10.18234/secuencia.v0i111.2029
Dossier
La guerra fría en América Latina
y los estudios transnacionales.
Introducción
Julieta Rostica1, https://orcid.org/0000-0002-2107-2797
Laura Sala2, https://orcid.org/0000-0003-2463-0931
1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Grupo de
Estudios sobre Centroamérica (iealc-uba), Argentina, julietarostica@yahoo.com
2Universidad Nacional de José C. Paz, Grupo de Estudios sobre Centroamérica (iealc-uba),
Argentina, laurasala@hotmail.com.ar
Desde hace varios años atrás, las coordinadoras de este
dossier encabezamos diferentes espacios de reflexión, investigación y docencia
en ciencias sociales sobre la sociología histórica de América Latina, en los
que, tradicionalmente, la guerra fría no se pensó como un problema. Las
ciencias sociales analizaron procesos sociohistóricos como el colonialismo, la
dependencia, el imperialismo, el desarrollo, las revoluciones y los populismos,
como las dictaduras y las democracias, por ejemplo, pero no la guerra fría
latinoamericana. Esta fue, más bien, un campo de la historia que, al demandar
periodizaciones más largas y trascender el caso nacional, colisionó con una
cierta tendencia de la disciplina a la especificidad, al relato, al detalle y a
la escasa generalización. Por dichos motivos, a partir del año 2019 decidimos
abrir un espacio de discusión en las Jornadas de Sociología y en las Jornadas
del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en el cual pensar a
América Latina como objeto de estudio, la especificidad de esos procesos
sociohistóricos mencionados y su relación con el extenso y complejo conflicto
que caracterizó a la guerra fría. Se trata de una invitación al diálogo entre
las diferentes producciones de las ciencias sociales y la historia en una
dirección inversa a la hegemónica: pensar primero América Latina y, desde ahí,
la guerra fría. De dichas experiencias nació la intención de convocar a este
dossier, el cual, finalmente, reúne artículos producidos por historiadores,
pero también por cientistas sociales, con la vocación
de transcender el espacio local e incluso la comparación de casos nacionales y
abordar las llamadas “zonas de contacto”, zonas en las que se traslucieron los
encuentros internacionales más intensos y confluyeron aparatos estatales,
elites locales, grupos económicos, organizaciones de la sociedad civil, entre
otros.
La guerra fría es uno de los conflictos sociohistóricos
más importantes del siglo xx
que permite dar inteligibilidad, compresión y explicación a una gran variedad
de problemas y fenómenos sociales, políticos y culturales, tanto del pasado
como del presente. El campo de estudios sobre la guerra fría cuenta con un
vasto desarrollo que tradicionalmente ha privilegiado los análisis del accionar
de las superpotencias sobre el “Tercer Mundo”,
desde sus propios archivos y prominente bibliografía. Las perspectivas
actuales, por el contrario, sin negar el colonialismo, el imperialismo y las
relaciones de dependencia que se mantuvieron con Estados Unidos y la Unión
Soviética, destacan los espacios de autonomía relativa y de negociación de las
actoras y los actores latinoamericanos, los procesos internos regionales y
nacionales, así como las condiciones estructurales en las que estos tuvieron
lugar. Por esa misma lógica se aboga por la perspectiva “transnacional” en
detrimento de la perspectiva “centrípeta” que “establece una jerarquía
analítica según la cual los países de la región sólo pueden ser vistos como
actores periféricos” que recibieron el impacto de las dos superpotencias (Armony, 2004, p. 348). Esto colabora a “descentrar” el
análisis bipolar.
El debate reciente entre Gilbert Joseph (2019, 2020) y
Marcelo Casals (2020) en la revista Cold War History,
que Adrián Celentano (2020) caracterizó como “diálogo Norte/Sur”, colabora a
dinamizar la difusión de la producción de la academia latinoamericana. Para el
investigador chileno Casals, las investigaciones publicadas en español
complementan, complican y desdibujan el consenso explícito e implícito sobre el
cual avanza la historiografía de la guerra fría. Casals cuenta, entre esas
investigaciones, los estudios sobre la cultura de izquierda y la recepción de
sus ideas en los siglos xix
y xx, las investigaciones sobre
las izquierdas, los populismos y las derechas, los estudios sobre historia
reciente y el libro de Vanni Pettiná (2018), quien
para construir la Historia mínima de la Guerra Fría en
América Latina utilizó la producción latinoamericana, incluso de
referentes tan importantes del pensamiento regional como la célebre Historia social latinoamericana de Tulio Halperin Donghi. Estas investigaciones, que están ausentes
en la selección hecha por Joseph, para Celentano (2020) son una prueba más “del
colonialismo desde el que el Norte viene imponiéndole al Sur su producción y
circulación de saber” (p. 8).
El caso de la denominada “historia reciente” es
llamativo, porque si bien ha alcanzado un enorme desarrollo, rigurosidad,
excelencia, es cierto que poco se ha enmarcado en el campo de los estudios de
la guerra fría latinoamericana y menos en la perspectiva de los estudios
transnacionales, como señala Aldo Marchesi (2017). Las ciencias sociales, al
menos en el Cono Sur, han abordado, por ejemplo, diferentes dimensiones de las
dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas, especialmente por las
fatales consecuencias que imprimieron en las sociedades, las incontables
violaciones a los derechos humanos perpetradas, pero son muy pocos los trabajos
que las piensan en relación con los acontecimientos de la historia global.
