10.18234/secuencia.v0i113.1860
Artículos
Los ferrocarriles y la
transformación
de la periferia de la ciudad de México
a partir de la segunda mitad del siglo xix
Railways and the Transformation
of the Outskirts
of Mexico City from
the Second Half of the
19th Century Onwards
Mauricio Ibarra Deras1, https://orcid.org/0000-0001-9705-2613
Teresa Becerril Sánchez2 https://orcid.org/0000-0002-9776-3367
1Facultad de Planeación Urbana y Regional, Universidad Autónoma del Estado
de México Campus Toluca, México midarq99@gmail.com
2Facultad de Planeación Urbana y Regional, Universidad Autónoma del Estado
de México-campus Toluca, México tebecerril_3@yahoo.com.mx
Resumen:
Este artículo analiza una de las vertientes del proceso
de expansión inicial de la ciudad de México, ocupándose de la particular
dinámica de interacción que desde mediados del siglo xix tuvo lugar con la aparición de los primeros asentamientos
“extramuros”, los cuales se establecieron en la cercana periferia urbana, junto
a la localización también periférica, de las estaciones del ferrocarril de la
ciudad. A través de la exploración del vínculo desarrollado entre estaciones y
nuevos asentamientos, se espera no sólo corroborar lo que variadas fuentes han
afirmado en relación a que “los ferrocarriles y sus estaciones sirvieron para
orientar el crecimiento urbano de la ciudad”, sino también para aclarar que
esta relación no fue el resultado de la casualidad, sino que hay razones de
fondo que explican tal interacción, las cuales es necesario poner al
descubierto para contribuir a una mejor comprensión de los orígenes de la
ciudad contemporánea.
Palabras clave: ferrocarriles; nuevos asentamientos; periferia; ciudad de México; siglo xix.
Abstract:
This article analyzes one of
the aspects of the initial expansion of Mexico city,
focusing on the dynamics of interaction that took place from the mid-19th
century onwards with the emergence of the first “extra-mural” settlements,
established in the nearby urban periphery, next to the city’s railway stations.
The exploration of the link that arose between stations and new settlements is
not only expected to corroborate what various sources have declared regarding
the fact that “railways and their stations served to guide the urban growth of
the city.” It will also show that this relationship was not the result of
chance, but that there are underlying reasons explaining this interaction,
which must be explored to contribute to a better understanding of the origins
of contemporary Mexico city.
Keywords: railways; new settlements; periphery; Mexico city; 19th century.
Recibido: 4 de junio de 2020 Aceptado: 5 de marzo de 2021
Publicado: 30 de marzo de 2022
ANTECEDENTES
Durante las últimas tres décadas del siglo xix,
la ciudad de México se consolidó como el nodo ferroviario más importante del
país; en particular, una de sus estaciones, la de Buenavista, llegó a
convertirse en un elemento urbano fundamental, a partir de 1873, cuando quedó
formalmente establecida la línea del Ferrocarril Mexicano, la cual conectaba a
la capital con el puerto de Veracruz. La estación Buenavista, ubicada en la
periferia norponiente de la ciudad de entonces, llegará a constituirse en la
sede de la mayoría de las operaciones de carga y de pasajeros que por esos años
tenían lugar en el sistema ferroviario nacional.
Posteriormente, entre 1884 y 1888, se pondrá en
funcionamiento la estación del Ferrocarril Central, a tan sólo unos metros de
la estación del Ferrocarril Mexicano, con lo cual se confirma la tendencia a la
concentración de los servicios y operaciones ferroviarias en este sitio a donde
llegaban o desde donde partían las principales rutas del país, las cuales
comunicaban a la ciudad de México con Veracruz y con la frontera norte.
Esta configuración del sistema ferroviario, en el caso de
la ciudad de México, acabó por otorgarle una posición de importancia creciente
a este nodo ferrocarrilero asentado en Buenavista, produciendo efectos notorios
sobre la estructura física de la ciudad, dado que en esta periferia norponiente
se estimulará el desarrollo de nuevas actividades vinculadas al ferrocarril, lo
que a su vez producirá transformaciones territoriales significativas en sus alrededores.
Dentro de estas transformaciones, la necesidad de albergar a los trabajadores,
quienes de una u otra forma se relacionaban con el ferrocarril, constituyó un
motivo de consideración para los empresarios, quienes vieron en el
establecimiento y desarrollo de nuevos asentamientos una posibilidad que podría
reportar beneficios económicos a través del fraccionamiento y desarrollo de los
terrenos circundantes a la estación.
FERROCARRILES, NUEVOS ASENTAMIENTOS
Y EL PROCESO DE EXPANSIÓN DE LA CIUDAD
El proceso de expansión de la
ciudad de México a partir de la segunda mitad del siglo xix estaba fundado en múltiples causas, de entre
las cuales sobresalían como decisivas la modificación de los límites del
Distrito Federal en combinación con “la desamortización de las fincas rústicas
y urbanas de las corporaciones civiles y eclesiásticas”, que a partir de 1856
posibilitó la entrada al mercado inmobiliario de grandes propiedades urbanas,
muchas de las cuales suscitaron el interés de algunos incipientes fraccionadores,
quienes vieron la oportunidad de emprender prometedores negocios, basados en la
explotación de las tierras de la periferia y en los dividendos que producía su
parcelación, dentro de un contexto marcado por las nuevas necesidades
territoriales que por entonces comenzaba a demandar la ciudad. “El déficit de
áreas urbanas y habitacionales para la creciente población de la ciudad de
México se agravó a partir de la segunda mitad del siglo xix, época en que se inició la expansión de la
ciudad fuera de los límites que había conservado desde 1824. El 16 de febrero
de 1854 se expidió un decreto por el Congreso que marcó nuevos límites para el
Distrito Federal” (Jiménez, 2012, p. 18).
El paso siguiente consistió en encontrar la mejor
localización para estos emprendimientos y el poniente, norponiente y surponiente representaron la mejor opción para los
empresarios, aunque ello no fue impedimento para que otras áreas periféricas de
la ciudad, como el nororiente, también comenzaran a ser desarrolladas, aunque
en menor proporción.
La irrupción de la tecnología del ferrocarril también fue
vista como la posibilidad de emprender lucrativos negocios, los cuales
dependían de las tierras de la cercana periferia urbana, dado que esta novedosa
tecnología demandaba por sí misma grandes extensiones de terreno y el
norponiente se erigió como el lugar idóneo que ofrecía bajos costos de la
tierra, además de las mejores condiciones espaciales, topográficas y
ambientales.
En este proceso de instauración de la novedosa tecnología
ferroviaria es que los empresarios en busca de ganancias acabaron por
relacionar el negocio de las concesiones del ferrocarril con el del
fraccionamiento de la tierra y la fundación y desarrollo de nuevos
asentamientos, alentados por la dinámica de los valores, que inicialmente eran
baratos, pero cuya plusvalía podía aumentar significativamente a la llegada del
ferrocarril; lo cual constituyó un importante potencial que fue advertido
tempranamente por los fraccionadores y los impulsó para la fundación de nuevas
colonias.
La creación de nuevos fraccionamientos iba a relacionarse
con la lógica de la mejor ganancia, y esta mejor
utilidad se vinculaba, a su vez, con la localización más adecuada, ya que, como
dice Morales (2011), “era la que más convenía a los intereses económicos de los
fraccionadores, ante la falta de un verdadero control gubernamental” (p. 236).
