10.18234/secuencia.v0i116.2077
Artículos
Reflexiones sobre la construcción
del tráfico de migrantes en Colombia a partir del caso de Urabá*
Reflections on the Construction of Migrant Smuggling in Colombia Based on the
Case of Uraba
Jonathan Echeverri Zuluaga** 1 http://orcid.org/0000-0001-6776-9031
Juan Thomas Ordóñez*** 2 http://orcid.org/0000-0003-3002-8154
Jorge Raúl Álvarez Posada**** 3 http://orcid.org/0000-0002-2507-292X
Nicolás Henao Bard***** 4 https://orcid.org/0000-0001-7113-2519
1Departamento
de Antropología Universidad de Antioquia, Colombia jonathan.echeverri@udea.edu.co
2Escuela
de Ciencias Humanas Universidad del Rosario, Colombia juan.ordonez@urosario.edu.co
3Universidad
de Antioquia, Colombia jraul.alvarez@udea.edu.co
4Universidad
de Antioquia, Colombia nicolas.henao1@udea.edu.co
Resumen:
Desde hace aproximadamente dos décadas, Colombia se ha
visto expuesta a flujos migratorios de africanos, asiáticos y caribeños
(generalmente cubanos y haitianos). Este artículo analiza la manera en que
estos flujos son tratados en la prensa nacional digital, la academia y la
legislación colombiana. Las construcciones del problema que encontramos en
estas esferas muestran una predominancia de la asociación entre esta forma de
movilidad humana y el tráfico de migrantes. Sugerimos que esta perspectiva no
da cuenta de la diversidad de formas en las que se puede gestionar el viaje y
que más bien estigmatiza y criminaliza las relaciones espontáneas o
desinteresadas que se puedan crear en el tránsito, negando la capacidad de
agencia que tiene la gente en movimiento.
Palabras clave: tráfico de migrantes; Urabá; migración extracontinental; prensa digital.
Abstract:
For approximately two decades,
Colombia has experienced migratory flows of Africans, Asians, and Caribbeans
(mainly Cubans and Haitians). This article analyzes the way these flows are
treated in the national digital press, academia, and Colombian legislation.
Construction of the problem in these spheres tends to associate this form of human
mobility with migrant smuggling. We suggest that this perspective fails to
account for the range of ways the journey can be interpreted and instead
stigmatizes and criminalizes the spontaneous or disinterested relationships
that can emerge in transit, denying the capacity for agency of people on the
move.
Keywords: migrant smuggling; Uraba;
extracontinental migration; digital press.
Recibido: 24 de enero de 2022 Aceptado: 19 de agosto de
2022
Publicado: 8 de junio de 2023
INTRODUCCIÓN
En la esquina noroccidental de América del Sur, la región
colombiana de Urabá se ha convertido desde el cambio de milenio en una especie
de cuello de botella donde convergen varias de las rutas por las que transitan
africanos, caribeños y surasiáticos que llegan a Colombia desde Brasil, Ecuador
y Venezuela y que tienen la intención de eventualmente alcanzar la frontera
entre Estados Unidos y México. Por décadas, diferentes factores han impedido la
construcción del único tramo sin terminar de la Vía Panamericana que pasaría por
esta frontera, lo que obliga a estas personas a hacer una travesía en lancha y
un recorrido a pie absurdamente largo (entre tres y ocho días) para evitar a
las autoridades fronterizas y llegar a la provincia de Darién en Panamá, donde
empieza nuevamente la Panamericana.
A diferencia de otros países de la región, Colombia nunca
tuvo flujos significativos de migrantes a su territorio, aun cuando la
influencia de migrantes europeos y del Medio y Lejano Oriente tuvo efectos
importantes en el desarrollo de diferentes regiones del país (Aya Smitmans, Carvajal Hernández,
y Téllez Iregui 2010; Bibliowicz, 2001; García
Estrada, 2006; García, 2007). Para el nuevo milenio y en parte gracias a la
violencia interna, la presencia de migrantes se reducía a unas comunidades
pequeñas de extranjeros y sus descendientes y un bajo flujo de turistas y
personas de la región andina (Ramírez y Mendoza, 2013).
En contraste, en la actualidad es el masivo éxodo
venezolano el que ocupa a las autoridades, los medios y la academia en un país
con pocas herramientas jurídicas para regular la migración (Real, 2022). En un
panorama como este, el tránsito de africanos, caribeños y surasiáticos hacia
Panamá queda prácticamente fuera del campo de visión, desplazado por otros
asuntos más urgentes por visibilizar y solucionar. Cuando aparece, es bajo los
lentes del tráfico de migrantes y la trata de personas, delitos tipificados
internacionalmente y a nivel nacional, que terminan tergiversado y
homogeneizando la experiencia de una multitud de personas que son muy diferentes
entre sí y que transitan por el continente usando diferentes estrategias.
Inspirados por Khosravi (2011)
y Collyer (2007), elegimos el término “viajero” en
lugar del término “migrante” para describir a esta población. Mientras el
primer autor usa los términos “transgresor de fronteras” y “viajero ilegal”, el
segundo acuña el concepto de “viaje fragmentado,” con el cual busca marcar la
diferencia entre un desplazamiento con un destino y una duración para el
trayecto preestablecidos y un desplazamiento basado en una gestión
independiente de cada trecho en relación con factores como las oportunidades
que ofrece cada parada. Ambos autores buscan hacer énfasis en los obstáculos,
reglas e interdicciones que los estados nacionales crean al movimiento. Tanto
la prensa como trabajos académicos dan por sentado que “los migrantes” tienen
un destino y una duración para el trayecto preestablecidos. Sin embargo, para
muchas de las personas que hemos conocido, la migración está marcada por la
espera y el estancamiento, lo que abre a la indagación los puntos intermedios
del trayecto y las relaciones con quienes los habitan.
Este artículo se pregunta por la forma en que se
construye el tránsito de estos viajeros por el Darién en la prensa digital, en
los documentos institucionales y desde algunos análisis académicos, visiones
que se distancian de lo que encontramos en algunas temporadas de trabajo
etnográfico en la zona. Sugerimos que el énfasis en las redes criminales y de
tráfico que encontramos en estos ámbitos construye el problema como uno de
seguridad y orden público, eclipsando las motivaciones y la agencia de los
viajeros y simplificando las complejas dinámicas entre ellos y actores locales
en el Urabá.
El análisis de prensa constituyó en un principio una estrategia
para darle continuidad a un proyecto de investigación durante el confinamiento
de la pandemia de la Covid-19. Se basó en la revisión de
varios medios digitales colombianos, los periódicos El
Tiempo, El Colombiano y la Revista Semana entre los años 2013 y 2019. La metodología
implementada para analizar la prensa digital consistió en un ejercicio
inductivo a partir del lenguaje encontrado en los artículos. Se identificaron
los términos “redes de tráfico”, “tráfico de migrantes” y “trata de personas”.
