10.18234/secuencia.v0i110.1851
Artículos
Apoyo social y violencia de
pareja
en estudiantes universitarias*
Social Support and Intimate
Partner Violence in University Students
Rosa María Huerta Mata1, https://orcid.org/0000-0003-4661-5855
1Escuela Superior de Actopan, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo,
México, huertamx@hotmail.com
Resumen:
El objetivo de este artículo es analizar el proceso de
vinculación-desvinculación del apoyo social que reciben algunas de las
estudiantes universitarias que experimentan violencia de pareja. En los meses
de septiembre y octubre del año 2017 se llevaron a cabo cuatro grupos focales
de mujeres estudiantes de las licenciaturas en Derecho y Psicología en la
Escuela Superior de Actopan, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (uaeh), México. En la violencia de pareja que
experimentan las estudiantes universitarias se involucran sus amigas como red
de apoyo; sin embargo, el apoyo se fractura debido a que las víctimas no
abandonan la relación de pareja, y por las amenazas de violencia que reciben
las amigas por parte del agresor. Este trabajo contribuye al conocimiento sobre
las subjetividades de las personas que apoyan a las jóvenes que presentan
violencia de pareja.
Palabras clave: violencia de pareja; redes de apoyo; género; jóvenes; universidad.
Abstract:
The objective of this article
is to analyze the process of acceptance-rejection of the social support received
by some of the university students who experience intimate partner violence. In
september and october 2017, four focus groups of female law and psychology
students were organized at the Escuela Superior de Actopan, part of the
Autonomous University of the State of Hidalgo (uaeh),
Mexico. In the partner violence that university students experience, their
friends are involved as a support network. However, this support collapses
either because victims do not leave the partner relationship, or because their
friends are threatened with violence by the aggressor. The paper contributes to
knowledge on the subjectivities of those who support young women experiencing
intimate partner violence.
Keywords: intimate partner violence; support networks; gender;
youths; university.
Recibido: 4 de mayo de 2020 Aceptado: 23 de junio de 2020
Publicado: 30 de abril de 2021
INTRODUCCIÓN
A nivel
internacional, los estudios sobre violencia de pareja en universitarios(as) son
cuantitativos en su mayoría y predominan los que indagan sobre las percepciones
y las actitudes que en torno a este fenómeno desarrollan los(as) jóvenes
(Aguanunu, 2014; Davidson, Lozano y Cole, 2015; Ferrer et al., 2006; Kelmendi y
Baumgartner, 2017; Li, Sun y Button, 2017; Nordin, 2019; Páramo y Arrigoni,
2018; Pugh, Li y Sun, 2018; Spencer, Morgan y Bridges, 2017; Wang, 2019; Wilson
y Smirles, 2020). Investigar sobre percepciones y actitudes frente a la
violencia de pareja en gran medida tiene la intención de identificar a los
predictores de las conductas violentas.
En México, 43.9% de las mujeres han sido agredidas en su
última relación sentimental, o bien, por su actual esposo o pareja. De igual
modo, son las jóvenes de entre 20 y 34 años quienes más experimentan la
violencia de pareja (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2019).
Respecto a la población de estudiantes
universitarios(as), las investigaciones se centran en cuantificar el problema
de la violencia en la pareja (Esquivel-Santoveña et al., 2020; Lazarevich,
Irigoyen-Camacho y Velázquez-Alva, 2017; López-Cepero, Estrada-Pineda y
Chan-Gamboa, 2018; Rodríguez, Riosvelasco y Castillo, 2018). Por su parte, los
estudios cualitativos indagan las creencias y actitudes de los(as) jóvenes en
torno a la violencia de pareja (Rojas-Solís, 2013), así como las experiencias
de las jóvenes como víctimas de esta clase de violencia (Vázquez y Castro,
2008).
El presente trabajo surge de una particularidad
encontrada en los testimonios de hombres y mujeres estudiantes
universitarios(as), quienes participaron en una investigación más amplia, en la
cual reportaron que, al presenciar situaciones de violencia de pareja dentro de
la universidad, su respuesta por lo general es de indiferencia, y justifican su
comportamiento con la idea de: “mejor ni te metas”. Las razones son diversas,
como el desinterés debido a que este tipo de violencia es común y se ha
normalizado, por lo que, si intervienen, después la pareja se reconcilia y
ellos(as) terminan involucrados(as) en un problema. No obstante, también
identificamos discursos coincidentes en algunas de las participantes que nos
permitieron analizar su respuesta crítica y de involucramiento cuando una de
sus amigas sufre violencia en el noviazgo.
Matud Aznar y otros (2003) indican que, debido a que el
agresor utiliza como estrategia de dominación el aislar de su núcleo social a
la víctima, es entonces un área de intervención contra la violencia el
restablecer la vinculación social de la víctima, para lo cual es esencial
indagar sobre la manera en que se estructura el apoyo social. En concordancia,
el objetivo del presente trabajo es analizar el proceso de
vinculación-desvinculación del apoyo social que reciben algunas de las
estudiantes universitarias que experimentan violencia de pareja.
LA VIOLENCIA Y SUS ESTRUCTURAS
Rita Segato (2003a) expone a la
violencia como un hábito arraigado en la sociedad, el cual imposibilita que las
personas puedan reconocerla y nombrarla, lo que la convierte en un fenómeno no
reflexionado; por lo tanto, es “asimilado como parte de la ‘normalidadʼ o, lo
que sería peor, como un fenómeno ‘normativoʼ, es decir, que participaría del
conjunto de reglas que crean y recrean esa normalidad” (p. 132).