La localización de los primeros fraccionamientos en torno
a la infraestructura ferrocarrilera tenía además una explicación fundamentada
en la postura del gobierno, la cual dejaba en manos de los empresarios la
conducción del proceso de expansión de la ciudad; “una urbanización realizada
con criterios de beneficio privado, facilitando la especulación de la tierra
[…] en beneficio de los fraccionadores que obtienen ganancias desmesuradas con
la formación de colonias en terrenos cuya plusvalía aumenta de un día para
otro” (Morales, 2011, p. 233).
Esta actitud permisiva tenía sus peculiaridades, habida
cuenta de que, como dice Ramírez (2019) “las esferas de acción pública y
privada no se encontraban delimitadas”, lo cual facilitó el desarrollo de
negocios en torno a las obras públicas, en las cuales los funcionarios del
gobierno jugaban al mismo tiempo el papel de empresarios ferrocarrileros o
inmobiliarios.
La obtención de ganancias económicas a través del vínculo
entre el desarrollo de los ferrocarriles y la adquisición y fraccionamiento de
tierras representó un aliciente, mismo que impulsó la formación de empresas,
entre cuyos socios aparecen tanto empresarios como políticos y funcionarios o
exfuncionarios gubernamentales. Es así como nombres como los de los hermanos Mosso o los hermanos Escandón aparecen de manera reiterada
al lado de representantes del gobierno como Manuel Payno, Francisco Somera o
Rafael Martínez de la Torre. Varios autores como Jiménez (2012), Morales
(2011), Ramírez (2019), o Córdoba (2007), han documentado la manera en que
estas alianzas permitieron que en muchas de las operaciones en torno al
desarrollo de líneas ferroviarias se entremezclaran los negocios de
especulación con la tierra y el lucro derivado de las concesiones ferroviarias,
al amparo de los esfuerzos gubernamentales que trataban de impulsar el
establecimiento de nuevas rutas de ferrocarril.
Para el caso de la estación Buenavista resulta fundamental
la relación de negocios establecida entre el empresario Antonio Escandón y el
abogado y también regidor y diputado, Rafael Martínez de la Torre, pues ello
permite explicar la conexión inicial entre la estación del Ferrocarril
Mexicano, en Buenavista, el cual comenzó a operar en 1873, y el surgimiento en
1874 de la que se conocerá como la colonia Guerrero, en el costado oriente de
la estación.
La asociación entre estos dos personajes, uno como
concesionario del Ferrocarril Mexicano, y el otro como promotor de la colonia
Guerrero, quedó sellada “en la sociedad que formaron para comprar la hacienda
de San José Buenavista y parte del potrero y huerta de San Fernando”, en 1865 y
1866 (Morales, 2011, p. 315), lo cual será decisivo para la futura conexión
entre la estación del ferrocarril y el que, en términos reales, se constituiría
como el primer asentamiento obrero de la capital.
Esta ventura comercial representa un buen ejemplo del
tipo de alianzas que los empresarios impulsaron debido a que proyectaron en los
ferrocarriles una importante fuente de actividad que, al desdoblarse
territorialmente, favorecería los terrenos aledaños a la propia infraestructura
ferrocarrilera, terrenos que, como en el caso de la colonia Guerrero, ellos
mismos se habían anticipado en adquirir (véase mapa 1).
Mapa 1. Los terrenos aledaños a la estación Buenavista en
1867
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital COYB.DF.M43.V1.0042. Ciudad de México, 1867. E. M. Sagredo,
Ministerio de Fomento, esc. 1:1000. Modificación propia (rótulos).
LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS
Y SU PROXIMIDAD CON BUENAVISTA
La aparición de la principal
estación de ferrocarriles de la capital reviste una importancia significativa
al hacer un recuento de la formación o consolidación de los primeros
asentamientos “extramuros” de la ciudad, por lo menos con los primeros cuatro
de ellos, de acuerdo con el orden en que lo ha descrito María Dolores Morales,
cuya primera etapa de expansión de la ciudad, que va de 1858 a 1883 (Morales,
2011, p. 239), revela una importancia indiscutible en términos de la
localización y proximidad de estos primeros asentamientos respecto de la
estación Buenavista.
De ahí que la correlación estaciones-nuevos
fraccionamientos tendría que ser abordada; esa es la visión de este trabajo,
como un proceso urbano en el que se inscriben ambos componentes y en cuyo marco
se desarrollan relaciones de interacción de distintos tipos (fuerza de trabajo,
ocupación territorial, actividades manufactureras e industriales, desarrollo
comercial, inversiones inmobiliarias, etc.), que al explotar las ventajas de
proximidad, se manifiestan entrelazadas sobre el territorio de la periferia de
la capital del país.
Esta manera de conceptualizar el proceso urbano de
expansión del siglo xix
ha llevado a varios autores a reconocer el papel que desempeñaron las vías y
las estaciones del ferrocarril en la estructuración y orientación del
crecimiento de la ciudad de entonces, tal como lo señala Tirado (2010): “En
algunas poblaciones las estaciones definieron los trazos del crecimiento de los
asentamientos” (p. 68). En esa misma dirección apuntan las afirmaciones de
Gortari y Hernández (1988) al señalar que: “la construcción de las vías de
ferrocarril y de tranvías en la ciudad de México y su periferia, fue un paso
fundamental en su crecimiento y contribuyó a orientarlo” (p. 67).
En este caso, al hablar de “crecimiento de la ciudad”, es
importante relacionarlo directamente con la fundación de nuevas colonias,
proceso que, durante la segunda mitad del siglo xix y comienzos del xx, dio origen a un crecimiento significativo que
incluyó a 34 nuevos asentamientos en la ciudad de México (Morales, 2011).
“Pasada la década de 1850, la ciudad se transforma, se amplía de manera
acelerada. Aparecen nuevas colonias, nuevos suburbios, crecen los pueblos y
villas aledaños y se intensifica el tránsito por las nuevas o reacondicionadas
vías de comunicación” (Lira, 2018, p. 26).
En esta dinámica de expansión urbana tendría que
necesariamente subrayarse el papel de los ferrocarriles y tranvías que
literalmente constituyeron el motor que dio impulso a la multiplicación de
nuevos asentamientos en la periferia citadina, es por ello que el mismo Gortari
y Hernández (1988) recalca la relación entre las vías, las estaciones y los
nuevos asentamientos que se formaron a sus alrededores, señalando que “al
facilitar el trazado de las vías de los nuevos transportes, así como la
construcción de las estaciones de ferrocarril y tranvías, las que a su vez
fueron un atractivo en el establecimiento de nuevas colonias” (p. 67).
Esta referencia resulta especialmente cierta, como se ha
dicho, en el primero de los tres periodos en que Morales ha dividido el
crecimiento y expansión de la ciudad de México de fines del siglo xix y principios del xx. En este lapso, que va de
1858 a 1883, aparecen las colonias de los Arquitectos, Barroso, Santa María la
Ribera, Guerrero y Violante, todas ellas –a excepción de la última– se fundarán
en la vecindad de una estación ferroviaria (véase mapa 2).
Mapa 2. Ciudad de México en 1886
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital. COYB.DF.M44.V11.0788. Ciudad de México con División de
Cuarteles, 1886. Debray Suc. Esc. 1 000 m.
Modificación propia (polígonos y rótulos).
