10.18234/secuencia.v0i114.1981

Dossier

Guerra, exilio y comunismo:
Charles Phillips y los slackers de México, 1917-1921

War, Exile and Communism: Charles Phillips and the Mexican Slackers, 1917-1921

 

Arturo Zoffmann Rodríguez1* https://orcid.org/0000-0002-2557-7848

 

1Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional Autónoma de México, México azoffmann@fcsh.unl.pt

 

Resumen:

Este texto estudia el activismo político de la comunidad de desertores estadunidenses asentados en el México revolucionario durante la primera guerra mundial. El artículo se centra en la figura de Charles Francis Phillips, un insumiso neoyorquino que huyó a México en mayo de 1918. Allí, se implicaría activamente en la izquierda radical mexicana y entraría en contacto con agentes del gobierno soviético, implicándose en los esfuerzos para establecer la Internacional Comunista en México, Cuba, Guatemala, España y Estados Unidos. Efectivamente, exiliados como Phillips desempeñaron un papel importante para la izquierda radical de la posguerra y, en particular, para el desarrollo del comunismo en las Américas y más allá. Su deserción y exilio radicalizó y endureció su compromiso político, y, gracias a su movilidad, establecieron redes transnacionales que aprovecharían para establecer el movimiento comunista a escala internacional.

Palabras clave: exilio; primera guerra mundial; México; Estados Unidos; comunismo.

Abstract:

This text studies the political activism of the community of American deserters living in revolutionary Mexico during the first world war. The article focuses on Charles Francis Phillips, a rebellious New Yorker who fled to Mexico in May 1918. There, he became actively involved in the Mexican radical left and met Soviet government agents, engaging in efforts to establish The Communist International in Mexico, Cuba, Guatemala, Spain, and the United States. Indeed, exiles like Phillips played a crucial role in the postwar radical left, particularly in the development of communism in the Americas and beyond. Their defection and exile radicalized them and intensified their political commitment, and, thanks to their mobility, they established transnational networks they would use to establish the communist movement on an international scale.

Keywords: exile; first world war; Mexico; USA; communism.

Recibido: 10 de mayo de 2021 Aceptado: 3 de junio de 2022
Publicado: 13 de diciembre de 2022

La primera guerra mundial desorganizó las redes transnacionales de solidaridad de la izquierda. Numerosos partidos socialistas y sindicatos sucumbieron ante la presión patriótica de sus respectivos gobiernos y respaldaron el esfuerzo de la guerra. Al mismo tiempo, la guerra obstaculizó los viajes y la comunicación con el extranjero y justificó un endurecimiento de la represión estatal, dificultando los contactos transfronterizos. Sin embargo, el conflicto también dispersó a incontables exiliados, desertores y refugiados, quienes generalmente buscaron asilo en países neutrales. Y fue a través de estos represaliados que se fueron tejiendo nuevos vínculos solidarios que desempeñarían un papel determinante en la reorganización de la izquierda internacional tras la guerra. En estos exilios se fogueó también la nueva generación de militantes que sostendrían a los nuevos movimientos de izquierda tras 1918. En particular, la Internacional Comunista (Comintern), fundada por los bolcheviques en 1919, siguió los surcos de redes transnacionales de solidaridad y activismo vertebradas por la oposición a la guerra, la deserción y el exilio, que rara vez pasaban por una Rusia asediada y vapuleada. Esta relativa descentralización daba un amplio margen de maniobra a los demiurgos del comunismo a nivel local.

El análisis de la insumisión y el exilio pacifista durante la primera guerra mundial ayuda a corregir la visión preponderante en la historiografía sobre la izquierda transnacional, que tiende a presentar el armisticio como un parteaguas absoluto. Desde esta perspectiva, parecería que los movimientos surgidos a partir de 1918 se yerguen sobre un terreno más o menos virgen (Pons, 2014; Smith, 2014; Wolikow, 2010). No obstante, un estudio detallado de las experiencias de los demiurgos de la izquierda de los años veinte y treinta revela que se curtieron políticamente durante la guerra, a menudo en el exilio, donde establecieron redes transfronterizas en las que podemos vislumbrar los movimientos que eclosionarían tras el armisticio. Véanse, por ejemplo, los estudios centrados en este periodo de Rybak (2021), sobre los sionistas de Europa Central; y de Sayim, (2022), sobre la izquierda del antiguo imperio otomano. La biografía resulta una metodología útil para historiar la etapa formativa del movimiento comunista mundial debido al protagonismo de estos organizadores itinerantes en la construcción de los primeros partidos y grupos comunistas. Sobre la biografía como metodología en este campo, véase Struder (2015).

En este artículo se investiga la experiencia de los desertores estadunidenses exiliados en el México neutral y cómo el exilio transformó a muchos de ellos en organizadores del incipiente movimiento comunista. Gracias a su movilidad, sus contactos internacionales y su fuerte compromiso con la causa, estos desertores, insumisos y objetores de conciencia, tuvieron un inusitado protagonismo en la expansión del movimiento comunista en las Américas y más allá. El artículo se centra en la trayectoria de Charles Francis Phillips en 1917-1921, un estudiante neoyorquino al que la guerra, la deserción y su exilio en México propulsarían al estado mayor de la revolución mundial. Phillips fungiría como organizador itinerante de la Comintern en México, España, Estados Unidos, el Caribe y Centroamérica y se codearía con Lenin en Moscú. A pesar de lo espectacular de su trayectoria, Phillips representa a la nueva generación de militantes que construiría la Internacional Comunista. Su caso revela la importancia de la oposición a la guerra como experiencia formativa de una nueva hornada de revolucionarios, el acoplamiento de la Comintern a las redes pacifistas establecidas en el exilio en 1914-1918 y el papel del individuo en la conformación del nuevo movimiento comunista. La aspiración de la Comintern de ponerse al frente de los estallidos revolucionarios de este periodo estaba mediada por la labor de un número reducido de cuadros internacionales reclutados de manera un tanto accidental; lo cual imprimió al desarrollo de los distintos partidos comunistas un elemento importante de contingencia.