Estos se usaron para seleccionar sistemáticamente todos los artículos
publicados en los medios escogidos y, finalmente, depurar la muestra
seleccionando sólo aquellos que hicieran referencia a la población de interés,
es decir a los viajeros que transitan por Urabá. No pretendimos hacer una
análisis cuantitativo ni discursivo que abarcara todas las noticias, sino más
bien discutir las tensiones que vimos surgir en la realidad que construyen la
prensa, la academia y las instituciones. En cambio, el trabajo etnográfico que
hemos hecho en Turbo y Necoclí, dos ciudades con puertos desde donde salen
viajeros hacia el istmo en la región de Urabá, nos dieron una perspectiva
diferente sobre estas tensiones.
Hicimos dos salidas de campo a Urabá entre febrero y
abril de 2019 y en agosto de 2021. Adicionalmente pasamos una semana en
Tijuana, México, a finales de 2019 hablando con migrantes que ya habían hecho
todo el trayecto hasta la frontera con Estados Unidos. En Turbo y Necoclí
hablamos informalmente con personas que trabajan en los puertos, en algunas
instituciones estatales y de la cooperación internacional. También conversamos
con dueños de los hostales que reciben a los viajeros. Nuestro foco principal
fueron viajeros haitianos y africanos quienes en agosto de 2021 llevaban
esperando varias semanas para obtener su pasaje y cruzar en lancha el golfo de
Urabá. Esta espera prolongada nos permitió interactuar con individuos y
familias en repetidas ocasiones y conocer las estrategias de tránsito que los
habían traído hasta Colombia y las que esperaban usar para cruzar el Darién y
seguir su camino hacia Norteamérica. En conversaciones posteriores tuvimos la
retroalimentación de los mismos viajeros y pudimos discutir con ellos nuestras
impresiones de campo.[1] Sin
embargo, el centro de este artículo sigue siendo el rastreo de prensa y, como
su correlato, las publicaciones académicas e institucionales.
Necoclí y Turbo son puertos desde los que se cruza el
golfo de Urabá donde periódicamente los viajeros se quedan varados. Sus
procedencias, condiciones económicas y habilidades culturales (por ejemplo, el
conocimiento del español) son muy diversas. Una buena parte de ellos viene de
países sudamericanos donde han vivido y sido objeto de fuertes discriminaciones
antes de tomar la ruta hacia Estados Unidos (Álvarez Velasco, 2019; Liberona, Piñonez y Dilla, 2021;
Rodríguez-Torrent y Gissi-Barbieri, 2020; Rojas
Pedemonte, Amode y Vásquez Rencoret, 2015). Algunas
personas viajan en grupos compuestos por familiares y amigos cercanos que
parten desde un punto específico con miras a llegar todos juntos a Estados
Unidos. Pero muchos grupos también incluyen desconocidos con los que se juntan
a lo largo de los trayectos y con los que viajan por periodos, separándose
cuando los intereses de unos no concuerdan con los de los otros. Juntos,
conocidos y desconocidos, se reparten el trabajo de conseguir transporte,
alojamiento, procurar comida y ayudar con el cuidado de niños, si es el caso.
Siguiendo algunos grupos de haitianos, cubanos, cameruneses y nigerianos a lo
largo de su tránsito por Centroamérica, hemos constatado que los grupos se
escinden, reconfiguran o mantienen por los intereses y necesidades de sus
integrantes y no hemos oído de grupos “cooptados” que sean obligados a moverse
de una forma u otra o cuyos movimientos son restringidos por personas externas.
Urabá es una región cuya economía se ha basado
históricamente en bonanzas extractivas (maderas, marihuana, cocaína y bananos,
entre otras), la más reciente de las cuales es la circulación de caribeños,
africanos y asiáticos hacia Panamá. Allí grupos paramilitares y guerrillas han
establecido soberanías que compiten con la soberanía estatal (García, 2004)
generando violencia. La incertidumbre alrededor de cruzar fronteras entre
códigos normativos paralelos permea constantemente la vida cotidiana (Monroy,
2013). Esto hace que se presuponga el control de los viajeros por parte de las
redes criminales. Sin embargo, como se verá más adelante, la observación
cotidiana de la circulación de viajeros en puntos como Necoclí muestra que
tienen un amplio rango de opciones para elegir entre formas y medios de
transporte, alojamiento, cambio de divisas y compra de implementos para la
caminata por la selva. Cuando se les pregunta por el trayecto recorrido, las
historias que hemos recogido muestran algo similar.
Este artículo se enfoca en tres discusiones que vemos
emerger del análisis: las ambigüedades de la normatividad internacional y los
trabajos académicos que se prestan para la confusión entre tráfico de migrantes
y trata de personas; los relatos de la prensa que suelen circular y recircular
el lenguaje institucional y le confieren un sustrato “empírico”; por último, el
contraste entre estos discursos y algunas observaciones etnográficas
preliminares.
AMBIGÜEDADES EN LAS DEFINICIONES DE TRATA DE PERSONAS Y
TRÁFICO DE MIGRANTES
Internacionalmente, la trata de
personas y el tráfico de migrantes han sido diferenciados progresivamente en el
ámbito institucional desde la década de 1990. De ser originalmente pensados
como el mismo delito, pasaron a ser tipificados en anexos diferentes en los
protocolos de Palermo. Hoy en día, parecen estar bien delimitados en la
literatura de los organismos humanitarios y multilaterales y en el código penal
colombiano que sigue el espíritu del segundo Protocolo de Palermo, a pesar de
que Colombia no lo haya ratificado (Botero, 2016; Palma, 2016). Sin embargo, el
tráfico y la trata, aunque legalmente diferentes, comparten elementos
importantes que muchas veces generan confusiones y han afectado la forma en que
las políticas de prevención y control de estos fenómenos en Colombia se
localizan (Acharya, 2004), especialmente en las
regiones donde hay presencia de grupos armados. Uno de estos elementos es el
movimiento de personas implícito en ambos; el otro es la asociación que tienen
con las redes criminales o “grupos delictivos organizados” (onu, 2004, p. 5), que en Urabá movilizan la
imaginación colonial de los centros de poder urbanos al interior del país.
