10.18234/secuencia.v0i117.2152
Artículos
La insurrección de Montoneros
(1979-1980).
Entre la doctrina y la práctica
The Montoneros Insurrection
(1979-1980). Between Doctrine and Practice
Hernán Eduardo Confino 1 * https://orcid.org/0000-0003-0852-8224
1Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales Universidad Nacional
de San Martín Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
hconfino@unsam.edu.ar
Resumen:
El siguiente artículo reconstruye el último viraje
estratégico de la organización armada argentina Montoneros, entre 1979 y 1980.
Propone una perspectiva que integra las justificaciones de los dirigentes para
adoptarlo con las apropiaciones de quienes participaron en él. En un diálogo
con la historia transnacional, el escrito vincula la retórica dirigencial, que
enmarcaba el giro en favor de la insurrección en las insurrecciones triunfantes
en Nicaragua e Irán en 1979, con otros procesos sucedidos en Argentina.
Apela a
distintos tipos de fuentes: los documentos partidarios, las memorias editadas,
los archivos de inteligencia y, sobre todo, los testimonios de diversos
militantes que participaron del proceso. La principal conclusión establece que,
antes que las relaciones de Montoneros con otros actores del extranjero, fueron
otros elementos los que intervinieron en la elección insurreccional,
relacionados con la fuerte represión estatal, el exilio de muchos de sus integrantes
y las disidencias internas de la organización.
Palabras clave: Montoneros; insurrección popular armada; exilio; contraofensiva;
doctrina.
Abstract:
This article reconstructs the
last strategic shift of the Argentinean armed organization, known as the
Montoneros, between 1979 and 1980. It proposes a perspective that integrates
the leaders’ justifications for adopting this measure with the views of those
who participated in it. In a dialogue with transnational history, it links the
rhetoric of the leaders, which served as the backdrop to the decision to stage
the uprising that proved successful in Nicaragua and Iran in 1979, with other
processes occurring in Argentina.
The article uses a range of sources: party documents,
edited memoirs, intelligence files and, above all, the testimonials of
militants who participated in the process. The main conclusion is that before
the Montoneros established links with other foreign actors, other elements
intervened in the decision to stage an uprising, associated with the brutal
state repression, the exile of many of its members and dissent within the
organization.
Keywords: Montoneros; armed popular insurrection; exile;
counteroffensive; doctrine.
Recibido: 5 de julio de 2022 Aceptado: 17 de enero de
2023
Publicado: 17 de agosto de 2023
INTRODUCCIÓN
En los últimos años, a tono con el boom
de los estudios transnacionales y de la historia global, han surgido miradas
interesadas en estudiar la trama que las organizaciones político-militares del
continente americano, nacidas en la “larga década de 1960”, construyeron entre
sus países de origen y el exterior. Estas organizaciones moldearon sus
movimientos por el intento de evitar la represión estatal de los procesos
dictatoriales que, como parte del contexto más amplio de la guerra fría, se
asentaron progresivamente en el continente. Además, encarnaron en algunos casos
culturas políticas transnacionales que abrevaron en hitos comunes, como la
revolución cubana de 1959, y en una praxis política compartida, que incluía el
recurso a la lucha armada como motor fundamental del cambio propuesto. Estos
trabajos repusieron el lugar que las organizaciones armadas del continente
tuvieron en el contexto de la radicalización política de la década de los
sesenta y cuestionaron, en algunos casos, la propia categoría de guerra fría,
pensada desde las experiencias de los países centrales (Confino, 2021; Cortina
Orero, 2021; Gilman, 2003; Jensen y Lastra, 2014; Kruijt, Rey Tristán y
Álvarez, 2020; Marchesi, 2019; Rey Tristán y Oikión Solano, 2016). Asimismo, en
esta nueva serie de investigaciones atentas a la perspectiva transnacional, los
desarrollos políticos en el exilio dejaron de ser entendidos sólo como máscaras
artificiales que escondían la derrota de sus respectivos procesos nacionales.
La reconstrucción de las redes internacionales, sus intercambios y
circulaciones, permitieron afinar la relación de las guerrillas
latinoamericanas con el surgimiento del movimiento transnacional de los
derechos humanos, y también con otras organizaciones revolucionarias del mundo
(Carnovale, 2014; Confino y González Tizón, 2022; Jensen y Lastra, 2014;
Markarian, 2006). Si estas intervenciones dieron cuenta de la insuficiencia en
el nivel nacional para abordar el proceso de conformación de una nueva izquierda
a escala continental (Álvarez y Rey Tristán, 2012; Zolov, 2008), en numerosas
ocasiones circunscribieron su mirada al estudio de los militantes viajeros, que
por lo general eran cercanos a los estratos dirigenciales de las organizaciones
–cuando no los dirigentes mismos– y responsables, por ello, de poner por
escrito los saldos de los contactos con otras agrupaciones y los debates
doctrinarios resultantes (Gilman, 2003; Marchesi, 2019).
En este artículo me propongo como objetivo abordar un
caso particular: el de la organización político-militar argentina Montoneros y
sus redefiniciones estratégicas en favor de la “insurrección popular armada”
durante los últimos años de su historia como formación política articulada, en
el cambio entre las décadas de los setenta y los ochenta. La Conducción
Nacional, cúpula dirigente de la organización, fundamentó en sus escritos
partidarios este viraje en los contactos y aprendizajes que Montoneros había
extraído de dos revoluciones que, a través de procesos insurreccionales, habían
resultado triunfantes justamente en 1979: las de Nicaragua e Irán. En los
–todavía incipientes– trabajos que han analizado los vínculos entre Montoneros
y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (fsln)
–la organización que condujo la insurrección en el país centroamericano– se ha
insistido en la importancia que la resolución del proceso político nicaragüense
tuvo para la modificación política de la guerrilla argentina (Cortina Orero,
2017, 2021; García Fernández, 2018). Sin embargo, y contrariamente a esas
lecturas, entiendo que la elección montonera por la insurrección estuvo menos
basada en estas experiencias internacionalistas, que condicionada por las
propias posibilidades de la organización en el contexto argentino.
Puntualmente, propongo que, para explicar el viraje insurreccional, hay que ir
más allá de los debates partidarios, en donde la Conducción explicó su
adopción, y también atender a las condiciones históricas argentinas, a las
experiencias de otros militantes sin tanto poder interno y al delicado estado
de la organización, golpeada tras años de represión, fracturas internas y
exilio.
En febrero de 1979 había culminado el proceso que
catapultó al Ayatola Jomeini al poder y comenzó a dar forma a la república
islámica de Irán y, en julio de ese mismo año, el fsln
triunfó en Nicaragua sobre el régimen dictatorial de Anastasio Somoza. Ambos
casos fueron considerados y analizados por la Conducción, que los miró con
expectativa y esperanza e intentó vincularlos con el proceso local, cuyas
perspectivas resultaban cada vez más sombrías para los intereses de Montoneros.
En algunas memorias de los exintegrantes de la organización –incluso– el paso
de la guerra popular y prolongada a la insurrección popular armada quedó
anudado al ejemplo de aquellas revoluciones victoriosas, a la autocrítica sobre
la Contraofensiva de 1979 y al fin de la lucha armada montonera, concretada sin
comunicado formal alguno a mediados de 1980 (Falcone, 2001).