Aunque Phillips ha sido mencionado de pasada en estudios sobre el comunismo en México, España y Estados Unidos (Bizcarrondo y Elorza, 1999; Draper, 2003; Spenser, 2007; Taibo, 1986), su biografía es poco conocida. La única investigación específica sobre él es un breve escrito en ruso de Víctor Kheifets (2008), que, en cualquier caso, se centra casi exclusivamente en el paso de este personaje por Moscú en el verano de 1920, dejando a un lado sus experiencias en México en 1918-1919. El artículo aborda esta ausencia utilizando para ello una amplia gama de fuentes, algunas nuevas, como los documentos personales de Phillips, que se encuentran en el archivo del Instituto Hoover de Palo Alto, o sus extensas memorias inéditas, albergadas en la Biblioteca Rose de la Universidad Emory, en Atlanta (mucho más detalladas que su autobiografía oficial, publicada en 1993). Debido al enfoque biográfico del artículo, se priorizan este tipo de fuentes personales, que permiten reconstruir detalladamente su trayectoria.

LA GUERRA Y EL EXILIO

Charles Francis Phillips nació en Manhattan el 8 de octubre de 1894, en el seno de una familia judía de clase media. A pesar de que sus padres “no tenían ningún interés por los libros”, el joven Phillips era un lector voraz que pronto empezó a mostrar aptitudes para la escritura.1 Sus padres accederían a regañadientes a que se enrolara en la prestigiosa Escuela de Periodismo Pulitzer de la Universidad de Columbia. Su contacto con la bohemia de Greenwich Village estimuló aún más su vocación literaria. Allí se relacionaría con personajes como John Reed, Max Eastman, Susan Glaspell o Lydia Gibson. La compañía de la intelectualidad progresista de Nueva York también aproximó a Phillips al socialismo. Devino secretario del club socialista de la Universidad de Columbia, aunque la militancia de estos estudiantes de clase media era esencialmente contemplativa y tenía una dimensión hedonista e irreverente. “Básicamente, bebíamos alcohol barato, debatíamos e inventábamos programas”, recordaba Phillips (Shipman, 1993, pp. 1-20). El estallido de la primera guerra mundial daría un giro al hasta ahora inofensivo activismo de Phillips.

Opositor convencido de lo que él consideraba una guerra imperialista, Phillips se integró a la Expedición de Paz de Henry Ford, que en 1915 realizó una gira por Europa a favor de la paz. Sin embargo, el carácter “religioso y pacifista” de Ford irritaba al joven, cuya oposición a la guerra tenía un cariz más político y socialista.2 Fue uno de los organizadores de la Liga Antimilitarista Colegial, un frente estudiantil que condujo una vigorosa agitación contra el imperialismo y contra la entrada de Estados Unidos en el conflicto. Tras las elecciones de 1916, Phillips se afilió al Partido Socialista, que obtuvo 3.2% del voto haciendo campaña por la paz. La intervención de Estados Unidos en el conflicto, en abril de 1917, cambió la vida de Phillips. La declaración de guerra fue acompañada de una oleada de represión contra cualquier tipo de disidencia izquierdista y pacifista. La política de mano dura de Wilson contra los opositores a la guerra fue incluso más implacable que la de otras potencias aliadas como Gran Bretaña o Francia. Por otro lado, el Selective Service Act de mayo de 1917 buscaba crear un ejército permanente a través de una leva en masa sin precedentes en la historia del país. Casi 3 000 000 de jóvenes serían reclutados forzosamente en los meses siguientes (Chambers, 1987, pp. 211-213). Paralelamente, el terremoto político y social que supuso la entrada a la guerra dio vida a un movimiento pacifista, minoritario y hostigado por la represión, pero muy enérgico, y que abarcaba un amplio espectro ideológico: socialistas, anarquistas, feministas, humanistas, cristianos, activistas afroamericanos, anticolonialistas. Por motivos políticos, éticos o puramente individuales, muchos jóvenes trataron de evadir el servicio militar. De entre los casi 3 000 000 de conscriptos, 65 000 se identificaron como objetores de conciencia y más de 300 000 se escaparon de sus cuarteles o sencillamente no se presentaron en sus oficinas de reclutamiento (Keith, 2001, pp. 1336-1337).

En junio de 1917, Phillips fue detenido y llevado a juicio junto con Owen Cattell, quien también estudiaba en Columbia, y Eleanor Parker, licenciada de Barnard, acusados de promover la insumisión militar. El juez se mostró magnánimo debido a la “juventud” de los acusados y “el estatus de sus padres”, perteneciendo los tres a familias acomodadas.3 Se les impuso una multa de 500 dólares y Cattell y Phillips pasaron unos días en la cárcel.4 El castigo era leve si lo comparamos con la dureza con la que eran tratados los radicales de clase obrera, negros o inmigrantes. Por ejemplo, esa misma semana, los anarquistas de origen ruso-judío Emma Goldman y Alexander Berkman fueron condenados a dos años de cárcel (Goldman, 1970, pp. 613-614).

La experiencia del juicio y de la cárcel endureció las creencias de Phillips, quien redobló su implicación en el movimiento contra la guerra y se lanzó de lleno a la militancia en el Partido Socialista y sus campañas pacifistas. A diferencia de la mayoría de sus homólogos europeos, los socialistas estadunidenses adoptaron una postura internacionalista en su conferencia de San Luis, tirando el guante a la guerra imperialista. Debido a su activismo, Phillips fue expulsado de Columbia y tuvo grandes dificultades a la hora de encontrar un trabajo por sus “opiniones antipatrióticas”.5 El ambiente de fuerte polarización social también aumentó el sentimiento de camaradería entre los jóvenes disidentes, incluyendo que, en el plano romántico, Phillips y Eleanor Parker se casarían poco después del juicio.6 La Revolución de Octubre en Rusia supuso un revulsivo adicional para Phillips que, aunque sabía bien poco sobre los bolcheviques, interpretó los acontecimientos en Rusia como “el inicio de la emancipación del mundo” (Shipman, 1993, p. 44). La joven pareja soñaba con mudarse a Petrogrado, “donde seguro que los soviets nos darán trabajo”.7