Según las definiciones que dan los diferentes organismos,
el tráfico aparece cuando un grupo de personas ayuda a alguien a cruzar una
frontera, con la intención de obtener algún tipo de lucro (acnur, 2011). Por su parte, la trata implica un
movimiento ilegal de personas con el objeto de explotarlos, por ejemplo,
obligándolos a trabajos forzados, sin remuneración o subyugándolos a la
explotación sexual (onu,
2004). Los organismos multilaterales señalan que la diferencia entre tráfico y
trata se refleja en la relación que establece la víctima con la persona que la
mueve. Desde sus discursos, en el tráfico aparece una relación temporal que los
migrantes contratan, que, si bien puede ser coercitiva y estar marcada por los
abusos, se acaba en el momento en que ellos llegan a su destino o terminan de
cruzar la zona del traficante. En la trata, el vínculo entre víctima y
victimario no desaparece en el momento de llegada al destino donde ocurre la
explotación; además, la trata se puede dar dentro de un mismo estado mientras
que el tráfico implica necesariamente el cruce de fronteras internacionales.
La diferencia entre los dos está, entonces, ligada a la
agencia de la víctima, es decir, a la libertad de decidir entrar en contacto
con los agentes de una u otra y a la habilidad de separarse de ellos. Baird y
van Liempt (2016) y otros autores que han estudiado
el tráfico de migrantes hacia Norteamérica y Europa también llaman la atención
sobre la facilidad con la que el tráfico puede convertirse en trata cuando los
traficantes engañan a los migrantes, los amenazan o les quitan sus documentos
para obligarlos a actuar de ciertas formas o para extorsionarlos. Estas
diferencias son trascendentales para la configuración jurídica de estas
prácticas: mientras el tráfico es entendido como un delito contra el Estado,
perpetuado por actores que buscan ganancia económica ayudando a los migrantes a
entrar a uno o varios países ilegalmente, la trata es un delito contra personas
que son cooptadas a través de la fuerza o el engaño por actores criminales que
buscan explotarlos a cambio de ganancia económica (Palma, 2016).
De lo anterior, es claro que distinguir entre las dos
categorías puede llegar a ser complejo, especialmente en terreno. Tanto
administradores y burócratas como los medios tienden a confundir estos delitos
o hablar de ellos como si fueran lo mismo. Como lo resalta Palma, en Colombia
esto ocurre en parte porque el tráfico es relativamente reciente en el país,
pero principalmente porque los casos de trata son más comunes y muchas veces
implican facilitar el cruce ilegal de fronteras de las víctimas (Palma, 2016,
pp. 97-100). Instituciones como la defensoría del pueblo y otros organismos del
Estado que contactamos en Urabá parecen tener la trata muy presente en sus
lecturas de las problemáticas actuales, acentuadas por la común asociación
entre trata y migración en el caso de venezolanos que transitan por la región.
La revisión bibliográfica sobre el tráfico de migrantes
por el Darién sugiere varios elementos básicos sobre los cuales se ha entendido
y, en efecto, construido el problema. Tanto el Estado como los académicos en el
país han resaltado los lazos de este fenómeno con el crimen organizado,
haciendo hincapié en la influencia de las redes de tráfico sobre la movilidad
de caribeños, africanos y asiáticos que cruzan el país (Badrán
y Palma, 2017; García, 2016; Ocampo y Arboleda, 2016; Palma, 2016). Incluso
algunos trabajos con poco piso empírico parecen sugerir conexiones entre
conceptos poscoloniales como el de necropolítica (Mbembé, 2003) y el control del territorio de grupos
paramilitares que se registra en la prensa (Cárdenas-Benítez, 2021; Rojas y
Uribe, 2021;). Según esta bibliografía, toda la movilidad humana de paso hacia
Norteamérica parece estar articulada de una forma u otra a traficantes que
están asociados entre sí a diferentes escalas. Estas escalas van desde las
redes transnacionales que controlan casi todos los aspectos del trayecto –desde
el país de origen hasta el país de llegada (Badrán y
Palma, 2017)–, a nodos regionales (Ocampo y Arboleda, 2016) donde, por ejemplo,
Urabá emerge como un foco de actividades al margen de la ley que entrelazan el
tráfico de migrantes con el tráfico de armas y drogas (Cabrera, 2016, p. 222;
Rojas y Uribe, 2021).
En otros contextos, algunos autores han identificado
relaciones diferentes entre viajeros y tráfico. Por ejemplo, Clot (2017), quien
reflexiona acerca de la migración irregular en el Caribe y América Central, ha
llamado la atención sobre la relación entre las políticas represivas de control
migratorio y la frecuencia con la que los migrantes recurren a las redes de
tráfico. Torre (2018), analizando representaciones del coyotaje en la prensa
mexicana, hace énfasis en la imagen sesgada que los medios construyen alrededor
de los traficantes en diálogo casi exclusivo con el estado. Por su parte,
Liberona et al. (2021) hacen un análisis crítico de la forma en que políticas
nacionales y regionales para combatir el tráfico en Sudamérica tienden a criminalizar
a las personas que contratan traficantes que pocas veces parecen estar
asociados a redes criminales transnacionales. En su lugar, los autores
reconocen una serie de actores locales independientes que incluyen a agentes de
diferentes estados, conductores de servicios de trasporte públicos y privados y
otras personas que explotan la vulnerabilidad de los viajeros durante sus
tránsitos.
En el contexto colombiano, el énfasis en el vínculo entre
viajeros y traficantes crea la sensación de que organizaciones criminales, que
en Colombia se asocian a las actividades de grupos guerrilleros y
paramilitares, monopolizan la movilidad. Planteamos que además del Estado y la
prensa, también intervienen los académicos en la construcción de las redes como
organizaciones complejas que tienen capacidades locales y/o transnacionales
para administrar la movilidad. Esto es claro cuando se revisan la Ley 800 de
2003 y la Ley 0985 de 2005 que se refieren directamente a medidas contra el
tráfico y la trata de personas. La primera ley aprueba la convención contra la
delincuencia organizada transnacional y el primer Protocolo de Palermo contra
la trata de personas. Aquí se incluye una serie de medidas para actuar en
contra de la delincuencia internacional dentro de las cuales están incluidos el
tráfico y la trata. La segunda ley tiene la intención directa de legislar sobre
la trata, su definición claramente es tomada del acuerdo de Palermo, pero no
hace referencia al tráfico de personas. Por otro lado, el delito “tráfico de
migrantes” está tipificado en el código penal colombiano, donde está agrupado
junto con la trata en los crímenes contra la autonomía personal. Según el
código, el tráfico ocurre cuando se “promueva, induzca, constriña, facilite,
financie, colabore o de cualquier otra forma participe en la entrada o salida
de personas del país, sin el cumplimiento de los requisitos legales, con el
ánimo de lucrarse o cualquier otro provecho para sí o
otra persona” (artículo 188). Según esta ley, el tráfico ocurre cuando se ayuda
a alguien a estar en el país sin cumplir los requisitos legales.
