialismo será inevitablemente derrotado. ¿Quiénes nos han enseñado esa
lección? Nos la han enseñado los pueblos. ¿Quién entre los pueblos nos ha dado
en estos tiempos la más extraordinaria lección? El pueblo de Viet Nam [...]
Justo es que dediquemos nuestro recuerdo a los que se han sacrificado por la
victoria de sus pueblos, a los que han caído víctimas del imperialismo en todos
los continentes; y que nos propongamos ser siempre fieles a esa causa, ser
siempre fieles, en Asia, en África y en América Latina, a la causa de los que
han dado su vida y su sangre por la liberación de los pueblos (Castro, 1966).
En la cara B del mismo lp, Quilapayún incluye
la canción “Segunda declaración de La Habana”,19
una adaptación del discurso homónimo pronunciado por Fidel Castro el 4 de febrero
de 1962. Con texto de la dramaturga Isidora Aguirre y música de Luis Advis, la
canción comienza con una reproducción de la parte final del discurso, luego
entran los instrumentos (guitarras y quenas). Musicalmente, es importante
mencionar que la guitarra, en ritmo de marcha, hace un rasgueo persistente que
le da un sentido épico a la canción. El uso de las voces masculinas y de los
instrumentos de tradición andina potencian este sentido épico y de convicción
revolucionaria. Las voces del conjunto cantan por encima de las palabras de
Fidel, y se intercalan fragmentos en los que predomina la voz del líder cubano,
mientras que en otros esta es casi inaudible por debajo de las voces de
Quilapayún. La letra cantada recupera segmentos del discurso, aumentando
algunos versos y alterando otros:
Ha
llegado la hora en que el pueblo / reivindique el derecho de ser / dueño al fin
de su tierra robada / tierra inmensa que ha de germinar / con la paz del empeño
ganado / con sus manos de fuerza tranquila; / ahora sí que la historia tendrá
que contar / con los pobres de América. / [...] / Este pueblo levanta sus puños
/ este pueblo levanta su voz / ya no mira hacia el suelo, ni calla / ya la
sombra se empieza a aclarar / nuestra América rompe el engaño / y su pueblo ha
tomado conciencia / ahora sí la historia tendrá que contar / con los pobres de
América.
Aquí hay una noción de un pasado común a los diferentes países
latinoamericanos que fundamenta la reivindicación de unión presente para
combatir al enemigo imperialista. Las referencias a escenarios representativos
de diferentes localidades (sierras, selvas, ciudades, litoral) refuerzan esta
idea de que el “despertar” constituiría un proceso único, de amplitud
continental, iniciado por la revolución cubana con el objetivo de transformar a
los pobres, explotados y postergados en sujetos de la historia (Schmiedecke,
2015, pp. 222-223).
Considerando el contexto en el que se grabó esta canción –en el Chile de la
UP, por artistas que apoyaban abiertamente este
gobierno, en un disco producido por el sello del Partido Comunista–, podemos
leer que, además de homenajear a la revolución cubana, hay aquí una intención
de insertar a la “experiencia chilena” en un cuadro más amplio y de validarla
como proceso revolucionario. Esta validación la dio el propio Fidel Castro
durante su visita oficial a Chile a fines de 1971. En un discurso pronunciado
en el Teatro Municipal de Santiago, el líder cubano criticó a los que trataban
de presentar el proceso chileno en contradicción con la ideología de la
revolución cubana. Castro recordó que ya en la Primera y la Segunda
Declaraciones de La Habana “nosotros planteábamos la forma de la lucha armada
revolucionaria allí donde todos los caminos estuviesen cerrados para el pueblo,
y que nuestra revolución nunca tuvo ninguna contradicción con el proceso
chileno”, y que al darse cuenta de la posibilidad real de una victoria de
Allende en las elecciones presidenciales de 1970, “nuestra posición fue apoyar
públicamente, expresar nuestro optimismo, nuestra creencia en la posibilidad de
esa vitoria” (Cuba-Chile, 1972, p. 381).
