10.18234/secuencia.v0i114.2000

Artículos

El Ejército de Oriente y los límites
del patriotismo, 1861-1863

The Army of the East and the Limits of Patriotism, 1861-1863

 

Héctor Strobel1* https://orcid.org/0000-0001-5790-6610

 

1Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México hstrobel@colmex.mx

 

Resumen:

Este artículo trata sobre el reclutamiento y la conformación sociopolítica del Ejército de Oriente, 1861-1863. Me interesa demostrar que sus filas se integraron mayoritariamente con reclutas forzados, privados de su libertad, sumados a la cantidad menor de voluntarios que hubo en la tropa. Este acercamiento permite comprender las estrategias que desarrollaron sus generales, ya que el reclutamiento forzoso condicionó su actuación y, de cierta manera, los resultados de los combates. También analizo el papel de la prensa y de la historiografía para ocultar los hechos dentro de la configuración del discurso patriótico, así como las justificaciones de los generales para emplear la leva, el comportamiento de la tropa reclutada a la fuerza, las medidas adoptadas para que los soldados no desertaran y las consecuencias de haber formado ejércitos de esta manera sin recursos suficientes.

Palabras clave: Ejército de Oriente; patriotismo; leva; reclutamiento; intervención francesa en México.

Abstract:

This article deals with the recruitment and the socio-political formation of the Army of the East (Mexico, 1861-1863). I am interested in showing that this army was integrated with a significant number of volunteers and patriots, but that the bulk of its ranks was nurtured by forced recruits, deprived of their freedom. This approach allows to understand the strategies that their generals developed, since forced recruitment conditioned their performance and, in a certain way, the results of the fights. I also analyze the role of the newspapers and the historiography to hide the facts within the conformation of the patriotic discourse, as well as the justifications of the generals for using the levy, the behavior of the troops recruited by force, the measures taken to prevent the desertion of soldiers and the consequences of having formed armies in this way without enough resources.

Keywords: Army of the East; patriotism; levy; recruitment; French intervention in Mexico.

Recibido: 15 de junio de 2021 Aceptado: 18 de agosto de 2021
Publicado: 17 de agosto de 2022

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este artículo es demostrar que el Ejército de Oriente (1861-1863) se integró mayoritariamente con reclutas forzados, sumados a los voluntarios que hubo en las filas. En otras palabras, el presidente Benito Juárez enfrentó la guerra de intervención francesa con una cantidad importante de soldados privados de su libertad, sin interés en la política ni en defender al gobierno. La importancia de este enfoque radica en que ayuda a entender el devenir de la campaña militar y la lógica de las estrategias adoptadas por los altos mandos del ejército, ya que, además de preocuparse por los combates y los suministros, los generales mexicanos tuvieron que tomar precauciones extremas para no quedarse sin soldados: los vigilaban, los encerraban y sólo les entregaban comida suficiente cuando los hacían marchar y combatir. Esto condicionó el comportamiento de las fuerzas armadas nacionales y, en razón de ello, ganaron, perdieron o eludieron batallas.

El caso del Ejército de Oriente presenta una perspectiva privilegiada para analizar esta problemática por la abundancia de fuentes. Sin embargo, es importante subrayar que existe un inconveniente de origen en ellas porque los políticos y militares nunca reconocieron en público que sus fuerzas armadas se integraron con leva; al contrario, sostuvieron que las formaban patriotas libres. La prensa republicana reforzó este argumento al desestimar los casos de leva y privilegiar la publicación de noticias de soldados voluntarios y de donativos desinteresados con el objetivo de generar patriotismo. La historiografía liberal también reprodujo esta versión en las décadas siguientes para proyectar que existía apoyo popular al proyecto liberal de nación. No obstante, el reclutamiento forzoso es algo difícil de ocultar y se puede rastrear en documentación extraoficial, como en la correspondencia privada de los generales, las órdenes de reclutamiento, las crónicas de la época y, en algunos casos, los periódicos.

El Ejército de Oriente ha recibido una atención recurrente desde su formación. Sus contemporáneos escribieron bastante sobre él en discursos, ensayos, poemas, relatos, artículos y obras históricas. Diversos autores liberales lo relacionaron con la nación, la independencia, “el pueblo” y la patria, entre ellos Ignacio Altamirano, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto, José María Vigil, Miguel Galindo y Manuel Santibáñez. La historiografía académica de años recientes se ha alejado de esta tendencia para hacer aportes más objetivos. Norma Zubirán Escoto (2012, 2015), por ejemplo, se interesa en analizar su reconfiguración tras la caída de Puebla, centrándose en las dificultades que enfrentó. Ilihutsy Monroy Casillas (2004, pp. 22-23; 2013, pp. 175-177), por su parte, sugiere que el discurso patriótico que se generó alrededor de las fuerzas liberales sirvió como mito e ideal en las presidencias de Benito Juárez y de Porfirio Díaz para legitimar su posición con supuesto apoyo popular. Asimismo, Florencia Mallon (2003), Guy Thomson (2011) y Patrick McNamara (2007) señalan la existencia de comunidades indígenas en la Sierra Norte de Puebla y en la sierra de Ixtlán ligadas al liberalismo por interés que enviaron voluntarios al Ejército de Oriente. No obstante, pese a la importancia de su aporte, el apoyo de estas comunidades apenas representó una pequeña fracción de las fuerzas armadas, además de que solía ser frenado para que la movilización popular no se saliera de control. La batalla del 5 de mayo, por ejemplo, no sólo la libraron compañías de indígenas poblanos; es importante estudiar la conformación del resto del Ejército de Oriente para entender el fenómeno en su conjunto.

En este artículo analizo al Ejército de Oriente en seis episodios cronológicos que estructuré como apartados, porque cada uno enmarca problemáticas distintas. En el primero hago un balance de las fuerzas armadas de México en 1861 y explico la formación del ejército a partir del contexto bélico. En el segundo examino en qué consistieron las expresiones patrióticas de la población mexicana y cómo fueron explotadas o desaprovechadas. En los siguientes tres apartados profundizo en las alternativas de las autoridades ante la falta de presupuesto y patriotismo en las masas, que las orilló a usar leva para engrosar los batallones. También me detengo a analizar las consecuencias de esta medida, como su impacto social, la deserción y el condicionamiento de las estrategias militares. Finalmente, en el último apartado, expongo cómo y por qué se desintegró el Ejército de Oriente.

LA CREACIÓN DEL EJÉRCITO DE ORIENTE

El 11 de enero de 1861, Benito Juárez entró a la ciudad de México luego de tres años de ocupación conservadora. En los días siguientes reordenó sus fuerzas armadas para profesionalizarlas y reducirlas con el objetivo de ahorrar dinero y enfrentar a los conservadores, quienes continuaban la guerra. Además, pidió a los gobernadores que reorganizaran la guardia nacional de los estados, que en los últimos años había perdido su propósito: formarse con ciudadanos registrados para prestar servicio militar. Sin embargo, por la urgencia bélica y por la resistencia a enrolarse, tanto la guardia nacional como el ejército permanente siguieron conformándose como se había hecho con las fuerzas armadas desde la guerra de Independencia; es decir, con jefes y oficiales voluntarios, pero con casi toda la tropa reclutada a la fuerza, lo que hacía que su efectividad fuera casi nula. Además, no había cooperación por parte de los gobernadores para reestructurar a la guardia nacional según la ley. El ejército y la guardia nacional terminaron por parecerse demasiado porque ambos cuerpos se integraron con reclutas que no querían combatir. En ese contexto de continuación de la guerra y desorganización militar, se tuvo noticia de la aproximación de las fuerzas europeas al país (Strobel, 2020, pp. 290-292).

 

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Imagen 1. Caricatura de la manera en la que se formaba la guardia nacional.

Fuente: Constantino Escalante (lit.), “Algunos ciudadanos concurren en masa a prestar sus servicios voluntarios en la guardia nacional”, La Orquesta, 18 de julio de 1861, p. 3.

 

Juárez creó el Ejército de Oriente el 23 de noviembre de 1861, al tener noticia de la convención de Londres del 31 de octubre.1 Puso a su mando al general José López Uraga e integró el contingente con los batallones que los estados prometieron enviar y con algunas de las brigadas que hacían campaña en el Estado de México: poco menos de 10 000 hombres inicialmente, distribuidos en tres divisiones.2 López Uraga se dirigió al teatro de operaciones, donde citó a los cuerpos que integrarían el ejército y a los refuerzos de los estados. El 7 de diciembre de 1861, llegó a Veracruz para inspeccionar los trabajos de Ignacio de la Llave, gobernador del estado, de desarme del puerto y de San Juan de Ulúa aprobados por Juárez, ya que era de común acuerdo que las viejas fortificaciones no resistirían el ataque de una escuadra moderna.3

Cuando la flota española intimó la rendición de Veracruz, López Uraga ordenó evacuar la plaza el 14 de diciembre; tres días después desembarcó el ejército español y a inicios de enero llegaron las flotas francesa e inglesa. La estrategia de López Uraga consistió en defender los caminos de Xalapa y de Orizaba porque pensaba que las fuerzas extranjeras sufrirían bajas en la costa por fiebre amarilla y serían forzadas a reembarcarse o a marchar tierra adentro y ser sorprendidas. Mandó a la división de Veracruz a cubrir la ruta a Xalapa, que fortificó en un vasto campo militar que iba de Puente Nacional a Corral Falso, y al resto del Ejército de Oriente lo apostó en el camino de La Soledad a Córdoba con el mismo propósito, con Chiquihuite como reducto principal.