Estudios sobre la forma en que políticas internacionales
se localizan en terreno resaltan la necesidad de entender los contextos
históricos y coloniales en que las “ideas” echan raíces (Acharya,
2004) y toman formas particulares articuladas a dinámicas locales. En muchos
casos, la localización o como lo llaman Levitt y Merry (2009) esta “vernacularización” agrega dimensiones totalmente nuevas a
los conceptos y a las políticas que salen de ellos. En el caso de Ecuador, que
es el puerto de entrada a Colombia para la mayoría de estos viajeros, Ruiz
Muriel y Álvarez Velasco (2019, p. 716) han mostrado que las políticas de trata
y tráfico también emergen como respuestas y articulaciones neoliberales a los
regímenes globales de la migración donde se incrementan los controles para
supuestamente proteger la vida y seguridad de los migrantes. De esta forma, la
perspectiva de redes criminales articuladas al tráfico de migrantes también la
da por sentada el Estado que construye las actividades de los actores armados
como un problema de seguridad. Esta perspectiva también se ve reflejada en
algunos trabajos académicos. Así, en un artículo de Ocampo y Arboleda (2016),
un oficial de Migración Colombia (la agencia que regula el fenómeno migratorio)
presenta el tráfico de la siguiente forma:
La red internacional de traficantes está compuesta por
personas organizadas y ubicadas en distintos lugares de varios países, que
prestan un servicio para facilitar, permitir, conducir, alojar o transportar
los migrantes hasta su destino final. Una persona de la red recibe el dinero
antes de que el migrante salga del país, y se encarga de pagarle a cada persona
que realiza una función durante el trayecto (Migración Colombia, 2015).
Migración Colombia ha determinado que los traficantes cobran un promedio de 10
mil dólares a los ciudadanos cubanos, y entre 30 mil y 40 mil a un migrante extra-continental (p. 102).
Otro elemento importante es que el giro punitivo en las
prácticas y políticas de control y vigilancia de la migración que se han dado
en los últimos años en América Latina (Domenech,
2017) se articula, en Colombia, con las políticas de seguridad frente al
conflicto armado. Guerrillas, paramilitares y otras derivaciones contemporáneas
de los grupos que controlan partes del territorio nacional entran entonces en
las discusiones sobre el tráfico de migrantes. Badrán
y Palma (2017), por ejemplo, localizan las redes en las estructuras criminales
tradicionales de Colombia así:
La proliferación de estructuras dedicadas al tráfico de
migrantes en Colombia ha sido evidente conforme la demanda por estas se ha
acentuado. Como el resto de tráficos que se gestan en y a través del país, se
han ido estableciendo diferentes mecanismos que regulan las interacciones entre
diferentes grupos. Para el caso en cuestión, es interesante observar […] la
cohabitación entre estructuras enemigas –del tipo guerrillas y Grupos Armados
Organizados– en torno a los roles que toman dentro del tráfico (p. 90).
Estas dos citas muestran la presunción del control
absoluto por parte de las redes criminales de los movimientos migratorios en
Colombia. En la primera los autores dan cuenta del enfoque institucional que ve
el funcionamiento de las redes como una trama que se despliega desde lo global
hasta lo local; la segunda entrelaza el tráfico con los actores armados que
controlan la geografía social y económica de gran parte del país. Mientras que
estas perspectivas representan elementos centrales de la realidad colombiana,
asumir que todo el movimiento es “controlado” por agentes criminales reduce la
agencia de los viajeros y borra otras prácticas sociales y económicas en la
región que no están directamente atadas a los grupos armados. En otras
palabras, si para estos autores las víctimas del tráfico son los migrantes, sus
estrategias de movilidad no pueden estar desligadas del accionar de las redes,
y sus relaciones sociales durante el trayecto no se pueden entender como
autónomas. Como mostraremos abajo, esto genera problemas en cómo se lee el
fenómeno desde el Estado y la prensa, y resulta en una ausencia significativa
de información sobre las estrategias de movilidad y la experiencia de estos
viajeros.
Adicionalmente, si pensamos el contexto de Urabá a través
de las citas de estos autores, se hace evidente una lógica de jerarquización
entre centro y periferia. Hay una preponderancia de presunciones sobre la falta
de presencia estatal en esta zona fronteriza y sobre los actores armados no
estatales, cuyo control se asume como omnipresente (Serje,
2005). En la prensa, los discursos institucionales y académicos acerca del
tráfico adquieren forma en eventos y acciones en los que paradójicamente hay
una significativa ausencia de la voz de los migrantes y, por ende, de su propia
agencia. Sin embargo, un análisis profundo de lo reportado en los medios, al
igual que nuestras incursiones etnográficas, sugieren que la preponderancia de
redes criminales en la forma en que se entiende el tráfico es, en parte, un
artificio jurídico y político que muestra una realidad parcializada de la
circulación por Urabá hacia Centro y Norteamérica. Esto no significa que los
viajeros no sean vulnerables a ser víctimas de las formas de violencia
endémicas a la región de Urabá, sino que sugiere que como en otros casos de
América Latina (Liberona et al., 2021), muchos de los actores que facilitan el
tránsito están trabajando de formas individuales, desarticuladas y no
coordinadas por un poder centralizado, aun cuando algunos de los traficantes tangan
que pagarles a los actores armados para trabajar es sus territorios.
EL UNIVERSO DEL TRÁFICO DE MIGRANTES EN LA PRENSA DIGITAL
En la prensa revisada, la palabra
red alude a una organización o estructura, con una cabeza y múltiples
tentáculos que cubren diferentes dimensiones de lo que sería la experiencia del
viaje. Abarca el transporte, la orientación, el alojamiento, y los documentos
para cruzar fronteras y circular por diferentes países. También parece lograr
colapsar la distinción entre funcionarios del Estado y redes de tráfico, pues
cuando se desmantelan estas últimas es común que caigan con ellas funcionarios
de Migración Colombia o de la policía. Incluso se han capturado periodistas que
participaban en estas redes.[2] Esta
idea de omnipresencia de la red coincide con las descripciones jurídicas y
académicas del fenómeno.
Las dimensiones de la red no sólo tienen que ver con sus
funciones, sino con su extensión geográfica. Al igual que en los documentos
discutidos anteriormente, en los artículos revisados las redes a veces se
limitan a una región específica de Colombia y en otras tienen tentáculos
globales. La desarticulación de la organización “Los Coyotes” en 2018, por
ejemplo, muestra que las redes basadas en Colombia pueden tener una amplia
extensión. “Los Coyotes” era dirigida por un nepalí, alias Pool, capturado en
septiembre de 2018, estaba aliada con otras organizaciones en Colombia
(denominadas “estructuras” por la prensa) y sus clientes eran ingresados al país[3] desde
España.[4] Sin
embargo, la relación entre la parte transnacional y las partes locales no es
clara en la prensa, parecen asumirse más relaciones de las que realmente se
conocen.