Así como las manifestaciones de apoyo al gobierno de la UP por parte de Castro no significaron el abandono de su
perspectiva insurreccional para los pueblos del Tercer Mundo, los homenajes de
los músicos de la NCCh a líderes guerrilleros y
procesos revolucionarios librados por la vía armada, no deben ser entendidos
necesariamente como un cuestionamiento a la vía chilena. De todas las canciones
grabadas entre 1970 y 1973 en el marco del movimiento, sólo algunas
composiciones de Patricio Manns asumen esta perspectiva. En su único lp lanzado durante la UP, Patricio Manns (1971), el músico incluyó “Su nombre ardió
como un pajar”, en la cual le rinde un homenaje a Che Guevara. Esta canción cuenta
con acompañamiento del conjunto del rock Los Blops y, al igual que en otras
canciones de este disco, enaltece la figura del guerrillero. A diferencia de la
mayoría de los músicos ligados a la NCCh, que eran
militantes de los partidos de la UP, Manns militaba
en el mir, organización que se mantuvo fuera y a
la izquierda del gobierno de Allende. Mientras que algunas de sus composiciones
incluidas en este disco sugieren que la lucha armada sería también una opción,
otras recalcan que la victoria de la UP estaba
lejos de significar el triunfo del socialismo en el país (por ejemplo, “No
cierres los ojos”).
La banda Los Blops también acompañó a Víctor Jara en la grabación de “El
derecho de vivir en paz” (1971) y a Ángel Parra en su versión de “Cuba va”
(1972), una composición de los cubanos Pablo Milanés, Noel Nicola y Silvio
Rodríguez. “El derecho de vivir en paz” retoma el tema abordado en la obra Viet Rock, que Jara dirigió en 1969 en el Departamento de
Teatro de la Universidad de Chile (Detuch). La
pieza es una adaptación del texto homónimo escrito por la dramaturga
estadunidense Megan Terry en la cual el mensaje pacifista prevaleciente en la
versión original da lugar a la crítica explícita a la acción imperialista de
los invasores.20
Siguiendo la misma línea, la canción le rinde tributo al líder vietnamita,
el “poeta Ho Chi Minh” y denuncia el “genocidio y napalm” llevado a cabo por
las tropas estadunidenses en Vietnam, al tiempo que exige “el derecho de vivir
en paz”. Llama la atención la dulzura del canto y la insistencia en el amor
como fuerza de lucha. Por ejemplo, en la última estrofa, Jara hace un gesto de
cercanía y familiaridad, tratando al vietnamita revolucionario como “Tío Ho”, y
ofreciéndole “nuestra canción” que “es fuego de puro amor / es palomo palomar /
olivo del olivar / es el canto universal / cadena que hará triunfar / el
derecho de vivir en paz”.
Los Blops aderezaron esta canción “con guitarras eléctricas distorsionadas
y órganos de acento psicodélico” (Ponce, 2008, p. 127), asignándole un carácter
rico en significaciones. Es interesante que esta ofrenda si bien se hace desde
la NCCh –y por parte de un artista emblemático del
movimiento– se hace incluyendo sonidos, como el de la guitarra eléctrica, que
para muchos eran interpretados como símbolos del imperialismo estadunidense,
misma potencia que oprimía a Vietnam.21
Aunque el propio Jara se refirió a la intención de utilizar el rock como una
“experiencia de ‘invasión de la invasión cultural’” (Jara, 2007, p. 162), esta
mezcla sonora no estuvo exenta de críticas por parte de los sectores más
dogmáticos de la izquierda chilena.22
Como recuerda Eduardo Gatti, quien grabó la guitarra eléctrica: “Nosotros
estábamos sufriendo acusaciones tan infantiles como [...] que la guitarra
eléctrica era un instrumento imperialista” (Karmy, 2012, p. 218). En la misma
línea, Juan Pablo Orrego, también integrante de Los Blops, recuerda que: “A
pesar de no ser de partido ni calzar con los cánones de la música política,
igual nos permitían mostrar nuestra música ante los trabajadores. Era muy loco
porque después de las tocatas había foros, y siempre alguien decía que le
habían enseñado que estos instrumentos eran imperialistas” (Ponce, 2008, p.
128).