 

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Imagen 2. Collage de soldados de distintos cuerpos del Ejército de Oriente según la prensa francesa. De izquierda a derecha: 1) carabinero a caballo, 2) dos lanceros irregulares, 3) trompeta a caballo, 4) tres lanceros de la brigada de Zacatecas (atrás), 5) tres oficiales de la brigada de Antonio Carvajal (al frente, de pie), 6) soldado de infantería regular.

Fuente: Janet Lange (lit.), “Soldats de l’armée mexicaine”, L’Illustration, vol. 41, 2 de mayo de 1863, p. 244.

 

LA RESPUESTA PATRIÓTICA A LA AMENAZA

Los rumores que circularon en octubre de 1861 de que habría una intervención extranjera, despertaron el patriotismo de numerosos mexicanos que se dieron de alta en la guardia nacional y en el ejército, pero fue hasta el 1 de noviembre que los voluntarios aumentaron tras el aviso oficial de la aproximación de la escuadra española.4 Los gobernadores prometieron ayudar en la guerra con recursos y soldados, mientras que un número importante de civiles ofreció sus servicios en las fuerzas armadas o creó nuevos batallones y guerrillas.5 Incluso, Benito Juárez ofreció indulto a los conservadores para que se unieran a la defensa nacional, mismo que aceptaron los generales Miguel Negrete, Juan Argüelles, Francisco A. Vélez y José María Gálvez, quienes marcharon a incorporarse al Ejército de Oriente. La noticia del avistamiento de las naves españolas, el 8 de diciembre de 1861, causó nueva alarma; las autoridades y los periódicos liberales volvieron a apelar al patriotismo de los ciudadanos y el ejército se nutrió con nuevos voluntarios. En la ciudad de México, los entusiastas organizaron fuerzas armadas en los cafés y cantinas, aunque muchos de estos cuerpos, como el batallón de zuavos de Tenochtitlán, uniformado como los zuavos franceses, sólo se dedicaron a desfilar con sus costosos uniformes y festejar los logros del Ejército de Oriente, pero jamás acudieron al frente ni compraron armas.6

Según Manuel Santibáñez, “la inmensa mayoría [de] los hijos de México” presentaron “rasgos de patriotismo” y “ni la pobreza [...] ni la debilidad del sexo fueron inconveniente para prestar servicios” (Santibáñez, 1892-1893, t. i, pp. 31-32). Los voluntarios decían actuar para combatir la “tiranía” como “buenos mexicanos”, por amor a la patria, a la libertad, a la independencia e incluso a las instituciones liberales. El gobierno publicaba en la prensa oficial todas las cartas en las que ofrecían dinero, recursos y servicio militar para estimular reacciones patrióticas.7

Algunos veracruzanos que se habían retirado del servicio militar y otros voluntarios se reunieron para organizar batallones y guerrillas con permiso de López Uraga. Gente como esta, temerosa de que los extranjeros tomaran el control del país, liberales por convicción en algunos casos, se encargaron de reclutar a la tropa y de mantenerla en orden. Según López Uraga y el oficial Sebastián I. Campos, cuando la guarnición del puerto de Veracruz abandonó la plaza el 14 y 15 de diciembre, ningún miembro de la guardia nacional se ausentó, hubo altas de último minuto y la tropa iba seguida de “sus mujeres”.8 El 20 de diciembre de 1861, el general Ignacio Zaragoza salió de la ciudad de México con 3 000 soldados de la guardia nacional capitalina y de la tropa permanente para incorporarse al Ejército de Oriente. Manuel Rivera Cambas recuerda que desfilaron con entusiasmo frente al Palacio Nacional y, según la prensa, marcharon a Veracruz “como si fueran a una fiesta”.9

A lo largo de diciembre de 1861 y de los meses siguientes llegaron más fuerzas del interior a Veracruz. Los estados ofrecieron contingentes y donativos en dinero, armas, caballos y víveres. Asimismo, las muestras de patriotismo jamás faltaron: el batallón de Tetela, por ejemplo, pidió ir a la vanguardia para enfrentar a los españoles. Incluso algunos soldados extranjeros de ideas republicanas pidieron servir en el ejército mexicano. El 30 de diciembre de 1861, dos cabos desertores del ejército español se presentaron a López Uraga a pedir su alta por simpatía al gobierno mexicano. Juárez ordenó colocarlos donde no pudieran causar problemas.10

Pero la llegada de refuerzos al Ejército de Oriente no fue necesariamente benéfica, ya que entre más grande era más difícil alimentarlo, controlarlo y pagarlo. Según el general Ignacio Mejía, los “pobres oficiales no habían vuelto a ver un real” desde que salieron de la ciudad de México.11 El 12 de diciembre de 1861, López Uraga reportó a Juárez que la situación de su fuerza era en “cada momento más desesperada”,12 y mientras estuvo al frente no hubo carta en la que no le manifestara la miseria de la tropa. El 20 de diciembre, por ejemplo, le escribió que, a pesar de su actividad, “todo nos falta y sólo ustedes pueden hacer menos duro el triste estado que guardamos”.13 A la semana siguiente informó que lamentaba la situación de sus soldados: “de veras me han dado pena estos pobres hombres en tan mal clima, a la intemperie y con sólo un mal rancho, como de fiado”.14

A pesar de que Juárez no contaba con recursos para mantener al Ejército de Oriente, siguió reforzándolo. El 18 de diciembre de 1861 publicó un manifiesto que explicaba el desembarco español e invitaba a los mexicanos a defender el país. Pidió a los 24 estados de que le enviaran 52 000 reclutas. Los diez estados más poblados, como Guanajuato, Jalisco, Zacatecas y el Estado de México, debían aportar con 3 000 soldados; a otros siete estados les asignó 2 000 y a los siete restantes, los menos habitados o distantes, como Aguascalientes, Colima o Sonora, les tocaría entregar 1 000. Pese a esta disposición, fueron pocos los gobernadores que cumplieron, entre ellos Jesús González Ortega, de Zacatecas; Felipe Berriozábal, del Estado de México, y Ramón Cajiga, de Oaxaca. El resto, como Pedro Ogazón, gobernador de Jalisco, o Santiago Vidaurri, de Nuevo León-Coahuila, alegaron que sus arcas eran pobres o que libraban una guerra interna (Rivera Cambas, 1869-1871, t. v, p. 481).

Otro problema que tuvo el Ejército de Oriente para su aumento de soldados fue el desinterés y el temor de las autoridades estatales de aprovechar el patriotismo y los donativos particulares. El 24 de diciembre de 1861, cuando el gobernador de San Luis Potosí, Sóstenes Escandón, anunció la rendición de Veracruz, causó una “profunda indignación” entre la población potosina, que marchó en masa a ponerse a su disposición. Sin embargo, Escandón sólo agradeció el gesto y los despidió (Muro, 1910, pp. 316-319). Algo similar ocurrió en Michoacán y Jalisco, donde los “arranques de patriotismo” fueron frenados por “desconfianza” a que el pueblo se armara contra los hacendados por problemas agrarios o a favor de los conservadores, como había ocurrido antes (Rivera Cambas, 1869-1871, t. iii, p. 534; Strobel, 2020, pp. 161-174). Luis Terrazas, gobernador de Chihuahua, tampoco dictó disposiciones para formar el contingente de 2 000 hombres que Juárez le pidió y, aunque hubo varios voluntarios, rechazó sus servicios, lo que según un comandante local “mató completamente el espíritu público” y mantuvo reducido su contingente.15

Para evitar que los gobernadores se opusieran a enviar apoyo, Juárez declaró sus territorios en estado de sitio, aunque no necesariamente porque se hallaran en guerra, sino para suspender su autonomía y disponer de sus recursos humanos y económicos. En diciembre de 1861, Juárez declaró a Puebla y Tamaulipas en estado de sitio y, el 3 de enero de 1862, a Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí, que puso al mando al general Jesús González Ortega para que conformara el ejército del Interior, que reforzaría al de Oriente.16 Veracruz, la única entidad verdaderamente amenazada, tardó en ser declarada en estado de sitio por la gran cooperación de Ignacio de la Llave en la campaña desde octubre de 1861. Sin embargo, a finales de diciembre de 1861, De la Llave rehusó entregarle a López Uraga las rentas federales de la aduana portuaria que se había apropiado y trasladado a Orizaba y a Xalapa. López Uraga escribió a Juárez que la actitud del gobernador de Veracruz era “un escándalo” porque el Ejército de Oriente estaba “muriéndose de hambre”. Juárez declaró entonces a Veracruz en estado de sitio y De la Llave entregó el mando a López Uraga sin protesta. López Uraga nombró comandante del estado al mismo De la Llave y otorgó facultades militares a sus jefes políticos para “conservar hasta donde sea posible las instituciones y sus benéficas influencias en los pueblos”. En los días siguientes, Juárez también declaró a Colima, Querétaro y Jalisco en estado de sitio.17

LOS LÍMITES DEL PATRIOTISMO

El plan que José López Uraga comunicó a Benito Juárez para aumentar el Ejército de Oriente consistía en “hacinar todos los elementos” que pudiera. Pese al patriotismo observado, los voluntarios que se enlistaron no fueron suficientes para completar los batallones y las autoridades recurrieron al método tradicional de enganche en México: la leva. El reclutamiento forzoso había sido recurrente a lo largo de 1861 por el enfrentamiento contra los conservadores, pero se agudizó tras la alarma del avistamiento de las naves españolas. López Uraga declaró traidor a todo mexicano que no se presentara a empuñar las armas y, según Rivera Cambas (1888-1895, t. i, p. 505; 1869-1871, t. v, p. 481), “en todas las poblaciones se usaba de la leva” para “improvisar ejércitos”.18

Las proclamas dirigidas a los ciudadanos para que se unieran al ejército no tuvieron el efecto deseado. El caso de la ciudad de México es paradigmático: pese a que varios voluntarios se sumaron a la lucha, sus batallones de guardia nacional estuvieron lejos de completarse y la insistencia de las autoridades a que la población cooperara sugiere que esta no sentía deseos de ir a la guerra (Pani, 2000, pp. 139-140). Caso similar ocurrió en Guanajuato, donde, tras los alistamientos voluntarios de 1861, el gobierno decretó el reclutamiento obligatorio e hizo cumplir su orden por medio de leva, aunque las autoridades se tardaron bastante en completar su guardia nacional por la resistencia de los guanajuatenses. Juárez convocó a la guardia nacional de Guanajuato cuando iniciaron las hostilidades con Francia, pero llegó a Puebla al día siguiente de la batalla del 5 de mayo, en la que su participación hubiese sido decisiva (Preciado de Alba, 2020, p. 205).