Este artículo no busca hacer competir dos líneas argumentativas
en la reconstrucción del último giro estratégico montonero: la de la
modificación por las proyecciones internacionalistas, y la de la decisión atada
a las posibilidades históricas locales, sino plantear que ambas perspectivas
son, en verdad, complementarias. En un contexto de represión, clandestinidad y
de conformación de un espacio político transnacional, como el que forjó
Montoneros tras su retirada orgánica de Argentina a fines de 1976, la
información que circulaba lo hacía de modo compartimentado y, muchas veces,
diferido. Es por ello que, para reconstruir históricamente los años finales de
Montoneros, no alcanza con estudiar su producción documental escrita ni tampoco
con dar cuenta de sus vínculos internacionales, llevados a cabo por algunos militantes
que se encontraban en el extranjero. Es necesario conectar estos desarrollos
doctrinarios con la situación política argentina y con las vivencias cotidianas
del resto de los militantes de la organización.
Para lograr ese cometido, este artículo recorre, además
de las elaboraciones estratégicas de los dirigentes, corporizadas en la prensa
partidaria y las comunicaciones –tanto internas como públicas–, diversos
testimonios de los integrantes de la organización, desde dirigentes hasta
militantes sin tanto poder interno. De tal manera, se cuenta con la palabra de
dos dirigentes, Roberto Perdía y Jorge Lewinger, así como de otros siete
integrantes de la organización que participaron en la Contraofensiva, por lo
general, en tareas de propaganda. Este trabajo documental, que contrasta la voz
doctrinaria de los documentos con la experiencia de los participantes, permite
dar cuenta de cuáles fueron las apropiaciones de los debates políticos que se
daban en el exterior del país y en el interior de la jefatura de la
organización. Se trata de elaborar una explicación general que trascienda la
tinta de los debates estratégicos y el ethos
revolucionario de la etapa, para dar cuenta de otros aspectos primordiales de
la elección montonera de la insurrección a fin de enfrentar a la dictadura. En
un plano más general, este trabajo pretende aportar el modo en que se
reconstruyen este tipo de experiencias políticas, muchas veces limitadas por
una mirada sinecdóquica e interna, que focaliza en los escritos de los dirigentes,
por un lado, y en el estudio de la cultura política de las organizaciones, por
el otro. Posibilita, finalmente, entender estas dos dimensiones en el marco de
su contexto más amplio de ocurrencia –siempre dinámico y cambiante– en el que
tanto dirigentes como cultura política se expresaron y retroalimentaron.
LOS LÍMITES DE LAS ESTRATEGIAS PROYECTADAS
Antes del pronunciamiento en
favor de la insurrección, Montoneros había atravesado por distintas estrategias
y contextos políticos a lo largo de su década de historia, hilvanados entre
dictaduras y gobiernos civiles. Desde sus orígenes, a fines de la década de los
sesenta –durante los gobiernos militares de la “Revolución Argentina”
(1966-1973)–, la organización había ensayado la estrategia foquista vinculada a
su definición como “formaciones especiales” del movimiento peronista que
hiciera Juan Domingo Perón, todavía en el exilio. Luego, desde 1971, Montoneros
auspició la conformación de una organización político-militar de alcance
nacional como parte de la “guerra integral” proclamada por Perón (Lanusse,
2007). Por esos años, la integración de Montoneros al peronismo se expresó en
su campaña por el regreso al país del viejo líder y, también, en la
participación en el proceso electoral para suceder a la dictadura. El triunfo
del peronismo, al mismo tiempo que implicó la participación de Montoneros en el
nuevo gobierno, dejó claras las diferencias de los distintos sectores del
movimiento gobernante que tenían respecto a el camino a seguir. Se produjeron
enfrentamientos internos en la alianza gobernante, entre la derecha y la
izquierda peronista, en su lucha sobre quién (o quiénes) encarnaban el
verdadero peronismo (Franco, 2012; Servetto, 2010). El deslizamiento del
gobierno a la derecha, y la expulsión y represión de los sectores de la llamada
“Tendencia Revolucionaria” hegemonizada por Montoneros, aumentó luego del
deceso de Perón, el 1 de julio de 1974. Durante el gobierno de su viuda y
vicepresidenta, María Estela Martínez (1974-1976), Montoneros reasumió la clandestinidad
en septiembre de 1974, que había abandonado con el retorno del peronismo al
poder.
Durante 1975, la organización había declamado seguir los
pasos de la guerra integral, propuesta en su momento por Perón, y de la guerra
popular y prolongada de inspiración maoísta que fortaleció su aparato militar,
con las primeras formulaciones del Ejército Montonero (Gillespie, 1998; Salas,
2006). A fines de 1976, ante la cruenta represión conducida por la dictadura
que desde el 24 marzo había tomado el poder en Argentina, y frente a la falta
de eficacia de sus políticas, Montoneros decidió el exilio orgánico. Esta
resolución colectiva se sumó a los exilios individuales que, desde la segunda
mitad de 1974, y merced al aumento de la represión estatal y paraestatal,
habían comenzado a producirse. Aun así, habría militantes que no se exiliarían
y permanecerían en el país durante el gobierno de la última dictadura. Dos años
más tarde, en octubre de 1978, la organización inició la llamada
“Contraofensiva Estratégica”. El lanzamiento de la Contraofensiva fue
justificado por el triunfo de la etapa previa, la denominada “Resistencia”,
pero también por los problemas internos de la dictadura (entre un sector que
quería continuar con la represión hasta sus últimas consecuencias y otro que,
luego de tres años de terrorismo estatal, se orientaba por una resolución
política más negociada) y los pronósticos de mayor conflictividad sindical que
se auguraban para 1979 (Canelo, 2008; Larraquy, 2017; Quiroga, 2004). Según la
Conducción, era el momento propicio para encarar algunas acciones ofensivas en
contra del régimen. Por eso mismo, desde el último trimestre de 1978,
Montoneros auspició un reclutamiento de voluntarios en el exilio, donde se
encontraban numerosos militantes que habían escapado del terrorismo de Estado,
a fin de que regresaran clandestinamente a la Argentina durante 1979 para
llevar adelante acciones militares, de propaganda y diversas tratativas
políticas. Los atentados militares fueron efectuados por las Tropas Especiales
de Infantería (tei) contra los funcionarios de la
cartera económica dictatorial, puesto que para Montoneros la marcha de la
economía era la principal fuente de insatisfacción social con el régimen. Las
tareas de propaganda quedaron a cargo de las Tropas Especiales de Agitación (tea) que, utilizando un aparato de fabricación
artesanal, interfirieron los canales de televisión con proclamas grabadas por
Mario Firmenich, número uno de la organización. Finalmente, retornaron
dirigentes del Movimiento Peronista Montonero a trazar contacto con otros
sectores del peronismo (Confino, 2021; Larraquy, 2006).
En diciembre de 1979, una fracción de la dirigencia de
Montoneros publicó el denominado “Documento de Madrid” con el objetivo de
propiciar un debate con la cúpula de la organización. Su título original era
“Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de
superación”.1 Se trataba de la segunda
disidencia al interior de Montoneros en menos de un año. Los trágicos
resultados de la Contraofensiva eran el detonante de la intervención, pero las
incomodidades internas con el estrato más alto de la organización eran muy
profundas y se arrastraban, en algunos casos, desde el inicio de la “Resistencia”,
con la “autoclandestinización” de septiembre de 1974. Frente a las dudas que
expresaba el manifiesto crítico, que se sumaba al que habían suscrito Rodolfo
Galimberti y Juan Gelman en febrero de 1979,2
los dirigentes montoneros contestaron a la intervención y buscaron subrayar sus
elecciones estratégicas y contrarrestar las incertidumbres que recorrían los
distintos niveles de la organización. Estas elecciones, como ya se ha
insinuado, habían ido mutando a lo largo del tiempo, de acuerdo con los
cambiantes contextos por los que transitó la organización y en relación con el
ideario de sus principales dirigentes.