Esta crítica tenía lógica en tanto la NCCh se
abocó a difundir ritmos e instrumentos folclóricos de América Latina y, en su
identificación con la izquierda y las revoluciones tercermundistas, denunció
las políticas intervencionistas estadunidenses. La postura antiimperialista de
los sectores de la izquierda y de la NCCh llevaron
a que muchos de sus representantes se opusieran a las músicas de origen anglo,
como el rock, por asociarlas al imperialismo estadunidense. Además, el rock y
la psicodelia estaban asociados al movimiento hippie,
en el que los jóvenes tendían a evadir la realidad en vez de comprometerse
activamente con la lucha política.23
La apertura de algunos músicos de la NCCh al
rock consideramos que fue influenciada, entre otros, por el Grupo de
Experimentación Sonora del Instituto Cubano de Arte e Industria
Cinematográficos (ges-icaic) y la Nueva Trova
Cubana, que contribuyeron a disminuir el prejuicio sobre los instrumentos
eléctricos y otros recursos musicales asociados al rock.24 También
por el rol político que rockeros anglos estaban tomando al denunciar el
imperialismo estadunidense –en especial, se posicionaron contra la guerra de
Vietnam25 – y por la
experiencia de algunos de los propios músicos de la NCCh.
Este es el caso de Víctor Jara, quien se asumía fan de Los Beatles y ya había
versionado canciones grabadas por los estadunidenses Pete Seeger y Malvina
Reynolds.26 Según
recuerda Gatti: “[Víctor] escuchaba todo tipo de música, estaba abierto a todo.
Y en ese sentido, era una persona muy culta. Víctor había estado en Inglaterra,
era amigo de Donovan, un cantautor escocés que fue muy conocido en esa época,
muy grande. O sea, Víctor era una persona de mundo, y por lo tanto respetaba
todas las manifestaciones” (Karmy, 2012, p. 219).
De este modo, podemos interpretar el ejercicio de mezclar la estética de la
NCCh con la del rock psicodélico, como el de Los
Blops, como un llamado a la coexistencia en paz entre los militantes del pc, la NCCh y los “lolos” hippies. Al incorporar los elementos del rock psicodélico
a “El derecho de vivir en paz”, Jara buscó también “deconstruir el imaginario
totalizante que identificaba todo lo anglosajón como imperialista, poniendo en
discusión la dicotomía entre música de origen foráneo (como el rock) y música
latinoamericana, como si se tratara de oposiciones del tipo falsedad /
autenticidad; imperialismo / revolución, o bien, opresores / oprimidos” (Karmy,
2012, p. 219).
Otro grupo de la NCCh que incorporó elementos
del rock fue Amerindios, dúo formado por Julio Numhauser y Mario Salazar. En su
primer disco (Amerindios, 1970), “si bien no hay
canciones explícitamente rockeras”, como sería en los discos posteriores, sí
expresa “cierta actitud que funde elementos irónicos en las letras y un
carácter musical bastante rupturista de algunas piezas” (Farías, 2014, p. 149).
Sus canciones critican el imperialismo y belicismo estadunidense al tiempo que
reivindican las luchas cubana y vietnamita. Este disco comienza con dos
canciones del compositor chileno Sergio Ortega, “Nixon” y “Una vez un yankee yo
encontré”. En ellas se utilizan estrategias intertextuales que requieren que el
escucha modifique sus “modelos de interpretación”,27
como la ironía. Esta, como ejercicio intertextual, puede actuar de distintos
modos, entre los cuales se encuentran la burla o
sátira y el cinismo,28
ambos presentes en estas canciones.