Llamado a filas en febrero de 1918, el joven neoyorquino fue acompañado a Camp Upton por un agente de policía. En el cuartel, Phillips adoptó una actitud de resistencia pasiva, negándose a llevar uniforme y a participar en los entrenamientos a pesar de los abusos, insultos y palizas de los sargentos. “Phillips, pálido, cabizbajo, con su ropa de civil y sus lentes redondos, pasa su tiempo solo”, comentaba el Washington Times.8 No obstante, la obstinación de Phillips agotó la paciencia de sus superiores que decidieron licenciarle con deshonor, con la justificación de que había pasado por la cárcel el año anterior y, por lo tanto, era un criminal convicto no apto para el ejército. Los oficiales de Camp Upton temían que su actitud desafiante pudiera desmoralizar a los demás reclutas. Este episodio tuvo una gran repercusión mediática, siendo denunciado insistentemente en la prensa conservadora. El joven recibió cartas amenazantes que le acusaban de ser un “criminal, un maleante, un holgazán, un pacifista y todo lo que hace de un hombre un perro miserable”.9 El gobierno también sospechaba que la decisión de licenciar a Phillips pudiera “sentar un precedente que facilitaría la insumisión”.10 Efectivamente, el neoyorquino no sólo recibió amenazas, sino también muestras de “apoyo y simpatía” y alentó a otros jóvenes insumisos a seguir su camino.11 Así, las autoridades decidieron llamarle a filas nuevamente a principios de mayo de 1918; sin embargo, para entonces, Phillips ya no se encontraba en Estados Unidos. A mediados de abril se había fugado a México con su mujer.

La entrada de Estados Unidos a la guerra había transformado radicalmente a Phillips y a otros jóvenes de su entorno. La militancia contemplativa e idealista de sus años como estudiante dieron lugar a un compromiso mucho más serio y cargado de consecuencias. La represión estatal radicalizó sus ideas y lo predispusieron a los métodos intransigentes de los bolcheviques. El exilio en México le liberó de sus ataduras familiares, frustró definitivamente sus expectativas profesionales y le arrancó de su entorno familiar, ensanchando sus horizontes políticos y acoplándole a las redes transnacionales de activismo que recorrían las Américas, el Atlántico, y que acabarían llevándole a la Rusia soviética. Joven, móvil, enérgico y totalmente comprometido con una causa que le había empujado al exilio, Phillips se estaba convirtiendo en un candidato ideal para integrarse al incipiente aparato del movimiento comunista internacional. Aunque la trayectoria política de Phillips destaca por su compromiso y cosmopolitismo, muchos otros jóvenes insumisos, especialmente los que buscaron asilo en México, se vieron igualmente radicalizados y se convirtieron en un punto de apoyo para el nuevo movimiento comunista en las Américas.

LOS SLACKERS DE MÉXICO

Eleanor y Charles Phillips entraron clandestinamente a México por el desierto cerca de Douglas, Arizona. Gastaron los pocos dólares que traían consigo en sobornar a la policía mexicana. Durante varios meses, llevaron una vida “vagabunda y hambrienta” en Mazatlán, Sinaloa (Shipman, 1993, p. 62), donde sobrevivían gracias a la ayuda de un misterioso mecenas, el señor Escobar. Escapando de la miseria y en busca de un ambiente más estimulante, y aprendiendo español sobre la marcha, consiguieron llegar a la ciudad de México en febrero de 1919, tras un viaje largo y azaroso por un país donde “el orden era todavía frágil”. En determinados lugares continuaban las condiciones de “guerra civil abierta” (Shipman, 1993, p. 67).

Al dirigirse a la ciudad de México, Phillips estaba siguiendo el camino trillado de miles de desertores, insumisos y rebeldes gringos que cruzaron la frontera escapando de la represión del gobierno de Wilson en 1917-1918. Según los medios estadunidenses, hacia el final de la guerra había “unos 6.000 o 7.000” desertores estadunidenses en México.12 Algunos de estos slackers (haraganes), como se les conocía en Estados Unidos, eran apolíticos, pero muchos otros eran socialistas, anarquistas e internacionalistas convencidos. Entre ellos, encontramos al socialista neoyorquino Irwin Granich (alias Mike Gold), a quien Phillips ya había conocido a través de su militancia en el Partido Socialista. Había también activistas de los Industrial Workers of the World (iww), como Herman P. Levine (alias Martin Paley), intelectuales iconoclastas como Carleton Beals, socialistas veteranos atraídos por la revolución mexicana, como Robert Harman, o militantes camaleónicos como el excéntrico Linn A. E. Gale (La Botz, 2006).

No sólo era México un país neutral con una frontera larga y permeable: el país se encontraba sumido en un torbellino revolucionario desde 1910, cuando el insurgente liberal Francisco Madero se había alzado en armas contra la dictadura de Porfirio Díaz. Estas convulsiones despertaron el interés de la izquierda estadunidense, que se solidarizó activamente con el ala radical de la revolución mexicana, representada por Zapata, Pancho Villa y los anarquistas de Ricardo Flores Magón. Además, la izquierda radical estadunidense tenía contactos estrechos con organizaciones al sur de la frontera, en particular con los sindicalistas de los iww, que habían extendido su organización a puertos mexicanos como Tampico, pero también con el Partido Socialista, que tenía relaciones estrechas con el socialismo mexicano (Lomnitz, 2014).

La caída del régimen porfirista en 1911 generó un vacío de poder en el que diferentes facciones revolucionarias y reaccionarias pugnaban por la supremacía en un contexto de gran efervescencia social. Para 1917, los ejércitos de Venustiano Carranza se habían podido imponer (de manera aún insegura) sobre sus adversarios habiendo aglutinado, en torno a la constitución “jacobina” de Querétaro, a una amplia alianza de liberales y nacionalistas, caudillos militares, dirigentes sindicales y campesinos, y a sectores de una nueva burguesía ascendente. Esta coalición constitucionalista fue capaz de aplastar los últimos rescoldos del régimen porfirista, así como a los ejércitos campesinos de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Las relaciones del nuevo gobierno con Washington fueron tensas desde el primer momento. Carranza pronunciaba arengas antiimperialistas y seudorrevolucionarias, y amenazaba con suspender las concesiones petroleras a los estadunidenses y británicos en el Golfo de México, todo ello mientras coqueteaba con el gobierno alemán (Katz, 1984). Así, Carranza estaba dispuesto a tolerar la presencia de los slackers en territorio mexicano.