Segato (2003b) explica que las relaciones de género
tienen un papel fundamental en el origen de la violencia. Asimismo, identifica
que las estructuras elementales de la violencia se establecen a partir de dos
ejes que se interconectan. Uno es el eje horizontal, el cual se encuentra
constituido por relaciones de alianzas o de competición, y se sustenta en una
idea de contrato entre iguales; es decir, en categorías sociales que se
clasifican entre semejantes, sin embargo, se rige por el altercado. Por otro
lado, el eje vertical se caracteriza por vínculos donde predomina la entrega o
expropiación, y se sustenta en una idea de jerarquías que marcan un valor no
igualitario entre quienes componen estos vínculos, de modo que es el estatus el
que ordena las relaciones. Ambos ejes son cíclicos, se articulan y configuran
un sistema. La autora indica que la articulación de los ejes es una economía
simbólica; de manera que, el estar en un estatus menor se deriva de una
expropiación simbólica, lo que también denomina extracción de plusvalía
simbólica.
Actualmente, la doble inserción de la mujer en esta
estructura, tanto en el eje vertical como en el horizontal, produce
inestabilidad; por lo tanto, el sistema depende de la “dominación del hombre,
que recurre cíclicamente a la violencia psicológica, sexual o física”, con el
fin de restaurar y reciclar el orden de estatus. Debido a todo lo anterior,
Segato (2003b) propone el ámbito de la intimidad como como punto clave para
redirigir políticas que pretenden eliminar la violencia.
REDES DE APOYO SOCIAL
Las redes de apoyo social
permiten a los individuos establecer vínculos de ayuda y pueden constituirse de
dos maneras: formal e informal. Las redes formales son “conformadas por
organizaciones del sector público en los diferentes niveles de gobierno
(federal, estatal y municipal) (Gobierno de México, Instituto Nacional de las Personas
Adultas Mayores, s. f.). Por su parte, las redes informales surgen del ámbito
privado de las personas; Lomnitz (1990) identifica que estas redes actúan de
manera paralela o por debajo de las redes formales.
Al respecto, se ha encontrado que en México las mujeres
víctimas de violencia por parte de su pareja recurren a redes de apoyo
informales, por lo que son los(as) amigos(as) el apoyo social que las víctimas
perciben como el más representativo (Estrada, Herrero y Rodríguez, 2012).
VIOLENCIA DE PAREJA, SORORIDAD E IGUALDAD SUSTANTIVA
La Organización de las Naciones
Unidas (onu) define la violencia por un
compañero sentimental “como cualquier conducta por parte del cónyuge o de la
pareja actual o una anterior que causa daño físico, sexual o psicológico” (onu. Mujeres, 2019).
En México existen leyes que protegen a las mujeres contra
diversos tipos de violencia. La Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre
de Violencia para el Estado de Hidalgo, en su artículo 5, fracción viii, define a la violencia en el noviazgo como: “el
acto abusivo de poder u omisión intencional, dirigido a dominar, someter,
controlar o agredir a las mujeres de cualquier edad, mediante la realización de
uno o varios tipos de violencia, durante o después de una relación de noviazgo,
una relación afectiva o una relación sexual, y que viola sus derechos humanos”.1
A pesar de la tipificación por ley de la violencia en el
noviazgo, las dinámicas sociales crean una brecha entre los derechos de las
víctimas y la aplicación efectiva de la ley. En este sentido, es fundamental
analizar el apoyo social que pueden obtener las jóvenes que reciben este tipo
de violencia.
En la teoría de género la sororidad es un espacio
político, es la alianza entre mujeres en una relación de confianza y de apoyo,
con el objetivo de efectuar modificaciones en sus vidas y en su contexto, de
modo que este les sea más justo (Lagarde, 2006). En el ejercicio de la
sororidad “no hay jerarquía, sino un reconocimiento de la autoridad de cada
una. Está basado en el principio de equivalencia humana, igual valor entre
todas las personas”.2 Por lo tanto, la
sororidad “reconstruye a las mujeres y es un camino real para ocupar espacios,
lograr derechos, consolidar protecciones entre mujeres y eliminar el
aislamiento” (Lagarde, 1997).
Por otro lado, desde el marco legislativo la igualdad
sustantiva se define como: “el acceso al mismo trato y oportunidades para el
reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y las libertades
fundamentales”.3
Fredman (2016) indica que la igualdad sustantiva es
compleja, por lo que no debe reducirse a la igualdad de oportunidades. Así,
cuestiona que el derecho a una igualdad sustantiva esté delimitado a la
dignidad o a la igualdad de oportunidades y resultados, para lo que propone una
aproximación multidimensional. Explica que la igualdad sustantiva está dirigida
hacia los grupos que muestran desventajas, las cuales implican no sólo la mala
distribución de los recursos, también son las constricciones que, en función al
estatus de los individuos, las estructuras del poder les imponen, de ahí que el
trato igualitario para los individuos con diferentes constricciones puede
resultar en desventajas. “Una de las funciones del derecho a la igualdad
sustantiva es, por lo tanto, redirigir las desventajas para remover los
obstáculos y lograr una elección genuina […] Es necesario asumir que la
elección en sí misma puede ser problemática, pues las personas frecuentemente
adaptan sus decisiones a sus circunstancias” (Fredman, 2016, pp. 729-734)
(traducción mía).
La misma autora afirma que la reorientación de las
desventajas no debe contemplarse como la única dimensión de la igualdad
sustantiva sobre la cual se requiere intervenir, también es necesario
considerar los estigmas; es decir, las personas no acceden a veces al ejercicio
de sus derechos para no ser estigmatizadas (en este caso, evitan reconocerse
como víctimas de violencia de pareja para soslayar los juicios hacia ellas).