José María Naredo (1898), vecino de Orizaba y testigo del acantonamiento del Ejército de Oriente en la plaza de noviembre de 1861 a febrero de 1862, describe el arribo constante de batallones del interior del país, lamentándose de ellos: “aquéllos desgraciados soldados cogidos de leva, venidos de la parte más lejana del interior a ser diezmados por el clima ardiente de nuestras costas y que vagaban macilentos, muchos de ellos enfermos, por nuestras calles” (t. i, pp. 171-172). Afirmó que la música que eran obligados a tocar transmitía su angustia. Este relato contrasta con el de Manuel Santibáñez (1892-1893, t. i, pp. 31-32) y otros autores de la historiografía liberal, quienes presentan al Ejército de Oriente como un cuerpo integrado sólo con patriotas.

López Uraga ordenó aumentar su ejército con leva cuando llegó al estado de Veracruz. En todas las poblaciones del centro de la entidad se tomó indiscriminadamente a los varones en edad de servicio militar. El reclutamiento forzoso molestó a los comerciantes de Orizaba porque alejaba a los indígenas que vendían sus productos y provocaba carestía. El 6 de diciembre de 1861, López Uraga prometió detener la leva a cambio de que los comerciantes de Orizaba le consiguieran alimentos a bajo precio, lo cual aceptaron (Naredo, 1898, t. i, pp. 162, 164-168). Le garantizaron 10 000 raciones diarias y los vecinos de Córdoba y Zongolica otras 4 000. A pesar de que López Uraga no podía pagar el jornal de todos sus soldados y de que recibía dinero insuficiente de la ciudad de México, el 6 de enero escribió a Juárez que gracias a la ayuda de los comerciantes el Ejército de Oriente “jamás estuvo tan bien abastecido”.19 No obstante, por la deserción en las filas, ese mes volvió a recurrir a la leva, que sólo se detuvo en febrero por la salida del Ejército de Oriente de Córdoba y Orizaba, cuando Manuel Doblado autorizó en los convenios de La Soledad que los ejércitos extranjeros se acantonaran en ambas plazas (Naredo, 1898, t. i, p. 173). López Uraga incluso extendió el reclutamiento a los soldados de la guardia nacional del estado de Veracruz, lo cual molestó bastante a Ignacio de la Llave, quien se quejó con Juárez por el “despotismo” de los militares que “tomaban de leva a los mismos que sirven a la nación”.20

En Michoacán, el gobernador y comandante del estado, Epitacio Huerta, ordenó una leva indiscriminada desde noviembre de 1861 para completar sus batallones, que verificó particularmente en las calles de Morelia. Cuando la leva dejó de surtir efecto, un articulista anónimo acusó a Huerta de ordenar a sus soldados que tocaran música a medianoche para que los vecinos salieran y fueran capturados. En otra ocasión organizó una corrida de toros gratuita para atrapar en masa a los concurrentes y llevarlos amarrados a los cuarteles.21 Parece que esta estrategia surtió efecto porque en Xalapa las tropas también sitiaron la plaza de toros (Rivera Cambas, 1869-1871, t. v, p. 472). Xalapa, por cierto, era otra ciudad cuyas autoridades organizaron fuerzas insuficientes de guardia nacional por falta de ánimo del vecindario. De la Llave había dispuesto que Xalapa formara un batallón para incorporarlo a su división, pero, a mediados de enero de 1862, seguía sin concluirse. Campos se lamentó de que Xalapa aportara pocos voluntarios y de que sus vecinos no se pusieran “a la altura de su deber” (Rivera Cambas, 1888-1895, p. 129). Además, los xalapeños se mostraron hostiles a los batallones de jarochos que acababan de evacuar el puerto y los agredieron, posiblemente por temor a que hicieran leva. Para activar el reclutamiento en Xalapa, De la Llave nombró a José María Mata como jefe político y comandante de la plaza el 29 de enero de 1862. Mata nutrió las filas de la guardia nacional con presos de la cárcel, “vagabundos” y leva severa. Una vez completa, la mandó al frente de guerra (Campos, 1895, p. 137; Strobel, 2021, p. 37).

En síntesis, el Ejército de Oriente se compuso en su mayoría con reclutas forzados, incluso antes de pisar Veracruz, y una vez en el teatro de la guerra se nutrió con más forzados. En tono preocupado, López Uraga escribió a Juárez que al tener que mantener vigilado a su ejército para que no escapara, parecía más “jefe de presidio que de un ejército”.22 La deserción era un problema constante y grave que impedía su organización. También era un círculo vicioso porque, para cubrir las bajas por deserción, se recurría de nuevo a la leva, lo que provocaba que los nuevos remplazos también desertaran. Algunos soldados, como los zacatecanos, abandonaban las filas y recorrían el país a pie de vuelta a su estado.23 La tropa debía ser vigilada por los soldados voluntarios, nombrados oficiales por su interés en sostener la causa republicana. No obstante, entre la tropa también había personas de escasos recursos que se adaptaban a las filas y permanecían en ellas para recibir comida y dar algo a su familia, que muchas veces los acompañaba. El Ejército de Oriente era seguido por grupos de esposas o concubinas con hijos que marchaban y acampaban cerca, ayudando a la tropa en sus trabajos cotidianos. Por ese motivo, los soldados eran más propensos a desertar cuando dejaban de recibir ración y tenían que ser bien vigilados o hasta encerrados en cuarteles y edificios públicos.

El 10 de enero de 1862, Ignacio de la Llave advirtió que “pronto se desbandaría” el ejército si continuaba sin recibir auxilios.24 López Uraga, por su parte, decía que preveía “las consecuencias de la horrible escasez” y fusiló a decenas de desertores en escarmiento,25 aunque entre ellos también había voluntarios que abandonaban las filas por recibir maltrato de sus superiores (Campos, 1895, pp. 132-133, 138, 142). Aunque el contingente se aumentaba con leva, los reclutas obtenidos por este medio no eran buenos soldados. Huían con el equipo, desobedecían órdenes, eran indisciplinados y desmoralizaban a los voluntarios. Además, abusaban y robaban a los civiles.26

La defensa de la línea de Xalapa se hizo inútil tras la firma de los convenios de La Soledad, porque a los ejércitos extranjeros se les permitió acantonarse en el camino de Córdoba y Orizaba. El 25 de febrero, seis días después de este acuerdo, Pedro Hinojosa, ministro de Guerra y Marina, ordenó que los 1 500 hombres de la guardia nacional del puerto de Veracruz volvieran a casa por dos meses para ahorrar gastos. Campos y otros oficiales voluntarios se molestaron porque sabían lo difícil que sería volver a reunirlos, y en efecto, muy “pocos” regresaron en mayo al servicio (Campos, 1895, pp. 135-136, 151), lo cual deja en duda que originalmente hayan salido de Veracruz por voluntad, como afirmaron López Uraga y el mismo Campos.

ZARAGOZA Y LA RADICALIZACIÓN DE LA LEVA

José López Uraga tuvo algunas entrevistas con los generales extranjeros y se desmoralizó al ver la organización de sus ejércitos. Le escribió a Benito Juárez que no tenía elementos suficientes para hacerles frente y mantuvo una actitud estrecha con los representantes extranjeros porque, aseguraba, obraban de buena fe y debía satisfacer sus exigencias o entraría en una guerra que no podría ganar. Incluso instaló su cuartel general cerca de Veracruz, para agilizar la comunicación. Ignacio Zaragoza tenía una opinión contraria: pensaba que la conducta de los ejércitos extranjeros era deshonesta y que al pisar suelo mexicano ya habían “cometido una invasión”, “un verdadero acto de vandalismo”. Irritado, López Uraga confesó que le molestaba la actitud de Zaragoza y “que estaba resuelto a hacerlo fusilar al menor indicio de traición”.27

 

Imagen 3. Caricatura que critica que se hiciera leva a pesar de que existía cierta voluntad de servir en la guardia nacional. Se ve a cuatro sujetos que son capturados frente a una puerta con el rótulo “guardia nacional”.

Fuente: Constantino Escalante (lit.), “A pesar de la buena disposición de los ciudadanos por servir en la guardia nacional, aún no se olvida la costumbre de la leva”, La Orquesta, 8 de enero de 1862, p. 3.