En cualquier caso, la autoridad de Carranza era frágil y el magma revolucionario no se había solidificado aún. Numerosos caudillos cultivaban su propia base social y construían sus movimientos con práctica autonomía del gobierno. Muchos de estos generales y políticos con ambiciones propias estaban dispuestos a patrocinar a los slackers con miras a aprovechar sus redes y su capital político y cultural. Ciertamente, en el ambiente nacionalista de la época, “los gringos eran odiados, pero nosotros éramos gringos con una diferencia: como refugiados del militarismo estadounidense, éramos enemigos del poder norteamericano y por tanto amigos de México” (Shipman, 1993, 66). Por lo tanto, los exiliados gringos podían encontrar numerosos mecenas dispuestos a ofrecerles apoyo económico y político. “Era particularmente fácil para los extranjeros implicarse en la política mexicana”, recordaba Phillips.13

Por otro lado, los ambientes de la izquierda radical en la ciudad de México representaban un terreno fértil para la intervención política de radicales extranjeros. En estos años de resaca de la revolución mexicana, un sector importante del movimiento obrero dio un giro hacia la izquierda. Durante las guerras civiles de los años anteriores, los sindicatos a menudo habían sido embaucados por diferentes caudillos con promesas que rara vez cumplían. La actitud de Carranza hacia el obrerismo era especialmente cínica, habiendo cultivado su apoyo durante la etapa más difícil de su enfrentamiento con Villa y Zapata en 1915, para luego reprimirlo una vez consolidada su posición. Aunque un sector del sindicalismo mexicano, encabezado por Luis Morones, seguía buscando el mecenazgo del Estado, en los “años rojos” 1918-1921 surgieron nuevas organizaciones obreras y campesinas que, a menudo bajo una vaga influencia anarquista, buscaban reafirmar su independencia frente al nuevo régimen nacionalista. Estas nuevas corrientes se mostraron receptivas ante las ideas y noticias que venían del extranjero, en particular ante el bolchevismo, y acogieron bien a los slackers, que se convirtieron en importantes intermediarios transnacionales (Taibo, 1986). Según el militante mexicano José C. Valadés (1985, p. 105), quien se codeó con Phillips y otros slackers: “nos sentíamos orgullosos de que los lazos internacionales se solidarizaran”. Definió a los slackers de la siguiente manera:

El slacker era el estadounidense que, ya por ideas, ya por miedo, había huido de Estados Unidos para no concurrir a la Guerra Mundial. Slackers había cientos, si no es que miles en México. El gobierno nacional los amparaba, porque el presidente Carranza simpatizaba con los imperios centrales (p. 76).

La sensación de compenetración internacionalista era recíproca. El slacker Mike Gold afirmaba:

En el movimiento radical de los Estados Unidos pude conocer muchos socialistas, pero pocos camaradas. Nadie tiene tiempo, ya que el alma de la gente ha sido marcada irreparablemente por el ajetreo febril y la superficialidad impaciente de la vida americana. Aquí [en México] hay algo diferente, y aunque no soy capaz de analizarlo exactamente, sé que se parece más a ese amor varonil de camaradas que será la base sobre la que construiremos el nuevo mundo.14

Estudiando los escritos de Phillips, de Gold o de Beals sobre su paso por México, no se percibe nostalgia alguna. La experiencia de la insumisión y el asfixiante ambiente belicista en la sociedad estadunidense les había enemistado con su país. México no sólo era para ellos un lugar de asilo, sino que les supuso un poderoso estímulo político.

En estos años la ciudad no sólo acogió a rebeldes estadunidenses, sino también a exiliados y migrantes de otros países latinoamericanos (como el anarquista colombiano Juan Francisco Moncaleano), inmigrantes revolucionarios de Europa (en especial a obreros libertarios españoles como Sebastián San Vicente) e incluso a un pequeño colectivo de anticolonialistas indios encabezados por el trotamundos Manabendra Nath Roy. Por lo tanto, a pesar de las condiciones de vida a menudo precarias y peligrosas, la ciudad de México representaba un lugar emocionante y lleno de oportunidades políticas. En palabras de Roy (1964, p. 43), México se convirtió en una inusitada “tierra prometida” para los rebeldes extranjeros.

Aunque el torrente de exiliados gringos disminuyó tras el fin de la guerra en noviembre de 1918, México mantendría su perfil como lugar de asilo durante décadas. De hecho, a mediados de los años veinte atraería a nutridos contingentes de exiliados latinoamericanos, especialmente venezolanos, cubanos, peruanos, salvadoreños, haitianos y nicaragüenses que huían de los regímenes represivos de sus países. En la ciudad de México tejerían redes de solidaridad, alimentarían sus sueños insurreccionales y, en especial en los años 1928-1934, tratarían de emprender expediciones armadas de cariz bolivariano y garibaldino en sus países. Estos años de fuerte cosmopolitismo en la ciudad de México, ubicación que sostiene una rica red de agitación circuncaribeña, han atraído una gran atención historiográfica (Carr, 2013; McBeth, 2007; Melgar Bao, 2009). Sin embargo, como demuestran algunos estudios recientes que se apoyan tanto en archivos estatales mexicanos como en fuentes extranjeras (Mir, 2018; Orduña y Torre, 2018; Ortiz, 2015; Ortiz y Arriola, 2017), ya en 1917-1918 la ciudad de México había sido imán para miles de exiliados, provenientes en este caso sobre todo de Estados Unidos, y también había vertebrado redes transnacionales de activismo que serían cruciales para el movimiento comunista y que estaban orientadas principalmente hacia la Rusia soviética.