Otra dimensión de la igualdad sustantiva consiste en tomar en cuenta que las
personas requieren representación política en la toma de decisiones. Por
último, una cuarta dimensión es la transformativa, en la cual se plantea que
los individuos no deben ser quienes se acomoden a la estructura, sino que esta
requiere cambiar para ellos, por lo que es necesario el debate.
La violencia de pareja es un fenómeno social complejo, lo
que obliga a estudiarla desde las dinámicas sociales que establecen una brecha
entre las víctimas y el ejercicio de sus derechos a través de la aplicación de
la ley; es decir, es necesario aproximarnos a la comprensión de los obstáculos
para alcanzar la igualdad sustantiva. Lo anterior pretende plantearse en este
trabajo a través del análisis de las acciones de sororidad desarrolladas por
las estudiantes universitarias cuando una compañera o amiga presenta violencia
de pareja.
MARCO CONTEXTUAL
De entre las 32 entidades
federativas de México, Hidalgo es una de las que registra alto rezago social,
50.6% de la población vive en pobreza, del cual 40.6% se encuentra en pobreza
moderada y 8% en pobreza extrema.4
En algunos municipios del Valle del Mezquital la pobreza alcanza a 65% de la
población (Gobierno de México. Secretaría de Bienestar, 2019).
En el Valle del
Mezquital la identidad cultural se centra en el grupo indígena hñahñú. Esta
zona se caracteriza por una orografía árida, en consecuencia, se ha estimulado
la conformación de tierras de cultivo por medio de la creación de uno de los
sistemas de riego con aguas negras más grande del mundo; sin embargo, unos
pocos acaparan el acceso a este suministro, lo que genera severos problemas de
desigualdad económica y social, y obliga a la migración para laborar en Estados
Unidos de América (Arzate, 2011).
En este contexto, desde hace 20 años la Universidad
Autónoma del Estado de Hidalgo (uaeh) ofrece
educación superior a través de la Escuela Superior de Actopan. Actualmente la
institución brinda las carreras de Psicología, Diseño Gráfico, Creación y
Desarrollo de Empresas y Derecho. A la institución acuden jóvenes provenientes
de comunidades rurales y semirrurales aledañas.
METODOLOGÍA
Esta es una investigación
cualitativa. En los meses de septiembre y octubre de 2017 se llevaron a cabo
cuatro grupos focales de mujeres estudiantes de las licenciaturas en Derecho y
Psicología de la Escuela Superior de Actopan, de la uaeh.
Ambas licenciaturas se encuentran en un mismo centro universitario, lo cual
permite abordar un contexto común en la población de estudio. Se eligió
trabajar en las licenciaturas con mayor porcentaje de mujeres en su matrícula
escolar, Derecho (60.4%) y Psicología (83.6%) (Universidad Autónoma del Estado
de Hidalgo, 2017).
La técnica de grupo focal consiste en generar la
conversación sobre un tema de investigación con la finalidad de obtener
información sobre los pensamientos, sentimientos y experiencias de los(as)
participantes (Álvarez-Gayou, 2012). En este caso, se trabajó con grupos
focales debido a que se pueden recolectar datos de un mayor número de voces en
un menor tiempo, además de que es posible la sistematización de experiencias y
la “reconstrucción participativa de saberes” (Franco y Orozco, 2019, p. 289).
Pero una de las desventajas de utilizar esta técnica es que no es posible
entrevistar a profundidad a cada uno(a) de los(as) participantes.
Se utilizó el modelo de entrevista a profundidad, la cual
inició con el planteamiento del tema a conversar en el grupo focal: “hablemos
sobre el ámbito de la relación de pareja y la violencia que pueden llegar a
experimentar. ¿Qué situaciones viven las y los jóvenes de la Escuela Superior
de Actopan respecto a la violencia en la pareja? Puedes platicar algo personal
o algo que tú has observado en estudiantes que asisten a este campus de la
universidad.”
En los criterios para conformar la muestra se consideró
que las participantes fueran mayores de 18 años, estudiantes regulares del
turno matutino o vespertino, y que cursaran cualquier semestre de las
licenciaturas de Psicología o Derecho. Participaron en total 28 mujeres,
quienes asistieron de manera voluntaria y firmaron un consentimiento informado.
La muestra se encuentra en el rango de 18 a 27 años, con un promedio de edad de
20 años; 89% son solteras, una es casada, dos viven en unión libre y cuatro de
las participantes son madres.
Las entrevistas se llevaron a cabo en dos sesiones con
una duración en promedio de dos horas cada una; todas fueron grabadas y
transcritas. Con los datos obtenidos se realizó el análisis de contenido a
través de la perspectiva de género y se establecieron las siguientes
categorías: 1) la relación de las víctimas de violencia de pareja con los
recursos institucionales –redes de apoyo formal y familiar–; 2) el apoyo social
establecido por las compañeras de la víctima de violencia de pareja, y 3)
vulneración del apoyo social de las compañeras hacia la víctima.
RESULTADOS
RECURSOS INSTITUCIONALES DE APOYO SOCIAL CONTRA LA VIOLENCIA EN LA PAREJA
Los testimonios evidencian que
las jóvenes, por experiencia propia o de sus amigas, no consideran a las
instituciones gubernamentales como un lazo social para la protección de la
violencia; es evidente la descalificación y desconfianza que ellas establecen
respecto al servicio que reciben al momento de levantar una denuncian en contra
de su agresor.
La verdad las instituciones no hacen caso, en una ocasión
mi pareja me golpeó, me dejó el ojo hinchado, entonces yo voy, lo demando, voy
con el médico para que me examinara y me dice: “ah, no es nada”. Le digo: “o
sea, ¿tengo que venir casi muriéndome para que me hagan caso? ¿¡Qué onda!?” Y
no lo detuvieron, no pasó nada, simplemente no pasó nada. Entonces creo: ¿para
qué voy a esas instituciones si no hacen nada? No sirve, para mí no sirve
(Grupo focal matutino de mujeres estudiantes de Psicología).