 

A fin de cuentas, Juárez removió a López Uraga de la jefatura del Ejército de Oriente porque desconfiaba de él. Zaragoza tomó su lugar el 10 de febrero de 1862 e hizo públicas sus tendencias y su objetivo: defender al país hasta el último trance e iniciar hostilidades ante cualquier agresión. Su trato con los representantes extranjeros fue seco y hasta ofensivo. Sin embargo, prosiguió el plan de campaña de López Uraga porque, dijo, “ni me desagrada ni bastaría el tiempo para concebir otro”.28 Sólo reorganizó las brigadas del Ejército de Oriente e integró los refuerzos que recibió. Trasladó su cuartel general a Xalapa tras la firma de los convenios de La Soledad y apostó al grueso de sus fuerzas en Chalchicomula, Cañada de Ixtapa, Cuesta Blanca y Perote (Díaz, 1947-1961, t. i, p. 146; Santibáñez, 1892-1893, t. i, p. 48).

Con Zaragoza al frente se inauguró una etapa de uso extremo de la leva para nutrir las filas. Zaragoza pensaba que un ejército formado por leva podía ser bueno si se controlaba bien. También sostenía que en México no había otra manera de formarlo, ya que, opinaba, el “pueblo” carecía de “ilustración” y “la clase media” y la “aristocracia” eran egoístas.29 El 12 de abril, cuando ya era sabido que Francia iniciaría hostilidades, informó que el Ejército de Oriente sólo lo integraban 7 000 soldados porque cientos habían desertado a falta de alimento,30 los de Veracruz habían sido dados de baja y más de 1 000 oaxaqueños perecieron en la explosión de pólvora de Chalchicomula del 6 de marzo.31 Para obtener reemplazos recurrió a la leva en masa y pidió 3 000 hombres a Juárez.32 Como las autoridades de Chalchicomula se negaban a organizar su guardia nacional por el desastre que acababan de sufrir, Zaragoza ordenó a Miguel Negrete el 23 de abril que engrosara su brigada con leva en la plaza.33 Esta actitud contrasta con los discursos de Zaragoza, en los que presenta a sus fuerzas como personas “libres” que luchan contra la “esclavitud” y que, como “libres”, “no reconocen rivales”.34

Los problemas del reclutamiento forzoso se resintieron en los primeros encuentros armados. En el combate de Cumbres de Acultzingo del 28 de abril, la tropa aprovechó el desorden para huir. El batallón potosino del coronel Mariano Escobedo tuvo tantos desertores que requirió formarse de nuevo. Porfirio Díaz, que cubría la retaguardia, detuvo a algunos fugitivos y los reorganizó en columnas de 500 hombres que mandó a la Cañada de Ixtapa, “poniéndoles jefes y oficiales que escogía de entre los mismos fugitivos, pues no tenía otros de quienes echar mano”.35 En un informe “sincero”, Zaragoza admitió a Juárez que en el combate se le dispersó bastante gente, aunque lo atribuyó al “abandono e impericia de los oficiales” y a “lo novicio de la mayor parte de las tropas”, no a que trataba con reclutas forzados. Zaragoza tuvo que variar su estrategia tras este encuentro porque, admitió, debía encerrar a sus soldados en los cuarteles de alguna plaza fuerte y mantenerlos alimentados para que combatieran con algo de ánimo y evitar que desertaran. Por eso decidió esperar al ejército francés en Puebla en vez de hacer batalla campal, como había planeado. Además, pretendía “coger gente” de la ciudad para reponer las bajas y fortificar la plaza, lo que le daría ventaja. Zaragoza gastó todo el dinero que le quedaba en alimento en su retirada para evitar que la tropa huyera, además de encerrarla en las plazas que pisaba. En el camino hizo leva de todos los campesinos que pudo y creó con ellos un batallón pequeño.36

Zaragoza llegó a Puebla el 3 de mayo. Se le presentaron poco más de 100 voluntarios para combatir, pero manifestó que “era muy vergonzoso” que no se le hubieran unido más en un país que sobrepasaba los 8 000 000 de habitantes, así que al día siguiente convocó a los poblanos a tomar las armas. Como la invitación no surtió efecto, ordenó hacer leva que comprendió incluso “a la gente bien vestida”.37 Zaragoza contaba con poco menos de 5 000 soldados en Puebla porque el resto del Ejército de Oriente se hallaba en campaña contra las partidas conservadoras que pretendían unirse a la columna francesa.38 La tropa recibió ración y salario y fue encerrada en sus cuarteles, así que el 4 de mayo Zaragoza pudo afirmar que los soldados habían recobrado “su entusiasmo”.39 Por ese motivo tuvieron un desempeño ejemplar en la batalla del 5 de mayo, sumado a la participación de los voluntarios, al control de la tropa para que no escapara y a algo de inspiración patriótica. Miguel Negrete admitió que la disposición del batallón formado por campesinos tomados de leva en el camino fue admirable; les encargó repeler el último asalto francés al cerro de Guadalupe y, cuando los soldados franceses se retiraban, tiraron sus armas y les arrojaron piedras (Negrete, 1935, pp. 90, 92). Sin embargo, horas antes, casi huyeron cuando los zuavos hicieron su primer asalto y Negrete tuvo que exponer su vida para mantenerlos en posición (Bibesco, 1887, p. 159).

Tras la batalla de Puebla la situación económica de Zaragoza se tornó crítica. Había gastado todos sus recursos en alimentar bien a su tropa por varios días, de manera que, a partir del 5 de mayo, sólo podía dar media ración a sus soldados.40 También enfrentó un gran problema porque requería un aumento de fuerza para hostigar la retirada del ejército francés a Orizaba, pero no podía sufragar sus gastos. Con los refuerzos que le envío Juárez, la tropa acantonada en Puebla aumentó a 8 000 hombres, además de que solicitó a sus comandantes que “levanten a cuanta fuerza les fuera posible”.41 Zaragoza nombró gobernador de Puebla al general Ignacio Mejía para que le proporcionara recursos y aumentara su tropa. Mejía exprimió las rentas del estado hasta el límite, pero ni así pudo atender las necesidades del Ejército de Oriente,42 que volvía a salir en campaña a Veracruz. Puebla se hallaba exhausta porque las fuerzas armadas habían dependido de sus auxilios desde el estallido de la guerra y las tropas saqueaban los pueblos del estado para subsistir.43

Cuando Zaragoza marchó a Orizaba hizo reclutamiento forzoso en las plazas por donde pasó. Antes de salir de Puebla ordenó a Mejía que “echara leva [al] por mayor” para reponer el batallón de Escobedo y los cuerpos oaxaqueños perdidos en Chalchicomula. Sin embargo, el 10 de mayo, Mejía prohibió la leva al alegar que contrariaba los principios liberales por violar los derechos y la libertad individual. Esperaba que se le presentaran voluntarios, cosa que no pasó, por lo que Escobedo se quejó. Zaragoza condenó la actitud de Mejía y le escribió que la leva era el “único medio” de reclutamiento, por lo que si “no usaba de la fuerza no organizaría ni [a] un soldado”. Finalmente, a regañadientes, el 10 de junio Mejía accedió a hacer leva y entregó algunos remplazos a Escobedo.44 Zaragoza también se molestó con De la Llave por mostrarse inactivo en campaña y en el reclutamiento. En la segunda mitad de mayo de 1862, sólo tenía a su mando a 380 hombres; hasta las guerrillas independientes se mostraban más eficaces que él.45 Por ello, el 27 de junio, Zaragoza lo remplazó con Porfirio Díaz en el mando de la división de Veracruz,46 ya que era un momento crucial en el que su estado volvía a ser epicentro de la guerra.47 Sin embargo, De la Llave fue repuesto porque, aunque dejaba mucho que desear, no había quién remplazara su influencia.48

El ejército francés siempre tuvo noticia del número y composición del Ejército de Oriente gracias a infiltrados e informantes.49 Sabía que, para el 26 de mayo de 1862, había aumentado a cerca de 10 000 hombres, de los cuales 4 000 o 5 000 eran “pobres diablos recogidos hacía menos de un mes en las calles de Puebla y México o de las haciendas, [...] enrolados muy a su pesar, [y que] no debían inspirar gran confianza a Zaragoza”. El resto de los soldados eran en su mayoría reclutas forzados de Oaxaca, Michoacán, San Luis Potosí, Guanajuato, Puebla, Veracruz y Tlaxcala quienes, aunque habían sido tomados casi todos por leva u obligados a servir en la guardia nacional, ya llevaban meses en servicio y se habían adaptado.50

En mayo de 1862, Zaragoza se posicionó en Cumbres de Acultzingo en espera del general Jesús González Ortega para atacar Orizaba, quien se dirigía a reforzarlo a marchas dobles. González Ortega había comenzado a formar su división, el Ejército del Interior, desde enero de 1862, con reclutas que le entregaron las autoridades de Zacatecas, San Luis Potosí y Durango. Había permanecido al margen del conflicto y fue muy criticado por ello,51 ya que desde el 11 de abril Juárez le exigió marchar, pero se había resistido, alegando que su fuerza estaba incompleta. Finalmente, tras repetidas acusaciones y amenazas, se puso en marcha el 16 de mayo, al frente de 6 000 hombres. Juárez le entregó el mando de otros cuerpos a su paso por la ciudad de México.52

González Ortega encontró a Zaragoza el 9 de junio y al día siguiente avanzaron. Zaragoza se colocó en Nogales, frente a Orizaba, mientras que la división de González Ortega rodeó para situarse en el cerro del Borrego y flanquear la plaza. Sin embargo, González Ortega fue sorprendido y desalojado. Zaragoza ordenó hacer fuego sobre Orizaba el 14 de junio, pero consciente de que sus fuerzas serían incapaces de tomar la ciudad por asalto, se retiró. Fue muy criticado por retroceder, pero de otro modo su ejército hubiese desertado en masa frente al enemigo a falta de recursos y vigilancia, como confesó a Mejía.53 Fijó su cuartel general en Acatzingo y distribuyó a sus tropas en las poblaciones de los alrededores, donde podía oponerse a un avance del ejército francés y seguir recibiendo recursos y refuerzos. A finales de junio, amasó a 14 000 hombres, a los que daba instrucción y entrenamiento constante (Zamacois, 1877-1882, t. xvi, p. 248).