En este lado del mundo, si uno repasa esa “historia
reciente”, la cual puede ser pensada como una de las etapas más brutales de la
guerra fría, encuentra que, si bien hubo expresiones virulentas y acciones
hechas en nombre del anticomunismo, las y los atacadas(os), perseguidas(os),
muertos, en síntesis, las víctimas de esa supuesta guerra no fueron
precisamente las y los comunistas o las y los sujetos u objetos que encarnaban
el mal del hemisferio oriental. Esta dislocación entre el pretexto discursivo y
la acción que ponemos de ejemplo, muchas veces confundió los términos en que
debía pensarse ese conflicto global en la escala latinoamericana. Las actoras y
los actores latinoamericanos, influidos por el conflicto mundial, seguramente
estuvieron guiadas(os) por los principios ideológicos de la guerra fría y se
propusieron metas y objetivos en su dirección. Sin embargo, no está de más
recordarlo, que un enorme conjunto de factores estructurales mentales,
sociales, políticos, económicos hacen mella, presionan sobre los sentidos de la
acción social, los cuales, incluso, pueden desaparecer de la conciencia de los
actores. Por lo tanto, aquellas interpretaciones consideradas tradicionales o
clásicas de la guerra fría resultan muy poco explicativas.
Las perspectivas actuales destacan que los aspectos más
importantes de la guerra fría no fueron militares o estratégicos, ni estuvieron
centrados en Europa, sino que se relacionan al desarrollo social y político del
llamado “Tercer Mundo”, como esgrime el historiador de la guerra fría global Odd Arn Westad
(2017). Sin embargo, América Latina ¿constituía una zona de alta prioridad para
ambas grandes potencias?, ¿qué características que se atribuyen a la guerra
fría estuvieron presenten antes de la misma en América Latina? Desde la perspectiva
de Bethell y Roxborough
(2005), el inicio de la guerra fría sólo renovó los bríos de un anticomunismo
interno que ya existía desde hacía varias décadas, que estaba profundamente
arraigado en las jerarquías militar y católica, así como en ciertos segmentos
de la clase media y que no dependía, exclusivamente, de las increpancias
estadunidenses. Ahora bien, si los aspectos más importantes de la guerra fría
no fueron estratégicos o militares, ¿dónde poner el eje en las investigaciones
del periodo? Greg Grandin (2007) señala que fue una
guerra civil internacional entre distintas versiones de la forma que debía
tomar una especie de “ciudadanía social”. Aunque en cierto nivel la guerra fría
fue una lucha por utopías de masas o entre visiones ideológicas sobre cómo
organizar a la sociedad, lo que dio a esa lucha su fuerza trascendental,
esgrime el autor, fue la politización e internacionalización de la vida diaria,
manifestándose en la sexualidad, la fe, la ética y el exilio. En definitiva,
¿cómo fue vivida la guerra fría en América Latina?, ¿cómo podemos pensarla
desde el “Sur global”?, ¿cómo fue atravesado el conflicto por el colonialismo,
el imperialismo y la dependencia?, ¿cuáles fueron las políticas de Estados
Unidos para la región latinoamericana y en qué medida las y los
latinoamericanos fueron permeables a las directrices llegadas desde Estados
Unidos?, ¿cómo fueron los vínculos entre las y los distintos actores
latinoamericanos y entre estos y los del “Sur global”?
Artículos aquí compilados trabajan casos nacionales poco
explorados. Por ejemplo, Rodrigo Véliz Estrada ofrece un extraordinario trabajo
sobre la “capacidad de maniobra” de la diplomacia guatemalteca en la primera
fase de la “revolución de octubre” e inicio de la guerra fría, a partir de un conjunto
de documentos provenientes de archivos del “Norte global” pero también de
Guatemala y México. Otro trabajo que también reflexiona las relaciones con
Estados Unidos, pero en la forma de “codependencia/negociación y
asimetría/unilateralidad” es el de Marco Antonio Samaniego López. Él piensa la
frontera entre México y Estados Unidos e instituciones transnacionales como la
Comisión Internacional de Límites y Aguas/International Boundary
and Water Commission (cila/ibwc) en las que primaron, a pesar del contexto,
relaciones pragmáticas en el periodo 1945-1975.