Utilizando el pseudónimo de Frank Seaman, Phillips se introdujo en estos ambientes radicales, labrándose un nombre entre los slackers y entre la izquierda mexicana. Otro insumiso estadunidense (Beals, 1938, pp. 33-35) le recordaba como un “bohemio” y un romántico que “se dedicaba a recitar poemas de memoria” y que a menudo estaba turbado por su relación con Eleanor, de la que se separó a los pocos meses de llegar a la ciudad. Phillips fue contratado como encargado de la sección de lengua inglesa de El Heraldo de México, periódico del general constitucionalista Salvador Alvarado, quien dio libertad editorial a Phillips y le dotó de un generoso presupuesto. Esta sección adquirió un “sesgo de lucha de clases”, estando repleta de artículos en apoyo a la revolución rusa y en contra de la intervención aliada contra la república de los soviets. También denunció vehementemente la injerencia estadunidense en México, vinculando el socialismo con el antiimperialismo.15

Phillips entabló amistad con Roy, al que ayudó a formarse en el marxismo y a deshacerse de sus resabios nacionalistas. Roy (1964) recordaba al neoyorquino como “un joven alborotador, muy a la altura de su reputación” (p. 120). Gracias a su energía y carisma, los jóvenes extranjeros se ganaron un seguimiento en el Partido Socialista Obrero Mexicano, una pequeña organización de tradición socialdemócrata a la que Phillips, Roy y Mike Gold consiguieron escorar hacia la extrema izquierda, identificándose con “los bolshevikis [sic] rusos, los comunistas húngaros y los espartacos [sic] alemanes”.16 El partido contaba con apenas alrededor de 50 militantes en la capital y algunos más dispersos en provincia, pero había establecido vínculos con diferentes sindicatos, buscaba postularse como un referente nacional independiente del gobierno y estaba ansioso de rearmarse ideológicamente y fortalecer sus vínculos internacionales aprovechando la presencia de los slackers y demás exiliados en México. “Sentía que era parte del movimiento, en contacto con un verdadero sindicato, miembro del partido socialista, y con la revolución sucediendo a nuestro alrededor”, recordaba Phillips. “No me interesaban los slackers en absoluto, me interesaba la Revolución mexicana”.17 Tras su ruptura con Eleanor, segó su último vínculo con Nueva York y se dedicó en cuerpo y alma a la militancia. “Nunca abandonaré México”, decidió.18

A pesar de su pequeño tamaño, el Partido Socialista convocó a un Congreso Nacional Socialista en agosto y septiembre de 1919, con el objetivo de crear un partido obrero de ámbito nacional, independiente del gobierno y alineado con la Internacional Comunista de los bolcheviques. La iniciativa atrajo a una treintena de militantes obreros y campesinos de diferentes regiones del país que buscaban un referente nacional. Este encuentro se convirtió en un jalón para la creación de un partido comunista en México (Taibo, 1986, pp. 39-42). Los radicales extranjeros jugaron un papel importante en la conferencia. Phillips y Roy redactaron los principales documentos puestos a debate. De hecho, el principal adversario político de Phillips era otro slacker, el intransigente Linn A. E. Gale, quien, quedando en minoría, abandonó a los socialistas para fundar un grupúsculo comunista de efímera existencia.

LA CONEXIÓN SOVIÉTICO-MEXICANA

Estas actividades captaron la atención del viejo bolchevique Mijaíl Borodin, agente soviético llegado a México a finales de septiembre de 1919. Había sido enviado allí con un doble mandato del Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores y de la Internacional Comunista, buscando, por un lado, explorar una posible colaboración con el gobierno antiimperialista de Carranza y, por otro, potenciar el movimiento comunista en América Latina (Zoffmann, 2021). Borodin, quien más tarde se haría famoso como máximo representante de la Internacional Comunista en la China revolucionaria de 1923-1927, no hablaba español y no conocía a nadie en México; sin embargo, gracias a sus contactos con socialistas en Estados Unidos, donde había estado exiliado tras la revolución rusa de 1905, conocía de la nutrida comunidad de slackers de la capital mexicana que le podrían ayudar en su empresa.

Impresionado por sus soflamas bolcheviques en El Heraldo, Borodin contactó con Phillips, quien quedó imanado por el agente soviético. Aquí había “un hombre venido del gran centro revolucionario” que, además, “irradiaba una increíble energía y dignidad en sus formas”.19 Con su ayuda, la de Roy y la de otros slackers, el agente pudo entrevistarse con representantes del gobierno mexicano, sin demasiado éxito. Por otro lado, el emisario soviético utilizó la influencia de Phillips y Roy en el socialismo capitalino para rebautizar al pequeño Partido Socialista Obrero como Partido Comunista Mexicano, que nació declarándole la guerra al caudillaje izquierdista que había marcado los años anteriores, al sindicalismo reformista de Morones y sus aspiraciones políticas y a la actividad electoral en general.20 El hecho de que el neonato partido eligiera a los gringos Phillips y Evelyn Trent y al indio Roy como delegados mexicanos para el congreso de la Internacional Comunista de julio de 1920, atestigua el cosmopolitismo de la izquierda radical mexicana en estos años, o al menos de su elite intelectual. Sin embargo, debido a la premura con la que fue creado, el partido nació como una organización pequeña y frágil sin vínculos fuertes con el mundo sindical, y que fue incapaz de atraerse las corrientes de izquierda del obrerismo mexicano. El Congreso Nacional Socialista de agosto mostraba que había potencial para un partido comunista vigoroso, pero el deseo de Phillips, Roy y Borodin de marchar para Europa los llevó a desaprovecharlo (Zoffmann, 2021).

Borodin también implicó a Phillips en un episodio rocambolesco. El agente traía de Moscú una valija con joyas zaristas para vender en el mercado estadunidense, aprovechando que en su viaje haría una escala en Nueva York. Los fondos recaudados seguramente habrían de financiar al movimiento comunista en las Américas. Temeroso de que la policía estadunidense requisara los diamantes, Borodin los entregó a un conocido, un misterioso oficial alemán o austríaco, quien los llevó a Puerto Príncipe, supuestamente con el propósito de hacerlos llegar posteriormente a Estados Unidos. No obstante, las joyas desaparecieron en Haití. Una vez en México, Borodin encomendó a Phillips la misión de rescatar la valija. El agente, armado con un revólver y “dispuesto a todo”, encontró al oficial en Puerto Príncipe y recuperó el maletín, aunque el falso fondo que escondía las joyas había sido arrancado (Gómez, 1964, pp. 37-38).21