Desde que la dictadura había tomado el poder en
Argentina, en marzo de 1976, Montoneros ensayó distintas estrategias para
enfrentarla. Sin embargo, durante los primeros seis meses del gobierno
dictatorial, la organización mantuvo el rumbo político que había adoptado en
1974, aún en vigencia de un gobierno constitucional, y en el marco de su
enfrentamiento contra el sindicalismo ortodoxo durante el gobierno de Juan
Domingo Perón, primero, y en marcada oposición a la administración de María
Estela Martínez de Perón, después (Franco, 2012; Servetto, 2010). En septiembre
de 1974, dos meses después de la muerte de Perón, la organización había
resuelto “pasar a la Resistencia”, aguardando las condiciones propicias que
permitieran superar la etapa de “defensiva estratégica”, como la catalogaban, y
encaminarse hacia la Contraofensiva (Baschetti, 2001, pp. 139-158). Con la
llegada de la dictadura, Montoneros continuó privilegiando la dimensión armada
del conflicto político que había potenciado desde 1975, momento en que había
transformado la organización político-militar en un partido de cuadros, de
inspiración leninista (Salas, 2006, 2014). Concretamente, y más allá de las
argumentaciones de sus dirigentes –que hacían hincapié en la necesidad de un
“salto cualitativo” para enfrentar la represión del régimen3–, esta modificación
implicó una centralización del dominio de la Conducción sobre las estructuras y
los recursos de la agrupación, que hasta ese momento había estado federada en
columnas con diversos grados de autonomía. En ese contexto, mediado tanto por
la cruenta represión estatal como por las directivas de la cúpula, se
produjeron distintos debates internos sobre el rumbo que debía tomar la lucha
montonera y sobre quién debía dirigirla. La militarización de los frentes
políticos, que comenzó en 1975, había dejado desguarnecidos a muchos militantes
que formaban parte de las estructuras legales de la organización (Baschetti,
2001; Viano, 2016). Si bien el conflicto más conocido que mantuvo la cúpula de
la organización fue con la Regional Columna Norte, que integraba Galimberti,
también se produjeron discordancias con otras regionales, como La Plata,
Columna Oeste o Columna Sur (Larraquy, 2017; Larraquy y Caballero, 2000).
En abril y septiembre de 1976 se realizaron las últimas
dos reuniones de dirigentes de Montoneros en Argentina, antes del comienzo de
su exilio orgánico. La primera se encargó de precisar la transformación de la
organización político-militar en partido, que implicó –al mismo tiempo–, la
vigencia de un esquema tripartito junto con el Ejército Montonero y del
Movimiento Montonero, en un claro desaire al peronismo (Baschetti, 2001; Salas,
2006). Decía Firmenich, en un acto en la clandestinidad, en 1976, antes de
abandonar el territorio argentino: “Nos planteamos que el nuevo movimiento, el
hijo del movimiento peronista, sea el movimiento montonero. Y ¿por qué el
movimiento montonero? Porque los montoneros expresan, hoy, la continuidad de lo
mejor del peronismo.”4 Así lo recuerda, muchos
años después, Roberto Perdía, número 2 en la orgánica montonera: “Producido el
golpe entendimos que el peronismo había cerrado una etapa y estábamos
trabajando en el tema del Partido Montonero y los montoneros como identidad y
eso dura desde abril hasta septiembre del 76. En el medio hay un Consejo,
trabajamos sobre esa tesis entre abril y septiembre y en septiembre la
revisamos la tesis y ahí empieza la ‘retirada’”.5
Según el testimonio de Perdía (1997), entre abril y
septiembre de 1976, Montoneros se distanció del peronismo, primero, pero luego
pugnó por “recuperar las banderas peronistas”. Incluso, en ese tiempo, antes
del asesinato de la primera plana del Partido Revolucionario de los
Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (prt-erp),
en julio de 1976 (Carnovale, 2011, pp. 281-283), la dirigencia montonera había
pensado en tejer una alianza con esa organización marxista y con la
Organización Comunista de Poder Obrero (ocpo),
para construir la Organización para la Liberación de Argentina (ola), traduciendo el ejemplo palestino a la realidad
argentina (Gillespie, 1998). Cabe la pregunta acerca de cuánto de estas
deliberaciones realizadas en ese contexto de clandestinidad y represión
alcanzaron al grueso de la militancia que estaba en el país o, incluso, en el
extranjero. Es decir, hasta qué punto la mayoría de los militantes montoneros
habrán, efectivamente, pensado que en abril ya no eran peronistas, pero que en
septiembre habían vuelto a serlo.
Mientras tanto, el régimen seguía desplegando su
represión sobre la organización: según estimaciones de los servicios de la
inteligencia militar, un año y medio después del golpe, Montoneros no alcanzaba
los 600 militantes, entre los cuales una buena parte ya había abandonado el
país.6 Richard Gillespie (1998,
p. 290) también abona la caracterización de la destrucción de la organización:
para el especialista británico, en marzo de 1977 la dictadura había asesinado y
desaparecido a más de dos millares de militantes. En este marco, la reunión de septiembre
de 1976 sirvió tanto para disciplinar a los militantes críticos sobre el rumbo
de la organización y su conducción, como para resolver el exilio orgánico y el
desplazamiento de Montoneros al extranjero.
Producto de la represión, Edgardo Binstock, militante de
la zona oeste del Conurbano de la Provincia de Buenos Aires, había quedado
desconectado de Montoneros durante su militancia en Argentina en los primeros
momentos de vigencia del terrorismo de Estado. Recuerda lo que pensó antes de
salir rumbo al exterior para reengancharse con la organización:
En el ‘76 veo documentos, el tema de la ola, que es una izquierdización de la organización.
Nosotros dimos por muerto al peronismo, largamos el montonerismo porque
estábamos muy condicionados por el origen de Montoneros, la génesis te
condiciona […]. Un compañero que está desaparecido, el Príncipe, militaba en el
barrio, estaba solo y cuentan compañeros que él decía que tenía esperanzas
porque Montoneros era un caldito concentrado y que al punto justo de ebullición
de las masas vos lo tirabas y las masas salían cantando “Montoneros,
Montoneros”. Hay una concepción de vanguardia muy fuerte que estaba ligada no
solo a una referencia teórica, sino que había sucedido, había habido un grupo
pequeño que en un momento dado del avance del proceso de masas había tenido un
crecimiento y eso condiciona mucho la mirada de la Conducción Nacional y de
muchos de los cuadros […]. Con lo de la ola
me preocupé, era demasiado, ya nos caíamos del mapa. Porque nosotros éramos opm [Organización Político-Militar] entonces ya cuando
viene el Partido digo, “uh”.7
Más allá de sus referencias al inicio y crecimiento de la
organización y de la imposibilidad de determinar fehacientemente –por el
contexto de clandestinidad y de represión dictatorial– cómo circulaban los
cambiantes lineamientos estratégicos que los dirigentes de Montoneros
adoptaban, y que se comunicaban por canales partidarios, el testimonio de
Binstock es una puerta de entrada a las percepciones de quienes, sin dudar de
su pertenencia a Montoneros, observaron con resquemor algunas de las
determinaciones de sus dirigentes. Estas determinaciones, a medida que la
dimensión transnacional de la política de la organización se fue consolidando,
comenzaron a mostrar cada vez mayor distancia y menor correspondencia con la
cotidianidad de los militantes en Argentina.