Las estudiantes muestran desconfianza hacia las
instituciones debido a que experimentan la ineficacia en el respeto de sus
derechos humanos básicos, pues en estos contextos se reproduce el culparlas y
responsabilizarlas de la violencia, además de que minimizan las agresiones que
denuncian; por lo tanto, las participantes perciben a las instituciones como
indiferentes ante sus demandas de apoyo y protección. Asumen que denunciar las
expone a respuestas más violentas por parte del victimario. Es así como se
configura un abandono institucional y la reproducción de violencia de género
contra las mujeres jóvenes.
Otro lazo social que no establecen las univeristarias
para visibilizar su situación es cuando evitan comunicar a sus familias que
sufren violencia de pareja: “igual pues es la vergüenza de decir: ‘¡ay!, ¿cómo
les voy a decir a mis papás que estoy siendo violentada?’ Se van a enojar
conmigo, o cosas así, de lo que yo he escuchado [que dicen] mis compañeras o
mis amigas, es por eso, por su orgullo tonto, por la vergüenza” (Grupo focal
matutino de mujeres estudiantes de Psicología).
Para algunas estudiantes, tanto las instituciones
gubernamentales como sus familias representan mecanismos que reafirman el eje
vertical de las estructuras de la violencia, por lo que evitan acudir a estas
redes de apoyo para protegerse de lo que, en términos de Segato (2003b), les
representaría una mayor expropiación de plusvalía.
Al parecer la violencia se experimenta en secreto, pero
en la cotidianidad de las aulas y el contexto universitario también se suscitan
eventos de violencia de pareja, fenómeno que es ejercido y atestiguado por
los(as) estudiantes. En el caso de las participantes de esta investigación, se
manifiesta la restricción de compartir su situación con las instituciones y las
familias; por ello, en el espacio universitario, las amigas se convierten en el
vínculo más fuerte para enfrentar la violencia de pareja.
EL APOYO SOCIAL ANTE LA VIOLENCIA DE PAREJA EN LA
UNIVERSIDAD
Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el
entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el
camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué
sería de las mujeres sin el amor de las mujeres? (Lagarde, 2006, p. 124).
“A nivel mundial en 2012, en uno
de cada dos casos de mujeres asesinadas, el autor era su compañero sentimental”
(onu. Mujeres, 2019). México se ha convertido en uno de
los 20 países más peligrosos para una mujer.5
Al respecto, entre los años 2015 y 2018 se duplicaron los feminicidios; en 2015
ocurrieron 407, mientras que en 2018 la cifra fue de 845.6 Actualmente, en el país
suceden 10.5 feminicidios por día,7
por lo que la Organización de las Naciones Unidas ha colocado a México en el
primer lugar en feminicidos en América Latina.8
En el estado de Hidalgo, de acuerdo con información del
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (sesnsp), en 2019, la entidad, de entre las 32 del
país, se ubica en el sitio número once en la ocurrencia de feminicidios.
Respecto a lesiones dolosas y culposas9
contra mujeres, se ubica en el séptimo y sexto lugar, respectivamente.10
En relación con el feminicidio, Lagarde (2006) señala que
“no es sino la punta del iceberg de formas de
violencia de género integradas a la convivencia, recreadas por la impunidad,
hechos extremos de la opresión patriarcal” (p. 128). En este sentido, es
relevante analizar los elementos invisibles del iceberg
que se configuran en la vida cotidiana de las universitarias, como lo es la
violencia de pareja.11 En el presente estudio
analizamos las diversas formas en las que las jóvenes se involucran en
sororidad con las compañeras violentadas.
Mi novio me decía: “es que ya no les hables, es que esa
persona nada más te sonsaca, a mí no me gusta que te juntes con ellos”. Él como
que se molestaba y ya empezaba a jalonearme, a pellizcarme, y yo pues me
dejaba, no decía nada y lo único que hacía era llorar. [En el aula] siempre nos
sentábamos hasta atrás y ahí era donde de cierta forma yo pensaba que pasábamos
desapercibidos, pero pues los que estaban a nuestro alrededor sí se daban
cuenta, yo a veces sí escuchaba [comentarios hechos por los(as)
compañeros(as)], es que ya se pelearon ellos dos, es que ya la hizo llorar…
(Grupo focal vespertino de mujeres estudiantes de Psicología).
En la universidad se instaura la violencia de pareja como
un proceso de interacciones habituales dentro del aula, dinámica tolerada por
el grupo de compañeros(as) que se involucran como espectadores(as). Sin
embargo, algunas jóvenes muestran responsabilidad para intervenir, por lo
tanto, de espectadoras pasan a un papel más activo, se acercan a la víctima, la
proveen de apoyo sin que lo solicite, le aconsejan y le cuestionan el trato
indigno que recibe por parte de su pareja, procuran impulsar en ella la
reflexión sobre la violencia que experimenta, al igual que de convencerla de
terminar con la relación. De esta manera, generan protección grupal y emprenden
acciones de sororidad al visibilizar la violencia física y psicológica que
recibe la compañera, labores que trastocan la dependencia de la joven hacia su
agresor; por lo tanto, es a través del grupo de amigas que la víctima adquiere
un nivel de autonomía frente a la violencia perpetrada por su pareja.
[…] ahorita tengo una amiga que tenía un novio que la
trataba mal, no podía estar ella sola porque ya cuando veíamos ya andaba aquí
cuidándola, andaba rondando por toda la escuela. Ella llegaba con unos
moretones horribles […] entonces terminó con él, se la quitamos, porque se la
quitamos, la tuvimos mucho tiempo con nosotras, tratamos de que estuviera muy
apegada con nosotras (Grupo focal matutino de estudiantes de Derecho).