Esto se evidencia en la forma en que la prensa entiende a
las personas articuladas a las redes. Los traficantes son representados de
diferentes formas a partir de la ambigüedad entre lo local y lo global. En general,
las redes de traficantes son organizaciones criminales sin rostro (salvo cuando
hay arrestos) o son individuos actuando en el Urabá cuya asociación con las
redes muchas veces es asumida por los medios o los oficiales del Estado. Así,
la figura del “coyote”, el traficante local, adquiere una importancia
significativa en cómo se entiende el tráfico.
A diferencia del tráfico y la trata, el término coyote no
está definido y tipificado. Se refiere originalmente a un predador, un perro
salvaje, y es un término que viene de los tránsitos en la frontera entre México
y Estados Unidos (Spener, 2009) y se ha expandido a
diferentes regiones de Sudamérica. En la prensa colombiana se refiere a los
traficantes locales que facilitan los tránsitos y muchas veces parece
confundirse también con cualquier ayuda que reciben los viajeros. El coyote es
la pieza individual de la red; toda persona que entre en contacto con los
viajeros es potencialmente un coyote o traficante. La tensión entre la red como
una organización criminal casi ubicua, y redes locales que no tienen una
extensión tan amplia acá es muy clara. Sergio Bueno, director general de
Migración Colombia entre enero de 2012 y mayo de 2015, citado por El Colombiano, describe redes acéfalas, pero subraya el
rol de los coyotes: “El funcionario explicó que en el tráfico irregular de
migrantes no hay una organización como tal reconocida internacionalmente. Pero
sí están los llamados ‘coyotes’, que tienen distintas funciones: unos se
encargan de ingresar a los migrantes ilegales, otros de darles la manutención,
de buscar el lugar donde duerman y otros se encargan del tránsito de los
migrantes por el país.”[5]
Los coyotes emergen como proveedores de servicios que
necesitan los migrantes. Estos servicios a veces siguen una lógica paralela a
la del turismo, donde se ofrecen planes o precios exclusivos dependiendo del
paquete que el viajero adquiere, algunos de ellos con cobertura internacional.
Inclusive la prensa hace alusión a la variación de los precios según la
procedencia del migrante, directamente reproduciendo el lenguaje turístico:
Hace unas semanas se conoció uno de los “paquetes
ilegales” que ofrecen los coyotes a los inmigrantes con documentos colombianos
falsos en Cali. Darío Daza, director regional occidente de Migración Colombia,
le dijo a Semana que los paquetes vip, que incluían
documentación completa y hasta un pasaje en avión a México, variaban de acuerdo
a la nacionalidad, “un cubano puede pagar hasta 3.500 dólares; y a los que sólo
pedían cédula les salía mucho más barato, 400.000 pesos.[6]
Otro elemento que aparece con fuerza en la prensa es el
carácter maligno del fenómeno el cual queda bien recogido en uno de los
artículos consultados que lo califica de negocio “macabro y muy lucrativo”.[7] Ese
rasgo oscuro del tráfico logra absorber y ocultar a los viajeros, lo cual se
evidencia en la ausencia significativa de información sobre ellos en la prensa.
Los viajeros parecen estar permanentemente acompañados ya sea de traficantes o
de organismos de control del Estado; lo más común es encontrarlos en artículos
y fotografías rodeados o conducidos por unos u otros. El margen de maniobra de
los viajeros queda reducido y, en ese sentido, son escasos los artículos en los
que aparecen solos. Hay pocas instancias donde la prensa ofrece más contexto, y
las voces de los viajeros están generalmente ausentes. Es más, esta ausencia en
ocasiones se les atribuye a las mismas redes, pues como telón de fondo a todo
el fenómeno, los traficantes parecen controlar hasta la voz de los migrantes:
“Si bien las motivaciones de hacer este largo viaje a Centroamérica o Estados
Unidos podrían [sic] ser económica, o para reunirse
con su familia en el otro lado del mundo o huir de las crisis que viven sus
países origen, la precaria información que dan [sic]
no se puede hacer una radiografía, en especial cuando detrás de ellos están las
redes de tráfico de personas, las cuales les retiran sus pasaportes y los
instruyen para decir nada.”[8]
En esta nota se entiende la falta de información directa
sobre los viajeros como el efecto del poder de las redes. Sin embargo, nuestra
propia experiencia en Urabá y en el norte de México ha mostrado que por más que
las barreras del idioma y la desconfianza hagan la comunicación con estas
personas algo difícil, no es imposible y hay muchas oportunidades para sentarse
a hablar donde nadie parece estar “controlándolos”. La ausencia de una voz
directa de los viajeros es, más bien, parte de un aire de incertidumbre y
sospecha que, para la prensa, permea esta forma de movilidad donde la extrañeza
del fenómeno y de sus actores centrales parecen ser infranqueables.
La ubicuidad del poder de las redes en los artículos
revisados, sin embargo, no parece impedir el conocer los pormenores económicos
de los trayectos, ni algunos detalles de cómo operan los traficantes. Además de
los costos de los paquetes mencionados arriba, encontramos descripciones de
actividades específicas desempeñadas por individuos dentro del proceso de
tráfico. Así, nos encontramos con las descripciones de diferentes “oficios”
dentro del tráfico como “campanero” que hace referencia a personas encargadas
de vigilar a los migrantes mientras se encuentran en sus rutas de viaje, o
“transportistas” y “acogedores”,[9] también
aparecen esporádicamente referencias a lo que estas personas dicen y piensan
del problema.
En el siguiente aparte, un “chilinguero”,
que es un término local de Urabá y sinónimo de “coyote”, aparece explicándole
al periodista los alcances de una orden dada por las redes:
Desde el pasado 28 de enero, la facción prohibió a los
“coyotes” o “chilingueros” transportar más
desarraigados por la ruta marítima de Chocó a Panamá. El motivo fue un
accidente que atrajo la atención de las autoridades, en el que una embarcación
sin permisos naufragó contra los peñascos en la costa de Acandí y fallecieron
19 extranjeros […] Benigno señaló que en la cadena de ganancias se involucran
los lancheros y sus ayudantes, como él, que llevan a los pasajeros hasta el
caserío indígena Ana Chukuna (más allá de Obaldía);
también ganan los indios que los recogen ahí, para llevarlos por una trocha de
dos días hasta la vía Panamericana.[10]
Al examinar detenidamente la anterior cita, podemos ver y
oír a los coyotes, que en estos casos no son directamente parte de las redes.