Víctor Hugo Díaz era parte de la Columna Sur de
Montoneros, la última regional organizada que quedó en la Argentina hasta su
desarticulación por parte de la represión dictatorial durante 1978.8 Se enteró en el país de
algunas transformaciones estratégicas, como el lanzamiento del Partido, y en el
exterior de otras formales, como el uso de uniforme y grados militares.9 De su viaje a México con
su pareja, para obtener recursos y ponerse al tanto de las últimas novedades
frente al inicio de la Contraofensiva, recuerda que “fuimos a un hotel primero
y un compañero vino a buscarnos, era de Tucumán. Viene y nos busca y lo hace
con la ropa partidaria y mi mujer le dice ‘¿venís disfrazado de Partido?’
Típico del que está acá adentro [Argentina] y lo ‘chicanea’.”10 Para quienes militaban
clandestinamente en Argentina, no dejaba de ser una experiencia ajena aquella
que venía enfundada en uniforme militar. Esta pequeña anécdota, casi una
humorada, pone de relieve el escepticismo con que algunos militantes
vivenciaban las diferentes decisiones que la Conducción diagramaba en el
exterior.
La transnacionalización del espacio político montonero
también repercutió en su estrategia y su forma de organización. Por lo pronto,
obligó a que la organización otorgara relevancia a las actividades no armadas
que, en Argentina, habían quedado relegadas por la represión estatal y la
ilegalización por parte de la dictadura del Partido Auténtico, que había
agrupado a la organización (Gillespie, 1998, pp. 252-258). En abril de 1977, en
una conferencia de prensa en Roma, Montoneros había conformado el Movimiento
Peronista Montonero (mpm).11
Para muchos sectores de la organización, esta medida era una autocrítica, quizá
implícita, por el accionar eminentemente militar que la organización había
sostenido desde 1975 y durante el primer año de gobierno dictatorial. Así
quedaría registrado en los debates posteriores en torno a la marcha de la
Contraofensiva, en los que distintos críticos se lamentarían por el
recrudecimiento de prácticas militaristas que se pensaban superadas con la
conformación del mpm. En concreto, fuera del país,
Montoneros tuvo vinculación tanto con la socialdemocracia europea, que ayudó a
darle visibilidad a la denuncia sobre los crímenes estatales en Argentina, como
con distintas fuerzas antiimperialistas, con las que trazó varios acuerdos que
consideraron, en algunos casos, la consecución de armamento o de campos de
entrenamiento en distintas partes del mundo (Confino y González Tizón, 2022;
Robledo, 2018). Sin embargo, siempre mantuvieron una doctrina que, hasta donde
se sabe, nunca vulneraron: no operar militarmente en ningún país que no fuera
Argentina. Más allá de las redes y contactos transnacionales, la guerrilla
argentina utilizaba los métodos guerrilleros sólo en Argentina.12
Durante 1978, mientras comenzaban a alcanzar notoriedad
las denuncias sobre los crímenes del terrorismo de Estado que efectuaba el
naciente movimiento transnacional de derechos humanos –algunas incluso
motorizadas por militantes o dirigentes montoneros que habían logrado escapar
de los centros clandestinos de la dictadura–, Montoneros diseñó una campaña
político-militar para el mundial de fútbol que ese año se desarrolló en
Argentina. Desde el extranjero ingresaron en secreto militantes que tuvieron a
su cargo las primeras interferencias a canales de televisión, que luego se
utilizarían durante la Contraofensiva y también algunos operativos armados
contra la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (esma),
la Escuela Superior de Guerra (esg) y la Casa
Rosada, entre otras dependencias estatales (Baschetti, 2014, pp. 105-122).
Estos operativos fueron ocultados en la prensa nacional y muy poca gente pudo
enterarse de los hechos, que terminaron siendo comunicados solamente por los
canales de la organización. Al respecto, Díaz evoca:
Cuando salimos después [a México] nos cuentan que hubo un
grupo que tiró contra la Casa Rosada, contra la esma
[Escuela Mecánica de la Armada], ese tipo de cosas, que acá no salía nada de
nada. Por eso insisto en el papel de la prensa, puro silencio. Es terrible,
cómo romper eso. Porque pequeños grupos de resistencia es imposible que puedas
romper, podés llegar un chiquitín, pero no más que eso. Nosotros no nos
enteramos de que había compañeros en ese momento.13
Las estrategias montoneras, en este caso la llamada
“Maniobra de Ofensiva Táctica” (Baschetti, 2014, pp. 136-149), deben ser
analizadas atendiendo el contexto político en el cual se desarrollaron. La
retórica de la organización al respecto, sin ser contrastada con los limitados
efectos que sus políticas podían causar en la Argentina dictatorial, no es
suficiente para la reconstrucción de su historia. Los vaivenes estratégicos,
por fin, deben pensarse no sólo desde la ideología de la organización, sino
también modificados por ese contexto. Un contexto en el que, por ejemplo, los
militantes que se encontraban en el país no lograban enterarse siquiera de la
llegada de compañeros que provenían del exterior.
En junio, durante el mundial, Firmenich suscribió el
documento “La reunificación, transformación y trascendencia del peronismo”
(Baschetti, 2014, pp. 158-173) en el que instaba a la unidad del peronismo para
avanzar hacia la contraofensiva popular. Superado el intento de conformar la ola, la organización se pensaba como una de las tres
tendencias que, junto con la verticalista y la antiverticalista, componían el
movimiento peronista. Además, Firmenich sostenía que “la resistencia se ha[bía]
mantenido y masificado” y reeditaba una propuesta de años previos “en que el
Movimiento [peronista] deberá necesariamente encarar la convocatoria a la
unidad del Frente de Liberación Nacional” (Baschetti, 2014, p. 159). La idea de
Montoneros no encontró ningún interlocutor dentro del peronismo. Pese a que en
el mismo documento Firmenich hacía referencia a conversaciones bilaterales,
ningún espacio pretendidamente democrático quiso entablar vínculos públicos y
duraderos con la organización. Eso era, en verdad, una constante desde que
Montoneros había pasado a la clandestinidad para enfrentar al gobierno de
Martínez de Perón al que, previamente, había apoyado. Tal como lo demostró
Marina Franco (2018), aún en 1978 no había, de parte del arco político
argentino, ningún reclamo por el terrorismo de Estado dictatorial y sus
efectos. Las primeras críticas a la dictadura, como también plantearon otros
especialistas, giraron pura y exclusivamente alrededor de la cuestión económica
(Canelo, 2016; Novaro y Palermo, 2003; Quiroga, 2004).
Para Perdía, fue la precariedad de la situación política
la que llevó a interrumpir los diálogos con otros sectores del peronismo que
había propugnado Firmenich en el documento. En efecto, desde Montoneros era
Norberto Habegger, dirigente de la Secretaría Política del mpm, quien había llevado adelante los acuerdos con
dirigentes sindicales peronistas:
Hay un documento del ‘78, “Reunificación, trascendencia y
transformación del peronismo”, que apunta a hacer acuerdo con la dirigencia
peronista que estaba en ese momento. Más aún, en ese momento lo estaba
organizando Norberto Habegger, y yo tenía que entrar para esa fecha acá
[Argentina] y él había organizado reuniones de lo que era la dirigencia
sindical de ese momento y la dirigencia política que llevó Paulino Niembro, el
papá de este Niembro [Fernando, periodista deportivo] […]. Es decir, se habían
armado una serie de reuniones con varios dirigentes peronistas para acordar una
negociación de acuerdos y de alianzas para pelear en forma conjunta contra la
dictadura, pero que era revisando aquellas hipótesis de abril del ‘76, que
estaban fundamentadas en este documento. Esas reuniones no se hicieron por la
caída de Habegger y los contactos se diluyeron. Eran personales. No es que uno
iba a la cgt [Confederación General del Trabajo]
o al pj [Partido Justicialista] y mucho
menos compañeros nuestros. Cuando a él lo desaparecen se perdió eso. Estaba
negociando en ese punto en el año 78.14
“Los contactos eran personales”, sostiene Perdía. El
documento avanzaba sobre la necesidad estratégica de unidad del peronismo y
hacía una encendida retórica sobre el carácter que debía tener la lucha contra
la dictadura, pero la realidad era que dependía –en buena medida– de las
relaciones puntuales que un solo dirigente había establecido con otros actores
políticos. Secuestrado y asesinado Habegger en Brasil, en agosto de 1978
(Fernández Barrio, 2018), la letra del documento pasó a ser, casi, letra muerta.