Phillips no sólo se había convertido en el demiurgo del comunismo mexicano y en agente soviético, su contacto con Borodin le propulsó al estado mayor de la Internacional Comunista. En plena expansión y desesperadamente carente de organizadores, la Comintern tenía un apetito voraz por trotamundos jóvenes, afanosos y comprometidos con la causa. En palabras de Phillips, tras su encuentro con Borodin, se convirtió en “un soldado de la Revolución” (Gómez, 1964, p. 35). El nuevo movimiento comunista ofrecía una expresión organizativa e ideológica idónea para el radicalismo que Phillips había estado incubando desde 1917. Su deserción y exilio habían segado sus vínculos familiares y habían fortalecido su compromiso con la causa. Su compromiso no era ya sólo con México, mucho menos con Estados Unidos, sino con la lucha de clases a escala mundial. La revolución mexicana le había entusiasmado, aunque esta se encontraba ya en reflujo, y las facciones nacionalistas y liberales habían sometido o fagocitado a las corrientes socialistas más radicales. Para slackers como Phillips y sus camaradas mexicanos frustrados por la victoria constitucionalista, la revolución rusa era “incomparable, superior a la mexicana” (Valadés, 1985, p. 77). Si su ideología había sido hasta ahora “vaga, utópica”, la Comintern le ofrecía un programa claro y una bandera.22 “Yo tenía madera para el comunismo desde el principio”, reflexionaría más tarde. “Era joven, entusiasta, un socialista ateo e internacionalista”.23 Phillips acompañaría a Borodin a España en diciembre de 1919, haciendo escala en La Habana, donde se reunirían con simpatizantes de la revolución rusa y proyectarían la creación del partido comunista cubano. Roy y Trent se les unirían unas semanas más tarde.

En España, el grupo tenía la misión de potenciar las fuerzas del comunismo en la Península Ibérica. “Las instrucciones que recibimos de la Comintern eran muy genéricas y altamente discrecionales”. En realidad, parece que este viaje fue proyectado por el Buró Occidental de la Comintern, radicado en Ámsterdam, y que estaba en contacto tanto con la extrema izquierda española como con Borodin. En sus primeros meses de existencia, la Comintern era una federación laxa y heterogénea de grupúsculos de extrema izquierda. La madre nodriza moscovita, enzarzada en una cruel guerra civil, no podía hacer valer su autoridad todavía. Así, surgieron focos de dirección alternativos, como el Buró de Ámsterdam (Conti, 1972). El estudio de este periodo formativo de la Comintern apunta a una formación más horizontal que, lejos de ser una marioneta en manos de los bolcheviques, estaba arraigada en realidades locales y se conjugó con una variedad de movimientos.

Phillips permanecería en España durante casi seis meses, y, bajo el pseudónimo de Jesús Ramírez, desempeñaría un papel crucial en la creación del Partido Comunista Español en abril de 1920. Al igual que el Partido Comunista Mexicano, esta nueva organización fue creada apresuradamente, a través de un “golpe de Estado” interno en las Juventudes del Partido Socialista Obrero Español.24 Así, nuevamente se desaprovechaba la fuerte simpatía que existía en 1920 en medios obreros españoles (tanto socialistas como anarquistas) hacia el bolchevismo. El nuevo partido no sólo carecía de una implantación significativa, sino que también se adhería a una corriente extremista del comunismo, que execraba la acción parlamentaria, rechazaba de manera sectaria cualquier clase de colaboración con otras organizaciones de izquierda e incluso flirteaba con la lucha armada (Andrade, 1983). El joven Phillips compartía en gran medida esta actitud, siendo su formación en el marxismo todavía bastante superficial. Esta mentalidad ultrarradical era común a muchos otros grupos protocomunistas de Europa y las Américas, soliviantados por las luchas sociales que siguieron a la primera guerra mundial, y era potenciada por el Buró de Ámsterdam de la Comintern, de orientación antiparlamentaria e intransigente (Conti 1972). Retrospectivamente, Phillips consideró que, de haber actuado con más paciencia, el comunismo español hubiese adquirido una mayor solvencia. Él y Borodin no dedicaron el tiempo necesario a “desarrollar contactos […] a través de lo que hubiesen sido los medios lógicos: viajando por el país, leyendo sistemáticamente la prensa obrera, visitando las sedes del partido [socialista] y de los sindicatos”.25

INTEGRÁNDOSE AL MOVIMIENTO COMUNISTA

El rito de transición definitivo para Phillips como cuadro comunista internacional fue su viaje a Moscú en julio de 1920, entrando clandestinamente a Rusia a través de Estonia. “Este viaje era decisivo para mí”, reflexionó (Shipman, 1993, p. 101). Delegado mexicano en el Segundo Congreso de la Comintern, pudo reunirse con los máximos dirigentes bolcheviques (incluyendo a Lenin, que le citó en el Kremlin para discutir sobre México), participar en debates sobre los principales problemas de la revolución e intercambiar opiniones y experiencias con revolucionarios llegados de todo el mundo. Paradójicamente, como explican Lazar y Víctor Jeifets, apoyándose en fuentes soviéticas, Phillips carecía de un mandato válido del partido mexicano, y sus documentos españoles fueron puestos en entredicho por la comisión de mandatos del congreso. Finalmente, Evelyn Trent cedió su mandato mexicano a Phillips, quien intervino en aquel congreso como delegado del pcm. A diferencia de Roy, preocupado sobre todo por la India, en el congreso Phillips se interesó sobre todo por las cuestiones relevantes para América Latina (Kheifets, 2008, pp. 149-151). La experiencia del congreso en Moscú no sólo consolidó a Phillips ideológicamente, sino que también insertó plenamente su militancia en el aparato de la Comintern y le integró psicológicamente en el nuevo movimiento comunista mundial. Sus habilidades lingüísticas, manejando el inglés y el castellano, sus contactos en México, Estados Unidos, España, y más allá, le convertían en un cuadro ideal. En Rusia también conoció a su futura esposa, Natalia Alexandrova, quien le acompañaría en sus futuros viajes.

Comprometido totalmente con la causa, fue enviado nuevamente a México a finales de 1920. Allí, acompañado por el japonés Sen Katayama y el italoamericano Louis Fraina, pretendía establecer una Agencia Latinoamericana de la Internacional Comunista y un Buró Latinoamericano de la Internacional Sindical Roja, con el objetivo de combatir la influencia “imperialista” de la Federación Americana del Trabajo de Samuel Gompers (Tosstorff, 2016, pp. 318-320). Al mismo tiempo, aprovecharía para reconstruir el maltrecho Partido Comunista Mexicano. También, en febrero de 1921, intervino en la creación de la Confederación General del Trabajo (cgt), un nuevo movimiento sindical radical e independiente del gobierno, impulsado por anarquistas y comunistas (Taibo, 1986, p. 118), que, para mediados de 1921, había alcanzado una influencia significativa. En gran medida, la honda larga de la revolución mexicana seguía haciéndose sentir sobre el obrerismo del país, que daba muestras de una enorme efervescencia. Los “años rojos” 1920-1921 presenciaron un repunte en las huelgas, el desarrollo de nuevos sindicatos, algunos de los cuales viraron hacia la extrema izquierda.