“Nixon” comienza con sonidos de bombardeos y metralletas, seguidos de una
guitarra, un bongó y dos voces que lentamente van tomando ritmo de guaracha
cubana. La canción pregunta repetidas veces quién matará a Richard Nixon, como
invocando venganza por las muertes provocadas por el líder estadunidense, las
que se detallan en la segunda estrofa: “Che Guevara no se mata / ni a los
negros se destruye / en Vietnam desde hace tiempo / sangre yankee fluye y
fluye”. En el estribillo se especula sobre quién matará a Nixon: “una madre
vietnamita será / o la esposa de un negrito, quizás / una baja en las acciones
será / o tu vicepresidente, quizás”. Sospechar en primer lugar de mujeres
resulta interesante, puesto que por el juego intertextual de la canción, estas
se muestran como sujetos inofensivos. Más aún, considerando que tanto en la NCCh como en el imaginario del “hombre nuevo” las
mujeres fueron tratadas como sujetos relativamente pasivos, que acompañan y
ayudan en los procesos revolucionarios, pero no como protagonistas. Al dar
cuenta que estas mujeres existen en relación otros a sujetos postergados (“una
madre vietnamita” o la “esposa de un negrito”), es exagerada su irrelevancia y lo
inofensivas que podrían llegar a ser. Al poner a estas mujeres en el mismo
grado de importancia que “una baja en las acciones”, se exagera aún más su
irrelevancia. Y al mismo tiempo ubica al “vicepresidente” de Estados Unidos en
este mismo nivel de poca importancia. En su conjunto, este ejercicio de ironía
se exagera con la repetición de la onomatopeya del sonido de una metralleta
–“ratatatá”–. No es que Amerindios y Ortega realmente crean que alguien matará
a Nixon ni que aboguen por la vía armada, sino que, mediante la estrategia de
la ironía, satirizan la tragedia.
Por su parte, “Una vez un yankee yo encontré” es un homenaje a la
resistencia vietnamita, pero que en vez de exaltar la figura del guerrillero
como habían hecho otras canciones contemporáneas, condena directamente a Nixon
ubicándolo “en el sitial privilegiado de la bestialidad” junto a “Franco,
Hitler y Mussolini / cuatro jerarcas de la escoria / cuatro canallas de la
historia”. El uso del bolero en esta canción, además de hacer referencia a un
género musical típico de Cuba –y de ese modo explicitar la solidaridad con
dicho país– es también una estrategia intertextual de ironía. Aquí se usa el
bolero con su progresión armónica, instrumentación y estilo típicos, pero que
en vez de cantar temáticas romántico-amorosas, como comúnmente se ha hecho –y
se espera que se haga en este género– la canción insulta al presidente de
Estados Unidos. El contraste entre el género, el estilo y la letra de la
canción consiste en un interesante juego semiótico que provoca un cambio de
expectativa por parte del escucha. Amerindios y Ortega se burlan de Nixon con
una canción construida armónica y melódicamente dentro de las reglas
estilísticas del bolero, pero en la que ni el contexto ni la letra se ajustan
al género. En este sentido, se produce una ironía, una sátira, rompiéndose, por
una parte, la expectativa de los contenidos textuales que se esperan, y por
otra, exaltándose la contradicción de la retórica amorosa del género del bolero
y la letra ofensiva que insulta a Nixon.
La tercera canción de este disco es una versión de “David y Goliat” del
cubano Carlos Puebla y sus Tradicionales grabada por Amerindios como “Los
vietnamitas”. Tal como lo enuncia su nombre, es un homenaje al pueblo de
Vietnam que resistió a la invasión estadunidense, ahora en ritmo de son. Hace
una analogía a la narración bíblica de David y Goliat, comparando a los
vietnamitas con el primero –“son chiquititos”– y a los estadunidenses con el
segundo –“son grandulones”–.29
Si bien Amerindios cambia el nombre de la canción, mantiene la analogía y la
explicita en la presentación de la canción, donde relata en voz hablada: “David
venció a Goliat como…” –luego del interludio vocal “pápara parapapapá”–
completan la oración cantando “los vietnamitas”.
La versión de Amerindios mantiene el género del son pero le aumenta la
velocidad. El sonido de la guitarra de la melodía de los interludios que hace
de Carlos Puebla es reemplazado por las voces de Amerindios que cantan “pápara
parapapapá”. Aquí el recurso del humor también está presente, pero ya no en
referencias intertextuales como en el caso anterior, sino que directamente en
la letra. La ironía de criticar a los “yankees” por sus características físicas
–“parecidos a gigantes”– y ofenderlos con acusaciones que pueden resultar
inofensivas –“algunos como elefantes / pero no tienen corazones”– en el
contexto de una guerra genocida funciona humorísticamente. También, los
cantantes cuentan al estilo de los rockeros anglo –“one, two, three, four”–,
pero sin hacer un esfuerzo por pronunciar ‘bien’ el inglés, evidenciando que se
trata de una burla más que de una impostación.