En 1978, entonces, y más allá de cualquier elaboración doctrinaria, era la
situación política argentina la que enseñaba los límites de las construcciones
políticas proyectadas.
LA INSURRECCIÓN COMO AUTOCRÍTICA
En octubre de 1978, en una
reunión del Comité Central, que se llevó a cabo en La Habana, Montoneros
decretó el inicio de la Contraofensiva. Para cumplir con su cometido, durante
1979 ingresaron secretamente al país más de un centenar de militantes que
habían sido convocados, en su mayoría, del extranjero. Su misión consistía en
realizar operaciones de propaganda, restablecer contactos políticos y efectuar
tres atentados militares. Pese a que la Contraofensiva no cumplió en absoluto
con sus propósitos, la Conducción hizo, a fines de 1979, una valoración
positiva de su inicio e instó a proseguir por el mismo camino. Se produjo, como
respuesta, la intervención crítica de Madrid, que se fundamentaba en las
diferencias políticas con la cúpula de la organización (Confino, 2021).
El 4 de diciembre, los “tenientes” Jaime Dri, Daniel Vaca
Narvaja, Miguel Bonasso, Gerardo Bavio y Olimpia Díaz publicaron el “Documento
de Madrid”. El escrito fustigaba tanto el balance de la Conducción sobre la
Contraofensiva como el autoritarismo interno en la toma de decisiones. Exigía,
como habían hecho las Columnas y Regionales en 1975, un congreso partidario
destinado a escoger una nueva dirigencia. Buscaba que las políticas montoneras
adquirieran una mayor representatividad de la que tenían. Más allá del
contenido del escrito disidente, que ha sido analizado detenidamente en otros
trabajos (Confino, 2019, 2021), interesa, para los fines de este artículo,
detenernos en el debate que se dio posteriormente, con la respuesta de la
Conducción, y considerar el lugar que la dimensión internacional tuvo en su
intervención. El “Documento de Madrid” y sus contestaciones fueron incluidos,
de modo novedoso, bajo el título de “discusión partidaria” en el que, a la
postre, sería el último Boletín Interno editado por la organización –el número
13–, que fue publicado en febrero de 1980.
A la par que fracasaba la Contraofensiva en la Argentina,
en Nicaragua el fsln acometía una insurrección
victoriosa contra la dictadura somocista. Esta era la prueba, para Firmenich y
el resto de la Conducción, de que el rumbo adoptado había sido el correcto y la
década de los ochenta sería de la “liberación nacional y social” (Confino,
2021, p. 245). En algún punto, lo sucedido en Nicaragua permitía contestar las
críticas sobre lo que ocurría en Argentina. Decía el jefe montonero, durante el
segundo semestre de 1979:
En el mismo que año en que nosotros iniciamos la
contraofensiva popular nuestros hermanos nicaragüenses, bajo la conducción
estratégica del Frente Sandinista de Liberación Nacional, finalizaban su ofensiva
insurreccional […]. En el mismo año se produjo la insurrección iraní que acabó
completamente con la dinastía de los Pahlevi […]. Así, entonces, 1979 –en tanto
final de una década de hambre y represión, particularmente para América Latina–
es el preludio del cambio, del inicio de una nueva década que estará signada
por el heroísmo de aquellos pueblos que sean capaces de comprender que es
necesario y posible pasar a la contraofensiva para conquistar la liberación
nacional y social.15
Montoneros había enviado tres contingentes a colaborar
con la revolución nicaragüense. Sin duda, su compromiso con aquella lucha
excedió el mero apoyo discursivo (Cortina Orero, 2021). Sin embargo, no habría
que perder de vista, para una cabal comprensión de la situación, el contexto de
crisis de la organización y sus magros resultados políticos en el país. Amén de
la existencia de un “ethos revolucionario común”
(Cortina Orero, 2021, p. 184) que unía ambos procesos políticos y a sus
integrantes, potenciado por la dimensión transnacional que había adoptado el
proyecto montonero desde fines de 1976, la revolución sandinista permitió
seducir con un proceso triunfante a algunos de los “revolucionarios sin
revolución”, que habitaban el sur del continente, según la definición de Aldo
Marchesi (2019, p. 225). En ese sentido, que el último número de la revista
oficial de Montoneros –Evita Montonera, de agosto
de 1979– hubiera estado íntegramente dedicado a la gesta sandinista, daba la
pauta de los alineamientos internacionales de Montoneros, pero, sobre todo, de
la necesidad de la Conducción de celebrar alguna victoria, aunque fuera lejos
de la Argentina, que legitimara el rumbo adoptado.
En el apartado titulado “Definiciones básicas de nuestra
línea político-militar actual”, del Boletín de febrero de 1980, la Conducción
contestaba a los críticos del “Documento de Madrid”. Allí recorría las
distintas estrategias políticas que había llevado a cabo desde su fundación
(foco rural, foco urbano, guerra popular y prolongada, guerra integral) y
establecía cuál sería la de ese momento:
El análisis de nuestra formación social, con un muy
elevado porcentaje de obreros con una gran concentración urbana de toda la población;
el análisis de las grandes luchas de nuestra clase trabajadora en los últimos
treinta y cinco años, con numerosas experiencias de carácter insurreccional; el
análisis de la flexibilidad con que se ha comportado históricamente la
oligarquía argentina, cediendo en los momentos más difíciles el gobierno pero
reteniendo siempre el poder económico y militar como garantía para recuperar el
terreno perdido; el análisis de las dos revoluciones contemporáneas, en Irán y
Nicaragua; todo ello sumado al fracaso ya comprobado en la práctica de las
estrategias antes mencionadas, nos conducen a definir la insurrección popular
armada como la única estrategia posible en la actualidad para conquistar el
poder político del Estado y destruir a la oligarquía.16
Luego, el documento agregaba:
En la práctica, esta definición por la estrategia
insurreccional significa que no pretenderemos vencer estratégicamente con un
ejército popular en territorios liberados, como lo pretendiera la estrategia
foquista, ni con un ejército popular urbano clandestino bajo la estructura de
formación reagrupable, como lo intentamos a partir de 1975 […]. Nuestra fuerza
militar principal para la insurrección popular surgirá de las milicias obreras
en las fábricas, de las milicias populares en los barrios […]. También
mantendremos nuestras Tropas Especiales, cuya eficacia política en el ataque
sistemático al centro de gravedad del enemigo está sobradamente demostrada, las
que tenderán a convertirse en la fuerza estratégica móvil para la insurrección
popular.17
Todas esas pomposas definiciones estratégicas encubrían
una acuciante realidad para Montoneros: la falta de militantes, producto de los
secuestros, asesinatos y desapariciones que había ocasionado el gobierno
militar. Pero, también, por efecto del exilio, la Contraofensiva y las dos
disidencias que, en el plazo de un año, cuestionaron el poder y las directivas
de la Conducción. Más allá de las experiencias de Irán y Nicaragua, y de los
análisis sobre la historia argentina, no habría que descartar que la
insurrección popular armada –en tanto y en cuanto precisaba de (solamente) una
vanguardia organizada que condujera a unas hipotéticas milicias conformadas en
barrios y fábricas–, fuera la estrategia que más se ajustaba a la realidad
interna de Montoneros a fines de la década de los setenta.