Las jóvenes manifiestan sororidad al empatizar con las
víctimas, no las asustan o amenazan al aconsejarlas que abandonen la relación
de pareja. Asimismo, al ejercer la sororidad las estudiantes vulneran el
aislamiento de la víctima y la dotan de poder para hacer valer su derecho a una
vida libre de violencia. Así, en grupo cuestionan y confrontan la violencia de
pareja, desmarcan a la compañera del trato cosificador que recibe de su novio;
ella, al protegerse de la violencia, rompe con el orden jerárquico de la
estructura que la posiciona en subordinación, así, limita lo que Segato (2003b)
establece como la expropiación simbólica, de manera que su respuesta de
protección le permite configurar plusvalía simbólica.
Lagarde indica que la sororidad implica “una
responsabilidad ética por parte de quienes tienen más para construir la
ciudadanía de género” (Lagarde, 2006, p. 131). En este sentido, las amigas, al
contar con mayor autonomía frente al agresor, apoyan a la víctima, y entre
todas ejercen su ciudadanía en el espacio universitario. Por otro lado, la
sororidad es también una “alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo,
subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones
específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión” (Lagarde,
2006, p. 126). Las amigas resguardan a la joven de la violencia, y para ello
involucran al cuerpo como medio de protección, también comparten
subjetividades. Esto último sin alcanzar una reflexividad con orientación política,
por lo que estas mujeres ejecutan esfuerzos para configurar una vida libre de
violencia, pero sin plantearlos en términos de derechos. De igual modo, son
acuerdos de protección y supervivencia carentes de objetivos dotados de un
sentido colectivo, labores aisladas, así como pactos solidarios de defensa sin
apoyo institucional.
Lagarde (2013) indica que para que se presente sororidad
es necesario la configuración de intereses comunes entre las mujeres; en este
caso, el oponerse a la violencia de género en la pareja es un estímulo para la
sororidad. El grupo de amigas confía en que, al intervenir en la violencia de
pareja sus estrategias tendrán el efecto de alejar a la joven del agresor. Por
lo tanto, asumen la responsabilidad de proteger a la víctima y creen que sus
respuestas de apoyo serán eficaces para lograr eliminar la violencia de pareja.
Una compañera de cuarto tuvo problemas con su novio, y en
una de esas la chava venía corriendo de la carretera a mi casa, desesperada,
con todo y sus maletas,12 porque su digamos marido
ya, la empezó a corretear porque la iba a golpear, nada más porque saludó a
alguien. Cuando voy viendo que venía el otro, abrimos la puerta de la casa, y
yo cerré, nos metimos al cuarto y le dije: “tranquilízate, no va a pasar nada,
pero dime ¿qué está pasando?”, “–Es que me quiere pegar”. Y le dije, “yo te
puedo ayudar siempre y cuando tú te dejes, si me ves que yo lo llego a golpear
porque me estoy defendiendo y tú agarras y te atraviesas y evitas que lo
golpee, no te puedo ayudar, solamente yo me estoy protegiendo” (Grupo focal
matutino de mujeres estudiantes de Derecho).
En ocasiones, al intervenir en la defensa, las amigas se
exponen a recibir violencia física por parte del agresor. Además, las
respuestas de las jóvenes son de no tolerar ni naturalizar la violencia de
pareja, así que la cuestionan, tratan de frenarla. Es probable que las
compañeras que se solidarizan con las víctimas también vivan violencia de
pareja, pero es evidente el rechazo que muestran hacia la violencia extrema.
Por otro lado, tal vez respondan en función de su experiencia, pues, según
Sundborg et al. (2015), las personas que han vivido violencia dudan menos en
prestar ayuda.
Los resultados del apoyo que las víctimas reciben de sus
amigas no siempre son los de desvincularlas totalmente de la pareja, muchas
jóvenes permanecen o regresan a las situaciones de violencia, de modo que
buscan ayuda, pero no abandonan la relación;13
razón por la cual sus compañeras y/o amigas deciden ya no apoyarlas o hacerlo
en menor medida, y así salir de la participación que adquieren en la relación
de violencia de pareja.
SE VULNERA EL APOYO SOCIAL
DE LAS COMPAÑERAS HACIA LA VÍCTIMA
Las compañeras y/o amigas se
involucran con el problema de la violencia de pareja al mostrar interés y
desarrollar mecanismos de protección para la víctima. El objetivo de esta red
de apoyo informal es detener la violencia, pero al no lograrlo, se frustra su
ayuda, situación que genera la desvinculación social de la víctima. La práctica
del derecho a una vida libre de violencia –al menos la pretensión de su
adquisición– por parte de las jóvenes, se convierte en un ideal al enfrentarse
con el sabotaje del victimario, pues las compañeras pasan de intermediaras a
víctimas.
Una amiga se peleaba mucho con su novio y yo a veces me
metía y les decía: “¡ya no se peleen! Estamos en la escuela”. Y una vez su
novio me dijo: “pues no te metas, son problemas de nosotros”. Entonces como que
de ahí dije: “bueno, buen punto, o sea, no sé por qué me tengo que meter […]
Entonces ahí decides quedarte como fuera, para no estar peleándote con tu
amiga, con el novio de tu amiga. Hasta nada más escucharla, nada más saber por
qué estaban peleando, pero pues hasta ahí (Grupo focal matutino de mujeres
estudiantes de Psicología).
En este caso, el agresor censura la sororidad entre las
compañeras y su víctima, con la finalidad de ajustar sus relaciones a
principios sociales de represión, de no cuestionamiento ni confrontación de su conducta
agresiva, de manera que la relación de la víctima con sus amigas se sujeta a
las alianzas subrepticias, acalladas en el espacio público y sólo ejercidas en
lo privado.