CONCLUSIÓN
A lo largo del artículo hemos dado cuenta de qué manera la izquierda
chilena expresó su solidaridad hacia Cuba y Vietnam a través de la producción
artística de la NCCh. Analizamos esta producción
con el concepto de solidaridad transnacional Sur-Sur, en la que países del
Tercer Mundo empatizan entre sí con las luchas por la igualdad y la liberación.
Por la particularidad del caso chileno, en el que escoge la vía “pacífica”,
electoral, en vez de la vía armada, el discurso de solidaridad hacia Cuba y
Vietnam no estuvo exento de conflictos al interior de la izquierda ni del
movimiento de la NCCh.
Presentamos como un primer hallazgo que, desde antes que la UP fuera gobierno, los músicos de la NCCh expresaron su solidaridad con las dos luchas
revolucionarias. Sin embargo, desde fines de 1969 se hicieron notorios ciertos
cambios. La exaltación a la figura del guerrillero y a los movimientos de lucha
armada en este repertorio disminuyó significativamente pero no así el apoyo a
la revolución cubana y a la resistencia vietnamita. Lo que cambió fue la manera
en que las canciones expresaron este apoyo, utilizando nuevas estrategias
intertextuales. Con esto, por una parte, los músicos chilenos se desmarcaban de
la opción armada, y por otra, validaban la “vía chilena” y la insertaban en el
contexto revolucionario del Tercer Mundo durante la guerra fría.
Un segundo hallazgo corresponde al uso de los géneros y estilos musicales y
su identificación con las luchas revolucionarias. Dimos cuenta que para hacer
referencia a la revolución cubana –y mostrar solidaridad con ella– se tendió a
usar géneros e instrumentos típicos de Cuba. Esto ocurrió durante todo el
periodo estudiado. Además de cantarse en ritmo de son, guajira o bolero, se
usaron instrumentos como el bongó, el güiro y las maracas, que, en Chile, desde
los años cincuenta, se usaban para otro tipo de repertorio, sin contenido
político explícito, como el de las orquestas bailables de música tropical.
Respecto a los géneros musicales usados para cantarle a Vietnam, notamos que
ocurría una situación diferente. No se usaron géneros ni instrumentos
vietnamitas, sino que una amplia variedad de géneros, estilos e
instrumentaciones, tanto anteriormente explorados por la NCCh
–como la cantata popular– como otros más novedosos. Por una parte, este vacío
de referencias sonoras para representar a Vietnam y llevar al escucha a ese
contexto revolucionario fue sorteado utilizando repertorio y géneros cubanos
como puente, por ejemplo, versionando canciones cubanas, o bien creando
composiciones propias en ritmos afrocubanos. Por otra, dio un espacio de
libertad creativa en el que los músicos de la NCCh
pudieron explorar nuevos géneros, sonidos e instrumentos, desde la cantata al
rock, utilizando tanto recursos dramáticos como humorísticos. Llama la atención
que esta creatividad sonora se diera particularmente para cantarle a Vietnam y
no a Cuba, cuyo repertorio se remitía más bien a los géneros afrocubanos. El
uso del rock aquí desempeñó un papel importante; por un lado, ampliando los
límites estilísticos de la NCCh y, por otro,
conectándose con la canción protesta estadunidense contemporánea.
En suma, la NCCh utilizó la música como acción
política, expresando solidaridad hacia las luchas revolucionarias de Cuba y
Vietnam. Esta solidaridad dio cuenta de una identidad común, ayudando a sortear
las diferencias culturales y las distancias geográficas entre dichos países,
revindicados como pueblos hermanos. De este modo, sin necesariamente
considerarlos como modelos a seguir, la NCCh hizo
visible la importancia de apoyar de manera explícita esos procesos
revolucionarios, señalando que, en última instancia, eso también significaba
apoyar al propio proceso chileno.
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1 Referencia a la canción
“A Cuba”, de Víctor Jara, que comentamos al final de la segunda sección del
artículo.
2 Utilizamos el concepto de
versión como “una actualización en forma de nueva grabación o performance de
una canción o tema instrumental que ya ha sido interpretado y/o grabado con
anterioridad” (López Cano, 2011, p. 3).
3 Todas las traducciones de
textos publicados originalmente en otros idiomas son de nuestra autoría.