Si la guerra fría fue una batalla de ideas, el estudio de
la producción de estas, su circulación y recepción es central. Daniel Kent
Carrasco, por ejemplo, se enfoca en la organización Congreso por la Libertad de
la Cultura, sobre la cual existe una producción interesante. Su originalidad
radica en enfocarse, mediante una perspectiva comparativa, en las sedes de dos
países que permiten ubicar el trabajo en el “Sur global”: México e India. Entre
sus conclusiones enfatiza cómo el recelo de la intelectualidad de estos países
respecto del intervencionismo cultural estadunidense condujo, poco a poco, al
eclipse de dicha organización a mediados de la década de los sesenta. Por su
parte, el trabajo de Pedro Rivas Nieto, Pablo Rey-García y Nadia McGowan, por un lado, y Laura Sala, por otro, abordan las
ideas militares sobre seguridad nacional. El primer artículo tiene la
particularidad de utilizar fuentes orales, entrevistas a personal civil y
militar de diversa condición en Argentina, Chile, Colombia e Israel. El
segundo, en cambio, constituye un exhaustivo estado de la cuestión sobre los
trabajos que han abordado las doctrinas militares en América Latina. Realiza
una lectura crítica de la literatura que aborda la denominada “Doctrina de
Seguridad Nacional” y la “Doctrina de la Guerra Revolucionaria” y muestra cómo
esta se apoyó en una serie de supuestos que enfatizaron, en vez de la
creatividad latinoamericana en los procesos de circulación y recepción, las ideas
externas en la elaboración de estas.
En la dirección de lo señalado por Greg Grandin, Javier Castro Arcos propone estudiar la guerra
fría “desde abajo”, adentrándose en las operaciones de la diplomacia religiosa
estadunidense entre los tejidos sociales y las redes transnacionales
evangélicas chilenas, para prevenir los caldos de cultivo de las revoluciones
socialistas en países subdesarrollados y la contención de focos de violencia en
la década de los sesenta. Sin embargo, señala Castro, las ideas del “norte”
fueron articuladas no sin conflictos, con las contrapartes del sur. A pesar de
que Chile fue el campo de experimentación para las misiones neomalthusianas,
y se vieron resultados inmediatos en la demografía nacional, es posible afirmar
que la estrategia anticomunista estadunidense, a nuestro juicio, fracasó, al no
poder evitar el asenso de Salvador Allende al poder
(1970).
En efecto, los años setenta presentan diferencias al
periodo previo, pues eclosionaron las propuestas de cambio radical y revolucionarias,
pero otras más ampliamente aglutinantes, antiimperialistas. En este sentido, la
conclusión más evidente que hemos procurado sostener en otros trabajos (Pirker y Rostica, 2021) es que la
tradición antiimperialista en América Latina es tan afanosa, que la división
hemisférica de la guerra fría en este-oeste no la logró alterar. Israel
Rodríguez, por ejemplo, ofreció para el dossier un artículo que trabaja el
tercermundismo cinematográfico mexicano, pero en sus interconexiones y
colaboraciones con Chile y Cuba (1971-1976). Según recuerda el autor, la gama
ideológica de los tercermundistas era ancha y apuntaban a lograr una relación
menos desigual entre las naciones más y menos desarrolladas. Su batalla, a
pesar del protagonismo de países socialistas en los años sesenta y setenta, no
se disputaba entre el Este y el Oeste, sino entre el Norte y el Sur. México,
junto a otros países, “buscaron limitar el dominio estadounidense sobre la
región y ampliar sus relaciones comerciales con países y bloques que parecían
vetados durante los años más rígidos de la Guerra Fría”, muy especialmente a
inicios de los años setenta.
El gobierno de James Carter generó, decididamente, una
oportunidad política en América Latina de la que se aprovechó tanto la
dictadura militar argentina como el gobierno cubano. Alberto Consuegra,
tensionando los relatos más transitados sobre su país natal, reconstruye las
estrechas relaciones diplomáticas entre ambos países, las cuales fueron
absolutamente diferentes a las que mantuvo Cuba con regímenes de igual signo
ideológico, como Paraguay, Chile y Uruguay. Según Consuegra, hechos como la
reunión del Movimiento de Países No Alineados, la crisis migratoria del Mariel
(Cuba), o el respaldo político dado por Cuba a Argentina durante la guerra de Malvinas,
demuestran que ambos países, aun cuando comulgaron ideologías contrapuestas,
mantuvieron relaciones cordiales a partir del pragmatismo que desarrollaron en
el ámbito de las relaciones exteriores. Julieta Rostica,
para finalizar, trabaja el mismo periodo de la dictadura militar argentina,
pero en este caso, sus relaciones con Honduras en materia de colaboración y
coordinación de la represión de la disidencia política. A partir de un análisis
crítico de la producción existente evidencia, basándose en fuentes oficiales,
que Argentina colaboró con las Fuerzas Armadas hondureñas a través de su
integración en órganos de coordinación de inteligencia y operaciones
(1980-1981) y luego mediante el envío de asesores militares (1982-1983). Más
que apuntar a reprimir la disidencia política local o perseguir a los
internacionalistas argentinos en Centroamérica, apuntaron a entrometerse en el
conflicto salvadoreño y nicaragüense, con un grado de relativa autonomía
respecto de las directrices estadunidenses.
Como puede verse en este recuento, el campo de los
estudios sobre la guerra fría latinoamericana invita a la imaginación, a
trascender viejos supuestos, esquematismos, cronologías y espacios, a la
interdisciplinariedad. Esperamos que este dossier colabore a difundir la
producción latinoamericana en español y a “descentrar” la producción y la
circulación del saber.
LISTA DE REFERENCIAS
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