Vale decir de paso que las cinco nuevas colonias,
fundadas en el poniente y norponiente, van a significar la incorporación de 2.4
km² (medición propia), lo que representaría un incremento de 28.23% de nueva
área urbana respecto de los 8.5 km² que, de acuerdo con datos de Morales (2011,
p. 235) e Ibarra (1991, p. 54), tenía la ciudad hacia 1858.
Tal como se aprecia en el mapa anterior, las colonias
Barroso (i), Santa María la Ribera (ii) y Guerrero (iv) se localizarán al lado de
la estación Buenavista, en tanto que la colonia de los Arquitectos (iii) se ubicará a pocos metros
al sur de esa misma estación, aunque el lote de terreno que la separa de
Buenavista, denominado el Rancho de los Aguacatillos, propiedad del mismo
fraccionador, permite establecer una continuidad territorial en la que pocos
fraccionadores han quedado en propiedad de los terrenos que rodean a la
estación, y que constituyen en su conjunto el soporte territorial de la primera
ola de expansión de la ciudad.
Además de la vecindad inmediata con la estación de las
colonias mencionadas, es preciso señalar que el que es considerado como el
primer asentamiento “extramuros”, la colonia de los Arquitectos, establecerá
desde un inicio su propio vínculo, en 1859, con la “Compañía del camino de
fierro a Tacubaya” y unos años más tarde el fraccionamiento también quedará
servido por el Ferrocarril a Tlalpan (Chalco). En tanto que el ferrocarril a
Toluca funcionará inicialmente como un transporte urbano, mediante tranvías
tirados por mulitas que conectaría la calle de Balbanera
(Pino Suárez) a la avenida de la Teja, en la colindancia sur de la colonia.
A partir de ahí operará un ferrocarril con máquinas de
vapor que conectará con Tlalnepantla y Toluca (Ibarra, 1991, p. 61), para lo
cual se fundará alrededor de 1870 una estación provisional sobre la avenida de
la Teja, constituyéndose en el antecedente de lo que, en 1896, se convertirá en
la principal terminal de pasajeros de la ciudad: la estación Colonia (véase
mapa 3).
Mapa 3. Ciudad de México en 1881
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital CGF.DF.M5.V2.0151. Ciudad de México, 1881. Comisión Geográfica
Exploradora; Litografía Debray y Sucs. Editores. Esc.
1 000 varas castellanas 1 000 metros. Modificación propia (aproximación y
rotulación).
Hacia 1885, Antonio García Cubas se refiere ya a los
antecedentes de esta infraestructura ferroviaria como “la estación de las
Colonias” (García Cubas, 1885, p. 321), haciendo evidente la relación entre
estos dos componentes urbanos. Este vínculo entre vías férreas, las estaciones
y los nuevos asentamientos que se asociaron a ellas, también han sido objeto de
varias referencias en las fuentes históricas. Así, por ejemplo Lira (2018) hace
notar el papel de los ferrocarriles como un elemento que se introduce para
formalizar las relaciones de intercambio entre la ciudad formal y los barrios
periféricos: “Cuando esta barrera fue derribada y fluyó de manera constante el
paso arrabal-ciudad-arrabal, se necesitaron adecuar mecanismos que facilitaran
dicha mecánica: se arreglaron los caminos, se introdujeron sistemas de carros
propios o de alquiler y más adelante, como señal fidedigna del progreso, se
introdujo el ferrocarril” (p. 6).
El mismo Lira (2018) reitera la importancia de la
correlación entre ferrocarriles y los nuevos asentamientos en la ciudad de
México al afirmar que: “Las vías férreas hicieron suyas las calles y acortaron
las distancias, se abrieron y fraccionaron nuevas colonias, en particular en
las periferias sureñas, donde ciertamente las condiciones eran mucho mejores
que las de la zona norte de la ciudad” (p. 13). Otros historiadores como Leidenberger (2011) van incluso más allá, al afirmar que el
tranvía fue un agente clave en la formación (geográfica, social, política y
cultural) de la metrópoli del Valle de México.
A pesar de que la expansión de la ciudad había comenzado
en el sur, como afirma Lira, con el establecimiento de algunos pequeños
asentamientos como la llamada colonia Francesa o el
barrio de Nuevo México, en realidad el crecimiento “extramuros” quedaría
marcado a partir de 1858 por la fundación de un fraccionamiento de 60 lotes
llamado la colonia de los Arquitectos, en el potrero de la Horca, en el
poniente de la ciudad (Morales, 2011, p. 279).
Es por ello que Galindo y Villa (1925) relata que, “Un
tanto cuanto ha prosperado la Ciudad hacia el Norte; bien poco por el Oriente;
casi nada por el Sur. En cambio, todo el progreso se extiende al Poniente y al
Suroeste” (p. 213). Esta aseveración es representativa del proceso en el que la
ciudad había comenzado a expandirse a partir de 1858 y en ese proceso los
ferrocarriles y sus estaciones, tanto como los nuevos asentamientos, buscaban
“encontrar una ubicación ventajosa para todos”, como sugería Owen (Benevolo, 1967, p. 7), y esta “ubicación ventajosa”, en el
caso del Valle de México, apuntaba, como se señala, en dirección
predominantemente al poniente y a sus dos ramificaciones norponiente y sur
poniente, que eran los rumbos que presentaban las mejores condiciones
topográficas y ambientales. Hacia allá se orientaban los esfuerzos de estructuración
de la ciudad como el Paseo de Bucareli y las construcciones sobre la calzada a
Tacuba (véase mapa 4).
Mapa 4. La ciudad de México en 1858
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital COYB.DF.M43.V2.0080. Ciudad de México en 1858. Jacquet r. des marais St. Martin.
Esc. s. e.
LOS TRANVÍAS Y SU CONEXIÓN
CON LOS NUEVOS FRACCIONAMIENTOS
En este proceso de expansión
inicial de la ciudad de México del siglo xix, es oportuno hacer una distinción entre lo
que, por una parte, se conoció propiamente como el ferrocarril, que era este
transporte movido por máquinas de vapor, diseñado para salvar grandes
distancias y cuyas estaciones regularmente se establecieron en las periferias urbanas,
y que, por otra parte, y derivado de esta misma tecnología ferroviaria, también
apareció esta otra modalidad, consistente en las vías de fierro que se
tendieron sobre las calles de la ciudad y por las que circularon tranvías que
inicialmente eran tirados por mulas, ocasionalmente por máquinas de vapor, y
posteriormente por electricidad.
Ambas expresiones ferroviarias, a pesar de sus
diferencias, se puede decir que también llegaron a fusionarse, tal fue el caso
del ferrocarril de la ciudad de México a la Villa, como primer transporte sobre
vías de la capital del país, impulsado por una máquina de vapor e inaugurado en
1857 y que a partir de 1874 se convirtió en un tranvía de mulitas, cuya
importancia radica, más allá de su modalidad tecnológica, en que representa el
primer ejemplo ferroviario que servirá para marcar “la pauta de la expansión
geográfica foránea del área metropolitana”, como dice Leidenberger
(2013, p. 94).
En este contexto, tocará al tranvía –como primigenia
modalidad de transporte público urbano sobre vías, que antecedió a la llegada
del Ferrocarril Mexicano y su estación de Buenavista– desempeñar un papel
catalizador que reunirá por primera vez la asociación entre los empresarios,
dueños de la concesión de una línea de tranvías, por un lado, y el surgimiento
del primer fraccionamiento de la ciudad, por otro, en el entendido de que esta
relación representaría un beneficio mutuo para ambas compañías: “ya que las
empresas privadas que obtenían las concesiones preferían establecer este servicio
donde mejor convenía a sus intereses, o sea, en los lugares que constituían
mejores mercados de demanda” (Morales, 2011, p. 236).