La prensa criticó la “inactividad” de Zaragoza de junio a agosto de 1862. A falta de víveres, su ejército vivía de decomisar alimentos de los pueblos.54 Para finales de junio de 1862 no sólo desertaba la tropa por falta de recursos, también los oficiales. Zaragoza ignoró toda súplica y ejecutó a los capturados. “Es preciso castigar estas faltas rigurosamente”, escribió a Mejía, “pues de otra manera el ejército se desmoralizará completamente”.55 Incluso Vicente Riva Palacio, quien había organizado una guerrilla que integraba voluntarios,56 escribió a su padre en agosto que, a falta de comida y recursos para el ejército, estaba inclinado a retirarse.57

Mejía recibió tantas quejas por el abuso de la leva del Ejército de Oriente que, a inicios de agosto de 1862, propuso liberar a las personas casadas para no destruir la economía familiar. Zaragoza se negó rotundamente: “diré a usted que en estos momentos todos deben cooperar [...] y, si vamos haciendo esas excepciones, ni usted ni yo estaríamos aquí”.58 Le confesó que también pensaba que el servicio de las armas debía reservarse a hombres solteros, pero que cuando veía “que hasta las autoridades simuladamente protegen a los vagos [...], entonces no queda otro recurso”. Le dijo que la brigada de Puebla no estaría completa si no se hubiera tomado por leva, ya que desde que salió de la capital del estado no había tenido altas, “antes bien órdenes de bajas, [...] porque no tienen voluntad de servir”. Concluyó resumiendo su opinión:

¿Tiene usted la ilusión que hemos de tener voluntarios en nuestro ejército? creo que no, porque usted, lo mismo que yo, conoce la ninguna ilustración de nuestro pobre pueblo y el egoísmo arraigado de la clase media y de la nulidad de nuestra ridícula aristocracia. ¿Con estos inconvenientes busca usted gente voluntaria? No opino como usted que éstos, los cogidos de leva, se deserten o desbanden al frente del enemigo, por sola la razón de ser cogidos de leva, porque entonces, adónde vamos a dar con todo nuestro ejército, el cual hasta ahora no tiene otro modo de formarse. [...] Desearía no volver a hablar ya de este negocio de leva que me ha causado tantos disgustos.59

Además, como el primer batallón de guardia nacional de Puebla estaba integrado por varios voluntarios y los otros por leva, Zaragoza le sugirió a Mejía que los refundiera en una sola columna; “así tendrá un buen cuerpo”.60

Tras la retirada de Zaragoza de Orizaba el 14 de junio, Juárez mandó a hacer leva en la ciudad de México y volvió a solicitar a los estados que remitieran su contingente. Los gobernadores que no lo habían enviado, ya con varias presiones encima y tras medio año de preparativos, empezaron a mandar tropas. Sin embargo, mantuvieron en su jurisdicción bastantes fuerzas por temor a las actividades de los conservadores (Zamacois, 1877-1882, t. xvi, p. 249). En palabras de Rivera Cambas (1888-1890), “ningún estado llegó a quedarse sin representación en el Oriente”, por mínima que fuera, salvo Tabasco, Campeche y Yucatán, que pasaban por conflictos internos y se concentraron en defender su litoral (t. ii, p. 47). Santiago Vidaurri, gobernador de Nuevo León-Coahuila, repudiaba a Zaragoza61 y sólo envió tropas tras su muerte. Ángel Albino Corzo, gobernador de Chiapas, mandó a 950 hombres de la guardia nacional, quienes recorrieron más de 1 000 km para llegar al frente y se incorporaron al batallón de Escobedo, que finalmente se completó con este refuerzo.62 En septiembre de 1862, las autoridades de Jalisco y Colima se prepararon para enviar dos brigadas, pero en la marcha una de ellas fue aprehendida por una fuerza conservadora sin poner resistencia y la otra tuvo que quedarse a combatirla.63

Las largas distancias que recorrieron las guardias nacionales del norte posibilitaron la deserción. La brigada de Durango, que salió en mayo de 1862, se sublevó a los tres días para desertar en masa tras esparcirse el rumor de que “era conducida al matadero del Ejército de Oriente”. Los restos de esta fuerza fueron sometidos a una rigurosa vigilancia.64 El batallón de 500 plazas que organizó Chihuahua también marchó en mayo, pero sus soldados expresaron descontento antes de partir y se amotinaron en el camino; desertaron más de 150 hombres. El resto de la fuerza no escapó porque se le dio el dinero de la caja del batallón y, bien custodiada, llegó a pie a la ciudad de México el 27 de agosto de 1862.65 A finales de noviembre, el batallón de Sonora se desbandó cerca de Cosalá e Ignacio Pesqueira, gobernador del estado, admitió que le costaría trabajo organizar una nueva fuerza, así que decidió enviar dinero a Juárez en vez de un contingente.66

Tras meses de quietud, Zaragoza planeó volver a atacar Orizaba en agosto de 1862, porque sabía que el ejército francés recibiría refuerzos y después sería demasiado tarde. Sin embargo, consideró que necesitaría aumentar su tropa, así que ordenó una leva severa en los alrededores de Acatzingo, que le ganó 800 soldados. Solicitó a Juárez que le enviara a los mejores oficiales que tuviera para controlar a estos hombres, “porque [...] con oficiales buenos se tienen soldados buenos también”.67 Finalmente, descartó toda tentativa de atacar Orizaba cuando supo que los refuerzos de Francia comenzaron a llegar, así que decidió fortificar a la división de González Ortega en Cumbres de Acultzingo para trazar un campo de batalla, mientras él, desde Palmar, supervisaba las obras de Cumbres y de Puebla, a donde planeaba replegarse si era necesario.68

GONZÁLEZ ORTEGA: ENTRE EL RECLUTAMIENTO FORZOSO, LA DESERCIÓN Y EL SITIO DE PUEBLA

El 8 de septiembre de 1862, Zaragoza murió inesperadamente de tifus y Juárez decidió que González Ortega asumiera su cargo. González Ortega consideraba que el Ejército de Oriente corría peligro por hallarse “disperso” y pensaba que era tarde para la ofensiva, así que se replegó a Puebla y se dedicó a reunir todos los efectivos y recursos posibles para defender la plaza.69 Tenía la misma opinión de Zaragoza sobre la leva, de modo que ordenó engrosar sus batallones por este medio.70 Los indígenas dejaron de ir a Puebla y a otras cabeceras a vender sus productos porque era casi seguro que los reclutarían a la fuerza; lo cual provocó la carestía de alimentos, pero González Ortega se las arregló para pagar lo necesario e iniciar el acopio de gran cantidad de víveres para resistir el sitio. Incluso, en octubre de 1862, destinó a los reos de las cárceles de Puebla al servicio de las armas.71

En diciembre de 1862, casi todas las fuerzas organizadas en los estados habían llegado a Puebla y los gobernadores seguían formando cuerpos de guardia nacional por medio de leva. Además, sin mucho éxito, las autoridades convocaban voluntarios dispuestos a servir sin paga.72 La concentración del Ejército de Oriente en Puebla facilitó que no se quedara sin alimento y que se le pagara con mayor frecuencia. Estaba estipulado que cada soldado recibiera un real diario y su ración de comida. Sin embargo, había veces que los pagadores de la tropa sólo repartían comida. El 18 de febrero de 1863, algunos soldados se fugaron por este motivo. Dos de ellos fueron capturados y se ejecutó a uno frente al ejército.73

Pese a que en Puebla la tropa recibía mejores condiciones por servir, Rivera Cambas (1888-1895, t. ii, 124) admite que la deserción fue constante. La deserción también era frecuente en las columnas que marchaban a reforzar la plaza. En algunos casos no sólo huyeron, sino que se unieron a los conservadores. En octubre de 1862, un cuerpo de carabineros se sublevó cerca de Tlalpan y, el 26 de marzo de 1863, desertaron más de 700 soldados de un cuerpo de Guanajuato en Arroyozarco.74 Para mantener vigilada a la tropa se fijó una cantidad enorme de jefes y oficiales en el Ejército de Oriente, quienes eran los interesados en la defensa nacional, o cuando menos tenían algún motivo para prestar servicio.75 Los cuerpos contaban con un capitán o teniente por cada de nueve a trece individuos de tropa, casi el triple que en un ejército moderno (León Toral, 1962, p. 138). Para enero de 1863, incluso había oficiales sobrantes, por lo que se formó con ellos la legión de honor “defensores de la independencia”.76

En marzo de 1863, el número de fuerzas dentro de Puebla ascendía a 24 828 hombres. Según Niceto de Zamacois (1877-1882, t. xvi, pp. 323-324), el entusiasmo reinaba entre jefes y oficiales. Ansiaban el combate y tenían confianza de ganar; su moral era alta. También existía ánimo en la tropa porque desde enero de 1863 su salario diario dejó de suspenderse y recibía una bonificación cada vez que llegaba la conducta enviada por Juárez. El 30 de octubre de 1862, Juárez ordenó crear el Ejército del Centro para auxiliar al de Oriente por fuera. Lo puso al mando del general Ignacio Comonfort y lo integró con los contingentes de Nuevo León-Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, Zacatecas, Michoacán, Sinaloa, Tlaxcala, Oaxaca, el Estado de México y la ciudad de México. En abril de 1863 se colocó cerca de Puebla; lo formaban 12 000 hombres y operaban en conjunto con la caballería del Ejército de Oriente, que González Ortega retiró de la plaza porque adentro era inútil.77

LA DESINTEGRACIÓN DEL EJÉRCITO DE ORIENTE

El sitió de Puebla inició el 16 de marzo de 1863. El ejército francés estaba formado por 24 300 soldados, auxiliado por más de 3 000 hombres del ejército conservador, en su mayoría tomados por leva. En la segunda mitad de abril de 1863, González Ortega comenzó a quedarse sin víveres y sus fuerzas desertaban por ese motivo, incluyendo oficiales.78 Comonfort no consiguió introducir alimentos en la plaza e incluso fue derrotado, así que, el 17 de mayo, González Ortega rindió la plaza sin pedir condiciones para que sus soldados fueran libres de seguir luchando si lo deseaban.79 Ordenó inutilizar su armamento, disolver a la tropa, dar de baja el Ejército de Oriente y se presentó como preso de los franceses junto a su cuadro de generales, jefes y oficiales (Santibáñez, 1892-1893, t. i, pp. 410-411).