Esta radicalización se vio condicionada por la presencia de numerosos agitadores extranjeros en México, quienes actuaron como correa de transmisión de nuevas ideas y modelos revolucionarios. Aunque ya había llegado a su fin la primera guerra mundial, numerosos slackers decidieron permanecer en México, temerosos de las represalias del gobierno estadunidense. A ellos se unieron nuevos contingentes de refugiados europeos que huían de la persecución, de la crisis económica de la posguerra o de la guerra civil rusa, así como exiliados latinoamericanos que huían de la represión de los nuevos regímenes represivos establecidos en países como Perú o Venezuela. Así, la extrema izquierda mexicana continuaba siendo extraordinariamente cosmopolita. Valadés (1985) rememora:

Aquí, Linn A. E. Gale, secretario general (dijo) del Partido Comunista de México. Con éste dos o tres estadounidenses, quienes pronunciaron sus nombres entre labios. Al lado de Gale, surgió Roberto [sic] Haberman. Tras Haberman, Calogero Speziale, anarquista italiano. Después, Leopoldo Urmachea, anarquista peruano. En seguida José Allen, secretario general del Partido Comunista Mexicano. Acompañaban a Allen, Frank Seaman [Phillips], comunista estadounidense. Enseguida surgieron Martin Paley, judío, representante en México de los Industrial Workers of the World, así como Joseph Ellsworth, delegado del Partido Socialista de Estados Unidos. Finalmente saludé a Pablo Pablos [David Mijel’son, huido de la represión del Almirante Kolchak en Siberia], un barbado ruso de hermoso perfil, quien llevaba de la mano a su bella hijita Helen. Con Pablos estaba Alfred Stirner [el suizo Edgard Woog].

Así, Phillips, quien volvió a utilizar su antiguo pseudónimo, Seaman, encontró un terreno fértil para su intervención. Ya no era el exiliado culturalmente desubicado y de ideología borrosa que se había adentrado en México en mayo de 1918, sino un funcionario de la Comintern con un conocimiento considerable tanto de la doctrina marxista como del panorama político mexicano y que contaba con numerosos contactos en la capital. El joven participó en diferentes huelgas, como el paro de los ferrocarrileros de febrero de 1921, y contribuyó a la fundación de la cgt. “Desplegué una gran actividad, daba muchos discursos, en la calle y en los grandes mítines del primero de mayo”, y “hacía viajes de organización por todo el país”.26 El joven comunista mexicano Valadés (1985) colaboró estrechamente con Phillips en estos meses:

Este tendría la edad de veinticinco años. […] Su fisionomía le denunciaba judío. Él se decía estadounidense. Sobre su verdadera nacionalidad estaba su talento; y aunque en ocasiones le derrotaba su tartamudez, no por ello se oscurecía su cultura. Lo más interesante en él residía en el notorio deseo de disipar cualquier sospecha a propósito de su presencia en México; porque, ¿qué hacía en el país? ¿Cuál era su oficio o profesión? ¿Slacker? ¿Espía? ¿Por qué se mudaba de domicilio semana a semana? Hablaba un español muy quebrado, por lo que prefería el inglés. […] Seaman estaba bien informado sobre la situación política del país. Yo tenía la condición de estudiante (p. 95).

Efectivamente, además de la reconstrucción del partido comunista, la principal misión que la Comintern encomendó a Phillips y sus colaboradores, Katayama y Fraina, era el impulso del sindicalismo comunista en México y América Latina. Con este objetivo, tras la creación de la cgt, fundaron un Buró Latinoamericano de la Internacional Sindical Roja, vinculada a la Comintern. Este buró apenas mantuvo contacto con otros países de la región, pero desempeñó un papel importante en México. Su órgano de prensa, El Trabajador, que Phillips editaba, se convirtió en el periódico oficioso de la cgt. Además, el buró concentró a algunos de los más prometedores cuadros del obrerismo cosmopolita mexicano, no sólo comunistas, sino también libertarios, como el español Sebastián San Vicente o el peruano Leopoldo Urmachea, y sindicalistas como el militante de la iww Martin Paley. Este equipo se movía en un magma ideológico anarquizante pero comprometido con la revolución rusa. Estos activistas contribuyeron a muchos de los éxitos de la cgt en la primavera de 1921 (Oikión, 2009, p. 73). La actividad subversiva de estos extranjeros desconcertaba al gobierno de Álvaro Obregón y a sus aliados reformistas en el movimiento obrero, Luis Morones y sus hombres. Los enfrentamientos violentos entre izquierdistas y derechistas en las celebraciones del uno de mayo y en los días posteriores ofrecieron una excusa a Obregón para deshacerse de estos forasteros. Phillips fue detenido a finales de mayo junto con el resto de extranjeros de la cgt y del buró latinoamericano.

Tras unas semanas en la cárcel de Querétaro y de Manzanillo, Phillips fue desterrado a Guatemala con su esposa Natalia y el español San Vicente. Allí se implicaron en el movimiento obrero y trataron de fomentar la creación de un partido comunista. Sus esfuerzos no fueron en vano, ya que la Unificación Obrera Socialista guatemalteca, a la que “educaron en el leninismo”, acabaría transformándose más tarde en el partido comunista de ese país (Taracena, 1989).27 Tras unos dos meses en Guatemala, Phillips y Natalia decidieron regresar a México. Vestidos de mujeres mayas de luto, cruzaron el río Suchiate y reingresaron clandestinamente a México con el objetivo de reorganizar el partido y el buró latinoamericano. Se juntó con Valadés y con su ayuda retomó sus labores políticas y editoriales bajo el nuevo pseudónimo de J. Rocha. Sin embargo, “había habido una desmoralización en el partido debido a los arrestos y deportaciones”. Además, la policía obregonista “nos seguía los pasos”.28 Poco podía hacer el neoyorquino en estas condiciones. Así, Phillips preparó su regreso a Estados Unidos tras más de tres años en el extranjero.