En consecuencia, se produce una brecha entre ellas, lo
cual es ambiguo. Por un lado, algunas se distancian de la víctima y mantienen
un vínculo como espectadoras, aunque no indiferentes, pues se muestran
preocupadas por el bienestar de la joven, conservan un grado de responsabilidad
con la víctima, pero su postura ya no es tan activa.
Otras veces, el apoyo de las amigas hacia la víctima pasa
de brindar protección al resguardarla y distanciarla del victimario, así como
de la confrontación directa con él, a un apoyo privado, velado y limitado a la
escucha. No obstante que, con frustración, permanece la sororidad en la escucha
y en el interés por la compañera. “Hay una chica en mi salón que vivió
violencia muy fea, el chico ahora nos ve feo a las que le hablamos, incluso
traje a mi hija [a la universidad] y dijo: ‘¡ay!, ¿cómo traen a sus pinches
chamacos a la escuela?’ Y ahí estaba mi hija. Nada más porque soy amiga de
ella, ya también decide tomarla conmigo” (Grupo focal matutino de mujeres
estudiantes de Psicología).
En la vida universitaria el agresor llega a valerse de
recursos no verbales como las miradas de enojo o amenazantes hacia las
compañeras, o de expresiones verbales que realiza en voz alta en espacios
comunes del centro escolar, para amedrentar a la red de apoyo, controlar la
interacción social de su pareja y marcar su aislamiento. Ante el miedo que
genera el abusador, para la red de apoyo el costo de ayudar a sus amigas es muy
alto, al grado de arriesgar su integridad física y la de sus hijos(as). En
algunos casos, las amigas retiran la ayuda debido a factores contextuales, por
presión de su familia de origen o de su pareja, para que resguarde su
seguridad.
Por otro lado, las amigas no se identifican plenamente
como víctimas colaterales de la violencia de pareja en la universidad, tampoco
manifiestan sentimientos de injusticia ni generan prácticas colaborativas para
el reconocimiento de sus derechos. No obstante, se convierten en covíctimas de
la violencia de pareja a través de las amenazas que reciben del agresor.
Además, no plantean a la amenaza como un delito, a pesar de estar tipificado en
el código penal mexicano.
Una de mis compañeras una ocasión se acercó conmigo y me
dijo: “pues yo veo que te trata muy mal, pero a mí me da miedo acercarme a tu
novio porque siento que me va hacer algo”. Y de hecho sí, porque después me comentó
que mi novio le había dicho que ya no se acercara a mí, que me dejara de
hablar. Fue la única persona de la que yo supe que realmente se acercó o que
tenía tal vez un interés en ayudarme, de cierta forma, pero sí me dijo que por
miedo mejor no hacía nada… (Grupo focal vespertino de mujeres estudiantes de
Psicología).
En algunos casos las amigas retiran la ayuda en respuesta
al miedo que les genera la prohibición por parte del agresor –de manera verbal–
de interactuar con la víctima. Cuando el abusador extiende la violencia hacia
el grupo de apoyo se determina con mayor impulso la inequidad, y los esfuerzos
por restituir la dignidad de las víctimas de violencia de pareja resultan
mermados. Aquí proponemos que se aplica lo que Lagarde (2012) determina como la
escisión del género “este extrañamiento entre mujeres: aquellas barreras
infranqueables que las distancian hasta el grado de impedirles reconocerse e
identificarse”. En este caso, el extrañamiento procede a una fase de sororidad
y es el resultado de la violencia, del miedo y la frustración que genera en las
jóvenes. Por otro lado, la red de apoyo, a pesar de alejarse de la víctima, no
pierde su sentido crítico sobre la situación; es decir, no crean una distancia
crítica, sin embargo, ahora la hace respecto al victimario y la extienden a la
víctima.
Ya ni si quiera la quiero escuchar, sí me importa y la
quiero, pero es que la escucho y me frustro porque yo le digo: “no seas
ridícula, ahorita vienes y chillas y después vas a estar ahí con él, no me
hagas perder el tiempo”. Y ya ni si quiera por chisme dan ganas de escuchar,
porque es lo mismo por lo que se pelean siempre, ya hasta me aburre, cuando veo
que me va a contar toda su tristeza yo me quedo frustrada, porque no puedo
hacer nada y al rato los ves otra vez besándose (Grupo focal matutino de
mujeres estudiantes de Psicología).
Las amenazas de violencia resquebrajan la sororidad entre
las compañeras, quienes excluyen a la víctima para evitar ser objeto de
violencia, y también establecen distancia debido a que la joven permanece en la
relación de pareja y no cumple con la expectativa de lograr que el apoyo de sus
amigas devenga en la disolución de la relación. Justo su condición de víctimas
genera vínculos de ayuda; sin embargo, su vigencia no es amplia, pues el que
permanezcan como víctimas motiva la fractura de su red. Lógica que reduce las
respuestas de apoyo, se deprecia la utilidad de la ayuda y se genera un
sinsentido de la sororidad, situación que resulta en una jerarquía entre el
grupo y la víctima; ella ahora es la “otra”, la que persiste en la violencia de
pareja, y así, la joven pierde valor frente a su red de apoyo.