4 El Tricontinentalismo
es concebido como “un discurso transnacional que comienza a tomar forma antes
de la Conferencia Tricontinental [1966], que circula fuera de los materiales
producidos por la propia Tricontinental, que reemplaza al Estado cubano y cuya
influencia se puede ver en los movimientos sociales transnacionales
contemporáneos” (Mahler, 2018, p. 9).
5 Referencia al disco del
mismo nombre editado bajo el sello Asfona en 1971 en el que grabaron Isabel
Parra, Rolando Alarcón, Ángel Parra, Tiemponuevo e Inti-Illimani. La canción
que da nombre al disco proviene del folclor venezolano y fue originalmente
grabada por Isabel Parra en el lp La Peña de los Parra, vol. 1, en
1969.
6 Con la guerra del
Pacífico o guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, que tuvo lugar entre
1879 y 1884, la identidad chilena buscó redefinirse en oposición a la identidad
andina, asociada con los países de Perú y Bolivia. Como señala Pedemonte
(2008), esta guerra fue utilizada para unir a chilenos y chilenas en una causa
común, después de importantes crisis durante la vida independiente del país
(pp. 119-120) mediante la producción de símbolos nacionales que enaltecían el
patriotismo (pp. 137-153).
7 Del Encuentro resultó la
grabación de un álbum, compuesto por dos Long Plays
(lps) que reunían obras de varios participantes, y
la creación del Centro de la Canción Protesta.
8 Por ejemplo, “En
septiembre cantará el gallo”, de Isabel Parra; “Unidad Popular”, de Ángel
Parra, y “Venceremos”, marcha compuesta por Sergio Ortega e interpretada por
Quilapayún.
9 Sobre la problemática de
género en la Nueva Canción Chilena, véase Rodríguez (2011); Vila (2014); Karmy
(2014a); Party (2019).
10 Referencia a la canción “A Cuba”,
de Víctor Jara, comentada más adelante.
11 Antes, en 1966, Alarcón había
grabado “Canto guajiro”, que también le rinde homenaje a la revolución cubana.
Este disco corresponde al segundo lp producido
bajo el sello Tiempo, creado por el mismo Alarcón para difundir su producción
más politizada. Respecto a la difusión de música comprometida en Chile, véase
Schmiedecke (2014b); sobre Rolando Alarcón, véase Valladares y Vilches (2009).
12 Por ejemplo, hay canciones en
homenaje a la revolución española, como “Que la tortilla se vuelva” (Chicho
Sánchez Ferlosio) y “El turururú”; a los partisanos italianos “Mamma mia dame
cento lire”; además de canciones de denuncia de Violeta Parra, como “Qué dirá
el Santo Padre” y “Los pueblos americanos”.
13 Otros ejemplos son: “Camilo
Torres” y “A Cochabamba me voy”, grabadas en 1969 por Víctor Jara; “Canción
fúnebre para el Che Guevara”, “Cuecas de Joaquín Murieta”, “Bella ciao”, “Por
montañas y praderas” y “Carabina 30-30”, grabadas entre 1968 y 1969 por
Quilapayún; “El cautivo de Til-Til”, grabada en 1968 por Patricio Manns.
14 La guerrilla Ñancahuazú o
Ejército de Liberación Nacional de Bolivia fue la fuerza guerrillera comandada
por Che Guevara en ese país entre 1966 y 1967, cuando fue asesinado en combate.
La canción es un tema instrumental que usa instrumentos y ritmos andinos de
manera muy protagónica, como el charango, aludiendo al imaginario andino y
boliviano.
15 Cantar sin abrir la boca,
proyectando la voz con la letra eme.
16 Respecto a la elección de géneros
musicales usados en las “canciones contingentes” que Quilapayún lanzaría en
1973, Eduardo Carrasco relata: “Esos ritmos fueron elegidos porque eran
populares y nosotros queríamos ser escuchados. En esa época –como hoy día la
música afrocubana– tenía mucho arraigo en el pueblo. Se tocaba en las fiestas y
se bailaba” (Ardito, Karmy, Mardones y Vargas, 2016, p. 281).