En las memorias montoneras, esta elección por la
insurrección fue comprendida como una suerte de autocrítica por el accionar (y
los resultados) de la Contraofensiva de 1979. Así lo recuerda Jorge Falcone,
militante del Área de Prensa de la organización que, luego de su exilio en
Suecia y España, volvió al país para participar en el retorno organizado de
1980:
Tuvimos […] la oportunidad de ingresar al país después de
un curso de capacitación político-militar que terminó sucediendo en Cuernavaca
ya en los albores de 1980 […] y acompañando un proceso deliberativo intensivo
de autocrítica sobre el perfil, no excluyentemente, pero preferentemente
militarista de la primera fase de la Contraofensiva que tuvo lugar en la
primavera de 1979, a la luz del proceso insurreccional de las masas iraníes.
Estas cuestiones nos permitieron repensar el modelo con que íbamos a ingresar
al país y a militar una perspectiva más insurreccional que implicaba volver en
un contexto más familiar como quien siembra semillitas en un surco abierto a la
espera de que germinen. No ya como una mecánica de organicidad y citas
continuas, que era un método que el enemigo ya había comprendido y sobre el que
estaba pegando muy duro, sino escuchando algunas consignas cifradas en la Radio
Noticias del Continente que teníamos en onda corta, con sede en Costa Rica.18
Para Falcone, en concreto, la perspectiva insurreccional
se encontraba aunada, no tanto a la posibilidad de conducir unas milicias
populares conformadas en los barrios y en las fábricas del país, sino a la
oportunidad de asentarse con su familia en Argentina, sin tantos requerimientos
como los que había precisado la campaña de la Contraofensiva de 1979. En aquel
retorno, y en consonancia con la noción de una “campaña” que tenía un tiempo
estipulado de desarrollo, los militantes habían tenido que dejar a sus hijos al
cuidado de sus compañeros en una guardería que Montoneros había montado en Cuba
para tal efecto (Argento, 2013). En este sentido, la posibilidad de regresar en
un marco familiar sí era una transformación de peso a los ojos de los
participantes de la Contraofensiva de 1980.
Jorge Lewinger, en tanto oficial mayor de la
organización, participó en la reunión de Comité Central que se llevó a cabo a
finales de 1979, dedicada a analizar la primera Contraofensiva y estudiar los
pasos a seguir. Presumiblemente, en esa reunión se fijaron los lineamientos que
luego la Conducción publicó en su último Boletín Interno. Rememora que:
Ahí sí hubo mucho más debate que la primera [reunión, de
lanzamiento de la Contraofensiva]. Gonzalo [Chaves, dirigente de la Rama Sindical
de Montoneros] […] fue protagonista de una versión, no rupturista pero sí
plantear justamente esto, que había posibilidades de organizar a las
agrupaciones que les había ido bien en ese terreno, que no se podía seguir con
la idea de meterle a todo el sellito, que la situación todavía no daba para
eso. Subsistía, por otro lado, la idea de seguir en otro proceso de
contraofensiva más militar, de algún modo. Eso fue más discutido, pero además
porque participaban de la reunión algunos de los que habían sobrevivido a esa
experiencia […]. Por eso, te digo, el punto de mayor desgaste que yo recuerdo
de eso es en la reunión de evaluación. Y se salda con una especie de síntesis,
de armar agrupaciones junto con el otro proceso, pero de alguna manera con la idea
que tiene la Conducción de que las agrupaciones se vayan identificando como
Montoneros, porque esa era la idea. Ellos tenían mucho temor de que esto se
disolviese en una resistencia en donde no fuera reconocida la organización como
conducción. Este es un fenómeno constante, que persiste.19
Más allá de atizar una futura insurrección, según
Lewinger, era la necesidad de reconocimiento de la organización –como
vanguardia en la lucha contra la dictadura– la que seguía fundamentando los
debates y virajes estratégicos de la Conducción. Al parecer, la insurrección
popular precisaba menos de la vanguardia organizada, que Montoneros del
movimiento insurreccional. Perdía también recuerda las transformaciones
estratégicas que llevó adelante la organización entre ambas contraofensivas, y
las explica de este modo:
Ya lo que vemos es que de alguna manera frente a esa
crítica de “así la dictadura no se va”, etcétera, lo que estamos planteando es
la idea de la perspectiva de una insurrección masiva. Vamos preparando a la
gente para una insurrección masiva. De hecho, es mucha le gente que había
vuelto en la primera tentativa, que de ahí no vuelve en la segunda
[Contraofensiva] sino que se va a Nicaragua a preparar todas las ideas
vinculadas a la insurrección. No sé cuántos compañeros son, pero son un toco de
compañeros que están en Nicaragua preparando la teoría y los conceptos, la
formación de oficiales con vistas a un proceso de tipo insurreccional, es
decir, entre la primera y la segunda se da toda esta discusión.20
En su testimonio, Perdía vincula “la preparación de la
gente para una insurrección masiva” con las transformaciones estratégicas que
experimentaron los militantes de Montoneros en su paso por Nicaragua, mientras
se desarrollaba la Contraofensiva de 1979 en Argentina. No obstante, y tal como
han puesto de manifiesto algunas memorias sobre el proceso, en Nicaragua
también estuvieron militantes y dirigentes críticos con el rumbo de la
organización (Levenson, 2000; Bernetti y Giardinelli, 2014;). Por ejemplo,
Daniel Vaca Narvaja, que en diciembre de 1979 sería uno de los suscriptores del
Documento de Madrid, o Sylvia Bermann que, aunque no firmó la intervención,
integraría la disidencia. Incluso, la formalización de la última ruptura
montonera, que tuvo su origen en el “Documento de Madrid”, terminó dándose en
una reunión conjunta entre disidentes y Conducción, realizada en Managua –en
marzo de 1980– y garantizada por el fsln
(Levenson, 2000). La enseñanza nicaragüense, entonces, no fue unívoca, y
dependió de las miradas de los propios montoneros en aquellas tierras. Mientras
que a algunos les dio fuerza para volver al territorio argentino a proseguir
con la lucha, a otros les enseñó la poca o nula correspondencia que parecía
haber entre la insurrección centroamericana y la pronosticada para Argentina, y
decidieron experimentar otros rumbos políticos.
Sin despreciar el efecto de los contactos entre
Montoneros y el fsln para las redefiniciones
estratégicas declamadas por la organización argentina, y sin subestimar,
tampoco, sus consonancias ideológicas basadas en el común antiimperialismo y el
no alineamiento bipolar, para entender los últimos años de historia montonera
habría que considerar –también– las posibilidades de expresión y desarrollo de
la plataforma montonera en Argentina. En este sentido, acercarse a las
condiciones históricas en las que Montoneros llevó adelante la Contraofensiva
de 1980 y que dedicó a promover una insurrección es un lente privilegiado para
mirar la relación entre doctrina y prácticas y, sobre todo, para observar el
peso determinante del contexto histórico local.