En consecuencia, a la violencia de pareja las amigas ya
no la asumen como un problema común, se deslindan de la responsabilidad de
apoyar y proteger, de modo que se establece la diferencia entre ellas y “las
otras”, las que fastidian, de las que se cansan, a quienes culpan de permanecer
en la relación de violencia. Así, la víctima se posiciona en desigualdad frente
a la pareja y el resto de sus compañeras, con un riesgo mayor de exclusión
social, pues “el aislamiento de las víctimas de las fuentes de apoyo social se
ha asociado con un aumento en la severidad de abuso de pareja” (García et al.,
2014, p. 249). En este sentido, ya habían obtenido una red de apoyo con las
amigas (para algunas la única), y al permanecer o regresar con el agresor, se
debilita o se pierde el apoyo, el aislamiento se vuelve más marcado –al estar
desprovistas de una red–, entonces es probable que se encuentre más vulnerables
a la violencia extrema.
Cuando el agresor lograr distanciar a las amigas se
produce la desigualdad frente al hombre y la desigualdad entre ellas se
instituye, además de que se configura una estructura de violencia más compleja
que enmarca la segregación social de este grupo de estudiantes en el contexto
universitario. En dicha dinámica se devela el eje vertical de la estructura de
la violencia el cual, explica Segato (2003a), se configura a partir de un
sistema de estatus que consiste en el poder que se le quita (usurpa) a la mujer
para asegurar su sumisión y lograr el dominio de los hombres. En la actualidad,
las mujeres se insertan en este orden jerárquico y generan autonomía, lo que
las lleva a adquirir una “posición híbrida” dentro del sistema. La no
correspondencia de la posición de las mujeres en este sistema con sus
subjetividades genera violencia para aprisionarlas en la subordinación.
Asimismo, la sororidad les permite a las estudiantes
adquirir la “posición híbrida”, por ello reciben la violencia que las lleva a
mantenerse en la subordinación, posición que es reforzada cuando las compañeras
establecen un valor no igualitario entre ellas y la víctima, con la intención
de que el estatus les permita ordenar las relaciones (además de protegerse de
la violencia); sin embargo, como todas se encuentran en un nivel jerárquico
menor, estas acciones conllevan al respaldo en la extracción de plusvalía simbólica de la víctima y de las universitarias
en general.
Por lo tanto, las estudiantes universitarias, debido a la
violencia de pareja, participan en el ámbito público en condiciones de
desigualdad, tanto entre ellas como con los hombres que las violentan, pues la
violencia de pareja en el contexto universitario conlleva a que algunas
jóvenes, de manera individual y grupal, acumulen desventajas que las
desafilian, lo que limita la trascendencia de su esfuerzo por construir sus
derechos humanos, pues no logran acceder en su totalidad a las condiciones que
los garanticen, así pues, la violencia de pareja en universitarias ostenta una
repercusión comunitaria.
Centrar la atención en el proceso de
vinculación-desvinculación entre la víctima y su red de apoyo social en la
universidad es clave para contribuir al bienestar y prevenir que la violencia
se torne más severa contra todas las jóvenes involucradas. Como menciona
Fredman (2016), la igualdad sustantiva requiere abordarse de manera
multidimensional, de esta forma, las jóvenes que son la red de apoyo, al
pretender reorientar las desventajas de la víctima, tendrían que contar con
respaldo, y justo en esta fase se habrían de incorporar mecanismos de
protección más amplios como la información y la interacción de instancias
gubernamentales e institucionales con las amigas y la víctima. Por lo tanto, la
dimensión transformadora de la igualdad sustantiva será efectiva si se producen
cambios estructurales en favor de las personas en desventaja.
DISCUSIÓN
Este estudio tiene el objetivo de
contribuir al conocimiento sobre las redes de apoyo de las jóvenes
universitarias que presentan violencia de pareja, en específico, para
visibilizar el proceso de apoyo que las compañeras universitarias configuran
para la víctima.
Los resultados de este trabajo indican que las
estudiantes universitarias muestran desconfianza hacia las instituciones. En
una investigación efectuada en México con mujeres jóvenes se encontró que son
pocas las que denuncian a su pareja cuando reciben violencia, y quienes
denunciaron ante las autoridades no obtuvieron la respuesta de proceder con la
aplicación de la legislación correspondiente (González y Fernández de Juan,
2010). Además, son revictimizadas (Frías y Agoff, 2015).
Por otro lado, las jóvenes no confían a sus familiares
que experimentan violencia de pareja debido a que tienen vergüenza, lo que
coincide con lo encontrado por Rodríguez, Riosvelasco y Castillo (2018).
Asimismo, en una investigación mixta realizada con 64 mujeres mexicanas de 20 a
65 años, se identificó que 56.1% de las víctimas no buscaron apoyo en sus
familias. Y las que recurrieron a la familia experimentaron vergüenza, ya que
se le atribuyó la responsabilidad de la violencia a su elección de pareja
(Frías y Agoff, 2015).
Lo encontrado en esta investigación es similar a lo
expuesto por López-Cepero, Estrada-Pineda y Chan-Gamboa (2018) en cuanto a que
las amistades son percibidas como una de las más fuertes redes de apoyo para
las personas víctimas de violencia. En una investigación sobre violencia de
pareja en alumnos(as) universitarios(as) realizada en Chile, se encontró que
“respecto a la búsqueda de ayuda 57% mantuvo esta situación en secreto, quienes
compartieron este problema, lo hicieron en mayor número con los(as) amigos(as)
(34%), y en menor medida con sus familiares (12.6%)” (Vizcarra y Póo, 2011, p.
94). Dunham y Sen (citados por Weisz et al., 2007), en un estudio con 182
mujeres universitarias quienes vivieron violencia de pareja, identificaron que
67% de ellas reveló primero su situación a sus amigos.
Las redes de apoyo de las compañeras universitarias
motivan a las mujeres víctimas de la violencia de pareja a abandonar la
relación, lo que es coincidente por lo encontrado por Edwards, Dardis y Sylaska
(2015). Asimismo, en algunos casos, las compañeras proveen a la víctima de
apoyo sin que lo solicite y la motivan para buscar ayuda, esto es similar a los
resultados de Stylianou, Counselman-Carpenter y Redcay (2018).