Los grupos armados que controlan la región detienen el transporte y esto afecta
no sólo al lanchero, sino también a las comunidades indígenas que se benefician
de la cadena de ganancias del tráfico. De esta forma, la prensa indirectamente
sugiere panoramas más complejos de los que discute explícitamente. En algunos
casos excepcionales, los artículos permiten también reconocer las acciones de
otros actores desconectados o por lo menos distantes de las redes de tráfico:
“Sobreviven gracias a la caridad de la gente de Capurganá
y la nuestra, esos que llaman coyotes. Sí, existen coyotes que los estafan y
les roban, pero no todos, yo también he sufrido los horrores de la guerra y el
desplazamiento”, relata Reinel.[11]
Del aparte anterior, llama la atención que es el coyote
mismo quien habla del oficio y lo defiende, al mismo tiempo que genera una
ambigüedad entre el “coyote” y la caridad de la gente. No es claro entonces a
qué se refieren realmente algunos de los términos que usa la prensa para
describir a los traficantes. Palabras como coyote, chilinguero,
campanero y otros parecen estar franqueando el área gris que hay entre las
relaciones de sociabilidad y negocio entre “la gente”, y los traficantes
entendidos como miembros de organizaciones complejas, pero no lo logran.
Con nuestro análisis no pretendemos afirmar que las redes
de tráfico no tengan un sustrato de realidad. Las declaraciones de las
autoridades de policía, las capturas, y la evidencia que las acompaña disipan
dudas acerca de su funcionamiento, su existencia y su capacidad de monopolizar
el fenómeno. Pero tanto los documentos del Estado, como la prensa y la poca
producción académica que ha salido sobre este tema parecen ignorar los
elementos de sociabilidad y la heterogeneidad de los viajeros que, en terreno,
no siempre se ven como los presentan y que claramente también están
estableciendo relaciones comerciales y generando empatía entre personas de la
región que prestan servicios. Parece haber una necesidad de cooptar los
vínculos sociales que generan la prestación de servicios, la empatía y la ayuda
que pueden recibir los viajeros y atribuirlos al accionar de las redes de
tráfico. En efecto, el Estado mismo evita acciones de asistencia en la medida
en que pueden ser leídas como tráfico. Durante el represamiento de 2016, esta
es la lógica que siguieron las autoridades: “La resignación les ganó [a los
cubanos]. Ante la negativa del Ejecutivo colombiano de habilitar un vuelo que
los lleve a México, bajo el argumento de que sería contribuir a una cadena de
tráfico de personas, los cubanos se empiezan a ir a pesar del temor que les
genera el inhóspito camino.”[12]
En la relación entre instituciones y medios, la prensa
tiene el rol de proveer un firme sustrato empírico a la legislación y las
políticas de gobierno. Sin embargo, la realidad de la prensa, más que
confrontar y corregir las versiones institucionales las confirma, subordinando
sus versiones y reduciendo dicha realidad a los fragmentarios acercamientos al
fenómeno que hace el gobierno.
EL TRÁFICO VISTO DESDE ABAJO:
PERSPECTIVAS DE VIAJEROS Y OTROS ACTORES
Estudios sobre tráfico de
migrantes en otras partes del mundo, especialmente la frontera entre Estados
Unidos y México, han llamado la atención sobre los fenómenos que esta
perspectiva de redes complejas, organizadas y articuladas no deja ver. La
imagen sensacionalista de las redes criminales invisibiliza actividades más
localizadas de personas de las regiones que prestan servicios a los migrantes a
escalas más bajas como una respuesta a las contingencias económicas de sus
regiones (Sanchez y Zhang, 2018). Algo similar es
reportado para el caso de migrantes cubanos en Brasil y Chile (Liberona et al.,
2021) y surasiáticos en Colombia (Valenzuela, 2019). De acuerdo con algunos
estudios (Içduygu y Toktas,
2002), las redes no son homogéneas y los contactos entre migrantes y
traficantes muchas veces ocurren a nivel personal a través de otros migrantes o
conocidos (Bilger, Hofman y
Jandl, 2006; Slack y
Martínez, 2018). De forma similar, como mostramos arriba, algunos reportes en
los medios señalan a personas locales que entran en contacto con migrantes como
un problema de tráfico a priori. Para la migración
del África subsahariana hacia Europa por el Mediterráneo, Collyer
ha encontrado trayectos independientes que los viajeros van organizando a
medida que se mueven. Llama la atención cómo en ese contexto las políticas
migratorias también “siguen centrándose en las operaciones de contrabando
organizadas a nivel internacional hasta el punto de fetichizarlas como único
medio de contrabando internacional”[13] (Collyer, 2007, pp. 676-678).
Muchas de estas personas que simplemente estaban
organizando transporte, víveres, o ayudándolos a reclamar envíos de dinero internacionales
de bancos o agencias de cambio terminan criminalizadas por el Estado como
traficantes. Sin embargo, poniendo atención a la cotidianidad en el Urabá, y
específicamente en Necoclí, es posible cuestionar la velocidad con que las
personas que prestan servicios o ayudan a los migrantes se asocian al tráfico.
Allí, la presencia de los viajeros se asemeja más a la del turismo de la región
que a la de una población traficada. En el malecón, los locales venden comida y
equipos para la selva a los viajeros. Los negocios playeros ponen música
popular haitiana, y en agosto de 2021 encontramos haitianos y cubanos en la
playa jugando voleibol y tomando cerveza al son de Tony Mix
y otros músicos que cantan en creole. Los viajeros en esta época escogían entre
quedarse en hoteles o alquilar cuartos o casas a locales y pasaban una semana o
más aprovechando las playas y los restaurantes. En febrero de 2020, cuando el
volumen de viajeros era mucho menor, tomamos cerveza al son de música popular
india pedida por unos nepalíes en una tienda. Varios negocios en el barrio
Caribe, contiguo al muelle de Necoclí, ahora promueven sus productos en creole.
Por ningún lado se ven miembros de grupos criminales que supuestamente
controlan el movimiento y el consume de los viajeros.
Jimson, un joven haitiano que conocimos en agosto de 2021 en Necoclí, venía desde
Chile. Del trayecto por Colombia, nos contó que había entrado desde Ecuador por
el puesto fronterizo de Rumichaca, sirviéndose de guías. Para cruzar la
frontera entre Perú y Ecuador había hecho lo mismo. Pagó 110 dólares de Ipiales
a Pasto y 230 de pasto a Necoclí. A la altura de Medellín, faltando ocho horas
de viaje por carretera, lo bajaron del bus y no le hicieron ningún reembolso.