LA INSURRECCIÓN EN LA PRÁCTICA
La Contraofensiva de 1980 tuvo
pequeños y escasos cambios respecto a la de 1979. Tal como lo expresó la
Conducción en el boletín de febrero de 1980, y más allá de la elección de la
insurrección popular como nueva estrategia, Montoneros mantuvo la mayoría de
los lineamientos que había trazado para 1979, cuando todavía se referenciaba en
la guerra integral y en la guerra popular y prolongada. Si la participación
durante la primera Contraofensiva se había estructurado en torno a tres
actividades diferentes –la de propaganda representadas por las tea, la actividad militar de las tei y la de los contactos políticos llevados a cabo
por dirigentes del mpm–, los lineamientos de la
Contraofensiva de 1980 mantenían, en principio, esta división tripartita. Pese
a esta continuidad, dos diferencias se plantearon desde el comienzo de 1980. En
primer lugar, Montoneros estructuró dos comandos tácticos en países limítrofes,
que deberían quedar a cargo de miembros de la Conducción. Horacio Campiglia
iría a Brasil y Perdía, a Perú. La idea de esos asentamientos era contar con un
representante de la cúpula partidaria que pudiera asistir y brindar directivas
a los jefes de las tei de acuerdo con la forma que fueran
adoptando los acontecimientos en Argentina. En segundo punto, la organización
modificó las tea por las Unidades Integrales (ui), puesto que, tal como sostiene Lewinger, fue parte
de la “especie de síntesis” con que se saldó la reunión del Comité Central de
finales de 1979, que enfrentó las posturas de la Conducción –exigía la firma de
las operaciones– con la de otros dirigentes que opinaban que aún no estaban
dadas las condiciones políticas para hacerlo. Las ui
incluían, como novedad, el mandato de la reinserción en el país y ya no la idea
de grupos comandos que ingresaban al territorio, cumplían con la campaña de
propaganda y regresaban al exterior. Además de no contar con plazos estrictos,
los integrantes de las ui tenían a su cargo distintas
actividades –más modestas– como la de rearmar contactos políticos con distintas
agrupaciones vecinales, sindicales y sociales que, a ojos de la cúpula de la
organización, comenzaban a intensificar su oposición al régimen. Quizá por
estas cuestiones, sumadas a la posibilidad que los montoneros de las ui retornaran con sus familias, las ui fueron interpretadas por sus integrantes como una
nueva forma de militancia, que implicaba una transformación de relevancia
respecto a las participaciones del año previo (Confino, 2021).
Así lo entendió Falcone, para quien volver a la segunda
Contraofensiva bajo las directivas insurreccionales implicó una militancia más
largoplacista, “como quien siembra semillitas en surco a la espera de que
germinen”.21 Perdía abona a esta
caracterización: “Nosotros mantenemos ahí la idea de la acción militar a un
miembro del poder económico, pero se le va fijando a los compañeros ideas de
residencia en el país. Ya no vienen con la idea de que vamos y volvemos, sino
que vamos y nos vamos instalando.”22
En efecto, Montoneros delimitó unas tei para la segunda Contraofensiva. Tenían intenciones
de realizar un atentado contra alguna figura del gabinete económico el 24 de
marzo de 1980, en el cuarto aniversario del gobierno militar. No obstante, los
militantes que retornaron en las ui no se enteraron.
Este es el caso, por ejemplo, de una pareja que, luego de su experiencia de
exilio en Suecia, había formado parte de las tea-Sur
junto a Díaz durante 1979, Marina Siri y Ricardo Rubio. Según su testimonio, no
ahorraron críticas en la reunión de balance que se hizo antes del retorno de
1980. Rubio quiso discutir que “a través de un golpe no íbamos a levantar a la
población”.23 Al igual que en el caso
de Falcone, el matrimonio no estuvo al tanto de que las actividades de
“infantería” continuarían en 1980. Más de 40 años después de esos sucesos,
Rubio reflexiona: “Si yo me hubiera enterado, no sé si volvía. Yo estaba muy en
contra de eso. No volvía por más entusiasmado que estuviera de volver al
territorio a hacer política, insertarme, desarrollarme.”24
Más allá de la imposibilidad de contrastar la hipótesis
contrafáctica de Rubio, vale la pena insistir sobre el modo en que circulaba –o
no– la información en aquel momento. Así como Díaz no se había enterado,
durante el mundial de fútbol, de que había compañeros suyos que habían
ingresado al país a desarrollar una campaña contra la dictadura, los militantes
de las ui de 1980 tampoco estuvieron al tanto
de que persistiría el accionar militar a través de la conformación de
contingentes preparados para realizar atentados. Y eso que la Conducción lo
había expresado en el Boletín núm. 13:
“mantendremos nuestras Tropas Especiales, cuya eficacia política en el ataque
sistemático al centro de gravedad del enemigo está sobradamente demostrada”.25 No es para nada
descabellado, entonces, pensar que lo mismo sucedió con las caracterizaciones
estratégicas del momento: no todos los militantes que ingresaron al país
conocían los diagnósticos que hacía la Conducción. No todos, incluso, se
interesaron por ello al momento de decidir su incorporación a la
Contraofensiva. Este fue, por ejemplo, el caso de Cristina: “Conocí a Manuel
apenas pisé Barajas. Me enamoré profundamente de Manuel. Y realmente, te soy
sincera, yo no pensaba volver. […] Pero Manuel sí volvió y eso a mí me sacudió
mal […] Este sacudón que me hizo dar Manuel también me hizo replantear dónde
estaba yo y qué es lo que quería hacer y si era válido volver.”26
Cristina terminó integrándose al mismo grupo que Manuel.
Su motivo principal para retornar al país no fueron los análisis políticos y
los balances doctrinarios de la dirigencia de la organización. Antes bien, su
decisión estuvo fundamentada por motivos personales. Un caso análogo es el de
Daniel Cabezas. Si bien, a diferencia de Cristina, estuvo al corriente de las
transformaciones estratégicas que se habían implementado en Montoneros al calor
de los procesos insurreccionales nicaragüense e iraní, no fueron estas las que
lo instaron a alistarse:
Estando en México vamos a vivir clandestinos a una casa
en las afueras del DF con otros compañeros […] pero en el ‘79 secuestran a mi
madre. Entonces ahí yo empiezo una campaña internacional por mi madre, muy
intensa […] durante el ‘79, y se lanza la Contraofensiva y decidimos con la
madre de mis hijos sumarnos y venir. Yo tenía la esperanza de poder saber algo
más de mi madre, porque en realidad yo sabía que estaba viva, porque había
hablado por teléfono con ella.27
Cabezas estuvo enterado de la elección estratégica por la
insurrección, pero no fueron los análisis doctrinarios los que lo persuadieron
de volver a Argentina, sino la esperanza de poder encontrarse con su madre, que
había sido secuestrada y se encontraba cautiva en el centro clandestino de
detención que funcionaba en la Escuela Mecánica de la Armada.
REFLEXIONES FINALES
El 18 de marzo de 1980 se
oficializó la última ruptura de Montoneros, “Montoneros 17 de Octubre”, que
había tenido su embrión con la publicación del “Documento de Madrid”, en
diciembre de 1979. La reunión se llevó a cabo en la Managua sandinista.
Participaron los disidentes, en su mayoría miembros del Consejo Superior del mpm, y también hubo representantes de la Conducción,
con Firmenich a la cabeza. Entre los rebeldes, había varios que habían
participado en el proceso revolucionario nicaragüense, como Daniel Vaca Narvaja
y Sylvia Bermann. Desde hacía unos meses, estaban en conflicto con la
Conducción. Los resultados trágicos de la Contraofensiva y la negativa de la
cúpula montonera a dar cabida a cualquier cuestionamiento habían sido el
desencadenante de conflictos más añejos.