Ingresó con Natalia a Estados Unidos con documentos falsos, haciéndose pasar por una pareja salvadoreña, los Gómez. En Chicago, Phillips, haciéndose pasar por un inmigrante centroamericano y conocido ahora como Manuel Gómez, llegaría a ser un importante organizador comunista. El punto culminante de su carrera revolucionaria fue la creación de la Liga Antiimperialista Panamericana en México en 1925, un frente promovido por la Comintern para combatir la injerencia de Estados Unidos en América Latina. En particular, esta organización libraría enérgicas campañas contra la ocupación militar estadunidense en Nicaragua y Haití. En gran medida, la Liga consiguió acoplarse a la antes mencionada red circuncaribeña de disidencia izquierdista y antiimperialista que tenía su foco en ciudad de México. Gracias a su capital político y cultural, Phillips fue elegido secretario de esta organización, participando también en el importante encuentro antiimperialista de Bruselas de 1927, donde se creó la Liga contra el imperialismo. Allí se codeó con pesos pesados del movimiento anticolonialista, como Jawaharlal Nehru, Chou En-Lai, Mohammed Hatta, Julio Antonio Mella y Víctor Haya de la Torre. Sin embargo, el auge del estalinismo desplazó en gran medida a la primera generación de comunistas surgida en 1917-1921. Gradualmente, Phillips fue apartándose a comienzos de los años treinta de la actividad política comunista. En 1932 fue expulsado del partido comunista estadunidense y, bajo su último pseudónimo, Shipman, se convertiría en un exitoso analista financiero.

CONCLUSIÓN

La trayectoria política de Phillips es un estudio de caso revelador sobre la primera generación de militantes comunistas. En 1919, el comunismo era un movimiento todavía bastante descentralizado y minado por la falta de organizadores experimentados. La neonata Internacional Comunista tuvo que apoyarse en un grupo de cuadros bastante reducido que proyectaron sus propios sesgos y particularidades sobre su trabajo político. No obstante, la Comintern no hubiese podido dar sus primeros pasos sin la ayuda de nuevos reclutas como Phillips y sus colaboradores (personajes variopintos como Roy, San Vicente, Trent o Mike Gold), con un bagaje ideológico diverso, pero pletóricos de energía y optimismo, que a veces rayaban con la temeridad. Debido a la experiencia de la guerra y el exilio, estos militantes habían roto con sus ataduras nacionales y familiares para dedicarse enteramente a la causa, y, gracias a la movilidad impuesta por su exilio, contaban con valiosos contactos internacionales. Eran, por lo tanto, activos inestimables para el naciente aparato mundial de la Comintern y desempeñaron un papel indispensable a la hora de sentar sus bases. Su vigor, idealismo y espíritu internacionalista se tienen que entender a través del prisma de su experiencia durante la guerra. La insumisión, la represión y el exilio reforzaron su compromiso político y les vincularon a redes transnacionales de activismo sobre las que se alzaría la Comintern. Aunque la vida de Phillips nos habla sobre todo del movimiento comunista, estas observaciones sobre la guerra y el exilio como fragua de una nueva generación de militantes cosmopolitas son extrapolables a otras corrientes de izquierda como el anarquismo, que se reorganizaría en 1922 bajo las banderas de la Asociación Internacional de Trabajadores.

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OTRAS FUENTES

Archivos

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2                             rl, jp, 605/5, cinta 4, p. 2.

3                             “Zealots in anti-draft law held for federal grand jury”, Santa Fe New Mexican, 7 de junio de 1917, p. 5.

4                             rl, jp, 605/5, cinta 5.

5                             Eleanor a Charles Phillips, 27 de julio de 1917. Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 11. Hoover Institute Archive (en adelante hia), Palo Alto, California.

6                             “Marriage sequel to arrests for opposing draft”, The Oklahoma City Times, 22 de septiembre de 1917, p. 8.

7                             Eleanor a Charles Phillips, 27 de julio de 1917. Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 11. hia, Palo Alto, California.

8                             “Would you kill a man who attacked your own mother?”, The Washington Times, 27 de febrero de 1918, p. 13.

9                             J. R. King a Charles Phillips, 4 de marzo de 1918. Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 11. hia, Palo Alto, California.

10                           “Phillips may be redrafted, officers assert”, New York Tribune, 4 de marzo de 1918, p. 1.

11                           Carta anónima a Charles Phillips, 4 de marzo de 1918. Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 11. hia, Palo Alto California.

12                           “Death by wholesale”, Tusla Daily World, 11 de mayo de 1920, p. 5.

13                           rl, jp, 605/5, cinta 9, p. 5.

14                           Irwin Granich, “Well, what about Mexico?” The Liberator, enero de 1920, p. 25.

15                           rl, jp, 605/5, cinta 10.

16                           Primer Congreso Nacional Socialista, septiembre de 1919, caja 1, carpeta 1. Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (en adelante cemos), México.

17                           rl, jp, 605/5, cinta 9, p. 1.

18                           ‘Chronology’ (s. f.). Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 4. hia, Palo Alto, California.

19                           rl, jp, 605/5, cinta 10, p. 6.

20                           “El nombre del Partido”, El Soviet, 26 de noviembre de 1919, p. 1.

21                           Telegrama de Phillips a Borodin, 22 de noviembre de 1919. Carleton Beals Papers, caja 148, carpeta 1. Howard Gotlieb Archival Research Center (en adelante hgarc), Universidad de Boston.

22                           rl, jp, 605/5, cinta 3, p. 6.

23                           rl, jp, 605/5, cinta 9, p. 5.

24                           Ramírez a Borodin, 6 de marzo 1920, p. 62. Internacional Comunista, AAVV-CV-16. Fundación Pablo Iglesias.

25                           rl, jp, 5/7, carpeta 3. Phillips a Jaffe, 15 de mayo de 1965. p. 1.

26                           rl, jp, 605/5, cinta 14, p. 5.

27                           rl, jp, 605/5, cinta 16, pp. 1-2.

28                           rl, jp, 605/5, cinta 16, p. 2.

*                             Becario posdoctoral de la División de Humanidades de la unam, bajo la asesoría del doctor Andrés Ríos Molina.