17 Sobre los diferentes
posicionamientos de los músicos de la NCCh
respecto a la lucha armada durante la UP y en el
exilio, véase Gomes (2015 y 2018); Jordán (2010).
18 Sobre la mezcla de elementos de
la música folclórica, popular y docta, véase Gómez y Rodríguez (2018); Peña
(2014). Sobre el impacto de la “Cantata Popular Santa María de Iquique”, véase
Guerrero (2013); Karmy (2014a y 2014b); Mamani (2014).
19 Esta canción fue parte de la obra
teatral Los que van quedando en el camino (1968),
de Isidora Aguirre, donde Advis colaboró como compositor. La obra trataba sobre
una matanza de campesinos ocurrida en el centro-sur cordillerano en 1932.
20 Sobre la pieza teatral, véase
Sepúlveda (2001, pp. 140-146).
21 El uso de la guitarra eléctrica
generó controversia en estos años, tanto en diferentes países latinoamericanos
como también en Estados Unidos. Entre ellos, sobresale el caso de Brasil, donde
en 1967 se realizó la “Passeata contra a guitarra” (Marcha contra la guitarra).
Entre los manifestantes, estaban importantes nombres de la Música Popular
Brasilera (mpb) identificados con la izquierda
política. Sobre este tema, véase Guimarães (2014). Dos años antes, en Estados
Unidos en 1965, Bob Dylan había optado por desafiar la regla implícita del folk estadunidense, interpretado con sonidos acústicos, por
instrumentos eléctricos generando gran controversia y críticas de su público.
Sobre esto, véase Marshall (2007).
22 Sobre las relaciones entre el
rock y la NCCh, véanse Salas (2003) y Farías
(2014).
23 Esta rencilla fue retratada en el
documental Descomedidos y chascones (Flores, 1973),
dando cuenta que la diferencia también respondía a un asunto de clase. Aquí se
ve a jóvenes de clase trabajadora defendiendo la disciplina como expresión del
compromiso político y criticando a sus pares de clases acomodadas que
experimentaban con drogas, por evadir sus responsabilidades como sujetos
históricos.
24 Sobre el ges
y la Nueva Trova, véase Villaça (2004).
25 Como, por ejemplo, la épica
performance de Jimi Hendrix en el Festival de Woodstock de 1969, en la que
usando sonidos de distorsión imitó sonidos de metralletas y explosiones, dando
un claro mensaje antiguerra.
26 “El martillo” grabada en el disco
Pongo en tus manos abiertas… (1969) es original de
Pete Seeger (“If I Had a Hammer”). En su disco El derecho
de vivir en paz (1971), Jara grabó también “Las casitas del barrio
alto”, una versión de “Little Houses” de Malvina Reynolds pero popularizada por
Pete Seeger a inicios de los sesenta.
27 López Cano (2005, p. 8) define
los modelos de interpretación como “un conjunto de
rutinas y operaciones de inferencia complejas que aplicamos una y otra vez a
circunstancias similares de cognición. Son muy flexibles y variables y aceptan
la inclusión o supresión de estrategias emergentes. Se sustentan en acciones de
inferencia por inducción, deducción y abducción. El modo de organizar estas
operaciones va desde las operaciones lógicas estrictas como el silogismo, hasta
la analogía, metáfora y otros procesos retóricos y de lógica no lineal. De la
adecuada articulación de diferentes modelos de interpretación aplicados a la
misma canción, depende la coherencia.”
28 Este opera de dos maneras: “a) cuando se rompe la expectativa de la aparición de un
tópico que introduzca una ironía que postule algún juicio de valor en
situaciones que requieren ser reprobadas. De este modo se da una apología de lo moralmente correcto, o b) cuando el cambio de tópico no modifica los contenidos
pero cambia la perspectiva con que éstos son
enunciados” (López Cano, 2005, p. 9).
29 En la versión de Carlos Puebla se
canta “son pequeñitos” y “grandullones”, respectivamente.
* Doctora en
Musicología por la Universidad de Glasgow, Escocia.
** Doctora
en Historia por la Universidad Estatal Paulista “Júlio de Mesquita Filho”,
Brasil. Posdoctoranda en el Departamento de Historia de la Universidad Estatal
de Campinas, Brasil. Becaria de la fapesp (proceso
2018/00325-0).