Juárez quiso continuar la defensa en la ciudad de México, pero como los gobernadores dejaron de enviarle soldados, el 25 de mayo ordenó aumentar la guardia nacional de la capital con la leva más grande de la historia del país. Mandó a las calles comisiones formadas por un cabo y algunos soldados que llevaron a los cuarteles a todo tipo de gente: artesanos, obreros, campesinos, dependientes y hasta diputados, regidores y empleados del gobierno. En palabras de Zamacois (1877-1882), “el acto no podía ser más arbitrario ni menos de acuerdo con las instituciones republicanas” (t. xvi, p. 486). El Monitor Republicano reveló que Juárez capturó en pocas horas a 9 000 personas, pero que las liberó en la noche por la cantidad de quejas que recibió. Sólo le quedaron 14 600 soldados del Ejército de Reserva, aunque muchos de ellos no tenían armas y carecían de recursos, así que decidió evacuar y continuar la resistencia fuera de la capital.80 Uno de los batallones de la guardia nacional se sublevó al salir y sus jefes desaparecieron. Porfirio Díaz apresó a casi todos los desertores y ejecutó a varios en presencia de la tropa (Díaz, 1947-1961, t. ii, p. 34). En los meses siguientes, Díaz constituiría otro Ejército de Oriente que luchó hasta 1867 y volvería a poner sobre las armas a algunos de sus compañeros que escaparon de prisión.

CONCLUSIONES

La memoria mexicana de la guerra de Intervención francesa consiste en una caracterización heroica de los soldados que marcharon al sacrificio desinteresado para salvar a la patria, expresada a través de monumentos, obras históricas, eventos cívicos o cursos escolares. Sin embargo, no se habla del paredón de fusilamiento ni de los castigos impuesto a desertores, civiles o a comunidades indígenas. Sin importar las víctimas se insiste en convencer que es mejor matar y dar la vida por la nación. Pese a los postulados del discurso patriótico y de la historiografía liberal y oficial, el Ejército de Oriente de 1861 a 1863 se compuso mayoritariamente con reclutas forzados. Existía un sentimiento patriótico entre algunos mexicanos, pero proporcionalmente eran tan pocos que sólo con ellos no hubiese bastado para dar la cara al ejército francés. Las autoridades juaristas recurrieron a la leva para crear y engrosar los batallones, un método practicado a lo largo del siglo xix mexicano que los mismos liberales ya habían utilizado en los conflictos de la década de 1850. Este sistema de reclutamiento forzoso violaba los principios ideológicos del liberalismo que exaltaban las libertades y garantías individuales, así que intentaron desdibujarlo por medio de justificaciones y proclamas públicas que sostenían que al ejército mexicano lo habían formado ciudadanos que luchaban por su libertad.

Pero, ¿a qué se debió esta falta de voluntarios?, ¿no existía nacionalismo o patriotismo suficiente en las masas que las hiciera empuñar las armas? Hay que tomar en cuenta que muchos mexicanos consideraban que ir a la guerra era aventurarse a una muerte segura y que involucrarse en el ejército significaba experimentar pérdida de libertad, penurias de la vida en campaña y dejar su trabajo o su tierra para sostener a sus familias. Erika Pani sugiere que para esta época ya existía cierto sentimiento de pertenencia a México entre algunos sectores de la población que los hacía identificarse con la nación, luchar por ella y a obligar a otros a combatir, pero que aún no estaba suficientemente extendido entre el grueso de los mexicanos. El proyecto liberal atrajo a parte de las personas que poseían sentido de pertenencia nacional pese a que en ocasiones sus ideas políticas eran ajenas al liberalismo, como en el caso de los conservadores opuestos a la intervención que ofrecieron sus servicios a Juárez. Esta conducta se debió a que los liberales relacionaron sus principios con la patria y la independencia; así consiguieron extender su marco de acción más allá de sólo sus partidarios (Pani, 2000, p. 169).

En este artículo me centré en explicar los procesos relacionados con el reclutamiento forzoso, pero todavía hay mucho que se debe estudiar para diferenciar a los tipos de voluntarios que se lanzaron a la lucha. Existió un contraste importante entre los voluntarios que tomaron las armas por un sentimiento de pertenencia nacional y/o por arraigo a las ideas liberales y republicanas, y los que combatieron por sustento, para robar aprovechando la situación convulsa o para arraigarse en el poder en el caso de los grupos políticos regionales, que buscaban estrechar alianzas externas para mantenerse en el gobierno local. También hubo voluntarios que querían proteger sus bienes o, como han estudiado Thomson y McNamara, indígenas comuneros que se armaron a favor de un partido para defender sus derechos, conseguir tierra y oponerse a los terratenientes y a las autoridades que los perjudicaban. Existen, en ese sentido, otros vacíos historiográficos sustanciales que es necesario llenar para comprender la resistencia armada contra la intervención francesa y el conservadurismo que van más allá de las explicaciones tradicionales.

La utilidad de este artículo, que explora los cuadros forzados del ejército, también ayuda a entender el papel y la lógica de la actitud de los generales en jefe del Ejército de Oriente ante la campaña, tanto de José López Uraga, como de Ignacio Zaragoza y Jesús González Ortega. Como desconfiaban de la tropa que mandaban por haber sido reclutada a la fuerza, pensaron en tácticas militares o problemas operativos en razón de cuidar que su ejército no se desbandara si combatía en campo abierto. Por este motivo dejaron pasar oportunidades que hubiesen cambiado el rumbo de la guerra por problemas como la deserción, la falta de recursos y de tropa o la necesidad de recluir a sus fuerzas en una plaza fuerte para que no desertaran y mantenerlas abastecidas. La historiografía liberal y patriótica habían dificultado pensar la guerra de esta forma.

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Otras fuentes

Archivos

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1                             México ya había tenido en su historia otros ejércitos de Oriente, como el que se formó durante la guerra contra Estados Unidos o los que operaron con este nombre en la guerra de Reforma, tanto liberales como conservadores.

2                             En enero de 1862, la primera división del Ejército de Oriente la formaron fuerzas de Veracruz, al mando de Ignacio de la Llave, a las que se sumaron cuerpos del Estado de México, Michoacán y Guanajuato; la segunda división, con Ignacio Zaragoza al frente, la integraron tropas de San Luis Potosí, Puebla, Veracruz y del Estado de México; y la tercera división la compusieron soldados oaxaqueños al mando de Ignacio Mejía. Juárez contrató 12 000 fusiles con el comerciante Gabor Naphegy para armar al Ejército de Oriente, pese a que tenía fama de vender rifles defectuosos (Rivera Cambas, 1869-1871, t. v, pp. 469-470).

3                             Ignacio de la Llave a Ignacio Zaragoza en la ciudad de México. Veracruz, 5 de noviembre de 1861. Operaciones Militares. Exp. XI/481.4/8523, f. 45. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante ahsdn); José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Cañada de Ixtapa, 6 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xliv, doc. 27); Díaz (1947, t. i, p. 145); Rivera Cambas (1869-1871, t. v, pp. 462-464, 492, 474); Muro (1910, pp. 327-328); Campos (1895, pp. 112, 131).

4                             Circular de la Secretaría de Gobernación dando aviso de que España organiza una expedición para invadir la república. Ciudad de México, 1 de noviembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xliv, doc. 3).

5                             Para las solicitudes de alta en los cuerpos de guardia nacional de noviembre a diciembre de 1861, véase Gobernación. Legajo 1142, exp. 6 y ss. Archivo General de la Nación (en adelante agn), México. En cuanto a peticiones para formar nuevos cuerpos: solicitud de José L. Botello y Juan Cano al Congreso. Ciudad de México, 25 de octubre de 1861. Archivo Vicente Riva Palacio, exp. 183, doc. 73; Regino Venegas a Ignacio Zaragoza en la ciudad de México. Ameca, 22 de noviembre de 1861. Archivo Vicente Riva Palacio, exp. 183, doc. 76. Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson (en adelante clnlb), Universidad de Texas, Austin.

6                             “Los zuavos de Tenochtitlán”, El Siglo XIX, 24 de abril de 1862, p. 3; “Cuestión de trajes”, El Siglo XIX, 24 de abril de 1862, p. 4; Vicente Casarín, “Remitido”, El Siglo XIX, 13 de diciembre de 1862, p. 3; Rivera Cambas (1871, t. v, pp. 468, 472).

7                             Véanse tan solo los números de noviembre de 1861 a enero de 1862 de los periódicos El Siglo XIX y de El Monitor Republicano. Véase, además, Santibáñez (1892-1893, t. i, pp. 29, 30-32).