Para este último trayecto de Medellín a Necoclí viajó por 70 dólares en un
Uber. En su paso por Colombia había gastado en total 970 dólares. Pagó caro,
pero afortunadamente no lo atracaron en todo el camino. La última vez que
hablamos antes de que tomara la lancha para el Darién no tenía todavía un guía,
pero estaba negociando por WhatsApp con uno que le habían recomendado sus
compatriotas. Como Jimson, los diferentes viajeros
con los que hablamos en Necoclí, habían organizado su viaje autónomamente,
apoyándose más bien en las experiencias y contactos de familiares para sortear
las dificultades y solucionar los impases propios de la migración irregular.
Según Valenzuela (2019), hay otros apoyos que surgen de manera espontánea entre
migrantes, o entre ellos y los locales, aunque el autor no desconoce la
influencia de grupos que controlan las economías de la región.
En efecto, la presencia de grupos paramilitares y otros
actores armados en Urabá es latente y está en voz de comerciantes, hoteleros,
la fuerza pública y los cambistas. Sin embargo, en lugares como Necoclí, su
influencia sobre el movimiento parece ser más indirecta. Esto en el sentido de
que, como en muchos otros lugares de Colombia, estos grupos controlan regiones
geográficas y zonas urbanas donde diferentes actores locales deben pagar
vacunas o cuotas para poder trabajar ahí. Así, es más común oír de guías que
ayudan a los migrantes a cruzar el Darién por dinero que oír de viajeros
interactuando directamente con redes criminales. Que estos guías tengan que
pagar un porcentaje de la plata a los grupos no implica necesariamente que sean
parte de ellos y en muchos casos son personas que viven del tránsito de
viajeros en una zona donde el trabajo legal es bastante escaso, como se ha
visto en otras fronteras (Sánchez y Zhang, 2018).
Sin embargo, la mirada del gobierno sobre la migración,
por lo menos en lo que se refiere a los tránsitos de viajeros caribeños,
africanos y surasiáticos es una mirada alejada de las realidades locales, y
esto hace fácil presuponer la monopolización de esos tránsitos por redes
criminales. La agencia de los viajeros en sus trayectos no es parte de la
ecuación, omisión que se articula de forma violenta contra los migrantes, que
pueden llegar a ser criminalizados al ejercerla (Domenech
y Boito, 2019; Mainwaring,
2016).
Por ejemplo, durante el periodo de confinamiento entre
marzo y agosto de 2020, más de 250 personas quedaron varadas en Necoclí por el
cierre de la frontera. Tal vez por la emergencia de la Covid-19
o por el hecho de que no hubo naufragios y muertos, este represamiento quedó
débilmente representado en la prensa digital. En su gran mayoría, las personas
que quedaron varadas en Necoclí eran haitianas, pero también había algunos
cubanos, congoleños, guineanos y senegaleses, según nos contó un funcionario de
la región. Los gobiernos municipal y departamental organizaron un albergue en
el coliseo municipal. Para el funcionario, se estaban generando tensiones
debido a la barrera lingüística y a la dificultad de entender las disposiciones
del gobierno local y nacional. La alternativa para superar estas dificultades
era la función de intérprete de uno de los líderes del grupo de nacionalidad
dominicana que hablaba español y creole. Las tensiones en las negociaciones
encaminadas a explicar los motivos para el confinamiento llegaron hasta la
puesta de una barricada por los viajeros para impedir la salida de los
funcionarios públicos del coliseo municipal.
Del relato del funcionario nos llamó la atención que las
habilidades lingüísticas del dominicano condujeron a la hipótesis de que se
trataba de un traficante. Otra situación que nos llamó la atención en esta
entrevista fue la mención de un menor que había llegado solo hasta Necoclí. El
solo hecho de que no hubiera adultos con él, dio a pensar que se trataba de un
caso de trata de personas. La incertidumbre acerca de la historia del menor,
junto con la presencia del dominicano, un potencial traficante, hacía pensar a
las autoridades que probablemente había algo más funesto en juego. Este
funcionario era parte de la Defensoría del Pueblo, institución que se encarga
de garantizar los derechos humanos de las personas frente al estado y
particulares a nivel local.
En contraste con esta narrativa que criminaliza la
agencia, tanto en Urabá, como en conversaciones que tuvimos en Tijuana, México,
con viajeros que habían pasado por el Darién, aparecen muchas formas de viajar
por la región y las habilidades para sortear problemas en diferentes partes del
trayecto, muchas veces determinadas por las historias personales y habilidades sociales
y lingüísticas de los migrantes. Así como lo evidencia el trayecto de Jimson, en buena parte de los casos, estos viajeros no
hablan de redes de tráfico, sino que mencionan a personas locales que contratan
para servicios específicos y que los ayudan por empatía o los engañan.
En todos estos escenarios la autonomía de los viajeros
prima sobre la influencia que tienen los actores criminales sobre su
movimiento. Coyotes y otros locales pueden estafarlos, pero también entablar
amistades estrechas con ellos, manteniéndose en contacto meses o años después
de que siguen su camino. Estos actores locales son quienes muchas veces
terminan entrando esa área gris donde coadyuvar al movimiento de viajeros se
asocia al tráfico de migrantes que puede tener consecuencias jurídicas.
Hoteleros, conductores de bus y de Uber y hasta miembros de la Pastoral Social
en Apartadó han reportado el peligro de ser acusados legalmente por tráfico al
ayudar a los extranjeros en la región a moverse de un pueblo a otro, a retirar dinero
y a alojarse. Son ellos los únicos “traficantes” con los que hemos podido ver a
los viajeros interactuar en el Urabá.
CONCLUSIONES
En este artículo hemos mostrado
que las políticas colombianas al hacer énfasis en el fenómeno del tráfico, de
la mano de regulaciones migratorias que se acercan a las definiciones del
delito, tienden a crear la necesidad de enmarcar el tránsito de viajeros hacia
Panamá dentro del accionar de traficantes, y en
consecuencia, tienden a invisibilizar la autonomía de los viajeros. Desde un
enfoque centrado en la autonomía de la migración, se busca precisamente llamar
la atención sobre las estrategias y acciones que “enfrentan, negocian y
resisten” (Rho, 2021, p. 3) tanto los marcos legales y de interpretación, como
las operaciones concretas de regulación por parte de las agencias del estado (Domenech y Boito, 2019). Estas
estrategias y acciones incluyen las relaciones con otros actores locales y en
muchos casos son imperceptibles para las instituciones que regulan la
movilidad, pero de hecho constituyen una fuerza que le da forma en su día a
día.
La existencia de actores y organizaciones involucrados en
facilitar y controlar los tránsitos es una realidad que al mismo tiempo se
convierte en una necesidad institucional y discursiva para entender y regular
la migración que tiene como consecuencia criminalizarla (Papadopoulos,
Stephenson y Tsianos, 2008). Estos migrantes, en un
mundo ideal sin tráfico que los enmudezca y les quite agencia, serían
simplemente gente en movimiento que cruza fronteras sin los documentos de ley.