Desde enero de 1980, la Conducción había mantenido
conflictos con la Secretaría de Relaciones Exteriores del mpm, integrada por varios militantes que luego
participarían de la ruptura. En concreto, la cúpula había decidido relevar de
su cargo al jefe del Departamento de Europa, Pablo Ramos –firmante del
“Documento de Madrid” e integrante, posterior a marzo, de “Montoneros 17 de
Octubre”–. Según un informe secreto del Ejército Argentino, fechado en junio de
1980, esto se vinculaba con las “nuevas directivas emanadas del ‘nuevo plan de
contraofensiva política’” y estipulaba la disolución de las comisiones
organizadas en Europa, en una única, con asiento en Madrid. Según el documento,
“el resto de los militantes tendr[í]a que instalarse en américa”.28
Lo cierto es que las modificaciones impulsadas por la
Conducción y recogidas por los servicios de la inteligencia militar, no
obedecían solamente a los requerimientos de la Contraofensiva, aunque así
fueran justificadas. Eran, también, el resultado de dificultades de orden
práctico, producto de las rupturas, la represión dictatorial, los descontentos
y las deserciones. Algo similar sucedió con la llamada “unificación de mandos”,
que los máximos dirigentes emprendieron durante 1980, para fusionar el Partido
Montonero con el mpm. Si bien esta acción había sido
explicada en los documentos partidarios por la dispersión que, a los ojos de la
sociedad argentina, implicaba la existencia de más de una estructura montonera,
en verdad la resolución se debió al desmantelamiento del Consejo Superior
durante 1979 por la represión durante la Contraofensiva. Con el mpm diezmado, la unificación de las conducciones era
prácticamente un hecho.
El documento resultante de la infructuosa reunión de
Managua sostenía que “el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero,
reunido para el tratamiento de la convergencia entre sus propias estructuras y
las del Partido Montonero, constata que no ha logrado efectuar la síntesis
necesaria entre la totalidad de sus miembros” (Bernetti y Giardinelli, 2014,
pp. 209-211). Oficialistas y disidentes, reunidos en Managua y participantes de
la revolución sandinista, tenían miradas distintas sobre Montoneros y el
proceso argentino. No es suficiente, entonces, vincular la elección montonera
por la insurrección con las experiencias internacionalistas que se
desarrollaron en Centroamérica.
Los testimonios analizados demuestran que las
elaboraciones doctrinarias no agotan la trama política de la organización ni
los motivos de los militantes. En muchos casos, por la distancia geográfica, la
clandestinidad y la represión, no llegaron a ser debidamente leídos por quienes
seguían respaldando el proyecto montonero. Este respaldo, a su vez, trascendía
las reuniones de la dirigencia y sus elaboraciones estratégicas y se
relacionaba con las propias realidades de los militantes, sus esperanzas,
temores y afectos. La historia de Montoneros se escribió más allá de las
consideraciones que integraron sus boletines, sus revistas partidarias y sus
documentos internos.
Los últimos años de Montoneros, antes que producto de
virajes estratégicos o de desarrollos doctrinarios, deben comprenderse
–forzosamente– a la luz de otros procesos históricos, vinculados con la
represión, el agotamiento de una práctica político-militar que había comenzado
a fines de la década de los sesenta en el país y las fracturas internas.
Solamente considerando estos procesos propios de la historia montonera, se
pueden enmarcar más acabadamente las doctrinas elaboradas y los alcances, y
límites, del espacio político transnacional constituido por la organización, en
pos de comprender las condiciones que la condujeron a su desarticulación y
derrota final.
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1 Montoneros, “Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una
propuesta de superación”, Boletín Interno núm. 13, febrero de 1980.
2 Véanse, “Anexo: Versión completa del comunicado que extracta ‘Le Monde’ del
25-2-79”; Peronismo Montonero Auténtico, “Algunas reflexiones para la
construcción de una alternativa Peronista Montonera Auténtica”, 9 de junio de
1979. Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine (en adelante bdic),
Nanterre, Francia. Sobre Gelman, véase Mero (2014).
3 Evita
Montonera, núm. 15, febrero de 1977, pp. 2-11.
4 Mesa “D(s)”, Actualización de la bdt
[banda de delincuentes terroristas], Montoneros, pp. 301-309. Dirección de
Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (en adelante dipba), Argentina.
5 Entrevista a Roberto Perdía, 31 de marzo de 2016, City Bell, Provincia de
Buenos Aires, Argentina. Al respecto, también puede consultarse Perdía (1997).
6 Mesa “D(S)”, Informe especial sobre Montoneros, septiembre de 1977, p. 59. dipba, Argentina.
7 Entrevista a Edgardo Binstock, 18 de febrero de 2016, Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Argentina.
8 Mesa “D(S)”, Carpeta Varios. Leg. 13431; Mesa “D(S)”, Actualización de la bdt Montoneros, enero de 1980. dipba,
Argentina.
9 Partido Montonero, Resolución núm. 001/78, “Implantación y utilización de
uniforme e insignias del Ejército Montonero y de las Milicias Montoneras”, 15
de marzo de 1978.
10 Entrevista a Víctor Hugo Díaz, 27 de diciembre de 2016, La Plata, Provincia
de Buenos Aires, Argentina.
11 Movimiento Peronista Montonero, “Documento de Roma”, abril de 1977.
12 Entrevista a Roberto Perdía, 31 de marzo de 2016, City Bell, Provincia de
Buenos Aires, Argentina.
13 Entrevista a Víctor Hugo Díaz, 27 de diciembre de 2016, La Plata, Provincia
de Buenos Aires, Argentina.
14 Entrevista a Roberto Perdía, 31 de marzo de 2016, City Bell, Provincia de
Buenos Aires, Argentina.
15 Revista
Vencer, núms. 2 y 3, 1979, p. 66.
16 Montoneros, Boletín Interno núm. 13, febrero de
1980, p. 15.
17 Montoneros, Boletín Interno núm. 13, febrero de
1980, p. 15.
18 Entrevista a Jorge Falcone, 10 de marzo de 2016, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina.
19 Entrevista a Jorge Lewinger, 11 de junio de 2016, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina.
20 Entrevista a Roberto Perdía, 31 de marzo de 2016, City Bell, Provincia de
Buenos Aires, Argentina.
21 Entrevista a Jorge Falcone, 10 de marzo de 2016, Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina.
22 Entrevista a Roberto Perdía, 31 de marzo de 2016, City Bell, Provincia de
Buenos Aires, Argentina
23 Entrevista a Ricardo Rubio y Marina Siri, 27 de abril de 2017, San Miguel,
Provincia de Buenos Aires, Argentina.
24 Entrevista a Ricardo Rubio y Marina Siri, 27 de abril de 2017, San Miguel,
Provincia de Buenos Aires, Argentina.
25 Montoneros, Boletín Interno núm. 13, febrero de
1980, p. 14.
26 Entrevista a Cristina, 25 de abril de 2015, Rosario, Provincia de Santa Fe,
Argentina.
27 Entrevista a Daniel Cabezas, 3 de noviembre de 2014, Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Argentina.
28 Ejército Argentino, Central de Reunión, Batallón de Inteligencia 601,
Informe sobre la bdt, junio de 1980, p. 19.
* Líneas de investigación actual:
Estudios sobre la represión estatal y el terrorismo de Estado en Argentina y
América Latina; estudios sobre el último exilio político argentino; historia
transnacional de la lucha armada.