Francisco Somera, promotor de la colonia de los
Arquitectos, como primera colonia “extramuros” destinada a los estratos medios
y altos de la sociedad, estableció una red de relaciones político-empresariales
sobre la cual se desplantó el primer precedente de esta correlación tren-nuevos
asentamientos; en esta colonia el trazo y lotificación del fraccionamiento
incluye ya una reserva de terreno de 40 855 varas2 (28 553 m²), sobre toda su
colindancia oriente, para alojar ahí desde 1859 las instalaciones y estación
del tranvía a Tacubaya, que circulaba sobre la calzada del Resguardo, que
posteriormente se convertirá en la avenida Insurgentes (Morales, 2011, pp. 284,
288).
La línea del “tranvía de mulitas” a Tacubaya había sido
autorizada en el decreto de 1856 y “se abrió a la circulación a mediados de
1858”, recorriendo “aproximadamente cuatro y medio kilómetros” (Orozco y Berra,
1867, p. 226), que posteriormente será transformada en una línea impulsada por
máquinas de vapor. Esta concesión de tranvía no será, sin embargo, la única
línea que se relacionará con el nuevo fraccionamiento, ya que Somera, desde el
cargo que ocupa en el gobierno de la ciudad, podrá facilitar las negociaciones
con el señor Abreu, concesionario del Ferrocarril a Tlalpan (Chalco), para
hacer que este servicio pase por la colonia de los Arquitectos, para lo cual
venderá, en 1865, una superficie de 2 641 varas2 (1 841 m²) a esta compañía
ferroviaria, así como también venderá una servidumbre de paso a la Compañía del
Ferrocarril México-Toluca-Cuautitlán en 1872 (Morales, 2011, p. 288).
Estas conexiones del fraccionamiento de Somera cumplirán
la importante función de comunicar a la colonia de los Arquitectos con el casco
antiguo de la ciudad, develando el potencial de negocios que se podría derivar
de la relación trenes-estaciones-nuevos asentamientos, cosa que habría de
aprovechar el mismo Antonio Escandón, pero a un nivel de mayor envergadura, con
la estación de Buenavista, como afirma Lozada (2015): “Una vez triunfante la
república, Antonio Escandón, en cuyas manos estaba la concesión de la vía
México-Veracruz, compró un gran predio en Buenavista, con una casona incluida
para que sirviera como estación.”
Como se ha señalado, los hermanos Escandón desempeñaron
un papel muy activo en relación con las concesiones ferroviarias: primero con
la construcción del Ferrocarril Mexicano en 1856, gracias a una cesión de
derechos por parte de los hermanos Mosso, y de la que
en 1857 pudieron inaugurar un tramo de 4.5 km entre la ciudad de México y la
Villa de Guadalupe (Orozco y Berra, 1867, p. 226). Este proyecto constituyó “la
primera comunicación en rieles” en la ciudad de México (Leidenberger,
2013, p. 95).
Adicionalmente, Antonio Escandón también se hizo
propietario a partir de 1864 del Tranvía a Tacubaya (Aguayo, 2012, p. 77), por
lo que, con toda esta experiencia, es dado suponer que este activo empresario
habría estado en posibilidades de advertir la importancia de la valorización de
los terrenos de la periferia capitalina, especialmente cuando estos quedaban
relacionados con la infraestructura ferroviaria.
En 1865-1866, justo un año antes de que se pusiera en
servicio el tramo Apizaco-ciudad de México (Orozco y Berra, 1867, p. 227), que
tendría por sede la estación Buenavista, Antonio Escandón adquirió, en sociedad
con Martínez de la Torre, grandes porciones de terreno en el límite norponiente
de la ciudad, concretando con ello una alianza en la que se vincularía a la
principal estación del ferrocarril de la ciudad con el primer asentamiento
obrero de la capital, mismo que se establecería en esos años en la vecindad de
la terminal de Buenavista.
Estos empresarios entendieron claramente que los factores
de localización y proximidad eran fundamentales en una empresa cuya condición
particular se basaba en la posibilidad de asociar una estación del ferrocarril
con un nuevo asentamiento de escala considerable, el cual a su vez quedaría
vinculado a la vida ferroviaria a través de las actividades que ahí se
desarrollarían y para albergar a la población que las llevaría a cabo.
Escandón y Martínez de la Torre, quienes acumulaban ya
cierta experiencia en el campo de las concesiones ferroviarias y los negocios
inmobiliarios, sabedores de las repercusiones sobre los valores del suelo en
los sitios a donde llegaba el ferrocarril, habían advertido para entonces el
potencial de los terrenos alrededor de Buenavista, como el escenario donde
tendría lugar mucha de la actividad que se iba a derivar de la estación del
Ferrocarril Mexicano y, por lo tanto, la idea de una colonia obrera podría
llegar a resultar un negocio redituable.
Estas consideraciones han sido plasmadas por varios
historiadores en afirmaciones como las siguientes:
[…] un nuevo fraccionamiento podría ser convenientemente
desarrollado para albergar a aquellos que trabajaban no sólo en los patios del
ferrocarril, sino también en las actividades comerciales, industriales, de
transporte, y almacenaje, que se asociaban con el movimiento de personas y
bienes a través de la más importante estación y de la Aduana, localizada justo
al norte de la nueva colonia Guerrero (McMichael, 2002, p. 148).
[…] a partir de la edificación de la estación Buenavista,
este símbolo de modernidad atrajo a numerosos grupos de pobladores que vivieron
durante décadas del trabajo, comercio y nuevas necesidades de las compañías del
tren (Ramirez, 2018, p. 25).
LAS NUEVAS COLONIAS EN TORNO A BUENAVISTA
Previo al surgimiento de la
colonia Guerrero, en 1874, y de la estación de Buenavista, en 1873, habían
aparecido ya tres de las cinco colonias que Morales establece en la primera de
las tres etapas de expansión de la ciudad de México de 1858 a 1883 (Morales,
2011, p. 239).
En este orden de aparición de los nuevos asentamientos de
la periferia de la ciudad, las colonias Barroso y Santa María la Rivera
vendrían a ocupar el segundo y tercer lugares, respectivamente, después de la
colonia de los Arquitectos y antes de la colonia Guerrero (véase mapa 2).
Los cuatro fraccionamientos mencionados acabarán
estableciendo una relación indiscutible con las estaciones de ferrocarriles y
de tranvías. La colonia Arquitectos y, sobre todo, la colonia Guerrero, de
manera directa, y las colonias Barrosos y Santa María la Ribera de manera
indirecta, quedando únicamente la colonia Violante (Tepito) fuera de esta
esfera de influencia inmediata de las estaciones.
La fundación de la colonia Barroso, denominada en un
principio colonia de los Azulejos, constituyó en realidad un pequeño asentamiento
de cuatro manzanas con 32 lotes,1
localizado en la vecindad poniente de lo que unos pocos años después sería la
estación del Ferrocarril Mexicano de Buenavista y que acabará por ser
incorporada a la colonia Santa María la Ribera.