En otras palabras, sin organizaciones delictivas y traficantes organizados, no
hay marcos legales ni humanitarios para “leer” el problema como algo más que
simplemente un tránsito inusual por el territorio nacional. Un mundo ideal
donde esa apropiación institucional y discursiva del tráfico estuviera ausente
aliviaría a los viajeros de una herramienta más de criminalización por parte de
los Estados. Sin embargo, la política migratoria en su conjunto, incluyendo los
controles fronterizos y el sistema de visas y pasaportes siguen estando ahí, y
son un factor crucial en la fragmentación de los viajes. Por ejemplo, Collyer (2007) señala cómo hasta el inicio de la década de
1980, en los desplazamientos hacia Europa, la gente llegaba directo a los
puertos de entrada fronterizo desde donde se admitía o deportaba. En el caso
puntual que hemos discutido, Álvarez (2019, 2020) enfatiza la relación que hay
entre las políticas nacionales y regionales a la luz de la externalización de
la frontera de Estados Unidos donde estos tránsitos se complejizan y
criminalizan en un sistema de gobierno del movimiento transnacional.
La construcción mediática, académica y política de la mal
llamada migración extracontinental que pasa por Colombia como un fenómeno
ilegal está íntimamente ligada a la construcción de los delitos y conceptos
asociados al tráfico de migrantes y a la trata de personas. Estas categorías,
confusas desde su concepción, son usadas para entender el tránsito de los
viajeros hacia la frontera con Panamá. La consecuencia directa es que el
Estado, los medios y muchos otros actores usan amalgamas de “trata” y “tráfico”
a diferentes escalas del Estado asumiendo, a priori
que los migrantes que entran al país buscando llegar a esta frontera para
seguir el largo camino a América del Norte son, de una manera u otra, guiados
por estructuras altamente organizadas de traficantes que hacen posible su
movilidad y se lucran de los servicios que prestan. Las relaciones son
concebidas como problemáticas, donde los viajeros corren el riesgo de ser
explotados, secuestrados y abusados de diferentes formas, poniendo en riesgo su
integridad física y emocional. Académicos, periodistas y funcionarios públicos
terminan magnificando el rol de los actores armados en el tránsito de
caribeños, africanos y asiáticos hacia América Central.
Observaciones etnográficas preliminares permiten ver
otras dimensiones del fenómeno. Muestran, por ejemplo, en qué medida la
historia de violencia y relaciones coloniales en la región de Urabá condicionan
el acercamiento institucional y de la población local a los viajeros (cf. Acharya, 2004; Levitt y Merry, 2009). La etnografía también
permite documentar las múltiples relaciones de codependencia entre locales y
viajeros y los recursos de los que los viajeros disponen más allá del control
que las redes de tráfico pueden ejercer.
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* El artículo se deriva del proyecto Siguiendo el Hilo de la Errancia:
Travesías de Viajeros del Sur Global por la Región de Urabá y fue financiado
con fondos de la convocatoria programática de Ciencias Sociales, Humanidades y
Artes en su versión 2018 del Comité para el Desarrollo de la investigación (codi) de la Universidad de
Antioquia. Código del proyecto es 2018-23431.
El artículo también se financió a
través del proyecto: Ampliación alcance proyecto Siguiendo el Hilo de la
Errancia: Travesías de Viajeros del Sur Global por la Región de Urabá,
financiado por la Dirección de Investigación de la Universidad del Rosario.
Código del proyecto es IV-FCS026.
** Profesor asociado del Departamento de Antropología de la Universidad de
Antioquia, en Medellín. Doctor en Antropología por la Universidad de
California, Davis. Principales temas de interés: movimientos contemporáneos de
africanos hacia las Américas, la antropología económica y la narrativa
audiovisual. Actualmente desarrolla un proyecto siguiendo las trayectorias de
viajeros africanos y de otras latitudes por el sur global por la región de
Urabá.
*** Profesor asociado de la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia, en el
programa de Antropología de la Escuela de Ciencias Humanas. Doctor en
Antropología Médica de la Universidad de California, Berkeley. Ha trabajado y
publicado sobre los temas de asilo político y migrantes indocumentados en el
norte de California, las migraciones transnacionales de indígenas Kichwa-Otavalo provenientes del Ecuador y actualmente
estudia la migración venezolana a Colombia.
**** Antropólogo por la Universidad de Antioquia, Medellín. Sus intereses giran
en torno a la antropología económica y la antropología del desarrollo.
Actualmente es parte del proyecto Siguiendo el Hilo de la Errancia, que indaga
por el cruce de viajeros del sur global por el Urabá colombiano y dentro del
cual participa con su trabajo de investigación “Moralidad, economía y
movimiento: las posibilidades del intercambio en Urabá”.
***** Estudiante de la Universidad de Antioquia, en Medellín. Investigador
auxiliar en el proyecto Siguiendo el Hilo de la Errancia: Travesías de Viajeros
del Sur Global por la Región de Urabá. Sus principales temas de interés son el
Gran Caribe, los procesos de creolización, el
mestizaje y la migración.
[1] Estos acercamientos etnográficos se hicieron sin usar grabadoras y bajo
condiciones de confidencialidad y confianza.
[2] “EE. UU. pedirá en extradición a coyotes asesinos de migrantes africanos”, El Tiempo, 3 de marzo de 2019.
[3] Los audios del nepalí que mandaba en el tráfico de migrantes en Urabá”, Semana, 26 de septiembre de 2018.
[4] “Un nepalí lideraba red de tráfico de migrantes ilegales en Colombia”, El Tiempo, 26 de septiembre 2018.
[5] “Tráfico de migrantes ilegales en Colombia aumentó en un 160%”, El Colombiano, 26 de agosto de 2014.
[6] “Turbo, el hueco inhumano”, Semana, 18 de junio
de 2016.
[7] “Los coyotes de la muerte: obligaban a migrantes a pasar droga hasta
Panamá”, Semana, 22 de febrero de 2018.
[8] “Colombia enfrenta nueva ola asiática de inmigrantes ilegales”, El Tiempo, 23 de abril de 2013.
[9] “Las impresionantes cifras del tránsito de migrantes por Colombia”, El Colombiano, 7 de agosto de 2016.
[10] “Clan del Golfo tapona a migrantes en el Darién”, El
Colombiano, 19 de febrero de 2019.
[11] “Capurganá, el infierno de los migrantes
africanos”, Semana, 2 de febrero de 2018.
[12] “La resignada salida de los cubanos migrantes en Colombia”, El País, 7 de agosto de 2016.
[13] El texto original en inglés dice: “Migration policy, however, remains focused on the
internationally organised smuggling operations to the point
where this is fetishised as the only means
of international smuggling” (Collyer, 2007, p. 678).