La respuesta de las amigas es la de proteger a la
víctima; sin embargo, el miedo que les produce las amenazas del agresor las
lleva a retirar el apoyo. Al respecto, Weisz y otros (2007) encontraron que
cuando la severidad de la violencia es alta, la evitación por parte de la red
de apoyo es la conducta más usual, fenómeno que puede responder al miedo que
los pares presentan ante la persona abusadora. Por otro lado, si la violencia
es severa es más común que los amigos manifiesten respuestas de evitación
(Michel y Hudson, 1983. Citado en Weisz, et al., 2007).
Algunas limitaciones del presente estudio deben ser
reconocidas. Nuestros datos se suscriben a estudiantes universitarias que
pertenecen a una región específica de México. No es un estudio longitudinal,
por lo que se desconoce el proceso de apoyo a largo plazo. Futuros estudios
pueden replicarse en población no heterosexual, no universitaria y de otras
regiones del país.
CONCLUSIONES
En este trabajo se desarrolla el
análisis del proceso de vinculación-desvinculación del apoyo social que reciben
algunas estudiantes que experimentan violencia de pareja en la universidad. En
el proceso de apoyo informal se involucran las amigas de la víctima, quienes
desarrollan el papel de red de apoyo contra la violencia. Sin embargo, la ayuda
se fractura cuando la red percibe como frustrado el que la joven abandone al
agresor, y como resultado de las amenazas de violencia contra ellas y/o sus
hijos(as) por parte del victimario, así, la sororidad del grupo de apoyo pasa
de la empatía a la evitación de la víctima. Como consecuencia, las jóvenes
acumulan desventajas en su trayecto por la universidad, originadas por recibir
violencia por parte de su pareja y de la consecuente desvinculación con su red
de apoyo. Por tanto, el proceso de apoyo social hacia la víctima se asocia a la
recuperación de plusvalía simbólica y a la
desvinculación entre la víctima y la red de apoyo dentro de la universidad, a
la expropiación de plusvalía simbólica. No
obstante, esto último ya no sólo es por parte de los agresores, sino que
también de las compañeras que eran su red de apoyo. Debido a que la estructura
de la violencia es cíclica, dicha dinámica deja a las víctimas en una situación
de mayor subordinación social.
Es prioritario dirigir acciones que mejoren la confianza
de las mujeres hacia las instituciones, acciones que consideren crucial el que
las redes de apoyo formal contemplen e integren a las redes de apoyo informal
que, en las amigas, tienen las víctimas, donde se priorice tanto la seguridad
de la víctima como la de su red. Todo ello, como un medio para la inclusión
social de las jóvenes universitarias de manera democrática en condiciones que
no amenacen su integridad y que contribuyan a la conformación de la igualdad
sustantiva. Por último, maestros(as), trabajadores(as) sociales, psicólogos(as)
puede usar los resultados de este trabajo para aumentar esfuerzos dirigidos a
modificar las dinámicas que impiden a las jóvenes universitarias mantener sus
redes de apoyo ante la violencia de pareja.
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9 Artículo 8°: Las acciones u omisiones delictivas solamente pueden
realizarse dolosa o culposamente.
Artículo 9°: Obra dolosamente el
que, conociendo los elementos del tipo penal, o previendo como posible el
resultado típico, quiere o acepta la realización del hecho descrito por la ley,
y Obra culposamente el que produce el resultado típico, que no previó siendo
previsible o previó confiando en que no se produciría, en virtud de la
violación a un deber de cuidado, que debía y podía observar según las
circunstancias y condiciones personales (Código Penal Federal, 2019).
10 A. Hernández, “Hidalgo, 11 en feminicidios”, El
Independiente de Hidalgo, 6 de marzo de
2019. Recuperado de https://www.elindependientedehidalgo.com.mx/hidalgo-11-en-
feminicidios/
11 Investigaciones recientes se centran en la intervención educativa para
modificar actitudes y creencias ante la violencia, o bien, generar habilidades
en los(as) universitarios(as) para identificar situaciones de violencia en la
pareja y para responder de manera efectiva cuando son partícipes o
espectadores, pues es común que la negación, minimización o el no darle
importancia al evento puedan impedir el que reconozcan la violencia e
intervengan para limitarla o pararla (Amar et al., 2015; Weisz et al., 2007).
Lo anterior, ha sido abordado a partir de situaciones hipotéticas (Ruiz,
Expósito y Bonache, 2010), o por la medición de las reacciones que manifiestan
las personas que apoyan a las víctimas al momento en el que les cuentan las
situaciones de violencia (Weisz et al., 2007).
12 Los(as) universitarios(as) por lo general comparten la renta de un cuarto
con otros(as) estudiantes, los fines de semana es común verlos(as) regresar de
sus comunidades o municipios con sus maletas, tras pasar el fin de semana en
casa de sus familiares.
13 Existen diversas teorías que tratan de explicar las causas por las que las
jóvenes permanecen en relaciones de pareja violentas, como es el amor romántico
(Adams, Williams y Nagoshi, 2015), la falta de identificación de la violencia
por parte de la víctima (Páramo y Arrigoni, 2018), la protección del agresor
por parte de la víctima (Morales y Rodríguez, 2016), y la falta de recursos que
respalden la seguridad de la víctima al abandonar a su pareja (López-Cepero et
al., 2018).
* Este
artículo se deriva de un estudio más amplio titulado “Apropiación del derecho a
una vida libre de violencia: los(as) estudiantes universitarios(as)”. Proyecto
financiado por Prodep. Folio. UAEH-PTC-761.