Esta nueva colonia iba a ser impulsada por los hermanos
Flores, al fraccionar su rancho de Santa María la Ribera, fundar en 1859 “la
primera sociedad inmobiliaria” (Tello, 2015) y desarrollar lo que vendrá a ser
el primer fraccionamiento de escala considerable, el cual abarcaba 53 manzanas
(Gortari y Hernández, 1988, p. 62), y al que además se dotaría de cierto
equipamiento como escuela, iglesia y mercado y “con calles trazadas a cordel” a
las cuales se les bautizó con nombres evocativos de la naturaleza: Álamo,
Chopo, Pino, Camelia, etcétera (Tello, 2015).
Si bien cronológicamente hablando las colonias
Arquitectos, Barroso y Santa María la Ribera preceden en ese orden a lo que más
tarde se llegará a conocer como la colonia Guerrero, es necesario señalar la
diferencia fundamental entre todos estos asentamientos, ya que en el caso de
los primeros (Arquitectos y Barroso) se trata de fraccionamientos, que además
de su limitada escala, tiene un desarrollo muy lento.
Esto último también acabará por caracterizar a la colonia
Santa María la Ribera, ya que ninguno de los tres asentamientos pudo llegar a
consolidarse durante todo el siglo xix,
a diferencia de lo que sucedió con la colonia Guerrero, misma que a partir de
su fundación en 1874 sufrió un vertiginoso proceso de fraccionamiento y
ocupación, de manera que al llegar el cambio de siglo se encontraba
prácticamente ocupada en sus 60 manzanas. “Esta fue la primera colonia de la
ciudad de México, que atrajo población rápidamente. En 1877, a los tres años de
su fundación, tenía ya 10,000 habitantes que vivían en alrededor de 800 casas,
mientras que la población de colonias fundadas veinte años antes, como la de
los Arquitectos y Santa María, era aún muy escasa” (Morales, 2011, p. 365).
Es por ello que es justo reconocer que, en un sentido
amplio, la colonia Guerrero se constituyó verdaderamente en el primer
asentamiento “extramuros” de la ciudad de México, cuya fundación en 1874 y
rápida ocupación y desarrollo había quedado vinculada desde un inicio al
emplazamiento de la estación Buenavista del ferrocarril, con la que colindaba
en su viento poniente y que se había inaugurado formalmente en 1873, con tan
sólo un año de diferencia respecto de la colonia Guerrero.
Tal vínculo no fue desde luego un hecho fortuito, detrás
de esta relación estaban –como se ha insistido– los mencionados personajes
Escandón y Martínez de la Torre, para quienes el advenimiento del ferrocarril,
cuya concesión estaba en manos de Escandón desde 1862, se asentó en la cercana
periferia norponiente de la ciudad, hecho que señaló una oportunidad
inmejorable de impulsar un negocio, motivado justamente por la introducción del
ferrocarril y que tuvo en la compra previa de los terrenos vecinos (1865-1866)
el fundamento de este negocio inmobiliario, como lo señala Ramírez (2018):
Por documentación del Archivo de Notarías de la ciudad de
México y por documentación del Archivo Histórico del Distrito Federal nos
percatamos de los grandes intereses económicos que tuvieron algunos empresarios
mexicanos en comprar tierras a bajos precios para más adelante crear
fraccionamientos en estos márgenes de la ciudad. Tal fue el caso de los
Escandón y de otros empresarios que a fines del siglo xix transformaron la fisonomía de la ciudad (p.
25).
Este proceso urbano tuvo sus primeros antecedentes cuando
los terrenos de Buenavista comenzaron a funcionar de manera informal como la
estación provisional del Ferrocarril Mexicano, al ponerse en marcha el tramo
Apizaco-ciudad de México, el 21 de enero de 1867 (Orozco y Berra, 1867, p.
227), justamente cuando el valor de los terrenos era aún muy bajo, situación
que, como lo habían previsto los fraccionadores, cambiaría rápidamente.
Esta circunstancia del crecimiento de la plusvalía ha
sido advertida por Morales (2011): “En 1872, dos años antes de la creación de
la colonia Guerrero, en la 2ª calle de Guerrero, ésta valía como terreno
agrícola $0.02 el m² y en 1901 se cotizaba a $13.40, o sea que en veintitrés
años aumentó su valor 657 veces” (p. 245). En contraste, la colonia Santa María
la Ribera no tuvo una plusvalía tan acentuada como la colonia Guerrero, ya que
los lotes “se vendieron en sus inicios a $0.27 el m² (real y medio la vara2) y
en 1901 se cotizaba a $15.00 el m², lo que significa un aumento en su valor de
55 veces en 40 años” (p. 245).
LA COLONIA GUERRERO, EJEMPLO PARADIGMÁTICO DE LA RELACIÓN
ESTACIONES DEL FERROCARRIL-NUEVOS ASENTAMIENTO
La colonia Guerrero fue
constituida a partir de tres fracciones de terreno, el rancho de los Ángeles, la
hacienda de San José Buenavista y parte del potrero de San Fernando, con lo que
se dio origen a las colonias Buenavista o San Fernando, que con el tiempo
acabarían conformando la colonia Guerrero, misma que tendería a fundirse más
tarde con los antiguos asentamientos indígenas que la rodeaban.
Los grandes terrenos en la vecindad oriente de la
estación Buenavista, los cuales habían pertenecido a corporaciones civiles y
religiosas, como el Panteón de Santa Paula y Camposanto de San Andrés (Galindo
y Villa, 1925, p. 212), fueron adquiridos por Martínez de la Torre, en sociedad
con Antonio Escandón, sirviendo para alojar a la primera “colonia obrero
modelo” de la ciudad de México (McMichael, 2002, p. 148), aunque, como se ha
señalado, ello no sucedió de manera espontánea. En el origen de este proceso
estaban las circunstancias derivadas de la desamortización de los bienes de las
corporaciones civiles y eclesiásticas, la modificación de los límites de la
ciudad y la actividad de empresarios como Martínez de la Torre y los hermanos
Escandón.
En el caso particular de la colonia Guerrero se venía a
sumar también el impulso que el presidente Lerdo de Tejada quería dar al
incipiente movimiento obrero y para quien la creación de una colonia obrera
resultaba un atractivo político. Se ha sugerido que el gobierno pudo haber
impulsado la creación de la colonia Guerrero como un barrio para indígenas y
migrantes a la capital, como una manera de liberar la presión que suponían
estos grupos cuyas malas condiciones de vida podrían representar un problema
para el gobierno (McMichael, 2002, p. 148).
La crónica del periódico El Monitor
Republicano, del 1 de julio de 1874,2
da cuenta de la inauguración de la primera calle de esta colonia, la cual fue
bautizada con el apellido del presidente de la república y en cuya ceremonia
estuvieron presentes, además de Lerdo de Tejada, el promotor Rafael Martínez de
la Torre y el arquitecto Manuel Rincón y Miranda, en una ceremonia que adquirió
tintes de fiesta nacional.
El proceso de compra y fraccionamiento de los grandes
terrenos que darían origen a la colonia Guerrero ha demostrado que, a pesar del
plan de Rincón y Miranda para desarrollar la colonia, especialmente la fracción
central (la de la hacienda de Buenavista), en realidad no existió un permiso
para su fundación de parte del Ayuntamiento (Galindo y Villa, 1925, p. 211) y
una vez establecidas las manzanas, tampoco existió una lotificación
formal, sino que los terrenos se fueron subdividiendo y vendiendo en grandes
porciones, por lo cual la mayoría de la superficie acabó inicialmente en manos
de unos cuantos propietarios. Se calcula que 68% de la propiedad había sido
vendida a tan sólo diez propietarios quienes habrían comprado terrenos con
fines especulativos (McMichael, 2002, p. 148).