8                             José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Veracruz, 13 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xliv, doc. 31); José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. San Juan de la Estancia, 15 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xliv, doc. 38); Campos (1895, pp. 115, 122-123).

9                             “El general Zaragoza”, El Siglo XIX, 20 de diciembre de 1861, p. 3; Rivera Cambas (1869-1871, t. v, p. 481).

10                           José López Uraga a Pedro Hinojosa en la ciudad de México. Córdoba, 30 de diciembre de 1861. Operaciones Militares, exp. XI/481.4/8273, f. 1. ahsdn, México.

11                           Ignacio Mejía a López Uraga en Córdoba. Orizaba, 24 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlv, doc. 43); Rivera Cambas (1869-1871, t. v, p. 481).

12                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Veracruz, 12 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xliv, doc. 29).

13                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Córdoba, 20 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlv, doc. 34).

14                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Paso Ancho, 27 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlv, doc. 49).

15                           Ignacio Orozco a Benito Juárez en la ciudad de México. Chihuahua, 1 de julio de 1862, cap. lix, doc. 7; Almada (1973, p. 30).

16                           Sóstenes Escandón a Jesús González Ortega en Zacatecas. San Luis Potosí, 21 de enero de 1862. Archivo Jesús González Ortega. Exp. 67B, doc. 408; Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México. Zacatecas, 24 de enero de 1862. Archivo Jesús González Ortega. Exp. 67B, doc. 409. clnlb, Universidad de Texas, Austin; Muro (1910, pp. 323-324); Rivera Cambas (1869-1871, t. v, p. 488).

17                           José López Uraga a Juárez en la ciudad de México. Huatusco, 9 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 18); José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México. Xalapa, 18 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 37); Rivera Cambas (1869-1871, t. v, pp. 495, 499).

18                           Los zuavos de Tenochtitlán, por ejemplo, aumentaron su contingente con las personas que transitaban frente a su cuartel. “Atentados”, El Siglo XIX, 27 de diciembre de 1861, p. 3.

19                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México, San Juan de la Estancia, 5 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 9).

20                           Ignacio de la Llave a Benito Juárez en la ciudad de México, Xalapa, 10 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 17).

21                           “Ligero bosquejo de la actual situación en México”, El Veracruzano, 7 de octubre de 1862.

22                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México, Córdoba, 20 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlv, doc. 34).

23                           Severo Cosío al jefe político de Zacatecas. Zacatecas, 2 de febrero de 1863. Jefatura Política de Zacatecas, caj. 9. Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (en adelante ahez), México.

24                           Ignacio de la Llave a Benito Juárez en la ciudad de México, Xalapa, 10 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 17).

25                           José López Uraga a Benito Juárez en la ciudad de México, Córdoba, 20 de diciembre de 1861, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlv, doc. 34); Rivera Cambas (1869-1871, t. v, p. 483).

26                           “Ligero bosquejo de la actual situación en México”, El Veracruzano, 7 de octubre de 1862; Strobel (2021, p. 30).

27                           Prosper-Aimé Capitan a Jurien de la Gravière en Veracruz, s. l., 19 de enero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvi, doc. 40); Campos (1895, pp. 134-135); Díaz (1947-1961, t. i, p. 145); Muro (1910, pp. 325).

28                           Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, La Soledad, 10 de febrero de 1862, en Tamayo (2017, t. v, cap. xlvii, doc. 24).

29                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla; Acatzingo, 5 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 9). Para el caso del reclutamiento en Puebla a partir de esta perspectiva y de la falta de interés de los poblanos por la causa liberal, véase el inteligente ensayo de Guy Thomson (2016, pp. 235-254).

30                           Desde marzo, Zaragoza había advertido que el ejército se hallaba en una “miseria espantosa” y que necesitaba atender bien a la tropa “para evitar la deserción”. Sin embargo, no recibió los recursos necesarios y a inicios de abril escribió a Juárez que “si usted viera las innumerables quejas que tengo en mi archivo particular, aun de los capitanes de compañías, por la desnudez y necesidades de la tropa, le causaría la impresión más desagradable que se pueda imaginar”. Ignacio Zaragoza a Pedro Hinojosa en la ciudad de México, Chalchicomula, 25 de marzo de 1862. Operaciones Militares. Exp. XI/481.4/8811, f. 27. ahsdn, México; Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Perote, 3 de marzo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. xlviii, doc. 23); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Chalchicomula; Perote, 5 de abril de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. xlix, doc. 88); Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Perote, 5 de abril de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. xlix, doc. 90).

31                           El 6 de marzo de 1862, la primera brigada de la división de Oaxaca llegó a Chalchicomula y almacenó su pólvora en el edificio en donde se hospedó. Por la noche, una chispa de los fogones de las mujeres que acompañaban a la tropa hizo estallar el polvorín. Murieron 1 042 soldados y 475 mujeres. Hubo además más de 700 heridos, 500 de ellos vecinos, muchos de los cuales murieron (Santibáñez, 1892-1893, t. i, pp. 48-50). Zaragoza atribuyó el desastre a “la relajación en la disciplina” y a “la imprudencia de los jefes” de la brigada de Oaxaca. Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Perote, 3 de marzo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. xlix, doc. 35).

32                           Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Perote, 13 de abril de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. l, doc. 25). Para reunir soldados, Juárez recordó a los gobernadores que remitieran el contingente de 52 000 hombres que les había asignado (Rivera Cambas, 1869-1871, t. v, p. 509).

33                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en San Andrés Chalchicomula, Acultzingo, 23 de abril de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. liii, doc. 27).

34                           Véase, por ejemplo, la proclama de Ignacio Zaragoza al Ejército de Oriente, Chalchicomula, 14 de abril de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. l, doc. 27).

35                           Mariano Escobedo a Miguel Blanco en la ciudad de México; Puebla, 11 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 69); Díaz (1947-1961, t. i, pp. 147-148).

36                           Ignacio Zaragoza a Pedro Hinojosa en la ciudad de México, Amozoc, 2 de mayo de 1862. Operaciones Militares. Exp. XI/481.4/8813, f. 5v. ahsdn, México; Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Amozoc, 2 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. liv, doc. 12).

37                           Decreto de Santiago Tapia a los habitantes del estado de Puebla, Puebla, 4 de mayo de 1862, en Santibáñez (1892-1893, t. i, pp. 64-65); Díaz (1947-1961, t. i, pp. 149-150); Rivera Cambas (1888-1895, t. i, p. 707).

38                           Zaragoza envió a Tomás O’Horan y a Antonio Carvajal a detener a la fuerza de Leonardo Márquez y Cobos entre Atlixco y Matamoros. Además, la brigada de Guanajuato que Juárez envió de refuerzo llevaba dos jornadas de atraso, la guardia nacional de Tlaxcala hacía campaña en Chignahuapan contra Ignacio Gutiérrez e Ignacio de la Llave protegía Perote con parte de la división veracruzana (Rivera Cambas, 1888-1895, t. i, p. 706; 1869-1871, t. v, p. 514; Santibáñez, 1892-1893, t. i, pp. 74, 113-114).

39                           Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Puebla, 4 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. liv, doc. 25).

40                           Telegrama de Ignacio Zaragoza a Miguel Blanco en la ciudad de México, Puebla, 9 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 51).

41                           Hoja de servicios del general Aureliano Rivera. Cancelados. Exp. XI/III/2-626. ahsdn, México; Díaz (1947-1961, t. i, p. 163).

42                           El Ejército de Oriente requería cuando mínimo 50 000 pesos al mes para sostenerse. A la infantería se le daban diariamente una ración de comida y un real, aunque estaba acostumbrada a recibir sólo un poco de comida y una fracción de su salario del mes. En cambio, a la caballería no se le daba ración, por lo que dependía de su salario y no podía vivir sin paga.

43                           Ignacio Mejía a Ignacio Zaragoza en Palmar, Puebla, 26 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvii, doc. 15).

44                           Mariano Escobedo a Miguel Blanco en la ciudad de México, Puebla, 11 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 69); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Quecholac, 16 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvi, doc. 22); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Ixtapa, 26 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvii, doc. 10); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Palmar, 9 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvii, doc. 10); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Palmar, 10 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 11); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 22 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 42).

45                           Ignacio Zaragoza a Pedro Hinojosa en la ciudad de México, Amozoc, 2 de mayo de 1862. Operaciones Militares. Exp. XI/481.4/8813, f. 5. ahsdn, México; Parte de Ignacio de la Llave a Ignacio Zaragoza, s. l., Huatusco, 26 de mayo de 1862, en Santibáñez (1892-1893, t. i, pp. 124-126); Rivera Camba (1869-1871, t. v, p. 523).

46                           La historiografía veracruzana sostiene que De la Llave dejó el mando de Veracruz para reponerse de una herida en el brazo, y en efecto estaba herido, pero el motivo de su separación fue ir con Juárez a explicar su conducta.

47                           Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Acatzingo, 27 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 57).

48                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 7 de julio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lix, doc. 19). Manuel Díaz Mirón quedó a cargo de Veracruz cuando De la Llave marchó a incorporarse al Ejército de Oriente en octubre de 1862. Fue más activo en el reclutamiento que su antecesor; realizó leva en masa en Xalapa, Coatepec, Tuxpan, Papantla, Nautla, y en otros pueblos, para combatir al ejército francés de noviembre de 1862 a enero de 1863. No obstante, su fuerza desertó en gran número, incluyendo jefes y oficiales, lo que atribuyó a la falta de patriotismo “en las masas” (Strobel, 2021, pp. 89, 92, 103-104).