La crónica de El Monitor Republicano
narra cómo Martínez de la Torre “ha cedido á precios
sumamente baratos muchos lotes á los pobres,
trabajadores ó artesanos y facilitándoles el modo de
pago casi, se puede decir, para cuando los compradores puedan hacerlo”,3 quizá como una manera de
congraciarse con el gobierno o bien como una forma de promoción de la nueva
colonia, que como lo indica la propia crónica era inaugurada en terrenos sobre
los que no existía ninguna infraestructura y cuyos futuros habitantes se
encargarían por sí mismos de introducir los servicios básicos de agua y
drenaje.
A pesar del gesto magnánimo inicial de Martínez de la
Torre, Morales (2011) dice que muy pocos serían los obreros e indígenas que
adquirirían lotes, ya que en realidad ello estaba económicamente fuera de su
alcance. La gran mayoría de este tipo de ocupantes acabó por rentar cuartos en
alguna vecindad, o se estableció en jacales provisionales sobre terreno
rentado, de manera que la combinación de arrendadores pobres con propietarios
de clases acomodadas, que encontraron en la colonia Guerrero una forma de multiplicación
de su capital a través del fraccionamiento, venta y renta de lotes, se vio
rápidamente reflejada sobre la estructura territorial de esta colonia, que
rápidamente se fue ocupando.
En 1881, a escasos seis años de haberse fundado el nuevo
fraccionamiento, hay un notorio contraste en el ritmo de ocupación de las
colonias vecinas de la estación Buenavista. La colonia Santa María la Ribera,
que a diferencia de la colonia Guerrero sí ostentaba un permiso del
Ayuntamiento de 1862 (Galindo y Villa, 1925, p. 212) y que había sido pensada
como un fraccionamiento campestre, destinado a las familias acomodadas de la
época (Tello, 2015), refleja una ocupación muy lenta en comparación con la
colonia Guerrero.
Hacia finales del siglo xix, todas las manzanas de la colonia Guerrero
estaban prácticamente saturadas; en tanto que su integración al antiguo casco
urbano buscaba dar continuidad a la traza reticular de la ciudad, como parte
del viejo anhelo encarnado por los ideales urbanos de fines del siglo xviii (plano de Castera). Así,
la extensión de la ciudad y su conexión con la nueva colonia comenzará en el
sector norte, en donde el antiguo barrio de Los Ángeles va a ser conectado con
los terrenos de Buenavista mediante el puente de “La Paz”, y a partir de ahí se
trazará la primera calle del nuevo barrio obrero, que llevará el nombre del
presidente Lerdo de Tejada, como lo relata la crónica de El
Monitor Republicano4
(véase mapa 5).
Mapa 5. Incorporación de la colonia Guerrero a la trama
de la ciudad
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital CGF.DF.M5.V2.0151. Ciudad de México, 1881. Comisión Geográfica
Exploradora; Litografía Debray y Sucs. Editores. Esc.
1 000 varas castellanas 1 000 metros. Modificación propia (acercamiento y
rótulos).
Posteriormente, la colonia Guerrero se extenderá hacia el
sur, fusionándose con lo que a mediados del siglo xix constituían los límites de la ciudad por ese
rumbo. Gracias a un acercamiento de un mapa histórico de 1881, es posible
advertir las construcciones importantes que se encontraban en los límites del
casco urbano: el Santuario de los Ángeles (44), al norte; Santa María la
Redonda (9), al oriente, y San Fernando (18) y San Hipólito (72) hacia el sur,
de la nueva colonia Guerrero (véase mapa 5).
Los siguientes acercamientos a los mapas históricos (6,
7, 8 y 9) ilustran el proceso de ocupación vertiginoso sufrido por la colonia
Guerrero en 43 años (1867-1910).
Mapa 6. 1867
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital COYB.DF.M43.V1.0042. Ciudad de México, 1867. E. M. Sagredo,
Ministerio de Fomento, esc. 1:1000. Modificación propia (rótulos).
Mapa 7. 1881
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital CGF.DF.M5.V2.0151. Ciudad de México, 1881. Comisión Geográfica
Exploradora; Litografía Debray y Sucs. Editores. Esc.
1 000 varas castellanas 1 000 metros. Modificación propia (rótulos).
Mapa 8. 1885
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital COYB.DF.M44.V11.0788. Esc. 1 000 metros. Ciudad de México
con División de Cuarteles (1886). Debray Suc.
Modificación propia (rótulos).
Mapa 9. 1899
Fuente: Mapoteca Orozco y Berra. Archivo Digital CGF.DF.M6.V5.0325. Ciudad de México, 1899. Ramón S. N. Araluce, Henrich y Ca., Barcelona. Esc. 1: 7 500. Modificación
propia (rótulos).
De esta forma, el proceso de expansión de la ciudad tenía
en la colonia Guerrero el núcleo primordial y más numeroso de nuevos pobladores
en la periferia cercana al viejo casco urbano, ya que la limitada escala de las
colonias Barroso y Arquitectos, además de su muy lento proceso de ocupación,
que también fue el caso de la colonia Santa María la Ribera, hacía de la
colonia Guerrero el más importante nuevo fraccionamiento de la periferia
citadina durante las últimas décadas del siglo xix.
La iniciativa de los empresarios, quienes al subordinar
la fundación de un nuevo fraccionamiento al emplazamiento vecino de la estación
ferroviaria, develaron a este proceso no sólo como una fuente de ganancias
económicas, como lo ha demostrado Morales (Morales, 2011, p. 245), sino también
como una fórmula en la que los asentamientos para obreros representaron una
oportunidad inmobiliaria de mayor suceso económico, comparado con los otros
nuevos fraccionamientos como las colonias Arquitectos, Barroso y Santa María la
Ribera, que habían sido pensadas en función de las clases acomodadas de la
ciudad y que, sin embargo, no dieron los mismos rendimientos económicos, como
sí lo hizo el caso de la colonia Guerrero. Estas condiciones estaban
sustentadas, por supuesto, en la relación con la terminal de ferrocarriles de
Buenavista, a la que había quedado unida desde su concepción.
Ahora bien, es oportuno señalar que el proceso de
fraccionamiento de la colonia Guerrero no se realizó, como se ha dicho, sobre
la base de una lotificación con “lotes tipo”, sino que fueron los compradores
quienes determinaron, en concordancia con el vendedor, la fracción de tierra
por adquirir, según sus necesidades y posibilidades, por lo que la lotificación
fue atípica, muy contrario a lo que en ese entonces se hacía en la planeación
urbana moderna de otros países (McMichael, 2002, p. 148).
Esta circunstancia relativa al tamaño a modo de los lotes
también pudo haber influido para el establecimiento de bodegas, talleres y
pequeñas fábricas, en conexión con la actividad ferroviaria, convirtiendo a la
colonia Guerrero en un asentamiento de la periferia cercana, que mezclaba la
vivienda en lotes pequeños, en donde se desarrollaban actividades
manufactureras al lado de actividades productivas más formales que tenían lugar
en los terrenos de mayor superficie. Las fuentes también nos dan cuenta de ello
al señalar que:
Cabe destacar que durante el siglo xix el estado mexicano estaba en una etapa muy
incipiente donde la necesidad de ordenar la estructura de las ciudades no
formaba parte esencial de su política nacional. Ello derivó en que las fuerzas
del mercado se manifestaran de manera muy clara, y posiblemente como en ninguna
otra etapa en la historia de la Ciudad de México, al definir el emplazamiento
de la naciente actividad manufacturera hacia la periferia urbana como resultado
de la llegada del ferrocarril impulsado a vapor y la localización de sus
estaciones (Cruz, 2015, p. 11).
A la relación entre la actividad manufacturera y la
localización de las estaciones ferrocarrileras, es necesario ofrecer
adicionalmente algunas consideraciones de importancia. La primera de ellas
tiene que ver con lo que el propio Cruz (2015) ha señalado en relación con la
relevancia de la vivienda-taller en donde se desarrollaban actividades
manufactureras, apuntando que: “La principal limitación de las fuentes de
información es que no toman en cuenta las actividades manufactureras que se
realizaron en las viviendas” (p. 4).
Es decir, la colonia Guerrero pudo haber sido en gran
medida, como plantea Cruz (2015), una colonia de talleres artesanales
integrados a las viviendas, más que una suma intercalada de viviendas obreras,
por un lado, y talleres y pequeñas industrias, por el otro. En tanto que la
segunda consideración de importancia tendría que ver con el hecho de que la
colonia Guerrero, más allá de albergar algunas incipientes industrias que por
ese entonces comenzaban a establecerse en la ciudad, tendría también que ser
vista y analizada, considerando que los ferrocarriles en sí mismos constituían
en ese momento “la gran industria de la ciudad”, misma que daba empleo a
numerosos operarios, quienes muy probablemente habitaban en las cercanías de su
fuente de trabajo, o sea la estación Buenavista.
A pesar de que estas dos situaciones constituyen de
momento escenarios hipotéticos, sí es necesario subrayar lo que ya se ha
mencionado con anterioridad en el sentido de que este gran espacio territorial
de la estación de Buenavista y los asentamientos aledaños, sobre todo la
colonia Guerrero, atestiguaron una dinámica urbana hasta entonces desconocida
en la vida de la ciudad. Por ello es por lo que en este punto vale la pena
sopesar lo que Yanez Rizo (1991) se pregunta,
refiriéndose a la llegada de la máquina de vapor a nuestro país, “¿qué
modificaciones sociales trajo consigo?, ¿qué organización del trabajo implicó y
quiénes fueron sus obreros?” (p. 14), para tratar de advertir la manera en que
estas implicaciones sociales y laborales tuvieron a su vez una expresión sobre
el territorio de la ciudad.
Ramírez (2018) afirma que la primera de estas importantes
transformaciones tuvo que ver con el tránsito que haría una población periférica,
predominantemente indígena, dedicada mayormente a labores agrícolas y de
servidumbre, hacia una población compuesta por artesanos manufactureros y
crecientemente por obreros:
Existe un elemento clave para comprender la trascendencia
de este barrio, se trata del ferrocarril en el siglo xix, un factor que ha ayudado a que esta área se
haya transformado de un espacio de indios a un barrio obrero (p. 6).
La fisonomía y los límites de los barrios indígenas se
transformaron con la entrada del ferrocarril. En la parte oriente del barrio,
la actual colonia Guerrero, se ubicaba la estación del Ferrocarril Central, que
iba a Veracruz (p. 23).
Las colonias Guerrero, Buenavista, San Fernando y Santa
María la Redonda, se crearon a fines del siglo xix, pero fue poco tiempo después que se
consolidaron como colonias obreras, como espacios del mundo ferrocarrilero que
se les dio una identidad propia (p. 26).
Afirmaciones como estas abonarían en favor de la idea de
que, para ese entonces los alrededores de la estación Buenavista comenzaban ya
a ser el asiento de talleres y de algunas de las muy incipientes industrias de
la capital que se habrían establecido en esta porción de la ciudad, dado que
había terrenos disponibles y a que la mano de obra necesaria para su funcionamiento
se localizaba justo ahí, entre el amplio sector de población indígena. Los
ferrocarriles, los talleres artesanales y algunas de las nacientes fábricas
habrían buscado una localización próxima a donde se encontraba la mano de obra,
lo cual permitió esta transición de un barrio indígena a uno obrero, en el cual
el ferrocarril vino a reforzar dicha transición, como afirma Ramírez (2018).
Por su parte, Yanez (1991) dice
que: “la máquina de vapor marca el cambio de la producción manufacturera a la industrial.
La máquina de vapor fue la fuerza motriz que permitió pasar al maquinismo y la
producción en serie, sustituyendo a la rueda hidráulica” (p. 40). Sin embargo,
el proceso de construcción de las primeras máquinas tuvo su origen en el
periodo manufacturero en el cual artesanos especializados llevaban a cabo sus
tareas “en talleres de herrería, fundición y carpintería” (p. 46). Estas
condiciones manufactureras, por muy incipientes que fueran en el México de la
mitad del siglo xix,
tuvieron que haber ofrecido ya cierta infraestructura básica como para que se
“propusiera la creación de una red nacional de ferrocarriles y la producción
del material rodante para la misma en los talleres y fundiciones del país” (p.
49). “Desde mediados del siglo xix
funcionaban en México modestas ferreterías que se alimentaban de chatarra y
algunos depósitos de mineral de fierro. Contaban con forjas, sopletes movidos
por grandes ruedas hidráulicas, cilindros de doble acción y hornos. En 1889
había este tipo de talleres en Durango, Jalisco, Querétaro, Oaxaca, Sinaloa y
México” (p. 50).
La propia construcción de la estación Buenavista, con la
infraestructura y edificios necesarios para albergar al primer ferrocarril de
importancia en el país (Ferrocarril Mexicano), puede ser vista en términos de
las necesidades que esta construcción generó, estimulando el establecimiento de
talleres manufactureros, así como por la atracción de mano de obra que esta
obra supuso. En 1873, cuando el presidente Lerdo de Tejada puso en funcionamiento
el ferrocarril Mexicano en la estación Buenavista,
estas instalaciones eran provisionales: “La mayoría de las instalaciones,
incluyendo bodegas, talleres y estaciones eran provisionales, empezando por la
de Buenavista, en la ciudad de México” (Yanez, 1991,
p. 53).
Es decir, apenas un año antes de la creación de la
colonia Guerrero, la propia instalación de la estación más importante del
ferrocarril en México estaba aún por ser construida; de manera que la estación
de Buenavista y la colonia Guerrero nacían prácticamente juntas, y quienes
construyeron toda esta infraestructura ferroviaria era esa mano de obra
indígena que se asentaba en los márgenes de la estación, quienes a lo largo de
las últimas décadas del siglo xix
fueron consolidando este asentamiento y dando forma a la transición hacia un
barrio obrero, como se ha mencionado en referencias anteriores.
En este proceso de consolidación, la construcción de
talleres más sofisticados requirió de más instalaciones, más infraestructura y,
por lo tanto, de más mano de obra.
Yanez (1991) dice que: “Paralelamente al crecimiento de las compañías, los
diversos ferrocarriles construyeron sus estaciones, bodegas y talleres de
reparación ligera y pesada. Los más grandes, como lo son los de San Luis
Potosí, Aguascalientes, Piedras Negras y Nonoalco, contaban incluso con la
maquinaria y los hornos de fundición necesarios para la construcción de
locomotoras” (p. 56).