49                           Informe de Charles Lorencez a Jacques Louis Randon en París, Orizaba, 26 de abril de 1862. Expedición de México. Exp. 1; “composition de l’armée d’Orient”, Puebla 18 de febrero de 1863. Expedición de México. Exp. 13. Archivo del Servicio Histórico de la Defensa de Francia (en adelante ashdf), Vincennes.

50                           Memoria de Alphonse Dubois de Saligny a Édouard Thouvenel en París, Orizaba, 26 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvii, doc. 14).

51                           Sólo había enviado, en enero de 1861, una brigada de San Luis Potosí a las órdenes del general Francisco Lamadrid y, en marzo, otra al mando del coronel Mariano Escobedo.

52                           Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México, Zacatecas, 11 de abril de 1862. Archivo Jesús González Ortega. Exp. 67B, doc. 412. clnlb, Universidad de Texas, Austin; Muro (1910, t. iii, pp. 328, 342-343).

53                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla; Ixtapa, 17 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 34).

54                            Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, San Agustín del Palmar, 18 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 24); Rivera Cambas (1869-1871, t. iii, p. 533). Los jinetes de Antonio Carvajal, Rafael Cuéllar, Aureliano Rivera y Manuel Quezada se integraban por voluntarios interesados en el saqueo (Buve, 1998, pp. 103-115). Fueron acusados de robar y tomar “más de lo necesario” de los pueblos, mientras recibían recursos por separado de Zaragoza. Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, San Agustín del Palmar, 27 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 45); José María Saldaña a Benito Juárez en la ciudad de México, Tlaxcala, 20 de septiembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxii, doc. 29).

55                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 25 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 42). Para casos de oficiales que desertaron y que Zaragoza pidió que fuesen ejecutados frente a la tropa, véase: Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 27 de junio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lviii, doc. 56); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 15 de julio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lix, doc. 29); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 27 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 42).

56                           Vicente Riva Palacio a Mariano Riva Palacio, s. l., [Puebla], 10 de marzo de 1862. Archivo Mariano Riva Palacio. Doc. 7450; Juan Solís a Vicente Riva Palacio en la ciudad de México, ciudad de México, 5 de mayo de 1862. Archivo Vicente Riva Palacio. Exp. 183, doc. 91. clnlb, Universidad de Texas, Austin; Zamacois (1877-1882, t. xvi, p. 297).

57                           Vicente Riva Palacio a Mariano Riva Palacio en la ciudad de México, Tehuacán, 16 de agosto de 1862. Archivo Mariano Riva Palacio. Exp. 183, doc. 106; Vicente Riva Palacio a Mariano Riva Palacio, s. l., Tehuacán, 26 de octubre de 1862. Archivo Mariano Riva Palacio. Doc. 7498. clnlb, Universidad de Texas, Austin.

58                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 4 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 8).

59                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 5 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 9).

60                           Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Acatzingo, 4 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 8).

61                           Zaragoza sirvió en la guardia nacional de Vidaurri de 1854 a 1859. Durante la guerra de Reforma se separó para aspirar a un mando superior en el ejército federal en vez de a uno local, acusando a Vidaurri de interesarse sólo en el ascenso personal (Medina Peña, 2014, p. 350).

62                           De los 950 chiapanecos sólo ocho volvieron a casa. La mayoría desertó y el resto murió. Benito Juárez a Ángel Albino Corzo en Chiapa, ciudad de México, 1 de julio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lix, doc. 5); Ángel Albino Corzo a Benito Juárez en la ciudad de México, Chiapa, 13 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 19).

63                           Pedro Ogazón a Benito Juárez en la ciudad de México; Guadalajara, 23 de septiembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxii, doc. 34); Pedro Ogazón a Manuel Doblado en Guanajuato, Guadalajara, 16 de octubre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxiii, doc. 8).

64                           Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México, San Luis Potosí, 12 de mayo de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lvi, doc. 15); Rivera Cambas (1888-1895, t. ii, p. 94).

65                           Ignacio Orozco a Benito Juárez en la ciudad de México, Chihuahua, 1 de julio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lix, doc. 7); José María Patoni a Benito Juárez en la ciudad de México, Zacatecas, 23 de julio de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lix, doc. 43); Ignacio Zaragoza a Miguel Blanco en la ciudad de México, Palmar, 29 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 55).

66                           Ignacio Pesqueira a Benito Juárez en la ciudad de México, Ures, 5 de diciembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxv, doc. 24); Ignacio Pesqueira a Benito Juárez en la ciudad de México, hacienda de las Delicias, 17 de febrero de 1863, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxix, doc. 31).

67                           Ignacio Zaragoza a Benito Juárez en la ciudad de México, Acatzingo, 7 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 13).

68                           Ignacio de la Llave a Benito Juárez en la ciudad de México, Xalapa, 1 de septiembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 56); Ignacio Zaragoza a Miguel Blanco en la ciudad de México, Palmar, 29 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lv, doc. 52); Ignacio Zaragoza a Ignacio Mejía en Puebla, Palmar, 31 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 54); Ignacio Zaragoza a Miguel Blanco en la ciudad de México, Acatzingo, 9 de agosto de 1862, en Tamayo (2017, t. vi, cap. lx, doc. 16).

69                           Jesús González Ortega a Antonio C. Ávila en la ciudad de México, Palmar, 10 de septiembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxii, doc. 12); Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México, Palmar, en Tamayo (2017, t. vii, 14 de septiembre de 1862, cap. lxii, doc. 16); Santibáñez (1892, t. i, p. 195).

70                           Se sabe que en septiembre de 1862 hubo una leva importante en Chalco y que Ignacio de la Llave tomó a la fuerza a una gran cantidad de vecinos de Huamantla en diciembre. Cristóbal Guarneros a José María Galarza, s. l., Chalco, 12 de septiembre de 1862. Archivo Vicente Riva Palacio. Exp. 183, doc. 110. clnlb, Universidad de Texas, Austin; Rivera Cambas (1869-1871, t. iii, p. 555).

71                           Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México, Acatzingo, 3 de octubre de 1862. Operaciones Militares. Exp. XI/481.4/8812, ff. 11-12. ahsdn, México; Zamacois (1881, t. xvi, p. 287).

72                           Ayuntamiento. Historia. Vol. 2269, exp. 16. ahmcm, México. Véase también: Circular del ministerio de Manuel Doblado para enlistar voluntarios para el ejército. Ayuntamiento. Historia. Vol. 2270, exp. 23. ahmcm, México; Zamacois (1877-1882, t. xvi, p. 316).

73                           Telegrama de Jesús González Ortega a Benito Juárez en la ciudad de México; Puebla, 19 de febrero de 1863, en Tamayo (comp.) (2017, t. vii, cap. lxix, doc. 34); circular de Miguel Blanco al ejército nacional; la ciudad de México, 24 de febrero de 1863, en Tamayo (comp.) (2017, t. vii, cap. lxx, doc. 8).

74                           El Siglo XIX, 28 de marzo de 1863, p. 1; Rivera Cambas (1871, t. iii, p. 545).

75                           En agosto de 1862, el general italiano Luis Ghilardi llegó a México con cinco oficiales que Giuseppe Garibaldi recomendó a Juárez. Venían a ofrecer sus servicios al gobierno liberal, como Ghilardi de 1854 a 1857, y pidieron tomar las armas en la defensa de Puebla (Matías Romero a Benito Juárez en la ciudad de México; Washington, 31 de mayo de 1862, en Tamayo (comp.) (2017, t. vi, cap. lvii, doc. 22); telegrama de Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México; Puebla, 6 de enero de 1863, ahsdn, om, exp. XI/481.4/9664, f. 1; Zamacois (1881, t. xvi, p. 325).

76                           Telegrama de Jesús González Ortega a Miguel Blanco en la ciudad de México; Puebla, 6 de enero de 1863, ahsdn, om, exp. XI/481.4/9664.

77                           Decreto de Benito Juárez, ciudad de México, 5 de noviembre de 1862, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxiii, doc. 26); Muro (1910, t. iii, pp. 346-349, 363, 365, 368); Rivera Cambas (1869-1871, t. iii, pp. 541, 545-546, 563, 569, 571-573); Zamacois (1877-1882, t. xvi, p. 323).

78                           Jesús González Ortega a Ignacio Comonfort, s. l., Puebla, 27 de abril de 1863, en Tamayo (2017, t. vii, cap. lxxiv, doc. 47).

79                           Varios generales, jefes y oficiales se fugaron en Puebla, entre ellos Miguel Negrete, Nicolás Regules, Felipe Berriozábal, Juan Caamaño, Porfirio Díaz y Florencio Antillón. Los otros 16 generales y más de 1 400 coroneles y oficiales fueron llevados a Orizaba, donde 532 escaparon a falta de vigilancia, como Jesús González Ortega, José María Patoni, Alejandro García, Ignacio Alatorre, Eutimio Pinzón e Ignacio de la Llave. Sólo un puñado de prisioneros fueron ejecutados por intentar huir. Los más de 800 que no lograron escapar fueron deportados a Francia, entre ellos Ignacio Mejía, Epitacio Huerta y Francisco Lamadrid (Vigil, 1884, t. v, p. 584; Zamacois, 1877-1882, t. xvi, pp. 479-480, 482).

80                           “Leva escandalosa”, El Monitor Republicano, 25 de mayo de 1863, p. 4; Pani (2000, p. 141); Rivera Cambas (1888-1895, t. ii, 221).

*                             Doctor en Historia. Línea de investigación: guerra y fuerzas armadas durante la revolución de Ayutla, la guerra de Reforma y la intervención francesa (1854-1867). Agradezco las valiosas sugerencias de Silvestre Villegas Revueltas, Pablo Mijangos y Emmanuel Rodríguez Baca.