Los terrenos de Nonoalco, situados en el límite norte de
la colonia Guerrero, se convirtieron así en “uno de los talleres más
importantes, a principios del siglo xx […] con departamentos de montaje, calderas, fluses,
herrería y fundición; tenía también grúas y martinetes de vapor” (p. 61). Lo
que implicaba que “Durante el porfiriato los talleres tuvieron un desarrollo
considerable y absorbieron una gran cantidad de fuerza de trabajo” (p. 56).
Esta modalidad de desarrollo manufacturero y
posteriormente industrial, que intercalaba a las propias instalaciones del
ferrocarril como una industria en sí misma y el establecimiento de talleres y
pequeñas factorías, era una circunstancia que comenzaba a ser familiar en el
horizonte del desarrollo industrial del país de mediados a finales del siglo xix, como señala Yanez (1991):
Antes de iniciarse el porfiriato México avanzaba ya hacia
el desarrollo industrial. Desde 1840 se fundaron fábricas en el país que
utilizaban las experiencias de la revolución industrial europea: los motores de
vapor y los husos y telares mecánicos. Surgieron así
fábricas de tela de algodón y de lana, de papel, de vidrio, talleres de
fundición y ferretería, etc. (p. 58).
En 1885 habían aparecido fábricas modernas en las más
variadas ramas de la industria: tejidos de algodón, lana, lino; peletería y
calzado; azúcar y piloncillo; pastas y conservas alimenticias; destilerías y
plantas vitivinícolas; loza y vidrio; siderurgia. En dichas ramas comenzó a
forjarse el nuevo proletariado industrial. Las fábricas crecieron en la ciudad
de México, Guadalajara, Puebla, Monterrey y Orizaba (p. 59).
Afirmaciones como la de Antonio García Cubas (1885)
respecto a que: “una gran parte de la población se emplea en el comercio, en la
industria fabril y manufacturera y en las artes en general” (p. 24), nos ayudan
a comprender cómo en las últimas décadas del siglo xix existía ya en el país una base industrial en
expansión, especialmente en ciudades como la capital, en donde la formación de
un nuevo proletariado urbano que provenía en su gran mayoría de entre la
extensa población indígena, asentada en la periferia norte y norponiente de la
ciudad, buscaba encontrar acomodo en las proximidades de esas fuentes de
empleo.
Habida cuenta de estas referencias, es factible inferir
que la colonia Guerrero desempeñó un doble papel urbano. Por un lado, fungió
como el hogar de numerosos grupos de trabajadores para quienes las
instalaciones ferrocarrileras de Buenavista representaban una fuente de empleo
muy próxima, lo que a su vez significaba una ventaja notable ante el escaso
desarrollo del transporte público en la ciudad o bien por el ahorro en los
costos de traslado que ello implicaba. Por otra parte, las peculiares
características en como se fue fraccionando y
lotificando la colonia, resultó un proceso que fue propicio para el
establecimiento de talleres, ferreterías y todo tipo de negocios que albergaban
las actividades manufactureras, industriales y comerciales que derivaban de la
existencia de la estación Buenavista.
A diferencia de las otras tres colonias contemporáneas y
próximas a la estación, la colonia Guerrero nacía como un asentamiento en donde
se intercalaban la vivienda de los obreros con los usos del suelo industriales
y comerciales, en franco contraste con las colonias Arquitectos, Barroso y
Santa María la Ribera, cuya concepción abogaba por un modelo de segregación
urbana, que buscaba ofrecer cotos de viviendas campestres a las clases
acomodadas de la ciudad de México del siglo xix.
CONCLUSIONES
El advenimiento de la novedosa
tecnología del ferrocarril a la cercana periferia norponiente de la ciudad de
México, durante la segunda mitad del siglo xix, produjo efectos importantes sobre la
estructura urbana de la capital. El incremento en el costo de los valores del
suelo fue uno de esos efectos que fue visto por los empresarios de ese entonces
como un potencial atractivo que alentó su participación, al advertir con cierta
anticipación de los beneficios económicos que podrían derivarse del
fraccionamiento y desarrollo de los terrenos aledaños a las estaciones, una vez
que el ferrocarril hiciera su arribo, dado que el factor de proximidad
representaba una variable primordial que podría ser explotada.
De manera que la relación estación-nuevos asentamientos
se convirtió en una fórmula que alentó el desarrollo urbano vertiginoso de esta
parte de la periferia capitalina; de ello la colonia Guerrero representa un
caso significativo al constituirse en el primer fraccionamiento obrero de
dimensiones considerables para su época, que había quedado vinculado a la
estación de Buenavista desde su concepción.
La asociación empresarial de notables personajes de la
época representó una alianza que reuniría en torno a este fraccionamiento al
poder económico y político, como sustento de una iniciativa empresarial que
suponía importantes beneficios económicos vinculados a la concesión del primer
y más importante proyecto de ferrocarril del momento: el Ferrocarril Mexicano,
el cual uniría al puerto de Veracruz con la ciudad de México y cuya estación
principal, Buenavista, se convertiría en un nodo de atracción de actividades
comerciales, manufactureras e industriales que iban a demandar terrenos para su
desarrollo y para albergar a los trabajadores que desempeñarían tales
actividades.
De esta forma, el proceso de expansión de la ciudad tenía
en la colonia Guerrero el núcleo primordial y más numeroso de nuevos pobladores
en la periferia cercana al viejo casco urbano, ya que la limitada escala de las
otras colonias vecinas de la estación, Barroso y Arquitectos, además de su muy
lento proceso de ocupación, que también fue el caso de Santa María la Ribera,
hacía de la colonia Guerrero el más importante nuevo asentamiento de la
periferia citadina durante las últimas décadas del siglo xix.
Detrás de este proceso se podía identificar la iniciativa
de los empresarios, quienes al subordinar la fundación de un nuevo
fraccionamiento al emplazamiento vecino de la estación ferroviaria, develaron a
este proceso no sólo como una fuente de ganancias económicas, como lo ha
demostrado Morales (2011, p. 245), sino también como una fórmula en la que los
asentamientos para obreros representaron una oportunidad inmobiliaria de mayor
suceso económico, comparado con los otros nuevos fraccionamientos como las
colonias Arquitectos, Barroso y Santa María la Ribera, las cuales habían sido
pensadas en función de las clases acomodadas de la ciudad y que, sin embargo,
no dieron los mismos rendimientos económicos, como sí lo hizo el caso de la
colonia Guerrero.
Estas condiciones estaban sustentadas, por supuesto, en
la relación con la terminal de ferrocarriles de Buenavista, a la que había
quedado unida desde su concepción, como se ha subrayado.
No obstante su lenta ocupación, las otras nuevas colonias
“extramuros” de la ciudad del siglo xix
acabarán también bajo la órbita de influencia de la estación Buenavista, dada
su proximidad física, lo que resultará determinante para su posterior
desarrollo, una vez que la colonia Guerrero comience a saturarse y cuando la
derrama de las actividades y la demanda de vivienda alcanzara a estos otros
fraccionamientos, que ante la presión inmobiliaria acabarán transformando su
vocación original de fraccionamiento campestre destinado a las clases
acomodadas, para dar paso a la construcción de viviendas plurifamiliares
obreras y a la mezcla de uso del suelo, condición muy diferente al
fraccionamiento meramente habitacional y campestre que había sido pensado así
por sus fundadores originales.
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3 “La fiesta de Buenavista y de Los Ángeles”, El Monitor
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4 “La fiesta de Buenavista y de Los Ángeles”, El Monitor
Republicano, 1 de julio de 1874, p. 1. Recuperado de http://www.hndm.unam.mx/consulta/publicacion/visualizar/558
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